Por: Carlos D. Mesa / Publicado en el periódico Sol de Pando el 8 de Noviembre de 2015
El 31 de octubre de 1979 la OEA aprobó la
Resolución 426 que menciona que “es de interés hemisférico permanente encontrar
una solución equitativa por la cual Bolivia obtenga un acceso soberano y útil
al Océano Pacífico”. En sus consideraciones la resolución establecía que “es
necesario conseguir, con espíritu de fraternidad e integración americana el
objetivo señalado… y consolidar una paz estable… en el área de América
directamente afectada por las consecuencias del enclaustramiento de Bolivia”.
Hay dos elementos fundamentales en este documento;
la afirmación de que la solución definitiva para terminar con nuestro
enclaustramiento forzado es un asunto de interés de todo el hemisferio y la
afirmación de que esa solución contribuirá a consolidar una paz estable,
fundamentalmente entre Chile, Perú y Bolivia. No se tratade una consideración
puramente retórica, tiene que ver con la evidencia de una realidad histórica,
una constatación de presente y una proyección de futuro.
La estrategia geopolítica de Chile, en la más pura
línea portaliana, estableció una acción expansionista que comenzó con la guerra
contra la Confederación Peru-Boliviana en 1836 y tuvo su momento más terrible
en la invasión y conquista de territorios bolivianos y peruanos en el periodo
1879-1883.
Durante el gobierno de Pinochet se instalaron
118.000 minas antipersonales y 1.100 minas antitanques en las fronteras de
Chile con Perú y Bolivia en un momento en que se barajaban opciones militares,
particularmente con el Perú ante la proximidad del centenario de la invasión de
1879. El proceso parcial de desminado (apenas 19.000 minas desactivadas) no fue
una iniciativa de los gobiernos democráticos chilenos, sino el producto de
reiterados reclamos de Bolivia que se concretaron finalmente en la Agenda de
los 13 puntos firmada por los presidentes Morales y Bachelet, acuerdo que Chile
no terminó de honrar vulnerando la Convención de Ottawa.
En 2011 el ministro de Defensa Andrés Alemán
advirtió que sus Fuerzas Armadas son “prestigiadas y preparadas para hacer
respetar los tratados internacionales y de precautelar… la soberanía y su
integridad territorial”. No fue una amenaza aislada. En 2012 el Presidente
Piñera afirmó que “Chile defenderá la soberanía de su mar con todas sus
fuerzas”, Evo Morales respondió entonces que “no es posible que sus altas
autoridades digan que van a utilizar toda la fuerza. En mi percepción, no sólo
es una amenaza para Bolivia sino también para el Perú”.
El armamentismo es una constante de ese país. Desde
que nació como República ha gastado miles de millones de dólares en una carrera
contra potenciales enemigos o simplemente contra sombras. Chile, lo sabemos
todos, es uno de los países más armados de América Latina.Las maniobras
militares chilenas de sus tres fuerzas de tierra, mar y aire en sus fronteras
con Bolivia y Perú son, en consecuencia, parte de una lógica de largo plazo que
hace honor al implacable lema del escudo chileno. Chile dirá que este tipo de
operaciones es parte de la tarea regular de las Fuerzas Armadas en todo el
mundo. Asumamos que lo es. ¿Precisamente a algo más de un mes de conocerse el
fallo de la CIJ favorable a Bolivia? ¿Precisamente cuando vuelve a evidenciarse
la controversia sobre el triángulo terrestre entre Chile y Perú? ¿Precisamente
en la fronteras entre los tres países cuando a Chile le sobran costas para
hacer sus ejercicios? ¿Precisamente con la presencia de la presidenta Bachelet
en esas maniobras?
En estos días Heraldo Muñoz afirma que su país “no
será tímido” para cuidar su frontera. Mientras Bolivia, coherente con la
naturaleza de nuestra demanda en La Haya, ofrece un diálogo bilateral paralelo
que pueda lograr una solución consensuada a nuestro enclaustramiento forzado,
la respuesta son estas maniobras militares.La actitud de Chile de hoy
contradice claramente su teórica vocación de paz y de diálogo y, por supuesto,
entorpece un camino de distensión de las relaciones entre nuestras naciones. En
este contexto es oportuno subrayar que mucho más agresivas e hirientes que unas
cuantas declaraciones y unos adjetivos más o menos subidos de tono, son estas
maniobras con el desafiante nombre de “Huracán 2015”. Juegos de guerra que
ponen en evidencia una vocación, un estilo y un desafío que no contribuye en lo
más mínimo a que nuestros pueblos se acerquen a un clima de confianza y respeto
mutuos, basado en una genuina vocación de paz.
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