Por: Ronald MacLean- Abaroa Ex alcalde de La Paz y ex
ministro / Pagina Siete, 15 de julio de 2018. // Disponible en: http://www.paginasiete.bo/ideas/2018/7/15/ketty-abaroa-la-nieta-del-heroe-los-100-anos-de-su-nacimiento-186992.html // Fotos: 1) Ketty Abaroa (cen), con Amalia de Alarcón, Justa
de Kempff, María Elena Boheme y Gladys Krutzfeldt // 2) Ketty Abaroa. (El Deber, Página Siete.
Hoy 15 de julio se cumplen 100 años del nacimiento de mi
madre, Enriqueta Abaroa Claure. Nacida en 1918, en Antofagasta, ella fue nieta
de Eduardo Abaroa Hidalgo, el máximo héroe de la Guerra del Pacífico, cuyo
apellido resuena hasta hoy como máxima muestra de patriotismo y valentía en
Bolivia.
Ketty, como le llamábamos cariñosamente, hija de María
Claure y Eugenio, el tercer hijo del héroe, de entre cinco hermanos, fue una
mujer extraordinaria, en todo sentido de la palabra, y por eso hoy quiero
rendirle un tributo a su memoria, en el centenario de su nacimiento y a diez
años de su muerte.
La viuda e hijos del héroe, habiendo quedado en la orfandad
siendo niños, vivieron en Salta, Argentina, donde Eduardo Abaroa había enviado
a su familia para protegerla de la invasión chilena en 1879, pero luego regresaron
a Antofagasta, Calama y San Pedro de Atacama, exterritorios bolivianos, de los
que eran oriundos. Allí rehicieron sus vidas y construyeron una pequeña fortuna
familiar, la misma que fue hecha en base a la importación de ganado vacuno, en
pie, desde Salta hasta la costa del Pacífico, sacrificada actividad iniciada ya
por Eduardo Abaroa, arreando ganado a través de la cordillera de los Andes,
enfrentando su gélido clima y luego el sofocante calor del desierto de Atacama.
Esa práctica fue continuada por sus hijos.
Viviendo en Antofagasta, mi abuelo Eugenio decidió enviar
interna a mi madre, su hija mayor, a un colegio inglés en Temuco, al sur de
Chile, donde los expatriados europeos y norteamericanos de la empresa Anaconda,
dueña de Chuquicamata, la mina más grande de cobre del mundo, enviaban a sus
niñas al no poder enviarlas a Inglaterra, que era su primera opción, por causa
de las guerras y el peligro de los mares.
En ese internado es que mi madre se educó desde los 12 años
hasta graduarse como la mejor alumna, con beca para estudiar en Cambridge,
Inglaterra. Esa educación excepcional de valores victorianos se trasladó desde
el gélido sur de Chile, primero, al desierto de Atacama, se mezcló con la ética
vasca, de trabajo duro y voluntad fuerte como la del héroe, y se trasladó a
Bolivia, vía la educación de mi madre a nosotros, sus hijos.
Educada en el Temuco College, ella era una obsesionada con
la eficiencia y la “rectitud”, tanto que sus amigas la llamaban “cuáquera” por
su manera principista de ser. Era también reservada y modesta, y cultivaba el
concepto inglés de character, aprendido de su escuela, que para los sajones
tiene que ver con la integridad y la fuerza de voluntad, creyendo firmemente en
la necesidad de cultivar y fortalecer esa virtud.
Tenía asimismo un sentido de “nobleza obliga” y discreción
total en su trabajo y en el hecho de respetar estrictamente las confidencias de
sus amigas o personas que buscaban su consejo. “Era una tumba”, decían.
Si mi madre estuviera viva, me prohibiría, por ejemplo, que
escriba estas líneas sobre ella; lo encontraría absolutamente fuera de lugar.
REVOLUCIÓN DE ABRIL
Cuando ella era joven, las mujeres en Bolivia generalmente
no ejercían ni intervenían en política, con pocas excepciones, en general, mal
vistas. En la década del 50, por ejemplo, las mujeres de clase media y alta que
combatían al MNR ejercían la política desde lugares de bajo perfil, apoyando
quizás a sus maridos o haciendo labor humanitaria, pero raramente interviniendo
en el debate ideológico, en la lucha de las ideas o en la discusión abierta. Mi
madre sostenía ideas políticas de avanzada, democráticas y de derechos humanos,
cuestionando las injusticias sociales del ancien régime, pero a la vez
censurando los abusos, la represión y la corrupción del nuevo gobierno
movimientista.
Después de la Revolución de 1952, mi madre fue parte
importante, con Carmela Reyes Ortiz, de una organización clandestina de mujeres
que ayudaba a los perseguidos del régimen: políticos confinados a campos de
concentración, familias súbitamente llevadas a la miseria por la expropiación y
muchas veces robo de sus pertenencias, viudas refugiadas en las casas de sus
exempleadas domésticas, hijos abandonados por el exilio de sus padres. Y
ocultaban también a jóvenes cadetes que habían combatido en la revolución
defendiendo al gobierno y en algunos casos quedaron mutilados en la lucha o por
la represión en los campos de concentración o el control político de Claudio
San Román. Fue una labor heroica y peligrosa.
SOLIDARIDAD EN SANTA CRUZ
Cuando mi familia se fue a vivir a Santa Cruz en 1960, ella
encontró gran afinidad con la cruceñidad de esa época, cuando la gente valía
por lo que era y no por lo que tenía. Había un gran sentido señorial del honor
y la caballerosidad, por lo que se identificó totalmente y decidió vivir el
resto de su vida allí hasta que murió el 2008.
Allí se dedicó a la obra social silenciosamente. Fue
voluntaria del Hospital San Juan de Dios y fundadora e impulsora de PRONIDES
(Pro niños desnutridos), que creó inicialmente cuatro guarderías populares que
recibían infantes de familias pobres, de entre 0 y 5 años, para combatir su
desnutrición infantil, brindarles estimulación intelectual temprana, enseñarles
higiene y darles educación. Al graduarse, los infantes eran aceptados en
primero de primaria por su avanzado estado de desarrollo psicológico,
intelectual y motriz. Para esto mi madre se inspiró en la metodología del
prestigioso doctor Fernando Monckeberg, quien logró quebrar la desnutrición en
Chile gracias a que él fue un pionero en el tema y prácticamente acuñó el
término “desnutrición”, que se desconocía en la década del 50.
Así, durante tres décadas junto a sus voluntarias, hicieron
posible que miles de infantes que provenían de hogares muy pobres lograran
acceder a una educación digna y sean hoy, en su mayoría, destacados
profesionales. Ella perteneció al Comité Cívico Femenino y fue condecorada por
la cruceñidad.
Por último, influenció mucho en mi vida. Ella fue mi escuela
de formación ética y se constituyó en mi crítica más severa cuando yo cumplí
deberes de alcalde o ministro. Siempre trató que mantuviera los pies sobre la
tierra, que el poder no me llegara a la cabeza y que mi conducta fuera
impecable en el ejercicio de la función pública.
Sus ideas encontraron eco en mi concepción y práctica de la
vida y la política y esa manera de ser y ver la vida pública, se lo debo
enteramente a ella: mi madre.
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