Fuente: BOQUERON, Diario de Campaña de Antonio Arzabe. // Foto: Sucre 1931,
combatientes rumbo al Chaco. (Tomada del grupo: APRENDIENDO DE LA GUERRA DEL
CHACO (1932-1935))
Las cuatro de la madrugada. Ante la presión de las avanzadas enemigas se han
replegado nuestros puestos adelantados.
Estamos listos. Va despejándose la niebla. Nuestros dientes castañetean y es
imposible domeñar el temblor de las piernas...
Las cinco de la mañana. La artillería rompe el fuego, le acompañan los
morteros, iniciando así la lucha... Se oye un griterío feroz, los “pilas” se
esfuerzan en amedrentarnos, quieren aparentar con sus alaridos mayor número del
que realmente deben contar.
Suenan las bandas de música “Campamento” y “Cerro Corá”, son las polcas épicas
paraguayas las que más les enardecen. Los proyectiles 105 vienen con un ruido
peculiar, como si estuvieran envueltos en papel de seda. Las explosiones son
desmoralizadoras. Dan la impresión de oír un piano que cae sobre un tablado.
“Las ocho. Se inicia el ataque frontal. De la orilla del monte que queda a mi
frente surgen tropas a caballo. En el flanco izquierdo ya se ha comprometido el
combate. Observo: dos escuadrones que progresan por el ancho pajonal, sin
precaución alguna, sin intervalos, marchando al trote. Con gritos y hurras, nos
desafían. Sus risotadas nos son claramente perceptibles.
Se acercan. Tenemos orden de vigilar estrictamente el empleo de la munición. No
debe dispararse sino a distancias mínimas. Nuestros soldados contemplan
absortos, más con curiosidad que con temor las maniobras de la caballería
enemiga. A los seiscientos metros inician los escuadrones su asalto al galope.
Chillan como vaqueros que arrean ganado.
Minutos anhelantes... “Añamembuí... Aña-ra-copeguaré... bolís... ¡Viva el
Paraguay!... — oímos por primera vez el grito de guerra”.
“Faltan contados segundos para que rebasen los cuatrocientos metros que tenemos
marcados en el terreno. Los dedos se aferran nerviosamente a la garganta de los
fusiles y ametralladoras... ¡Ya! Doy la señal con un pitazo... Vomitan las
pesadas. Se sacuden las livianas. No cesa la fusilería. Hierve por fin el
caldero de la guerra. ¡Espesa humareda se levanta al frente... Se despeja. Diez
minutos ha durado el primer amago. El R.C.2 “Coronel Toledo” ha sido
desbaratado en su primer intento.
Sólo quedan caballos sin jinetes galopando por el campo, sus relinchos parecen
pedir “alto el fuego”. El rechazo ha sido fulminante. Ayes, lamentos y clamor
de heridos...
“Dura y aleccionadora experiencia para la caballería enemiga. Ha sido obligada
a desmontar sin voz de mando.
“Al fragor sigue la apacible calma. Nos abrazamos frenéticamente con alegría
criminal... Nuestros soldados salen de sus madrigueras para recoger municiones,
equipos y bolsas de víveres de los muertos paraguayos. Probamos el gusto
desabrido de la clásica galleta paraguaya. Fumamos “charutos” de tabaco fuerte.
Nos aprovisionamos de yerba mate.
“A mi izquierda, Dávila, Guzmán e Inofuentes, tienen aferrado al enemigo, en la
parte de nuestras trincheras que los paraguayos han bautizado con el nombre de
“Punta Brava”. Ellos han sufrido muchas bajas. Yo apenas cuento cuatro heridos.
Frente a la “Punta Brava” han caído en el primer asalto los mayores paraguayos
Rivas Ortellado y Melgarejo, Comandantes de Batallón de los Regimientos
“Corrales” y “Curupaytí”, respectivamente.
“A las quince horas, se reinicia el ataque. La preparación de la artillería ha
durado dos horas y media. Entra en pleno la 1ª División paraguaya comandada por
el mayor Carlos G. Fernández. Está integrada por los regimientos “Mongelós”,
“Corrales”, “Curupaytí” y “Coronel Toledo”. Atacan por oleadas. Parecen estar
decididos a la acción final. Se oye “¡calar yataganes!”.
“Nuestros tiradores no se dan tregua. Matan hombre por hombre. Los paraguayos
casi no atinan con el blanco. Son tropas bisoñas. Sus proyectiles pasan muy
alto. Carnicería feroz aniquila sus filas...“ (Del libro “Boquerón” del My.
Taborga)
Si bien ha cesado el fuego de ambas partes, no así la artillería. Cada dos
minutos cae una granada. Imposible descansar. Nuestros oídos nos zumban, y
nuestros nervios están destrozados después de cinco horas de continuo batallar.
Han caído nueve muertos y más de veintitrés heridos. Da horror ver los
destrozos que ha ocasionado la metralla. Cráneos destrozados, vísceras
vaciadas, piernas y brazos hechos añicos, montón de carne y huesos
sanguinolentos, sin forma humana posible.
La curación de los heridos si bien ha sido inmediata, muchos de ellos presentan
serios cuidados por su estado. Los lamentos de los heridos pueden ocasionar que
la artillería dirija sus disparos con mayor precisión hacia el puesto de
sanidad que se
tiene instalado y protegido con adobes; por esta razón se tapan las bocas con
trapos para que sus gritos no llamen la atención.
Hoy han aumentado nuestros efectivos. Han llegado como refuerzos 120 soldados
comandados por el capitán Tomás Manchego. Las oscuras sombras de los soldados
se mueven dentro del monte del fortín como fantasmas.
Ahora parece que las tropas paraguayas se desplazan hacia nuestra
retaguardia... La tenaza de la Muerte ha empezado a cerrarse... No pudieron
contra nuestras armas y buscan cortar nuestro sector de aprovisionamiento.
Es aproximadamente la media noche. No hay comunicación telefónica. Las
patrullas paraguayas han rebasado nuestra retaguardia destruyendo la línea
telefónica que nos unía con Yucra y Ramírez. Estamos aislados... El coronel
Marzana envía patrullas de contacto hacia los puestos de retaguardia. Ellos no
vuelven y esto hace ver que las tropas paraguayas ya están detrás de nuestras líneas.
En toda la noche no han cesado los disparos de la artillería y los morteros.
Los árboles del fortín han ido cayendo uno a uno o desgajándose sus ramas.
Parece que una manada de elefantes hubiese pasado por el bosque dejando árboles
tronchados.
Hay decenas de hoyos dejados por las explosiones de los proyectiles 105.
El puesto sanitario ha trabajado constantemente toda la noche. Los cirujanos
Alberto Torrico y Eduardo Brito hacen proezas para poder salvar la vida de los
heridos; pero las drogas, vendas, algodón y gasa van escaseando. Se recurre a
los paquetes individuales de los soldados.
Mientras tanto, en el puesto de comando, Marzana da órdenes y más órdenes según
las circunstancias. A las once de la noche han llevado hasta las trincheras
algo de comer. Mote mal cocido, es ya algo que llenará el estómago...
Los heridos piden agua, y se tiene que enviar a los camilleros hasta el pozo de
donde se tiene que sacarla con piolas.
Parece que el enemigo quiere cortarnos este elemento; pues, los disparos de
morteros son dirigidos a este lugar, lo que hace casi imposible abastecernos.
El tráfico de camiones en el sector paraguayo ha ido en aumento. Parece que
reciben más refuerzos. Mientras, los nuestros rendidos por el cansancio y el
continuo martillar de los morteros y el fuego de artillería, no pueden
conciliar el sueño.
Algunos soldados han salido de sus posiciones a proveerse de algo que comer.
Muchos han tenido suerte, pues regresaron con galletas, carne en conserva,
cigarros y agua en hermosas caramañolas; es que los “pilas” están bien
provistos.
El campo donde se ha librado el combate durante el día, está prácticamente
sembrado de cadáveres paraguayos. .. ¡Hoy les fue muy mal...!
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