PLÁCIDO YAÑEZ, EL ASESINO AJUSTICIADO POR EL PUEBLO

 


Ensayo investigado y escrito por el periodista Ramiro Duchén Condarco para Urgente.bo / disponible en: https://urgente.bo/noticia/pl%C3%A1cido-ya%C3%B1ez-el-asesino-ajusticiado-por-el-pueblo

El 23 de octubre de 1861 se produjo uno de los más sangrientos sucesos de nuestra agitada historia: la masacre de renombrados belcistas en el Loreto y sus inmediaciones, a instancias de Plácido Yañez, quien, ante la pasividad de las autoridades de entonces, un mes después fue linchado por el pueblo que clamaba justicia. El número de las indefensas víctimas, según algunos historiadores llegó a 50 y sobrepasó los 60, de acuerdo con otros. Es el mayor crimen político de todos los tiempos ocurrido en nuestro país.

INTRODUCCIÓN

Apenas iniciado  el año de 1861, se produjo una sublevación, encabezada por el general Manuel Antonio Sánchez y los ministros Ruperto Fernández y José María Achá, que puso fin a la dictadura civil de José María Linares (1857-1861). Era el 14 de enero de ese año de 1861.

Linares, a su vez, cuatro años antes, truncó torpemente la primera sucesión constitucional en la historia nacional, al consumar, luego de una década de tenaces conspiraciones, su largo y enfermizo anhelo de hacerse del gobierno; fue a costa del de Jorge Córdova (1855-1857). En ese extenso periodo, Linares corrompió a gran parte de la soldadesca, instituciones y militares de grado para dar rienda suelta a su insania antibelcista, y curiosamente, una vez en el gobierno trató de “moralizar” al país…

Sobre el cuartelazo que terminó con el gobierno legal de Córdova, Moreno dice: “El origen legítimo de su investidura no era tachable según los dictados de una sana política. En cualquier país medianamente constituido hubiera sido inviolable en su puesto de primer mandatario”.[1]

Sabido es que a lo largo del siglo XIX Bolivia sufrió —y aún a lo largo del siglo XX— uno de los mayores males que afectó el desarrollo del país: la interminable serie de cuartelazos que cambiaban presidentes con alarmante facilidad, por lo que se vivía en un ambiente de permanente agitación y zozobra. Unos más que otros, los gobiernos prestaban especial a atención a sofocar los motines.

El de José María Achá (1861-1864), no fue, pues, excepción a la regla, sino que —como todos— tuvo que enfrentar varias revueltas durante su administración.

En ese contexto, tuvo lugar un hecho que fue el origen de la espantosa matanza que sucedió en el Loreto y sus proximidades. Veamos:

Al finalizar septiembre de 1861 Plácido Yañez, extrañamente nombrado por Achá comandante de La Paz, alertó sobre la existencia de un supuesto conato subversivo organizado por partidarios de Belzu en la ciudad del Illimani, y sindicó al Batallón Segundo de estar involucrado en el mismo. Esto ocurrió mientras Achá estaba en el Sur del país, donde se ausentó para sofocar otro intento de alterar el nuevo orden que trataba de imponerse.

¿QUIÉN ERA PLÁCIDO YÁÑEZ?

Plácido Yañez (1813-1861), fue un militar  que hizo carrera en el ejército desde 1828 en los gobiernos de Andrés Santa Cruz (1829-1839) y de José Ballivián (1841-1848), hasta adquirir el grado de coronel. Fue exilado en las administraciones de Manuel Isidoro Belzu (1848-1855) y Jorge Córdova (1855-1857), lo que hizo que en su alma creciera un odio enfermizo contra todo lo que se relacionaba con el belcismo.

Así, se dedicó a conspirar, junto a Linares, para echar a ese partido del poder. Durante esta administración gubernativa, “mandó el batallón Angelitos, á los que disciplinaba á palos, con crueldad y fiereza”.[2] En esta ápoca lo encontramos al frente de las tropas de Cochabamba, al lado de Mariano Melgarejo, durante la insurrección del 27 de septiembre de 1857, que culminó con la caída del gobierno de Córdova. Yañez, gracias al apoyo de Linares, fue reincorporado al ejército donde ocupó diversas funciones, aunque sin relevancia alguna; luego volcó su lealtad a Achá, que terminó con el gobierno de Linares,[3] como vimos en párrafo anterior.

Y es, precisamente, bajo esta administración que adquiere cierta relevancia al granjearse la confianza del nuevo gobernante, y adquirir posiciones de relativa importancia, como la comandancia de La Paz.

Alcides Arguedas, a través de Ruperto Fernández, da a conocer la siguiente descripción de Yañez:

"Su carácter —dice el ministro Fernández, inspirador de sus actos,— participaba de los errores de una viciada educación por los hábitos adquiridos en el cuartel desde la clase de tropa; de modo que el prolongado imperio de la tiranía de nueve años, cuyos rigores sufrió, vino a formar en él un odio profundo y una especie de horror a sus autores. Era además, un hombre original: llegaba a convertir el valor en temeridad, la justicia en crueldad, la fortaleza en capricho y el patriotismo en intransigencia perseguidora”.[4]

Según establece Moreno, Ruperto Fernández mediante dos cartas escritas a Yañez inmediatamente antes y después del 23 de octubre, estaba al tanto de los acontecimientos.

PREPARATIVOS PARA LA MASACRE

La excusa esgrimida por el alucinado militar, conveniente o accidentalmente a cargo de la comandancia de La Paz, fue el preparativo de una conspiración que pretendía reponer en el gobierno a Belzu y Córdova, como se vio precedentemente —ambos enemigos irreconciliables de Yañez—, por quienes además, sentía un odio enfermizo.

Con el propósito de evitar que se consume la supuesta revuelta, Yañez se apresuró a ordenar la prisión de lo más granado del belcismo; de esa manera fue apresado un número elevado de personajes ligados a Belzu.

“En la noche del 29 del mismo mes [septiembre] —relata Gabriel René Moreno— y en la mañana del día siguiente se practicaron en la ciudad numerosas prisiones. Pasaba de una treintena el número de los arrestados. Eran todos de lo más granado del partido belcista allí existente; coroneles, generales, un ex-ministro de Estado, etc./ El 18 de octubre inmediato fue aprehendido en su chacra y reducido a prisión el ex-presidente de la república, Jorge Córdoba./ Estos arrestos y otros de personas de inferior condición se verificaron de orden del comandante general, con o sin consentimiento del jefe político, y dándose fundamento que la autoridad militar había descubierto una conspiración de cuartel contra el orden público”.[5]

Desde Potosí, el gobierno, “declaró en estado de sitio el distrito de La Paz y las provincias de Ingavi y Pacajes”.[6]

“Apenas alejado el gobierno de La Paz —dice por su parte, Alcides Arguedas—, comenzaron a correr rumores alarmantes en la ciudad. Se decía que los partidarios de Córdova y Linares preparaban un movimiento contra los poderes constituidos, y Yáñez se apresuró a comunicar esos rumores al gobierno el 29 de septiembre de 1861 y en hacer apresar en la noche de ese mismo día a varios de los principales sindicados entre los que se encontraban el hermano de Belzu, el mismo Córdova [que fue capturado dos semanas después], un ex ministro de Estado, y varios de los más sobresalientes belcistas, en número de treinta”. [7]

Moreno establece de la siguiente manera la inexistencia de ese complot, utilizado como pretexto para apresar y asesinar a los belcistas en La Paz:

“Es fuera de duda que, durante los días subsiguientes, los vecinos mismos de La Paz no estaban concordes en si hubo o no, en realidad, provocación o conato sedicioso. Después de dos o tres semanas, disipadas ya las naturales sombras del estupor, comenzó a asomarse y se abrió ancho paso en los ánimos la certidumbre clarísima de la verdad: habíase positivamente simulado por la autoridad un ataque”.[8]

“No he podido encontrar constancia —añade el propio Moreno—, en ningún documento entregado a la prensa, sobre el hecho notable de la sublevación, siquiera sea transitoria, de las Compañías del Segundo. Yañez mismo en su parte al gobierno no consigna hecho tan grave. Se refiere a un asalto de cholos a la casa de unos de los jefes del Segundo; afirma que, en esos momentos, los detenidos en el cuartel atropellaron a sus centinelas y avanzaron hacia el cuerpo de guardia; hace valer el hecho de que dicho jefe ha sido desaparecido, lo cual  resultó después sin significado ni exactitud para el caso”.[9]

Enrique Finot señala de manera contundente que “averiguaciones posteriores han demostrado que se trató de un simulacro de ataque, fraguado por Yáñez”,[10]

Esto muestra de manera clara que Yañez urdió un plan para dar rienda suelta a su insania antibelcista y asesinar a lo más representativo de esa tendencia política, bajo el pretexto de salvaguardar el orden público. ¿Para qué inventar un complot, si no tenía claridad sobre su inmediato actuar?, es decir, ¿si no tenía en mente vengarse sangrientamente de Belzu y sus seguidores por lo que —supuestamente — sufrió en los años de su exilio?

LOS HECHOS INOBJETABLES

Moreno relata los sucesos como sigue:

“El 23 de octubre de 1861, el comandante general de armas de La Paz, coronel Plácido Yáñez, en alta noche mandó asesinar con la fuerza pública a un medio centenar de ciudadanos, que arbitrariamente había hecho encarcelar días antes a título de belcistas conspiradores. Un mes cabal después de este suceso, el populacho de La Paz, cansado de ver impune y siempre revestido de autoridad al perpetrador de esta carnicería, tomó por asalto el palacio donde estaba encastillado con su gente, y ajustició al criminal con dos de sus cómplices. Se retiraron las turbas enseguida a sus casas./ Se retiró el populacho justiciero sin querer plegarse a la rebelión militar de tres cuerpos veteranos, rebelión que esa mañana sirviera al pueblo de preludio y base para la ejecución. Triunfante y aterrada a la vez, no se atrevió entonces esa rebelión a vitorear a su caudillo. El caudillo era el ministro de interior, Ruperto Fernández, a quien el pueblo sindicaba de hacer sido el instigador de Yañez. Ausente con el gobierno, estaba a la sazón Fernández en Sucre. La soldadesca rebelde se sometió al orden días después sin resistencia”.[11]

Arguedas, por su parte, narra del siguiente modo esos luctuosos acontecimientos: “Pronto se le presentó la oportunidad de desembarazarse de sus enemigos pues en la noche del 23 de octubre prodújose una especie de motín, fomentado, se dijo entonces, por el mismo Yáñez, para poner en libertad a los detenidos. Púsose en pie el gobernador y se dirigió a la plaza sumida en medrosa penumbra, pues no era costumbre entonces mantener encendidas las velas de cebo. Al llegar al Loreto fue avisado por el capitán de guardia que Córdova había intentado por dos veces atropellar a sus centinelas./ — "¡Que le den cuatro balazos!" — ordenó con voz iracunda./ Un oficial y varios soldados se lanzaron a cumplir la orden en el preciso instante en que Córdova, al sentir el ruido de la plaza, se había incorporado en su lecho y comenzaba a vestirse, halagado, sin duda, con la idea de verse libre merced a los esfuerzos de sus partidarios. No le dieron tiempo ni aun para defenderse y lo acribillaron a balazos, bárbaramente”.[12]

LOS INMOLADOS

Arguedas menciona que el número de víctimas pasaba de los setenta,[13] Martha Irurozqui indica que fueron 55;[14] Arazáes señala que alcanzaron a 60;[15] en ninguno de los casos se proporciona una nómina de la totalidad de los ciudadanos brutalmente ejecutados.

Moreno rescata los nombres de una veintena de los belcistas salvajemente asesinados por órdenes de Yañez, pero afirma que medio centenar fue inmolado. Los nombres de algunas víctimas aparecen en un informe dirigido al gobierno por el comandante ayudante de aquél, el “tuerto” B. Sánchez, quien tomó parte activa en los sangrientos sucesos:

“RELACIÓN DE LOS QUE HAN MUERTO. — José María Torres. — Hermenegildo Clavijo. — Pedro Espejo. — José Agustín Tapia. — Luis Valderrama. — Francisco de Paula Belzu. — José María Ubierna. — Juan Crisóstomo Hermosa. — Mariano Calvimonte. — Victoriano Murillo. — José Ugarte. — José Zuleta./ TROPA. Manuel Aguilar. — Basilio Suárez. — Manuel Alvarez. — Juan C.Cáceres. — Bernardino Camacho. — Carlos Pérez. — La Paz, octubre 24 de 1861. El comandante ayudante. B. Sánchez”.[16]

Aranzáes puntualiza que los inmolados fueron salvajemente ejecutados “en medio de la más espantosa confusión, unos de pié, otros de rodillas y otros tendidos en el pavimento. Mientras el comisario Dávila sacrificaba á los presos de la policía, el alcaide Aparicio a los de la cárcel y el comandante Santos Cárdenas hacía victimar a los presos del cuartel del 2º”.[17]

LA VERSIÓN DE YAÑEZ

Pero veamos seguidamente qué argumentó Yañez por entonces:

“En la versión defendida por Yáñez, éste dijo que se había despertado al oír ‘un tiro en el cuartel del batallón Segundo situado a pocas calles del palacio de gobierno’. Su alarma quedó confirmada por el bullicio procedente de la plaza y por el hecho de que cuando él y su hijo Darío se asomaron a los balcones recibieron descargas de arma. Tras llamar al coronel Luis Sánchez para que sostuviese el fuego con seis rifleros y dos fusileros, Yáñez salió con la columna municipal —unos cien hombres— a la plaza. Ésta fue dividida en dos secciones. De una se hizo cargo el oficial Benavente con el cometido de atacar al grupo que les disparaba, mientras la otra con Yáñez al mando, tras defender los otros lados de la plaza, se dirigió al Loreto. Una vez allí preguntó al custodio del lugar, el capitán Rivas, por las novedades acaecidas y éste le contestó que ninguna, salvo que Córdova había intentado dos veces atropellar al oficial de guardia Núñez. En respuesta Yáñez dio la orden de ‘pegarle cuatro tiros’, acción que cumplió el oficial Leandro Fernández. Después de indicar a Fernández y al oficial Cárdenas que ejecutaran a los detenidos en el cuartel del batallón Segundo, Yáñez hizo salir a todos los presos del Loreto de cuatro en cuatro. A excepción del general Calixto Ascarrunz, por el que intercedió Darío, todos fueron muertos. A ellos les siguieron los presos encarcelados en el cuartel de policía y en la cárcel, ocurriendo la matanza a mayor escala en el cuartel del batallón Segundo. Allí el único superviviente fue Demetrio Urdininea, del que se supo más tarde que era un espía de Yáñez”.[18]

Como se aprecia, con meridiana claridad todo fue parte de un plan preconcebido y tramado durante años por el extraviado criminal.

Aranzáes menciona que “el victimador para su defensa, hizo publicar una hoja inmunda El Boliviano, de quien [sic] un hombre serio, dice: ‘escrito impávidamente por puños más diestros en manejar la daga que la pluma’. No tuvo circulación y fué secuestrado por el odio público".[19]

ALGUNAS REACCIONES

El gobierno —como veremos adelante—, apenas conocidos los hechos, reunió al gabinete que sacó un pronunciamiento tibio sin condenar el desenlace, quizá con el pensamiento puesto en que evidentemente fue controlado un golpe de estado, abortado gracias a la oportuna intervención de Yañez y su caterva. Al respecto, Martha Irurozqui sostiene:

“Achá recibió la noticia en la ciudad de Sucre a través del ministro Fernández, quien interpretó muy favorable para los septembristas la casi desaparición de los principales miembros del partido de Belzu. La actitud victoriosa de muchos de ellos no sólo obligó al ministro Bustillos a renunciar a su cargo, sino que también debilitaba políticamente a Achá ya que mostraba fracasada la política de fusión a causa de la irredente actitud conspiradora de los belcistas. Bajo el entendimiento de que con lo ocurrido se había abortado una revolución y salvado el orden público, las cartas que el presidente envió en un inicio a Yáñez no lo reprobaron, sino que parecían aceptar que las autoridades escarmentasen a los belcistas por el miedo a una conspiración. Si bien ello fue más tarde utilizado para imputar a Achá la responsabilidad de los hechos, es necesario precisar que las primeras informaciones oficiales remitidas justificaban lo sucedido, sin que personajes críticos con Yáñez como el jefe político Rudesindo Carvajal expresase aún el horror que le producían sus actos. También hay que tener en cuenta que en esos momentos Achá se encontraba en una situación delicada debido al comportamiento hostil de Fernández y al favor que recibía de los linaristas”.[20]

“Por un lado —continúa Irurozqui—, estaban quienes aplaudían y alentaban el celo demostrado por el militar para evitar una nueva revolución; por otro, quienes no sólo consideraban extremas las medidas contra los belcistas, sino contrarias a la ley, siendo al principio mayoría los primeros. Frente a ello, en su papel de ‘sostenedor del orden público’, Yáñez persistió en su conducta de encarcelar a todos los belcistas de La Paz, incluido el ex presidente Jorge Córdova. Tras un intento fallido de demostrar que en su quinta de San Jorge éste hacía reuniones conspiradoras y acopio de armas, fue apresado el 21 de octubre debido a una nueva denuncia hecha por un sargento segundo y un soldado de la columna municipal que le acusaban de haberles abordado en la pulpería del barrio de Huturunco y pagado para que le ayudasen a liberar a los prisioneros. Se le recluyó en el Loreto junto a los principales prisioneros políticos”.[21]

EL SILENCIO DE LA PRENSA

Lo que llama la atención de este hecho atroz, es que la prensa de la época mantuvo un silencio sepulcral sobre el mismo… apenas escuetos comentarios sobre el particular, lo que induce a pensar, inclusive, que se trató de hacer que el hecho pase desapercibido, salvo por la frontal y  valiente actuación de un solo periódico que intervino como una especie de juez ciudadano. Al respecto, Moreno dice:

“La prensa setembrista y la prensa gobiernista, que juntas formaban la mayor parte de la prensa, sepultaron en una ola inmensa de olvido la carnicería del 23 de octubre. Por eso mismo y persiguiendo en ello una especie de reparación, he querido conceder, en estos anales, páginas extensas al asunto, y por ende a El Juicio Público que fue, contra ese crimen, el campeón denodado de la vindicta pública”.[22]

Publicaciones como El Boliviano, El Telégrafo y El Constitucional, se ocuparon de indisponer a la opinión pública contra el belcismo.

EL PUEBLO TOMA LA JUSTICIA EN SUS MANOS

Habida cuenta que las autoridades de gobierno no sancionaron a los culpables de semejante masacre, el pueblo, que tardó en salir de su asombro ante la crueldad demostrada por los asesinos, a treinta días de los luctuosos sucesos, tomó la justicia en sus manos, y en medio de una asonada, ajustició a Yañez y a algunos de sus subsecuentes seguidores, o mejor dicho en este caso concreto, cómplices.

Llama la atención la actitud tibia y hasta complaciente de Achá con los acontecimientos. Si bien es cierto que en los hechos significó quitar del camino a un significativo grupo de belcistas, con lo que resultó seriamente herido el partido, bajo ningún punto de vista es admisible la bestialidad con la que obraron Yañez y sus esbirros. Y más aún, que todo haya quedado como si nada hubiera pasado.

“El gobierno a la noticia oficial de los terribles acontecimientos de La Paz —refiere Nicanor Aranzáes—, comunicada por su promotor, la consideró inmediatamente en consejo de gabinete. Asistieron a este acto y tomaron parte en las deliberaciones los ministros, Ruperto Fernández, Rafael Bustillos, Manuel Macedonio Salinas y Celedonio Avila. De común acuerdo con el Presidente Achá, acordaron contestar en términos vagos e indefinidos, esto es sin pronunciarse sobre los hechos producidos”.[23]

Añade Aranzáes: “El General Achá descendiendo de su alto puesto de primer magistrado de la Nación, escribió al asesino el día 10 de noviembre de 1861, titulándole su querido amigo, demostrando una señalada afectuosidad en el hecho de expresarle que le deja esa carta en el correo, porque al día siguiente tenia resuelto emprender viaje al Norte, tomando esa precaución para que no le falten sus comunicaciones ni entre en cuidados”.[24]

“Pasado un mes de estos espantosos asesinatos políticos —relata José Macedonio Urquidi—, el 23 de noviembre, el Coronel Narciso Balza se sublevó en la misma ciudad, pronunciándose á favor de Ruperto Fernández; atacó, con el batallón de su mando y la columna municipal, al batallón del Coronel José María Cortés, militar pundonoroso que cayó herido de muerte; el pueblo, aprovechándose de este desorden, se amotinó en grandes masas, pidiendo la ‘cabeza de Yáñez’, el que sitiado y atacado en el palacio, en su desesperación había logrado escalar uno de sus muros y, herido por una bala certera en el tejado, rodó (desde 15 m. de altura) hasta el suelo, siendo después arrastrado por las calles su sangriento cadáver, que fue desgarrado por la ira popular…”.[25]

Enrique Finot dice: “Cuando Achá llegó a Oruro, Balsa se encontraba en La Paz, al mando de un batallón, con el que se sublevó el 23 de noviembre, atacando el cuartel de las fuerzas adictas a Achá. Dominadas éstas, con el auxilio de la plebe que se congregó con propósitos de venganza contra Yáñez, la tropa amotinada fue arrastrada por el pueblo hasta la casa de gobierno, en la que se había refugiado el asesino de octubre, al mando de un piquete que no pudo resistir el ataque. Tomado el palacio, Yáñez pretendió escapar por los techos, pero derribado de un balazo hasta el patio de una casa contigua, donde se descubrió su cadáver, el populacho lo escarneció y arrastró por las calles. Así fueron castigados, por la justicia popular, los crímenes perpetrados por aquel malvado”.[26]

El tendencioso historiador chileno Ramón Sotomayor Valdés, en su incomprensible afán de atenuar la responsabilidad de Yañez en los dramáticos sucesos dice a la letra: “Nada prueba concluyentemente que Yañez tuviese meditado i resuelto un plan para aquella trajedia, ni que no hubiese creido de buena fé en las provocaciones i síntomas de desórden de aquella noche. Pero aceptado todo esto en favor de Yañez, ¿con qué puede medirse todavía su ferocidad i su torpeza en aquellas órdenes de matar á tantos desdichados prisioneros, sin más que oir algunos tiros i ver algunos grupos de gente alzada en la calle?/ El pueblo, que á menudo adivina la verdad i suele pesar los grandes sucesos en justiciera balanza, vió en Yañez la única cabeza responsable de aquel atentado. Maldíjole en su corazon i esperó la oportunidad del castigo”.[27] No obstante, como dijimos antes, el hecho de que haya fraguado una asonada para justificar los asesinatos, de suyo es suficiente para tener la certeza de que todo fue parte de un plan previamente elaborado para acabar con el belcismo y el “peligro” que representaba.

Más adelante, sin embargo, el propio historiador chileno apunta: “…mui bien pudo atravesar por la mente febril de Yañez la idea de sacrificar de una vez á sus prisioneros, lo que para el importaba romper los lazos convencionales de la justicia humana para dar, sin embargo, un golpe merecido a un partido funesto i evitar muchos nuevos trastornos a la nación”.[28]

Este hecho no tiene parangón en la historia de Bolivia ni pretérita, ni actual, tanto por la sangre fría con que ocurrieron las ejecuciones, cuanto por la cantidad de inmolados. En efecto, los ajusticiados no tuvieron oportunidad de defenderse, ya que desarmados todos ellos, fueron fusilados sin contemplación de ninguna naturaleza ya sea en grupos de a cuatro o individualmente, como ocurrió en el ex presidente Jorge Córdova.

Sin embargo de ello, Arguedas sostiene que el sangriento suceso fue “la repetición, con ligera variante, de la victimación de Blanco, el 1° de enero de 1829, sólo que esta vez las víctimas eran cincuenta, comprendiendo hasta soldados cuya lealtad se había hecho sospechosa. Una verdadera carnicería, imputable principalmente a la ferocidad de Yáñez. Tanto en el edificio del Loreto, como en la plaza principal, en el cuartel del batallón segundo y en la cárcel, lugares de concentración de los presos, la matanza fue espantosa. El gobierno, al conocer los sucesos, no tomó medida alguna, aunque se conocían anticipadamente las intenciones de Yáñez”.[29]

Esta matanza queda registrada como una mancha imperecedera que cubre de sangre la administración de José María Achá, aunque la responsabilidad no ha sido imputada directamente al ex presidente, ya que el peso de la misma recayó exclusivamente sobre el extraviado militar Plácido Yañez.

Por ello, Aranzáes señala de manera contundente: “Tan horrendo crimen llenó de terror y espanto á la nación, solo Achá permaneció impasible, no le negó sus favores al asesino, no le destituyó ni le sometió a juicio cual lo requería la justicia y la vindicta pública. Responsable ante la posteridad, así como sus ministros que no supieron llenar su deber”.[30]

Consideramos, pues, que dada la frialdad de la reacción del mandatario, que ni siquiera pretendió llamar la atención de Yañez por la brutalidad de los ajusticiamientos, que al menos secretamente en su interior, avaló el accionar del enajenado militar, si no es que dio luz verde para tal conducta, ya que, como vimos en párrafo anterior, no eran desconocidas las intenciones de Yañez, y convenientemente, en los días previos, Achá se alejó al sud del país a restaurar el orden…

Fuentes consultadas

 

Aranzáes, Nicanor. Las revoluciones en Bolivia. Segunda edición, Librería editorial Juventud, La Paz, 1980.

Aranzáes, Nicanor. Diccionario histórico del departamento de La Paz. Segunda edición facsimilar, Fondo editorial municipal Pensamiento Paceño, La Paz, 2018.

Arguedas, Alcides. Historia General de Bolivia. Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, Sucre.

Finot, Enrique. Nueva historia de Bolivia. Ensayo de interpretación sociológica. 7ª Edición. Editores: Gisbert & Cia. S. A., La Paz, 1980.

Moreno, Gabriel René. Matanzas de Yañez. Librería Editorial Juventud, La Paz, 1976.

Irurozqui, Martha. “Muerte en el Loreto. Ciudadanía armada y violencia política en Bolivia (1861-1862)”.  Revista de Indias, 2009, vol. LXIX, núm. 246.  Págs. 129-158.

Urquidi, José Macedonio. Compendio de Historia de Bolivia. Segunda Edición, notablemente corregida y aumentada, Imprenta de El Heraldo, Argentina, 1905.

Sotomayor Valdés, Ramón. Estudio histórico de Bolivia bajo la administración del jeneral D. José María de Achá.  Con una introducción que contiene el compendio de la guerra de independencia i de los gobiernos de dicha República hasta 1861. Imprenta Andrés Bello,  Santiago, 1874.  550 P.

 

 

Webgrafía

https://es.wikipedia.org/wiki/Pl%C3%A1cido_Ya%C3%B1ez recuperado el 10 de mayo de 2020.


[1] Moreno, Gabriel René. Matanzas de Yañez. Librería editorial Juventud, La Paz, 1976. P. 14.

[2] Aranzáes, Nicanor. Diccionario histórico del departamento de La Paz. Segunda edición facsimilar, Fondo editorial municipal Pensamiento Paceño, La Paz, 2018. P. 799.

[3] V. https://es.wikipedia.org/wiki/Pl%C3%A1cido_Ya%C3%B1ez recuperado el 10 de mayo de 2020

[4] Arguedas. Historia General de Bolivia. Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia. Sucre. P. 167.

[5] Moreno, Gabriel René. Matanzas… P. 22.

[6] Moreno, Gabriel René. Matanzas… P. 23.

[7] Arguedas. Historia… P. 167.

[8] Moreno, Gabriel René. Matanzas… P. 39.

[9] Moreno, Gabriel René. Matanzas… P. 40.

[10] Finot, Enrique. Nueva historia de Bolivia. Ensayo de interpretación sociológica. 7ª Edición. Editores: Gisbert & Cia. S. A., La Paz, 1980. P. 262.

[11] Moreno, Gabriel René. Matanzas…. P. 8.

[12] Arguedas. Historia… P. 169.

[13] Arguedas. Historia… P. 169.

[14] Martha Irurozqui. “Muerte en el Loreto. Ciudadanía armada y violencia política en Bolivia (1861-1862)”. P.  129, 130.

[15] Aranzáes, Nicanor. Las revoluciones en Bolivia. Librería editorial Juventud, La Paz, 1980. P. 173. Reproduce el informe de B, Sánchez, transcrito inicialmente por Moreno. Matanzas… P. 27.

[16] Moreno, Gabriel René. Matanzas… P. 27.

[17] Aranzáes, Nicanor. Diccionario… P. 799.

[18] Irurozqui. “Muerte…”. P. 138, 139.

[19] Aranzáes, Nicanor. Las revoluciones… P. 174.

[20] Irurozqui. “Muerte…”. P. 139.

[21] Irurozqui. “Muerte…”. P. 138.

[22] Moreno, Gabriel René. Matanzas… P. 20.

[23] Aranzáes, Nicanor. Las revoluciones… P. 173. 

[24] Aranzáes, Nicanor. Las revoluciones… P. 174.

[25] Urquidi, José Macedonio. Compendio de Historia de Bolivia. Segunda Edición, notablemente corregida y aumentada, Imprenta de El Heraldo, Argentina, 1905. P. 109.

[26] Finot, Enrique. Nueva historia de Bolivia... 261, 262.

[27] Sotomayor Valdés, Ramón. Estudio histórico de Bolivia bajo la administración del jeneral D. José María de Achá.  Con una introducción que contiene el compendio de la guerra de independencia i de los gobiernos de dicha República hasta 1861. Imprenta Andrés Bello,  Santiago, 1874.  P. 216.

[28] Sotomayor Valdés, Ramón. Estudio histórico… P. 215.

[29] Arguedas, Alcides. Historia… P. 180.

[30] Aranzáes, Nicanor. Diccionario… P. 799, 800.

 

RECORDANDO EL FRAUDE ELECTORAL DE 1978

 

(ANF)

Por: Paúl Antonio Coca Suárez Arana – Abogado / Esta nota fue publicada en ANF, el 24 de abril de 2019.

I. ANTECEDENTES.

Hugo Banzer Suárez era Presidente de facto desde 1971; prohibió las actividades políticas y sindicales; afirmó que llamaría a elecciones para 1980 y que, previamente, convocaría a referéndum por propuestas que “institucionalizarían” al país, a decir: Reestructurar el Parlamento, reformas en los partidos políticos en cuanto a ideología y forma de pensar, entre otras que apuntaban a la realización de una Constituyente.

Hubo presión internacional para que las dictaduras occidentales llamen a elecciones libres, situación que generó respaldo nacional, incluyendo a sectores de las FF.AA., por lo que en noviembre de 1977 se anunció Elecciones Generales; sin embargo, esto era inaplicable ya que los líderes políticos, de todas las tendencias, estaban exiliados y prohibidos de retornar al país (349 de ellos registrados como “extremistas”).

En vísperas de la Navidad de ese año, en La Paz, mujeres del Comité de Amas de Casa de Siglo XX (Domitila Barrios de Chungara, Aurora Villarroel de Lora, Luzmila Pimentel, Angélica de Flores, Nelly de Paniagua) empezaron una huelga de hambre contra la dictadura, que tuvo gran repercusión. En enero de 1978 se decreta amnistía general e irrestricta, devolviéndose la vigencia a los partidos y a las organizaciones sindicales. Bolivia se encaminaba a su primer proceso electoral en doce años.

II.- CANDIDATURAS.-

Fueron nueve competidores: 1. Alianza Democrática de la Revolución Nacional (ADRN) conformada por Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) y Partido Revolucionario Auténtico (PRA), con el binomio Víctor Paz Estenssoro y Walter Guevara Arze; 2. Unidad Democrática Popular (UDP), compuesta por Movimiento Nacionalista Revolucionario de Izquierda (MNRI), Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), Partido Comunista de Bolivia (PCB), Movimiento de Izquierda Nacional (MIN), Partido Socialista de Bolivia y Movimiento Revolucionario Túpac Katari (MRTK), con la dupla Hernán Siles Zuazo-Edil Sandoval Morón; 3. Frente Revolucionario de Izquierda (FRI) constituida por Partido Comunista Marxista Leninista (PCML), Partido Revolucionario de la Izquierda Nacional Gueiler (PRIN-G), Partido Revolucionario de los Trabajadores de Bolivia (PRTB) y Vanguardia Comunista del Partido Obrero Revolucionario (VC-POR), con la fórmula Casiano Amurrio Rocha y Domitila Barrios de Chungara; 4. Movimiento Indio Túpac Katari (MITKA) con Luciano Tapia Quisbert e Isidro Copa Cayo; 5. Partido Demócrata Cristiano (PDC) con René Bernal Escalante y Remo Di Natale; 6. Partido Socialista (PS) de Marcelo Quiroga Santa Cruz-Carlos Gómez García; 7. Unión Nacionalista del Pueblo (UNP), con la dupla Juan Pereda Asbún y Alfredo Franco Guachalla; 8. MNR-Pueblo que también postuló a Pereda Asbún; 9. Partido Ruralista Oriental (PRO) que tuvo la misma fórmula que PDC.

La dictadura no tenía pensado dejar el poder, y compitió en las Elecciones que había convocado con Juan Pereda Asbún (bajo la sigla UNP), quien fue Comandante General de la Fuerza Aérea Boliviana, Ministro de Industria y luego Ministro del Interior del propio Banzer, por lo que éste tenía alguien de confianza para sucederlo, y puso a disposición todo el aparato de poder.

III.- DESARROLLO IRREGULAR DEL PROCESO ELECTORAL.-

El sistema de repartición de escaños por Departamento, donde el ganador se llevaba el 80% mientras que el segundo el restante 20%, molestó a los competidores, quienes pretendían distribución proporcional de curules según votos obtenidos; se aplicó la papeleta individual y no la multicolor-multisigno. Los partidos, poco o nada pudieron hacer cuando la CNE ni siquiera los escuchó.

Mientras el proselitismo proseguía, las irregularidades aumentaban ya que, de la noche a la mañana, se creaban asientos electorales con excedentes en el número de votantes: Entre el 15 al 20% de inscritos por encima de la población con capacidad de sufragar, una constante en todas las regiones.

Además de las denuncias que mostraban a miembros de las FF.AA. realizando campaña abierta en favor de UNP, está el hecho de que todos sus rivales sufrieron violencia: Las proclamaciones de Siles Zuazo y Paz Estenssoro en Sucre, Trinidad y Santa Cruz, fueron atacadas con gas lacrimógeno y armas de fuego; se suspendió un acto del FRI en Arbieto (Cochabamba) por los ataques de las fuerzas del orden; lo mismo ocurrió con PDC de René Bernal (ex Ministro de Defensa de Banzer) en Punata y Ucureña, donde sus adeptos sufrieron las consecuencias. MITKA denunció amenazas hacia los campesinos paceños que apoyaban a Luciano Tapia y que, en la provincia Los Andes, se detuvo a personas por negar su asistencia a un evento proselitista de UNP.

IV.- SE CONSUMA EL FRAUDE.-

El 09/07/1978 se realizaron las Elecciones en un ambiente anormal; pese a la masiva concurrencia de electores, era notorio que, en los recintos de votación, sobraban las papeletas color verde de UNP y faltaban la de sus rivales; en regiones opositoras al régimen, las mesas de sufragio se instalaron a kilómetros de distancia, evitando que se vote en contra de Pereda; en ciertos lugares, militares obligaban a votar por el candidato en cuestión, violando el secreto del voto y la libre elección; en otras zonas, el escrutinio se realizó a puertas cerradas, cambiándose los votos e introduciéndose, en las ánforas, mayor cantidad de papeletas para UNP que personas inscritas, mientras que los delegados de los partidos rivales eran amenazados y golpeados.

Con custodia militar salieron de los recintos y llegaron actas y ánforas a las Cortes Electorales para el cómputo final. El ganador ya estaba, sólo faltaba la votación: UNP tuvo 986.140 votos (50.90%), seguido por UDP (484.383 votos y 25.00%), ADRN (213.622 votos y 11.03%), PDC (167.131 votos y 8.63%) en las primeras ubicaciones.

Ningún fraude es perfecto, y el cómputo final así lo demostró: Resultaba insólito que existieron competidores que no obtuvieron ni un solo voto en varios Departamentos y esa posibilidad, en un proceso electoral normal, no existe: Marcelo Quiroga no consiguió ningún sufragio en Santa Cruz, Beni y Pando; MITKA en Beni y Pando; FRI en Pando; MNR-P en Beni; PRO en Cochabamba, Chuquisaca, Tarija y Beni.

Eran 1.921.556 inscritos para votar; sufragaron 1.971.968 personas (1.937.341 votos válidos; 53.330 votos blancos y nulos), lo que hace una diferencia de 50.412 sufragios emitidos por encima de la cantidad de inscritos. Ante el monumental fraude electoral, casi la totalidad de los partidos políticos pidieron a la CNE que anule las Elecciones.

En carta fechada el 18 de julio, el Presidente Banzer y el Alto Mando Militar se dirigen a los principales líderes opositores (Siles Zuazo de UDP, Paz Estenssoro de MNR-PRA y René Bernal de PDC) para rechazar las denuncias de irregularidades en las elecciones, aseverando que las mismas buscaban deslegitimizar el triunfo conseguido por UNP.

En una decisión sin precedentes, Mediante Resolución No. 072-78 de 19 de julio de 1978, la CNE, reunida en Sala Plena y por unanimidad de votos, resolvió declarar la nulidad total de las Elecciones Generales, y convocó a nuevos comicios electorales con nuevas reglas de juego que podrían interpretarse como imparciales.

Pese al descrédito nacional e internacional, la dictadura todavía tenía “un as bajo la manga” para conservar el poder, y dos días después de la anulación efectuada por la CNE, Pereda Asbún da un “golpe de Estado” (nótese el término entre comillas) contra Hugo Banzer, argumentando ser el ganador de las Elecciones y que había un plan subversivo de la “extrema izquierda”, asumiendo la Presidencia y decretando Estado de Sitio en todo el país; para ello, las FF.AA. se movilizaron en todas las capitales y centros mineros. Era el golpe de Estado número 187 de la historia nacional.

El 24 de noviembre de ese mismo año, un golpe de Estado -realizado por sus propios colegas militares- retira a Pereda del poder, asumiendo David Padilla Arancibia, quien convocó a Elecciones Generales para 1979.

No solamente los actores políticos y ciudadanos fueron determinantes, sino también las Fuerzas Armadas y la propia CNE.

(ANF)


DE LA DEMOCRACIA AL MILITARISMO. LA PRORROGA DE HERNANDO SILES REYES (1926-1930) (Parte I)

 

Siles y su gabinete. (Wikipedia)

Por: José Antonio Loayza Portocarrero / septiembre de 2019.


Antes de hablar de la prórroga del Gobierno del Dr. Hernando Siles, hablemos de su Gobierno, y digamos sin desprecios que su acción fue buena, modernizó y ordenó el sistema financiero por recomendación de la Misión Kemmerer, promulgó la ley del Banco Central, reestructuró el Banco de la Nación, el Presupuesto Nacional, creo la Contraloría General de la República y la Ley de Aduanas. Esta misión llegó a Bolivia con una legión de técnicos en hacienda pública, aduanas, ferrocarriles, contabilidad, administración fiscal, y prácticas bancarias. Como fruto de ello, se cristalizó la Reforma Monetaria, la Ley General de Bancos, la reorganización del Banco de la Nación Boliviana, el Tributo de la Propiedad Inmueble, el Impuesto a la Renta proveniente de Servicios Personales, la Ley Orgánica del Presupuesto, la creación del Tesoro Nacional y de la Contraloría General, más otros proyectos referentes a tarifas, pasajes, recargos, reglamentos, y otras reformas orgánicas que en su conjunto modernizaron la administración pública.

Edwin Walter Kemmerer, no admitió que nada evite su función fiscalizadora. Veía molesto que cualquier alteración rompa la rutina y evite su estudio. Salamanca, decía con ironía: “Kemmerer nos muestra una biblia cerrada y nos dice ésta es tu fe”. Otros decían que Kemmerer era un agente siniestro. Pese a las censuras, se dictó un conjunto de medidas y de normas coherentes para dar orden a la administración pública, se creó la Comisión Fiscal Permanente para el control de impuestos, la Cédula de Identidad Personal, y otros logros necesarios y de novedad que era imposible que agrade a la Rosca minera, que veían con mal ojo las reformas, y desde ese momento buscaron excusas, y la mejor, fue sacarlo a Siles.

El hábil y mandibular abogado, el Dr. Tomás Manuel Elio, manifestó molesto ante la Comisión Fiscal del Ministerio de Hacienda, ¡que Kemmerer revisó los libros contables de Patiño y encontró que pagó menos impuesto que el correcto!, y manifestó con total desparpajo, que presentó contra el Estado un recurso de nulidad, porque “¡jamás habían pagado impuestos sobre sus utilidades al Estado boliviano!” Pero además de ese cinismo que va junto al poder, ¡confesó que manejaban una doble contabilidad, y dividían con matufias a La Salvadora y a la mina de Huanuni, dándole utilidad a una y pérdida a la otra para compensar sus pagos!, y para el colmo, o para el colmo de los colmos: ¡El Tribunal falló en contra del Estado boliviano!

¿Qué hubiera sido —pregunta René Gutiérrez Guerra, en su libro Reforma Tributaria en Bolivia−, si las empresas mineras hubieran pagado según la Ley 1919, el impuesto del 8% de acuerdo a las utilidades líquidas declaradas. Sin duda hubiera habido un caos, porque la Compañía Llallagua sólo pagó el 6%, Soux no pagó nada, Patiño el 4%, Penny Duncan el 3%, Huanchaca el 7%, es decir, ¡la Ley para ellos era un poema griego! ¿Pero qué hubiera sucedido si al transferir o fusionarse las empresas hubieran inflado su capital, de seguro todas hubieran aparecido con un capital conveniente al que declararon para pagar un impuesto inferior al que legalmente debían pagar. Aun así, la minería estaba alarmada por los ajustes efectuados por Kemmerer, porque sus medidas no les permitía burlar al Fisco.

El mandato presidencial de Hernando Siles, comenzó el 10 de enero de 1926 y debía terminar el 10 de enero de 1930, como mandaba la constitución. Pero los sectores más próximos al presidente comenzaron a sugerir y a proponer la prórroga del mandato, y Siles cayó en la trampa de sus aduladores que prepararon la cochinada. A través de una ley interpretativa, el congreso de entonces prorrogó el mandato presidencial de Siles desde el 10 de enero de 1930 hasta el 6 de agosto de 1930, es decir 7 meses más, pero lo ingenioso de este plan, era convocar inmediatamente a una asamblea constituyente para modificar la constitución, y luego a través de elecciones acceder nuevamente a la presidencia, con esta idea por supuesto iba a quedarse varios años más, no los 4 años de mandato de la constitución.

Como todo estaba meticulosamente preparado, los mismos amigos de Siles, por supuesto condicionales, se resintieron al no obtener cada uno el interés que perseguían. Después de varios días de violentas represalias y de un andar convulso y revolucionario, se formó una comisión de amigos formada por el partido de gobierno para visitar a Siles y ordenarle a quemarropa que renuncie; Siles negó. Los caballeros más sinceros le rogaron por la amistad que los unía, como Daniel Sánchez Bustamante, Tomás Manuel Elio y Carlos Calvo, y él siguió negando. Pero el 29 de junio de 1930, se escuchó desde la calle un grito imperativo, y al rato empezó un tiroteo y murió un estudiante, una enfermera, una monja, y hasta su esposa fue herida en un brazo. De pronto voltearon su puerta y saquearon su casa, destrozaron la biblioteca, los trofeos, los muebles, la cristalería, los tapices, los cuadros, las lámparas, trajes y vestidos, y fue imposible detener a los que destruyeron el piano de concierto Stenway, que se retorcía en el fuego chisporroteando un allegro que concluyó con un ceniciento adagio final.

Previendo todo, Patiño había donado el Palacio de Portales (similar a su residencia en Andresy-Paris), a la "Fundación Universitaria Simón I. Patiño", creada con la colaboración del pedagogo George Rouma, y dirigida por el primer presidente del directorio don Daniel Sánchez Bustamante, bajo el noble objetivo “Ayudar al estudiante suministrándole los recursos que la fortuna le negó”. La institución funcionó bajo el lema: "Amor al trabajo y respeto a la ley", y se financió con el sobrante del millón de pesos con la que Patiño financió la revolución de junio que derrocó al Dr. Hernando Siles, y que sirvió para que los liberales, la logia masónica y los universitarios, destruyan y saqueen el domicilio del derrotado que estaba a pocas cuadras del edificio de la Patiño Mines.

El triunfo de la caída de Siles, no fue el festejo del pueblo, el pueblo fue el tonto útil que ejecutó aquella vil proeza. Coincidentemente, los mismos “asaltantes” que conformaron a las pocas horas del golpe el prominente gabinete ministerial, fueron “casualmente”, los mismos que alentaron a Siles a que renuncie, y fortuitamente, ¡los mismos que nombraron a una Junta Militar para hacerse cargo del Gobierno! ¿Era coincidencia, era incidencia, o era una vulgar indecencia, porque veamos quién ganó la batalla, por supuesto no eran los mineros de Siglo XX, que creyendo que hacían patria, aplicaron su propia propedéutica, y asaltaron las pulperías, descuartizaron la sala de máquinas, y salieron en busca de los administradores a los que no alcanzaron. Mientras tanto el gobierno distribuía la propaganda comunista que tenía preparada contra los agitadores. José E. Rivera, apoderado de Patiño en Bolivia, mandó a una comisión y a 300 soldados para investigar los hechos que ellos mismos provocaron.

De ese modo ganó la oligarquía y su mejor aliado el militarismo para el beneficio de un tercero: Patiño, quien lo sacó al Gral. Carlos Blanco Galindo de su Compañía de Luz y Fuerza de Cochabamba, para que haga un cortocircuito a su favor, y nombró Ministros a Oscar Mariaca, Tomás Manuel Elio, Filiberto Osorio, Carlos Calvo, Daniel Sánchez Bustamante, y a otros ornamentos políticos para hacer una preciosa cornamenta que tope a la resistencia, y la resistencia, era siempre el pueblo.

El principio del orden es respetar el precepto constitucional, o la voz del soberano, de modo que a la prorroga no le siga el derrocamiento, y al derrocamiento al encumbramiento de un tercero ignorado. Parece ligero, pero es así el eterno retorno a la reincidencia oclusiva.

EL PRIMER VUELO DE UN BOLIVIANO FUE HACE UN SIGLO EN HONOR A POTOSÍ

 

 El aviador  (primero de la derecha) tras volar en Buenos Aires. Fotos: Página Siete.

Por: Erick Ortega / Esta nota fue originalmente publicado en Página Siete, el 10 de noviembre de 2021.

Juan Mendoza Nerluidez, hombre elegante que adoraba las corbatas de gato, y que e incluso se  ponía esta prenda cuando andaba con su overol de piloto, fue el primer boliviano civil que voló en una aeronave, lo hizo el 10 de noviembre de 1921. Este primer vuelo fue en conmemoración al aniversario de la Villa Imperial. Se realizó en cielo uyunense y fue un acontecimiento de primera plana.

Cien años atrás para volar había que aprender a tropezarse. Luego dar saltos cortos y después algún brinco más largo hasta conquistar un poco más de altura y luego llegar al cielo. Ahí el “pájaro de acero” –denominativo  bastante usado para referirse a los aviones al despertar 1900– volaba y cada pirueta que hacía era exclamada con asombro por los mortales que permanecían en el piso.

Volar era un sueño de grandes. Eso sí, 100 años atrás no era tan fácil dedicarse a soñar con conquistar el cielo;  es más, ver un avión era todo un espectáculo… volarlo eran palabras mayores.

El avión que llega por tierra

Y, uno de esos soñadores era Juan Mendoza, varón de poco cabello, sonrisa abundante y que no temía conquistar el cielo. Él nació en la localidad de Obrajes, en Oruro, allá por 1893. Estudió en el colegio Bolívar de la ciudad de   Pagador y luego se fue a Argentina para seguir tras su sueño de dominar a un “pájaro de acero”.

Le gustaban los retos,  en 1912 se montó en una bicicleta y  fue de la ciudad de Oruro a la sede de Gobierno. Luego se propuso abarcar mayores distancias por el cielo.

Una persona que sabe mucho de Mendoza es el ingeniero aeronáutico Roberto Carlos Subauste Pérez;  él elabora una serie de libros denominada Pioneros de la Aviación Boliviana 1920-1924. En estas obras él hace referencia a las primeras aeronaves que surcaron el cielo en el país. Una mención  especial merece el aviador orureño que también fue ciclista.

Subauste refiere que Mendoza fue el primer piloto civil que voló en avión propio en el país. ¿Propio? Sí, propio. La aeronave se adquirió en Argentina en agosto de 1921. Fue trasladada en tren a la Quiaca. Por entonces no estaba terminado el tramo ferroviario entre Atocha  y Villazón,  por lo que el pájaro de acero fue llevado en dos cajones que fueron acomodados en camiones. Ya  en Tupiza las cajas se acomodaron en carretas tiradas por caballos hasta ingresar a la localidad potosina de Atocha. Se emplearon unos 20 días  para cubrir los 190 kilómetros que separan las poblaciones de Atocha y Villazón.

Comprar y traer un avión no era fácil y tampoco rentable. Por eso se creó una comisión para ayudar a Mendoza. “Alfredo Etienne fue quien prácticamente financió la compra del avión en Argentina;  en esa época era jefe de la Renta de Alcoholes de Oruro;  otro de los padrinos fue Humberto Asturizaga, quien se convirtió en el ‘representante’ de Mendoza y lo acompañó en todo el trayecto desde Buenos Aires hasta Uyuni”, comenta Subauste.

Entre ellos también estaba Juan Luzio, pionero del cine en Bolivia. “Probablemente él organizó la filmación de la cinta:  Vuelo sobre Buenos Aires del Aviador Juan Mendoza, que actualmente es custodiado por la Cinemateca Boliviana”.

La comitiva viajó con Juan Mendoza a Buenos Aires para buscar y comprar el avión más adecuado que venciera la temida gran  altitud. Otro de los infaltables de aquella epopeya fue Ángel Mardesich, un mecánico de Uyuni,  que ayudó a Mendoza a armar y desarmar el avión en sus traslados. Y Ángel Mendoza organizaba los comités de bienvenida y preparación de las pistas en las diferentes poblaciones a las que llegó su hermano  aviador.

Volando encontrarás un mundo nuevo

Es que para volar no sólo se necesita desplegar las alas, también hay que creer y tener fe. “En Bolivia se hizo un primer intento en 1913 en La Paz, por parte de los hermanos Rapinni, que trajeron un avión  Blériot  que a duras penas se elevó a baja velocidad algunos centímetros sobre el suelo, dañándose luego. En 1917 se diseñó y construyó el primer avión boliviano, el Cóndor,  que no tuvo un resultado exitoso”.

El primer vuelo oficial se efectuó el 17 de abril de 1920, el piloto fue   un teniente estadounidense, Donald Hudson. Es más, el 18 de mayo de aquel año, el norteamericano sobrevoló el Illimani. No, Hudson no era alguien que sólo sobrevolaba, él ambicionaba alto y mostró sus cualidades en la Primera Guerra Mundial. De allí vino a Bolivia para ser uno de los pioneros de la aviación.

Lastimosamente  el Curtiss 18T Wasp de Hudson hizo un aterrizaje forzoso y se dañó. El 3 de abril de 1921 sucedió una desgracia aérea durante la entrega de aviones, comprados con la billetera del magnate Simón I. Patiño, al estrellarse uno de ellos contra parte del público que asistió a ver  acrobacias aéreas. Y, cuando se difundía el temor por los aeroplanos llegó un osado Juan Mendoza cuyos vuelos eran noticia.

Por aquellos años, la aviación civil no era un asunto de Estado. Estaba al mando del país el republicano Bautista Saavedra Mallea y nunca colaboró directamente los emprendimientos de Mendoza, quien además era civi. Con Saavedra se creó la Junta Nacional de Aviación y se dispusieron normas para sustentar este oficio.

El pájaro italiano de acero

“El avión que voló Juan Mendoza era un FIAT R.2 de fabricación italiana, que llegó a Argentina en 1919 junto con el contingente de la Misión Militar Italiana, que luego terminó como avión escuela en el aeródromo  El Castelar. Venía modificado de fábrica con doble comando, versión de entrenamiento del tipo de avión de reconocimiento y bombardero ligero diseñado a finales de la Primera Guerra Mundial. En Argentina era el avión biplano, biplaza más moderno y potente del momento, usaba un motor con 300 caballos de fuerza”, explica el investigador Subauste.

Volar era un placer para el aviador ciclista. El  documental   Vuelo sobre Buenos Aires del Aviador Juan Mendoza (que data de  comienzos de la década de los años 20) muestra las acrobacias del piloto orureño en la capital argentina. Tras su gesta el piloto baja a tierra  fuma un pucho ante las cámaras y aparece rodeado de sus amigos, ahí cerca de su avión.

EL AEROPUERTO QUE PERDIÓ SU NOMBRE

El aeropuerto de la ciudad de Oruro fue inaugurado en 1942 y se llamaba Juan Mendoza, en honor al primer piloto boliviano que surcó cielo nacional. Este primer vuelo se realizó en suelo potosino, específicamente en Uyuni el 10 de noviembre de 1921. Luego, en otra de sus proezas el aviador fue desde Poopó  hasta Oruro.

Durante casi cuatro décadas el aeropuerto permaneció abandonado, mientras que la reputación del aviador aún permanece intacta.

En febrero de 2013  la Asamblea Legislativa Departamental de Oruro aprobó en grande y en detalle una ley que otorgaba el nombre de Juan Evo Morales al aeropuerto internacional  que anteriormente se conocía con el nombre de Juan Mendoza.

Hubo movilizaciones en la ciudad de  Oruro para devolver el nombre al aeropuerto (incluso se hizo desaparecer la plaqueta con el nombre Juan Mendoza) hasta que  el entonces presidente Evo Morales solicitó que se retire la iniciativa de dar su nombre a la terminal aérea.

En la actualidad, el sitio se conoce como Aeropuerto Internacional de Oruro y dejó atrás el nombre de Juan Mendoza.

EL AVIÓN  DE JUAN

FIAT R.2   La aeronave que pilotaba Juan Mendoza fue construida en Italia y llegó a Bolivia tras una travesía por tierra.

Dimensiones La longitud  era de  8,8 metros. Tenía una  envergadura (distancia entre puntas de alas) de 12,32 metros. La superficie total de alas: 46,5 metros cuadrados.

Particularidades Venía modificado de fábrica con doble comando, versión de entrenamiento del tipo de avión de reconocimiento y bombardero ligero .

Potencia En Argentina era el avión biplano, biplaza más moderno y potente del momento. Modelos previos de su desarrollo usando el mismo motor  habían roto récords en Europa, de altitud y distancia.

Investigación El ingeniero aeronáutico Roberto Carlos Subauste Pérez escribe Pioneros dela Aviación Boliviana 1920-1924,   dedicado  más específicamente a las aeronaves que emplearon  los primeros aviadores que volaron en Bolivia .

 

JOSÉ M. PANDO Y LOS LEVANTAMIENTOS INDÍGENAS DE 1896, UN PROLEGÓMENO A LA GUERRA CIVIL DE 1899

Hombre indígena de la zona altiplánica de La Paz. 


La lucha empeñada por la población indígena contra la usurpación de tierras no tuvo carácter puramente social. No represento un levantamiento desprovisto de estandartes políticos. Posiblemente con anterioridad a los desórdenes de 1895, la población campesina comenzó a desear un cambio de jefe y partido en los órganos del estado como medio de contener la ola de creciente de excesos contra la propiedad comunitaria. Pero, en 1896, en que la lucha del indígena contra los usurpadores de tierras adopta un visible carácter político.  

Desde la caída de Melgarejo, el indio sufrió la indiferencia de los poderes públicos. Se le restituyo las tierras usurpadas, pero, a poco, las leyes de exvinculacion, obra del jurisconsulto potosino Antonio Quijarro, introdujo en la vida nacional nuevos métodos de despojo.  Transcurrieron los años bajo el creciente empeoramiento de sus condiciones de vida y sin que las administraciones de gobierno fueran capaces de contener la ola de violencia y usurpaciones que lo hundían en situaciones cada vez mas insufribles. Encumbrada en el poder la llamada oligarquía de la plata, la situación del indio empeoro notablemente. Lo demuestra claramente la sucesión de rebeliones que ocurre durante los años de su hegemonía política. El indio acudió al alzamiento armado como único medio de lograr la restitución de sus tierras y como el mas recomendable expediente para deshacerse de las cargas y abusos con que se los agraviaba de continuo. 1895 fue el año de su máximo apogeo de estas rebeliones. A las rebeliones sucedieron las represiones violentas, las expediciones punitivas, las cárceles, el cadalso…

Desposeído en absoluto de protección oficial, probablemente no estuvo lejos de pensar que los gobiernos plutocráticos constituían un manantial inmediato de sus infortunios presentes, y naturalmente se creyó obligado a intervenir en la contienda política enarbolando la bandera del partido opositor, quizá con la íntima convicción de encontrar en el su sombra salvadora. Es posible que, fuera de su espontanea adhesión al liberalismo, la actividad demagógica de los caudillos liberales haya contribuido grandemente a la enorme popularidad que alcanzo ese partido en el agro.

La campaña liberal encontró en la postración de los pobladores de la campiña un terreno fecundo para sus fines políticos y, a semejanza del artesano, el indio también comenzó a cifrar sus anhelos de liberación, sus ansias de una vida mejor en el caudillo opositor. Las multitudes indias se hicieron simpatizantes del jefe liberal. La idea nació y cundió rápidamente por los alejados confines de la altiplanicie, de las vegas y valles, y se proclamó al tata Pando jefe de las multitudes indias.

Se aproximaban las elecciones de 1896. Pando debía terciar en ellas como candidato a la primera magistratura de la república. La población indígena comenzó a vitorear a Pando.

El año 1896 no fue tranquilo. Reaparecieron los desórdenes del año anterior. La beligerancia de los indígenas de Igachi y Chililaya puso en graves apuros a los vecinos de Puerto Pérez. En marzo la comunidad de Anchallame, que amparada por la de Queroma y Umalaexigia el reconocimiento de sus seculares derechos sobre las tierras de Achora y Luribay, invadió la finca de Totora y, colindante con Achocara, desalojo a sus colonos y degolló ganado.

El indio persistía, pues en la lucha insesante contra la expansión del latifundio y contra la depredación facultada por los poderes públicos. Pero a diferencia del año anterior, su campaña  se halñlaba presidida por una bandera política, y por un grito: Viva Pando.

Cierto día -El 6 de mayo de aquel año, es decir, ya en vísperas de las elecciones de ese mismo mes- crecientes grupos de indígenas se dejaron ver en las inmediaciones de La Paz . Alrededor de mil doscientos labradores nativos coronaron las alturas de la ciudad. La población urbana inquieta y desconcertada se estremeció de pánico. Las autoridades inquirieron las pretensiones de la masa. Los campesinos solo querían congratular a Pando. Las huestes castrenses reaccionaron y dispersaron a los tumultuarios. Se tomaron prisioneros. Se responsabilizo al candidato liberal de instigación al desorden y tumulto.

Sobrevino la represión violenta y criminal. Así lo confiesa la propia prensa oficialista en un gesto desapasionado de indignación ante los procedimientos brutales empleados contra el indio. El sayón de las oficinas de represión se ingenió métodos de tortura. Introdujo puñados de ceniza la boca de los infelices indios y se les obligo a vivar a Pando. El indígena obligado por la imposición brutal del verdugo, tuvo que ser objeto de perverso solaz.

A los pocos días se produjo una revuleta indígena en el campo. Las unidades militares se apresuraron a debelarla. La prensa piudio moderación a la expedición en marcha: “Que estrictamente se ciñan al cumplimiento de su misión -dice El Comercio-, sin abusar de la debilidad ni de la ignorancia del pobre indio como aseguran haber sucedido en otra expedición”

Pando fracasó en el plebiscitario. La opresión se acentuó, pero no conjuro la violencia. En los primeros días de junio se levantaron los indígenas de Omasuyos. Salió de La Paz el escudaron Junín para contenerlos.

En el mes de agosto la sublevación indígena llegó a su apogeo. Se levantaron los indios de Sica Sica, Calamarca y Viacha, casi toda la extensión altiplánica que separa a La Paz de Oruro.

En la legislatura de ese año, el diputado Isaac Criales presento un proyecto de ley encaminada a prevenir las sublevaciones indígenas por el camino de las sanciones drásticas. El proyecto en cue4stion no pudo ser debatido por la ausencia del diputado Criales en la legislatura de 96. Pero no por esto se dejó de reprimir con violencia los alzamientos y desordenes, y como en tantas otras veces, la voz de la rebeldia indígena fue puesta a termino sobre charcos de sangre.

En las comarcas indias, se acrecentó el descrédito del oficialismo y ganó popularidad el caudillo de la oposición. No pasaría mucho tiempo para que nuevamente en el agro vuelva a resonar el grito multitudinario: Viva el Tata Pando.

Tomado del libro: Zarate El “Temible” Willka, de Ramiro Condarco Morales.


Con la tecnología de Blogger.