EL EXPLORADOR INGLES PERCY FAWCETT LLEGA A MAPIRI, GUANAY Y RURRENABAQUE (Parte III)



Parte II EL EXPLORADOR INGLÉS FAWCETT LLEGA A SORATA

Tomado de: EXPLORACIÓN FAWCETT, de Percyval Harrison Fawcett.

... Al día siguiente salimos otra vez al aire diáfano y a la espesa vegetación subtropical. Soportamos un descenso capaz de erizarnos los cabellos, hasta llegar a palmeras y magnolias; ya el calor era considerable, y nos alegramos de podernos desembarazar de parte de nuestra ropa. Después de otros tres mil pies de bajada, llegamos a los trópicos, dentro de desfiladeros ardientes, donde la confusión de la selva cogía y mantenía los enjambres de nubes húmedas, que colgaban desde los pesados bancos de arriba y a través de las cuales no podía penetrar ni un rayo de sol.

Íbamos a tomar el camino del río, pero había tanta fiebre terciana en Mapiri, que decidimos detenernos en la barraca de caucho de San Antonio, administrada por un austríaco llamado Molí. Lo único digno de atención en este lugar —que no era sino una confusión de chozas situadas en un pequeño claro de la selva—, era un niño de siete años, mitad chino y mitad indio, que no solamente iba al mercado en Mapiri, sino también cocinaba para todo el personal. ¡Y una comida de primera clase! Estos niños son, invariablemente, muy precoces, pero no se desarrollan mucho después de la infancia, y rara vez alcanzan una edad avanzada.

Mapiri ostentaba quince chozas miserables, fabricadas con hojas dé palmera colocadas sobre armazones toscas y con piso de barro. Estaban diseminadas alrededor de un espacio enmalezado, que representaba la plaza, y la iglesia sólo era una cabaña medio en ruinas, con una tambaleante cruz sobre su techo.

Cuando llegamos al pueblo, el gobernador estaba sentado en uno de los umbrales contemplando una fiesta. El resto de la población, unas cincuenta o sesenta personas, estaba completamente ebrio. Algunos yacían tendidos a lo largo en el suelo, totalmente inconscientes; otros se agitaban en una ruda danza, al compás de una música procedente de una cabaña absolutamente desamoblada, llamada el “Gran Hotel”. Una mujer india se esforzaba en desvestirse, y el cuerpo descompuesto de un hombre, sujetando grotescamente una botella en su mano, yacía en una zanja. Sin embargo, este lugar tenía cierta importancia, pues por aquí pasaba una buena parte del caucho, y aunque el río Mapiri no era justamente una buena región gomera, se pagaba por juntarlo un precio de aproximadamente diez chelines por libra.

En Mapiri obtuve los servicios de un negro de Jamaica, llamado Willis, quien, cuando estaba sobrio, era un excelente cocinero. El y otro hombre de color se habían ganado la vida lavando oro, pero su amigo estaba ahora enfermo y desanimado. Como Willis me informó, “su amigo deseaba morir, pero no podía morirse”. Willis, cansado de esperar, se alegró de reunirse con nuestro grupo.

Desde Mapiri el viaje río abajo se hace en callapo, que es una balsa formada por tres flotadores unidos por piezas transversales. La balsa consiste en siete capas de una madera peculiarmente liviana, abundante en las riberas de los tributarios del Amazonas superior, pero escasa donde hay mucha navegación. Los troncos se unen en algunos puntos mediante pasadores de madera de palmera fibrosa y resistente, y en el tronco contiguo al exterior se introducen clavijas para soportar plataformas livianas dé bambú, en las que se llevan pasajeros y la carga. El largo de estas embarcaciones es de aproximadamente veintiséis pies, y la manga, de cuatro. La tripulación consta de tres balseros de proa y tres de popa. Se puede llevar una carga de tres toneladas además de dos pasajeros.

Conducir una balsa río abajo por estas corrientes andinas, con sólo un compañero, como yo lo hice posteriormente en muchas ocasiones, es un deporte bastante estimulante y que requiere mucha pericia. Existen rápidos cada cien yardas, estrechas curvas que salvar, rocas que evitar, y continuamente remolinos en las vueltas, que a menudo hacen zozobrar una balsa o callapo. A veces se navega a una velocidad escalofriante; en otras, apenas se avanza, pero el panorama es fascinante, un deleite sin fin.

Salimos de Mapiri con una tripulación de indios de Lejo, ebrios con ese brebaje intoxicante hasta la locura llamado kachasa. Todos los habitantes que estaban lo bastante sobrios como para arrastrarse hasta la ribera, nos vieron partir y nos vitorearon. Nuestra primera experiencia de viaje fluvial nos destrozó los nervios, porque los alegres balseros no estaban en condiciones de ejecutar el trabajo de equipo requerido en navegación tan difícil, y, hasta que llegamos a la desembocadura del río Tipuani, nuestra jornada consistió en una sucesión de escapadas milagrosas.

El Tipuani es uno de los mejores ríos de oro en Bolivia, y podría dar enormes cantidades de ese metal, si no fuera por sus frecuentes y repentinas salidas de madre. El lecho queda a la vista durante un minuto, pero ya en el próximo instante se precipita sobre él una muralla de agua causada por un chaparrón o por una repentina tormenta en las montañas de arriba. Resulta fatal quedar capturado en una de estas venidas, y no hay manera de predecir cuándo ocurrirán.

En la desembocadura del río Tipuani está Huanay, aldea de escasas chozas y nada más, pero es una estación de callapos de cierta importancia. Aquí pasamos la noche, recibidos en forma muy hospitalaria en un establecimiento mercantil de propiedad de nuestro amigo Schultz, de Sorata. Nuestros indios lejos procedían de una aldea vecina que pertenecía a su tribu y celebraron el regreso con más bebida. Huanay vibraba de excitación extraordinaria, porque además de nuestra visita llegaron gran número de indios de la aldea independiente de Challana, con grandes cantidades de mercaderías para negociar.

Challana es independiente, porque ha desafiado resueltamente al gobierno boliviano. Hay muchas historias totalmente equivocadas sobre este lugar, pero la verdad es que algunos años atrás una familia llamada Montes descubrió valiosas tierras gomeras hacia el sur y pidió la posesión de ellas, rechazando a los indios de las yungas que se habían establecido allí y comenzado pequeñas plantaciones. Estos indios emigraron hacia el norte, hasta las aguas del Challana superior, y habiendo encontrado allí caucho y oro, edificaron una aldea, pero, para evitar que se repitiera su triste experiencia, se negaron a permitir la entrada de cualquier extranjero en su comunidad. Sin embargo, se les agregaron varios hombres fuera de la ley y algunos renegados, y como jefe fue elegido un ex capitán del ejército boliviano. En Huanay cambiaban su caucho y su oro por las mercaderías que necesitaban, rehusando tercamente pagar impuestos al Estado. El gobierno envió una expedición para obligarlos a pagar tributo; el lugar fue atacado desde tres puntos, pero gracias a los comerciantes de Sorata, el pueblo de Challana estaba bien armado y fácilmente rechazaron a los soldados. Desde entonces no se- ha pensado nuevamente en tratar de subyugarlos. Tienen su propio ganado y sus productos, y se ríen de todo el mundo.

Entre Huanay y el Beni hay tres rápidos peligrosos Malagua, Retama y Nube; en el primero de estos la caída es de veinte pies en trescientas yardas. Al doblar un estrecho recodo en el rápido, nuestro callapo se estrelló contra una roca que deshizo una viga, cayendo toda la carga apilada en el centro de la plataforma. El barco se estremeció, y el doctor fue arrollado por los cajones; los hombres se agitaban y gritaban, pues aún estaban borrachos, y apenas comprendían lo que estaba ocurriendo. Yo cogí la cámara fotográfica y los rifles, -temiendo que cayeran al agua o sufrieran al menos una mojada, y el callapo, aunque medio sumergido, fue arrastrado por la salvaje corriente, librándose milagrosamente de zozobrar. Cuando estuvimos otra vez en aguas tranquilas y profundas, bogamos a la orilla y reparamos los daños. Chalmers, que venía en el callapo de atrás, pasó perfectamente.

En el embarcadero de Isapuri, entre los dos rápidos, pasamos la noche. Schultz tenía aquí un agente que nos proporcionó comodidades y buen alimento, y. dedicamos la tarde a secar nuestro equipo y a limpiar las armas de fuego.

El escenario era magnífico a lo largo del viaje. Pasamos bajo enormes riscos de piedra arenosa roja, a través de estrechas gargantas y bajo la selva en que los árboles de bordes ondulados constituían una gloria por su colorido y estaban cargados de papagayos y guacamayos. Acampamos en la orilla, bajo la lluvia, y fuimos torturados por los mosquitos. En medio de la corriente estábamos libres de los insectos, pero en cuanto nos acercábamos a la orilla, los mosquitos y menudas moscas muy picadoras nos atacaban formando verdaderas nubes. Transpirábamos con temperaturas como las del interior de un invernadero, cuando no corría ni un soplo de viento, y otras veces temblábamos con un frío tan penetrante, que parecía un invierno en Inglaterra.

Chalmers, que seguía con Willis en el otro callapo, encontró un rifle en un bote naufragado y lo cogió. Sus balseros habían tratado de apropiarse del arma, y estaban tan disgustados porque Chalmers se les había adelantado, que premeditadamente dejaron que el callapo chocase contra un obstáculo sumergido, haciéndolo naufragar. Se perdieron veintiocho cajones del equipo, incluyendo cinco de los nuestros, y los pedestales de las mesas de dibujo; esto era importante, pues dejaba fuera de uso aquellos instrumentos tan útiles.

Al séptimo día después de' abandonar Mapiri entramos en el puerto de Rurenabaque. El “puerto” era una orilla de barro, cubierta de balsas volcadas y desperdicios, en que los buitres graznaban y reñían. Detrás se veían una serie de chozas de estructura tosca, techadas con hojas de palmera y de paredes de bambú, agrupadas en torno a una plaza enmalezada al pie de un cerro elevadísimo. En el mapa había visto figurar este lugar como siendo de cierta importancia, y tenía la esperanza de ver, por lo menos, una muestra de arquitectura permanente, pero este caserío miserable apenas parecía a propósito para habitaciones de blancos. Se me encogió el corazón y comencé a comprobar cuán primitiva era esta región del río. Tuve que aprender posteriormente, que, después de pasar meses en las lejanías, Rurenabaque podía parecer una metrópoli.

Se levantó mi espíritu con el sabroso desayuno servido para nosotros en la choza desamueblada que hacía las veces de hotel, y después de tratar con algunos de los habitantes, ya me sentí inclinado a contemplar el lugar con menos repugnancia. Había en el caserío una compañía de infantería boliviana, con dos o tres oficiales que resultaron ser excelentes muchachos. Su comandante, un hombre de gran bondad, llamado coronel Ramalles, era gobernador de la provincia de Beni. También encontramos dos comerciantes ingleses —pues el caucho estaba en auge— y tres americanos, dos de ellos exploradores más bien empobrecidos, y el tercero, un aventurero de Texas, de fama, que había venido acá a buscar refugio del mundo exterior, donde era “buscado”. Varios oficiales de aduana y unos pocos indios completaban la población. La mayoría de los habitantes sufrían de una u otra de las muchas enfermedades comunes en el interior, tales como el beriberi, espundia y malaria, cuyo grado de intensidad dependía del punto a que habían llegado a minar la salud del enfermo el alcohol y los vicios.

El coronel Ramalles nos dio la bienvenida con un banquete, y yo correspondí con otro. ¡Champaña, a un costo fabuloso, corrió como agua! Los alimentos abundaban. No había escasez de carne, pues las grandes llanuras de Mojos en que se criaba ganado, quedaban inmediatamente detrás, y, además, en los días anteriores había llegado a través del río una gran manada de pecaríes perseguidos furtivamente por jaguares hambrientos. Salió la ciudad entera con armas de fuego y cuchillos para matar, al fin, cerca de ochenta de estos horripilantes animales parecidos a los cerdos.

Los jaguares son muy comunes en las llanuras ganaderas, y el gran deporte consiste no en dispararles, sino en lacearlos desde el caballo. Dos hombres toman parte, manteniendo a la bestia laceada entre ellos. Requiere buenas cabalgaduras y considerable destreza en el manejo del lazo, pero fuera de esto no es un deporte tan peligroso como pudiera parecer.

Los jaguares a veces pueden ser domesticados, y no son peligrosos entonces si se les ha cogido cuando cachorros. Había un bromista en Reyes, a pocas leguas de Rurenabaque, que tenía uno completamente adulto, al que permitía andar como un perro dentro de la casa. Su gran placer consistía en llevar su favorito por el camino hacia Rurenabaque y esperar los viajeros que venían sobre mulas. A una señal, el jaguar saltaba de entre los matorrales, y la mula corcoveaba, botando comúnmente al jinete, cuyo terror al encontrarse frente a frente de la bestia, es fácil de imaginar.

Las mulas temen a los jaguares más que a ningún otro ser viviente, y se dice que llevar en la montura la zarpa de un jaguar recién muerto es mejor que cualquier espuela para acelerar el paso de una cabalgadura testaruda. ...

Continuara...

Fotos: Rio Mapiri aprox. 1899 - 1910

// Historias de Bolivia.

 

LA HEROICA MUERTE DE EL "HACHADO", BRIGADIER GENERAL JUAN ANTONIO ÁLVAREZ DE ARENALES.

 

Juan Antonio Álvarez de Arenales (Wikimedia)

la batalla de La Florida, fue un enfrentamiento armado dentro de la guerra de la independencia en América, que se libró el 25 de mayo de 1814 en la provincia de Santa Cruz de La Sierra (hoy Bolivia), que en ese entonces pertenecía a las provincias unidas del Rio de la Plata. El choque armado se registró con una escaramuza en el río Seco y el conflicto oficial en la misión de Florida, Esta refriega significó una importante victoria de las tropas independentistas sobre los realistas.


NACE EL “HACHADO”

Ya la "Batalla de la Florida" ha concluido. Los sobrevivientes del Ejército Real, huyen del campo de batalla, dejando a los patriotas dueños del mismo. Es el 25 de mayo de 1814.

El comandante Juan Antonio Álvarez de Arenales ha logrado una espectacular victoria para las Armas de la Patria.

Con intenciones de liquidar al enemigo que huye, Arenales, inicia la persecución de los realistas que escapan. En su afán de concluirlos, poco a poco se va alejando del grueso de sus tropas. Sólo él, y su sobrino, el Teniente Apolinario Echavarría persiguen a los derrotados. Casi diez kilómetros realizan en su persecución, hasta que, en un recodo del camino, se encuentran de frente con una partida realista de once soldados, que detienen su huida al percatarse que son sólo dos sus perseguidores.

Lejos de amilanarse, Arenales y Echavarría, se miran, desenvainan sus sables y se lanzan a la pelea...


DOS CONTRA ONCE...

La pelea es desigual. ¡Son demasiados! Pero aún así, Arenales y su sobrino son dos leones enjaulados peleando por sus vidas. Uno tras otro van cayendo los soldados del Rey, abatidos por los filos de los sables de éstos dos valientes. Hasta que de improviso, Apolinario ve como uno de sus enemigos alza su fusil, apuntando a Arenales. Sin dudarlo interpone su cuerpo entre la descarga mortal y su tío, cayendo su cuerpo exánime a los pies del Héroe.

Bañado en su propia sangre, y en la de sus enemigos Juan Antonio Álvarez de Arenales continúa su lucha desigual.

Ciego de furia, Arenales sabe que venderá cara su vida. Apoya su espalda contra un árbol, mientras esquiva y da sablazos a sus atacantes. Recibe un sablazo en la cabeza, que le abre un profundo tajo en el parietal. Otro corte más, le empieza en la frente y baja, dividiéndole la nariz en dos. Otro más sobre el pómulo, que le llega hasta la boca.


TRECE HORROROSAS HERIDAS MARTIRIZAN SU CUERPO.

Fatigado por lo cruel del combate, casi sin fuerzas por la sangre vertida, Arenales sigue de pie.

Aprovechando un descuido del Coronel, uno de sus atacantes, se desliza subrepticiamente por detrás, y con cobarde actitud, le propina un feroz culatazo en la nuca, que le hunde el hueso.

Atacado a traición, desmayado por el golpe, Arenales cae vencido a los pies de sus atacantes, los cuales no intentaron percatarse si lo habían matado... sólo querían huir del filo de su sable, y escapan del lugar.

El cuerpo de Arenales permanecerá muchas horas tendido en el suelo, entre los cadáveres de sus enemigos, hasta llegada la noche, en la que es recuperado por algunos de sus hombres.

Llevado frente al cirujano del ejército, éste dictamina que el Coronel no pasará la noche.

Sin embargo se equivoca. Esa noche, y muchas otras más pasara Arenales recuperándose de sus terribles heridas. Más de un mes tardó en firmar el Parte de Guerra de su triunfo de "La Florida", batalla recordada por la calle céntrica de la Ciudad de Buenos Aires y por la localidad del conurbano bonaerense.

El Coronel Juan Antonio Álvarez de Arenales vivirá muchos años más, para regalarle a la Patria muchos otros triunfos, para Gloria de las Armas de la Nación.

Desde aquel memorable combate tan desigual, será apodado con un nombre que lo llevará con orgullo hasta el último de sus días. Sus hombres lo llamarán así, con admiración, y sus enemigos lo harán con temor.

Arenales fue militar de carrera que jamás vistió ropas civiles, que no necesitaba sirvientes y que ensillaba su propia mula; si era necesario, la herraba él mismo. No permitía que nadie lo tratara con familiaridad y creía al pie de la letra en las jerarquías militares.

Había nacido un 13 de junio de 1770 en España en la localidad denominada Villa de Reinoso, en Castilla..

Esta es la historia de que porque al Brigadier General Juan Antonio Álvarez de Arenales lo llamaron... EL HACHADO.


// Este texto fue extraído de la página Granaderos Bicentenario de Argentina, originalmente fue publicado el 13 de junio de 2023.

 

JÚBILO GENERALIZADO DEL PUEBLO TARIJEÑO POR EL FIN DE LA GUERRA DEL CHACO

 


El 18 de junio de 1935, el periódico paceño La Razón, reflejaba en sus páginas la celebración que se vivió en Tarija por el fin de la guerra del Chaco.

A continuación, transcribimos un fragmento de la nota:

Tarija, 14 (Exclusivo para La Razón). -Mas de 15.000 personas recorrieron en manifestación las calles de la ciudad celebrando el Dia de la Paz. Los convalecientes y heridos, fueron conducidos en camiones siendo ovacionados por la multitud. Todas las escuelas asistieron al mitin, llevando banderas. Las distintas. Las distintas reparticiones militares efectuaron un desfile frente al palacio de Gobierno.

A las 12: 16, hora en que se suspendió la lucha y que fue transmitida de La Paz por la redacción de LA RAZON, un soldado héroe de la campaña, tocó silencio conmoviendo a la multitud que recordó a los caídos por la patria.

Después del toque de silencio, las sirenas de las maestranzas y las bocinas de los camiones atronaron el aire.

Los Discursos

El entusiasmo es enorme y reina una alegría indescriptible en todas las clases sociales. El prefecto doctor Trigo hizo uso de la palabra. En seguida, hablaron el general Tejada Fariña, Monseñor Ramón Font, obispo de Tarija; Luis Serrudo Vargas, Hugo d’Arlach, Julio Téllez Reyes, el presidente del municipio señor Isaac Attie, que hizo especial mención de los tarijeños caídos en el frente y señalo a los que permanecen en el puesto del deber y aseguran en las trincheras hasta la hora de poner fin a la contienda.

El concejo decretó día de regocijo habiéndose embanderado todos los edificios públicos y particulares.

   

EL EXPLORADOR INGLÉS FAWCETT LLEGA A SORATA (parte II)

La pequeña ciudad paceña de Sorata. 


Tomado de: EXPLORACIÓN FAWCETT, de Percyval Harrison Fawcett.

(Parte I: https://www.facebook.com/photo/?fbid=606065661706241&set=a.558383623141112)


De noche alojábamos en las posadas…

…Hay algunas historias horripilantes sobre estas posadas, especialmente respecto a las más lejanas en el sendero de Mapiri, donde los límites de la selva bordean las montañas. En una de ellas había un cuarto en que, uno tras otro, eran encontrados muertos los viajeros que alojaban en él, con los cuerpos ennegrecidos por la acción de un terrible veneno. Las autoridades, sospechando alguna trampa, procedieron a investigar el caso, y, después de algún tiempo, descubrieron en el techo de zarzas de la pieza una enorme araña apazanca, una especie de tarántula negra, tan grande, que apenas podría cubrirla un plato. Este monstruo se descolgaba de noche sobre el durmiente, y al picarlo le ocasionaba la muerte.

En la literatura novelesca son muy comunes las historias escalofriantes sobre posadas, pero en Bolivia suceden realmente. Se presentó el caso en una posada al este del sendero de Santa Cruz de la Sierra en que el posadero, un mestizo de aspecto repugnante, mató a no menos de cuarenta viajeros, probablemente acuchillándolos en el sueño. Fue ejecutado sin demora.

Nuestros músculos adoloridos impidieron que durmiéramos esa primera noche en el sendero. Ambos estábamos reblandecidos por la vida fácil a bordo de los buques y en los hoteles, y transcurrirían varios días hasta que volviéramos a endurecernos. Al día siguiente, vimos desde la posada un mundo totalmente cubierto de fresca nieve, pero el cielo estaba claro y prometía mejor tiempo. Nos desayunamos en una cabaña a catorce mil pies de altura, y después atravesamos el Divide, gozando de una vista maravillosa sobre el Titicaca, que se extendía en una superficie de plata reluciente, y reflejando con absoluta claridad las montañas cubiertas de nieve que lo rodean. Después, hacia el norte, contemplamos otro espectáculo inolvidable: la delgada cinta del río Mapiri, mil pies abajo, en una garganta brumosa, medio oculta por nubes flotantes, que estaban comenzando a dispersarse al calor del sol ascendente. Podíamos ver la alfombra de la selva, en que comenzaba la vegetación subtropical, y. los flancos de las poderosas colinas alzándose para romper a través de las nubes y destacarse con sus fulgurantes crestas cubiertas de blancas nieves. Lejos, al otro lado de la garganta, oculta por las faldas del Illampu, estaba Sorata, nuestro punto de destino para aquella noche.

Bajamos en zigzag por un escarpado sendero de siete mil pies. A cada vuelta nos encontrábamos con un espectáculo que nos quitaba el aliento. Jamás había visto yo montañas como éstas, y estaba literalmente aplastado por su grandeza, sobrecogido ante esta subyugadora maravilla. A medida que bajábamos, aumentaba la vegetación. El pasto amacollado de las cumbres; cedía el lugar a campos de alverjilla y a un musgo con aspecto de cactos. Aparecían unos pocos árboles raquíticos, cortos y crispados; como brujos transformados repentinamente por algún arte de magia en algún impío aquelarre. Después estuvimos en medio de cactos que destacaban su gris lúgubre en las grietas de las rocas, y nos detuvimos para beber de un arroyo de la montaña, cuya agua estaba mezclada con hielo; fueron apareciendo eucaliptos y algarrobos. Seguimos descendiendo, dando vueltas y más vueltas, hasta que al fin alcanzamos el valle, y, cansados de la tensión muscular de mantenernos sobre la montura, cruzamos el río por un puente de cimbra, de alambre y listones. Siguió una corta subida hasta Sorata, donde nuestra cabalgata fue saludada por un grupo que nos esperaba ansiosamente.

—Por favor, señores, acepten una copa de chicha —dijo el jefe de la partida, y. varios hombres se adelantaron llenando tazones de greda, de grandes cántaros de chicha de maíz.

Agradecidos, aceptamos, y cuando hubieron llenado también los tazones de ellos, el jefe del grupo nos ofreció un brindis.

—A su salud, señores.

La chicha estaba deliciosa, gruesa, pero refrescante, alimento y bebida a la vez.

En la aldea fuimos atendidos por un alemán hospitalario, llamado Schultz, en cuya casa alojamos dos noches. Hubo una comida excelente, cócteles, vino, y después una o dos horas de charlas y cuentos con nuestro anfitrión, antes de sumirnos en un sueño profundo.

Al día siguiente desperté adolorido, pero al pararme ante la ventana del dormitorio me olvidé de ello, gozando con llenar mis pulmones con el delicioso aire de la montaña. Después de un desayuno verdadero —y no el simple café y panecillo del desayuno usual —, dispusimos el cuidado de nuestro bagaje y de los animales, y fuimos llevados por Schultz a un picnic en su terreno al lado del río a mil pies más abajo. Nos bañamos en el río, y nos sorprendió comprobar que el agua no era intolerablemente fría, a pesar de que procedía de las nieves distantes sólo ocho millas. En seguida los invitados, incluyendo algunas damas y unos pocos personajes locales, se sentaron en el pasto lleno de flores y consumieron un almuerzo que habría dejado atónito aun a Mr. Pickwick, por su variedad y abundancia.

Sorata es un centro importante por la preparación de chalona, que es carne de carnero, desollada, cocida y secada bajo un sol ardiente, en la atmósfera rarificada a quince mil pies de altura. Se mantiene en buenas condiciones por largo tiempo, aun cuando sea enviada a las calurosas regiones de la selva. Fuimos bastante imprudentes como para cocinar un trozo a medio preparar, para probarlo, lo que nos produjo serias molestias. Aquí, lo mismo que en todo el Altiplano, se acostumbra a secar un tipo de papa, pequeña y dura, y helarla para formar lo que se conoce con el nombre de chuño, parte indispensable de la dieta en las montañas.

Al día siguiente del picnic nos despedimos de Schultz y de la buena gente de la ciudad, y partimos ascendiendo por un sendero inclinado hacia el paso, a diecisiete mil trescientos pies sobre el nivel del mar. Demoramos dos horas en recorrer cuatro millas, y en ese lapso habíamos ascendido seis mil pies. Las muías recorrían diez yardas y se detenían con los pulmones agitados; si iban muy cargadas, sangraban a veces por las narices y morían. En Ticunamayo llegamos a un tambo o casa de reposo, y allí pasamos la noche; como no había comodidades en el interior, dormimos afuera con un frío espantoso y una helada neblina.

Al día siguiente pudimos ver Sorata, debajo de nosotros, con el fulgor de sus casas a la luz del sol naciente. Tuvimos la última vista de la ciudad cuando nos acercamos al paso; después un recodo del camino la ocultó, y un helado viento de los campos de nieve comenzó a rugir sobre nosotros. La última ladera, hasta llegar a la cima, fue de continuas deslizadas y tropezones de las mulas.

La próxima detención para pasar la noche fue la posada del gobierno, en Yani, otrora el centro de un lavadero de oro muy rico que fue explotado en forma muy primitiva. Hay un cuento sobre este lavadero, que atraerá a los amantes de lo misterioso.

A fines del siglo anterior llegaron dos oficiales del ejército boliviano cierta noche, de regreso del Beni, y, viendo una hermosa niña en la puerta de una casa vecina al tambo, jugaron al cara o sello quién probaría su suerte en cortejarla. El perdedor se quedó con el jefe de la aldea —el corregidor—, y a la mañana siguiente descubrió con horror a su hermano de armas muerto sobre el quebrado piso de piedra de una casa en ruinas, de la que habría podido jurar que la noche anterior no sólo estaba intacta, sino también ocupada.

—Durante años ha estado en ruinas esta casa —declaró el corregidor—. No había ni doncella, ni puerta, mi capitán. Era un duende lo que vieron.

— ¿Pero por qué hizo su aparición? —Preguntó el oficial—. ¿Por qué vimos ambos el duende? ¿Fue cometido alguna vez un crimen aquí?

—No podría decirle, mi capitán. No sabemos nada; no tenemos ninguna explicación para este duende. Sólo sabemos que de vez en cuando aparece a los forasteros, y jamás a los que vivimos aquí.

La gente que sólo conoce Europa y el Oriente apenas puede imaginar lo que son estos senderos de los Andes. Los indios y las mulas —y desde luego las llamas— son las únicas criaturas que los pueden recorrer con éxito. Las rutas an gostas están sembradas de cantos rodados y cascajo; ascienden miles de pies en forma sólo comparable a la subida de la Gran Pirámide, y por el otro lado descienden a un precipicio, en una serie de retorcidos zigzagueos. Sobre cantos rodados enormes que asemejan la escalera de un gigante, las muías brincan como gatos de uno al otro. A ambos lados de los cerros en forma de cuchillo, el sendero desciende a un abismo lleno de lodo. Los huesos de animales muertos van delineando el sendero, y, aquí y allá, una maraña de buitres pelea sobre el cadáver en descomposición de un caballo o una mula. En algunas partes, el camino tortuoso se convierte en apenas un estrecho paso cortado en las rocas, a cientos de pies sobre el valle, y, precisamente aquí, las muías eligen su camino por la orilla exterior que da al precipicio. El jinete contempla el vacío bajo sus pies, mientras siente que el corazón se le sube a la boca, sabiendo que los accidentes ocurren con bastante frecuencia. Entonces acuden a la mente las historias de pisadas en falso y la caída angustiosa del animal y del jinete, a quienes jamás se vuelve a ver.

Muchos indios ascienden por la huella desde las plantaciones de caucho, llevando en sus espaldas pesadas cargas suspendidas por una correa que colocan alrededor da su frente. No llevan alimentos, pero se mantienen durante el viaje de diez días sin una apreciable pérdida de vigor, mascando un puñado de hojas de coca y barro. Los europeos no pueden mascar coca impunemente, porque es necesario que generaciones hayan contraído este hábito, para permanecer inmunes a sus tenibles efectos. La esencia de estas hojas es, por supuesto, la cocaína; incluso los indios dan la impresión de estar parcialmente narcotizados, y quizá sea ésta la causa de que su mente actúe con tanta torpeza.

Un doctor extranjero se reunió con nosotros en el camino de Mapiri y habló tan elocuentemente sobre las enfermedades, que comencé a dudar de sus estudios. Un día detuvo a un indio que pasaba, y se desmontó para examinar una gran hinchazón en la mejilla del hombre.

—Aparentemente se trata de un crecimiento canceroso o tumor —observó—. Esta gente está llena de enfermedades.

Mientras hablaba, el ”crecimiento” cambió de una mejilla a la otra. ¡Era una papilla de coca! El doctor miró al indio con disgusto, volvió a montar sin decir una palabra, y no habló más durante muchas millas.

Un día completo nos demoramos en descender por el lado oriental de las montañas, ora jadeando en las altas cuestas, ora descendiendo y resbalando por aquellos riscos que parecían despeñarse bajo los cascos de las muías. No veíamos nada alrededor de nosotros, fuera de un mar de nubes taladradas por las cumbres de las montañas. A los trece mil pies alcanzamos el límite de la vegetación selvática, un estrecho conjunto de árboles torturados y débiles, no más altos que la estatura de un hombre. Después, a medida que descendíamos del mar de nubes, comenzamos a ver helechos y flores, y el aire cortante de la altura cedió el paso al cálido de las yungas. ...

Continuara...


Foto-postal coloreada de Sorata, en La Paz, primeros años del siglo XX.

// Historias de Bolivia.

 

1906 EL EXPLORADOR INGLÉS FAWCETT INICIA SU VIAJE DE LA PAZ HACIA EL BENI

 


Tomado de: EXPLORACIÓN FAWCETT, de Percyval Harrison Fawcett.


...La espera fue larga, pero por último recibí mil libras oro de las autoridades, y consideré la transacción bastante rápida, comparada con el tiempo que se necesita para extraer la más mínima suma de la Tesorería británica. Tanto oro me hizo sentirme enormemente importante, aunque el valor de las mulas, provisiones y gastos de hotel lo redujo a ochocientas libras. Con el retintín de este tesoro en las bolsas de la montura, Chalmers y yo partimos por sobre el Altiplano el 4 de julio de 1906, en dirección a Sorata y el Beni.

Atravesamos una llanura en la que una corriente ininterrumpida de animales de carga —mulas, burros, llamas e indios— acarreaba granos, caucho y combustible de bosta de llamas para los mercados de La Paz. La bosta de llama era en aquel entonces, el único combustible de uso general, y los extranjeros tenían que acostumbrarse al gusto acre que le impartía al alimento.

Cuando partimos estaba nevando copiosamente, y me puse el poncho que había adquirido hacía poco. El poncho de lana de alpaca o de llama es el atavío de uso acostumbrado entre los indios de la montaña; les sirve de impermeable, de abrigo y de frazada para la cama. Forma parte de la vestimenta del hombre; la mujer india no lo usa jamás. Nada puede haber mejor como protección contra la nieve, pero mi mulá protestaba contra él porque las puntas del poncho se batían al viento, y, antes que me diera cuenta del peligro, fui arrojado por un repentino corcoveo. Amarré las puntas del poncho para impedir que batieran, y volví a montar.

La nieve caía cada vez más densa, hasta que la visibilidad quedó reducida a menos de veinte yardas, y el viento entumecedor la metía bajo nuestros ponchos. Decidí sacármelo y ponerme en cambio un largo impermeable. Mientras estaba pasando mi cabeza y mis brazos por los tiesos pliegues, la maldita muía volvió a corcovear, y, una vez más, caí de lleno al suelo. Entonces huyó, y con el corazón desfalleciente escuché el golpear de sus cascos y el tintineo cada vez más apagado de mi oro en las bolsas de la montura.

El arriero iba a retaguardia, y, cuando me alcanzó, perdí bastante tiempo en explicarle en mi mal castellano lo que había ocurrido. Comprendiendo al fin la situación, se puso en persecución de mi cabalgadura. Encargó a los indios que pasaban le ayudaran en su empresa, y yo quedé esperando, oyendo el alboroto y gritos, temiendo no volver a ver el dinero.

Para sorpresa mía, la mula fue traída de la dirección opuesta por dos indios que la habían encontrado en camino a casa. Supusieron cuerdamente que el propietario estaría cerca. No habían tocado las bolsas de la montura, y tuve que admirarme de la honradez de aquellos indios, que, fácilmente, pudieron haber tomado el oro sin el más mínimo riesgo de ser cogidos. Los recompensé generosamente, y ellos quedaron admirados de la locura de un gringo (1) que les reconocía sus servicios.

Cesó el nevazón cuando llegamos al lago Titicaca, y tuvimos un espectáculo soberbio al contemplar el lago. No soplaba nada de viento, y su superficie tranquila reflejaba perfectamente cada nube. El sol brillaba, y pequeñas bocanadas de cúmulos blancos se extendían a lo largo de la línea del firmamento, como si locomotoras enormes hubiesen estado vagando más allá del horizonte. Había pájaros por todas partes, y eran tan mansos, que apenas se molestaban en apartarse de nuestro camino. Todas las laderas de las colinas estaban diseñadas en forma de terrazas y cultivadas hasta la cumbre, como en los tiempos remotos de los incas.

Encontramos posadas a lo largo del camino, que era bastante bueno, y nos deteníamos para beber cerveza o café.

Atravesamos aldeas en que los perros nos daban la bienvenida con ladridos frenéticos. Fue una jornada muy larga, y, antes de llegar a su término, comenzó a nevar de nuevo y con más densidad que nunca.

Continuara…


Referencias

1) La palabra "gringo" pertenece a la jerga de América Latina y comprende de una manera general a todos los extranjeros de las razas de tez blanca. No se sabe a ciencia cierta el origen, pero se cree que hace tiempo los marineros visitantes cantaban ―Green Grovvs the Grass...‖, con tal fervor, que las dos primeras palabras fueron apropiadas como un apodo para ellos.

Segunda parte: EL EXPLORADOR INGLÉS FAWCETT LLEGA A SORATA 

Tercera parte: EL EXPLORADOR INGLES PERCY FAWCETT LLEGA A MAPIRI, GUANAY Y RURRENABAQUE

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Parte II: https://www.facebook.com/photo/?fbid=607100898269384&set=a.558383623141112 

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Fotos: Lago Titicaca y Percyval Harrison Fawcett. (Créditos: Notta & Ca)

// Historias de Bolivia.


AVIADORES ORUREÑOS EN LA GUERRA DEL CHACO

Rafael Pavón


Oruro siempre aportó al país con valiosos y talentosos recursos humanos. Muestra de ello son los cuatro pilotos orureños, que estuvieron en el conflicto del Chaco. El capitán Arturo Valle Peralta, nacido en Challapata, que cayó en su avión en un bombardeo del fortín Toledo. El capitán Alfredo Pascue Moscoso, aviador del Ejército que falleció al ser derribado su avión en la contienda. El subteniente Mario Calvi, copiloto de Rafael Pavón, quien cayó junto a él en el sector de La Florida después de derribar aviones paraguayos, y finalmente el aviador Emilio Beltrán López, que sobrevivió a la guerra.

Foto: Oficiales Bolivianos, de fondo un Junkers alemán.

#GuerraDelChaco

// Historias de Bolivia.

 

MARGARIDA, LA PRIMERA EXTRANJERA QUE LLEGÓ A TUPIZA (1535) El viaje de Diego de Almagro a Chile

 


Vlad Gassar (Vladimir Gastón Arancibia Camacho) BOLIVIA.


La escritora chilena Isabel Allende en su novela histórica “Inés del Alma Mía” menciona que la primera mujer extranjera en llegar a Chile en 1540 fue la española Inés Suárez (oriunda de Plasencia) quién acompañó al conquistador Pedro de Valdivia. Hubo otra mujer que llegó 4 años antes que ella: la africana, “la Margarida”, la primera extranjera que llegó a Chile con Diego de Almagro en 1536, pasando previamente por Paria y por Tupiza (Bolivia). La expedición partió de Cuzco en julio de 1535 tras el reino de Nueva Toledo. He aquí la historia de la primera mujer extranjera que llegó a Copiapó y al sur. Y no fue blanca, fue de color.

Un día soleado de octubre de 1935. Un ejército de miles de hombres arriba a Tupiza (Jupiza) donde pululan unas 2.000 almas. Es el flamante Adelantado Diego de Almagro condecorado con un parche negro en el ojo y los cráteres de la viruela loca; le siguen sus capitanes en potentes corceles y una extraña mancha negra montada en una yegua blanca.

Al verla, una viejita vestida con el viejo poncho chicha (acksu), asombrada exclama:

- No puedo creer, ahora, ¿qué es pues esto?, esto solo puede ser un castigo de los dioses- afirma- ante la inusual presencia.

- Algo va a pasar…

Es la primera vez, los pobladores chichas jamás habían visto una persona de color,

Hay emoción, expectación, inquietación, alteración, agitación, perturbación, turbación, conmoción, convulsión, excitación, un orgasmo múltiple colectivo. Les parece un fenómeno, causa revuelo y furor.

Es el centro óptico de las miradas, los niños corren tras ella, sin importarles las hoscas miradas de los seres metálicos que marchan al redoble de los tambores ni los ladridos de los perros de presa que portan.

-¡Es tchinchebala (murciélago), latchiratchi (pájaro negro, zorzal), Artchi (negra), Liq’ cau (mujer) !, gritan los niños en lengua Kunza, alborozados al ver relampaguear sus grandes aretes circulares.

De repente, la mañana resplandeciente se oscurece, atrás hay ciento cincuenta negros encepados por el cuello que arrastran sus pies a plan de látigo. Los bozales estremecen Tupiza. Los niños se han kisado (les ha entrado el miedo).

En el mundo de contrastes, otro negro monta un azafrán con aires de libertador y liberado. Es Juan Valiente, el capataz de indios, un negro que cabalga a sus anchas por servicios prestados a los españoles.

Ya no sorprende la blanca-blancura de los seres bajados de otro mundo, salidos del mar en unas extrañas naves, con barba y fatigoso ropaje, caballos, mastines y rayos que salen de sus largos brazos metálicos.

Ahora, más que los hombres de metal, los mandingos o kunta kintes son el centro de atención de los Chichas, jamás habían visto negros arrastrando cadenas por esos lares, solo el milenario barro, ya ni los barbados castellanos son una novedad.

La sombra de generosas caderas le sigue a Almagro por donde va. Es la extranjera que pisa por primera vez Tupiza (territorio boliviano) y llegará antes que Inés del Alma Mía, la española a territorio chileno.

Es Margarita, llamada cariñosamente por el tuerto “la Malgarida”, la africana, un monumento de morocha de pañoleta roja chillona de motas blancas, Vestida de modo extravagante, una enagua atravesada sobre la espalda hasta la cabeza a manera de manto esconde su negro rostro y la hace parecer misteriosa, algo diabólica.

Deslumbrante de exótica negrura, cercana a los 50 y un poco salida de rollos, la negra causa revuelo en Tupiza. No la dejan, los niños siguen corriendo tras ella. Le roba el espectáculo a Diego, pero él no lo siente, perdido está en sus adentros pensando en cómo habían cambiado para él las cosas.

De linaje porcino, de jodón y dicharachero; de un don nadie, a mariscal de campo, a gobernador de la Nueva Toledo, sin saber leer ni escribir; dueño de una ínsula de carne y hueso, en pos de ella va. Tranquilo Sancho que también de envidia se muere.

Quedó atrás el pasado de niño largado de la mano maternal que lo abandonó cuando más la necesitaba. Ansiosamente buscada antes de cruzar el charco para despedirse; cuando por fin la encuentra en una hidalga casa, es despachado con un portazo en la nariz, panecillos y algunos maravedís.

Veinte años buceando en las Antillas y Panamá, dando vueltas como carcancho. ¿A qué viniste Diego?. Perdiste un ojo y tres dedos de la diestra en aquel pueblo de indios al que arrasaron vuestros hombres que después llamaron Pueblo Quemado. Debéis explicaros que solo fue un acto de reacción y defensa de los indios de Puerto de la Cruz cansados de los abusos de una incursión anterior que hicieron. Son lo peorcito de los que llegaron chapaleando el Charco de Unamuno.

Lo extraño, fuiste salvado por otro hombre de color. Algunos esclavos, están en el momento menos pensado para sacar las castañas a sus verdugos.

Pero, para qué Diego preguntar si estáis dispuesto a perder el otro ojo en la aventura a Chiri (así llamaban al sur los incas). Hoy, don Diego Montenegro y Gutiérrez es el Gobernador de Nueva Toledo y va al sur tras Chile donde le dijeron que fulgurante brilla otro reino dorado.

Quedó atrás la cebolla cruda, el pan duro, el queso y el caldo desaboridos, no necesita ya a nadie, se arropa solo en la negra y va entre sus pliegues oscuros, perdiéndose.

Fue en Panamá (1514) donde don Diego conoció la humedad caliente y desbordante de las caribeñas y del África oscura, excitante y salvaje, fueron años de amor secreto que despistó a los mismos cronistas, a los más sagaces que llegaron a confundir a la Margarité con la india panameña Ana Martínez, diluyéndola con otras morenas tropicanas, esclavas de los conquistadores, donde las más oscuras llevan la peor parte, maltrato y desenfrenado abuso sexual.

- Fui capturada todavía niña y metida a un barco por unos portugueses, en alguna costa africana, ahí pese a mis lágrimas y ruegos, fui forzada, ni contar lo que me hicieron. Total, los de mi color solo somos objetos, cosas, según la ley. Nací allá por los 1488 en algún lugar del África. Embarazada salí del barco, me arrastraron al Nuevo Mundo, subastada por negreros en la isla de Haití.

En el puerto pasó cerca de donde nos tenían, bastó una mirada, se fue e inmediatamente retornó como trastornado, poderoso el influjo del vudú, la magia negra, es el único arma que tenemos nosotros los negros para vengamos de lo que nos hacen los blancos. Mawu y Erzulie, tan generosas como siempre.

En Castilla de Oro, los amos portugueses otra vez a punto de disparar el martillazo final del viernes negro.

- ¡Un momento, parad! , pago por ella lo que pidáis, la quiero para mi servicio.

Pero, Diego, vale acaso tanto la negra, ya está un tanto gastadita, no pasa de una vieja yegua. Dejó de valer los 12.000 maravedíes que pagó un sevillano cuando compró a la negra preñada de 25 años o los 12 ducados que costó traerla cuando bordeaba los 38.

Descansa tranquilo el mariscal bajo la sombra del añejo Churqui tupiceño, mientras ordenó que las indias tejan prendas para sus hombres, las necesitará para el cruce de la cordillera.

- Hay que ckoitur (tejer), sino ellos nos van a ckoitur, dicen las más viejas. En el ckaitu, la lanas de ovejas y llamas son hiladas en el huso, phusca o ruecas de las mujeres chichas.

Por seguridad, nadie puede acercarse al mariscal sino a metros a la redonda. Ella entra y sale de la carpa del mariscal como Pedro por su casa. Ella le abanica y le presta consuelo.

Cuando del campamento sale, la están esperando siempre: los niños, revolotean como bandada de mariposas a su alrededor, los hombres y mujeres le piden que les mire la suerte y el destino, ella riendo, no se hace rogar.

La primera mujer extranjera que llegó a Charcas, a Tupiza no fue europea. No fue española la que llegó primero a estos lares (ahora territorios boliviano y chileno). No fue Inés de Suárez, de Plasencia, la primera mujer que entró a Chile con los conquistadores, sino la africana. Inés del Alma Mía, aparece recién en 1940.

Pero, además, Margarita no fue la única; con ella vinieron un centenar de mujeres yanaconas del Birú, las cuzqueñas, que llegaron con Paullu, las kollas, indias aymaras, y hasta mujeres yamparas enviadas por los caciques del Kollasuyo, de Charcas y hasta las adosadas por el propio cacique yampara Francisco Aymoro que acompañaron a los conquistadores, como cocineras y sirvientas que realizaron los trabajos más humildes de lavar la ropa, cocinar el puchero y por las noches, calentar a sus amos y los menesteres más apremiantes.

Esta morocha de dientes de marfil destellantes vale más que el oro que buscáis Diego, es la compañera de tu vida y la madre real que cuida a tu bien amado hijo: a Dieguito (el Mozo), la que te arropó en el Darién, Cajamarca, Cusco, Pari, Tupiza, la que te entregó el alma, sin pedir nada a cambio, descongeló tu nieve en tu carpa, la que te atiende, sirve, cuida, cura y alimenta con sus racimos de uva negra. A la que fue tras de ti media américa, a la contagiaste de sífilis que y todavía te sigue fielmente como perra en celo. ¡Esa negra, Diego, vale más que el metal!

El subconsciente traiciona, a veces de mala manera, la Malgarida, como la llamas, en realidad es la “mal querida”, reconoces tu ninguneo. Su color no puede eclipsar tus ansias de remontar la escarpada cumbre de la movilidad social por eso está en el lugar que está. ¡No, pues!, ¿dónde se ha visto, un adelantado de su serenísima majestad, un mariscal, un gobernador andando del brazo con una negra?.

No supiste mostrarla con ropa fina, alguna camisa blanca, un rebozo, un faldellín de llamativo color, medias de seda blanca, acicatearla con algún rascamoño de oro con perlas o lucirla en las fiestas con un rosario de oro en la garganta.

La tenías ahí oculta, guardada, mimetizada con bajo perfil, para que no levante sospechas. Y como la amabas, no podías prescindir de ella, y para tapar las cosas, te inventaste el cargo de custodia o guarda de Dieguito.

Cuando Almagro llega a Tupiza, se topa con un problema de logística, los chichas no tenían suficiente maíz para alimentar semejante ejército, menos para aprovisionarse para seguir la travesía a Chile; por eso, tienen que esperar la próxima cosecha, espera echado debajo el Churquí, por lo menos 6 meses.

Miles de escupitajos y bolas de hojas de coca masticadas tiradas en el suelo (Ckuta, dicen los Chichas) cerca al Churqui; es lo único queda del paso de Almagro y las huestes incas por Tupiza. ¡Ah¡, si hablará el árbol del Churqui.

Más allá en el cielo del paso de la Cordillera de los Andes, cientos de Chiwintos (buitres) andan daño vueltas, como presagiando lo que le espera a la expedición.

* Las palabras extrañas provienen de la lengua de la nación Chichas: el “Kunza”, cuya influencia abarcó el sur boliviano (Lipes, sud Chichas, nor Chichas, Modesto Omiste y la parte alta de Tarija y el sud de Chuquisaca); el noroeste argentino (provincias Jujuy y Salta) y el territorio chileno atacameño. (Tarcaya, 2015)


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Alvarez, Gómez, Oriel (1923). Sor Imelda y la primera mujer foránea que vino a Chile. Apuntes para la Historia. Artículo. Recuperado de: http:// www. Bibliotecanacionaldigital.gob.cl › BND

Aravena William, René (1977). Mosaicos Históricos Editorial Nacimiento

Arrelucea, Barrantes, Maribel y Cosamalón, Aguilar, Jesús A. (2015). La Presencia Afrodescendiente en el Perú Siglos XVI-XX. Ministerio de Cultura. Serie Caminos de la Historia, 2 Primera edición, Perú: Lima, 2015. p.. 20 Recuperado de: https://centroderecursos.cultura.pe/sites/de fault/files/rb/pdf/La-presencia-afrodesc e ndiente.pdf

Barriga, M., Víctor (Fray) (1939) “Los Mercedarios en el Perú en el siglo XVI”. Tomo II Documentos Inéditos del Archivo General de Indias de Sevilla, Volumen 2. Tipografía: Madre di Dio.

Cano, Roldán, Imelda (1899). La mujer en el Reyno de Chile 1535 – 1810. Artículo. Chile: Colección: Biblioteca Nacional de Chile

Mellafe, Rolando (1959). La introducción de la esclavitud negra en Chile. Tráfico y Rutas. Estudios de Historia Americana. Santiago de Chile. Universidad de Chil. Recuperado de: http:// www.memoriachilena.gob.cl/archivos2/pdfs/mc0012766.pdf

Santa Cruz, Nicómedes (2004). Obras completas Investigación (1958-1991) Comp. Pedro Santa Cruz Castillo.Colección Ensayo. Libros en Red.

Tarcaya, Gallardo, Freddy (2015). Kunza el idioma de la Nación Chichas. Primera Edición. Cochabamba. Talleres Gráficos Kipus.

 

DECRETO DEL 9 DE FEBRERO DE 1825

 

Sucre

El 1 de febrero de 1825, el general venezolano Antonio José de Sucre había entrado a Puno junto con el Ejército Libertador. Ahí se le unió el doctor Casimiro Olañeta, sobrino del último de los generales realistas de Charcas, mas conocido como Alto Perú, para darle un mensaje, el de promulgar un decreto con el fin de convocar a asamblea, para definir el futuro de estas provincias.

Los primeros días de febrero, Sucre llegó a la ciudad de La Paz,​ donde fue recibido con regocijo generalizado. Posteriormente el 9 de febrero dictó el “famoso” decreto, en el que mandó que una asamblea de diputados del Alto Perú se reuniese en Oruro y decidiera libremente la suerte de estos territorios. Ese decreto del 9 de febrero de 1825 fue la base fundamental para la formación de un nuevo estado, El estado boliviano.

A continuación, transcribimos el texto del decreto.


DECRETO DEL 9 DE FEBRERO DE 1825 ANTONIO JOSÉ DE SUCRE

Convocatoria a la Asamblea General de Diputados de las Provincias del Alto Perú.

“ANTONIO JOSE DE SUCRE. General en Jefe del Ejército Unido Libertador, etc.,

CONSIDERANDO:


1º Que al pasar el Desagüadero el Ejército Libertador ha tenido el sólo objeto de redimir las provincias del Alto Perú, de la opresión española, dejándolas en la posesión de sus derechos.

2º Que no correspondiendo al Ejército intervenir en los negocios domésticos de estos pueblos, es necesario que las provincias organicen un gobierno, que provea a su conservación, puesto que el ejército ni quiere ni debe regirlas por sus leyes militares, ni tampoco puede abandonarlas a la anarquía y el desorden.

3º Que el antiguo Virreynato de Buenos Aires, a quien ellas pertenecían a tiempo de la revolución de América, carece de un gobierno general que represente completa, legal y legítimamente la autoridad de todas las provincias, y que no hay, por consiguiente, con quien entenderse para el arreglo de ellas.

4º Que este arreglo debe ser el resultado de la deliberación de las Provincias y de un convenio entre los Congresos del Perú y el que se forme en el Río de la Plata.

5º Que siendo la mayor parte del Ejército Libertador compuesto de tropas Colombianas, no es otra su incumbencia que libertar el país y dejar al pueblo en la plenitud de su soberanía, dando este testimonio de justicia, de generosidad y de nuestros principios.

He venido en decretar y decreto:

1º Las provincias que se han conocido con el nombre del Alto Perú, quedarán dependientes de la primera autoridad del Ejército Libertador, mientras una asamblea de diputados de ellas mismas delibere de su suerte.

2º Esta Asamblea se compondrá de los diputados que se eligieren en juntas de parroquia y de Provincia.

3º El doce de marzo próximo se reunirán indispensablemente los ciudadanos de cada parroquia. en el lugar más público, presididos del Alcalde del pueblo y cura párroco y elegirán nominalmente cuatro electores, antecediendo a esta diligencia el nombramiento de dos Escrutadores y un Secretario.

4º Los votos se escribirán en un libro por el Secretario públicamente, y serán firmados por el votante; concluido el acto serán firmadas las relaciones por el Presidente, el Secretario y los Escrutadores.

5º Para ser Elector se requiere ser ciudadano en ejercicio, natural o vecino del partido con un año de residencia, y con reputación de honradez y buena conducta.

6º Concluidas las votaciones, que serán en un solo día, se remitirán las listas de cada parroquia a la cabecera del partido, dirigidas, cerradas y selladas, a la Municipalidad o al juez civil.

7º El veinte de marzo se reunirán en la cabeza del partido la Municipalidad, el juez, el cura y todo ciudadano que guste asistir al acto de abrir las listas de elecciones. Para ello se nombrarán por la Municipalidad, o en su defecto por el juez, dos Escrutadores y un Secretario.

8º Abiertas públicamente las listas de votaciones, y hecho el escrutinio de todas las elecciones de las parroquias, resultarán legítimamente nombrados por el Partido los cuatro Electores que tengan mayor número de votos; habiendo igualdad de sufragios decidirá la suerte. El jefe civil avisará a los que salgan elegidos y se les entregará como credenciales las listas originales de las votaciones de las parroquias.

9º Los cuatro electores de cada partido se reunirán el treinta y uno de marzo en la capital del departamento, para el nombramiento de diputados.

10º Sobre un cálculo aproximativo de la población habrá un diputado por cada veinte o veinticinco mil almas; así el departamento de La Paz nombrará a dos diputados por el partido o cantón de Yungas, dos por el de Caupolicán, dos por el de Pacajes, dos por el de Sicasica, dos por el de Omasuyos, dos por el de Larecaja y dos por el de La Paz. El Departamento de Cochabamba tendrá dos diputados por cada uno de los cantones de Cochabamba: Arque. Cliza. Sacaba, Quillacollo, Mizque y la Palca. El Departamento de Chuquisaca dará un diputado por cada uno de los cantones de Chuquisaca: Oruro, Carangas, Paria, Yamparáez, Laguna y Cinti. El Departamento de Potosí nombrará diputados por Potosí, tres por Chayanta, tres por Parco, tres por Chichas, uno por Atacama y otro por Lípez. El departamento de Santa Cruz tendrá un diputado por cada uno de los partidos de Santa Cruz, Mojas, Chiquitos, Cordillera y Valle Grande.

11º Para ser Diputado se necesita, ser mayor de 25 años; hijo del Departamento o vecino de él, con residencia de cuatro años, adicto a la causa de la Independencia, de concepto público y moralidad probada.

12º Verificada la reunión de los electores de los partidos el 31 de marzo, y presididos por el jefe civil, se procederá a nombrar un Presidente del seno de la Junta, dos escrutadores y un secretario, y practicado e retirará el jefe civil. En el acto mismo dará cada elector su voto por tantos Diputados cuantos corresponden al departamento, escribiéndose públicamente. En el mismo día se hará el escrutinio, y resultarán Diputados los que obtengan la pluralidad absoluta de votos; habiendo igualdad decidirá la suerte.

13º Ningún ciudadano puede excusarse de desempeñar el cargo de diputado.

14º La Junta evitará todo cohecho, soborno, o seducción y expulsará de su seno a los que por estas faltas se hiciesen indignos de la confianza del pueblo; todo ciudadano tiene derecho a decir de nulidad, por consiguiente puede usar de él, ante la Junta, debiendo decidirse el juicio antes de disolverse. Disuelta la Junta no ha lugar a instancia alguna.

15º Las credenciales de los diputados serán firmadas por todos los electores, y sus poderes no tendrán otra condición que conformarse al voto libre de los pueblos por medio de la representación general de los diputados.

16º Los partidos cuyas capitales de departamento no estén libres, harán la reunión de sus electores en la cabeza del cantón el mismo 31, de marzo, y nombrarán los diputados que correspondan al partido, bajo las mismas formalidades que en la Junta del departamento; pero si hubieres dos o más partidos libres, se reunirán los electores de ellos en el punto central que elija el presidente del Departamento” para hacer las elecciones. Los partidos que vayan libertándose nombrarán sus diputados’ en esa misma forma.

17º Los diputados estarán reunidos en Oruro él 5 de abril, “para que sean examinadas sus credenciales; y si se hallaren presentes las dos terceras partes, es decir, treinta y seis diputados, se celebrará la instalación de la Asamblea general del Alto Perú el 19 de abril.

18º Objeto de la Asamblea General será sancionar un régimen de gobierno provisorio, y decidir sobre la suerte y los destinos de estas provincias, como sea más conveniente a sus intereses y felicidad; y mientras una resolución final, legítima y uniforme, quedarán regidas conforme al artículo primero.

19º Toda intervención de la fuerza armada en las decisiones y resolución de esta Asamblea, hará nulos los actos en que se mezcle el poder militar; con esté fin se procurará que los cuerpos del ejército estén distantes de Oruro.

20º El ejército libertador respetará las deliberaciones de esta Asamblea, con tal que ellas conserven el orden y la unión, concentren el poder y eviten la anarquía.

21º Una copia de este Decreto se remitirá al gobierno del Perú, y a los gobiernos que existen en las provincias del Río de la Plata; protestándoles, que no teniendo el ejército libertador miras ni aspiraciones sobre los pueblos del Alto Perú, el presente Decreto ha sido una medida ‘necesaria para salvar su difícil posición respecto de los mismos pueblos.

Dado en el cuartel general de La Paz, a 9 de febrero de 1825.


Firmado: Antonio José de Sucre.

Por ausencia del Secretario, José María Rey de Castro, Oficial Primero”.

EL REY PELÉ EN COCHABAMBA

 

El Rey Pelé junto a la selección de Cochabamba en 1971 (Créditos: Los Tiempos)

Por: Gabriel Caero Rodríguez / publicado en Los Tiempos el 23 de octubre de 2020. / disponible en: https://www.lostiempos.com/deportes/futbol/20201023/historica-visita-pele-cochabamba-furor-casi-medio-siglo

"O Rei" Pelé, que hoy celebra 80 años de vida, estuvo hace casi medio siglo en Cochabamba, en medio de un inusitado furor y expectativa en la afición valluna por ver al tricampeón mundial con la Canarinha y emblemática figura de Santos, elenco con el que protagonizó el 13 de enero de 1971 un amistoso ante la selección cochabambina.

Y es que no era para menos: meses antes, Pelé se consagró como el mejor futbolista de la historia al levantar la Copa del Mundo por tercera vez con Brasil, en ocasión del Mundial México 1970.

En esa época, el diario Los Tiempos, como no podía ser de otra manera y fiel su gran labor periodística, reflejó toda la llegada y estadía de Edson Arantes Do Nascimento "Pelé" en Cochabamba, dejando un gran testimonio que hasta hoy, a pocos meses de recordarse 50 años de esta gran visita que marcó a la afición valluna.

El Círculo de Periodistas Deportivos de Cochabamba (CPDC), a la cabeza de su entonces presidente Henry Mendoza, fue fundamental para asegurar la visita de Pelé a Cochabamba. El periodista de Los Tiempos, José Gandarillas, fue el responsable de hacer el seguimiento de esta histórica visita de "O Rei" al valle y mantuvo informada a la población mediante sus notas en el impreso ícono de los cochabambinos.

Su arribo a Cochabamba se dio el martes 12 de enero de 1971 y se hospedó junto a la delegación del club Santos en el antiguo hotel Majestic. La población se volcó, según la edición de Los Tiempos del miércoles 13 de enero, hasta la antigua terminal del aeropuerto Jorge Wilstermann. El acontecimiento no tuvo un precedente similar en el ámbito deportivo hasta décadas después con la visita de Diego Armando Maradona, Cafú, Luis Fernando Hierro, Martín Palermo, Pablo Aimar y otras figuras de índole mundial en las décadas de 2000 y 2010.

El partido que se jugó el miércoles 13 de enero se jugó ante un marco humano impresionante: literalmente, no cabía un solo alfiler en el recinto deportivo. Santos, con Pelé como indiscutible figura, se impuso 2-3 a la selección de Cochabamba, aquella que contaba con muchas figuras del balompié local.

Pelé y Santos realizaron más giras por Bolivia, visitante La Paz y Santa Cruz, pero a Cochabamba llegó por primera y única vez el 13 de enero de 1971.

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UN MINUTO DE HISTORIA: EL DÍA QUE PELÉ VISITÓ COCHABAMBA EN 1971

Por: Gabriel Caero Rodríguez / publicado en Los Tiempos el 20 de abril de 2020. / disponible en: https://www.lostiempos.com/deportes/futbol/20200420/minuto-historia-dia-que-pele-visito-cochabamba-1971

Han pasado 49 años, tres meses y siete días desde aquel recordado 13 de enero de 1971, año en el Edson Arantes Do Nascimento, más conocido como Pelé, visitó por única vez Cochabamba para jugar un partido con su divisa histórica: el club Santos de Brasil.

La expectativa fue total: no era para menos, Pelé llegaba como tricampeón mundial con Brasil (la última conquista fue en México 70), mientras que el Santos  concretó una gira por varios países de Sudamérica, entre ellos algunas ciudades de Bolivia, donde Cochabamba fue una de las privilegiadas.

Fiel a su estilo informativo, Los Tiempos estuvo presente en toda la llegada de “O Rei” e informó fidedignamente a la población valluna y nacional sobre este acontecimiento, casi imposible de repetir en la actualidad.

A Cochabamba llegaron muchos personajes de gran relevancia mundial: el Papa Juan Pablo II (1988), Diego Armando Maradona (2004 para inaugurar obras en el complejo de Aurora) y, desde luego, Pelé, entre otras personalidades.

 

GESTIONES FRUCTÍFERAS

Fue el Círculo de Periodistas Deportivos de Cochabamba (CPDC), a la cabeza ese entonces de Henry  Mendoza, que logró asegurar la llegada de Pelé y el Peixe para jugar un amistoso ante la selección de Cochabamba.

La expectativa fue tal que, según el diario Los Tiempos de esa época,  el prefecto Gustavo Sánchez Salazar dictó “horario continuo” el martes 12 de enero, considerando la expectativa y que una gran mayoría de personas se volcó hasta el antiguo aeropuerto Jorge Wilstermann para recibir al astro brasileño.

La delegación llegó al valle y se hospedó en el hotel Majestic, donde Pelé y el Santos descansaron a la espera del partido del miércoles 13 en el icónico estadio Félix Capriles.

Lo mejor del fútbol cochabambino, según recordó el periodista José Gandarillas, pasó a conformar ese selección que dio dura batalla al Peixe y perdió 2-3.

“Pelé se mostró bastante sencillo”, recordó Gandarillas, quien tuvo tiempo de compartir con la gran figura del fútbol mundial, quizás el jugador más importante de la historia del balompié, aquel que hace casi 50 años visitó Cochabamba.

 

¿QUIÉN FUE EDSON ARANTES "PELÉ"?

Edson Arantes Do Nascimento, más conocido como Pelé, es quizás el jugador más grande la historia del mundo

Nacido en Três Corações, Minas Gerais, Brasil, un 23 de octubre de 1940 (79 años) fue una de las máximas leyendas del fútbol brasileño y mundial, siendo hasta hoy referencia de los libros especializados en fútbol

Muchos no lo vieron jugar en vivo, pero sus hazañas y, según registros diversos de la época, sus más de 1.000 goles quedan marcados para siempre en imágene

“O Rei” jugó en el Santos FC (1957-1974) y en el New York Cosmos (1975-1977), las únicas dos camisetas que vistió al margen de la Canarinha (1957-1971). Logró 25 coronas con el Peixe y una con el elenco norteamericano

Por su parte, con Brasil fue el mayor artífice de su historia. Tras el fracaso en el Mundial que organizó en 1950, el Scratch logró tres coronas que, al margen de las dos siguientes (1994 y 2002), la vuelven la selección más ganadora de la historia de FIFA (1958, 1962 y 1970). 

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