Por: Cucho Vargas.
Ovando Candía fue el cerebro para elaborar la recuperación de las fuerzas
armadas, con paciencia de Job, humillándose, en permanente actitud
conciliadora, con la sonrisa en los labios, aunque las ulceras estomacales que
lo martirizaban lo doblaban en dos allí donde la dulce revancha de lo sucedido
en abril del 52. Inteligente, astuto, admiraba al Zorro del Desierto, Romel y
lo mencionaba con frecuencia para exteriorizar su capacidad de estratega. Se
llevaba a a la boca “kaucas”. Pequeños panes cilíndricos que resultaban
exquisiteces en una tienda de la Evaristo Valle de las Barron o de “la
Valentina” de la calle Loayza. Sus bolcillos estaban llenas de “kaukitas” que
disimuladamente llevaba a la boca. Era una forma de enfrentar a las ulceras.
Hizo de todo. Desde que volvió del Paraguay, donde lo sorprendió la Revolución
del 9 de abril, país en que se hizo muy amigo de Alfredo Stroessner al
desempeñar funciones de agregado militar, accedió desde los puestos más
intrascendentes hasta alcanzar la cima como Comandante en jefe de las Fuerzas
Armadas de la Nación. Inclusive fue dirigente deportivo y alcanzo la
presidencia del Club Mariscal Santa Cruz, es Northern.
La gente no le reconocía capacidad de mando y suponía que era la expresión más
definida de sumisión al régimen movimientista. Ovando Candia era, en realidad,
todo lo contrario: Nació para planificar, se hizo atrapar con la disciplina
exigente de la estrategia. No dudo en aparentar debilidad -ni siquiera el 4 de
noviembre del 64, triunfante el golpe “restaurador” –y era temible cuando daba
un paso atrás, porque después daba dos o tres adelante. Así elaboro la
estrategia para derrocar al MNR y sus temibles milicianos, la fuerza civil
mejor armada de toda la historia de Bolivia.
//La historia del Siglo XX en Bolivia.
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