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Por: Juan del Granado /Página Siete 15 de enero de 2022.
Era un jueves lluvioso ese 15 de enero de 1981. Arcil y
Gloria en la mañana confirmaron la reunión de la dirección del MIR, a las
14:30, en un departamentito de la calle Harrington en Sopocachi. Todos
concurrieron para evaluar la respuesta popular al “paquete económico” que la
dictadura había dictado seis días antes.
Estos líderes, muy jóvenes, habían asumido la conducción del
MIR en la clandestinidad. Fueron ellos el motor de la reorganización partidaria
y sindical y de la resistencia activa a un régimen que, el 17 de julio de 1980,
asaltó el poder, ametralló los campamentos mineros, asesinó a dirigentes como
Marcelo Quiroga y desató una represión feroz donde todos tenían que “andar con
el testamento bajo el brazo”. La respuesta popular al “paquete”, pese a la
represión, fue importante, aunque sólo inicial. El paro de 48 horas decretado
por la COB y el Conade fue acatado en algunas fábricas y en varios distritos
mineros, pero la mayoría del país sólo ratificó su repudio silencioso.
Cerca de las 17:30, la reunión estaba concluyendo; todos
coincidieron en la tarea de reforzar la resistencia democrática, y en ese
momento llegaron en tropel, armados hasta los dientes, los paramilitares que
asaltaron el inmueble, atraparon a los dirigentes y de manera salvaje, estando
ya detenidos e inermes, los ametrallaron por la espalda. Solo Gloria sobrevivió
providencialmente, ocultándose en un primer momento del asalto. Nuestro país se
oscureció aún más esa noche. Ocho líderes jóvenes, brillantes, comprometidos
con su patria, amantes de sus familias, habían sido masacrados:
José Reyes Carvajal
“El haberte perdido nos ha hecho añorar tu presencia cada
uno de los días de tu larga ausencia y, aunque nos queda el recuerdo para
alimentar nuestros sueños y orientar nuestras vidas, hay otra ausencia profunda
que duele y lastima, es la tuya en tus nietos…”, escribió Lilian Reyes, una de
las cuatro hijas de Pepe, de José Reyes, quien nació en agosto de 1940 en
Padilla, Chuquisaca, y que fue asesinado a sus 40 años.
Era oficial de Policía y abogado de la UMSA. Combatió en
Laikakota contra el golpe del 21 de agosto de 1971 y en octubre fue apresado y
exiliado. Era alto, vigoroso y de gran capacidad organizativa; fue bajo su
mando que, durante la apertura democrática, después del banzerato, se organizó
el MIR en La Paz. Dimanaba un gran carisma, era de voz clara y fuerte, pero al
mismo tiempo era un compañero cálido, amante de su esposa, Olivia Pando, y de
sus hijas.
Ricardo Navarro Mogro
“Ricardo, tu cuerpo puede ya ser polvo, pasaron los años,
pero tu voz, tu risa y tu amor hacia Ruth y Angélica y tu familia siguen en
nuestra memoria…, gracias por hacernos ver que hacer política no es escalar,
alcanzar el poder y mirar de arriba a los otros…”. Son las palabras de Elvira
Llanos hermana política del Flaco, de Ricardo Navarro, quien cayó cuando sólo
tenía 30 años. Ingeniero de la UMSA, catedrático, pero sobre todo dirigente de
centenares de jóvenes que lo conocimos como el pilar de la victoria
universitaria del MIR en la FUL el año 1971.
Fue apresado en 1972 durante el banzerato, exiliado luego y
a su retorno, en la apertura democrática, fue el dínamo de la presencia
partidaria institucional universitaria en todo el país, en la CUB y en el CEUB.
Era delgado y alegre, de una energía inagotable y contagiosa. Se enamoró y casó
con Ruth Llanos, en medio de la lucha clandestina en 1971, y al año siguiente
llegó Angélica, la hija de ambos que junto a su esposa fueron los amores
eternos de su vida.
Arcil Menacho Loayza
“La pérdida es siempre terrible cuando lo perdido es un ser
amado…, cicatriz que sangra de modo permanente, proyectos presentes y futuros
cortados para siempre, ausencias que nos acompañan y forman parte de nuestras
vidas”, reseñó Teresa Menacho, hija de Arcil, quien hace cuatro décadas nos
parecía el más viejo de los dirigentes del MIR histórico. Sí, era el mayor de
todos, pero cuando lo victimaron sólo tenía 47 años. Había sido militar en los
años 50, lo que luego le mereció la cárcel y un exilio prolongado. Se casó muy
joven con Teresa Ríos, con quien tuvo seis hijos y, cuando retornó al país, se
enroló en lo que a él le pareció un movimiento juvenil inigualable.
Era un hombre grueso, de mediana estatura, de corte militar,
dicharachero, pero sobre todo de un tesón enorme para el trabajo político, con
el que levantó la estructura partidaria en Pando, ampliando la visión del MIR
al conjunto del país.
Jorge Baldivieso Menacho
Doña Miriam, su madre, me dijo en Sucre, con las pupilas
húmedas y después de un suspiro largo, “… Sólo tenía 33 años y era el gran
soporte de esta familia, el ejemplo de todos sus hermanos, era mi esperanza, mi
consuelo, y me juró que nunca me abandonaría”. Jorge nació en Sucre en marzo de
1947 y fue dirigente en la FES por el colegio Bernardo Monteagudo. Se fue a Oruro
a estudiar ingeniería en la UTO, donde fue elegido Secretario Ejecutivo de la
FUL.
Escribía y editaba un semanario titulado Cristo
Universitario, donde resumía sus ideales, y de ahí le quedó lo de Cristo.
Cristo Baldivieso fue apresado y exiliado cuando era integrante de la dirección
clandestina del MIR en 1974. Era delgado, de tez clara, cabello negro, igual
que el bigotito recortado. Era de una austeridad casi franciscana, intolerante
con la indisciplina y riguroso en el estudio y el análisis político. No se
casó, su madre y sus cuatro hermanos fueron su referencia filial
imprescindible, sobre todo después de la muerte de su padre, Luis Baldivieso,
que se produjo cuando estaba preso.
Ramiro Velasco Arce
“Tenía 30 años cuando lo mataron por la espalda, a él que
siempre vivió de frente. Es que los asesinos no fueron capaces de enfrentar su
mirar tranquilo y su infinita confianza en el mañana”. Así lo recordaría una
crónica de la asociación de familiares.
Lo conocíamos más por Moisés que por Ramiro porque, dada su
inserción en el aparato del Estado, no era pública su militancia. Era de una
inteligencia excepcional. Había salido bachiller en La Paz, su ciudad natal, a
los 16 años; a los 21 ya era economista de la Universidad Católica y a sus 24
fue director Ejecutivo del INE. Catedrático de macroeconomía, hizo una maestría
en planificación en Varsovia en 1977; a sus 27 años fue subdirector de política
monetaria del Ministerio de Finanzas y administrador de la Dirección de
Presupuesto. Gozaba de gran respeto profesional y académico pese a su visible
juventud, y sus conocimientos no sólo beneficiaron al Estado, sino que se
plasmaron en el programa de gobierno del MIR, en la tesis económica de la COB
de la que fue su consultor, y también en los campamentos de Catavi y Siglo XX
donde los fines de semana impartía cursos de economía a los trabajadores.
Era de tez blanca, cabello y bigotes negros y abundantes, de
buena estatura y de una simpatía personal dibujada en la sonrisa y en los ojos
negros que le han copiado los dos hijos que nacieron del amor con Gladys
Lucksic, su esposa.
Artemio Camargo Crespo
“Estuvo muy alegre cuando nació Patricia, dijo: ‘Mujercita,
qué lindo’. Decía que era muy inteligente, porque ella a los 10 meses aprendió
a decir papá y a Artemio, feliz, le brillaban los ojos de alegría…”. Es uno de
los recuerdos de Juana Camargo, su esposa, madre de su hija menor que nació 11
meses antes de su asesinato. Era de estatura media, pero sobre todo era muy
fuerte por el trabajo de perforista en la sección Salvadora.
El Gordo, como le decían sus compañeros de trabajo, nació en
Sopachuy, un pueblito chuquisaqueño donde sus padres, pese a ser hijo único, lo
criaron con la disciplina del trabajo campesino. Sólo cursó el primer año de
Derecho en Sucre, porque muy al inicio de la dictadura banzerista se trasladó a
Siglo XX y se enroló en la mina.
Su carrera sindical y política fue rauda. Primero fue
delegado de sección y como tal encabezó, en 1976, la resistencia minera a la
ocupación militar de Siglo XX. Estuvo preso varios meses y ya en la apertura
democrática fue elegido secretario general de Siglo XX y luego, en Telamayo en
1979, primer secretario de conflictos de la Fstmb. En esa calidad le tocó
dirigir la resistencia al golpe de García Meza, en Siglo XX, comandando una
huelga general por 21 días, que pudo terminar en masacre de no intervenir la
experiencia temprana de este hombre excepcional que logró un acuerdo. Sólo
tenía 30 años cuando lo ametrallaron y junto al trajín de dirigente y a los
rigores de la clandestinidad y la cárcel nunca dejó de velar por sus cuatro
hijos.
Luis Suárez Guzmán
Betina Suárez, su esposa, recordaba una de las cartas de
Lucho: “… Cuando yo amo las flores, cuando canto una canción, cuando escribo un
verso o cuando pienso cosas buenas estoy hablándote a tí de amor…, cuando
pienso en la justicia o en ayudar a buscar para este mundo algo mejor, te estoy
diciendo a ti cosas de amor”. Es que Luis Suárez Guzmán, además de sociólogo,
pedagogo y catedrático, era poeta y amante de la vida, de la gente, de su
esposa y de sus dos hijos.
Nació en La Paz en diciembre de 1943. Era hijo del general
Hugo Suárez y por ello desde niño recorrió casi todo el país compartiendo con
su familia la vida cuartelaria. En los años 60 estudió sociología en la
universidad de Salamanca en España, donde también se doctoró años después. Fue
autodidacta en pedagogía y periodismo; voraz en la lectura y prolijo en la
escritura, especialmente en la prosa delicada, como la que nos recordó su
esposa. Pero además de académico e intelectual de fuste era un activista
infatigable.
Fue catedrático de varios institutos militares, de la UMSA y
la UCB y junto a Liber Forti fue el mentor de la Universidad Nacional de Siglo
XX. Era de un porte inolvidable, alto, de cabellos medio largos, descuidados,
de bigote espeso, de vestir informal y dueño de ademanes vigorosos que, sin
embargo, no ocultaban la risa sincera y la calidez del trato personal, junto a
la ternura con los suyos.
Gonzalo Barrón Rendón
Graciela Landaeta, su esposa, nos estremeció con una carta
que le escribió a Gonzalo, después de muerto: “Te digo que te extraño cada vez
que te miro en mi memoria; cada vez que te hablo en mi silencio; cada vez que
no logro el reencuentro con tus ojos transparentes y profundos, tan míos, ¡sin
serlo!… Pero tus manos dibujantes de la vida, el amor y el compromiso, tus
manos tan mías, ¡sin serlo!, me recorren aún el pelo y la piel, se hacen tú y
se convierten en sueños en diciembre o en abril, en lunes o en domingo, en 14 o
16, cualquier vez, cualquier día, pero nunca en enero, nunca jueves, ¡nunca
15!”.
Gonzalo era un artista además de arquitecto y muralista.
Nació en La Paz en julio de 1949, fue dirigente desde muchacho en la FES de
Cochabamba y luego del comité interfacultativo de la UMSS que, en 1974,
reconquistó la autonomía, derrotando al banzerismo. En 1976, como dirigente de
la FUL, fue apresado y residenciado en La Paz hasta la apertura democrática,
cuando, ya como arquitecto, se especializó en el arte mural que desplegó con
gran vocación durante las campañas.
Era además un activista y organizador eximio que levantó en
todo el país la estructura política universitaria. Era muy simpático, de
melena, barba, bigote y ojos negros, de rostro alegre de mirada profunda, de
cultivado conocimiento político e ideológico, de carisma juvenil pero potente y
de esas manos de artista que no olvidaba Graciela, y con las que acarició, en
su inicial infancia, a sus dos hijas Paloma y Lidia Andrea.
Perpetuar el ejemplo en la memoria
41 años después, ya no hablemos en abstracto de la
Harrington y de los mártires, porque hoy tenemos que restregar a los viejos y
machacar en los jóvenes la luz concreta de esas ocho vidas que, pese a la
penumbra inicial de su asesinato, alumbró decisivamente la recuperación
democrática. Es que casi todos los gobiernos, estas cuatro décadas, han sido
desleales con el sacrificio de estos héroes, por la ausencia de memoria estatal
y porque desde neoliberales hasta populistas reinstalaron el autoritarismo, la
corrupción y el pragmatismo, tendiendo así una neblina espesa que impidió al
país perpetuar y seguir su ejemplo democrático.
Trágicamente se han producido otras masacres. Otros
huérfanos y viudas han quedado de Amayapampa y Capacirca, de octubre negro, del
hotel Las Américas, de la Calancha, de Montero, Sacaba y Senkata.
La sobrevivencia de Gloria Ardaya, su valeroso testimonio y
el juicio de responsabilidades impidieron la impunidad de los masacradores,
pero la impunidad autoritaria de estas cuatro décadas es un insulto a la
memoria de los caídos. Es que detrás de esa impunidad está una “cultura”
política primaria: el patrimonio público es un botín, la política un mercado,
el cargo un privilegio, la demagogia el mejor método, y el opositor sigue
siendo el enemigo al que se debe eliminar.
¿Necesitamos más muertes, más dolor, para aprender a vivir
en democracia?
Rindamos homenaje a Artemio, Ramiro, Arcil, Gonzalo, Pepe,
Cristo, Lucho y Ricardo, intentando restablecer en la vida pública los valores
de sus vidas, porque sólo así los haremos inmortales.
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