El gobierno de Isidoro Belzu ha sido, indiscutiblemente, popular; pero, este rasgo no implica que se hubiese identificado con las fuerzas progresistas. Estas pasaban, desgraciadamente, por el campo enemigo y, más tarde, se plasmaron políticamente en el partido rojo. Del estudio de los acontecimientos se desprende que el caudillo no tuvo más remedio que defender, a veces hasta con medidas contraproducentes, la producción basada en la técnica colonial, esto porque así creaba y defendía su popularidad. Su fortaleza momentánea le obligaba a identificarse con las fuerzas reaccionarias y anticapitalistas. El régimen popular fue obligado a luchar por el mantenimiento del atraso del país y por la continuación indefinida de su aislamiento.
La derrota de la “democracia” basada en el apoyo del artesanado y de los campesinos estaba decretada. Los gremios, los siervos y los comunarios no tenían la posibilidad de luchar indefinidamente contra el capitalismo y menos de aplastarlo. Esta era una verdad para 1850 y lo es para ahora también. La poderosa presión del capitalismo encontró a sus portavoces, por necesidad, en los conspiradores antibelcistas. Puede ser que éstos no hubiesen llegado, inclusive en su paroxismo opositor, al democratismo puro de un Casimiro Corral; pero, y esto es incontrovertible, estaban expresando la necesidad de que el capitalismo revolucionase la minería, por ejemplo. Por este canal, cierto que tortuoso, lleno de entreguismo, de violencia y de sangre, ingresó Bolivia a la economía mundial, a vivir sus contradicciones y su decadencia.
Deseamos plantear la cuestión de la manera más clara que sea posible. No puede haber la menor duda de que la integración del país dentro de la cadena capitalista mundial, pese a todos los rasgos negativos y odiosos de este proceso, constituía en ese entonces un paso hacia adelante, al precio de la perpetuación de la miseria y del atraso en gran parte del territorio.
Mantener al país dentro de los límites de la pequeña producción era y es una medida reaccionaria. Si esto es evidente, y creemos que nadie puede sostener lo contrario, se tiene que concluir que un movimiento político, aunque arrastre a la mayoría nacional, basado en tal premisa de ninguna manera puede ser considerado revolucionario. ¿En qué época el artesanado encarnó el crecimiento de las fuerzas productivas, fue capaz de transformar la sociedad y remodelarla a su imagen? Únicamente durante el feudalismo. La manufactura, primera etapa del capitalismo, fue ya una negación del taller artesanal.
Hasta el momento los historiadores y los críticos se han ajustado a un esquema único: como Belzu contó con el respaldo entusiasta de las masas de ser considerado como revolucionario y como precursor de todos los movimientos progresistas que han aparecido después.
Para los otros, es decir, para los sirvientes de la burguesía, el vencedor de Yamparaez debe ser catalogado entre los criminales y demagogos. Esta posición esquemática y subjetivista no solamente es falsa, sino que a veces se la plantea de mala fe (24).
Uno de los ejemplos de mayor relieve de la primera posición es la de Carlos Montenegro (25). En “Nacionalismo y Coloniaje” opone, equivocadamente, la posición de Belzu a la proyección colonial. Para sintetizar nuestro criterio diremos que el proteccionismo en ese período fue inconfundiblemente reaccionario, pues buscaba perpetuar al artesanado. Sumarse a las posiciones que en su tiempo adoptó Isidoro Belzu es nada menos que sumarse al colonialismo. Una posición revolucionaria moderna, incluso la del nacionalismo belicoso, no puede limitarse a ser la continuación del belcismo y esto porque debe partir de la existencia física y política del proletariado. El nacionalismo que propugne, de manera velada o no, el retorno a la economía colonialista es, sencillamente, contrarrevolucionario. No es del todo lógico que Carlos Montenegro, precursor del Movimiento Nacionalista Revolucionario, pretenda reivindicar a Belzu, si tomamos en cuenta dónde ha acabado el Movimiento Nacionalista Revolucionario.
El análisis de Carlos Montenegro se ve enturbiado por su afán de alinear en la misma trinchera a todos los hombres representativos, originando así una tremenda confusión: “Aunque fue enemigo mortal de Ballivián, y adversario personal de Santa Cruz, lo cierto es que Belzu resulta el continuador de ambos por su obra de afirmación nacionalista”.
Añade que cuanto hicieron en tal sentido los dos primeros con las armas, “el vencedor de Yamparaez lo hizo en el campo de las luchas civiles. Exaltó la bolivianidad, no la chusma, porque la bolivianidad auténtica se encarnaba en las clases populares antes que en la capa letrada...” No hay por qué alarmarse de que los historiadores llamen chusma al pueblo.
Los párrafos que siguen forman parte de lo esencial del pensamiento del más conspicuo teórico del Movimiento Nacionalista Revolucionario: “De su histórica certeza responde el hecho de que entonces, igual que en nuestros días, la bolivianidad lucha contra una casta voraz e insaciable que explota la Patria sujetándola a servir extraños intereses. Fácil es, en efecto, para la conciencia pública de hoy día identificar las posiciones del belicismo frente a las de la oligarquía europeista, como las posiciones que conservan ahora las fuerzas políticas nacionales frente a la política servicial para con el extranjero. La propia historia escrita de Bolivia que anatematiza a Belzu, puede homologar sus términos con los de la prensa contemporánea que execra todo intento de emancipación económica de la Patria. El sentido bolivianista y anti-extranjero del belcismo, hizo en su tiempo lo que podría hacer en el nuestro una administración que desconociera los fueros de la plutocracia imperante sobre el país”.
Se tiene que rechazar por absurda la especie de que Belzu fue marxista o siquiera precursor del “Manifiesto Comunista” o de la “Comuna de París” y tal posición no merecer ser discutida (26). Lo que queda en claro es que Belzu fue empujado materialmente a los brazos del pueblo por la élite pensante del país, que tercamente se negó a cooperar con el nuevo Presidente y, más bien, tomó para sí la tarea de hacer estallar motines todos los días. Citamos con preferencia el testimonio de Luis Mariano Guzmán porque fue actor de la historia de esa época.
Sostiene que Belzu no sospechaba ni remotamente los peligros que encubría la victoria de Yamparaez. “Quebrantóse el poder del gobierno del vencedor de Ingavi, que había reclutado sus partidarios en todo lo que había de notable en talentos, ciencias, virtudes, fortuna... Belzu, pues, subía al poder sin partido político alguno que le aconsejase, que crease la política que convenía sustentar y colaborar, sin un consejero experto que le señalase en su camino, los escollos de que estaba cubierto a cada paso” (27).
Belzu buscó con persistencia el apoyo de la élite y fue rechazado, Arguedas añade los siguientes datos:
“En Oruro, y con fecha 10 de febrero (1849), lanzó un Decreto haciendo conocer su primer gabinete formado con personajes de mérito, sin distinción de partidos políticos y atendiendo únicamente a la labor que podrían realizar por su menor resistencia en los pueblos. Nombró como Ministro de Relaciones y del Interior a don Manuel José Asín; de Hacienda a don Tomás Frías, ex-ministro y secretario general de Ballivián; de Guerra al general de brigada don José Gabriel Téllez y de Instrucción Pública al doctor Lucas Mendoza de la Tapia, que desempeñaba desde hacía poco las funciones de Secretario General.
En la invitación dirigida a Frías decía el Presidente:
“Exijo de usted el sacrificio de su sosiego a nombre de la República, de la civilización y de la amistad; y le protesta no escuchar renuncia ni disculpa alguna. Su decidido amigo...”
Frías respondió el 15 de febrero dando razones por las que no le era posible aceptar ese alto cargo, entre otras, las consabidas de su “salud deteriorada” pero, privadamente, y en carta dirigida al caudillo, revelaba con hombría e integridad las razones políticas por las que se negaba a colaborar en su gobierno:
“Por mis antecedentes y comprometimiento, siendo en esta parte esencialmente diversos de los de usted y demás personas que componen el Gobierno, yo sería en él heterogéneo; sería en suma lo mismo que usted caracteriza muy bien en su carta con la expresión de aquellos hombres aciagos. Y aun suponiendo que yo fuera tan favorecido por el público que me indicase para su ministerio, yo perdería este favor desde que me divorciase con mis antecedentes, aquellos mismos antecedentes que usted me cita en términos tan lisonjeros, y por consiguiente deserviría lejos de servir de algo a su administración” (28).
Gutiérrez especula sobre lo que entonces pudo ocurrir en el ánimo del vencedor de Yamparaez:
“Probablemente, el impetuoso caudillo que fue lsidoro Belzu, se recogió a sola con su propia conciencia y le interrogó sobre los recursos posibles para mantenerse en el poder, sin el concurso de la opinión valedera de ese tiempo y en medio de los riesgos de la deslealtad del militarismo, corrompido ya hasta la médula en tan pocos aunque fecundos años de intrigas y sublevaciones. En ese coloquio misterioso del caudillo, debieron responderle su instinto plebeyo y sus inclinaciones aventureras y caudillistas.
“Echaos en brazos del populacho.
“Y la plebe de ese tiempo, que se había educado en las contiendas de la independencia, no conocía el miedo a la otra casta congénere, la casta militar salida de sus propias entrañas.
“Tal consejo no fue obra de la sabiduría, sino brote espontáneo del instinto. Esto no importa desconocer los grados de inteligencia que Belzu poseía y que le ayudaron a mantenerse en el poder en condiciones tales de firmeza que solo el hastío y el cansancio debían determinarle a alejarse de él...”
Belzu, aunque caudillo de muchos quilates, no era el ideólogo de las masas y filosóficamente no estaba a la vanguardia de los hombres de su tiempo. Son múltiples las muestras de su leal adhesión al catolicismo y una de las pruebas se tiene en que no permitió que los privilegios de la clerecía en el campo de la enseñanza fuesen tocados. El hombre de avanzada de ese tiempo no podía menos que ser un materialista y ateo consecuente. Sus propios antecedentes confirman lo que venimos diciendo: las especulaciones de Alfredo Sanjinés sobre su marxismo carecen de fundamento. Ascarrunz nos proporciona los siguientes datos de su biografía:
El general Belzu, de humilde cuna, nació en La Paz el 14 de abril de 1808 (habiendo muerto el 27 de marzo de 1865). Niño aún se acogió como lego o muchacho del Convento Franciscano de esta ciudad, y allá los frailes le enseñaron las primeras letras. Apenas de 13 años se escapó un día y fuese a dar de alta al ejército de los patriotas en vísperas de la batalla de Zepita. En seguida se le ve sirviendo en un batallón colombiano y luego en el ejército peruano, donde le tocó ser ayudante del general Agustín Gamarra... y muy pronto le hallamos incorporado al Batallón 1º de Bolivia gracias a la influencia de Ballivián (su encarnizado enemigo más tarde) fue destinado al Batallón 3° que se hallaba en Tarija. En esa ciudad conoció a doña Juana Manuela Gorriti, distinguida señorita argentina, culta y talentosa, con quien contrajo matrimonio y del que tuvo sus dos hijas doña Edelmira y doña Mercedes.
Tomó parte en las campañas de la Confederación, habiéndose portado con tanta valentía en Yungay, que el mismo Santa Cruz lo llamó bravo entre los bravos. Con Ballivián eran amigos muy íntimos y a éste cooperó en Ingavi con el más brillante comportamiento, pues selló el triunfo con su batallón que estaba de reserva; Ballivián lo ascendió por este hecho a coronel... Belzu logró internarse al país, y fue recibido en La Paz en medio de ovaciones, fue proclamado General por el pueblo de su nacimiento; peleó con las tropas que comandaba, se puso al servicio del general Velasco, quien lo nombró Ministro de la Guerra. Estos dos hombres que juntos combatían a Ballivián, llegaron a ponerse bien pronto el uno contra el otro.
Tomado de: Historia del Movimiento Obrero Boliviano, de Gillermo Lora / capítulo III.
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