Klaus Barbie |
Por: Manuel P. Villatoro / Publicado en ABC.es de España, el
12 de noviembre de 2018. (https://www.abc.es/historia/abci-klaus-barbie-sadico-torturador-nazi-ayudo-eeuu-asesinar-guevara-201710170152_noticia.html?ref=https%3A%2F%2Fwww.abc.es%2Fhistoria%2Fabci-klaus-barbie-sadico-torturador-nazi-ayudo-eeuu-asesinar-guevara-201710170152_noticia.html)
«Se cumplieron los 11 meses de nuestra inauguración
guerrillera sin complicaciones […]. Salimos a las 17 con una luna muy pequeña y
la marcha fue muy fatigosa y dejando mucho rastro por el cañón donde
estábamos». Estas fueron las últimas palabras que Ernesto «Che» Guevara anotó
en su diario tan solo una jornada antes de ser capturado por el ejército
boliviano. Las escribió concretamente el 7 de octubre de 1967. Y lo hizo
sabiendo, según explicaron posteriormente algunos de sus grandes camaradas
como Dariel Alarcón Ramírez (alias «Benigno»), que ya poco podía
hacer para llevar la revolución al país en el que se hallaba y que había
perdido el apoyo de Cuba. Teniendo claro, en definitiva, que sus horas estaban
contadas.
No le faltaba razón a Guevara. El 9 de octubre de 1967 (la
semana pasada se celebró el 50 aniversario de este hecho), el
sargento Mario Terán disparó sobre el líder revolucionario con su
carabina M1. Sus cartuchos pusieron fin a la aventura guerrilla del «Che» en Bolivia.
Pero también a la vida de uno de los iconos más destacados de la
revolución cubana. Aquel militar fue la mano ejecutora, no cabe duda. Pero tras
el dedo que apretó el gatillo había una ingente cantidad de nombres.
Desde Félix Ismael Rodríguez (el agente de la CIA que orquestó su
captura), hasta el propio Fidel Castro (quien decidió cortar
drásticamente la ayuda que ofrecía al «Comandante» y a sus combatientes para
evitar que regresase a Cuba).
La lista de culpables es extensa. Sin embargo, en ella
existe un nombre y un apellido más que sorprendente: Klaus Barbie.
Conocido quizá por su cruel apodo («El carnicero de Lyon»), este oficial de las
temibles SS participó a nivel operativo en la captura del «Che» bajo el
paraguas de los Estados Unidos. El mismo país que le ayudó a escapar de la
justicia alemana una vez terminada la Segunda Guerra Mundial y que,
posteriormente, le contrató como espía para combatir el comunismo de Iósif
Stalin. Esta curiosa colaboración saltó a los medios en 2007, año en que el
director de cine británico Kevin Macdonald estrenó un documental
(llamado « My enemy's enemy») en el que demostraba su veracidad. Y a él se
han unido, desde entonces, decenas de expertos.
Un asesino
Nikolaus Barbie, más conocido simplemente como Klaus
Barbie, vino al mundo el 25 de octubre de 1913 en Bad-Godesberg
(Bonn, Alemania). O eso se cree. Pues hasta en este punto existe una
controversia que el popular investigador Carlos Soria zanja
drásticamente en su obra « Barbie Altmann. De la Gestapo a la CIA» al
confirmar esta fecha. Su futuro, que parecía dirigido hacia la vida monástica,
quedó truncado cuando conoció a Adolf Hitler. De manos del futuro «Führer»,
este joven accedió primero a las Juventudes Hitlerianas y, en 1935,
al SD (o «Sicherheitsdienst», una rama del partido «especializada en
espionaje y contrainteligencia», en palabras del autor) y a las SS.
«Pronto logró convertirse también en un miembro de la Gestapo, la policía
secreta del Estado», añade el experto en su obra.
En 1942, a la edad de 21 años, Barbie fue ascendido a jefe
de la Gestapo en Lyon. La tarea que se le otorgaba no era sencilla, pues en la
zona se hallaba una de las células más destacadas de la mitificada
Resistencia. «En Lyon había un fuerte movimiento antinazi: el Consejo
Nacional de la Resistencia (CNR), al mando del cual el general De
Gaulle había puesto a Jean Moulin», explican Jorge Camarasa y Carlos
Basso Prieto en su obra « América nazi». En palabras de los mismos
autores, «el CNR tenía un aparato militar que utilizaba tácticas de guerrilla,
instalaba explosivos, 'saboteaba' trenes y puentes, y atacaba a los soldados
alemanes». El destacado miembro del partido se transformó además en un cargo
con el suficiente poder como para tener a sus órdenes a multitud de hombres,
pero no tanto como para evitar mancharse las manos con la sangre de sus
enemigos.
Fue precisamente en Francia donde Barbie se ganó a pulso el
apodo de «Carnicero de Lyon». Lo hizo tras detener a 44 niños judíos de un
orfanato de Izieu; asesinar al líder de la resistencia Jean Moulin; acabar
con la vida de más de 4.400 prisioneros; torturar a 14.000 galos y deportar a
más de 7.000 personas a los temidos campos de concentración germanos.
Y todo ello, sumado a su gran (y cruel) inventiva a la hora
de torturar a todo aquel miembro de la «Resistance» que caía en sus manos.
«Sus salas de tortura contaban con bañeras, mesas con
correas, hornos de gas y aparatos para provocar descargas eléctricas. También
empleaba perros especialmente adiestrados para morder a los prisioneros. Él
mismo participaba en las sesiones de tortura utilizando fustas, porras, o sus
propios puños», explica el historiador español Jesús Hernández (autor
del blog « ¡Es la Guerra!») en su libro « Desafiando a Hitler». Su
barbarie y sadismo le acabaron valiendo una felicitación del mismísimo Heinrich
Himmler por tener «un talento particular para descubrir pistas y para
trabajar en materia de represión criminal». A su vez, el que fuera líder
de las SS señaló también que «su mérito esencial es la destrucción de
numerosas organizaciones enemigas».
Espía para EE.UU.
Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, Barbie
logró escapar de los aliados a pesar de que fue condenado dos veces en
ausencia. La siguiente noticia oficial que se tuvo de él nos obliga a
remontarnos hasta comienzos de 1947. Fue entonces cuando los Estados
Unidos elaboraron un informe sobre este personaje y la posibilidad de que su
trabajo policial contra los judíos fuera útil en la Guerra Fría para
dar caza a los comunistas ocultos en Alemania. Todo ello, por descontado,
haciendo una finta sobre la justicia gala que -ahora sedienta de venganza-
buscaba al nazi con vehemencia.
De esta forma calificó entonces Robert S. Taylor (uno
de los primeros espadas de los servicios secretos de contrainteligencia de los
EE.UU. -CIC-) al bestial «Carnicero de Lyon»: «Es un hombre honrado, tanto a
nivel intelectual como en lo personal, sin nervios ni miedos. Un anticomunista
declarado y un idealista del nazismo que cree que sus ideas fueron traicionadas
por los nazis que estaban en el poder». Y otro tanto ocurrió con Allan A.
Ryan Jr, ayudante del Fiscal General Norteameriacno, quien destacó
posteriormente lo siguiente: «Si Klaus Barbie estaba a su disposición, era
eficaz, leal y fidedigno […] emplearlo correspondía a los mejores
intereses norteamericanos del momento».
Posteriormente, allá por octubre, EE.UU. estableció que
Barbie entrase a formar parte de los servicios secretos americanos para luchar
contra el comunismo. A partir de entonces, el «Carnicero de Lyon» ejerció como
espía bajo el paraguas americano para luchar contra la URSS.
Todo ello, a pesar de que era seguido de cerca por la
justicia de los aliados. «El gobierno francés intentó localizar a Barbie. Su
embajador en Washington y otros importantes mandatarios presionaron al
departamento de Estado y a la Alta Comisión Estadounidense para Alemania,
pidiéndoles ayuda en su tarea. Pero el CIC continuó dándole trabajo», añade el
experto en su obra.
Así fue hasta unos años después. La suerte quiso que,
en 1951, las fuentes de información de este antiguo oficial nazi le
dejasen de lado. Este hecho, unido a la presión internacional, hizo que la Casa
Blanca consiguiese a este cruel sujeto documentación falsa, le ofreciese una
identidad nueva, y le escoltase hasta Génova, desde donde huyó a
Sudamérica.
No era para menos, pues sentían auténtico pavor ante la
posibilidad de que se fuera de la lengua. El último punto quedó demostrado en
un informe enviado por el propio servicio de contraespionaje en 1950. En el
mismo se explicaba que «para reivindicarse, Barbie señalará que sirvió
fielmente al CIC contra el comunismo durante los últimos años». Fue lo mejor
que le podía pasar al antiguo oficial nazi, pues los americanos habían barajado
incluso acabar con su vida para evitar que explicase lo que había sucedido
en el país.
En Bolivia
Klaus Barbie, el «Carnicero de Lyon», halló su descanso en
latinoamérica allá por 1951. Y lo hizo tras perpetrar todo tipo de brutalidades
contra la vida humana… y gracias a los Estados Unidos. Al país que enarboló la
bandera de la libertad en la Segunda Guerra Mundial no le valieron
las dos condenas dictadas en Francia contra el oficial de las SS. Por el
contrario, le enviaron a Bolivia, donde esta bestia nazi se forjó un
nuevo futuro. El mismo que jamás pudieron disfrutar aquellas personas a cuya
vida había puesto fin. Hombres, mujeres y niños.
El propio Barbie explicó en 1973 cómo llegó hasta Bolivia al
periodista Alfredo Serra. En sus palabras, viajó «desde Génova en el buque
Corrientes» hasta Argentina. Allí vivió «diez días en un hotel de la calle
Maipú» y comió «todas las noches en un restaurante húngaro». En el mismo texto,
el germano señaló también el por qué eligió aquella región tan alejada de
Europa para esconderse de las autoridades: «En 1951, cuando llegué, presencié
un espectáculo muy reconfortante: un desfile de la Falange Socialista
Boliviana. Marchaban con sus uniformes fascistas… ¡y cantaban! Verlos me
hizo mucho bien. Además, sabía que en Bolivia había una comunidad alemana muy
fuerte. Eso me decidió».
Poco después se cambió el apellido por el de Altmann.
Una farsa que le granjeó pasar desapercibido entre la gente de a pie. Barbie
desveló así al mismo Soria (quien tuvo la posibilidad de entrevistarle en 1983)
la adquisición de su nuevo nombre: «Los documentos fueron todos aprobados por
el gobierno de Bolivia. Fueron aprobados con Klaus Altmann». El nazi
también le explicó cómo pasó sus primeros días en el país al reportero:
«Llegando de Europa a La Paz, la impresión lógicamente era muy diferente. Pero
en la primera noche, los primeros días, habiendo pasado las dificultades de la
altura me sentí bien; desde esos días nunca me faltó nada en Bolivia».
Lo cierto es que no le faltó de nada gracias al gobierno de
las barras y estrellas. Y es que, aquellos años los Estados Unidos estaban más
preocupados por evitar la propagación del comunismo (materializado en el golpe
de estado de Fidel y Raúl Castro contra Batista en Cuba allá por
1952), que de pensar en escrúpulos. En base a ello –y según explicó en 2008 el
periodista del «Daily Express» Paul Callan en su reportaje « The
nazi cocaine connection»-, los americanos sufragaron a Barbie para que
traficara con «pasta de coca» y «vendiera armas de asalto a ‘derechistas’» en
cuantos más países latinoamericanos pudiera.
El historiador especializado en Latinoamérica Paul
Gootenberg es de la misma opinión, según lo señala en su libro « Cocaína
andina. El proceso de una droga global».
Por su parte, el ensayista James Cockcroft's va todavía más
allá en la obra « América Latina y Estados Unidos: historia política país
por país» y explica que la conexión de Barbie con el gobierno fue todavía
mayor: «Un ex vice ministro de Interior de Bolivia testificó que Barbie había
sido Teniente Coronel del ejército boliviano, que ayudó a establecer campos
de concentración y que fue uno de los responsables del encarcelamiento,
tortura y muerte de los opositores al gobierno militar de Bolivia en 1964-1982.
Barbie también organizó la venta de armas a un círculo de traficantes de
drogas».
Barbie vs «Che»
Mientras Barbie disfrutaba de su retiro dorado, el «Che»
viajó hasta Bolivia con el objetivo de llevar la revolución al país. Hacer de
la zona otro Vietnam capaz de entorpecer el capitalismo
estadounidense. Arribó tras haber fracasado en una misión similar en el Congo,
pero con la confianza de que, llegado el momento y a base de la guerra de
guerrillas, la sociedad se pondría de su lado y se alzaría contra el poder.
Guevara pisó la región por primera vez el 7 de noviembre de 1966, más de
una década después que el antiguo oficial germano. Y lo hizo disfrazado para
evitar dificultades.
Así lo explicó en su diario: «Hoy comienza una nueva etapa.
Por la noche llegamos a la finca. El viaje fue bastante bueno. Luego de entrar,
convenientemente disfrazados, por Cochabamba, Pachungo y yo hicimos los
contactos y viajamos en jeep, en dos días y dos vehículos. Al llegar cerca de
la finca detuvimos las máquinas y una sola llegó a ella para no atraer las sospechas
de un propietario cercano, que murmura sobre la posibilidad de que nuestra
empresa esté dedicada a la fabricación de cocaína».
Por entonces, y según explica el corresponsal del «New York
Times» Tim Weiner en su obra « Legacy of Ashes», la CIA
desconocía el paradero del «Che». Sin embargo, la agencia fue informada de que
el guerrillero había arribado hasta la zona por el mismísimo René
Barrientos Ortuño (militar y presidente de Bolivia hasta 1969). Un pequeño
favor a cambio del millón de dólares con los que este servicio de inteligencia
respaldaba su gobierno castrense. «En abril de 1967, Barrientos le dijo al
embajador estadounidense Douglas Henderson que sus oficiales estaban
siguiendo al Che en las montañas de Bolivia», añade el reportero en su obra.
La noticia fue una verdadera sorpresa para el político: «No
puede ser el Che Guevara. Creemos que el Che fue asesinado en la República
Dominicana y está enterrado en una tumba sin marcar».
Ante las evidencias, los Estados Unidos ofrecieron ayuda a
Barrientos para cazar al revolucionario. Así lo afirman Peter
McFarren y Fadrique Iglesias en su popular obra « The
Devil's Agent: Life, Times and Crimes of Nazi Klaus Barbie». En la misma,
explican que el político aceptó su asesoramiento y permitió que varios militares
norteamericanos entrenaran una unidad de élite local especializada en la
captura de la guerrilla y el combate en la jungla. Fueron los llamados «Rangers».
Unos 640 para ser más exactos, según señala la Fundación Che Guevara en
uno de sus múltiples dossieres sobre el tema.
Los autores de «The Devil's Agent: Life, Times and Crimes of
Nazi Klaus Barbie» afirman también en su obra que los bolivianos no solo
recibieron ayuda de Estados Unidos, sino que recurrieron a alguien versado en
el combate contra los grupos insurgentes: el ya renombrado como Altmann.
«Klaus Barbie ya tenía una estrecha relación de trabajo con el general
Barrientos […] y la inteligencia del ejército cuando se confirmó que el
revolucionario marxista Che Guevara lideraba un movimiento […] para
derrocar al gobierno militar», explican McFarren e Iglesias.
De nuevo juntos
Poco después, los Estados Unidos contactaron también con el
«Carnicero de Lyon» para pedirle ayuda en su cruzada contra el comunismo.
McFarren e Iglesias basan estas afirmaciones en una entrevista con Álvaro
de Castro, uno de los más cercanos «confidentes de Barbie». «Altmann mantuvo
varias reuniones con funcionarios estadounidenses involucrados en la captura
del Che Guevara, según Castro, quien también dijo que Estados Unidos estaba
interesado en el consejo de Barbie como resultado de su experiencia en la caza
de combatientes de la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial»,
añaden los autores.
A pesar de que los mencionados escritores la pusieron sobre
blanco, lo cierto es que la teórica ayuda de Barbie en la caza de Guevara fue
expuesta en 2007 por el director Kevin Macdonald en su documental «My
Enemy's Enemy». En el mismo, el británico entrevista al propio De Castro, quien
le llega a señalar que «Altamann se reunió con el mayor Shelton, el
comandante de la unidad de los Estados Unidos» para darle «consejos sobre cómo
luchar contra esa guerra de guerrillas».
A su vez, señaló al cineasta que los norteamericanos usaron
«su experiencia adquirida haciendo este tipo de trabajos en la Segunda Guerra
Mundial» debido a que «era el único en Bolivia en aquellos tiempos que sabía
combatir a estos grupos».
Barbie, según las fuentes mencionadas, aceptó la propuesta.
Para empezar, porque suponía reafirmar su posición ante el gobierno militar de
Bolivia. Pero también porque le permitía ser visto con buenos ojos por los
Estados Unidos y continuar con el tráfico de armas que tantos réditos le estaba
otorgando.
Con todo, parece ser que la participación del nazi fue
únicamente logística, y no sobre el campo. Así lo afirma De Castro: «Dio ideas,
recomendación y orientación». Un hecho que recalca también el historiador
germano Peter Hammerschmidt en sus obras sobre el oficial nazi (la
principal, « Klaus Barbie, nom de code Adler». En las mismas, afirma que
la CIA barajó la posibilidad de reactivarle como agente en Bolivia, pero
terminó rechazándola: «Le vieron como una patata caliente debido a los
esfuerzos franceses por obtener su extraditación. […] No hubo colaboración
directa entre Barbie y la inteligencia de los Estados Unidos después de 1951,
pero hay evidencias de que tuvo contactos indirectos con la CIA a través
del Ministerio del Interior de Bolivia».
Soria, el mismo que entrevistó a Barbie, no niega ni rechaza
su participación en la captura del «Che», aunque sí afirma en su obra que el
sistema utilizado para cazar al grupo de Guevara tenía muchas similitudes con
las utilizadas por el nazi durante la Segunda Guerra Mundial: «Es verdad que
entre la concepción nazi de la “contra-guerrilla” y la doctrina norteamericana
de la “guerra interna” hay semejanzas y parentescos muy grandes. Bastaría
enumerar los métodos de terrorismo, asesinato y provocación recomendados por la
CIA en el manual que ésta elaboró y distribuyó a los “contras” nicaragüenses. Y
por cierto el asesinato de enemigos prisioneros, como se procedió con el Che,
es una práctica corriente tanto para unos como otros».
La opinión sobre el «Che»
En palabras de De Castro, Barbie le señaló en repetidas
ocasiones el poco respeto que tenía al Che Guevara: «Altamnn me dijo una vez:
“Este pobre hombre nunca hubiera sobrevivido si hubiera luchado en la
Segunda Guerra Mundial. Fue un aventurero lamentable, nada que ver con su
imagen popular. La gente lo ha convertido en un mito, en una gran figura. Pero
¿qué logró realmente? Absolutamente nada».
A su vez, el oficial germano siempre se vanaglorió (según el
periodista de investigación Kai Hermann, entrevistado por Macdonald, de
haber sido el que ideó la estrategia para cazar al «Che» Guevara.
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