Por: Ivanna Margarucci y Liliana Rocha Ustarez / Página
Siete. Ideas, 18 de junio de 2023. / Disponible en: https://www.paginasiete.bo/.../la-masacre-de-uncia-en-su...
El dramaturgo y anarquista argentino Rodolfo González
Pacheco tenía razón cuando, en 1929, se refirió a la historia de Bolivia como
“una larga travesía de dolor y de angustia”. El pasado 4 de junio se cumplió un
siglo de la masacre minera de Uncía de 1923. Como registró Rodolfo Solíz en su
folleto Masacres Obreras en Bolivia de 1943, esta matanza no fue la primera ni
será la última. Aunque fue, por entonces, de gran relevancia, pues cimentó a
partir de su memoria las primeras formas de organización y de lucha del
movimiento obrero y las izquierdas bolivianas. Sin embargo, con el paso de los
años, esa travesía de dolor y de angustia convirtió a la masacre de Uncía en un
recuerdo vago, acaso solapada por otras sí rememoradas por el poder, como la
matanza de Catavi de 1942.
Colaboró con este silencio el gobierno que perpetró la
masacre, que se esforzó para que no fuera recordada, inclusive en Uncía y
Llallagua. Periodistas amordazados, diarios opositores clausurados, fojas
arrancadas de los documentos oficiales. Esta fue la política del presidente
republicano Bautista Saavedra en ese junio de estado de sitio, deportaciones de
políticos y balas para el pueblo, muy a pesar de su discurso de ser un gobierno
“amigo” de los obreros.
¿Qué sucedió la tarde del 4 de junio de 1923 en la capital
de la provincia Bustillo, departamento de Potosí?
Para responder esta pregunta es necesario remontarse al 1 de
mayo, cuando los artesanos y trabajadores de Uncía y Llallagua, casas de las
empresas mineras La Salvadora de Simón I. Patiño y la Compañía Estañífera de
Llallagua de capitales chilenos, conmemoraron con un mitin el día del
trabajador y fundaron la Federación Obrera Central de Uncía, la FOCU. Su
primera directiva estaría integrada por mutualistas, anarquistas, socialistas y
miembros del Partido Republicano Obrero: Guillermo Gamarra, carpintero de La
Salvadora (presidente); Gumercindo Rivera, peluquero de Uncía (1er
vicepresidente); Manuel Herrera, minero de la Compañía Estañífera de Llallagua
(2do vicepresidente); Ernesto Fernández, peruano, empleado de la Casa Comercial
Singer (secretario general).
Estos y otros personajes se organizaron para protegerse y
proteger a sus camaradas de los abusos del odiado administrador de la Compañía
Estañífera de Llallagua, el chileno Emilio Díaz, pero también para “conseguir
mejores condiciones de vida para la gente”, de acuerdo a lo que relataba el
vocal Melquíades Maldonado, años después, en una entrevista. En su pliego de
condiciones asimismo pedían que las dos empresas reconocieran a la FOCU.
Dichas empresas, representadas por Francisco Blieck (gerente
de La Salvadora) y Emilio Díaz, objetaban a la federación de artesanos y
mineros y la unión de Uncía y Llallagua. Veían en ellas la potencia de la
solidaridad obrera y el fantasma de la “agitación anarquista”.
Mayo de 1923 fue un mes de negociaciones tramitadas a través
del envío de funcionarios y la llegada de una comitiva obrera a La Paz.
Negociaciones que no resultaron útiles, ni para una patronal coaligada, que
solicitaba al presidente el arribo de la fuerza de caballería, ni para los
federados, quienes descubrieron que el gobierno estaba lejos de ser un actor
imparcial que los ayudaría en la conquista de sus demandas.
Después del 22 de mayo, la tropa de infantería, artillería,
caballería, ametralladoras y técnicos de los Regimientos Ballivián y Camacho se
apostó en Uncía y Llallagua. El 1 de junio, Saavedra declaraba el estado de
sitio en casi todo el país. En el decreto, acusaba a la FOCU de haber iniciado
“actos de comprobada y violenta rebelión con amenaza inequívoca de extenderse a
otros puntos de la República, debido a la manifiesta intervención de agitadores
anarquistas y políticos revolucionarios”.
Ese fatídico 4 de junio, luego de haber sido detenidos
Guillermo Gamarra y Gumercindo Rivera en la subprefectura, los trabajadores y
sus familias comenzaron a agolparse en la Plaza Alonso de Ibáñez reclamando su
libertad, rodeados por cientos de militares armados. El gesto desafiante de
Emilio Díaz de presentarse en un auto y la obligación impuesta por el Mayor
José Ayoroa para que Gamarra y Rivera hablasen, enardeció a la multitud. Una
piedra lanzada a Ayoroa por un obrero anónimo habría sido la chispa que encendió
la mecha. Su respuesta fue una ráfaga de ametralladora que inició la balacera
–según algunas fuentes, resistida por los soldados que se negaron a obedecer la
orden de hacer fuego.
Finalmente, “una lluvia de balas barrió a todas las filas
delanteras del pueblo”. Cayeron hombres y mujeres, se confundieron los muertos
con los heridos. “El griterío se hizo atronador. Los obreros corrieron a
parapetarse; todos, desorientados, sorprendidos por un fusilamiento tan brutal
y tan cruel, no sabían en estos momentos adoptar ninguna decisión salvadora”,
escribía el periódico obrero Reacción de Oruro en 1927.
A la masacre le siguieron el duelo colectivo y la huelga,
que se extendieron los días siguientes desde Uncía a Llallagua en señal de luto
por las víctimas, cuyo número jamás conoceremos. Las cifras oficiales
reportaron cuatro muertos y 11 heridos, dos de los cuales murieron después. La
prensa obrera y de izquierdas hablará de medio centenar de fallecidos
–Gumercindo Rivera, en base a declaraciones posteriores, de una centena–, cuyos
cuerpos habrían desaparecido en los hornos de calcinación de los Ingenios
Miraflores y Catavi.
Mientras los dirigentes de la FOCU fueron torturados,
desterrados u obligados a huir, el emisario de Saavedra, Hernando Siles, acordó
con una nueva dirigencia la asociación por separado de artesanos y
trabajadores. La FOCU fue así liquidada y, más tarde, disuelta.
Según un informe de la Compañía Estañífera de Llallagua, “la
cuota de gastos correspondiente a la Compañía por la movilización, alimentación
de las tropas y varios otros desembolsos durante la huelga de junio fue de Bs
71.969.66”.
Dos días después de la matanza, Ayoroa afirmaba a Saavedra:
“Uncía se sacrificó sola por sus demás compañeros, como simiente de
reciprocidad, para el futuro”. No se equivocaba. En el Tercer Congreso Obrero
de Oruro de 1927, los trabajadores declaraban el 4 de junio Día del
Proletariado Boliviano. Una fecha ayer recordada, hoy olvidada.
* Las autoras se encuentran trabajando en un libro sobre la masacre de Uncía de 1923 que pronto será publicado en Bolivia.
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