Foto: Los asistentes a la fiesta privada de los carnavales
de 1934 donde se conformó el Servicio Secreto Boliviano. / Por: Jorge
Quispe Condori / La Razón 29 de julio de 2013.
La Paz, 1934. El conflicto bélico entre Bolivia y Paraguay
transita su tercer año. Mientras la mayoría de la población anda ansiosa por
saber noticias del Chaco, donde centenares de soldados mueren por las balas, el
hambre y la sed; otros, como un vendedor de corbatas en inmediaciones de la
plaza San Francisco, siguen su rutina. Para todos, él solamente es eso: un
comerciante... no para los agentes especiales del Servicio Secreto Boliviano
(SSB).
Días de seguimiento han permitido al grupo de Inteligencia llegar
a la conclusión de que tras ese quiosco se esconde un espía paraguayo. El
infiltrado pasa información directa a su país sobre la movilización de tropas
bolivianas y la llegada de armamento. La red de la que él forma parte es
descubierta por la Operación Rosita. El “pila” es en realidad el capitán
Freitas, un oficial asentado en La Paz desde 1928.
“En la Guerra del Chaco peleamos además contra el espionaje
de Paraguay y sus aliados, Argentina y Chile”, expone el general de Ejército
Luis Fernando Sánchez Guzmán, autor del libro Soldados de Siempre. En él revela
las operaciones de espionaje boliviano realizadas entre 1933 y 1935. Una
aventura, al puro estilo James Bond.
Carnavales. Había transcurrido un año y cinco meses desde el
cerco a Boquerón, ocurrido en septiembre de 1932, y casi 365 días del triunfo
boliviano en la batalla de Kilómetro Siete, entre noviembre de 1932 y febrero
de 1933. En medio de esa emergencia, una fiesta privada de carnavales se
organiza ese 1934. La celebración sólo es una fachada.
Asisten civiles y militares, algunos recién llegados del
campo de acción. Entre los 48 invitados se encuentran Rosa Aponte Moreno, una
joven cruceña de 20 años; el excombatiente Gastón Velasco Carrasco, el migrante
español Alfredo Fernández Sibauti y el párroco mexicano Alfonso Ivar. La
intención: armar el que sería el Servicio Secreto Boliviano para trabajos de
espionaje y contraespionaje.
Todo el grupo, conformado íntegramente por voluntarios, es
entrenado por el alemán Karl Heming. “Karl había combatido en la Primera Guerra
Mundial y formaba parte de una colonia alemana que se identificó desde el
primer momento con la causa boliviana”, relata el general Sánchez. Otros
colaboradores germanos en la misión fueron Wálter Mass y Otto Berg. En 1934,
mientras paraguayos y bolivianos luchan a muerte en las candentes arenas
chaqueñas, el SSB alista un operativo. De Potosí llega la noticia de la
instalación de un Consulado de Paraguay en La Quiaca, Argentina. La posición es
estratégica pues el grueso del Ejército boliviano pasa por Villazón, a metros
de la frontera. Algo se cocina desde Asunción.
Rosita Aponte trabajaba en el Parlamento antes de ser
entrenada por el SSB y destinada a Villazón con un grupo de Inteligencia
integrado por otras dos damas, por Gastón Velasco y Carlos Ackerman, un experto
en cajas fuertes. La bella cruceña abre una pensión cerca de la legación
diplomática guaraní y, con la complicidad de sus dos amigas, conquista a los
funcionarios consulares, a quienes invita a un baile.
“Todo estaba planificado. Ellas entraron como ciudadanas
peruanas”, reseña el escritor. Esa noche, mientras los paraguayos se divertían,
Velasco y Ackerman ingresan al Consulado y sustraen de una caja fuerte
documentos que permiten descubrir la red de espías que operaba en territorio
boliviano.
“Cayeron argentinos, paraguayos, chilenos y hasta bolivianos
ligados a ellos”, resume Sánchez. Uno de los descubiertos fue, precisamente, el
capitán Freitas, el vendedor paraguayo de corbatas en San Francisco que enviaba
informes a su país. El delator fue fusilado en La Paz. Esta misión se llamó
Operación Rosita, por Rosa Aponte.
El mismo 1934, el SSB descubre que funcionarios chilenos que
vivían en La Paz eran agentes paraguayos. Había que hallar pruebas que los
incriminen. Y Rosa toma la misión. El SSB abre un prostíbulo por la plaza
Riosinho. Dos chilenos llegan al lugar y pasan la noche con dos damas. Al día
siguiente, ya en el domicilio de uno de ellos, por las calles Colombia y
México, ingresa un desfile militar. Los trasandinos asoman sus cabezas y junto
a ellos las dos mujeres. Desde abajo, agentes les toman fotos con las que luego
son chantajeados para dar a conocer los nombres de otros informantes. Rosa
Aponte participa de más acciones antes de casarse con un oficial. Muere en los
años 90.
Otra historia es la de Alfredo Fernández Sibauti, cuidadano
español que se cría en la ciudad de Sucre. Una vez estallada la guerra, el
Españolito —como después fue bautizado— pasa a formar parte del SSB. El delgado
hombre con grandes dotes para la actuación es encomendado en 1934 a entrar en
el corazón del enemigo. Su maestro es Gastón Velasco, el mismo que ayudó en La
Quiaca a descubrir la red de espías. El nuevo agente, que no pasa de los 30
años, una vez en Asunción y tras declarar su pretendido “odio” a los
bolivianos, logra ser aceptado en el grupo de espionaje de ese país.
Fernández Sibauti envía inestimable información a Bolivia
desde las mismas oficinas del Servicio de Inteligencia Paraguayo. Gracias a
esos datos, la cañonera Humaytá quedó fuera de acción tras la explosión de una
carga de dinamita en su caldera. Con sus informes se desbarata más redes de
espionaje y se captura agentes enemigos en Arica, Chile. Sin embargo, a fines
de 1934 el Españolito es interceptado por la Inteligencia paraguayo-argentina,
torturado y luego acuchillado en un hospital.
Sacerdote. Sólo por su apellido, Zetaro, se conocía en la
ciudad paceña a un argentino que proviene de una familia adinerada de Tucumán.
Recién llegado, en los años 30, el inmigrante se contacta con los grupos de
poder locales y en 1934 se ofrece como voluntario para ser agente de la
Inteligencia boliviana.
En su vertiginosa carrera, llega inclusive a ser el estafeta
del que después sería presidente de la República: el teniente coronel Germán
Busch Becerra. El accionar de Zetaro pasa desapercibido para todos, excepto
para el SSB.
Aquí entra en escena el mexicano Alfonso Ivar, sacerdote de
día y cazador de desertores por la noche. Llegado de México a principios de los
años 30, Ivar trabaja ya como agente secreto para el gobierno de Daniel
Salamanca. Famoso por “pescar” delatores en los bares, llega a ser Jefe de
Policía durante la Guerra del Chaco. “Dicen que andaba con sotana y con una
pistola en la cintura”, cuenta el general Sánchez.
El cura mexicano, fanático de la causa boliviana ante
Paraguay, dirige la investigación de Zetaro y descubre que el argentino es
parte de una red paraguaya de espías. Pese a la constatación, el protocolo
diplomático impide que el Gobierno boliviano tome acciones. “Era como ganarnos
un lío con Argentina”, dice Sánchez. Zetaro, expulsado del país, parte en tren
a la localidad de Guaqui. En el viaje, repentinamente se detiene la locomotora
y aparece en persona el cura Alfonso, quien ejecuta al argentino con dos disparos.
Años después, Ivar sería asesinado en Perú, en su ley.
Otra leyenda del espionaje boliviano se refiere al
“gladiador” Ustáriz. En el Curso de Cóndores Satinadores en Sanandita, Tarija,
el capitán Víctor Ustáriz Arce personifica el ideal del soldado boliviano.
Llamado Charata y Baqueano, el tarateño se convierte, desde 1923, en una
pesadilla de los paraguayos. “Como los límites entre Bolivia y Paraguay no
estaban definidos, instalar guarniciones y fortines era común antes de la
guerra, y en ello Ustáriz fue el mejor”, desliza el teniente José Luis Alarcón,
en el libro Vida y Muerte del Satinador # 1 de Bolivia. Para los militares, el
satinador es el especialista en tácticas de guerra en el frente de acción.
En los años 20, el entonces teniente Ustáriz aprende todos
los secretos del Chaco de su inseparable amigo: un mataco a quien bautiza como
Cabo Juan. Con esos conocimientos, más de una vez se infiltra en las filas
“pilas”. Su valor es reconocido en las páginas de la historia del conflicto
bélico. En 1928 desafía a la metralla enemiga y con una fracción de soldados
toma el Fortín de Boquerón de manos paraguayas.
Ustáriz recibía tratamiento médico en Buenos Aires cuando
estalla la guerra. El cerco a Boquerón, en agosto de 1932, le impulsa a volver
a Bolivia para viajar al Chaco. El ya capitán se presenta ante el entonces
general José Luis Peñaranda, el 7 de septiembre de 1932, y con una patrulla
abre una ruta hasta Toledo. Al día siguiente recibe la orden para entrar a
Boquerón y socorrer a los 600 soldados bolivianos que eran hostigados por unos
13.000 “pilas”.
Ustáriz, que conoce el terreno como la palma de su mano,
entra al cerco a las 21.00 del 11 de septiembre junto a 54 soldados y se reúne
con el teniente coronel Manuel Marzana. Es difícil resistir el embate del
enemigo, por lo que el Baqueano decide abrir una brecha. La jornada siguiente,
su destacamento en pleno ve cómo una ráfaga de metralla frena por el frente y
la retaguardia el avance del Charata en la trinchera. El capitán muere a sus 35
años. “Ustáriz muere combatiendo cara a cara con el enemigo. Herido de muerte,
cae sobre su arma besándola como si fuera una cruz”, refiere el teniente
Alarcón.
Audaz, el aporte de Ustáriz, el primer espía militar de
Bolivia, y de los agentes civiles Aponte, Fernández, Velasco, Ackerman e Ivar,
entre otros —como Elvira Llosa, que luego de casó con el dramaturgo y
periodista Raúl Salmón de la Barra— fue fundamental para Bolivia. Ellos
escribieron con gloria la historia de los espías bolivianos, agentes secretos bolivianos
que lograron descubrir la red de espías paraguayos, argentinos y chilenos que
operaba desde la ciudad de La Paz.
(Esta nota fue publicada en
2009, en la revista Escape)
Foto: La célebre Rosa Aponte Moreno, la cruceña de 20 años
que fue parte de este selecto grupo.
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Novedoso y muy interesante. El tema del conflicto Chaqueño es una pasión que llevo desde muy joven. Mi abuelo fue un "tres pasos al frente" que sirvió bajo las órdenes del Mcal. Bilbao Rioja en Villamontes. Gracias por el artículo......
ResponderEliminarGloria a esa valerosa mujer.....tan tenaz y valiente como Ustarez y muchos como él.