Mujeres en el norte amazónico boliviano, probablemente Cachuela Esperanza región del Beni, en Bolivia. |
Por: Fragmento del articulo de Lorena I. Córdoba, titulado: Barbarie en plural: percepciones del indígena en el auge cauchero boliviano.
Puesto que nos interesa analizar a los
« salvajes » durante el boom cauchero, comenzaremos describiendo a
los indígenas que las fuentes describen trabajando en la goma. Aquí hay que
hablar principalmente de araonas y cavineños, pertenecientes a la familia
lingüística tacana, compuesta hoy también por los tacanas, maropas y ese’ejas (referencia.
1). En general los araonas son caracterizados como indígenas dóciles, aptos
para la civilización, buenos trabajadores y excelentes rumbeadores por más que
a veces también se les atribuyan acciones violentas. Son los primeros indígenas
que aparecen en las barracas gomeras, como en la de Vaca Díez, llamada Puerto
Rico, donde el cura Sanjinés (1895, p. 60) asegura que trabajan nada menos
que 400 araonas:
Vive todavía un indio capitán, ya viejo, llamado Chumo […]
este deseaba bautizarse, y con la sencillez de un niño repetía: « Bárbaro,
no bueno: yo cristiano ser. ¿Por qué bautizas a las criaturas y a mí no? »
Apenas ver a estos infelices, hacinados entre diez, quince y más en una
habitación sucia e inmunda, entregados a sus usos y costumbres de salvajismo,
sin ninguna noción de moralidad, ni asomo de enseñanza cristiana; y sin
embargo, se dice ¡hace más de diez años que ya están conquistados! (Sanjinés 1895,
p. 60)
Más tarde vendrá la civilización, pero entretanto el salvaje
y sobre todo el temible araona ya no teme ni persigue al hombre y, al
contrario, seducido por la generosidad de Vaca Díez que le regala, cura y
atiende, se convierte en servidor de las barracas. Caza, pesca, sirve para el
transporte, se ocupa de remar, y entra por fin, en la comunidad de estos
colonos que plantan allí la bandera de la civilización nacional.
(Anónimo 1894, p. 8)
En la crónica de Edwin Heath también podemos apreciar el
carácter predispuesto de los araonas, que participan de sus expediciones
entre 1879 y 1883. Esta buena voluntad no impide que se les atribuya
la práctica de la antropofagia, clásico cliché del salvajismo: « Casi
todos los años vienen unos indios antropófagos Araunas que viven al lado del
río Mano […]. En el año 1879 uno quedó trabajando un mes, y en 1880,
nueve se contrataron por dos meses » (Heath 1969 [1879-1881],
p. 9-10). Los araonas no sólo proporcionan datos geográficos sino que
acompañan en todo momento al norteamericano cuando sortea los escollos de las
cachuelas y logra conectar por primera vez el río Beni con el Mamoré. Tal es la
confianza mutua entre los araonas y el gomero Vaca Díez que éste los envía a
navegar río abajo en busca de nuevos siringales (Heath 1896,
p. 21-22). Por su parte, los araonas dicen: « Al tata doctor [Vaca
Díez] lo queremos porque nos da herramientas para trabajar nuestras chacras;
nos da de comer a tantos que vinimos cada año y nunca nos ha hecho mal.
Deseamos que sea nuestro jefe, que nos mande y nos defienda de los pacaguaras
que son nuestros enemigos » (cit. en Chávez Saucedo 2009 [1926],
p. 134)
Llegamos a una chocita provisionalmente construida, donde
habitaban cinco salvajes araonas con sus esposas […]. Nos recibieron con mucho
cariño, brindándonos los pocos alimentos con que contaban […]. Atraídos por la
buena hospitalidad que recibimos, resolvimos pasar la noche con ellos. (La
gaceta del Norte, 23 de octubre de 1887)
El propio coronel Pando, una de las voces más duras sobre la
cuestión indígena, reconoce asimismo que los araonas son « los únicos que
se prestan a la civilización », refiriendo que trabajan para un tal
Cárdenas en la barraca Camacho (Pando 1897, p. 36) (referencia. 2).
Otro testimonio importante es el de Manuel Ballivián, para quien el principal
problema del siringuero – prócer del trabajo y del progreso – es la
captación de mano de obra. Si bien admite las correrías que los gomeros
emprenden para proveerse de trabajadores entre los indígenas, describe a la vez
las tentativas para entablar relaciones comerciales o amistosas con ellos. Su
descripción de los araonas reitera el tema de su adaptabilidad a la industria
siempre y cuando puedan mantener sus chacras y sus familias, comercializando la
goma en su territorio y bajo sus propias condiciones (Ballivián y
Pinilla 1912, p. 67-70, 80).
La caracterización de las mujeres araonas no es menos
elogiosa. La alusión a su belleza se revela tan importante como su docilidad:
El tipo araona es agraciado, de esbeltas formas y cutis
bastante limpio. Las doncellas, sobre todo, son muy apetitosas. Vestidas a la
europea, en nada desmerecen de las cruceñas, en concepto de algunos aficionados
del Beni. En las barracas son las odaliscas del barraquero; en Riberalta
he visto más de una mujer araona casada canónicamente y convertida en excelente
ama de su casa. Un comerciante alemán había llevado una de estas indias a
Europa, la hizo educar en un colegio, casó después con ella y puedo asegurar
que por su educación y cultura es toda una señora, de las más señoras que
conocí en el Beni. (Bayo 1911, p. 317, resaltado nuestro)
Hay que escuchar a nuestro explorador mismo contar cómo
cuando descendía el curso de uno de los afluentes del río Amazonas, percibió
una joven de la antigua raza americana que parecía buscar refugio; cómo le
dirigió la palabra en la lengua de los salvajes, cómo le ofreció protegerla y
ayudarla a encontrar a su familia y su tribu […]. Ella se mostró tan
inteligente y dedicada que M. Robuchon no dudó en hacerla su compañera
para el resto de su vida y se casó con ella […]. Ella nos ha parecido grande y
fuerte; no está desprovista de gracia en su traje todo europeo, y si bien sus
rasgos difieren un poco de la raza caucásica, su figura no carece de encanto y
respira bondad. La tribu Cahivas [Cavinas], a la cual pertenece, es conocida
por la dulzura de sus costumbres y carácter. (cit. en Echeverri 2010,
p. 32-33)
Estos indígenas provienen de la antigua misión de Cavinas y
por ende se los conoce como « cavineños ». Tal vez su frecuente
aparición en las fuentes se deba a que se encuentran en el epicentro de la
fiebre cauchera y que muchas veces trabajan con los propios siringueros, o bien
con los curas que administran la extracción de la goma en la misión
(Nordenskiöld 2001 [1924], p. 345). De hecho son ellos quienes ayudan
a Pablo Salinas, un comerciante de Reyes, a explorar la selva circundante a la
reducción y a descubrir su potencial gomero (Sanabria Fernández 2009
[1958], p. 32-33). El cura Sanjinés describe el sistema de habilitación de
los cavineños: « Los cavineños se ocupaban de picar la siringa de su
cuenta, para venderla a [Miguel] Apuri, de quien recibían habilitación […].
Misión de Cavinas. El pueblo hoy cuenta con 148 almas […]. Me informan que
están afuera, en las barracas, unas 12 familias, las que podrán ser
recogidas, pagando sus cuentas » (Sanjinés 1895, p. 18-19).
Según las informaciones de Armentia y Balzan, cuando los cavineños se quedan
sin misioneros, entre 1885 y 1897, se dedican a trabajar como
siringueros (Brohan y Herrera 2008, p. 268-269).
Una fuente importante para el período son los censos
de 1910 de la barraca San Francisco, de la Casa Suárez, que reportan un
total de 146 trabajadores, de los cuales 38 provienen de Santa Cruz
de la Sierra mientras que 70 responden a la denominación
« cavinas/cabinas/caviñas »; o sea que casi la mitad del personal es
cavineño (ACS, « Censos de los ríos Manuripi, Madre de Dios, Orton y
Tahuamanu de 1910 »). En cambio, en el censo de 1910 de Cachuela
Esperanza las procedencias de los más de 200 empleados se dividen entre
« francés », « alemán », « chileno »,
« suizo », « Santa Cruz », « Cochabamba », o bien
entre distintos ríos, y las filiaciones indígenas más frecuentes son
« Cayubaba », « Baure », « Chiquito »,
« Movima » o « Canichana ». Podemos pensar, pues, que
mientras que en la central del imperio gomero trabajan los indios
« civilizados », en los puestos más alejados lo hacen los indígenas
« menos civilizados », aunque dóciles o al menos adaptables, como los
araonas o los cavineños (referencia 3). Siguiendo esta lógica concéntrica,
encontraremos luego a los « bárbaros » pacaguaras, caripunas o
chacobos pululando en la periferia más satelital de la industria gomera.
Otros caucheros de menor escala también refieren las buenas
relaciones que establecen con los cavineños:
En el mes de junio siguiente [1884] me entregué de lleno a
la explotación de la goma, sin temer a los bárbaros, como que en efecto,
habiendo avanzado unas dos leguas hacia el interior del bosque, ya encontré una
tribu de 28 almas cuyo capitán llamado Ecuari entrando en
relaciones conmigo, me entregó un hijo suyo de corta edad […]. Continuando mi
marcha más al interior con ayuda del capitán Ecuari, encontré también otra
tribu de 15 matrimonios con su capitán Ino. Al mes siguiente
expedicioné sobre el Tahuamanu y en la margen derecha encontré al capitán Capa,
en la tribu Buda, con una población de ocho matrimonios. La primera
población que descubrí pertenece a los cavinas y las dos últimas a los Araonas
[…]. Yo me quedé haciendo picar gomeros con mis mozos propios y con los
bárbaros que ya concurrían voluntariamente de las tres tribus descubiertas por
mí. (Mariaca 1987 [1887], p. 11)
Dos años más tarde, cuando una inundación arruina sus
provisiones, Mariaca envía a cuatro araonas y dos mujeres cavineñas en busca de
ayuda al Abuná. Lo interesante es que la solución al dilema logístico no surge
del seno de los « salvajes dóciles », puesto que la comitiva regresa
con alimentos que obtiene de los pacaguaras (Mariaca 1987 [1887],
p. 12-14) (Referencia 4). Esta noticia, así, nos sirve de bisagra para
pasar a la otra gran categoría de « bárbaros », menos adaptables y
definitivamente más complicados.
Referencias:
1)
No hemos incluido aquí a los tacanas stricto
sensu porque no suelen ser mencionados como « grupo » en las
fuentes del siglo xix. Obviamente se los confunde con los araonas o los
cavineños por la superposición de criterios lingüísticos, étnicos,
territoriales, etc. Sin embargo, algunos autores son concientes de la
dificultad. Uno es el naturalista italiano Luigi Balzan (2008 [1885-1893],
p. 174-175) y otro Marius del Castillo (1929, p. 254, 261), que
registra un censo de la barraca Fortaleza en el río Beni: 111 peones son
« oriundos del Beni » que hablan el tacana, mientras que otros 130
son efectivamente tacanas (en menor cantidad aparecen baures, maropas y lecos).
Para mayores precisiones respecto del problema, véanse Brohan y
Herrera 2008; Herrera 2011.
2)
Paradójicamente, y como para no perder de vista
el horizonte de ambigüedad que caracteriza a las relaciones interétnicas, en
ese mismo establecimiento un araona asesina a su mujer unos años más tarde, y
vuelve a surgir la grotesca acusación de canibalismo: « Un indígena
antropófago. Uno de los centros del establecimiento Camacho ha sido teatro del
horroroso crimen que vamos a relatar, cometido por un indio de la tribu Araona
en la persona de su consorte y cuyos nombres ignoramos. Es el hecho que el
marido, cegado por los celos, aprovechando que su mujer se hallaba en completa
beodez, dio principio a su desenfrenada antropofagia, comiéndose las partes
genitales, un brazo, el pómulo derecho y la nariz. Es de advertir que este
monstruoso salvaje, antes de comenzar a su tarea, ya se había devorado medio
chancho crudo » (La gaceta del Norte, 15 de septiembre 1904). Si esta
denuncia no parece demasiado seria tampoco parecen serlo las acusaciones del
cura Sanjinés, que atribuye a « los araonas del capitán Nico » un asesinato
en la barraca Humaitá, en venganza por los excesos gomeros. Sabemos que el
propio Pando (1897, p. 106) atribuye este mismo hecho a los indios
caripunas, y que en la tribu del susodicho Nico (caripuna) hay mezclados
pacaguaras y caripunas, pero no araonas. De igual modo, el tipógrafo Juan
Coimbra es el único en afirmar – erróneamente – que los araonas
asesinan al cauchero Gregorio Suárez (2010 [1946], p. 140).
3)
No siempre los documentos indican la filiación
étnica del trabajador en lugar de su apellido, y en esos casos se trata
mayormente de movimas, cayubabas o canichanas. Otras veces aparece consignado
el lugar de nacimiento (por ej. río Orton) y se indica « Araona »
como apellido. No obstante, hay que recordar que estos censos no contemplan la
totalidad de la población indígena que efectivamente trabajó para la firma,
pues no era raro que se perdieran los nombres de los picadores indígenas, último
eslabón de la cadena productiva (Frederic Vallvé, comunicación personal).
4)
Si bien la historiografía de las relaciones
interétnicas entre los panos y tacanas de la Amazonía boliviana está apenas en
su fase inicial, parece indudable que existió un entramado de intercambios que
iba mucho más allá de las fronteras lingüísticas (Brohan y Herrera 2008;
Villar et al. 2009; Coffaci de Lima y Córdoba 2011).
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