Fotos: 1) Franz Tamayo, autor del ensayo Creación de la Pedagogía
Nacional (1910), que plantea una educación para Bolivia que deje de imitar los
modelos extranjeros. / 2) Franz Tamayo Solares de niño, nació en La Paz el 28 de
febrero de 1879, mes y año en el que se declaró la Guerra del Pacífico. A los
diez años decidió cambiar su nombre original de Francisco por el de Franz. / 3) Su padre, Isaac Tamayo, tuvo cuatro hijos con la muchacha
aymara, Felicidad Solares.
LA FAMILIA
Franz Tamayo nació en la ciudad de La Paz el 28 de febrero de 1879 -en pleno
conflicto internacional con Chile-, y murió en la misma ciudad el 29 de julio
de 1956. Fue el primogénito del abogado, político y diplomático Isaac Tamayo
Sanjinés, quien, después del desastre de la Guerra del Pacífico, partió rumbo a
Europa con sus propios recursos, como lo haría años más tarde, estableciéndose
en París con su familia durante la revolución federalista de 1899.
Según sus biógrafos, Isaac Tamayo Sanjinés sirvió al gobierno
de Hilarión Daza y llegó a ser Prefecto de La Paz y Ministro de Hacienda del
presidente conservador Aniceto Arce. Aunque fue un estudioso entroncado en el
gamonalismo, tuvo certeros atisbos sobre el problema del indio, al que
consideraba, a pesar de las corrientes racistas y anti-indigenistas profesadas
por las clases dominantes de la época, el núcleo fundamental de la nación
boliviana. Su obra sociológica “Habla Melgarejo” (1914), firmado con el
seudónimo Thajmara, explaya la tesis fundamental de que el tirano fue el
producto de la sociedad boliviana, de todos sus vicios y no un hecho
accidental.
Franz Tamayo asimiló desde su infancia las ideas y
experiencias de su padre, el mismo que, consciente de la aguda inteligencia y
la enorme capacidad asimilativa de su primogénito, le procuró una educación
privada de humanidades, con asignaturas que incluían lecciones de piano,
alemán, inglés y francés.
De su madre, doña Felicidad Solares, se sabe poco y lo
poco que se sabe es que fue una mujer de sangre indígena y dedicada
íntegramente a la crianza de sus siete hijos. Mas por el amor y la admiración
con que Franz Tamayo se refiere a ella, se deduce que, a través de sus
sentimientos maternales y hablándole en la dulce lengua de sus antepasados, le
transmitió la sensibilidad para captar las vibraciones de la naturaleza, la
belleza del paisaje altiplánico, la nobleza de una raza injustamente
menospreciada por los colonialistas; pero, ante todo, con ella aprendió a
sentir orgullo por su abolengo aymara y a no tener desdén por los valores
culturales de sus ancestros. No en vano, en un furibundo documento de respuesta
a Fernando Diez de Medina, apuntó: “Por la línea materna en mi raza y en mi
sangre no hay birlochaje -muchacha proveniente del cruce de la chola
y el criollo, y que ya cambió la pollera por el vestido occidental- (...) En mi
madre por ningún lado aparece el mestizo, el híbrido ni la mula (...) En mis
venas y gracias a mi madre, no hay una gota de birlochaje putrefacto” (Baptista
Gumucio, 1983: 40).
La infancia de Franz Tamayo, que transcurrió entre la casa
solariega de la ciudad y las propiedades rurales de su padre, estaba marcada
por el amor de sus progenitores y la grata compañía de sus hermanos, con
quienes compartía los juegos y las fantasías propias de su edad. En su
adolescencia entró en contacto con las culturas, las lenguas y los escritores
del Viejo Mundo. Uno de los que mejor supo tocar sus fibras íntimas fue Víctor
Hugo, cuyas obras leía en francés y con pasión inusitada.
Franz Tamayo retornó a Bolivia en 1904, pero se
ausentó nuevamente gracias al sostén económico de su padre, quien lo mandó a
estudiar en La Sorbona de París. En Londres conoció a la joven francesa Blanca
Bouyon, con la que contrajo matrimonio sin el previo consentimiento paterno.
Tras vivir un tiempo en Europa, la pareja se trasladó a Bolivia, donde convivió
algunos años más, combinando el ambiente urbano con el rural, hasta que la
unión se rompió de manera inevitable, debido, en parte, a desavenencias
culturales. Las dos hijas del matrimonio, Blanca y Anita, fallecieron a
temprana edad. El amor que Tamayo sentía por la francesa, según algunos,
inspiró el célebre poema “Balada de Claribel”, una auténtica joya de la lírica
hispanoamericana.
Tiempo después, al cumplir los treinta años de edad, Tamayo conoció a Luisa
Galindo, una mujer de singular belleza y carácter afable, que le cautivó el
corazón y le alivió el dolor sentimental de su matrimonio anterior. Y, a pesar
de la oposición de su madre y sus hermanos, Tamayo, en una actitud que denotaba
su rebeldía juvenil, formalizó su relación con Galindo, sin necesidad de acudir
al registro civil ni a la iglesia católica. Así, y por varias décadas,
empezaron a compartir los instantes más felices junto a sus hijos, pero también
las adversidades que la actividad pública le deparó al insigne poeta y pensador
fecundo, quien acabó siendo admirado por unos y criticado por otros, sobre
todo, por quienes en los corredores del poder político se declaraban sus
adversarios ideológicos. Vivió en una casona de La Paz y en su hacienda de
Yaurichambi -situada cerca del majestuoso Illampu y el lago Titicaca-, que
adquirió en 1910 y donde creó gran parte de su producción literaria.
EL POLÍTICO
De Franz Tamayo, personaje de tendencias liberales en la
cultura y la política, se sabe que terminó sus estudios secundarios en el
Colegio Nacional Ayacucho de La Paz, que obtuvo su título de abogado en un
examen de excepción rendido en la Universidad Mayor de San Andrés y que durante
su estadía en Europa cursó estudios de filosofía, literatura y ciencias
políticas, aparte de que aprendió el griego y el latín.
A partir de 1910, compaginó su vocación literaria con su
participación activa en la política. Fundó, junto con otros jóvenes
intelectuales, el Partido Radical en 1911, que tuvo existencia efímera por la
falta de experiencia y solidez organizativa. Su pasión por los problemas
nacionales y sus deseos de terminar con el “bandidismo gubernativo”, lo
llevaron a desempeñar numerosas tareas en la administración pública: Presidente
de la Cámara de Diputado, Delegado de Bolivia ante la Liga de las Naciones para
presentar y debatir los reclamos marítimos, Asesor Jurídico del Ministro de
Relaciones Exteriores y Canciller de la República.
Tanto sus simpatizantes como sus adversarios lo recordaban
siempre protagonizando memorables discusiones con el también poeta Ricardo
Jaimes Freyre en el parlamento y con otros representantes del Partido
Republicano de Saavedra. Sus poses y su retórica, capaces de deleitar,
persuadir y conmover, lo destacaban como a un orador consumado y polemista
temible. Claro que detrás de la actitud del político estaban los conocimientos
y la inteligencia de un hombre que supo ganarse el respeto a fuerza de medir
sus argumentos con la mediocridad de sus contrincantes.
Franz Tamayo desarrolló una amplia labor como periodista.
Fue fundador de “El Fígaro” (1913), “El Hombre Libre” (1917) y director del
matutino “El Diario”. Asimismo, ejerció la cátedra de sociología en la
Universidad Mayor de San Andrés de La Paz y colaboró con varias publicaciones
nacionales y con el “Amauta” del peruano José Carlos Mariátegui, entre otras.
El 11 de noviembre de 1934, en plena Guerra del Chaco, fue
elegido Presidente de Bolivia por imposición de Daniel Salamanca. Y si no
asumió el cargo, a punto de ser investido, fue debido a un golpe militar que
anuló la elección considerándola ilegítima. De todos modos, aquí surgen las
preguntas obligadas: ¿Qué hubiera hecho el poeta desde la silla presidencial?
¿Hubiera acabado con la oligarquía minero-feudal, que por entonces ostentaba el
poder político y económico del país? ¿Hubiera proclamado la justicia social
para los desposeídos? La incógnita de esa historia no se llegará a saber nunca,
aunque por todos es conocido que Tamayo no fue pobre sino un señor. “Un gran
señor feudal, dueño de haciendas y de indios”, como irónicamente lo definió
Tristán Marof. Más Todavía: “Tamayo fue un burgués liberal (...) Un señor de
sombrero de copa, un conservador de los privilegios de su casta y de su país”
(Marof, 1961: 161).
Franz Tamayo, a pesar de las críticas insensatas y los
comentarios malintencionados, ha sido uno de los propulsores del nacionalismo
boliviano que, años más tarde, se vio reflejado en la revolución de 1952; un
proceso que impulsó la nacionalización de las minas, el voto universal y la
reforma agraria, pero sin resolver plenamente las tareas democráticas burguesas
pendientes.
El político en Tamayo se frustró mucho antes de que empezaran las reformas de
la revolución nacionalista presidida por Víctor Paz Estenssoro. Nadie sabe
exactamente cuáles fueron las causas que motivaron su alejamiento de la vida
pública. Probablemente se debió a la desilusión que sintió por los políticos de
turno o al fracasó en su intento por forjar un país con una visión que se
extendía más allá de la mente chata de sus contemporáneos, quienes tenían la impresión
de que Tamayo, acostumbrado a sentir el dolor metafísico ante los enigmas del
mundo y sus asuntos, contemplaba la realidad montado sobre las nubes, como todo
genio que no siempre encuentra la compresión entre el resto de los mortales.
La prueba de su genialidad aparece citada en el “Diccionario
de la Literatura Boliviana”, donde se refiere la siguiente anécdota: “En 1954,
el Departamento ‘This I’ Belive’, de una empresa norteamericana de revista y
radio, invitó a un grupo selecto de intelectuales y científicos, entre ellos a
Einstein y Tamayo, para explicar en forma sintética su pensamiento filosófico.
Así, a comienzos de 1955, ‘El Diario’ de La Paz registró en sus páginas este
acontecimiento, relievando la participación de Tamayo. Frente a los hechos de
entonces, exponía una concepción vitalista, manifestando que la inteligencia y
la acción del hombre se perdían ‘en un mar de síntomas y detalles, en el fondo
secundarios, pero por otra parte indispensables para la polémica conducción de
la vida. Pocos se abstenían del vértigo de la luna’ -decía-, ‘porque abstenerse
del todo es también imposible (el APEKHOU griego). Pocos tienen la fuerza de
alcanzar un plano superior al plano superficial en que todos vivimos y
luchamos, y alcanzar un plano superior de mejor verdad y mayor realidad (una
cosa triste: hasta en la verdad hay gradaciones)” (Cáceres Romero, 1997: 235).
Apartado del compromiso político, y ante la necesidad de
seguir transmitiendo su erudición a través de los versos, se recluyó en su casa
vetusta y colonial de la calle Loayza y, como su padre, se entregó a la
soledad, rechazando los compromisos sociales y el trato con la gente. Se cuenta
que en las postrimerías de su vida, pasaba los días sólo en compañía de sus
seres más allegados, dedicado a la meditación filosófica, a su quehacer
literario y a tocar las notas de Chopin en el piano; un instrumento que amó
desde niño y a través del cual aprendió a amar la música clásica.
Franz Tamayo, por mucho que haya muerto en la soledad,
quedó para siempre en el corazón palpitante de un pueblo que, en honor a la
verdad, sabe reconocer y defender a los hombres cuyas mentes iluminadas son el
mayor orgullo de una nación en busca de su propio destino. Tamayo fue el poeta
más grande de Bolivia, un defensor de la raza aymara, un estadista honesto y un
ejemplo para las generaciones de ayer y de siempre. Su incursión en la
política, casi en desmedro de su creación literaria, no impidió que su gran
legado de intelectual trascendiera como una luz brillante en la tierra que
tanto ocupó su tiempo y su talento.
El modernismo en la poesía boliviana irrumpió con figuras
como Manuel María Pinto, Ricardo Jaimes Freyre (con su ya famosa “Castalia
Bárbara”), Gregorio Reynolds y, el mayor de todos, Franz Tamayo; una verdadera
revelación que sacudió los cimientos de la versificación castellana junto a
casos geniales como Rubén Darío y Leopoldo Lugones.
Los críticos aseveran que algunas de sus obras, aun
perteneciendo al género dramático, se han analizado siempre como piezas
líricas, debido a su gran carga poética tanto en la forma como en el contenido.
De ahí que “La Prometheida” (1917), al lado de “Scherzos” (1932), “Scopas”
(1939) y “Epigramas griegos” (1945), es una de las creaciones donde más
resplandece el talento poético de Tamayo, no sólo porque representa una
grandiosa tragedia humana, con personajes de la mitología greco-romana, sino
también porque constituye una sinfonía lírica en la cual la musicalidad del
idioma encuentra su más alta expresión, unida a una sinestesia, cuya imagen o
sensación subjetiva, propia de un sentido, está determinada por otra sensación
que afecta a un sentido diferente, como una suerte de disco cromático en el
cual las palabras expresan la diversidad de los colores. “Tamayo pretende
hablar con los sonidos de las palabras que emplea, y en ello estriba buena
parte de su originalidad”. Por ejemplo, el canto de Melifrón “es de una armonía
imitativa de tan certeros efectos que demuestra cómo se puede expresar, con el
sonido de las palabras antes que con el sentido de éstas, largamente, la
melancólica voz de un ruiseñor en el preciso momento en que va a producirse la
muerte de la protagonista” (Castañón Barrientos, 1990: 105).
Así como su poesía destaca por la cadencia de las palabras
y la armonía musical, destaca también por las transgresiones literarias y su
deslumbrante dominio del idioma que le permite, además de desnudar su alma de
manera sabia y profunda, ensayar nuevos giros idiomáticos y técnicas literarias
sin precedentes.
Como todo hombre universal, con un vasto bagaje cultural y
una hipersensibilidad a toda prueba, cultivó la mayoría de los géneros y en
todos ellos fue innovador y creativo. Sus libros, escritos en verso y en prosa,
abordan temas con un alto valor ético y estético. En ellos revela la fuerza de
su inteligencia, su amplio conocimiento de las ciencias filosóficas y las artes
en general. Algunos lo consideran el poeta boliviano por excelencia, mientras
otros lo tratan como al vate iberoamericano digno de ser conocido, leído y difundido
más allá de sus fronteras nacionales. Nadie pone en duda que fue supremo
artífice del arte de versificar con la precisión de un orfebre.
El crítico literario Nicolás Fernández Naranjo, con
respeto y admiración ante una obra y un autor de proyecciones universales,
afirma en su comentario: “Tamayo es un poeta de extraordinaria dimensión
artística. Su conocimiento de la lengua castellana asombra; nos deja atónitos
su maestría y culto de la perfección. Formado en la escuela de Goethe, habría
‘preferido una revolución a un desorden’; no se hallan ripios, lugares comunes
ni ‘rellenos’, ni tampoco prosaísmos en su obra poética (...) Los metros
favoritos de Tamayo fueron el endecasílabo y el heptasílabo. Sus rimas son
ricas, magistrales. Sensorialmente, era colorista: hay en sus versos derroche
de sensaciones de color. Sentía atractivo y cultivaba a la perfección las
figuras: las aliteraciones, las ‘derivaciones’, las onomatopeyas; en el
retruécano no tiene rival; sus metáforas son igualmente ricas, inesperadas,
asombrosas (...) Leyendo sus versos, se nota el trabajo de síntesis: sentía
predilección por las fórmulas lapidarías, los pensamientos más densos
expresados en pocas palabras” (Fernández Naranjo, Gómez de Fernández, 1973:
80).
Por otra parte, es preciso señalar que el poeta andino,
aunque empapado de una sabiduría greco-latina, no dejó de rendirle homenaje a
su ascendencia escribiendo, a veces con un dejo de melancolía y pesimismo,
versos que reflejan el espíritu de los habitantes del kollasuyo y la geografía
física de una nación enclavada entre las cumbres nevadas de la cordillera
andina, sin acceso al litoral, rodeado de llanuras y de selvas.
Estaba convencido de que había una profundidad y grandeza
en el espíritu aymara y en los enigmas telúricos del altiplano. Por eso mismo,
con una dicción impecable y una intuición natural para el manejo del lenguaje
figurativo, en su poesía elevó un canto sinfónico a las virtudes y costumbres
de su raza, a las imponentes montañas, a las pampas yermas y, por último, a la
belleza de un país mágico y secreto, que Tamayo supo interpretar por medio de
su inteligencia innata y sus metáforas, como quien posee una personalidad
prodigiosa que deja estelas por doquier.
Si bien es cierto que su búsqueda de un lenguaje efectivo, basado en las
lenguas clásicas y modernas, lo convirtió en un innovador del arte poético, es
cierto también que el manejo excesivo de un vocabulario rebuscado, lleno de
neologismos y voces extrañas, lo convirtió en un poeta casi impenetrable para
la mayoría de los lectores, pues, paradójicamente, siendo uno de los poetas
bolivianos más renombrados, es uno de los menos leídos.
El hermetismo de Tamayo, de manera consciente o
inconsciente, ha contribuido a que su poesía sea poco conocida en el continente
americano y casi desconocida internacionalmente. Sus obras no han circulado
debidamente, ni siquiera en las bibliotecas públicas ni académicas. Y, claro
está, menos entre los lectores que por razones económicas no tienen acceso a la
literatura en general, y menos aún a los libros de poesía; un género apreciado
apenas por un reducido círculo de lectores acostumbrados a pasarse los libros
de mano en mano, de reunión en reunión, de tertulia en tertulia.
Sin embargo, valga reconocer que la limitada difusión de
la poesía de Tamayo obedece, por otro lado, a factores socioeconómicos,
históricos e incluso geográficos. Según Mariano Baptista Gumucio, por citar un
caso, el desconocimiento de Tamayo “tiene que ver con el encierro físico y
espiritual en que se halla Bolivia y con el menosprecio que los poderes
públicos y los empresarios del nuevo riquismo vacunado sólidamente contra
cualquier expresión del espíritu, manifiestan hacia la cultura. Para las gentes
obnubiladas con el nuevo becerro de oro del desarrollo bien poco importa que la
obra de autores como Tamayo, sea divulgada en el exterior. Si no hay una sola
reedición de sus libros de poemas y hasta ahora no se ha recopilado sus ensayos
y artículos dispersos en diarios y revistas, ¿cómo podemos imaginar que se le
conozca fuera del país” (Baptista Gumucio, 1983: 21-22).
De sus trabajos en prosa es necesario citar “Horacio y el
arte lírico” (1915), “Proverbios sobre la vida, el arte y la ciencia” (2 vols.
1905-1924) y, como no podía faltar, su polémica “Creación de la pedagogía
nacional” (1910), conformada por una serie de 55 editoriales publicadas en “El
Diario” de La Paz, y que, contrariamente a lo planteado por Alcides Arguedas en
“Pueblo enfermo”, aborda con lucidez aspectos de la educación boliviana desde
una perspectiva indigenista y nacional; se trata de un auténtico ensayo
filosófico que, por su trascendencia y por el impacto que tuvo -y sigue
teniendo-, merece un análisis profundo y una nota aparte.
INCOMPRENDIDO
Tamayo autor de los poemarios: Odas (1898); La Prometheida
o las Oceánides (1917); Nuevos Rubayat (1927); Scherzos (1932); Scopas (1939) y
Epigramas griegos (1945), tuvo una recepción académica divergente. Esto lo
presintió tempranamente el crítico literario Carlos Medinaceli, quien
manifestó: “En sus trabajos en prosa nunca deja de acompañarle el buen gusto y,
en cambio en sus versos, porque en realidad abusa del color, llega como en
ciertos pasajes de sus poemarios a lo churrigueresco y lo estridente e incurre
otras veces en metáforas e imágenes de evidente mal gusto”. En vida, el poeta
Franz Tamayo fue considerado como erudito, arrogante, huraño, complicado y
hasta loco. Esta conjunción de calificativos llevó a la sobreestimación e
incomprensión de la ampulosa prosa tamayana, cargada de retórica, latinajos y helenismos.
Curiosamente, la multifacética obra de Tamayo se redujo al
texto denominado Creación de la pedagogía nacional, quedando en segundo plano
su laureada labor poética, sus mensajes a la juventud, sus elocuentes discursos
y sus magnánimos adagios sobre la vida, el arte y la ciencia.
Desde el punto de vista de la ensayística, Creación… es
considerada –por parte de historiadores, periodistas, literatos y políticos–
una de las obras capitales de la literatura boliviana en el siglo XX.
EN “FELIPE DELGADO”
Un ejemplo ilustrativo del convencionalismo literario
sobre la obra de Tamayo puede ser advertido en la novela Felipe Delgado (1979)
del venerado poeta Jaime Saenz. En uno de sus pasajes, el protagonista Delgado
afirma: “Imagínese, el libro más importante (Creación de la pedagogía nacional)
que jamás se haya escrito en Bolivia. Yo nunca me cansaré de leerlo. Aquí sí
que Tamayo se nos presenta de cuerpo entero. Aquí sí que se plantea la
verdadera revolución para el surgimiento de la nación que debemos ser”.
Más adelante, Saenz desentraña al enigmático Tamayo con el
siguiente argumento: “Le tememos por su fuerza y lo odiamos por su sabiduría.
Él sabe lo que es Bolivia y nosotros no. Él vive el peligro y nosotros no. Él
conoce al indio y nosotros no. Él habita en el Ande y nosotros no. Y Tamayo a
su vez nos teme y nos odia. Nos odia porque no hemos sabido conocerle, y nos
teme porque nos necesita… El hombre común, el ciudadano anónimo, el hombre de
la calle, ama y comprende al poeta. No se requiere ser sabio para emocionarse”.
Del mismo modo, el escritor Néstor Taboada Terán, en el
libro Franz Tamayo. Profeta de la rebelión (2007), lo personifica como “el
supremo señorío de la inteligencia, de temperamento volcánico, de impetuosa
vehemencia… En la palabra y la escritura de Franz Tamayo resuenan los ruidos de
sonidos profundos, pensador insondable y polemista despiadado”. Estas
apreciaciones románticas pueden ser puestas en entredicho al rastrear el
contexto sociopolítico en el que se desenvolvió el trovador de los Andes.
PERFIL SIN EXAGERACIONES
El poeta Franz Tamayo ingresó al mundo de la política a
través del periodismo. Empezó a escribir artículos sobre cuestiones políticas
en el periódico El Tiempo, inmediatamente recogió sus breves notas y publicó el
folleto Doce artículos (Imprenta Velarde, La Paz, 1909). Al año siguiente fue
nombrado Director del matutino El Diario. A raíz de ello, Tamayo esbozó 55
editoriales (del 3 de julio al 22 de septiembre de 1910). A las pocas semanas,
reeditó sus escritos con el llamativo título de Creación de la pedagogía
nacional (Editoriales de El Diario. La Paz, 1910).
En el preámbulo del texto, el propio Tamayo reconoce la
poca profundidad de sus apreciaciones por “todos los inconvenientes de una
producción periodística, rápida, sumaria y forzosamente desordenada e
incompleta”. Esto explica las múltiples incoherencias, confusiones y
contradicciones de su crítica a la reforma educativa de principios del siglo
XX.
La obra capital de Franz Tamayo termina por ser un libro
disperso y fragmentario, en donde no propone de manera objetiva una alternativa
de educación al modelo belga, sino, simplemente un pomposo título cargado de
buenas intenciones. Paradójicamente, este libro es el más divulgado del autor
hasta el día de hoy. En este sentido, Tamayo sentenció: “Ni los hombres ni los
libros son libres de escoger su destino: habent sua fatali belli (según la
capacidad del lector, los libros tienen su destino)”.
El proceso político postguerra del Chaco (1932-1935)
estuvo marcado por una fuerte ideologización en la esfera pública, que
determinó la forma de percibir la historia y la cultura hasta el día de hoy.
La relación tortuosa entre política y cultura puede ser
advertida en los ideólogos del MNR, quienes dogmatizaron a dos figuras de la
cultura boliviana: por un lado, ensombrecieron al intelectual Alcides Arguedas
con el calificativo de “antipatria” y condenaron el libro Pueblo enfermo; por
otro lado, enaltecieron al poeta Franz Tamayo y canonizaron el texto Creación
de la pedagogía nacional.
En el gobierno de Gualberto Villarroel –a través del
Ministerio de Educación, Bellas Artes y Asuntos Indígenas– reimprimieron el
libro Creación… con el epíteto: “En homenaje al ilustre polígrafo Franz Tamayo
(se) reedita esta obra fundamental para la pedagogía boliviana”. Como se sabe,
Tamayo legitimó a la logia militar RADEPA en alianza con el MNR, primero como
parlamentario y luego como presidente de la Asamblea Constituyente. Años
después, en el primer gobierno del MNR, el libro Creación… fue distribuido
profusamente en toda Bolivia, quedando en el imaginario social una
sobrevaloración a la labor política, pedagógica, intelectual y poética de Franz
Tamayo.
El escritor Augusto Céspedes –uno de los principales
ideólogos del movimientismo revolucionario– exaltó de modo enigmático, seductor
y jocoso la figura de Tamayo: “Cabeza grande, tronco pesado como que es de
piedra, extremidades cortas de paso rápido, saco largo y pantalones a la altura
del tobillo, todo coronado no por la encina sino por un sombrero de paja que
también sirve de molde para la fabricación de quesos en su hacienda,
constituyen a Tamayo elegancia y armonía”.
Además, el Chueco Céspedes le adscribe los siguientes
calificativos: monolito pensante, Tamayo el cerebral y el erudito rítmico.
Sin consciencia –o con profunda ironía– el Chueco Céspedes
dio en el clavo al llamar al gran Tamayo monolito, es decir, un exponente
ceremonial, inmóvil, histórico y artístico, el monumento de piedra de una sola
pieza, y al mismo tiempo “rítmico”, lo que hace alusión a la principal destreza
de Tamayo: la versificación musical.
Actualmente, la figura del Hechicero del Ande es percibida
de modo enigmático en el imaginario social boliviano. Por ejemplo, hasta el día
de hoy reza en la pared de la calle Loayza –en donde vivió Tamayo– el siguiente
cartel que dice: “Tamayo es la personificación de la ciudad; gigante en su
capacidad como el Illimani que la protege, arrogante y complicado como su
caprichosa geografía; único en su obra; como única es nuestra ciudad en su
cósmica belleza...”.
Ante esta idea tan generalizada, continúa vigente la
pregunta que se hizo el Chueco Céspedes en su ambivalente valoración al
personaje Tamayo: “¿Es su pensamiento inextricable, es evidencia de ineptitud
para realizarse sencillamente o es más artificio intencionado para deslumbrar a
los bobos?”
Articulo recopilado de:
- Franz Tamayo, el insigne poeta boliviano. De: Víctor Montoya,
Publicado en Aurora Boreal. Disponible en: http://www.auroraboreal.net/index.php?option=com_content&view=article&id=687:franz-tamayo-el-iinsigne-poeta-boliviano
- La construcción cultural del poeta Franz Tamayo. Artículo
de: Freddy Zárate, publicado en el matutino Correo del Sur el 2 de octubre de
2017. Disponible en: http://correodelsur.com/punoyletra/20171002_la-construccion-cultural-del-poeta-franz-tamayo.html
- Un Museo para Tamayo. Artículo de: Mabel Franco, publicado
en el matutino La Razón el 17 de junio de 2012. Disponible en: http://www.la-razon.com/suplementos/escape/Museo-Tamayo_0_1633036737.html
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INTERPRETACIÓN DE LA INTERPRETACIÓN: FRANZ TAMAYO/HECHICERO
DEL ANDE
Por: Henry Ríos Alborta – La Patria – Revista Dominical, 5 de
junio de 2011. // Disponible en: http://www.lapatriaenlinea.com/?nota=70917 // Foto: Franz Tamayo.
Fernando Diez de Medina, escritor nacional (y nacionalista),
escribía en el prólogo de 1942 a su libro "Franz Tamayo/Hechicero del
Ande": "Mas hay un territorio esquivo al método, anclado allende las
tesis y los cánones. Ni reglas ni preceptos. Nada se prueba. Se penetra
todo".
Tierra, pueblo, hombre; relaciónanse, influyen en la morfología existencial del
poblador, según el biógrafo. Allende el lugar común; descomponer y componer
esos tres componentes, analizar en qué medida, cuándo, por qué imprimen su sino
en el Ser, es la tarea que Diez de Medina, telurista insigne, ha realizado. Con
los instrumentos que una formación humanista, autodidacta, vernácula y
universal dan al escritor consagrado, forja la interpretación del fenómeno
psicológico que habita en el grande artista y pensador Franz Tamayo, a la vez
que construye una tesis verídica ciertamente de la realidad nacional, las taras
y prejuicios, las grandezas y valores de la Patria son bosquejados a través del
hombre, al fin y al cabo, el que construye y destruye la sociedad.
Profundo en la interpretación de la psique individual y colectiva, trátase de
un bosquejo de la existencia (Dasein en buen alemán), que tanto ha ocupado a
Heidegger. El filósofo germano la persiguió en un sentido general (ontológico),
el escritor boliviano a través del Ande, el pueblo y Franz Tamayo. Ambos
significaron hitos para el humanismo.
"La pérdida de ideales -dice Manuel Frontaura Argandoña- es el fruto de la
negación sistemática de los valores humanos que forman una tradición y hacen
una patria; la ausencia de vidas ejemplares conduce al derrotismo en la
conducta pública, todo lo cual lleva a la ausencia de espiritualidad y al
crecimiento monstruoso del materialismo egoísta, propio de nuestros
tiempos". Este juicio autorizadísimo figura en la página diez de "El
Dictador Linares", biografía señera del primer Presidente civil que tuvo
Bolivia, su autor, autor también de "El Litoral de Bolivia", su
"Opus Magna", según Diez de Medina, comparte con éste la
trascendencia de la actividad biográfica y espiritual para la vindicación
nacional. Fernando dedicó un ensayo al escritor potosino. Muéstrase así, que
Bolivia ha tenido figuras importantes en los campos de letras, bastardo es
negarlo. Aún más, significativo es, debe ser la patentización de esas mentes
para el crecimiento auténtico nacional, o sea, espiritual, activo.
Sigamos con el Hechicero. "Al paisaje áspero y fuerte -anota Diez de
Medina- corresponde el habitante hosco y enigmático. Forma humana de la tierra
tormentosa, cruel, contradictoria, expresión concentrada del medio singular que
lo engendra, lo nutre y fortifica. Tamayo es el espejo psicológico de la
montaña. Nunca mayor complejidad. Jamás tal nudo de problemas. ¡Vaya uno a
saber dónde nacen, se oponen, se combinan, se destruyen y recomponen las
acciones y pasiones del montañés! Como las cimas y los precipicios en la
sierra, el todo es una pugna de contrarios; el detalle, la variedad en el
contraste".
Incisividad, interpretación; el "gran mestizo", Franz Tamayo, la existencia
del humanista, del artista, del pensador, ajeno a las maquinaciones de la
estulticia, el forjador de carácter, quien reclamara el "carácter
nacional"; la Hélade, Roma, Alemania de Schopenhauer, Nietzsche o
Spengler, la música y la sensibilidad de Beethoven. Ergo, la formación
tempranamente misántropa (en sentido generoso y no patológico) del hombre. ¿Más
preciso sería decir solitaria? Huelgan temores.
Formóse solitario el hombre, Sócrates, Platón, Aristóteles, Horacio, Homero,
Cervantes, Shakespeare, Víctor Hugo, Schopenhauer, Nietzsche; no fueron,
ciertamente, personas materialmente presentes; "amigos" como tan
falsamente hoy se vocifera; antes bien, fueron maestros, seres que escribiendo,
trascribiendo su ciencia moral, los principios rectores, su inteligencia y
humanidad, la autenticidad individual, la Historia, la política y la ética,
constituyeron amigos en un sentido ideal, más próximo a la verdad, para Franz
Tamayo. "Ciertos espíritus jóvenes aman la independencia y la libertad de
acción. Dejarlos; pues si son lo bastante fuertes y justos, siempre encontrarán
su vida y su ley; y si no lo son se perderán bajo el mejor maestro y en la
mejor escuela".
Pocos han comprendido el quehacer biográfico, filosófico o histórico como
ocupación íntegra, no muchos le han dado lugar principal en su existencia;
Fernando Diez de Medina es uno de esos pocos, Franz Tamayo, ciertamente, otro.
Parejo al bosquejo y análisis biográfico, corre el ensayo político. Cierto es,
inexorable, tal vez, que la política es la válvula de escape para las sanas
inquietudes del espíritu culto, recto y humano. Tapar esa válvula con
reticencias absurdas podría significar la perdición del inquieto, y de su
colectividad.
"Eliminado por los conservadores, -escribe Diez de Medina- que aseguran
las presidencias de Pacheco, Arce, Baptista y Alonso, los liberales conspiran
hasta 1899, año en el cual derrocan al último gobierno conservador enarbolando
la bandera federalista".
"El pretexto era absurdo. El federalismo equivalía a la desintegración
nacional. Se necesitaba un motivo para arrebatar la sede de gobierno a Sucre y
trasladarlo a La Paz, ciudad de mayor población, mayor movimiento comercial y
más fácil acceso a las costas del Pacífico. Detrás de ambas causas -aparente
una y otra real- existe una tercera, no bien precisada por los historiadores.
Es el viraje violento que sufre la psicología colectiva después de tres cuartos
de siglo de caudillismo militar y tradicionalismo. El llano aflojó los resortes
políticos del país. Los doctores de Chuquisaca, las familias linajudas, la
tradición, el clero y la aristocracia no pueden contrarrestar el empuje de los
hombres del norte, cuya sangre ‘kolla’ exige empresas más enérgicas para la
nación. Los liberales, explotando las tendencias populacheras y dinámicas de
fin de siglo, escalan atrevidamente el poder. Si es lamentable recordar que lo
hicieron a costa de una lucha civil, no es justo olvidar que el país ganó
radicando el gobierno en la montaña y sustrayéndolo a la molicie de los
valles".
Palmo a palmo, momento político nacional y existencia del Ser (Da-sein: Ser
ahí), mérito del escrito, desmontar e interpretar la realidad, reconstruirla
después viendo cómo se compone ella misma, en su objetividad, a través del
brazo interpretador del escritor.
Sigue la penetración psicológica, en otra página, Diez de Medina escribe:
"Los antecesores de estos indios tuvieron una historia, una legislación
política avanzada, una cultura formal. Lo prueban la arqueología, la tradición
verbal, el folklore intacto casi: lírica, danza, música que sobreviven a
civilizaciones extinguidas. ¿Cómo volverlos a la actividad civil? ¿Cómo
redimirlos económicamente?"
"Discurriendo a grandes pasos por un patio de antiguas losas, cuando son
pocos los años, mucha la ambición y no escasos los desencantos, la imaginación
suele llevar lejos, Franz Tamayo sueña redimir a los indios miserables, y a los
cholos perezosos e ignorantes…Hay que aprender a mandar para organizar después
a esta gente levantisca e indisciplinada. Un pueblo no elige sus gobernantes.
Son los hombres los que conforman la multitud a su medida interior. Hay que
poner orden en esta diminuta nación en germen. Pero estos sueños no salen de
los cuatro muros del patio de una casa de la calle Loaiza".
"Toda vez que Franz Tamayo estuvo a punto de alcanzar un sueño, sobreviene
la caída. Es su sino trágico".
El bardo replica:
"¡No hay miel como el dolor para almas grandes!"
Va creciendo el contradictorio, impetuoso joven, ávido de acción, dirige un
periódico, escribe los cincuenta y cinco editoriales que fisonomizan "La
Creación de la Pedagogía Nacional". Acerca de ese título, el biógrafo
escribe:
"Muchas verdades y gruesos errores constituyen "La Creación de la
Pedagogía Nacional". Obra de un gran talento y de un gran resentido, hay
que acudir a los estudios psicológicos de Adler, Jung, Scheler, Lazurski,
Marañón, Spranger y escuelas afines al freudismo, para comprender este libro
singularísimo. Escrito con la vasta sabiduría de un humanista, es, en realidad,
fruto de un sentimiento apasionado. No ve al indio tal cual es, sino tal como
quiere que sea. La infancia melancólica, la adolescencia hosca y lacerada, los
amores disueltos, el fracaso del hogar, la pugna con la sociedad, los silencios
mentales, el desprecio a los blancos que desprecian, vibran por estas páginas
escritas al soplo apocalíptico de un Patmos altiplánico".
Muéstrase un análisis incisivo de la hechura tamayana, cree que la mezcla del
indio y el ibero, centellean por momentos en contradictorias sentencias, por
otros en líneas certeras. "Para comprender la ilógica argumentación del
libro, hay que pensar en el discurrir vengativo, autobiográfico, de una vida
torturada por la más alta soberbia, que hace de la sociología válvula para
vaciar su acritud".
"El indio es todo un hombre -dice Tamayo-; se basta a sí mismo.
Autodidacto, autónomo, fuerte, es el verdadero depositario de la energía
nacional. Produce incesantemente: labor agrícola, minera, trabajo rústico o
manual. El 90 por ciento de la energía nacional le pertenece. Constructor de su
casa, labrador de su campo. Tejedor de su estofa, cortador de su propio traje,
fabricante de sus utensilios, mercader, industrial y viajero. Concibe lo que
ejecuta; realiza lo que combina. En el gran sentido shakesperiano, es todo un
hombre. En la cosa inteligida, el indio no ve más que la cosa misma y no sufre
de esa dispersión de fuerzas atentivas que tan frecuentemente se hallan en
nuestra modernidad. Esa unidad de la acción cerebral, que es más hecha de
voluntad que de pensamiento, constituye la calidad típica del pensamiento
indio. Su salud mental es admirable. Una inteligencia que tiende a divorciar
higiénicamente las pasiones de las ideas; lo que pierde en estetismo, lo gana
en independencia y fuerza".
De pronto, el juicio injusto: "El indio se desmoraliza y se corrompe al
acercarse al blanco".
¿Cómo explicar esa aseveración? Cierto es que a ese tiempo, el indio estaba
cuasi absolutamente proscrito de la vida primaria del mestizo, o del blanco.
Convive con ellos, empero "sin participar sus excelencias", dice
Fernando.
A la sazón, Franz Tamayo era el adalid de la "Escuela optimista", del
indigenismo; iniciada ésa por el P. Bartolomé de las Casas, el padre de Franz
la había continuado. Puede discernirse la radicalidad del postulado, como es
fama en los momentos primeros de algún movimiento; así fue en la civilización
romana, en el cristianismo, o en el nacionalsocialismo. Ello no quita, empero,
el carácter de yerro asaz complejo, en la mentalidad que lo ha ejecutado.
Momento propicio para trascribir la cita que hace Diez de Medina, acerca del
"resentido".
"Marañón resume en sobrio juicio su teoría del resentimiento, reacción de
los sentimientos de inferioridad que no se pudo eliminar. Es una pasión social
-sostiene- en cierto modo impersonal, que no va contra determinadas gentes,
sino contra la suerte, contra el destino. Como el resentido posee una memoria
contumaz, inaccesible al tiempo, sus reacciones tardías suponen larga
incubación entre la ofensa y la vindicta. Ente sin generosidad, el resentido no
es malo ni bueno; es simplemente un agraviado por la sociedad a la cual achaca
todas sus desgracias. No acepta el fracaso de su ambición. Todo, para él,
alcanza el valor de una ofensa o la categoría de una injusticia. El alma
preterida por la infancia solitaria, por imperfecciones o diferencias físicas,
por desigualdades sociales, por adversidades del azar, esconde su acidez
interior. Pero debajo de su disimulo se hace, al fin, patente el resentimiento.
Cada uno de sus actos, cada uno de sus pensamientos, acaba por estar transido
de una indefinible acritud. Pasión de grandes ciudades y por lo general de
inteligencias bien dotadas, su llama se aviva no sólo con fuertes
contrariedades, sino con simples palabras, con gestos vagos y hasta con las
distracciones de los demás. El fracaso social, que es la derrota ante el mundo,
es incurable. El resentido mira el mundo por la lente de su decepción; atribuye
a todos la causa de su desdicha. Creyendo castigar a los demás con su desprecio,
se penitencia en realidad a sí mismo. Su grandeza es la expiación sempiterna
del orgullo. Su miseria la falta de generosidad para comprender la vida,
olvidar los contrastes y superarlos por el padecimiento que depura.
Franz Tamayo, alma grande en virtudes y defectos, es una típica expresión del
resentido-superior".
Pero "La Creación de la Pedagogía Nacional", contiene pasajes
realmente incisivos, iniciadores de una corriente autóctona en sentido
Nacional, y no únicamente de raza. Verbigracia:
"Si el hombre es el estilo, la nación es el carácter. Hay que enseñar el
orgullo personal y señoril, que devendría más tarde orgullo nacional; el
dominio de sí mismo, el culto de la fuerza en todas sus formas. Hay que enseñar
el gusto de vencerse, el desprecio de los peligros, el desdén de la muerte y
todo lucro enervante de vida; el amor por la acción, combatiendo la pereza
secular de la raza; es nuestro lado más vulnerable. Sufrimos una ataraxia
crónica y endémica, individual y colectiva, física e intelectual. Necesitamos
el culto de la acción innúmera, incondicional, ilimitada. Es la grande acción
organizada la que hizo las Romas y las Britanias. Es vano esperar cosa alguna
de otro que de nosotros mismos. Debemos reaccionar de la histórica depresión en
que vivimos. La raza está deprimida, encobardecida y estupefacta. Nuestras
faltas y las ajenas han envenenado nuestra historia, pero debemos vencernos
para poder vencer a los demás".
Esas ideas irrumpen en 1910. "Montes ha dado los primeros pasos de la
transformación nacional; mas el gobierno pacífico de Villazón, aún realizando
cosas provechosas para el país, prefiere el plácido estacionarismo
democrático", refiere el biógrafo. A la sazón, Diez de Medina esboza al
pensador: "El retrato de 1910 no es todavía muy afortunado. La cara ancha,
tanteando el encaje definitivo, acusa rasgos más enérgicos. Una melena
romántica, larga y descuidada, cae sobre los fuertes hombros. El habla
apresurada e incisiva. Los ojos penetrantes. Bruscos los modales. Un corbatón
de amplia moña y un sombrero de paja, se hacen habituales junto al rostro
adusto. Quien le oye hablar sobre Taine o Turgueniev, quien admira sus cálidas
improvisaciones sobre un pensamiento de Platón o un verso de Shelley, no
alcanza a explicarse el porqué de los zapatos amarillos junto al traje azul, o
la nota discordante del sombrero de paja cuando la vestimenta pide a gritos
otro de fieltro.
¡Leyes de la etiqueta y del buen gusto! ¿Las conoce y voluntariamente las
desafía; o las ignora y se despreocupa de ellas? Los chalecos llamativos de
Lord Beaconsfield no son menos detonantes que los zapatos chillones de Tamayo.
Esa discordancia en el vestir, es, para unos, mal gusto indígena; para otros
proviene de la sensibilidad. La mente sólidamente organizada suele complacerse
en estas travesuras del gusto, que desorganizan astutamente la armonía exterior
para esconder mejor el tumulto interior. Se piensa en la carcajada rabelesiana,
estallando como un latigazo sobre la moral burguesa que no entiende estas
razones del corazón.
Suele pasear por la Plaza Murillo, solitario, entre la multitud que a los
acordes de la retreta circula por las aceras. Cuando la banda se retira y la
gente comienza a dispersarse, los amigos se aproximan, sabiendo que Tamayo
siempre tiene cosas interesantes en los labios. Define el escritor una
institución jurídica de los romanos. De pronto un ligero descuido, y uno de los
circunstantes interrumpe:
-No es así, don Franz. La raíz de esa disposición hay que buscarla en el
"Pandectas".
Tamayo mide de arriba abajo al interruptor. Y su voz chillona silba, casi bufa
de indignación:
-¡Tamayo no discute. Tamayo enseña!
Se le atribuye excesiva egolatría, un orgullo insensato, sin entender la
recóndita ironía de esta inteligencia que juega al gran actor, para emboscar su
hambre de espacio, su sed de altura, anhelos primordiales de almas grandes.
¿Cuándo habla en serio Tamayo y cuándo en burla?
"He visto el Illimani de este tamaño" -dice aproximando el índice y
el pulgar. Son los días que se levanta optimista. "Vengo enfermo de
primaveritis" -exclama cuando el hastío lo importuna. Y para eludir
compañías, suele expresar rotundo: "Hoy no cuenten conmigo; tengo cita con
Beethoven". A un joven que interroga sobre el nuevo libro, replica entre
burlas y veras: "¡El arte, el gran arte trágico: Sófocles, Tamayo,
Eurípides!" De pronto la salida de tono: "La Argentina es un queso
recién partido". O el pensamiento profundo: "La raza, históricamente
hablando, es como el árbol: lo que está en la raíz está en el fruto y en la
flor".
Incisivo en la penetración psicológica, Fernando Diez de Medina había escrito
en su "Literatura Boliviana": "Carlos Medinaceli: un alma
problemática. El gran dolorido que sintió la patria por su propia congoja
espiritual". Reconocía, empero, la majestad del escritor.
La naturaleza pánica, el clima duro, hostil al habitante, el Ande, sus
misterios, mitos, realidades, atraviesan el "Hechicero"; convergen
biógrafo y biografiado en el espíritu de la tierra, de las montañas. Este forja
versos dionisíacos, aquél, autor de "Thunupa" o "Nayjama",
experto telurista, interpreta la psicología compleja de Franz Tamayo, también,
con el Altiplano. El poeta expele la impronta:
"Si en algo un son sublime
Se empapa y vibra,
Cual dolor en la fibra
O eco que gime,-
Canto a miriadas,
Auscultad en los Andes
Nuestras Illiadas!"
Transcurre, intrépido y desafiante, innovador el parlamentario. El hombre, en
cualquier actividad de la vida, manifiesta su fisonomía moral. Tamayo no fue la
excepción. Este ensayo, empero, encamínase hacia la psicología del "gran
mestizo", del hombre, "Mysterium Magnum".
"Hay que profundizar el drama de esta soledad; mirar el pozo sin fondo de
una conciencia que se desgarra día a día en la impotencia de actuar dentro de
la lucha civil, para comprender el resentimiento tamayano", prosigue Diez
de Medina: "El político mira atrás: ni gloria ni provecho. Aislamiento
social. No hubo ecos para el pensador ni satisfacciones para el hombre de
mundo. Ignorado el poeta, incomprendido el sociólogo, negado y escarnecido el
artista. ¿Cómo responder al rechazo del mundo? El ibero se encastilla en sus
torres de soberbia; el indio persiste en su dureza ancestral; el mestizo,
fatigado de la simulación ambiente, se entrega al juego desigual de su
malignidad".
"Adentro sigue la pelea; las dos almas se baten fieramente. El blanco,
rebelde, añora el campo voluntariamente abandonado. ¿Por qué inmovilizar tamaña
energía y valor tan joven? El indio, indómito, se esfuerza en retornar al
silencio milenario de la raza. Luchar ¿por qué y para qué? El confinamiento en
sí mismo es un retorno al ‘Ayllu’; mudecer como la tierra y como la tierra
persistir sin gestos vanos".
Fecunda, transcurre la labor del hondo poeta, huelga explicar la
"incomprensión del medio"; qué importa, si el individuo, componente
de cualquier colectividad, profundízase, conócese, adiéstrase en el recto
pensar y existir.
Horas conflictivas, el conflicto del pensador, humanista, el gran reformador, y
la molicie nociva de ingentes coetáneos. Sobreviene el motín interior.
"Corazón que sangra es que florece".
El Honorable Tamayo, en el Congreso de 1930 manifiesta su ardor interior, se
opone radicalmente al proyecto de "referéndum" para realizar reformas
constitucionales. Alega que ello importa desorganización, estrategia insidiosa
para concretar ambiciones presidencialistas, y, una vez conseguidas, no habrá
más "cambios", sino, la arbitrariedad del Gobierno. Lúcido es el
poeta. Pero, y quizá por ello, las votaciones del Congreso no suelen
favorecerle, no consagra su "Ley Capital", o tiranicidio, y tampoco
es mayoritariamente apoyado en sus interpelaciones. Del Hemiciclo, trasunta a
la casa de la calle Loaiza, templo de su soledad, a la finca de Yaurichambi, a
las caminatas siempre saludables, o a forjar artículos, libros y filosofía. No
es, acaso, quimérico afirmar, como Diez de Medina, que cuando el gran solitario
patentiza su mundo interior, ya en las letras, ya en política, puede
revertírsele los versos que él dedicara al monte tutelar del terruño:
"Ese monte blindado
De hielo eterno,
En su entraña, cuidado!
Lleva un infierno!
La nieve intacta,
Si hablara fuera piélago
Y Catarata!"
Acércase el crepúsculo, la madurez de los años, esta existencia irrumpe cuando
nadie lo sospecha. Ha incursionado en periodismo, en sociología, en poesía, en
filosofía, en el Parlamento, ha sido Canciller de la República, en un lapso
efímero; ha tratado de defender a Bolivia en la Liga de las Naciones, Ginebra,
por la causa marítima, ha sido elegido Presidente de la República en plena
campaña del Chaco, el Golpe Militar del 1934 contra Salamanca, obliga anularse
las elecciones, jamás sabrá Bolivia lo que habría sido tener a un Franz Tamayo
como Presidente.
El mérito de la interpretación que forjó Diez de Medina, radica en la tentativa
del escritor, aquí se consagra como tal, demuestra, que el suelo, pueblo y
poblador mantienen influencia, notoria a veces, sin advertirlo, las más. Empero
en la descomposición y representación de ella, en el descubrirla y mostrarla,
esta la aguda labor del hombre de letras. "El hechicero pertenece al Sr. Diez
de Medina -dice en epístola Blanche, primera esposa de Tamayo- y existe un
Franz Tamayo tal como Ud. Lo ha representado. Este mismo es el confuso
problema: usted ha adivinado a un ser que sólo yo creía conocer".
"Ya no alumbra el mundo estas flores de cultura -concluye Diez de Medina-.
Acosado por la máquina y prisa de vivir, el hombre lucha y escribe, mas no
piensa. No se llega a entender del todo una inteligencia tan compleja como la
de Tamayo; ni se puede abarcar en pocas páginas una vida tan rica en contrastes
dramáticos; como no se llega a comprender en cabalidad su enigmática y sapiente
poesía. ¿No ha dicho Goethe que cuanto más inconmensurable es una obra
literaria y menos accesible a la razón, tanto mejor es?".
"¿Adónde el espíritu tiende sus velas que no arriesgue de naufragar ó de
descubrir un mundo?"
Biografía, psicología. Concreción precisa, polémica pero penetrante,
descubridora de fenómenos; el "co-estar" que decía Heidegger, el
"uno", la "gente", el que es todos y no es ninguno, esa
realidad de la sociedad: colectividad y su influencia cuando existe, en el
hombre, influencia que puede destruir, construir; es patentizada, agregando,
despejando también el suelo, la tierra en el Ser. Ahí está la trascendencia de
la elaboración de don Fernando.
El libro, publicado en 1942, no alcanza a la última etapa política de Tamayo:
En 1944, el bardo es ungido Presidente del Poder Legislativo, en el ocaso de su
vida, afrontaría ásperas controversias nacionales. Ese año, en Oruro estalla un
conato revolucionario, frustrado y castigado severamente por el Gobierno
Villarroel. Varios ciudadanos sindicados de propiciar la revolución, son
fusilados en Oruro y La Paz. Tamayo pronuncia un discurso como Presidente de la
Asamblea, "…la diabólica cadena de 60 condenados a muerte con Tavera a la
cabeza, había sido rota para siempre por el discurso cristiano del Presidente
Tamayo!", Escribe en su "Tamayo rinde cuenta", de 1947.
El Gral. Félix Tavera R., en su "Apuntes para la Historia de la Guerra del
Chaco/Picuiba", Comandante en Jefe de las FF.AA. en 1944, escribe:
"…se movió el Cuerpo Diplomático en nuestro favor y el discurso cristiano
de don Franz, nos salvaron la vida".
Acaso Tamayo, íntimamente habríase identificado con el "Hechicero del
Ande"; después, al rendir cuentas por su participación en el Congreso del
44, en el capítulo XIV de su opúsculo "Tamayo rinde cuenta", escribe:
"Un politicastro de mis enemigos, me mandó un día mensaje que en tono
condolente decía:
Si Tamayo hubiese renunciado cuando los fusilamientos, su talla política habría
crecido gigantescamente".
Aquí hay un error de perspectiva humana.
Ciertos hombres no necesitan crecer porque han nacido crecidos. La talla de
Tamayo a los veinte, será igual que a los setenta.
Y aquí una hipérbole lírica no exenta de pedantería: el león desde que nace y
aún antes, siempre es león".
El capítulo titula "Psicometría".
Psicometría, la medición de los fenómenos psicológicos.
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