LOS INTELECTUALES BOLIVIANOS Y SU PERSPECTIVA SOBRE EL MESTIZO Y EL INDIO SEGÚN TRISTÁN MAROF



Gustavo Adolfo Navarro (Tristan Marof) en su obra La tragedia del Altiplano, 1935, hace una descripción bastante interesante del indio y mestizo boliviano, además examina la perspectiva con que intelectuales de la época veían a estos.
Es un placer nuevamente traerles este nuevo artículo de nuestra historia Boliviana.

Por: Gustavo Adolfo Navarro (Tristan Marof) - La tragedia del Altiplano. Buenos Aires: Editorial Claridad, 1935?

La mayoría de los escritores y pensadores bolivianos —exagerando el término— han descargado toda su furia sobre el infeliz mestizo y han reclamado para sí el origen del Olimpo, sin sospechar las ventajas del mestizamiento ni sus leyes. “Las castas más nobles y preciadas —dice don Juan Montalvo— entre los animales nobles provienen del cruzamiento de las razas; y se da que un agente superior fecunde a la hembra, el efecto de esta unión misteriosa es bueno sobre toda ponderación. Las yeguas de la Bética movidas de amor inexplicable, ponían de frente hacia la aurora, tan luego como levantaba el céfiro, y, abriendo las fauces voluptuosamente, aspiraban con ahínco las ráfagas de ese invisible galán: de ese placer fantástico nacían los caballos de los héroes. Si el egoísta semental sospechara esa poética infidelidad, todavía no se diera por ofendido: ya os dije que el viejo Aristón tuvo a gloria prohijar al hijo de Saturno”. Y en otra ocasión, el mismo autor escribe: “A despecho de las preeminencias de clase, los caracteres de los aborígenes de América son permanentes: de las razas que van atravesando resultan estos mestizos de elevado entendimiento y fuerte corazón que forman la aristocracia de la América del Sur”. Y luego, deleitándose en el sabor de la mestización, agrega: “las frutas más suaves y gustosas son las provenientes del injerto: durazno y manzana, membrillo y pera. Así el español y la india, el español y la negra. Las indias pusieron la mitad en esta gran familia americana, y de ellas y los Almagros, Sotos, Valdivias, Quesadas, Encisos, Ojedas, se ha formado esta hibridación admirable, tan superior por la sensibilidad como por la inteligencia”.
Para el señor Tamayo, cuyo pseudónimo Thajamara ocultaba un hacendado de sombrero de copa del altiplano y que en realidad una de sus ocupaciones favoritas, además de la de cobrar sus rentas, fué mezclar su sangre con las indias, en sus escritos describe al “cholo” en una forma asaz curiosa y arbitraria. Para él, “cholo”, es aquel que no cumple con sus deberes cívicos y se deja sobornar; el que vende su voto en día de farsa electoral; el que golpea a su mujer, falsea su palabra, se emborracha y hace escarnio de las leyes. En resumen, para el señor Tamayo el mestizo boliviano es un costal de vicios, sin sospechar que estos vicios tienen una entraña directa: la clase dirigente, como se ha explicado anteriormente. Tamayo, gran terrateniente, con ideas liberales de Stuart Mill y Herbert Spencer, estaba convencido de que la superestructura social dependía directamente del temperamento y de la voluntad, sin relacionarlos con la vida económica, la hartura y la miseria, que en último caso tomaban el pulso a la virtud, a la generosidad y al deber. El señor Tamayo no examinaba los medios de producción. Al tanto de lo que pasaba en el mundo, sobre todo en Inglaterra, pretendía exigir condiciones elevadísimas de moral y de civismo a seres famélicos que se debatían en el hambre. O en otra forma: abogaba en forma ingenua —poniendo siempre por delante el carácter— para que los cholos se dejaran tocar por la virtud y la honradez, y en tal forma, que los propietarios de minas y hacendados encontrasen en ellos buenos administradores y empleados para el desarrollo de sus intereses.
El mestizo no escuchó a nadie. Siguiendo la línea del menor esfuerzo se acomodó como pudo. Privado de fortuna, en la indigencia, pero con cierta conciencia de su posición humillante, no tuvo más remedio que alquilarse a sus amos, traicionándolos el día que no le eran más útiles. Realizaba, así, su venganza instintiva y defraudaba la esperanza de los ricos que lo consideraban seguro. De condición superior al indio y notando su fuerza política, exigió la adulación de los caudillos; dió, sin embargo, su sangre cuando éstos supieron halagarle sus pasiones y apetitos; y, si fué traicionado, a su vez, por ellos, se debió a su falta de organización y a que sus exigencias eran puramente individuales. Pero es preciso anotar este fenómeno: desde el comienzo de la república el elemento mestizo es partidario convencido de la democracia —en la cual ve con simplicidad una esperanza niveladora—, poniendo su pecho firme sobre esta esperanza.
El profundo odio que se siente por el mestizo y el desprecio por el indio, hay que buscarlos en razones económicas. El blanco, como clase dirigente, se ha reservado para sí todas las prebendas del poder, los negocios y las ventajas sociales. Es natural que vea en ellos sus naturales competidores.
Para el señor Enrique Finot, antiguo preceptor –y hoy día hombre de negocios de la Standard Oil y diplomático del presidente Salamanca en Wáshington—, toda la vida y la política boliviana se hallan encanalladas por los cholos. El mal que sufre Bolivia es un “mal cholo”; debe librarse de él, y, seguramente —no lo dice—, exterminarse a los cholos. Siguiendo la costumbre del historiador Arguedas, escribió también su libro y descargó sus furias sagradas sobre los mestizos, culpándolos de cosas que son inocentes. En efecto, sería obtuso culpar al brazo de la elaboración del pensamiento. El brazo ejecuta. El mestizo no es clase dirigente, es apenas el brazo. Quienes dirigen la política boliviana actual pertenecen a la clase directora. Es demasiado pueril hacer sociología apoyándose en las ramas y en los matices, sin penetrar profundamente en la raíz de los problemas. Este diplomático bien pagado y cuya vida fácil ha consistido en saltar de un bando político a otro, practicando la “viveza”, nueva ciencia pedagógica descubierta en América por todos los que medran a la sombra de los caudillos, no dice una línea más sobre lo que ya dijo Arguedas en su panfleto virulento y absurdo. Ausente de inquietud, y aún de imaginación y seriedad, su libro no tiene otro interés que los adjetivos detonantes e injustificados. Tampoco los que han pretendido refutar a Finot han tenido el talento de hacerle advertir el error en que cae a menudo, al considerar a los mestizos como una clase separada y no como un reflejo del medio, muy especialmente de la clase dirigente a la que defiende Finot. Es decir, de la clase que hasta hoy día no ha creado ni ha hecho nada de valor; que ha sacrificado a Bolivia y la ha ido vendiendo poco a poco, hasta culminar con una desastrosa guerra.
Pedro Kramer, ensayista boliviano, olvidado a pesar de sus grandes cualidades —porque todo se olvida en Bolivia, y como no hay cultura no hay recuerdo—, se atrevió a escribir que la sociología boliviana estaba encomendada al sastre, el cual por medio de sus tijeras establecía las clases sociales, cortando las telas de sus trajes En efecto, solamente en Bolivia, el país más feudal de América del Sur, las tres clases sociales que pueblan su territorio visten trajes diferentes. El indio teje sus vestidos policromados y sus ponchos, conservando todavía la moda y los estilos de los viejos quichuas. Así, en cada zona, según la costumbre, los trajes y los colores difieren, reconociéndose por ellos a los lugareños. El indio de valle usa colores más apagados que el de la puna; sus dibujos son más sencillos. El indio que vive en los suburbios usa un traje a medias occidental y a medias indio, pero sin desprenderse del poncho policromado. El cholo, en épocas no muy lejanas, vestía chaqueta andaluza, pantalones amplios y una faja de muchos pliegues a la cintura. Algunos ejemplares rezagados se ven en las ciudades del interior. Pero hoy día el mestizo, sobre todo el hombre, ha adoptado la moda europea, copiando al blanco sus gustos y sus trajes. No así la chola boliviana más conservadora y tradicional, continúa llevando amplios pollerines andaluces que abanican debajo de su rodilla, predominando los colores fuertes; usa botinas con la caña apretada a la pantorrilla, el matiné de encajes y el mantón de manila echado con donosura sobre sus espaldas. Estos trajes, como en los tiempos antiguos, establecen alcurnia y rango. Y es curioso detalle observar que, tanto indios como cholos, se mantienen apegados a sus modas centenarias. Para el indio es un grave signo cambiar su sencillo traje por el de ciudad, ¡Inmediatamente sus compañeros lo alejan y le lloran! ¡Junto a los blancos aprenderá sus vicios, calcará sus métodos y, sobre todo, comenzará a despreciar su raza! Y el instinto de la comunidad comprende muy bien que los peores tiranos y explotadores, como es natural, brotan de la misma entraña, El indio defiende sus costumbres y hábitos para mantener su unidad, sirviéndose aún de la superstición y de los más antiguos ritos.
Finalmente, el blanco se viste a la europea, copiando las modas de Francia a Inglaterra, imitando sus costumbres, sus errores, su literatura y sus preocupaciones. Como en el resto de América, en Bolivia se conoce mejor la geografía europea que la geografía del propio país. Para el blanco existe Europa como la suprema deidad a quien se debe acatar y obedecer. Su ideal es París, sus mujeres rubias y sus “cabarets”. Por eso pone tanto empeño en copiarlo y adaptarse a sus modas. Francia, para premiar esta obsecuencia, nos ha obsequiado con una frase piadosa: “singerie”. No somos originales: somos simplemente singes, es decir, monos.
Para el mestizo y el indio, que viven en sus montañas sin conocimientos de otros pueblos, sin contacto con el extranjero ni con el libro, solamente existen Bolivia o Perú. Europa un sueño, y el continente una concepción vasta, al alcance de los más perspicaces. Y como Bolivia se halla separada de los pueblos vecinos por sus larguísimos caminos, sus montañas fantásticas y sus costumbres, desde el traje tradicional hasta el alimento y la bebida, no se debe extrañar ni ver como un fenómeno el apego del mestizo y del indio a su terruño, el cariño a sus cosas, la devoción por sus defectos y sus ídolos. (El caudillo está incrustado en estas mentalidades).

EL COMUNISMO EN EL INCARIO, TIERRAS AL PUEBLO Y MINAS AL ESTADO SEGÚN GUSTAVO ADOLFO NAVARRO (TRISTÁN MAROF)



Por: Freddy Zárate – Abogado // Este artículo fue publicado originalmente en Página Siete de La Paz, el 4 de febrero de 2018.// Disponible en: https://www.paginasiete.bo/ideas/2018/2/4/comunismo-incario-tierras-pueblo-minas-estado-segn-tristn-marof-168602.html

En la segunda década del siglo XX, Gustavo Adolfo Navarro (1896-1979) publicó el libro Poetas idealistas e idealismo de la América Hispánica (Gonzales y Medina editores, La Paz, 1919), la cual lleva una carta prólogo de la poetisa Gabriela Mistral. En estas páginas, el autor hace un breve estudio de los poetas Amado Nervo, Arturo Capdevilla, José Martí, Fabio Fiallo, Gabriela Mistral, Franz Tamayo, entre otros. Al final del texto, Navarro incluye una conferencia que dictó en Santiago del Estero (Argentina). En estas breves páginas se puede advertir las tempranas ideas acerca de su concepción del comunismo en el incario. 

Según relata Navarro, en esos años de turbulencia política entre el ocaso del liberalismo y la emergencia política del republicanismo, tuvo que viajar en una “aventura lírica, cuando andaba errante y proscrito”; se detuvo momentáneamente en Santiago del Estero, ahí conoció un núcleo entusiasta de jóvenes congregados en la “Sociedad Sarmiento”, en donde pronunció su conferencia titulada: El concepto de la civilización americana entre los quechuas y El comunismo entre los incas. 

La tesis que formuló Gustavo A. Navarro fue la “idea comunal” que estuvo muy desarrollada entre los quechuas, al grado de alcanzar –por poco– la “perfección sindicalista”. Esta idea exigida “por todos los que sufren (…), por los que golpean con sus puños miserables las puertas del capital”. 

Para explicar su versión edulcorada del incario, Navarro rememoró a “Manco Cápac, hijo rebelde Atkao y Huaynay y Organ, sus abuelos que allí en las tierras del Asia se habían propuesto reformar las instituciones y las leyes, tropezando con la férrea imposición amarilla, pasaron a América y fue aquí donde establecieron la más sólida reglamentación común, que estaba fundada no por una convención humana o social, sino sobre el sentido moral y la idea de purificación idealista”. Esta afirmación no tiene asidero histórico, pero  es parte de la construcción de la leyenda dorada del incario.

En esta primera etapa, Navarro afirma que existió un comunismo con “dulzura inefable y una suavidad estratégica” reflejada a través de las enseñanzas de Manco Cápac a sus súbditos. Ellos aprendieron a cultivar la tierra y los frutos que producía fueran repartidos entre sus habitantes, y todos (a excepción de los impedidos) estaban obligados a trabajar. Aún los niños y los inválidos tenían ocupación, cuidando los rebaños o tejían en los hilares. En pocas palabras, “la pereza era abominable”. 

A decir de Navarro, en esta sociedad no “había división de clases sociales”, pero existía una casta superior que estuvo conformada por los sacerdotes adoradores del Sol y todos aquellos que prestaron servicios a su comunidad.  Gustavo Navarro es enigmático y contradictorio en sus loas igualitarias en el incario al aceptar de modo positivo una casta “superior” destinada a gobernar de modo verticalista. 

Con respecto a la vida cotidiana, Navarro alega que la “amistad falsa” y la “risa hipócrita” eran reprochables. Había un respeto a los ancianos que era visto como una costumbre tradicional;  en pocas palabras, en la sociedad del incario: “Todos se amaban, todos se querían. Es así que se fundó el imperio del Tawantinsuyo”.

Tras retornar a Bolivia de su destierro, el presidente Bautista Saavedra designó a Gustavo A. Navarro cónsul en Francia (posteriormente en Italia y Escocia). 

Al llegar a París en 1921, el joven Navarro sintió en carne propia el inicio y la influencia de la fiebre socialista. En su estadía en la grande nation concluyó el texto intitulado El ingenuo continente americano, pero fue advertido que era peligroso que firmase con su nombre, puesto que desempeñaba un cargo diplomático y su libro hacía alusión a la Guerra del Pacífico con Chile (capítulo segundo El crimen de América). 

Fue así que surgió la idea de utilizar un pseudónimo: “Quise hacerlo naturalmente con el nombre de Iván, pero un amigo español que tenía, Darius Frosti (Amadeo Lehua) me sugirió que adoptara el nombre de Tristán. Acepté la sugestión y le di el apellido de Marof, que ni siquiera es ruso, sino búlgaro”, declaró años más tarde Navarro.

El primer libro publicado con el pseudónimo de Marof fue El Ingenuo continente americano (Editorial Maucci, Barcelona, 1922); este texto causó polémica llegando a protestar el cónsul de Chile en La Paz.  “Estaba de presidente don Bautista Saavedra, hombre de luces y de gran capacidad intelectual.

Ordenó que respondieran a los de Chile que el autor Marof era desconocido y que el cónsul se llamaba Navarro (…). Don Bautista que me quería mucho, me trasladó a Génova, también como cónsul”, dice Navarro. 

Durante su permanencia en Génova, Marof publicó la novela Suetonio Pimienta. Memorias de un diplomático de la República Zanahoria  (Editorial Biagini, 1924). Por esos años Tristán Marof se encontraba en Bruselas, allí hizo amistad con el escritor belga Víctor Orban que le instó a divulgar su manuscrito sobre el imperio incaico. Fue así que salió a luz –dos años después– el ensayo La Justicia del Inca (La Edición Latino Americana, Bruselas, 1926).

Hoy puede ser considerado el escritor y político boliviano Tristán Marof uno de los precursores en divulgar –tanto a nivel nacional e internacional– los principios quechuas del ama sua (no seas ladrón), ama llulla (no seas mentiroso) y ama quella (no seas flojo), al unísono de propagar la idea utópica que durante la dominación incaica era un “tiempo feliz”, y plantear en el campo político tierras al pueblo y minas al Estado. La idea de la nacionalización de las minas y expropiación fue reiterada en el texto La tragedia del altiplano (Ediciones Claridad, Argentina, 1934). La prematura propuesta de Marof no tuvo eco en su momento, pero décadas después, sus ideas fueron apropiadas y amplificadas por los ideólogos del Movimiento Nacionalista Revolucionario, cuyo proceso político culminó con la reforma agraria, el voto universal, la nacionalización de las minas y la reforma educativa. Quedando olvidado y arrinconado el “viejo soldado” (como se solía llamar a Marof) por la coyuntura movimientista de mediados del siglo XX.

LA PEOR CRISIS SANITARIA, CLIMATICA, ECONOMICA, SOCIAL Y POLÍTICA DE LA HISTORIA BOLIVIANA


Por: Mario Napoleón Pacheco Torrico (*) // Este artículo fue originalmente publicado en Página Siete de La Paz, el 23 de abril de 2020. Disponible en: https://www.paginasiete.bo/gente/2020/4/23/1877-1879-bolivia-soporto-sequia-epidemias-conflictos-durante-los-tres-anos-mas-oscuros-253450.html // Foto: Indio de la región altiplánica de Bolivia. 1870 - 1880.

Entre 1877 y 1879, Bolivia experimentó una de las coyunturas de crisis más dramáticas de su historia, acontecimiento que precedió a la Guerra del Pacífico. 
Casto Rojas afirmó que entre 78-79 se “flageló al país con la sequía, la peste, el hambre y la guerra’’ (Rojas, 318); eventos sucesivos que el historiador  Roberto Querejazu caracterizó, empleando una metáfora bíblica, como la presencia de los “Jinetes del Apocalipsis” (Querejazu, 195-199). 
El evento inicial fue la sequía en el año agrícola 77-78, originada en la corriente del “Niño” que se debe al calentamiento superficial de las aguas del océano Pacífico en la zona oriental ecuatorial y que ocasiona, en algunas regiones, sequías y en otras lluvias abundantes. La sequedad fue intensa particularmente en Cochabamba, donde la pluviosidad promedio anual fue de 146,4 mm, mientras que el promedio normalmente es de 471 mm. 
En dicho periodo las lluvias “estuvieron concentradas en tan solo 12 días’’ (Henriquez, 81). El resultado fue que “Las semillas de cereales y patatas depositadas en los surcos de los valles centrales no pudieron germinar… En las ciudades como en los pueblos las gentes sacaron de los templos las imágenes que creían más milagrosas y, confiadas en su ayuda, las pasearon por calles y plazas en patéticas rogativas, clamando a coro a los cielos; ¡Agua, tatay!... ¡agua, tatay!” (Querejazu, 195).  
La magnitud de la crisis y la destrucción de las cosechas fueron significativas.
 Agustín Morales en su síntesis sobre los hechos relevantes en Bolivia en el primer centenario de independencia, afirmaba que en mayo de 1978 las escasas cosechas y la hambruna “hacen estragos en la capital (Cochabamba)] y provincias… aumentando diariamente el número de defunciones casi repentinas. Igual situación de carestía de víveres experimentan las poblaciones de Sucre, Potosí y Oruro” (Morales, t. II, 437).
 En 1889 un autor afirmaba que otras localidades también tuvieron sequía. “No hubo una sola población que no sufriera el tremendo flagelo, acaeciendo en todas ellas tristísimas escenas de desolación y de miseria”. 
Impacto en los precios
Los precios de los alimentos aumentaron fuertemente; por ejemplo, el trigo que se cotizó el 13-Abr-77 en 5,6 Bs/fanega, el 2-Feb-79 llegó a 57. El precio del maíz en la primera fecha fue de 7,2 Bs/fanega y en la segunda llegó a 72,0 (Pentimalli y Rodríguez, 32). En La Paz el precio de la papa en marzo-75 fue de 3,2 Bs/carga y en feb-79 llegó a Bs. 5,8 (La Reforma, La Paz, 23-Mar-75; El Heraldo, Cbb.,1-Feb-75). 

Epidemias y defunciones
Querejazu describe que la sequía originó la aparición de mosquitos en los charcos que se multiplicaron dando lugar al surgimiento del paludismo, primero en los Yungas de La Paz y que se extendió rápidamente a los departamentos de Cochabamba (Arque, Sipesipe, Quillacollo, Cliza, Punata, Tarata, Arani, Sacaba, Totora, Mizque y Aiquile), Chuquisaca y Tarija. (Querejazu, 195), convirtiéndose en epidemia. 
En octubre de 1878 en Cochabamba emergió el tifus exantemático, debido a que muchos cadáveres fueron enterrados sin la suficiente profundidad y en lugares cercanos a las viviendas. Las consecuencias fueron desastrosas ya que la gente moría y los cadáveres se recogían de las calles. Solamente en Cochabamba murieron 18.241 indígenas en 1878 de un total de 61.525, cifra que no toma en cuenta la cantidad de cadáveres dejados fuera de los cementerios (Pentimalli y Rodríguez, 17-18). 
Un periódico de Cochabamba informaba que como “la miseria es espantosa. Sabemos que en Punata mueren diariamente 3 y 4 personas por falta de alimentos” (El Heraldo. Cbb. 19-Dic-78).

La situación de los hospitales en Cochabamba fue calamitosa debido a que solamente existía el “San Salvador”, insuficiente para atender la enorme cantidad de enfermos que llegaban de las provincias. Las autoridades crearon en febrero de 1879 el hospital “Santo Domingo” y luego el “Asilo de la Caridad”. El primero se cerró un mes después, porque se convirtió en foco de irradiación de la fiebre tifoidea. 
También se pusieron en funcionamiento dos “Hospicios de Beneficencia” y se establecieron, mediante la colaboración de instituciones religiosas y de varios ciudadanos, “Casas de Socorro”, en las que se brindaba diariamente alimentos a más de 1.000 personas. (Pentimalli y Rodríguez, 17-18).
 El autor anónimo que escribió sobre la Guerra del Pacífico diez años después relataba conmovedoramente que “los habitantes de los campos invadieron las ciudades para buscar el sustento en los numerosos asilos que la caridad pública improvisó… aun que solo para conjurar el mal en parte… En Cochabamba, llamada no sin razón el granero de Bolivia, por sus abundantes producciones agrícolas la caridad se declaró impotente para socorrer a tantos menesterosos, y es sabido que el Consejo Municipal ocupaba todos los días a sus gentes en hacer recoger los cadáveres de los que durante la noche morían de hambre en las calles de la ciudad” (Anónimo, 68-69). 
En Cochabamba entre mayo y junio de 1878 se registró la mayor cantidad de defunciones debido al paludismo y hasta marzo del 79 aumentaron por la hambruna ya que las reservas de alimentos se habían agotado. Las muertes entre 75-77 fueron 1.375 y 5.538 en 78-79 (Pentimalli y Rodríguez, 19)
Respuesta de las autoridades
En Cochabamba con la finalidad de cubrir los crecientes gastos de salud, el municipio dispuso descontar 25% de los sueldos a los empleados y clausurar la mayoría de las unidades escolares para destinar los recursos al financiamiento extraordinario de los gastos que demandaba atender los efectos de la sequía y epidemias. El Consejo Municipal dejaba a la iniciativa privada la educación y pasó a realizar colectas públicas. 
En enero de 1878 se dispuso la expropiación del 20% de la producción de maíz en las propiedades que obtengan una producción mayor a las 50 fanegas y el 10% de las cosechas de trigo y cebada para que se entregue a los agricultores que las necesiten. Se creó un empréstito de 500.000 bolivianos a las personas de ingresos altos para financiar el pago por la expropiación de las cosechas (Morales, t. II, 450-452) 
Prefecto, vecinos y empresarios en Potosí acordaron una suscripción voluntaria con el propósito de instalar una “Olla del pobre”, que proporcione comida a los necesitados. (Morales, t. II, 453). 
En las ciudades de Oruro y Sucre también se tomaron medidas para enfrentar el problema del hambre y en La Paz y Oruro solicitaron al gobierno central la importación de harina. En Sucre la iniciativa fue recurrir a los donativos para importar harina.

  Conflictos por “pan barato” 
El gran impacto de la sequía y su secuela de inflación, escasez, ocultamiento, hambre, epidemias, muertes y el fracaso de las medidas gubernamentales, originó protestas y levantamientos. En Cochabamba en marzo de 1878, en Arani, se amenazó de muerte a los propietarios, hacendados y comerciantes, por las reservas de granos que tenían y éstos acusaban al “bajo pueblo” de establecer una “Comuna” y “propiciar el principio del comunismo”. También en octubre del mismo año, en Cliza se hablaba de la “clase obrera” y de la “comuna”, que pronto llegarían. 
El 15 de octubre de 1878 en la ciudad de Cochabamba, debido “a la carestía de la vida y la alza inconsiderable de precios de los artículos de primera necesidad se lleva a cabo una manifestación pública con la concurrencia de más de 5.000 individuos”. Los manifestantes  claman por ‘pan barato’, control de precios y disminución de su precio. 
En Tarata hubo un tumulto en protesta por la decisión de la Junta Municipal de negarse a fijar precios’’. En Punata a fines del 78, frente a otras protestas la Junta Municipal y los vecinos “honrados y laboriosos”, conformaron un “Comité de Seguridad y Vigilancia”, que garantice la propiedad y “persiga a los promotores de motín”. Finalmente, en Totora en diciembre “la plebe saqueó haciendas y casas en busca de granos” El 79 ya no hubieron motines, pero “El robo y el bandidaje se incrementaron” (Pentimalli y Rodríguez, 19-20) 
En Sucre, el 28-Oct-78, aconteció una poblada de gran magnitud que linchó “a los monopolizadores de víveres y piden a la municipalidad el abaratamiento de las subsistencias” (Morales, t. II, 111) Pentimalli y Rodríguez, estiman que habrían participado cerca de 10.000 personas, que tomaron la torre de la catedral tocando campanas y buscando cereales y harina atacaron domicilios de propietarios.

La migración cochabambina 
Otra respuesta a la crisis fue la migración de campesinos principalmente cochabambinos a partir del 80 a Chile, año que coincide con el inicio del ciclo de expansión del salitre en Tarapacá. 
Según Rojas todas las medidas fracasaron y el gobierno central ya no realizó ninguna acción.  “El pueblo fue abandonado a su propia suerte, y se le dejó perecer miserablemente… Largas y famélicas caravanas tonaron el camino de la pampa salitrera para no volver más a la tierra de los antepasados” (Rojas, 319).
 Histórica crisis
Bolivia experimentó varios episodios de sequías, escasez, inflación, hambruna, epidemias y fallecimientos en el siglo XIX y la coyuntura entre 1877 y 1879 fue la de mayor severidad en la historia. 
Una consecuencia, a diferencia de lo que ocurre hoy cuando cientos de bolivianos regresan a Bolivia, fue que miles de cochabambinos migraron hacia las salitreras chilenas, en busca de trabajo y de mejores condiciones de vida.
* Economista, profesor de la Universidad Mayor de San Andrés.

 Bibliografía
- Anónimo. Guerra del Pacífico (1889). s.p.i. 
- Henriques, Rosario. (2015) Análisis de los niveles de vida y desigualdad en la ciudad de Cochabamba durante el primer siglo republicano, 1825-1925. UNED. 
- Morales, Agustín. Los primeros cien años de la República de Bolivia.1861-1890. t. II (1925) La Paz, Empresa Editora Veglia & Edelman.  
- Pacheco Mario Napoleón. Crisis económicas en Bolivia, 1800-2015. (manuscrito inédito, 2020)
- Pentimalli de Navarro, Michela y Rodríguez Ostria Gustavo (1989) “Las razones de la multitud (Hambruna, motines y subsistencia: 1878-1879)”, en Estado y Sociedad. No. 5.
- Querejazu Calvo, Roberto. (2009) Guano, salitre, sangre. Historia de la Guerra del Pacífico (La Participación de Bolivia). La Paz, Librería Editorial “GUM”.
- Rojas, Casto. Historia financiera de Bolivia. La Paz, UMSA, 1977 [1915]
Periódicos
- El Heraldo. Cochabamba (19-Dic-78, 1-Feb-75, 2-Jul-80)
- La Reforma. La Paz (23-Mar-75)

LA VERSIÓN DEL HISTORIADOR CARLOS D. MESA SOBRE LA AYUDA ARGENTINA AL PARAGUAY DURANTE LA GUERRA DEL CHACO


Por: Diego Martinez Estevez. / 20, 21 de mayo de 2012. / Foto: portada de uno de los libros donde un diplomático paraguayo confirma la ayuda dada por la Argentina y Chile al Paraguay durante la Guerra.

En la década de los 1930, si bien, se dice que Bolivia tenia la mejor fuerza aerea de Latinoamérica, no podía darle el uso que hubiese sido determinante, para acortar la guerra, como anegar los puertos paraguayos "Casado" y "Sastre", sobre el Rio Paraguay y el ferrocarril que unía "Puerto Sastre - Isla de Poi".

Isla de Poi, era el centro neurálgico de las fuerzas paraguayas, localizadas en pleno centro del "Chaco". Toda la línea logística paraguaya dependía de este ferrocarril y este puerto; que eran "intocables" o santuarios paraguayos.

El ferrocarril paraguayo, ( de solo 120 Kms) servía entre otras cosas al traslado de todas las necesidades del ejército paraguayo :

Vituallas, pertrechos, equipos, tropas, munición y trasladar a los heridos y prisioneros. No existía otro medio, mas que este ferrocarril, 
sin este tren los paraguayos, no hubiesen podido lograr lo que lograron.


Por que entonces la aviacion boliviana, no destruyo el ferrocarril..?


Técnicamente era posible, pero diplomáticamente, hubiese sido un error. Así al menos se entiende hasta el día de hoy.

Este ferrocarril constituía también "intereses argentinos"; porque servía a la exportación de la producción agrícola paraguaya:

TANINO, QUEBRACHO y HIERBA MATE, que constituían el 95 % de los productos paraguayos de exportación al exterior ya habíamos enunciado, que los estancieros argentinos (granjeros) se habían apropiado del sistema productivo paraguayo
los argentinos afincados en en ese pais eran los patrones y el paraguayo el peón...!

En ese sentido "anegar" el ferrocarril paraguayo, hubiese constituido perjudicar a los intereses económicos argentinos y se sabe bien
(ahora) por los mismos autores argentinos, que en esa época se estaba buscando la excusa para que Argentina, entre en la guerra
y recuperar "Tarija".

Toda la munición de artillería y fusilería, que utilizaron los paraguayos, durante la guerra, fue graciosidad del gobierno argentino, según 
documentación argentina (ahora) desclasificada.

Por su parte, el gobierno boliviano de entonces, tuvo también errores garrafales, como el de no haber sido visionario, para meterse en
una guerra, donde el rival no era solo el paraguayo, si no también sus detentores. En esas condiciones Bolivia no tenía posibilidades reales
de salir airoso de este enfrentamiento. Argentina al defender y soportar al Paraguay, no hizo más que defender sus intereses privados.
Argentina teóricamente era un pais neutral, que buscaba la pacificación de sus vecinos. Pero en los hechos armaba al ejército paraguayo
con lo mejor de su stock, como "cañones 105" , que Bolivia no disponía a la época, pese a que se dice que estaba mejor armado.
Pero también entre muchas otras cosas, financio con crédito argentino "la compra de aviones italianos AEROMACHI, para el ejército
paraguayo, cuando los paraguayos, no tenían, ni para comprar botas a sus soldados, razón por la cual se quedaron con el sobrenombre de
"pilas" y/o "pata pila" (pata pelada) en lengua aimara)

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EL ARGENTINO ABRAHAM SCHWEIZER

Coronel argentino Abraham Schweizer, componente del Estado Mayor Argentino, órgano que planificó y organizó
operaciones militares y espionaje para el Paraguay.

En cuanto a una parte de la ayuda argentina para la Batalla de Boquerón, transcribo los siguientes telefonemas cursados:

“Yucra 19.9.32  4ta. Div. Arce:”
“Tres mulos de ametralladoras con sus respectivos bastes y dispositivos de carga con escudo argentino fueron tomados en Boquerón. Fdo. Peñaranda”.

“Yucra 18.9.32. Cuarta iv. Arce:”
Comunico a Ud. que tropa combatiente han encontrado en el campo de batalla escudos de artillería, bastes, equipo completo, útiles de rancho y otros enseres con escudo República Argentina. Firmado Peñaranda”.

“Muñoz 23.9.32. Hrs. 17 Div. Arce:”
“Noticias recibidas Esmayoral y 5ta. Div. Confirmado por prisioneros tomados en Agua Rica dan cuenta avance fuerzas enemigas fuertes a lo largo del Río Pilcomayo posiblemente territorio argentino…… Firmado Gral. Quintanilla”.

LA RAZÓN DE LA NO DESTRUCCIÓN DE LOS OBJETIVOS

Los 18 bombarderos bolivianos no pudieron cumplir su rol de bombardeo cuando menos a dos objetivos estratégicos: 
- PUERTO CASADO
- LA VÍA FERRA DE PUERTO CASADO A ISLA POI

La República Argentina amenazó a Bolivia con intervenir en la guerra, si volvían sus aviones a bombardear Puerto Casado, de propiedad del Presidente Argentno Justo y su cuñado Carlos Casado. 

De no haber la Argentina apoyado al Paraguay militar y diplomáticamente, la Aviación Boliviana, hubiese definido el curso de la guerra a favor de Boivia en pocos meses. Cuando menciono miltarmente, me estoy refiriendo tambien al apoyo intelectual brindado por el Estado Mayor Argentino y la ingente cantidad de material belico. Por lo dicho, Bolivia, enfrentó a esta guerra, a dos adversarios militares: A la Argentina y al Paraguay.

AQUEL DOMINGO 19 DE ABRIL DEL 59: GOLPE, MAGNICIDIO FRUSTRADO, GENOCIDIO Y SUICIDIO DE ÓSCAR ÚNZAGA DE LA VEGA



Por: Eduardo Ascarrunz /  Artículo originalmente publicado en Página Siete de La Paz, el 17 de abril de 2019. Disponible en: https://www.paginasiete.bo/gente/2019/4/17/golpe-magnicidio-frustrado-genocidio-suicidio-de-oscar-unzaga-de-la-vega-215324.html

Ese día pudo haber cambiado la historia. Había empezado a las 6:30  con una misa celebrada por el cuadragésimo tercer cumpleaños del líder de Falange Socialista Boliviana (FSB), Óscar Únzaga de la Vega, prolegómeno del golpe de Estado falangista contra el gobierno del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR).  
Era el domingo 19 de abril de 1959. A la hora del evangelio uno de los conjurados se había retirado para hacer una llamada telefónica al general Ovando Candia, que en la víspera aseguró la adhesión militar a la insurgencia. No hubo respuesta. Minutos después los alzados se aprestaban a cumplir sus misiones.
-Vamos –, dijo Únzaga, vestido de sacerdote. Subió a la parte trasera del automóvil. René Gallardo ya ponía en marcha el motor. Para flanquear a su jefe, ingresó Julio Álvarez Lafaye por la puerta derecha; por la izquierda, Enrique Achá hizo lo propio. Fausto Medrano se sentó al lado del conductor. 
Enrumbaron por la calle Mercado hacia la avenida Mariscal Santa Cruz. Únzaga encendió un cigarrillo. A la primera bocanada puso en blanco la mirada. Era una costumbre en él nublar la vista, como dirigiendo los ojos hacia adentro, para sumirse en la meditación, salido de sí mismo. Pero ahora la situación sólo estaba para imaginar cosas concretas. Como en una película vio a los comandos falangistas ingresando al cuartel Sucre y haciéndose del mando. A la segunda exhalada vio fundido en el humo a otro grupo tomando el Tránsito. Sonrió imaginando en el atrio de San Francisco el reparto de armas a cargo del jefe policial Guzmán Gamboa y a las huestes enviadas por Ovando llegando al recinto castrense. El resto no decía palabra, nadie quiso interrumpir.
A eso de las 10:45, mientras una columna de insurrectos tomaba el Regimiento Escolta Presidencial Waldo Ballivián –ubicado en la calle Sucre–, en inmediaciones del Tránsito un subversivo, Jaime Gutiérrez, disparaba su metralleta sobre el auto presidencial, pero el doctor Siles Zuazo salía indemne del atentado: la única bala que traspuso el blindaje del vehículo sólo hirió al chofer en el hígado.
Rayando las 12:00, todo parecía expedito para el derrocamiento del presidente Siles Zuazo, mas medió, según testimonios, la traición del jefe de Estado Mayor del Ejército, general Alfredo Ovando Candia, quien, horas antes, había ratificado a Únzaga el compromiso de las Fuerzas Armadas con el levantamiento. La victoria devino en derrota: pasado el mediodía, 23 de los “captores” del regimiento Sucre fueron fusilados. A la hora del ocaso, en su refugio de la calle Larecaja 188, morían el caudillo falangista y su fiel ayudante personal, René Gallardo, en cumplimiento de un pacto suicida.
¿Qué había sucedido?
“En marzo de 1959, Únzaga cambió de refugio, instalándose en la calle Batallón Colorados, donde llegó subrepticiamente el coronel Rafael Loayza que llevaba un plano con una secuencia de acciones en un espacio de 30 manzanos del centro paceño. Era el esquema del golpe final”, escribe Ricardo Sanjinés, periodista y biógrafo del líder falangista.
El autor de Únzaga, la voz de los inocentes, refiere que en un encuentro a medianoche en el templo de Don Bosco, el director general de Policías, coronel Julián Guzmán Gamboa, comprometió a Únzaga la potencia del Regimiento Aliaga, asegurándole que disponían de 600 hombres, ametralladoras pesadas, piezas de artillería, enlaces por radio y unidades motorizadas.
“En la noche del lunes 30 de marzo” -precisa Sanjinés- “en una casa de la calle Capitán Ravelo, se reunieron Óscar Únzaga y el general Alfredo Ovando. Trabajaron a puerta cerrada desde las 20:00 hasta las 3:00 y aprobaron el plan de acción que se llevaría a efecto en abril próximo. 
El relator acota que en su nuevo refugio de la Batallón Colorados, el jefe falangista aprobaba detalles del plan final con Guzmán Gamboa y Ovando Candia: “el lapso de las 11:00 a las 13:00 del domingo 19 sería decisivo. Ovando facilitará la acción en el cuartel Sucre. Las armas del Regimiento Escolta se entregarán a los combatientes en los atrios de San Francisco y San Agustín (…) El levantamiento civil será rápido y contundente. Aviones de la FAB al mando del general Barrientos exterminarán los reductos milicianos en El Alto”.
El biógrafo de Únzaga explica que una vez tomada la central telefónica, toda la potencia de fuego del Regimiento Calama aseguraría la ciudad, la estación de trenes, el aeropuerto Panagra, los ministerios, etcétera. Al anochecer, las Fuerzas Armadas tomarían control del país. “Pero la noche del sábado 18, el ministro de Gobierno, Walter Guevara, conocía lo que iba a suceder, aunque ignoraba la hora. Únzaga había sido traicionado”.

A la mencionada actitud de Ovando Candia, que al ser entrevistado por el autor de estas líneas se negó a hablar de su accionar en aquellas horas turbulentas (HOY, 24/08/1969), se suman otras conductas aleves, entre ellas las reveladas en la biografía  novelada Morir en mi cumpleaños, de la periodista e historiadora Lupe Cajías, pariente consanguínea del líder y fundador de FSB: 
“El domingo 19 era su cumpleaños y los falangistas querían regalarle la Presidencia de la República, después del fracaso de varios otros golpes, casi todos sangrientos”, narra la investigadora en una entrevista y revela que el golpe había fracasado “debido a la denuncia de una mujer celosa, por lo que los militares allanaron la casa donde se escondían Únzaga y uno de sus compañeros de apellido Gallardo” (La Patria, 15/VII/2011).
Fusilamiento en el cuartel 
El gobierno había recibido en las últimas semanas armamento moderno depositado en el cuartel Sucre. El Jefe del Ejército lo entregaría a los falangistas y consolidaría el nuevo gobierno, relata Sanjinés.
“A las 12:20 el contingente militar enviado por Ovando llegó al cuartel Sucre, los falangistas respiraron aliviados, pero grande fue su sorpresa cuando los uniformados les intimaron rendición, poner los brazos en alto y dispararon sobre esos 24 jóvenes, rematándolos con un tiro en la cabeza. Sólo salvaron sus vidas Mario Gutiérrez Pacheco, que hacía de centinela fuera del recinto y logró huir, Víctor Sierra con una decena de disparos en el cuerpo, a quien dieron por muerto, además del dirigente campesino Luciano Quispe, escondido detrás de un turril” (Oh, La Razón, 17/04/2016).
La ejecución sumaria, producto de una celada fríamente calculada, terminó con las vidas de un puñado de rebeldes que pasaron a la historia como “mártires del nacionalismo boliviano”, enarbolado por Óscar Únzaga de la Vega. Entre los que ofrendaron la vida por sus ideales se lee los nombres de Carlos Kellenberger Palma, Walter Alpire Durán, Hugo Álvarez Daza, Cosme Coca, Fidel Andrade, Carlos Prudencio y César Rojas.
El magnicidio fallido 
“¡El auto del Presidente! ¡Viene el auto del Presidente!”, se exaltó emocionado uno de los subversivos falangistas, que cerca al mediodía del 19 de abril de 1959 se dirigía hacia las dependencias del Tránsito para tomarlas. “¡Cór-
tenles el paso, aquí!”, instruyó el jefe del operativo a media docena de sus camaradas armados, a la altura del Club de La Paz.

-Corrí hacia la esquina de la Mariscal Santa Cruz y Socabaya, mientras el Cadillac negro ya se acercaba al obelisco. Preparé mi metralleta y me puse en apronte –, declaraba el entrevistado casi medio siglo después de aquella jornada trágica. El auto presidencial se detuvo unos segundos y siguió hacia donde yo esperaba decidido a disparar contra Siles, que estaba sentado en el asiento trasero.
Frente a una taza de café, en la confitería del Club de La Paz, vestido de terno gris elegante y corbata, muy sereno, entre el murmullo incómodo de la concurrencia, desde su mirada brillante de emoción, Jaime Gutiérrez, conocido militante de FSB, refrescaba su memoria.
-De pie, encañoné de frente al automóvil y disparé la primera ráfaga. El chofer hizo una maniobra, dobló la esquina, tomó de subida la Socabaya y yo descargué sobre el costado izquierdo del vehículo el resto de munición de mi  metralleta, más de 30 tiros. 
-Con semejante descarga, ¿no se afectó el automóvil?
-No, ni se detuvo un instante, era un auto blindado. Después  supimos que una bala, una sola bala había traspasado el vidrio (o, más bien, habría entrado por una especie de ventanilla achatada que tienen esos carros, utilizada para disparar desde ella un arma de defensa) e impactado en el hígado del chofer que, malherido, valientemente condujo al Presidente hasta el palacio.
-Usted está aludiendo a un magnicidio o, más propiamente, a un intento magnicida. ¿Estuvo consciente de eso en esos momentos?
-Por supuesto. Siles Zuazo hubiera hecho lo mismo si hubiera estado en mi lugar. Él era un combatiente fogueado y, usted sabe, “la lucha es cruel y es mucha”, y en la guerra se mata o se muere.
El excomando hablaba entusiasmado de un hecho que, por cierto, pudo haber cambiado la historia si las cosas hubiesen salido como planearon Únzaga de la Vega y la cúpula de su partido. Falangista precoz desde adolescente y aún antes: “…yo pertenecía a Los niños de Bolivia, una tempranera escuela de cuadros falangistas, donde se aprendía valores, disciplina y amor a la patria”, a sus ochenta y pico años Gutiérrez luce aún una dentadura completa y unos bigotes recortados a la manera de Hitler, aunque con degradé fino hacia las puntas.
-A esa hora, alrededor del mediodía, ya se había producido la fracasada toma del cuartel Sucre por un grupo de los suyos–, comento.
-Lo ignorábamos. Luego se supo que fueron fusilados, debido a la traición de Ovando, que se había comprometido en el golpe. Sólo así se entiende que esos camaradas, que tomaron fácilmente el cuartel, luego iban a ser conminados a rendirse para ser bárbaramente ejecutados. ¿Quién dio la orden? Usted puede colegir.
Nacido en una familia católica, Gutiérrez dice haber sido “un falangista muy cristiano”, incluso decidido a hacerse sacerdote, “pero más pesó” – recuerda - “la negativa de mi madre, que -me dijo- ‘prefiero tener un hijo que sea un buen zapatero y no un mal sacerdote’; es que yo era un rebelde indomable”.
Iniciada la Revolución Nacional de 1952, Jaime Gutiérrez se autoexilió a Brasil. “Estando en Río de Janeiro fui convocado por el responsable regional de FSB, Marcelo Quiroga Galdo, para reunirnos con nuestro jefe, Óscar Únzaga de la Vega, con quien no sólo traté esa noche, sino que me quedé a vivir con él, en su departamento” -recuerda nostálgico - “hasta que a Federico Tredenik, Bismark Kreidler y a mí nos encomendaron hacernos cargo de una radio clandestina en la frontera con Paraguay y Brasil, desde donde, en plena selva, transmitíamos hacia Bolivia Antorcha, la voz de la libertad, contra el régimen movimientista”.
Forjado en las lides de los años 40 y 50, el hombre que atentó contra la vida del presidente Siles Zuazo, y que luego fuera herido en la masacre desatada al ser sofocado el golpe, conoció “los horrores de los campos de concentración de Uncía, Huanuni, Curahuara de Carangas y Corocoro, y las furias del control político a cargo de Claudio San Román, Luis Gayán Contador y Adhemar Menacho”. Padeció, además -según expresa- “todas las formas atroces de la tortura, en un tiempo que la padecían miles de camaradas consecuentes con el ideario de nuestro líder, Óscar Únzaga de la Vega”.

Este contenido es el relato reseñado, en clave de periodismo narrativo, contenido en La memoria del olvido, del periodista y escritor Eduardo Ascarrunz, obra testimonial en proceso de edición.

LA MUERTE DEL FUNDADOR (Resumen de un relato novelado)


Por: José Antonio Loayza Portocarrero. Este artículo fue publicado originalmente en Siglo y Cuarto, Documentos Históricos, en mayo de 2018.

Don Joaquín Gantier escribió el libro “Casimiro Olañeta”, a él le debo lo que sé. Le pregunté si Olañeta fue el fundador nato de nuestra patria, y me respondió sin el odio que nos endilgó Arguedas en su libro “Pueblo enfermo”: “Si no hubiera sido Olañeta, entonces quién, Bolívar no deseaba nuestra independencia, Sucre hacia lo que decía Bolívar, y se impuso la astucia y la voluntad del tercero excluido”. Quise saber más, algo encontré en los “Papeles inéditos de Gabriel René Moreno”, otro tanto en el dialogo y en el libro de mi buen amigo José Luis Roca, “Ni con Lima, ni con Buenos Aires”, y más de ello, nada. Aun así escribí “Casimiro Olañeta y la fundación de Bolivia”. En cuyas páginas finales, algo más extenso que este resumen; relato así:
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Yo, Telésforo Jano, hijo de don Casimiro Olañeta y Güemes, fundador de esta tierra: tengo el oficio de dar en nombre del Dios guardián de las puertas misteriosas, la versión de su vida, así como las razones licenciosas o indignas que hoy dilaceran su soledad. Juro que su destino fue un sendero desfavorable Pero ya es tiempo que mencione los hechos sin justificar su ingrata historia: Nací el 4 de enero de 1831, fui bautizado en la parroquia de San Miguel. Era el otoño, habían pasado dos años y siete meses desde que mi madre tuvo en 1828 a Pedro Cesar, hijo del Mariscal Sucre, mi hermano materno. A causa de ello mi padre rompió con Sucre, y trató de imponer sus razones, y mi madre Manuela de la Concepción Rojas e Iñiguez, reclamó.

— ¿Fue la cautela por tu patria?, ¡o celos por mí! — y mi padre respondió:

— ¡Fue por ti! ¿Por qué se mofaron de mí? Yo vivo por mi fe. Puedes pensar y tacharme de ser el hombre más prosaico si quieres, pero yo fui el poder, el opulento, el tempestuoso, el temerario, y hasta el juez más útil que aclaró los líos que la patria embrolló. Yo tuve la púa del engaño clavado en mi espíritu, y cuando creció se convirtió en la puya acerada e infalible que le dio vigor a mi cuerpo y espíritu que fueron los soles cardinales que me convirtieron en el genio creador de la independencia; por tanto, nadie puede atribuirme traiciones o villanías sin confesar su envidia.

Pero ahora mi padre se moría. Me llevó tres meses conocer los sesenta y cinco años de su vida y los treinta y cinco años de vida de mi patria, y casi lloré. Pero hubo una tarde que regué mis mejillas con lágrimas de dolor, y su esposa y a la vez su prima doña María Santisteban Güemes, me vio; era un día antes del día de la independencia. El médico desanimado por no haber vencido el mal, nos comunicó que mi padre viviría unos días más, no dijo cuántos, sin duda no quiso decirlo o no sabía. Dentro la casa todo era un desconcierto, las ventanas estaban cerradas y los muebles y las cosas guardadas cubiertas por sabanas de lienzo blanco, y hasta el reloj de piso tenía la péndola quieta. Me refiero a que ya se avistaba el tiempo y la noticia de la muerte y la suerte funesta de mi padre. —Jano, apuesto que no sabes que dijo Bolívar cuando supo que la república llevaría su nombre− Luego sonrió con ese modo irónico muy propio de él. Si me hubiera dicho que estaba delicado, o ignoraba que agonizaba, o me hubiese abrazado para eludir mi respuesta, Dios sabe que hubiera creído en el milagro, como creía en la virtud medicinal herbaria, o en la risueña ingeniosidad de los moribundos para guardar unos reales en el bolsillo y no morir sin antes dejar una limosna para encomendarse a Dios. Pero apreté mi garganta porque mi voz se quebraba.

Al día siguiente lo encontré sentado pero no levantado. Lo terminé de vestir y lo lavé sumergiendo dócilmente sus manos en una palangana de agua y le friccioné el rostro y el cabello con un paño suave, frotándole casi sin tocarlo por el temor de maltratar su piel. Se fijó en mis ojos, y dijo que estaban muy acuosos a falta de sed. Debías llorar —me dijo−, tus pupilas lo necesitan y tu alma tiene aroma de pena. Luego se alzó hasta quedar erguido y me dio un beso en la frente y una caricia de buen día. Su casa estaba a una cuadra y media más arriba de lo que antes fue la presumida Audiencia de Charcas, caminamos por las losas tendidas que unas se rajaron, otras se movían y las demás estaban hundidas. Noté que el sol enriquecía su resistencia y lo tomé de sus manos que eran delicadas como las de un niño de huesos ligeros, y unidos como dos conquistadores nos abrimos paso con el bastón que mi padre usaba de muletilla. La gente le saludaba conmovido de respeto, no porque mi padre supiera el nombre del abuelo de sus abuelos, sino porque su saludo para muchos se equiparaba a una bendición. Así llegamos a la Plaza Mayor, donde ondeaban las banderas, los escudos, los estandartes y los penachos de plumas sobre los resplandecientes morriones del ejército, porque hoy: ¡Hoy era el día dedicado a un hecho único, era el día de la independencia, el día que mi padre fundó ésta tierra hace treinta y cinco años atrás!

Los días siguientes yo tenía una soberbia ilusión, lo que llamamos el prodigio de la esperanza, o lo que llamamos la presunción del milagro. Quizás mi padre era inmortal. Sé que con mis años debo dejar de ser un iluso esperanzado, pues, ¿acaso aquellos que crearon una vida nueva no están predestinados a quedarse en este mundo para cuidar su obra? Afuera, todo formaba parte de una obra municipal, ignorando que muy cerca agonizaba el fundador, mientras los ingratos bailaban y festejaban, y algunos hasta apostrofaban a la patria por el color de su epidermis, por la pobreza de sus posesiones; porque era menester protestar hasta escanciar el vino de la botella y refutar lo que mi padre hizo, desposeído de preeminencia y poseído de impaciencia para librarnos de España y gozar de la independencia pese a la tenaz oposición y a la involuntad política de la Argentina y el Perú.

Esa noche mi padre yacía postrado en su lecho, afuera se oía el agua que manaba de la fuente de piedra. Junto al muro se veía la cabeza labrada y enmarañada de un león que rugía intimando a los curiosos… Mi padre me tomó de la mano y comenzó a contarme de su juventud en Charcas, de su matrimonio con su prima y sus amoríos con mi madre, de sus luchas con los patriotas y realistas, de sus maniobras con uno y otro presidente, de la declaración de la independencia, de su engaño a los Libertadores, de la Confederación de Santa Cruz, de la huida por las tejas del tenorio Ballivián, de las lágrimas atribuladas e inconsolables de Belzu, de la moralización extemporánea de Linares, y de la carta que le escribió: “Al recibir esta carta ya no tendréis a quien contestar. Adiós para siempre.”

Durante los siguientes días ya no pude hablar con mi padre, él no hablaba, soñaba que reparaba alguna injusticia; o elaboraba algún proyecto de ley para promulgarlo; o entregaba documentos firmados para evitar que otros se le adelanten; o redactaba la renuncia de algún presidente o un nuevo discurso de posesión; o negociaba con políticos de trinchera o con ministros del exterior. Pero ahora estaba sobre su cama con la manta sudada por la fiebre, las visitas eran escasas, los que asistían era notorio que lo hacían por curiosidad para visitarle y salir de prisa con el chisme deseado.

Pero un día al verlo, su jadear cesó, sus ojos se posaron en los míos, estuvimos buen rato viéndonos, le acaricié el cabello, le pedí que duerma, oí su voz como el aliento que se expira. Se contrajeron sus labios, estaba aferrado al relicario y su amor era frío. Le froté las manos, le pedí que sea fuerte, su evidente sudor se redujo, su sangre anhelante se aquietó, le prometí que se levantaría, le recordé que era un vencedor y debía vivir quiéralo o no. El me seguía mirando con sus pupilas apagadas y su aorta sin latidos, su cuerpo se alongó, sus manos y su frente se entumecieron. Yo sabía que el patriota, el amo imperioso, el tribuno indomable, abriría de par en par sus ojos y su boca reiría y me diría que su dolor menguó y se libró del mal tirano que otrora le flageló. Miré sus mejillas y empecé a frotarlo desgreñando sus cabellos... Alguien, Dios mío, mientras le frotaba las manos se acercó y me dijo: Ya no puede hacer nada más por el doctor Olañeta, hace rato que murió... Aquel domingo mi padre, mi amigo, mi fundador, el que le quitó el chasquido al látigo español, el que construyó la Constitución y la ley, el que no claudicó hasta lograr la independencia de nuestra patria, falleció.

“En el año del Señor de 1860, día 12 de agosto, murió en comunión de nuestra Santa Madre Iglesia, con Sacramentos, el Señor Ministro Don Casimiro Olañeta de 65 años, casado con la Sra. Dña. María Santisteban; sus funerales se hicieron en la Catedral con oficios cantados y solemnes, con licencia del Sr. Párroco Don Julián de la Borda, y fue enterrado al día siguiente en el Panteón General a la entrada de la capilla, y para constancia lo firmé yo, el teniente del cura.— José Lague”.

Yo, Telesforo Jano, contemplé el homenaje y el funeral de mi padre, y el llanto me desconcertó cuando sentí: … ¡era el silencio!...la corneta y la tonada entristecida sonó: … ¡era el silencio!

LAS ÚLTIMAS HORAS DE OSCAR ÚNZAGA DE LA VEGA



Por: Eduardo Ascarrunz / 18 de abril de 2019. // Este artículo fue publicado originalmente el Página Siete de La Paz, disponible en: https://www.paginasiete.bo/gente/2019/4/18/las-ultimas-horas-de-unzaga-215417.html

Liderar un partido opositor era un oficio de alto riesgo en el lapso que siguió a la revolución de abril de 1952. Más aún en el día señalado para el golpe de Estado contra el presidente Hernán Siles Zuazo. Y eso lo tenía claro Oscar Únzaga de la Vega, el hombre más buscado en las horas aciagas del 19 de abril de 1959.
Sumido en un mar de angustia, el líder político que había vivido por una causa -e iba a morir por ella-, una vez fracasada la insurrección tenía la mente invadida por cavilaciones tormentosas, de esas premonitorias que ponen la vida al borde del límite fatal; cuando todo está perdido, cuando el mal augurio de la muerte asoma irreversible, signado en esas horas por otra más de las traiciones que asolaron aquel domingo, pues, ¿qué hizo que sus perseguidores dieran con su paradero?
La autora de Morir en mi cumpleaños sostiene que el móvil que impulsó la delación no fue político, sino sentimental: “La causa de la denuncia es una mujer celosa, esposa de un militar, el mayor Prudencio, que está celosa de la dueña de casa porque su esposo es amante de esta señora, y cuando logra percibir que hay movimiento en la  casa llama al palacio de Gobierno”. Luego, la investigadora da más consistencia a esa hipótesis: “La vida personal de Únzaga es muy trágica, incluso su amor por una mujer es como una historia de Romeo y Julieta, dos familias adversas, y nunca Únzaga se va a poder realizar en ese sentido” (El País, Tarija 25/04/2011).
Cuántas otras adversidades han debido hacer insufribles las últimas horas del jefe falangista. ¿No fue suficiente la trampa -aparentemente desconocida en el Palacio Quemado-, en la que cayeron los jóvenes falangistas en el cuartel Sucre? ¿No le valió nada a la cúpula del poder para refrenar la matanza desatada contra los ya vencidos insurrectos en los atrios de San Francisco y San Agustín y donde se encontrara a uno, dos o más facciosos? ¿Qué fue en definitiva lo que decidió a Únzaga a adoptar una decisión extrema?

El pacto suicida
Una carta póstuma de Julio Álvarez La Faye, uno de los tres sobrevivientes de la tragedia de la calle Larecaja -los otros fueron Enrique Achá y Fausto Medrano-, dirigida a su hijo mayor, a ser entregada cuando éste cumpliera los 21 años, daba cuenta del pacto suicida, poniendo fin a la duda de si el jefe de FSB y su joven acompañante fueron asesinados o se habían inmolado por mano propia.
Según el postrer testimonio -cuyo portador, pariente cercano de los Álvarez La Faye, pidió guardar el anonimato-, los hechos se habrían sucedido de la siguiente manera:  En horas precedentes a las ya relatadas, a iniciativa del jefe falangista los cuatro conspiradores juraron solemnemente apelar al suicidio en caso de fracasar la asonada golpista. Este hecho configuró un pacto suicida, cuyos detalles son revelados al cumplirse este Viernes Santo 60 años de los sucesos del 19 de abril de 1969.
Alrededor de las 18:30, en el living del segundo piso de la casa de los Serrano -diligentes y arriesgados anfitriones-, Únzaga, Gallardo, Álvarez La Faye y Achá, alertados por una vecina del primer piso y por dos jovencitas de la familia dueña de casa, se precipitaron a ocultarse en el baño. En esas circunstancias escucharon voces nerviosas que venían desde el corredor. Los cuatro se aproximaron a la ventana y divisaron un contingente armado camino del refugio.
Fue en esos precisos instantes que Únzaga de la Vega les dijo a sus tres acompañantes: “Ya no hay nada que hacer, camaradas, procedamos a cumplir lo pactado”. Extrajo de la parte interior trasera de la cintura de sus pantalones un revólver Mausser calibre 32 largo, empuñó el arma, la acercó a su sien derecha y disparó. En eso, René Gallardo sacó de la cartuchera su arma -una Smith & Wesson calibre 38  corta-, se inclinó al cuerpo de Únzaga, apuntó el revólver a la altura del occipital izquierdo del ya inerte jefe falangista y descerrajó un tiro. De inmediato, serenamente, dirigió el caño del arma hacia su sien derecha y disparó, cayendo fulminado instantáneamente.
Ante ese cuadro macabro, con dos cuerpos sangrantes sobre el piso y el ambiente humeante oliendo a pólvora, Julio Álvarez La Faye se sintió presa del pánico y, en vez de proseguir con el pacto siniestro, apuró los pasos hacia la planta baja de la casa, donde fue escondido por la dueña del departamento. Enrique Achá también abandonó el escenario, no sin antes tomar en sus manos el maletín de Únzaga de la Vega -donde, se dijo, estaba el dinero para el golpe-, y salió de la casa. Fausto Medrano, que hacía de enlace entre el domicilio y el exterior , iba a burlar a los agentes  fingiendo ser novio de una de las jóvenes, y salió caminando  con ella “del brazo y por la calle”.
Anochecía cuando los milicianos ingresaron al inmueble N° 188 de la calle Larecaja, requisaron el departamento de los bajos, frente al patio, subieron al segundo piso y revisaron una por una todas las habitaciones, menos la del baño, donde yacían los cuerpos sin vida de los dos suicidas: la puerta fue bloqueada por un ropero, como dijeron las dueñas de casa al autor de estas líneas (“Z”, junio de 1979).
La noticia del infausto acontecimiento se expandió esa misma noche por toda Bolivia a través de las radioemisoras. Al día siguiente los diarios titularon el hecho con caracteres de catástrofe y las agencias internacionales pusieron al país en la mira del mundo. 
Semanas después, el informe de la Comisión investigadora de la OEA determinó que en esa epifanía “se produjo un doble suicidio”, pero la versión falangista apuntaba a que Únzaga y Gallardo fueron victimados “con premeditación, saña y alevosía por agentes de la represión movimientista”. Un forense español, el doctor Hernán Messutti Ribera, partícipe del equipo médico que llevó a cabo la autopsia, declaró en la prensa que el deceso de Únzaga y Gallardo “fue muerte por mano criminal”, basándose en la existencia de dos disparos en la cabeza de Únzaga. Dicho facultativo, se entiende, ignoraba que el segundo impacto de bala debajo de la oreja izquierda del jefe falangista, fue el “tiro de gracia” disparado por Gallardo.
¿Por qué no se realizó una experticia balística? ¿Cómo es que la autopsia dio paso a dos conclusiones? Responder a estas preguntas puede ser engañoso y son pocas las personas que pueden contestarlas. Una de ellas Lupe Cajías, que en una entrevista con Álvaro Luksic en El País de Tarija (25/04/2011) relató: “Al medio día se sabe que el golpe ha fracasado y a las seis se recibe en palacio una denuncia que en esa casa hay falangistas. El comando llega cerca de las 7 de la noche y dos niñas avisan a los escondidos sobre la denuncia. Únzaga y Gallardo (y los otros dos) se esconden en un baño cuya puerta es tapada con un gran mueble. Los milicianos buscan, disparan al aire  y se van al no encontrar a ningún falangista”. 
“Cuando ya sacan el mueble y abren el baño para ver a Únzaga, resulta que éste y su secretario están muertos, y aquí viene el drama que va a dar lugar al proceso  más famoso de la historia política de Bolivia, porque los dueños de casa, asustados, ven los cuerpos y no saben cómo llamar a la asistencia pública. En ese momento limpian los cuerpos, les sacan los revólveres de las manos. Aparentemente Únzaga y su secretario se han suicidado. Limpian (el piso), lavan los revólveres en la pila, incluso una niña les hace persignar. A las dos horas recién llaman a la asistencia pública. Llegan los camilleros, se asustan y ven que se trataba del líder más perseguido por el régimen”.
Testimonio de Siles Zuazo, julio de 1980
Todo estaba preparado para dejar nuestro precario refugio de la final General  Lanza y partir al domicilio de una ciudadana alemana de confianza, en Achocalla. El doctor Siles Zuazo, Antonio Araníbar, el colega Félix Espinoza y el autor de estas líneas terminamos de cenar en casa de la familia Moscoso -ocupada sólo por nosotros y un joven cuidador-, clandestinos tras el golpe de García Meza y Arce Gómez. Dos compañeros elenos, Raúl Araoz y Arturo López, tenían previsto el traslado de los cuatro hacia un lugar más seguro.
Con nuestras pocas pertenencias personales en mano, ya nos despedíamos del  cuidador cuando el entonces presidente electo nos dejaba perplejos: “Mejor nos quedamos, compañeros”. Pero más sorprendidos quedamos al enterarnos al día siguiente que la casa de la alemana había sido allanada por agentes del nuevo gobierno y ella   ultrajada y hecha presa.
Días después, los mismos colaboradores tenían previsto trasladarnos hacia la frontera peruana. Faltando minutos para la evacuación y el toque de queda, el doctor Siles volvió a dejarnos sin palabra: “No vamos, Pachi”, dijo muy seguro. “Pero, doctor, nos están esperando”, intenté disuadirlo. “Si no llegamos, ellos van a pensar que hubo algún imprevisto”, se plantó en su decisión, “no, no vamos”. Una y otra actitud venían a confirmar la pasmosa intuición del  avezado jerarca movimientista que comandó la insurrección popular de abril del 52, y ahora, por segunda vez, se resignaba a no asumir el mando de la nación ante la arremetida golpista de García Meza y Arce Gómez.
Los avatares de una vida oscilante entre lo extremo insólito (su ingreso vestido de fogonero ingresando subrepticiamente en ferrocarril, por ejemplo) y las situaciones límite, como las aquí narradas, dieron pie a que en una de las charlas sostenidas junto a Toño Araníbar, “a salto de mata” (La Razón, 17/07/ 2005), abordásemos con el doctor Siles algunos casos que lo tuvieron en la cresta de la ola  mediática. Uno de ellos, precisamente, el referido a la muerte de Oscar Únzaga de la Vega, aquel luctuoso domingo de abril de 1959. A continuación, resumimos los conceptos del doctor Siles Zuazo en la clandestinidad de julio de 1980:

-Poco antes de los sucesos de abril, es cierto, le ofrecí a Únzaga participar de la insurrección y formar parte del gobierno; finalmente, sus ideas nacionalistas y  antioligárquicas coincidían con las nuestras. Se negó a hacerlo y luego se hizo enemigo acérrimo del MNR, aduciendo que habíamos  pactado con el comunismo de Lechín y los mineros.
-El golpe de Falange del 19 de abril del 59, era un secreto a voces. Walter Guevara, ministro de Gobierno, y sus colaboradores, estaban enterados de los planes de Únzaga y su gente; también Ovando, por supuesto, él  me puso al tanto ya el 18, en la tarde.
-El día del levantamiento, muy temprano, serían las seis de la mañana, instruí a Ovando una reunión en el Gran Cuartel de Miraflores para decidir cómo frenar el alzamiento. Me refiero, entre otras acciones, al apresamiento de los insurrectos. No hablamos nada de lo que era absoluta incumbencia de los mandos militares: el fusilamiento de los falangistas en el cuartel de la Sucre.
En ese tiempo, el mandatario vivía en una casa sencilla, colindante con la ahora residencia presidencial, al frente del regimiento Colorados, en San Jorge. No obstante estar anoticiado del golpe falangista y de lo relativamente fácil que era conjurarlo, Siles Zuazo puso a buen recaudo a su familia y le pidió a su chofer lo condujera hasta el Palacio Quemado.
-Nos dirigimos por la Arce, tomando luego El Prado y la Mariscal Santa Cruz. Al llegar al obelisco, el chofer me dijo, un tanto extrañado: “Presidente, hay un grupo interceptando la Ayacucho”. Seguimos de frente y al doblar por la Socabaya, en contra ruta, sentimos que unos disparos impactaban contra el vehículo blindado, pero una bala logró penetrar del lado del conductor, hiriéndolo.  A duras penas se esforzó y logramos llegar a palacio.
-Una vez trasladado el chofer hasta una clínica, obviamos comentar el incidente, pues teníamos cosas más urgentes: nos aguardaba el gabinete en pleno y, a esa hora, ya se conocía lo sucedido con el grupo de falangistas luego de la celada preparada por los mandos militares.
-Ya entrada la noche, en palacio se recibió la llamada de una mujer no identificada, dando cuenta de dónde se encontraban Únzaga y sus acompañantes, pero matarlo no estaba previsto en ninguno de los planes. Su muerte, y la de su ayudante Gallardo, me sumió en la peor de las preocupaciones. “Ahora todas las acusaciones van a caer sobre mí”, me dije. De inmediato instruí que de la autopsia participaran, si era posible, médicos allegados a la Falange. Incluso solicitamos a la OEA el envío de una comisión investigadora; su informe remitía a un doble suicidio, pero los falangistas, claro, optaron por decir que fue asesinato, basados en que hubo dos disparos en uno y otro lado de la cabeza de Únzaga.

Este contenido es el relato reseñado en clave de periodismo narrativo, contenido en La memoria del olvido, del periodista y escritor Eduardo Ascarrunz, obra testimonial en proceso de edición.

LAS CUATRO ESTACIONES DEL PARTIDO DE CONCIENCIA DE PATRIA (CONDEPA) Y CARLOS PALENQUE



Por: Rafael Archondo / Artículo publicado originalmente en Página Siete de La Paz, el 30 de septiembre de 2018. Disponible en: https://www.paginasiete.bo/rascacielos/2018/9/30/las-cuatro-estaciones-del-partido-de-carlos-palenque-195144.html // Foto Wiipedia

Caravana

En la madrugada del miércoles 21 de septiembre de 1988, decenas de personas se aglomeraron en las cercanías de aquella vieja casona construida sobre la calle Bolívar, a solo dos cuadras por encima de la plaza Murillo. Ninguna novedad. El lugar solía estar colmado, sobre todo desde junio de ese año, cuando el gobierno anunció la clausura, por un año, de Radio y Televisión Popular (RTP), la emisora y el canal, donde Carlos Palenque Avilés irrumpió en la vida pública de la capital.
El cielo, aún perforado de estrellas, cubría con su frazada oscura la ciudad adormecida. Los conductores de camionetas y buses, estacionados en hilera, negociaban con los asistentes un asiento para el viaje en ciernes. Muchos de ellos, los más fanáticos, habían pernoctado allí para asegurarse un lugar en el acontecimiento tan perifoneado.
De pronto, desde uno de los motorizados salió el grito ansiado: “¿Quiénes quieren ir en ésta?...”. Logré subirme sigilosamente en la parte de atrás, ayudado por mi credencial de periodista. Dio la casualidad de que en la cabina esperaba ya la Comadre Remedios y su mamá, todo un privilegio para sus apiñados acompañantes. Una caravana de 13 vehículos partía en dirección a Tiwanacu, el mítico poblado de tantos rituales andinos.
Al pasar por una suerte de mirador natural a un costado de la carretera, la travesía hizo un paréntesis religioso. Palenque ya estaba ahí, participando de una ceremonia alumbrada por los primeros destellos del amanecer. Me acerqué lo más que pude para verlo. Remedios, nuestra pequeña copiloto, se abrió espacio a un costado del abrigado caudillo. Los braseros humeantes circulaban entre los seguidores del nuevo partido político, aymaras en su inmensa mayoría.
Al llegar a Tiwanacu, el día ya estaba instalado sobre su brillo inicial. No accedimos al templete de la zona arqueológica. Un grupo aguerrido de indianistas estaba ahí para impedir el uso del perímetro lleno de simbolismos. Al grito de “¡Muera Palenque!”, esperaban atrincherados en los ingresos.
Los nuevos dirigentes de Conciencia de Patria (Condepa) fueron entrando uno por uno, casi en desfile clandestino, a una casa situada en la plaza principal, desde cuyo balcón fue leído un documento de 21 puntos. Tres hombres se encargaron de los discursos, usando un afónico megáfono fijado a la fachada con un gordo nudo de alambres: Reynaldo Venegas, diputado del MNR por el departamento de Oruro, Genaro Torres, presidente del Comité de Defensa de RTP y el propio Palenque, siempre al centro, con una bufanda a cuadros. Una bandera boliviana cubría como falda el rústico balcón de aquel inmueble descolorido. Al medio, prendido por tachuelas, el único afiche del movimiento, la foto en blanco y negro de Carlos y Mónica, la pareja líder, sonrientes.
A las 11 de la mañana, la caravana de buses y camionetas empezó el lento retorno a La Paz. Un nuevo partido iniciaba su andadura hacia las elecciones presidenciales de 1989. Le esperaba un sorpresivo cuarto lugar, con un 12% de los votos y una abultada victoria en el departamento de La Paz.
Estallido
Una orden emanada de la Corte de Distrito había interrumpido la clausura de los medios palenquistas por casi tres meses. La ratificación del silenciamiento por parte de la Corte Suprema en Sucre, fue notificada a la prensa el jueves 3 de noviembre de aquel 1988. Era una agonía judicial en dos tiempos.
La noticia detonó una explosión popular pocas veces vista. Miles de sindicatos de estandarte tricolor e indignadas mujeres de pollera llenaron con sus gritos y sollozos la plaza San Francisco la tarde del martes 8 de noviembre, día en el que RTP volvía a apagar sus equipos. La plaza hervía de furia. Un grito incesante se fue expandiendo entre la muchedumbre: “¡Condepa, Condepa, Condepa al poder!”. De manera instintiva, la gente blandía el puño y Palenque iniciaba su vida política con una plaza erizada. Ahí y no tanto el 21 de septiembre, se acunaba el huracán que abarcaría una década de cuantiosas cosechas electorales.
El 4 de mayo del año siguiente, San Francisco volvería a quedar a tope. Condepa cerraba campaña, Palenque vestía de poncho, el color del partido era el café de la tierra, la plancha de dirigentes ya estaba llena y la cantidad de aymaras que secundaban al Compadre aquella madrugada del 21 de septiembre en Tiwanacu, se había diluido considerablemente. El partido había sido “capturado” por rostros conocidos, políticos de diverso origen, profesiona les del quehacer parlamentario. Acá retratamos a cuatro de ellos.
Rivales
La toma de Condepa empezó dos meses antes del Manifiesto de 21 puntos. Producida la clausura de RTP, Reynaldo Venegas, hoy ya fallecido, fue el único diputado que usó su curul para protestar por la decisión de su partido de clausurar los dos medios de comunicación. El orureño, ducho en leyes, logró colocarse estratégicamente al lado del exfolklorista y conductor de programas a la hora de redactar memoriales y apelaciones. Venegas logró que la Corte de Distrito de La Paz resolviera la reposición de las emisiones el 8 de agosto.
Convencido de que el movimiento derivaría muy pronto en una sigla partidaria, Venegas atrajo tras de sí al grupo Bolivia, un cenáculo de políticos de orientación nacionalista, muchos de ellos con una clara inclinación conservadora. Ahí figuraba Jorge Escobari Cusicanqui, quien a sus 62 años, se decidía por la vida partidaria tras haber sido canciller del fugaz gobierno del general David Padilla Arancibia en un año clave para cualquier diplomático: el primer centenario de la pérdida del Litoral.
El 8 de octubre de ese 1988 fundacional, Venegas declaraba que el naciente partido no estaba “ni con la izquierda extremista y alienante ni con la derecha dependiente, sino con el verdadero nacionalismo revolucionario”. Venegas se había distanciado del MNR que lo llevó a la cámara baja, porque lo consideraba un partido que, de la mano de Sánchez de Lozada, había arriado las banderas de abril de 1952. Su obsesión en el Congreso era el proyecto poli-metalúrgico Bolívar, un ingenio industrial soñado por ingenieros patriotas.
Aquel fin de año de 1988 fue clave para operar la toma de la dirección partidaria. Los medios estaban clausurados. Aunque Palenque fue acogido por radio Méndez primero y por radio Continental más tarde, la movilización social fue declinando y el asedio del gobierno se hizo cada vez más severo. Las labores del partido, como recolectar 27 mil firmas para lograr su personería jurídica, organizar visitas que mantuvieran el nexo con la gente, buscar alguna llegada a otros departamentos, fueron mejorando las condiciones para el desembarco de los nuevos dirigentes. Defender RTP requería de cualidadesdiferentes que las usadas para redactar proclamas o proponer un plan de gobierno.
Dos fracciones avanzaban en busca del núcleo del movimiento: el grupo Bolivia y el grupo Octubre. Los primeros, los amigos de Venegas, el número dos del naciente partido; los segundos, los impulsores de la izquierda nacional, dirigidos por el periodista y abogado Andrés Soliz Rada, también fallecido.
Aquel 8 de noviembre de la segunda clausura de RTP, busqué a Soliz en las puertas del edificio de la Federación de Fabriles cuando la multitud ya se dispersaba. Le dije que me interesaba entrevistarlo. Soliz no quería entrevistas, necesitaba brazos y cerebros que apuntalaran su grupo interno dentro del naciente partido. Frente a una taza de café, el hombre que acababa de dejar la dirección informativa de un canal de televisión, y mantenía cercanía con la agencia France Press, me advirtió sobre el peligro de que la derecha se apoderara de la mente y el corazón del Compadre. “A nadie le conviene que este movimiento se transforme en una derivación del fascismo”. Creo recordar esa frase casi textual. Soliz se percibía a sí mismo como una puerta de acceso para una izquierda que por entonces no se había podido recuperar del desplome de la UDP, sucedido hace solo tres años.
Cooperé con él durante dos años, primero a fondo, y luego con una creciente desconfianza por un proceso que se nublaba cada vez más con diversas y caóticas incorporaciones. El 12 de febrero de 1989, Venegas terminaba expulsado del nuevo partido. Menuda sorpresa. La ofensiva de Soliz cosechaba su primer fruto. El abogado orureño aspiraba a ocupar el primer lugar en la lista de candidatos al parlamento por el departamento de La Paz. El lugar iba a corresponder a Remedios Loza, la fiel escudera de Carlos Palenque. Venegas, un mal calculador, pensó que ir como segundo de la lista era una apuesta arriesgada. Tanto insistió en tener predominancia, que acabó fuera. Luego se arrepentiría. Los curules asegurados no fueron ni uno ni dos, sino nueve.
Ofensiva
Noviembre de 1988. Un grupo de señores se reúnen en una casa de la zona sur. Son los nuevos condepistas. Ninguno de ellos salió a manifestarse cuando en junio de ese año, la Dirección General de Telecomunicaciones (DGT) dispuso la clausura de RTP. Es más, alguno de ellos incluso firmó un documento aplaudiendo la medida. Con el paso de varios años de lealtad, aquel error pudo ser olvidado justicieramente.
Ese domingo, los congregados hacen un balance de lo logrado hasta ese momento. Dibujan un mapa mental en el que se colorean los avances de los seguidores de Venegas y de los presentes. Está claro que necesitan más incorporaciones. Dos son los convocados más citados: Ricardo Paz y Julio Mantilla, dos hombres que se trenzarían pronto en una rivalidad de larga data.
Gonzalo Ruiz Paz, hoy fallecido, quien varios años después se convertiría en esposo de la periodista Cristina Corrales, sube las escaleras del monoblock de la UMSA rumbo a la Decanatura de Ciencias Sociales. Allí lo espera un hombre robusto y emotivo. Su nombre es Julio Mantilla Cuéllar, también fallecido, y un olvidado de la historia política de Bolivia.
Mantilla comenzó su vida militante en el Partido Comunista de Bolivia (PCB), fundado en la década del 50, donde se entremezcló con la membresía campesina, dentro de lo que se consideraba a sí mismo como un partido obrero.
Esa decisión fue importante para su trayectoria. Mantilla se vio en la necesidad de explicarle a los campesinos aymaras y quechuas que la vanguardia de la revolución no eran ellos, sino los asalariados de las fábricas, las minas y los ferrocarriles. Decirles que eran “furgón de cola” de la revolución no parecía ni pertinente ni sagaz. En el periódico del PCB, Unidad, firmaba con un pseudónimo de sazón precolombina: Juanito Lupi Kala.
Ante ese reto, desarrollado en años de dictadura, se fue dando cuenta de que entre campesinos y obreros había una conexión indestructible; todos ellos eran indígenas. Entonces fue puliendo el lazo para hacerlo fecundo.
Escarbó en la Historia del país y se encontró con los pasos del nacionalismo precursor de la Revolución de 1952. Allí detectó la alianza ansiada entre sus dos interlocutores y subrayó el nombre del ex presidente mártir, Gualberto Villarroel. Mantilla estudió el Congreso Indigenal de 1945, convocado por ese gobierno militar y conoció a Antonio Álvarez Mamani, quien presidió el cónclave.
Ahí Mantilla se convirtió en un nacionalista de matriz indígena.
Cuando su partido, el PCB, ascendió al poder en 1982, se plegó al sector salud, desde donde respaldó los comités populares de salud, que organizaron farmacias y atención médica para los más pobres.
Tras el fracaso de ese gobierno, Mantilla se replegó a la Universidad. El puente de ideas con los miembros del grupo Octubre ya estaba tendido. Gonzalo Ruiz Paz lo convenció de jurar a Condepa. No tardó nada en transformarse en una figura central. Elegido diputado en 1989, Mantilla fue el arquitecto de la simbología partidaria. Palenque se revestía de las ocurrencias mantillistas.
En 1991, Julio fue elegido alcalde de La Paz, meta que Palenque no consiguió dos años antes. Condepa gobernaba la ciudad más importante del país. Mantilla fue expulsado del partido y a raíz de ello compitió por la reelección con una sigla prestada, la del MNR. El periodista Carlos Soria Galvarro ha publicado una carta que le dirigió Mantilla en su fase más crítica. En ella, el exalcalde, fallecido en 2012, cuenta que quienes lo echaron del partido fueron Ricardo Paz Ballivián y Mónica Medina de Palenque. Esta última lo reemplazó en la silla municipal tras casi empatar con él en las urnas en 1993. “Intenté una jugada riesgosa, que hoy reconozco como mi primer error político: la alianza con el MNR”, escribe el exalcalde. “Me equivoqué y perdí”, señala más adelante.
En la carta, Mantilla confirma que tras su enjuiciamiento por parte de la nueva directiva municipal, su situacióneconómica se tornó catastrófica. Seis años después de su muerte en Sipe Sipe, Cochabamba, corresponde ir recuperando su obra y pensamiento.
Julio Mantilla ingresó a Condepa en diciembre de 1988. Lo hizo lo suficientemente tarde como para no encontrar espacios vacantes, pero lo suficientemente temprano como para activar la campaña electoral en puertas. Se transformó en pieza central de la irradiación discursiva.
Su primer puesto fue el de jefe departamental de La Paz. La función lo colocaba en directa relación con la gente, pero sobre todo, en fricción creativa con la mayor parte de la militancia de un partido con fuerte implantación regional. Cuando se distribuyeron las colocaciones en las listas de candidatos, Mantilla resultó fuera de la llamada “franja de seguridad”. A diferencia de Venegas, no hizo ningún reclamo. Para sorpresa de todos, el partido lograba dos senadores y nueve diputados, Mantilla entre ellos.
Toma y retoma
Para 1989, el grupo Octubre ya había ocupado gran parte del escenario. Los aymaras que lo fundaron y que organizaron el Comité de Defensa de RTP no tuvieron más remedio que desalojar los puestos de mando. La mayoría de ellos se había educado en las filas de ADN, el partido del general Banzer. Para algunos, como Genaro Torres y Mario Valda, reemplazado sorpresivamente por el recién llegado Mantilla, el partido se había llenado de “comunistas”. El 22 de abril de ese año, ambos fundaban una nueva entidad de efímera duración: Condepa nacionalista. El 3 de septiembre de 1992, con Mantilla ya ejerciendo como exitoso alcalde, el senador condepista José Taboada denunció: “Hay un entorno comunista y familiar”. El 12 de diciembre, casi confirmando tales reproches, jura al partido el dirigente fabril Daniel Santalla. Él, junto a Soliz Rada, serían los dos ex seguidores de Palenque, que casi dos décadas más adelante, se unirían al gabinete de Evo Morales.
En 1993, Ricardo Paz Ballivián, sociólogo con estudios en México, exsimpatizante del MIR antes del surgimiento de Condepa, ya había perfilado su ascenso dentro del partido de Carlos Palenque. Junto a Carlos Cordero, Paz se fue convirtiendo en un asesor cercano de la familia del caudillo. Así, mientras Mantilla invertía sus desbordantes energías en el gobierno municipal, Paz tejía influencias desde la secretaría de desarrollo social de la Corporación de Desarrollo de La Paz (Cordepaz), cuota de poder que el MIR le entregó a Condepa por haber propiciado la formación del llamado Acuerdo Patriótico, en alianza con ADN. Poco a poco, Paz fue desplazando al grupo Octubre de la órbita de las decisiones. Su discurso giraba en torno a la necesidad de una renovación generacional, de la que Mónica Medina, pero también Manfred Reyes Villa, alcalde de Cochabamba y Johnny Fernández, alcalde de Santa Cruz, estaban invitados a participar.
El 29 de agosto de 1993, el alcalde Mantilla anuncia que irá a la reelección “con Condepa o sin ella”. Ricardo Paz responde el 2 de septiembre que el edil no es “imprescindible”. Jorge Medina, el también fallecido padre de Mónica, la esposa de Palenque, ratifica lo dicho por Paz. El 8 de ese mismo mes, Mantilla abandona el partido y el 2 de octubre firma un acuerdo con el MNR. El impulsor del acercamiento es Guillermo Bedregal, político ansioso por ganar fuerza frente a la impronta neoliberal del ya presidente Sánchez de Lozada. La fase de Ricardo Paz en Condepa apenas comenzaba. El siguiente paso fue su postulación como diputado y la elección de Mónica como aspirante a gobernar el municipio, hecho que cristalizó el 10 de diciembre.
El reinado de Paz duró los tres años siguientes. El 10 de septiembre de 1996 sufriría el mismo trato que su rival: la expulsión. Al saber la noticia, Mónica le lanzaría a Palenque una frase memorable: “Amor, no te equivoques”. Corre el mes emblemático, aquel de Tiwanacu, y la pareja símbolo del partido está fracturada. El día 25, Condepa clausura su primer congreso nacional en el que se ratifica la vigencia de un Palenque que ya aparece ante todos como el señor que tramita su divorcio. Éste arranca formalmente el 14 de noviembre. Tres semanas antes Mónica y Ricardo Paz anuncian la creación de un nuevo partido: Bolivia Insurgente. El 6 de diciembre, los seguidores de la exalcaldesa convocan a lo que bautizan como “el Monicazo”. Varios operarios llegan a San Francisco para montar las tarimas del acto. Minutos más tarde, puñados de jóvenes comienzan a hostilizarlos. Organizados para “reventar” el encuentro, los grupos de choque multiplican los pugilatos. En cuestión de media hora, las llamas devoran los tablones de la plataforma. Bolivia Insurgente arde con ellos.
El 8 de marzo del año siguiente, un rayo cae macizo sobre la ya frágil estructura del Condepismo. Un infarto acaba con la vida de Carlos Palenque. La tragedia coincide con la confrontación entre los esposos y muchos seguidores le atribuyen el paro cardiaco a las maquinaciones que terminaron por escindir la cúpula del partido. Llegaba la hora para el retorno final de Soliz Rada, quien junto a Remedios Loza, terminaría por administrar la agonía final del partido.
Se ha dicho reiteradamente que Condepa fue el fenómeno social que precedió y aceleró la llegada del MAS al poder. Dicha afirmación es altamente convincente. Desde 1988, los paceños y alteños se indispusieron precozmente con el neoliberalismo. En tal sentido, su mudanza de Palenque a Evo no resultó descabellada. Si eso es así, de nuestros cuatro personajes descritos, el que mejor condensa ese tránsito es Andrés Soliz Rada, el hombre que estableció con su presencia el puente entre aquel inicio en Tiwanacu y la nacionalización del gas casi dos décadas después.
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