CONVERGENCIA DE DOS FOTÓGRAFOS EN LA GUERRA DEL CHACO


 Una mañana, vestido de caqui y con su cámara "Zeiss" terciada, Rodolfo Torrico Zamudio, tomó el tren y se fue a los campos de batalla. Retornó cuando se firmó la paz, luciendo sobre el corazón la "Medalla al Mérito".

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LA RELACIÓN DEL BOLIVIANO ÁLVARO DE CASTRO Y EL NAZI KLAUS BARBIE

 


Por Fadrique Iglesias Mendizábal. Revista digital fronterad

Álvaro de Castro tiene ya 75 años, la mayoría de ellos viviendo en la sede de gobierno –que no la capital– de Bolivia, La Paz, donde a pesar de lo que diga la Constitución, se cocina el mejunje del poder real. Y aunque él no haya sido político, militar, deportista o artista, algunos de sus encajes han resultado decisivos en el transcurrir del país. Lleva entre pecho y espalda una enigmática vida dedicada a labores poco comunes en las listas de empleo público, infrecuentes en las carreras funcionariales tradicionales: asesoría en materia de inteligencia, venta de armamento y espionaje.

Durante los varios años de gobiernos militares en la Bolivia contemporánea, circunscribámonos simplemente al periodo comprendido entre 1964 y 1982 −Barrientos, Ovando, Banzer, Pereda, Padilla, García Meza, Vildoso–, De Castro, sin estar enrolado en el ejército, tuvo vía libre para entrar y salir del Ministerio del Interior y de varios cuarteles, principalmente el Tarapacá, susurrando, en clave de consejo, suavemente al oído de ministros, grupos de choque y gendarmes. Y a pesar de todo ello, aun habiendo tenido contacto directo con algún ex presidente y varios generales del ejército, no es un hombre conocido, hasta que sale a la luz un apellido poco común en el país: Altmann.

La intuición sugiere que Altmann se trata de un apellido alemán, quizás de raíces judías a juzgar por el sufijo. Ello invita a recordar que, en los círculos de descendientes de alemanes emigrados a Bolivia a principios del siglo pasado principalmente, se ejerció un importante poder económico, que impulsó la tímida industria pesada de Bolivia. De Castro teoriza, sin demasiada convicción o base heráldica, sugiriendo que los apellidos de raíces sefarditas llevan una sola ene al final.

Muchos de estos empresarios, procedentes de una Alemania de posguerra en ruinas, arribaron a Bolivia huyendo de su tierra natal y afrontaron emprendimientos diversos relacionados principalmente con la industria minera, agroalimentaria, maderera y farmacéutica. Estos dos últimos rubros fueron ampliamente conocidos por el ciudadano Klaus Altmann-Hansen, de nacionalidad adoptiva boliviana desde 1957, aunque llegado a la zona rural de Los Yungas en 1951, no muy lejos de La Paz.

El punto de enlace entre De Castro y Altmann fue el barrio paceño, digamos que burgués, de Sopocachi. Se conocieron a partir del círculo social de los hijos de ambos, entre colegios alemanes y americanos, siendo frecuente ver al segundo asiduamente en lugares como el Club Alemán –lugar de lobby, centro social y poso de nostalgias germánicas–, así como también en el Café Club de La Paz.

Altmann gozó de una prominente reputación, hasta que en 1972, año en el que, después de una gira de negocios por Europa –con su respectiva secuela en prensa–, en nombre de la empresa semipública que dirigía, Transmarítima Boliviana, fue reconocido por una pareja de activistas de apellido Klarsfeld, quienes denunciaron ante la prensa francesa que la identidad verdadera del señor Altmann pertenecía en realidad a Klaus Barbie, criminal de guerra nazi y exjefe de la Gestapo en Lyon hasta 1944, apodado allí El Carnicero.

Azares del destino, pero principalmente coincidencias ideológicas, hicieron que Álvaro de Castro consiguiera colaborar estrechamente con Barbie, llegando inclusive a recibir de éste un contrato de representación personal, motivado por su ingreso en la cárcel a raíz de una deuda contraída. La relación de ambos trascendió el nivel profesional para convertirse en una suerte de amistad inquebrantable, que De Castro ratifica cuarenta años después.

Tanto la conocida vida pública de Barbie –o Altmann, como se quiera–, responsable de la deportación y muerte de más de 4.000 personas, entre ellas un grupo de 44 niños judíos radicados en la localidad francesa de Izieu, como su privada y la de su mano derecha, De Castro, despiertan un sinnúmero de inquietudes y dudas que retan cualquier alma fisgona. Como la de quien escribe.

A punto de cumplirse los 25 años del proceso judicial contra Klaus Barbie en Francia –un 4 de julio– y con ya casi todos los protagonistas de la II Guerra Mundial muertos, sigue siendo recurrente la figura de este personaje. En un principio, De Castro acepta aparentemente a regañadientes la serie de entrevistas. Exige un pago de 500 dólares americanos en efectivo, y un contrato previo en el que, en caso de que de estas conversaciones salga un best seller, se le otorgue una prima de beneficio porcentual. Él ya conoce el negocio. Entrevistas suyas han salido en documentales franceses, canadienses, norteamericanos y alemanes. También en prensa escrita.

El dato y el pago a De Castro los ha facilitado Peter McFarren, otro experto en Klaus Barbie, habitual free lance de revistas y documentalistas norteamericanos que van tras las huellas del nazi, y que durante años aportó con varios reportajes y crónicas a medios como The New York Times, Newsweek, The Boston Globe, El País, Der Spiegel y Excélsior. Ambos ya se conocen. Comenzaron como enemigos en las primeras entrevistas en los años 80 y ahora hay una relación, digamos que cordial aunque esporádica. McFarren ha sido quien le ha contactado con los periodistas internacionales, a través de conocidos de conocidos ya que De Castro ni es un asiduo de las redes sociales en internet ni tiene la costumbre de revelar su paradero. Entre estos documentalistas está gente de la talla del francés Marcel Ophuls, ganador de un Oscar por Hotel Terminus, precisamente gracias al documental sobre Barbie en el momento más polémico durante su juicio en Francia, o Kevin McDonald, varios años más tarde, también oscarizado por El último rey de Escocia.

En La Paz, De Castro es conocido como un oscuro gentleman. Correcto en el uso del lenguaje, aunque algo empalagoso; de buenos modales y cauto en el habla; resalta el de en el apellido, como signo de memoria nobiliaria. Para la entrevista, rehúsa ser el anfitrión. Prefiere mantener sus señas en reserva, aun cuando en Bolivia la apertura del reducto familiar para encuentros circunstanciales no es un hecho extraño. “Quedemos en un lugar neutro”, le dice a Alico, contacto que tenemos en común además de McFarren.

A las cinco de la tarde, acude puntual a la cita en un céntrico enclave de La Paz según lo convenido. Mira hacia los lados, con el ceño enjuto, buscando caras. Encuentra una: la mía. Me extiende la mano, con una expresión entre incómoda y desconfiada, mientras pronuncia mi nombre interrogativamente con cierta dificultad. Después de ofrecerme una media sonrisa de cortesía, nos dirigimos hacia la mesa del Café Club de La Paz, lugar del que es habitué. Lleva una chaqueta americana de cuadros para este primer envite, en tonos marrones y beiges. Debajo luce una corbata oscura. El brillo de los zapatos lustrados hace juego con el de su grisácea cabellera –algo escasa– lamida hacia atrás, a la antigua usanza.

El club en sí fue fundado en 1882 y era típicamente conocido como un lugar de encuentro de las clases dominantes paceñas y elites criollas con algún tipo de raíz occidental. Aunque no ingresamos al club propiamente, sí lo hacemos a su cafetería, con una entrada ubicada en la avenida Camacho. La cantina referida, emplazada en la planta baja, fue un tradicional centro de reuniones para los contertulios del centro urbano paceño, no obstante hoy da una imagen algo enmohecida y casposa. Las mesas y floreros chinos actuales dificultan imaginar la decoración que hubo años atrás –tampoco excesivamente glamurosa– en un recinto, que ha escuchado los más variopintos rumores y proyectos políticos. Entre sus clientes figuraban –sin dar ahora esa impresión– aguerridos militares, audaces aventureros, aspirantes a poetas, sediciosos confesos, comerciantes de viandas, empresarios de la construcción y una serie de caballeros nostálgicos de la marchita idea de nobleza paceña, parcialmente excluida ahora de los vientos de cambio indigenistas.

El diseño de las mesas corresponde a los años 60, y estas son de madera de laca cubierta con un barniz raído. En la nuestra, encima del tablón y a modo de mantel, hay una losa de cristal con un tapete blanco perforado por cigarrillos de los que sólo queda una huella negruzca.

Una vez sentados allí, en el mismo lugar donde antaño De Castro y Barbie pasaran tardes enteras, llama con soltura a Aidé, la camarera, y le pide un mate de coca, mientras saluda a la mesa de su izquierda, con esa media sonrisa que me dedicó minutos antes, entre desafiante y amistosa, mostrando los molares laterales. Mirando a la barra, argumenta que no quiere tomar cerveza como la noche anterior, puesto que es “todavía temprano”. Esta vez sólo quiere una infusión, como llaman al mate los montañistas españoles que descansan de un tour por la cordillera andina, por ejemplo, en la mesa de al lado.

De Castro guarda sobre todo recuerdos, mas ya no sus reliquias. Conserva también el centenar de cartas que intercambió con su amigo alemán mientras purgaba su condena en Lyon. Algunas de aquellas antiguallas le fueron arrebatadas en una redada por agentes del Ministerio del Interior en 1984, ordenada por el entonces viceministro Gustavo Sánchez Salazar. Ninguno de los dos tolera al otro. Sánchez colaboró con los conocidos cazanazis Klarsfeld para tratar de lograr la extradición sin éxito de Altmann-Barbie a Francia para juzgarlo en los años 70 a causa de los crímenes de guerra pendientes; incluso planeó un secuestro junto con el ex guerrillero guevarista e intelectual francés Regis Debray, igualmente sin suerte. No obstante, cuando volvió la democracia a Bolivia, en 1982, Sánchez estuvo vinculado al gobierno y fue expresamente designado por el presidente entrante, Siles Zuazo, como Viceministro del Interior, con la misión de deshacerse del nazi. Lo lograría aunque con una argucia ilegal en la expulsión.

Unos meses después de aquella expulsión, De Castro también fue intervenido y arrestado por negros, como él llama a los agentes del Ministerio del Interior que, luego de allanar su casa, le decomisaron –según recuerda– pertenencias entre las que estaban correspondencia, fotos y documentos, destacando entre ellos un acta de lealtad entre Barbie y el ministro del Interior de aquella época, la pistola Luger de su amigo nazi, cargada, además de sus condecoraciones recibidas durante la II Guerra Mundial, tres, entre ellas la Cruz de Hierro de primer y segundo grado. Por documentos menos interesantes –recortes de prensa autobiográficos– Klaus Barbie cobró 25.000 dólares a fines de los años 70 al periodista canadiense Robert Wilson.

Decido entonces acudir a Gustavo Sánchez para conversar sobre aquel encuentro con De Castro. Casi 30 años después y a pesar de la edad, 85 años, demuestra todavía cierta audacia. Recuerda que tras haber logrado sacar de Bolivia a Barbie, sintió que querían matarlo, y comenta que durante algún tiempo anduvo con guardaespaldas. Luego añade: “me he cruzado en la calle con Álvaro de Castro, pero yo tenía fama de guitarrero, blando de dedo era yo”. Mientras pronuncia estas palabras, Sánchez hace una mímica con el puño cerrado y el índice y el pulgar extendidos, mientras muestra una media sonrisa juntando las cejas. [En clara alusión a que no tendría ningún reparo en hacer uso de un arma de fuego. Nota del usuario]

A través de McFarren he podido acceder a las cartas que De Castro escribió a su padrino Klaus Barbie y viceversa –entendiéndose al padrino como la figura fundacional del imaginario boliviano [es decir alguien cercano y casi protector, y no la figura del Godfather del conocido film. Nota del usuario]– a partir de su encarcelamiento en 1983, mientras cumplía condena de cadena perpetua en Lyon. Su remitente las ha guardado cuidadosamente, esperando que un día alguien pague cifras mareantes por ellas. No obstante, ese día parece no llegar, puesto que los objetos de colección son en realidad las cartas escritas por el alemán, publicadas parcialmente en algunos trabajos sobre personajes responsables del Holocausto. McFarren y el abajo firmante también tienen decenas de éstas, siempre rubricadas a mano por Barbie, en las que se refleja la tristeza y abatimiento de un Barbie derrotado.

El tono casi invariable de las comunicaciones epistolares de ambos es en clave de lamento. Lamento boliviano, que le llaman, ya sea por el incontestable juicio por el que atraviesa su destinatario a miles de kilómetros de La Paz, o por su difícil situación económica, que tras la marcha de su colega de Bolivia, no mejora, carta tras carta, a lo largo de las misivas mecanografiadas y enviadas religiosamente entre 1983 y 1991, año de la muerte de Barbie.

En esa recopilación, hoy hecha cuaderno, De Castro repasa la vida política de Bolivia durante aquellos siete años, y eso, en un país como éste da para mucho: un gobierno democrático de izquierda después de más de 20 años, su deterioro político por denuncias de corrupción, la incursión en la más fuerte inflación mundial que se recuerde, la llegada al poder del ex presidente Paz Estenssoro –por cuarta vez– tras varios años de intentos fallidos, planes de estabilización cambiaria comandados por un entonces joven ministro de Planeamiento graduado de Chicago apellidado Sánchez de Lozada, las infinitas huelgas generales, relocalizaciones y despidos masivos en las decadentes zonas mineras, hasta llegar a la unión de uno de los partidos de izquierda, el MIR (al que pertenecían un grupo de dirigentes asesinados en una emboscada ordenada por paramilitares de derecha) con el partido del neodemócrata y exmilitar Hugo Bánzer. Todas estas historias acuciosamente descritas, siempre citando nombres de amigos, además de algún otro hecho surrealista, ya no tan sorprendente en un país que se había caracterizado por tener más golpes militares que presidentes en su historial.

Las cartas de De Castro tienen un carácter repetitivo y casi cíclico: son constantes sus referencias a una crisis económica crónica, a la escasez de gasolina o pan. Comenta compulsivamente las huelgas sindicales de la Central Obrera Boliviana y de dirigentes universitarios, una y otra vez, además del sube y baja en la cotización del dólar y el precio de la gasolina, haciendo hincapié en el sempiterno desorden en la oficina de correos, al cual atribuye la demora de las cartas desde la prisión en Lyon. Por último, recibe y entrega los consabidos saludos de los colegas del Café Club La Paz. Acostumbra despedirse llamándolo “bien estimado Klaus”, obteniendo por respuesta el epigrama de “tu amigo eterno” además de los informes de un puñado de trámites inútiles a instancias de la Corte Suprema de Justicia, requeridos por el abogado de Barbie desde Francia, Jacques Vergès, y por la hija del imputado, Ute-María Altmann.

Cuando se siente a gusto, Álvaro de Castro se saca de la manga historias casi inverosímiles que, gracias a su precisión y abundancia de detalles, se hacen perfectamente plausibles. Entre rocambolescas algunas y remotas otras, me cuenta atropelladamente la historia de Monika Ertl, guerrillera radical del Ejército de Liberación Nacional de Bolivia, post-guevarista, hija del fotógrafo alemán Hans Ertl, emigrado también a Bolivia en la posguerra. Ertl colaboró con la cineasta pro nazi Leni Rifenshtal en el célebre filme Olympia, ganador del León de Oro en Venecia. También trabajó el viejo Ertl en el norte de África con el Mariscal Erwin Rommel. Ya en Bolivia, después de vivir algunos años en La Paz, y habiendo enviudado, el fotógrafo decidió trasladarse a las tierras tropicales de las Misiones Jesuíticas de Chiquitos, para vivir allí el resto de su vida como ermitaño.

Cuando me doy por enterado de que habla de Hans, le pregunto por la relación con la tal Monika. En ese momento me cuenta que ella fue quien se supone que mató a Roberto Toto Quintanilla por haberle cortado las manos del Che Guevara al poco de morir éste, como prueba irrefutable de identidad. Al poco tiempo obtuvo Quintanilla la honrosa titularidad del consulado boliviano en Hamburgo, a principios de los 70. Es entonces que retrocede De Castro para precisar que Toto Quintanilla era íntimo de Barbie y que el hijo de éste último, Klaus Georg Altmann, trajo en avión el cuerpo del amigo finado para darle sepultura en Bolivia.

En el momento en que De Castro percibe mi incomprensión, desvela el último detalle, en voz baja: ya cuando Monika Ertl volvió a Bolivia clandestinamente, sin que la policía alemana ni boliviana supieran de su paradero, un día en la calle, se la encontró él mismo, De Castro, acompañado de Barbie, sin que ella los reconociera. En ese momento acudieron a un teléfono público para denunciar su presencia en Bolivia al coronel Loayza.

El coronel Rafael Loayza era el jefe del Servicio de Inteligencia del Estado, especialista en interrogatorios e investigación política, y funcionario regular del Ministerio del Interior, además de una persona muy cercana a Klaus Barbie. A los dos días del hecho, se supo por la prensa que Monika Ertl murió, no habiendo recibido su hermana Beatrix Ertl noticias del paradero del cadáver hasta el día de hoy.

De Castro da por finalizado el tema abruptamente, señalando que a partir de entonces llamaron a Monika “la vengadora del Che”, mientras recuerda la confesión de su mentor Klaus Barbie, especulando sobre las cualidades del Che Guevara: “En Alemania [durante la guerra], ese no hubiera llegado ni a cabo”.

Habiéndose conocido a principios de los años 60 y tras un largo periodo sin contacto entre Álvaro de Castro y Klaus Barbie, retomaron la amistad durante los comienzos de la dictadura de Bánzer, en 1971, refrendándola con un documento firmado por Barbie en el que le cedía atribuciones plenas de representación ante las autoridades públicas y la prensa. El perfil comercial de esta amistad se hizo efectivo a causa del descubrimiento internacional de la identidad del SS Hauptsturmführer Klaus Barbie, lo que le impedía continuar tranquilamente con sus negocios. Conocido hasta entonces con el apellido Altmann, nombre ficticio que tomó en homenaje a un rabino judío que conoció en Trier, Alemania, durante su infancia.

Con el documento de representación mencionado, popularmente llamado en Bolivia poder, De Castro fue representante de la firma de armamento austriaca Steyr-Daimler-Puch en La Paz durante años. Gracias a ellos, negoció con el gobierno de Bolivia entre 1978 y 1980, la adquisición de 42 carros de combate, tanquetas y suplementos que finalmente compraría las Fuerzas Armadas, distribuidos así: 6 unidades del vehículo blindado 4K-7FA-G-127; 34 unidades del tanque ligero SK-105A1 Kurassier; además de 2 unidades del blindado ligero de alta movilidad 4K-4FA-SB20 Greif.

En cuanto la charla se va agotando –ya sea por la debilidad de la trama, ya sea por cansancio– y tras hablar de nimiedades que recuerdan más al Súper agente 86 que al desalmado nazi, se saca un nuevo as de la manga: durante los últimos años de consorcio de este dúo, llegaron a contactar a variados y pintorescos personajes, que desfilaron por la mesa del Café Club de La Paz. Hombres negros, como De Castro llama a los neofascistas que acudían tras la estela del Carnicero de Lyon, en boga nuevamente tras el congreso de la Liga Anticomunista en Asunción de 1978, buscándolo cerca del Muro de los Lamentos, lugar que despectivamente llamaban Barbie y De Castro a la pared lateral del bar donde ambos pasaban horas leyendo la prensa y cavilando sobre sus proyectos.

Por ese mismo café donde nos encontramos durante la segunda jornada del ciclo de entrevistas, ya conocido por círculos clandestinos de extrema derecha afiliados a la World Union of National-Socialists, pasaron miembros de la organización neofascista española CEDADE (Círculo Español de Amigos de Europa); los terroristas italianos Stefano Delle Chiaie, Emilio Carbone y Pierliugi Pagliae, implicados en atentados como el de la estación de trenes de Bolonia o Piazza Fontana (85 y 17 muertos, respectivamente), además de otros neonazis alemanes, argentinos, ecuatorianos, belgas, suizos y franceses.

Recuerda De Castro que, casi sin habérselo propuesto, formaron un grupo de choque autodenominado Los Novios de la Muerte, adoptando el nombre en tono de broma, en referencia a una vieja canción de la legión española, apoyando el sangriento golpe de Estado del General García Meza en 1980. “Klaus siempre me metía en sus líos”, recuerda él al contar anécdotas de ex miembros de la Triple A argentina o de algún otro recomendado del partido nazi ecuatoriano. Eficazmente De Castro cumplió con sus funciones de coordinación para obtenerles trabajos “en labores sencillas”, como espiar oficinas comerciales relacionadas con la embajada soviética. “Al principio pensamos que se trataba de judíos, por sus pintas”, dice refiriéndose a esos “aventureros”.

La contraparte del negocio fue el gobierno mencionado, a través del cruel ministro del Interior Luis Arce Gómez, quien hizo célebre la idea de que en Bolivia todo subversivo “debía andar con su testamento bajo el brazo”, viniéndose abajo el proyecto totalitario por la descomposición de su estructura, vinculada directamente con el narcotráfico.

Sobre Arce Gómez, recluido en penales de máxima seguridad desde hace varios años, hay acusaciones de narcotráfico, de terrorismo de Estado y también en sus inicios, de asesinato. Ante estas acusaciones, De Castro alega desconocimiento. “Él era mi amigo, hemos trabajado juntos. Yo he escuchado cosas [en referencia a algunos asesinatos a sangre fría], pero no estoy seguro. He escuchado solamente”.

Sobre los paramilitares extranjeros recuerda: “luego, el narcotráfico, que pagaba mejor, se los llevó a Santa Cruz, ya aburridos de la burocracia gubernamental. Los contrató Roberto Suárez, el Rey de la Cocaína”.

Finalmente, lamenta la vuelta de los partidos de izquierda democráticos: “Yo seguía yendo al Estado Mayor sin problemas a fines del 82. Luego el coronel Loayza, que trabajaba también en esa época, me citó diciéndome: ‘De Castro, se ha acabado nuestro tiempo, por órdenes superiores; entrégueme su credencial y la de Klaus Barbie por favor… además llévese sus pertenencias’. En la caja fuerte del Estado Mayor yo tenía mis documentos, los saqué, los llevé a casa. El Diario del Che también estaba en esa caja fuerte. Klaus me pidió una fotocopia de su credencial de oficial boliviano y me ordenó devolverla luego. Pero le mentí, no quise devolver la credencial”.

Con una mano artrítica, se frota compulsivamente las comisuras de unos delgadísimos labios arqueados hacia abajo, fruncidos y sugiriendo decepción o contrariedad en consonancia con su afilada quijada. Su charla es amena y agradable, pese a lo lúgubre del tema. Sus recuerdos son precisos. Resalta calles, fechas y sobre todo nombres propios. Compañías, amistades y anécdotas.

Ha desarrollado la imposible habilidad de defender al Carnicero de Lyon. Por momentos lo logra, hasta que el interlocutor recuerda las muertes, torturas y deportaciones, principalmente de aquellos 44 niños judíos enviados a Auschwitz. Su táctica es la de humanizar al personaje y jamás habla de sangre, ni de asesinatos, sino de labores de inteligencia, de capacidad técnica en manejo de armamento. “Para el matonaje están otros”, dice.

De Castro no parece mentir. Aquellas cosas de las que no quiere hablar, las esconde, hábilmente, en los inexistentes o inaccesibles archivos bolivianos. Sólo admite las historias “comprobadas”.

Tres décadas después de la muerte de su amigo, De Castro tiene ya 75 años y ya no conserva relación con altos funcionarios del gobierno. Siente que su amistad leal le ha valido la antipatía de mucha gente. Le han señalado como guardaespaldas de Klaus Barbie, cosa que él rápidamente niega. “Nunca guardaespaldas, sí socio, ¡error de ignorancia!”, precisa. Me distraigo con esa forma suya de pronunciar la erre tan andina, con las muelas, pero diferenciándola de los indígenas, que lo hacen con los dientes. Su tono tiene cierta cadencia, como coreado en una modulación que acompaña a las ideas que pretende enfatizar. Mantiene las cejas acordeonadas durante todo el día, lo que ha dejado ya hondos surcos, que con los años han desembocado en profundas y copiosas arrugas.

Luego de esta tercera jornada consecutiva de entrevistas y con más intimidad, tras muchas anécdotas y recuerdos, Álvaro de Castro se sincera: se considera “de derechas”, aunque cree que el debate filosófico en la política se ha perdido. Se desentiende del proceso por el que pasa la Bolivia de Evo Morales y ve poco menos que inviable el país actual donde habita. Él es un nostálgico del ideal hitleriano, transmitido, en parte, por su amigo y mentor.

Pasada la media noche y llegado el momento de cerrar nuestra conversación, la finalizamos casi de forma mutua. Ambos estamos agotados y decidimos, casi al unísono, tomar un taxi. Ofrezco compartirlo. De Castro accede después de titubear e intuir que pasada la media noche, en día de semana, será difícil escoger.

Acepta agradecido. Damos las direcciones, yo de forma precisa y él, vagamente. Como en un filme de Hitchcock, diluvia. Al llegar a la zona de Obrajes, a unas pocas calles del lugar donde ambos nos quedaremos, solicita al taxista súbitamente que se detenga. Agradece nuevamente por los chocolates Ferrero Rocher que le di. Cierra la puerta delicadamente con una mano y con la otra saca su teléfono móvil del bolsillo interior de su saco a cuadros. Luego se pierde en la oscuridad, mientras el agua le aplica su barniz, como borrando su improbable huella en la historia. El taxi se aleja de él, mi cabeza da vueltas, y al llegar a la esquina, el semáforo se pone en verde para nosotros.

// Fadrique Iglesias Mendizábal es gestor cultural con estudios de licenciatura y maestría por la universidad española de Valladolid. Colabora en los diarios bolivianos Los Tiempos y Página Siete. Con este texto fue finalista del concurso de periodismo narrativo y crónica Premio Las Nuevas Plumas 2011. Ultima con Peter McFarren el libro Klaus Barbie, un novio de la muerte, que contiene 350 páginas de material relacionado con la vida de Barbie en Bolivia y Europa, con fotos e historias inéditas.

Cadáver de Roberto Quintanilla.


PLÁCIDO YAÑEZ, EL ASESINO AJUSTICIADO POR EL PUEBLO

 


// Ensayo investigado y escrito por el periodista Ramiro Duchén Condarco para Urgente.bo.


El 23 de octubre de 1861 se produjo uno de los más sangrientos sucesos de nuestra agitada historia: la masacre de renombrados belcistas en el Loreto y sus inmediaciones, a instancias de Plácido Yañez, quien, ante la pasividad de las autoridades de entonces, un mes después fue linchado por el pueblo que clamaba justicia. El número de las indefensas víctimas, según algunos historiadores llegó a 50 y sobrepasó los 60, de acuerdo con otros. Es el mayor crimen político de todos los tiempos ocurrido en nuestro país.

 

INTRODUCCIÓN

Apenas iniciado  el año de 1861, se produjo una sublevación, encabezada por el general Manuel Antonio Sánchez y los ministros Ruperto Fernández y José María Achá, que puso fin a la dictadura civil de José María Linares (1857-1861). Era el 14 de enero de ese año de 1861.

Linares, a su vez, cuatro años antes, truncó torpemente la primera sucesión constitucional en la historia nacional, al consumar, luego de una década de tenaces conspiraciones, su largo y enfermizo anhelo de hacerse del gobierno; fue a costa del de Jorge Córdova (1855-1857). En ese extenso periodo, Linares corrompió a gran parte de la soldadesca, instituciones y militares de grado para dar rienda suelta a su insania antibelcista, y curiosamente, una vez en el gobierno trató de “moralizar” al país…

Sobre el cuartelazo que terminó con el gobierno legal de Córdova, Moreno dice: “El origen legítimo de su investidura no era tachable según los dictados de una sana política. En cualquier país medianamente constituido hubiera sido inviolable en su puesto de primer mandatario”.[1]

Sabido es que a lo largo del siglo XIX Bolivia sufrió —y aún a lo largo del siglo XX— uno de los mayores males que afectó el desarrollo del país: la interminable serie de cuartelazos que cambiaban presidentes con alarmante facilidad, por lo que se vivía en un ambiente de permanente agitación y zozobra. Unos más que otros, los gobiernos prestaban especial a atención a sofocar los motines.

El de José María Achá (1861-1864), no fue, pues, excepción a la regla, sino que —como todos— tuvo que enfrentar varias revueltas durante su administración.

En ese contexto, tuvo lugar un hecho que fue el origen de la espantosa matanza que sucedió en el Loreto y sus proximidades. Veamos:

Al finalizar septiembre de 1861 Plácido Yañez, extrañamente nombrado por Achá comandante de La Paz, alertó sobre la existencia de un supuesto conato subversivo organizado por partidarios de Belzu en la ciudad del Illimani, y sindicó al Batallón Segundo de estar involucrado en el mismo. Esto ocurrió mientras Achá estaba en el Sur del país, donde se ausentó para sofocar otro intento de alterar el nuevo orden que trataba de imponerse.

¿QUIÉN ERA PLÁCIDO YÁÑEZ?

Plácido Yañez (1813-1861), fue un militar  que hizo carrera en el ejército desde 1828 en los gobiernos de Andrés Santa Cruz (1829-1839) y de José Ballivián (1841-1848), hasta adquirir el grado de coronel. Fue exilado en las administraciones de Manuel Isidoro Belzu (1848-1855) y Jorge Córdova (1855-1857), lo que hizo que en su alma creciera un odio enfermizo contra todo lo que se relacionaba con el belcismo.

Así, se dedicó a conspirar, junto a Linares, para echar a ese partido del poder. Durante esta administración gubernativa, “mandó el batallón Angelitos, á los que disciplinaba á palos, con crueldad y fiereza”.[2] En esta ápoca lo encontramos al frente de las tropas de Cochabamba, al lado de Mariano Melgarejo, durante la insurrección del 27 de septiembre de 1857, que culminó con la caída del gobierno de Córdova. Yañez, gracias al apoyo de Linares, fue reincorporado al ejército donde ocupó diversas funciones, aunque sin relevancia alguna; luego volcó su lealtad a Achá, que terminó con el gobierno de Linares,[3] como vimos en párrafo anterior.

Y es, precisamente, bajo esta administración que adquiere cierta relevancia al granjearse la confianza del nuevo gobernante, y adquirir posiciones de relativa importancia, como la comandancia de La Paz.

Alcides Arguedas, a través de Ruperto Fernández, da a conocer la siguiente descripción de Yañez:

"Su carácter —dice el ministro Fernández, inspirador de sus actos,— participaba de los errores de una viciada educación por los hábitos adquiridos en el cuartel desde la clase de tropa; de modo que el prolongado imperio de la tiranía de nueve años, cuyos rigores sufrió, vino a formar en él un odio profundo y una especie de horror a sus autores. Era además, un hombre original: llegaba a convertir el valor en temeridad, la justicia en crueldad, la fortaleza en capricho y el patriotismo en intransigencia perseguidora”.[4]

Según establece Moreno, Ruperto Fernández mediante dos cartas escritas a Yañez inmediatamente antes y después del 23 de octubre, estaba al tanto de los acontecimientos.

PREPARATIVOS PARA LA MASACRE

La excusa esgrimida por el alucinado militar, conveniente o accidentalmente a cargo de la comandancia de La Paz, fue el preparativo de una conspiración que pretendía reponer en el gobierno a Belzu y Córdova, como se vio precedentemente —ambos enemigos irreconciliables de Yañez—, por quienes además, sentía un odio enfermizo.

Con el propósito de evitar que se consume la supuesta revuelta, Yañez se apresuró a ordenar la prisión de lo más granado del belcismo; de esa manera fue apresado un número elevado de personajes ligados a Belzu.

“En la noche del 29 del mismo mes [septiembre] —relata Gabriel René Moreno— y en la mañana del día siguiente se practicaron en la ciudad numerosas prisiones. Pasaba de una treintena el número de los arrestados. Eran todos de lo más granado del partido belcista allí existente; coroneles, generales, un ex-ministro de Estado, etc./ El 18 de octubre inmediato fue aprehendido en su chacra y reducido a prisión el ex-presidente de la república, Jorge Córdoba./ Estos arrestos y otros de personas de inferior condición se verificaron de orden del comandante general, con o sin consentimiento del jefe político, y dándose fundamento que la autoridad militar había descubierto una conspiración de cuartel contra el orden público”.[5]

Desde Potosí, el gobierno, “declaró en estado de sitio el distrito de La Paz y las provincias de Ingavi y Pacajes”.[6]

“Apenas alejado el gobierno de La Paz —dice por su parte, Alcides Arguedas—, comenzaron a correr rumores alarmantes en la ciudad. Se decía que los partidarios de Córdova y Linares preparaban un movimiento contra los poderes constituidos, y Yáñez se apresuró a comunicar esos rumores al gobierno el 29 de septiembre de 1861 y en hacer apresar en la noche de ese mismo día a varios de los principales sindicados entre los que se encontraban el hermano de Belzu, el mismo Córdova [que fue capturado dos semanas después], un ex ministro de Estado, y varios de los más sobresalientes belcistas, en número de treinta”. [7]

Moreno establece de la siguiente manera la inexistencia de ese complot, utilizado como pretexto para apresar y asesinar a los belcistas en La Paz:

“Es fuera de duda que, durante los días subsiguientes, los vecinos mismos de La Paz no estaban concordes en si hubo o no, en realidad, provocación o conato sedicioso. Después de dos o tres semanas, disipadas ya las naturales sombras del estupor, comenzó a asomarse y se abrió ancho paso en los ánimos la certidumbre clarísima de la verdad: habíase positivamente simulado por la autoridad un ataque”.[8]

“No he podido encontrar constancia —añade el propio Moreno—, en ningún documento entregado a la prensa, sobre el hecho notable de la sublevación, siquiera sea transitoria, de las Compañías del Segundo. Yañez mismo en su parte al gobierno no consigna hecho tan grave. Se refiere a un asalto de cholos a la casa de unos de los jefes del Segundo; afirma que, en esos momentos, los detenidos en el cuartel atropellaron a sus centinelas y avanzaron hacia el cuerpo de guardia; hace valer el hecho de que dicho jefe ha sido desaparecido, lo cual  resultó después sin significado ni exactitud para el caso”.[9]

Enrique Finot señala de manera contundente que “averiguaciones posteriores han demostrado que se trató de un simulacro de ataque, fraguado por Yáñez”,[10]

Esto muestra de manera clara que Yañez urdió un plan para dar rienda suelta a su insania antibelcista y asesinar a lo más representativo de esa tendencia política, bajo el pretexto de salvaguardar el orden público. ¿Para qué inventar un complot, si no tenía claridad sobre su inmediato actuar?, es decir, ¿si no tenía en mente vengarse sangrientamente de Belzu y sus seguidores por lo que —supuestamente — sufrió en los años de su exilio?

LOS HECHOS INOBJETABLES

Moreno relata los sucesos como sigue:

“El 23 de octubre de 1861, el comandante general de armas de La Paz, coronel Plácido Yáñez, en alta noche mandó asesinar con la fuerza pública a un medio centenar de ciudadanos, que arbitrariamente había hecho encarcelar días antes a título de belcistas conspiradores. Un mes cabal después de este suceso, el populacho de La Paz, cansado de ver impune y siempre revestido de autoridad al perpetrador de esta carnicería, tomó por asalto el palacio donde estaba encastillado con su gente, y ajustició al criminal con dos de sus cómplices. Se retiraron las turbas enseguida a sus casas./ Se retiró el populacho justiciero sin querer plegarse a la rebelión militar de tres cuerpos veteranos, rebelión que esa mañana sirviera al pueblo de preludio y base para la ejecución. Triunfante y aterrada a la vez, no se atrevió entonces esa rebelión a vitorear a su caudillo. El caudillo era el ministro de interior, Ruperto Fernández, a quien el pueblo sindicaba de hacer sido el instigador de Yañez. Ausente con el gobierno, estaba a la sazón Fernández en Sucre. La soldadesca rebelde se sometió al orden días después sin resistencia”.[11]

Arguedas, por su parte, narra del siguiente modo esos luctuosos acontecimientos: “Pronto se le presentó la oportunidad de desembarazarse de sus enemigos pues en la noche del 23 de octubre prodújose una especie de motín, fomentado, se dijo entonces, por el mismo Yáñez, para poner en libertad a los detenidos. Púsose en pie el gobernador y se dirigió a la plaza sumida en medrosa penumbra, pues no era costumbre entonces mantener encendidas las velas de cebo. Al llegar al Loreto fue avisado por el capitán de guardia que Córdova había intentado por dos veces atropellar a sus centinelas./ — "¡Que le den cuatro balazos!" — ordenó con voz iracunda./ Un oficial y varios soldados se lanzaron a cumplir la orden en el preciso instante en que Córdova, al sentir el ruido de la plaza, se había incorporado en su lecho y comenzaba a vestirse, halagado, sin duda, con la idea de verse libre merced a los esfuerzos de sus partidarios. No le dieron tiempo ni aun para defenderse y lo acribillaron a balazos, bárbaramente”.[12]

LOS INMOLADOS

Arguedas menciona que el número de víctimas pasaba de los setenta,[13] Martha Irurozqui indica que fueron 55;[14] Arazáes señala que alcanzaron a 60;[15] en ninguno de los casos se proporciona una nómina de la totalidad de los ciudadanos brutalmente ejecutados.

Moreno rescata los nombres de una veintena de los belcistas salvajemente asesinados por órdenes de Yañez, pero afirma que medio centenar fue inmolado. Los nombres de algunas víctimas aparecen en un informe dirigido al gobierno por el comandante ayudante de aquél, el “tuerto” B. Sánchez, quien tomó parte activa en los sangrientos sucesos:

“RELACIÓN DE LOS QUE HAN MUERTO. — José María Torres. — Hermenegildo Clavijo. — Pedro Espejo. — José Agustín Tapia. — Luis Valderrama. — Francisco de Paula Belzu. — José María Ubierna. — Juan Crisóstomo Hermosa. — Mariano Calvimonte. — Victoriano Murillo. — José Ugarte. — José Zuleta./ TROPA. Manuel Aguilar. — Basilio Suárez. — Manuel Alvarez. — Juan C.Cáceres. — Bernardino Camacho. — Carlos Pérez. — La Paz, octubre 24 de 1861. El comandante ayudante. B. Sánchez”.[16]

Aranzáes puntualiza que los inmolados fueron salvajemente ejecutados “en medio de la más espantosa confusión, unos de pié, otros de rodillas y otros tendidos en el pavimento. Mientras el comisario Dávila sacrificaba á los presos de la policía, el alcaide Aparicio a los de la cárcel y el comandante Santos Cárdenas hacía victimar a los presos del cuartel del 2º”.[17]

LA VERSIÓN DE YAÑEZ

Pero veamos seguidamente qué argumentó Yañez por entonces:

“En la versión defendida por Yáñez, éste dijo que se había despertado al oír ‘un tiro en el cuartel del batallón Segundo situado a pocas calles del palacio de gobierno’. Su alarma quedó confirmada por el bullicio procedente de la plaza y por el hecho de que cuando él y su hijo Darío se asomaron a los balcones recibieron descargas de arma. Tras llamar al coronel Luis Sánchez para que sostuviese el fuego con seis rifleros y dos fusileros, Yáñez salió con la columna municipal —unos cien hombres— a la plaza. Ésta fue dividida en dos secciones. De una se hizo cargo el oficial Benavente con el cometido de atacar al grupo que les disparaba, mientras la otra con Yáñez al mando, tras defender los otros lados de la plaza, se dirigió al Loreto. Una vez allí preguntó al custodio del lugar, el capitán Rivas, por las novedades acaecidas y éste le contestó que ninguna, salvo que Córdova había intentado dos veces atropellar al oficial de guardia Núñez. En respuesta Yáñez dio la orden de ‘pegarle cuatro tiros’, acción que cumplió el oficial Leandro Fernández. Después de indicar a Fernández y al oficial Cárdenas que ejecutaran a los detenidos en el cuartel del batallón Segundo, Yáñez hizo salir a todos los presos del Loreto de cuatro en cuatro. A excepción del general Calixto Ascarrunz, por el que intercedió Darío, todos fueron muertos. A ellos les siguieron los presos encarcelados en el cuartel de policía y en la cárcel, ocurriendo la matanza a mayor escala en el cuartel del batallón Segundo. Allí el único superviviente fue Demetrio Urdininea, del que se supo más tarde que era un espía de Yáñez”.[18]

Como se aprecia, con meridiana claridad todo fue parte de un plan preconcebido y tramado durante años por el extraviado criminal.

Aranzáes menciona que “el victimador para su defensa, hizo publicar una hoja inmunda El Boliviano, de quien [sic] un hombre serio, dice: ‘escrito impávidamente por puños más diestros en manejar la daga que la pluma’. No tuvo circulación y fué secuestrado por el odio público".[19]

ALGUNAS REACCIONES

El gobierno —como veremos adelante—, apenas conocidos los hechos, reunió al gabinete que sacó un pronunciamiento tibio sin condenar el desenlace, quizá con el pensamiento puesto en que evidentemente fue controlado un golpe de estado, abortado gracias a la oportuna intervención de Yañez y su caterva. Al respecto, Martha Irurozqui sostiene:

“Achá recibió la noticia en la ciudad de Sucre a través del ministro Fernández, quien interpretó muy favorable para los septembristas la casi desaparición de los principales miembros del partido de Belzu. La actitud victoriosa de muchos de ellos no sólo obligó al ministro Bustillos a renunciar a su cargo, sino que también debilitaba políticamente a Achá ya que mostraba fracasada la política de fusión a causa de la irredente actitud conspiradora de los belcistas. Bajo el entendimiento de que con lo ocurrido se había abortado una revolución y salvado el orden público, las cartas que el presidente envió en un inicio a Yáñez no lo reprobaron, sino que parecían aceptar que las autoridades escarmentasen a los belcistas por el miedo a una conspiración. Si bien ello fue más tarde utilizado para imputar a Achá la responsabilidad de los hechos, es necesario precisar que las primeras informaciones oficiales remitidas justificaban lo sucedido, sin que personajes críticos con Yáñez como el jefe político Rudesindo Carvajal expresase aún el horror que le producían sus actos. También hay que tener en cuenta que en esos momentos Achá se encontraba en una situación delicada debido al comportamiento hostil de Fernández y al favor que recibía de los linaristas”.[20]

“Por un lado —continúa Irurozqui—, estaban quienes aplaudían y alentaban el celo demostrado por el militar para evitar una nueva revolución; por otro, quienes no sólo consideraban extremas las medidas contra los belcistas, sino contrarias a la ley, siendo al principio mayoría los primeros. Frente a ello, en su papel de ‘sostenedor del orden público’, Yáñez persistió en su conducta de encarcelar a todos los belcistas de La Paz, incluido el ex presidente Jorge Córdova. Tras un intento fallido de demostrar que en su quinta de San Jorge éste hacía reuniones conspiradoras y acopio de armas, fue apresado el 21 de octubre debido a una nueva denuncia hecha por un sargento segundo y un soldado de la columna municipal que le acusaban de haberles abordado en la pulpería del barrio de Huturunco y pagado para que le ayudasen a liberar a los prisioneros. Se le recluyó en el Loreto junto a los principales prisioneros políticos”.[21]

EL SILENCIO DE LA PRENSA

Lo que llama la atención de este hecho atroz, es que la prensa de la época mantuvo un silencio sepulcral sobre el mismo… apenas escuetos comentarios sobre el particular, lo que induce a pensar, inclusive, que se trató de hacer que el hecho pase desapercibido, salvo por la frontal y  valiente actuación de un solo periódico que intervino como una especie de juez ciudadano. Al respecto, Moreno dice:

“La prensa setembrista y la prensa gobiernista, que juntas formaban la mayor parte de la prensa, sepultaron en una ola inmensa de olvido la carnicería del 23 de octubre. Por eso mismo y persiguiendo en ello una especie de reparación, he querido conceder, en estos anales, páginas extensas al asunto, y por ende a El Juicio Público que fue, contra ese crimen, el campeón denodado de la vindicta pública”.[22]

Publicaciones como El Boliviano, El Telégrafo y El Constitucional, se ocuparon de indisponer a la opinión pública contra el belcismo.

EL PUEBLO TOMA LA JUSTICIA EN SUS MANOS

Habida cuenta que las autoridades de gobierno no sancionaron a los culpables de semejante masacre, el pueblo, que tardó en salir de su asombro ante la crueldad demostrada por los asesinos, a treinta días de los luctuosos sucesos, tomó la justicia en sus manos, y en medio de una asonada, ajustició a Yañez y a algunos de sus subsecuentes seguidores, o mejor dicho en este caso concreto, cómplices.

Llama la atención la actitud tibia y hasta complaciente de Achá con los acontecimientos. Si bien es cierto que en los hechos significó quitar del camino a un significativo grupo de belcistas, con lo que resultó seriamente herido el partido, bajo ningún punto de vista es admisible la bestialidad con la que obraron Yañez y sus esbirros. Y más aún, que todo haya quedado como si nada hubiera pasado.

“El gobierno a la noticia oficial de los terribles acontecimientos de La Paz —refiere Nicanor Aranzáes—, comunicada por su promotor, la consideró inmediatamente en consejo de gabinete. Asistieron a este acto y tomaron parte en las deliberaciones los ministros, Ruperto Fernández, Rafael Bustillos, Manuel Macedonio Salinas y Celedonio Avila. De común acuerdo con el Presidente Achá, acordaron contestar en términos vagos e indefinidos, esto es sin pronunciarse sobre los hechos producidos”.[23]

Añade Aranzáes: “El General Achá descendiendo de su alto puesto de primer magistrado de la Nación, escribió al asesino el día 10 de noviembre de 1861, titulándole su querido amigo, demostrando una señalada afectuosidad en el hecho de expresarle que le deja esa carta en el correo, porque al día siguiente tenia resuelto emprender viaje al Norte, tomando esa precaución para que no le falten sus comunicaciones ni entre en cuidados”.[24]

“Pasado un mes de estos espantosos asesinatos políticos —relata José Macedonio Urquidi—, el 23 de noviembre, el Coronel Narciso Balza se sublevó en la misma ciudad, pronunciándose á favor de Ruperto Fernández; atacó, con el batallón de su mando y la columna municipal, al batallón del Coronel José María Cortés, militar pundonoroso que cayó herido de muerte; el pueblo, aprovechándose de este desorden, se amotinó en grandes masas, pidiendo la ‘cabeza de Yáñez’, el que sitiado y atacado en el palacio, en su desesperación había logrado escalar uno de sus muros y, herido por una bala certera en el tejado, rodó (desde 15 m. de altura) hasta el suelo, siendo después arrastrado por las calles su sangriento cadáver, que fue desgarrado por la ira popular…”.[25]

Enrique Finot dice: “Cuando Achá llegó a Oruro, Balsa se encontraba en La Paz, al mando de un batallón, con el que se sublevó el 23 de noviembre, atacando el cuartel de las fuerzas adictas a Achá. Dominadas éstas, con el auxilio de la plebe que se congregó con propósitos de venganza contra Yáñez, la tropa amotinada fue arrastrada por el pueblo hasta la casa de gobierno, en la que se había refugiado el asesino de octubre, al mando de un piquete que no pudo resistir el ataque. Tomado el palacio, Yáñez pretendió escapar por los techos, pero derribado de un balazo hasta el patio de una casa contigua, donde se descubrió su cadáver, el populacho lo escarneció y arrastró por las calles. Así fueron castigados, por la justicia popular, los crímenes perpetrados por aquel malvado”.[26]

El tendencioso historiador chileno Ramón Sotomayor Valdés, en su incomprensible afán de atenuar la responsabilidad de Yañez en los dramáticos sucesos dice a la letra: “Nada prueba concluyentemente que Yañez tuviese meditado i resuelto un plan para aquella trajedia, ni que no hubiese creido de buena fé en las provocaciones i síntomas de desórden de aquella noche. Pero aceptado todo esto en favor de Yañez, ¿con qué puede medirse todavía su ferocidad i su torpeza en aquellas órdenes de matar á tantos desdichados prisioneros, sin más que oir algunos tiros i ver algunos grupos de gente alzada en la calle?/ El pueblo, que á menudo adivina la verdad i suele pesar los grandes sucesos en justiciera balanza, vió en Yañez la única cabeza responsable de aquel atentado. Maldíjole en su corazon i esperó la oportunidad del castigo”.[27] No obstante, como dijimos antes, el hecho de que haya fraguado una asonada para justificar los asesinatos, de suyo es suficiente para tener la certeza de que todo fue parte de un plan previamente elaborado para acabar con el belcismo y el “peligro” que representaba.

Más adelante, sin embargo, el propio historiador chileno apunta: “…mui bien pudo atravesar por la mente febril de Yañez la idea de sacrificar de una vez á sus prisioneros, lo que para el importaba romper los lazos convencionales de la justicia humana para dar, sin embargo, un golpe merecido a un partido funesto i evitar muchos nuevos trastornos a la nación”.[28]

Este hecho no tiene parangón en la historia de Bolivia ni pretérita, ni actual, tanto por la sangre fría con que ocurrieron las ejecuciones, cuanto por la cantidad de inmolados. En efecto, los ajusticiados no tuvieron oportunidad de defenderse, ya que desarmados todos ellos, fueron fusilados sin contemplación de ninguna naturaleza ya sea en grupos de a cuatro o individualmente, como ocurrió en el ex presidente Jorge Córdova.

Sin embargo de ello, Arguedas sostiene que el sangriento suceso fue “la repetición, con ligera variante, de la victimación de Blanco, el 1° de enero de 1829, sólo que esta vez las víctimas eran cincuenta, comprendiendo hasta soldados cuya lealtad se había hecho sospechosa. Una verdadera carnicería, imputable principalmente a la ferocidad de Yáñez. Tanto en el edificio del Loreto, como en la plaza principal, en el cuartel del batallón segundo y en la cárcel, lugares de concentración de los presos, la matanza fue espantosa. El gobierno, al conocer los sucesos, no tomó medida alguna, aunque se conocían anticipadamente las intenciones de Yáñez”.[29]

Esta matanza queda registrada como una mancha imperecedera que cubre de sangre la administración de José María Achá, aunque la responsabilidad no ha sido imputada directamente al ex presidente, ya que el peso de la misma recayó exclusivamente sobre el extraviado militar Plácido Yañez.

Por ello, Aranzáes señala de manera contundente: “Tan horrendo crimen llenó de terror y espanto á la nación, solo Achá permaneció impasible, no le negó sus favores al asesino, no le destituyó ni le sometió a juicio cual lo requería la justicia y la vindicta pública. Responsable ante la posteridad, así como sus ministros que no supieron llenar su deber”.[30]

Consideramos, pues, que dada la frialdad de la reacción del mandatario, que ni siquiera pretendió llamar la atención de Yañez por la brutalidad de los ajusticiamientos, que al menos secretamente en su interior, avaló el accionar del enajenado militar, si no es que dio luz verde para tal conducta, ya que, como vimos en párrafo anterior, no eran desconocidas las intenciones de Yañez, y convenientemente, en los días previos, Achá se alejó al sud del país a restaurar el orden…

Fuentes consultadas

 

Aranzáes, Nicanor. Las revoluciones en Bolivia. Segunda edición, Librería editorial Juventud, La Paz, 1980.

Aranzáes, Nicanor. Diccionario histórico del departamento de La Paz. Segunda edición facsimilar, Fondo editorial municipal Pensamiento Paceño, La Paz, 2018.

Arguedas, Alcides. Historia General de Bolivia. Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, Sucre.

Finot, Enrique. Nueva historia de Bolivia. Ensayo de interpretación sociológica. 7ª Edición. Editores: Gisbert & Cia. S. A., La Paz, 1980.

Moreno, Gabriel René. Matanzas de Yañez. Librería Editorial Juventud, La Paz, 1976.

Irurozqui, Martha. “Muerte en el Loreto. Ciudadanía armada y violencia política en Bolivia (1861-1862)”.  Revista de Indias, 2009, vol. LXIX, núm. 246.  Págs. 129-158.

Urquidi, José Macedonio. Compendio de Historia de Bolivia. Segunda Edición, notablemente corregida y aumentada, Imprenta de El Heraldo, Argentina, 1905.

Sotomayor Valdés, Ramón. Estudio histórico de Bolivia bajo la administración del jeneral D. José María de Achá.  Con una introducción que contiene el compendio de la guerra de independencia i de los gobiernos de dicha República hasta 1861. Imprenta Andrés Bello,  Santiago, 1874.  550 P.

 

 

Webgrafía

 

https://es.wikipedia.org/wiki/Pl%C3%A1cido_Ya%C3%B1ez recuperado el 10 de mayo de 2020.

 


[1] Moreno, Gabriel René. Matanzas de Yañez. Librería editorial Juventud, La Paz, 1976. P. 14.

[2] Aranzáes, Nicanor. Diccionario histórico del departamento de La Paz. Segunda edición facsimilar, Fondo editorial municipal Pensamiento Paceño, La Paz, 2018. P. 799.

[3] V. https://es.wikipedia.org/wiki/Pl%C3%A1cido_Ya%C3%B1ez recuperado el 10 de mayo de 2020

[4] Arguedas. Historia General de Bolivia. Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia. Sucre. P. 167.

[5] Moreno, Gabriel René. Matanzas… P. 22.

[6] Moreno, Gabriel René. Matanzas… P. 23.

[7] Arguedas. Historia… P. 167.

[8] Moreno, Gabriel René. Matanzas… P. 39.

[9] Moreno, Gabriel René. Matanzas… P. 40.

[10] Finot, Enrique. Nueva historia de Bolivia. Ensayo de interpretación sociológica. 7ª Edición. Editores: Gisbert & Cia. S. A., La Paz, 1980. P. 262.

[11] Moreno, Gabriel René. Matanzas…. P. 8.

[12] Arguedas. Historia… P. 169.

[13] Arguedas. Historia… P. 169.

[14] Martha Irurozqui. “Muerte en el Loreto. Ciudadanía armada y violencia política en Bolivia (1861-1862)”. P.  129, 130.

[15] Aranzáes, Nicanor. Las revoluciones en Bolivia. Librería editorial Juventud, La Paz, 1980. P. 173. Reproduce el informe de B, Sánchez, transcrito inicialmente por Moreno. Matanzas… P. 27.

[16] Moreno, Gabriel René. Matanzas… P. 27.

[17] Aranzáes, Nicanor. Diccionario… P. 799.

[18] Irurozqui. “Muerte…”. P. 138, 139.

[19] Aranzáes, Nicanor. Las revoluciones… P. 174.

[20] Irurozqui. “Muerte…”. P. 139.

[21] Irurozqui. “Muerte…”. P. 138.

[22] Moreno, Gabriel René. Matanzas… P. 20.

[23] Aranzáes, Nicanor. Las revoluciones… P. 173. 

[24] Aranzáes, Nicanor. Las revoluciones… P. 174.

[25] Urquidi, José Macedonio. Compendio de Historia de Bolivia. Segunda Edición, notablemente corregida y aumentada, Imprenta de El Heraldo, Argentina, 1905. P. 109.

[26] Finot, Enrique. Nueva historia de Bolivia... 261, 262.

[27] Sotomayor Valdés, Ramón. Estudio histórico de Bolivia bajo la administración del jeneral D. José María de Achá.  Con una introducción que contiene el compendio de la guerra de independencia i de los gobiernos de dicha República hasta 1861. Imprenta Andrés Bello,  Santiago, 1874.  P. 216.

[28] Sotomayor Valdés, Ramón. Estudio histórico… P. 215.

[29] Arguedas, Alcides. Historia… P. 180.

[30] Aranzáes, Nicanor. Diccionario… P. 799, 800.

 

LA CASA DE LA REPRESIÓN EN LA REVOLUCIÓN DE 1952

 


Por: Julio Peñaloza / La Razón, 4 de octubre de 2020.


Koatravel es un blog en el que se pueden encontrar textos relacionados con asuntos de la  vida pública de Bolivia, perdidos con el transcurso del tiempo. El responsable y autor de este interesantísimo espacio,  Freddy Céspedes Espinoza, es un especialista en turismo y luego graduado en comunicación de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA). En el referido blog a su cargo figura, incluso, un testimonio del que fuera chofer de Victor Paz Estenssoro en los años 50, Luis Sánchez Vargas.

Luego de leer su relato acerca de la céntrica casa en la que se encontraba el Control Político dirigido  por Claudio San Román, fui en su búsqueda para que me autorizara publicarlo, con ajustes de edición para esta serie de artículos sobre la persecución política . En nuestra conversación, Céspedes me refirió que en esa transformadora y turbulenta época para Bolivia, se quemaban libros que no eran del agrado del régimen movimientista, y que con los años, logró organizar una pequeña biblioteca referida a la persecución y a la violencia política. Él está convencido que los bolivianos dedicados a la política se pasan la vida persiguiéndose unos a otros, ajustando cuentas, echando mano de algo así como un catálogo del rencor y la revancha.

La tenebrosa casona de Claudio San Román

Cae la noche y un constante aguacero detiene mi marcha por la Calle Potosí y Yanacocha en La Paz, allí sigue en pie una maciza casona republicana, con ventanales opacos de principios del siglo XX y vetustos balcones que cuelgan peligrosamente hacia la calle. Pareciera que este edificio, nunca hubiera tenido color, que nadie sintió apego ni atracción por ella. Siempre lució igual, desprovista de nobles sentimientos.

 Ingreso a la casona y continúa la lluvia con un viento que me estremece  por  los fuertes truenos que  sacuden la cordillera y  se amplifican en la  profundidad de la ciudad. Cada rayo ilumina La Paz,  menos a esta casa, herméticamente cerrada por sus cuatro lados, prisionera de los gritos internos.

Me deslizo por un zaguán  que conecta  al  patio casi cuadrado; observo las habitaciones de la planta baja y levanto la cabeza con temor  hacia el  primer  y segundo pisos que mantienen sus corredores y balcones de hierro forjado que permanecen fríos, sólidos y apáticos ante mi presencia.

Estoy en la casa más abominable del pasado movimientista, imagino en cada espacio un murmullo  inusual de  gente que corre por sus escaleras, escucho los disparos aislados de la lejanía y  duele  imaginar a tanta gente asustada que  ingresa  a ella por razones políticas. Han sido capturados.

Me doy  un respiro profundo, cierro los ojos y los vuelvo a abrir. Están enfrente mío, bien alineados,  los agentes del Control Político del MNR que tenía las ventanas cubiertas de madera para evitar que se escucharan los gritos de los torturados. En medio del patio se encuentra un hombre muy moreno, algunos lo tildan de Negro,  cuello grueso y robusto, casi calvo que con su voz estremece todo el ambiente y arenga a sus subordinados con palabras durísimas de tinte cuarteril. Se encuentran también, Luis Gayán Contador, antiguo mercenario chileno que sirvió en la Guerra del Chaco y segundo en la jerarquía, y Ademar Menacho, ex falangista,  obeso pero fuerte como un oso, y aburrido de la arenga del jefe Claudio San Román. Luego observo a Jorge Orozco Lorenzety, René Gallardo Sempértegui, Oscar Arano Peredo, Mario Zuleta,  José Soria Galvarro, Raúl Gomez, Andrés Herbas Ramallo y otros que conformaban ese grupo de agentes y milicianos a las órdenes de San Román.

Se trata del aparato de represión mejor organizado en la Bolivia de los años 50-60, dejando muy atrás a otros que existieron en nuestra historia,  fueran democráticos o  dictatoriales,  y que les permitió a varios presidentes respirar por más tiempo en el poder.

El jefe es el ya citado Claudio San Román,  entrenado por el Federal Bureau of Investigatión (FBI) de los Estados Unidos de América  en técnicas de persecución humana, con vocación para martirizar  y castigar con  violencia  extrema a los falangistas, enemigos políticos del régimen. Fue el creador  de la policía política organizada en Bolivia y supo fusionar técnicas de tortura  de la Cheka  rusa y la Gestapo alemana. Bajo su dirección se modernizaron los sistemas de  control  de   archivos de seguimiento, ficheros para el manejo de la información  precisa  de cada ciudadano, de asociaciones, sindicatos, empresarios, comerciantes  o cualquier militante del partido (MNR)  y de la oposición. Nadie se salvaba. Todo estaba perfectamente registrado y con un presupuesto altísimo que erogaba el Estado a través  del ítem “Gastos Reservados”.

San Román y el Control Político recibían directamente fondos asignados en el presupuesto General de la Nación, además de otras sumas extraordinarias que la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL) debía entregar cuando se presentaba alguna emergencia.

 Llenar de presos las cárceles

 Para San Román tener las cárceles llenas era una de sus mayores satisfacciones y solía enfadarse cuando no tenía carne para torturar. Increpaba a sus esbirros, amenazándolos, para que cuando regresara de sus “diligencias”, pudiera encontrar unos cuantos dientes esparcidos en el piso.

 A mayor cantidad de  presos, mayor era el presupuesto. Las sumas que manejaba San Román eran significativas. Basta anotar que en 1964 se asignaron al capítulo de Gastos Reservados, 232 millones de bolivianos —íntegramente administrados por San Román— a los que hay que agregar  52 millones que recibía para pago de sueldos mensuales a los milicianos, 3500 dólares mensuales de entonces que nunca tuvieron explicación acerca de su destino y otros mil dólares más, también mensuales, que se le entregaba directamente por orden expresa del Presidente de la República.

Volvamos al patio de la Casona: Todos los que estaban formados, habían recibido entrenamiento en violación de correspondencia, escuchas telefónicas, seguimiento personalizado constante, técnicas de tortura sofisticadas y  criollas con el único fin de proteger al  Estado del MNR. Además todos habían regresado de la guerra del Chaco  y disfrutaban disparar armas de fuego, cualquiera fuera el motivo.

La planta baja estaba íntegramente destinada a las celdas para los presos, existiendo en una de ellas un recinto subterráneo destinado al castigo de los detenidos que, por su estado de salud, ya no podían soportar tormentos más violentos.

El segundo piso albergaba algunas oficinas y algunas celdas, pero estaba principalmente destinado a las salas de tortura, como la llamada cámara de gases en la que eran encerrados aquellos elementos que se resistían a revelar sus presuntos secretos. Allí se utilizaban gases lacrimógenos, gases fétidos, gases vomitivos, hasta gases que provocaban carcajadas que destrozaban el sistema nervioso,  que  desesperan  y martirizan a la víctima, llegando inclusive hasta a enfermarla gravemente.

En otra sala de regulares proporciones, habían sido instalados varios aparatos destinados al castigo de los detenidos rebeldes o reacios a contestar adecuadamente las preguntas que se les hacían. El potro del tormento, por ejemplo, era una máquina conocida desde el medioevo para atormentar a los presos; el  “chanchito”, cuyas horribles consecuencias eran heridas de vidrio roto en el pecho y en la cara de la víctima; las “roldanas” que se aplicaban atando al detenido de los pies y estirándolo mediante un fierro  que era pasado por debajo de los brazos, utilizando un sistema de cadenas. Con estos tres sistemas de tortura se obtenían generalmente los resultados pretendidos, pues a cualquiera le resulta en extremo difícil soportar por mucho tiempo los agudos dolores que su aplicación provoca. Existía además un cuarto especial, conocido  como el” Cuartito Azul”, que estaba revestido de cemento, para “bañar” al preso que se desmayaba o que evidentemente no podía soportar castigos peores, al que se baldeaba intermitentemente y se dejaba  toda la noche desnudo o semidesnudo en el  cuartucho con agua hasta cierta altura.

Finalmente, el tercer piso estaba destinado a almacenar y revisar toda la correspondencia que se sustraía de correos, así como todos los libros y folletos calificados como propaganda comunista o falangista por el experto español Francisco Lluch Urbano. Las cartas eran secuestradas en valijas de las dependencias postales. Había en este piso, igualmente, un corredor que aparentemente servía para las prácticas de tiro de los agentes del Control Político, pero que con mucha frecuencia era ocupado para simular fusilamientos, causando en las víctimas, graves alteraciones nerviosas y psíquicas.

El Control Político inició sus actividades en 1953 con un total de 150 agentes, que paulatinamente fueron en aumento hasta llegar en 1964 a 600 aproximadamente sólo en La Paz, y sin contar confidentes, y soplones que no ganaban  sueldos, aunque sí recibían jugosas comisiones: prostitutas, peluqueros, lustrabotas,  taxistas y otros,  por ser ellos,  los escuchas  y delatores  de potenciales enemigos del gobierno.

“Señor Gayán, cayó un falangista” (Testimonio de Hernán Landívar Flores)

“A las 11 de aquel mismo día, yo, Hernán Landivar Flores, fuí sacado de mi celda y llevado ante Gayán.  Al ingresar a su oficina lo encontré sentado detrás de su escritorio. Inmediatamente me di cuenta,  con solo mirarlo, que la leyenda de  terror que sobre él corría en el pueblo boliviano era cierta. Al primer golpe de vista uno comprendía estar ante un degenerado. Era sencillamente repulsivo. Con un ojo desviado, la mirada fría que se fijaba en uno, lo hacía aparecer como un poseído. Al levantarse de su asiento su figura  me pareció grotesca.”

“Hombre corpulento de más de un metro con 80 centímetros y cien o más kilos de peso. Sus ojos tenían una aureola roja de un habitual aficionado al alcohol. Su tufo era asqueroso y emanaba de su cuerpo un olor repugnante. Tenía colgado del cuello un tirante especial del cuál pendía una cachiporra de goma con la punta emplomada”.

“El chileno Luis Gayán Contador fue contratado por la llamada Revolución Nacional para torturar a los bolivianos, con  pésimos antecedentes, fichado en su propia patria por robos y crímenes y dado de baja del Cuerpo de Carabineros de su país”.

 —“¿Niega usted ser amigo del señor Unzaga?”

—“No, no niego, soy su amigo y lo estimo muchísimo, pero no sé dónde se encuentra”.

“Luego Gayán suavizó la voz , se sentó y me dijo: El presidente  Paz Estenssoro es magnánimo y le promete que olvidará sus trajines subversivos si usted  nos indica dónde se encuentra el señor Unzaga y Ambrosio García . Le daremos un cargo en el Consulado de Bolivia en Buenos Aires y dos millones de bolivianos. ¿Acepta usted? No pierda esta ocasión que es la única salvación que le queda. Piense en su mujer y sus hijos…Pueden quedar sin padre!”

—“Me es imposible indicarle el domicilio del Señor Unzaga o el de García  porque no sé dónde viven. Nadie puede confesar lo que no sabe. Además aun cuando lo supiera no se lo diría, pues no nací delator”.

“Gayán saltó de su asiento y se lanzó sobre mí . Caí al suelo por supuesto al recibir el impacto de semejante mole. Traté de levantarme  y no lo conseguí. Me dio un pisotón en el estómago y quedé desmayado.  Volví en mí al recibir un chorro de agua fría en la cara. Cuando trataba de incorporarme, Gayán se echó sobre mí, puso sus rodillas sobre mi vientre  y con sus dos manazas asquerosas me tomó de la cabeza  y comenzó a golpearla contra el suelo. Pensé que no resistiría  un minuto más. Luego con una brutalidad increíble introdujo sus dedos pulgares en mis ojos que iba oprimiendo lenta y despiadadamente.”

“Yo no veía estrellas, veía venir la muerte, sentía un sudor frío y un desvanecimiento que  me iba anestesiando el alma. El dolor era desesperante, el torturador no cesaba de preguntar “Dónde está el señor Unzaga, Unzaga, Unzaga, dónde está? Y me arrojaba a las narices su hedor y su saliva.”

“Cuando me recupere del desmayo, me encontraba completamente desnudo y con las manos atadas. Gayan estaba solo y me contemplaba con mirada siniestra. Luego tomó unos aparatos que no alcancé a precisar, pero que parecían castañuelas, me agarró con ellos los testículos y me los fue oprimiendo poco a poco, brutalmente. Fue terrible aquello. Nunca había sufrido dolor más grande. Me retorcía, me desmayaba, volvía a recuperar  el sentido para seguir sufriendo la misma tortura y escuchar las mismas inquisiciones : “¿Dónde está Unzaga… Unzaga, y al final García…García?”.

“Sus palabras ya no tenían sentido para mí. Saciado ya de haberme torturado y sin haber conseguido la delación que perseguía,  Gayán volvió a llamar a sus ayudantes y les ordenó: “ Llévenlo al Panóptico y si no habla mátenlo” y dirigiéndose  a su principal secuaz Jorge Rioja, le dijo: “ Tú me respondes de este carajo”. Las torturas continuaron en el Panóptico…

¿Quién fue Claudio San Román?

Nació en el Valle de Carasa, hoy Santiváñez,  en el departamento de Cochabamba. Su niñez fue oscura y fue criado por un tío que de acuerdo a las fuentes, lo ocupaba para hacer mandados y cargar pesados bultos del mercado. De una infancia vacía  de amor,  ya joven, con la necesidad de independizarse de su duro pasado, llegó a La Paz y se enroló  en la Escuela de Clases del Ejército, que entonces se encontraba en la zona de San Jorge.

Partió como cabo  al Chaco, volvió  con el grado de sargento  reenganchado en el Ejército. Nada promisorio  en su ascenso y como militar de baja graduación, tuvo que dar  cumplimiento  a los diferentes destinos que le asignaron en Bolivia.

Durante el gobierno de Gualberto Villarroel en 1943, su paisano José Escobar le ofreció un cargo  en el Departamento de Investigación Especial. Desde allí se le abrió un horizonte promisorio pese a ser semiletrado y  comenzó a obrar con astucia y viajar becado a los EE.UU, ya con el grado de teniente de Ejército. Allí  afinaron sus atributos personales en el FBI. Aprendió el arte de acosar al ser humano, darle caza, y sobre todo, los infalibles métodos de tortura para hacer hablar y confesar. Era todo un profesional.

En 1946 Gualberto Villarroel fue colgado en la Plaza Murillo  y quedaron  el MNR y Razón de Patria (RADEPA) desarticulados, pero  lo peor que le sucedió fue haber sido dado de baja del Ejército. San Román, solicitó ser reincorporado y se lo negaron. También se dirigió  a la Policía con su título del FBI y tampoco lo aceptaron. Fue soplón del Departamento Segundo del Ejército, estuvo en el panóptico de San Pedro como preso en 1949. Fue tildado de informante dentro la cárcel y salió para desaparecer.

Al producirse el triunfo movimientista en Abril de 1952, San Román fue uno de los primeros en aparecer mezclándose entre los revolucionarios, y por supuesto demandando su cuota en la repartija de situaciones. Logró que lo reincoporaran al Ejército, también restituir los sueldos de los años perdidos por la baja, y así se encaramó de a poco en la difícil lucha de ganarse loas del Ministro de Gobierno, Federico Fortún,  a fuerza de brutalidad, inteligencia y sagacidad.

 “Curawara de Carangas palomita, testigo de mis horrores, ciento por ciento me han de pagar”. Así coreaban los falangistas torturados en la calle Potosí, luego  trasladados al panóptico y luego a los campos de concentración de Coro Coro, Catavi, Uncía y los más peligrosos para el gobierno, precisamente a Curawara de Carangas, cerca al nevado Sajama donde las temperaturas suelen bajar hasta 25 grados bajo cero.

San Román fue el creador del Control Político que durante doce años fue  una dependencia funesta y temida en la que se cometieron todos los excesos y se violaron todos los derechos humanos  bajo su dirección. Fue el alma y cerebro de la organización persecutoria, represiva y violenta de los gobiernos del MNR.

 

Fuentes de Freddy Céspedes Espinoza Koatravelnews.blogspot.com:

San Román,biografía de un verdugo (Autor anónimo )

Infierno en Bolivia, Hernán Landívar Flores, 1965.

TÚPAC KATARI Y BARTOLINA SISA, PRIMEROS PERSEGUIDOS POLÍTICOS DE NUESTRA HISTORIA

 


Por: Julio Peñaloza / La Razón, 19 de septiembre de 2020.

Las dos primeras décadas del siglo XXI están marcadas por la rotunda imposición de las llamadas redes sociales y la posverdad que es en realidad la mentira reelaborada desde las sofisticadas técnicas de persuasión a través de la que se opera la introducción de contenidos a escenarios mediáticos con el propósito de malversar la realidad y la historia, y de configurar estructuras mentales congraciadas con un orden establecido gestado desde los centros de influencia cultural occidental hasta lo que se llaman periferias, allá donde los índices de pobreza e indicadores económicos negativos manifiestan las grandes desigualdades que caracterizan al mundo .

A las redes sociales se ha trasladado el debate ciudadano de la diversidad temática que caracteriza la condición y la actividad humana. La frontera entre la vida privada y la vida pública ha dejado de existir y el respeto por la dignidad como valor fundamental para la convivencia,  ha sido pulverizado por esa especie de judicialización ejercida en contenidos que abarcan desde el vestuario que se elige a diario hasta las decisiones políticas que cada ciudadano y ciudadana toman, sea en las urnas, en sus prácticas cotidianas, en su compromiso o indiferencia con el prójimo, en su adhesión o rechazo a ciertos preceptos y causas políticas, sociales, económicas, culturales y religiosas.

Cuando se produjo el Cerco de La Paz en 1781, Facebook, Twitter, Instagram o Youtube estaban muy lejos de existir y a tres siglos de perpetrado el sanguinario descuartizamiento de Túpac Katari, el hecho está débilmente registrado en la actualidad a través de los portales de internet —lo mismo que sucediera cuando todavía el libro era la única fuente histórica formal—, como autoría de Francisco Tadeo Diez de Medina, auditor de guerra español, oidor y alcalde de la ciudad en dos oportunidades, que fuera dueño y señor de las dos casonas situadas, a media cuadra del Palacio Quemado, en la calle Comercio entre Socabaya y Yanacocha de la ciudad de La Paz, restauradas y acondicionadas para lo que hoy son el Museo Nacional de Arte y la Villa de París. Diez de Medina fue quién sentenció en una de sus grandes residencias, con la pena capital al líder indígena:

“Después de muerto, para público escarmiento, su cabeza fue enviada a la ciudad de La Paz. Allí estuvo colgada durante tres días en el Alto de K’illik’illi (hoy mirador de Villa Pabón). Y lo propio ocurrió con sus extremidades: su brazo derecho fue enviado al pueblo de Achacachi; el izquierdo, a Sicasica; la pierna derecha, a Caquiaviri; y la izquierda, a Chulumani. Además, se ordenó que el tronco del cuerpo se mantuviese en la horca y después fuese reducido a cenizas, las cuales fueron echadas al viento para que no quede ninguna huella física de Julián Apaza. Toda esta ordenanza fue cumplida a cabalidad.” (1)

Buena parte de la historia oficial —por supuesto que también insertada en internet y en las redes sociales— tampoco se encarga de reflejar lo siguiente:

“Se dice que la casona restaurada, ubicada en plena esquina de la plaza de Peñas, pertenecía a Joseph de Santa Cruz Villavicencio, padre de Andrés de Santa Cruz y Calaumana, impulsor de la Confederación Perú-Boliviana. Sabemos que Julián Apaza y sus seguidores fueron traicionados por un antiguo aliado, Tomás Inga Lipe, en cercanías a Peñas. Fue Joseph de Santa Cruz quien trasladó a Túpac Katari y a sus compañeros a la ciudad de La Paz para que sean juzgados por su rebelión contra la corona española.” (2)

Túpac Katari o Julián Apaza fue el primer gran líder boliviano cuando Bolivia todavía se encontraba lejos de ser fundada como República, al que se le arrebató la vida por defender derechos humanos elementales como la libertad, la autodeterminación, la soberanía, o más simple que eso, el derecho a existir sin yugos, opresión, controles políticos, y esclavitud económica, con una extraordinaria conciencia sobre la persistente afirmación de la identidad de los habitantes originarios de estas  tierras brutalmente colonizadas con la cruz, la espada y la Biblia durante casi cuatro siglos. Su impronta, gracias a los enjuagues de historiadores conservadores, se exhibe en calidad de pieza valiente de hora cívica, pero sin itinerario vital estudiado a fondo: Era un indio al que mataron de la manera más brutal por los pecados de ser indio y rebelarse ante los españoles.

La cruel manera en que le fue quitada la vida a Katari es el primer antecedente fundamental que marcará, en el discurrir histórico de nuestro país, a quienes se persiguió, encarceló, torturó, desapareció y asesinó por razones de dominación política en Bolivia, lo mismo que a su compañera de vida,  Bartolina Sisa, quién también fue físicamente eliminada a través del ahorcamiento y sobre la que Servicios en Comunicación Intercultural (SERVINDI) dice lo siguiente:

“Julián Apaza (Túpac Katari), que luego se convertiría en el esposo de Bartolina Sisa, también fue parte del comercio de la coca, luego de estar dos años en el trabajo forzado en la mita en las minas de Oruro. En uno de sus tantos viajes y frecuentando los mismos lugares, se conoce con Bartolina Sisa.

Bartolina fue descrita por algunos historiadores como una mujer aguerrida que dominaba el kurawa (onda) y el fusil. Sabía montar caballo, era joven y de piel morena, atractiva, esbelta y de ojos negros, y muy inteligente.

Mientras que Julián Apaza era un hombre de buenas condiciones físicas y una inteligencia notable.

En 1772, ya casados, tuvieron el primero de sus cuatro hijos (tres varones y una niña). Según el historiador Alipio Valencia Vega, el primer hijo fue capturado en Perú por el brigadier Sebastián Segurola, en 1783, y se cree que posteriormente fue asesinado. Los otros llegaron a sobrevivir y cambiaron de nombres y apellidos.” (3).

Esta es parte de la significativa historia invisibilizada por el conservadurismo aliado a intereses foráneos que pusieron los ojos, y muchas veces las balas, los cañones, los tanques y los aviones de guerra, para penetrar la economía nacional a través de controles al “pensamiento subversivo” de diversas características, que con el transcurrir de la primera mitad del siglo XX se fueron sofisticando en métodos expresados en el violentamiento de mentes y cuerpos de aquellos que siempre se situaron en la vereda de la resistencia popular, de la autodeterminación como imperativo moral y social, de la defensa de las riquezas del suelo propio como base material destinada a la subsistencia, en síntesis, en el escenario de la vida digna de quienes ya eran bolivianas y bolivianos, que ha trascendido de generación en generación y que combatieron con sus convicciones ofrendando tantas veces sus vidas, contra los aliados a intereses vinculados a los imperios mundiales y a las transnacionales que son las que en buenas cuentas gobiernan el mundo: El capital financiero, la industria armamentística, las industrias de los alimentos,  de los fármacos, de las sustancias controladas, de los combustibles, hasta la industria del espectáculo en sus variadísimas y numerosas expresiones. Vaciados de nuestros contenidos históricos, reducidos a fugaces homenajes de plazuela, registrados en páginas de textos escolares superficiales y esquemáticos, los que debieran ser héroes o referentes de vida son simple y llanamente indios revoltosos que se resistían a vivir sometidos a la Mita (4) en el occidente minero de la plata y el estaño del país, y al Habilito (5) en el oriente, en la zona Amazónica rica en goma y castaña.

En consecuencia, la primera gran violación, sostenida por décadas, a los derechos humanos en Bolivia, cuando el concepto institucionalizado de  esos derechos era inexistente,  está relacionada con la conculcación al derecho que tienen los ciudadanos a estar debidamente informados, en el amplio espectro que va desde las noticias vehiculadas por los medios de comunicación hasta los contenidos escolares y universitarios con los que las nuevas generaciones van construyendo su imaginario social, en el que no caben las que podríamos llamar versiones alternativas de los distintos hitos coloniales y republicanos que han desembocado en el último tiempo en la fundación del Estado Plurinacional de Bolivia que arrastra la herencia de la memoria a través del falseamiento de la historia popular, del desdibujamiento de la importancia de los desmembramientos de nuestra original extensión territorial, de las luchas, levantamientos, e insurrecciones de “los de abajo”, de la culpabilización y criminalización de las movilizaciones masivas en calles y carreteras,  a los designios de “oscuras fuerzas” (léase, campesinos, obreros, comunismo y socialismo) destinadas a intentar acabar con la libertad y la democracia cuando el mundo, a mediados del siglo XX,  arribaba a tiempos de la Guerra Fría y la bipolaridad por el control del planeta tuvo enfrentados a los Estados Unidos de América y a la Unión de la Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) librando batallas por la penetración ideológica y territorial de tierras y territorios en la periferia del cosmos, según lo señala la geopolítica: Asia, África y América Latina.

 Invasiones e imposiciones ideológicas, la instalación de la Cortina de Hierro en el este europeo, la guerra en Vietnam, las dictaduras militares controladas directamente por el poder político imperial estadounidense, forman parte de esta historia en la que los contenidos de una pretendida democracia única y perfecta se transmitieron a través de todos los grandes dispositivos tecnológico- culturales de masaje cerebral en niños y jóvenes  de todas las latitudes, a través del cine, la televisión, el deporte y todo cuanto pudiera ser utilizado para ocupar el tiempo libre y recreativo de la “gente común” de las ciudades, desinteresada por los asuntos nacionales de la política, y por supuesto que ahora, desde hace aproximadamente una década con gran fuerza, a través de las redes sociales que han empoderado la cotidianidad de las llamadas clases medias que se expresan diariamente a partir de sus estructuras mentales neocolonizadas.

No considerar el Sistema-Mundo (6) para encarar las razones primigenias que en 1948 dieron lugar a la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humamos es no asumir que, como dijera Hobbes en su Leviatan (7) “el hombre es el lobo para el hombre”, que la humanidad ha caracterizado su existencia en la lucha por dominadores y dominados, explotadores y oprimidos, burgueses y proletarios, terratenientes y campesinos. La necesidad de la existencia de unos preceptos relacionados con el respeto a la vida y a la dignidad, que se traducen en derechos en distintos órdenes que la actividad humana ha confirmado, conforme la ciencia, la tecnología y en general el progreso tal como lo conocemos en este siglo XXI, se manifiestan en saltos cualitativos sorprendentes que han complejizado el funcionamiento de un planeta al que además, en el último tiempo, la devastación de la naturaleza, la depredación de la llamada Madre Tierra en lo que deberíamos denominar agresión Norte-Sur, se añade como problemática mundial, vinculada a los derechos que los hombres y las mujeres  tienen sobre las bondades que la naturaleza les provee.  Es en esta amplia lógica de sistema que utilizo los ejemplos de Túpac Katari y Bartolina Sisa como hito significativo de persecución-represión y violencia política en esta parte del mundo, entonces organizada en el Alto y el Bajo Perú.

Hay aproximadamente entre doscientos ochenta y trescientos términos y conceptos que conforman el universo conceptual de los derechos humanos en el mundo. De todos ellos, una gran mayoría son permanentemente violados en todos los contextos socioculturales de naciones y continentes. Se trata de la paradójica contradicción de un mundo con una inagotable capacidad para simplificar tiempos y espacios a través de la electrónica y la transfronterización de datos, para hacernos la vida cotidiana más sencilla y funcional,  y al mismo tiempo, con una misión articulada por los poderes económico-financieros, políticos y religiosos para que nada cambie en términos de correlación de fuerzas, esto es, que los ricos concentren cada vez más en esas pocas manos lo que van produciendo a costa de los pobres condenados por los siglos de los siglos a repartirse las migajas. Se trata del capitalismo transnacional regido por un puñado de potencias que no llegan a la decena y han hecho del monetarismo, el mecanismo que rige el sistema sobre el cual hemos sido obligados a someternos a la acumulación desenfrenada de la riqueza material que nos informa que el Dios planetario por antonomasia en tiempos de internet y satélites que todo lo almacenan y vigilan, se llama Dinero y que la búsqueda de amasar y amasar más de él, es la adicción más nociva y devastadora con los valores humanos con los que nacieron hombre-mujer.

Es en este marco de comprensión que debemos abordar los trayectos históricos de la Persecución y Represión Política en Bolivia, asumiendo a nuestro país como una más de las naciones dependientes y subdesarrolladas a lo largo y ancho de casi toda su existencia, que sometieron su identidad y destino con la facilitación de sus agentes locales de turno gobernantes, empresarios, banqueros– a las imposiciones del capitalismo que ha sabido introducir los tentáculos de la injerencia política, condicionando todo lo que supuestamente pudiera beneficiarnos desde los centros económicos poderosos, al sometimiento de la República a la voracidad por la apropiación de nuestros recursos naturales renovables y no renovables que significaron despojo y saqueo durante la segunda mitad del siglo XIX con la presencia política de los conservadores en el  gobierno  —Narciso Campero Leyes, Gregorio Pacheco Leyes, Aniceto Arce Ruiz, Mariano Baptista Caserta, y Severo Fernández Alonso— ; y todo el siglo XX, a partir de la llegada de los liberales a las esferas del poder presidencial —José Manuel Pando, Ismael Montes Gamboa, Eliodoro Villazón Montaño y José Gutiérrez Guerra—,  con intereses económicos concretos que los mantuvieron con los cordones umbilicales invariablemente conectados a Londres y Washington.

Citas

(1) y (2) ”La casa donde se sentenció a Túpac Katari”. Esteban Ticona Alejo. Diaro La Razón de La Paz, Bolivia, 16 de junio de 2018

(3) Servicios de Intercomunicación Intercultural (SERVINDI). www.servindi.org. Lima, Perú, 2016

(4)y(5) La Mita en el occidente y el Habilito en el oriente de Bolivia, fueron los sistemas prevalecientes servidumbrales con los cuales los indígenas en tiempos de la Colonia y las primeras décadas de la República fueron sometidos a la explotación económica que se traducía en pagos miserables y en especies por los  trabajos desempeñados.

(6 )La perspectiva del sistema-mundo, también conocida como economía-mundo, o teoría,   enfoque o acercamiento analítico de los sistemas-mundo (expresión original en inglés World-systems approach) es un desarrollo de la crítica postmarxista que intenta explicar el funcionamiento de las relaciones sociales, políticas y económicas a lo largo de la historia en el planeta Tierra. Es una teoría historiográfica, geopolítica y geoeconómica con gran vigencia y aplicación en las relaciones internacionales

(7) l Leviathan, en inglés, o Leviatán, como se conoce popularmente, es seguramente la obra más importante y trascendental del filósofo, político y pensador inglés del siglo XVII, Thomas Hobbes. Haciendo referencia y escribiendo con espléndida maestría, el autor hace referencia al monstruo bíblico más temido para explicar y justificar la existencia de un Estado absolutista que subyuga a sus ciudadanos. Escrito en el año 1651, su obra ha sido de gran inspiración en las ciencias políticas y, paradójicamente, en la evolución del derecho social.

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