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EL AMOR EN LOS TIEMPOS DE LA INDEPENDENCIA

 

El vencedor de Ayacucho, Antonio José de Sucre. 

Por: José Antonio Loayza Portocarrero / Este artículo fue publicado el 2 de enero de 2023. Disponible en: https://www.facebook.com/photo/?fbid=10221304972030391&set=a.1482413296884


El vencedor de Ayacucho, Antonio José de Sucre, nació en Cumana Venezuela el 3 de febrero de 1795, un mes después, el 3 de marzo, nació el doctor Casimiro Olañeta y Güemes en Chuquisaca, Virreinato del Río de la Plata. Ninguno sabía que por la casual proximidad de sus edades tendrían un destino parejo, ambos fundarían una patria y ambos tendrían el amor de una mujer que les daría un hijo a cada uno como premio por su favor a la patria. Todo empezó a principios de febrero de 1825, cuando Olañeta fue a Puno en busca de Sucre, y lo buscó entre los fornidos y macizos y le dijeron que era el que salía de una tienda de campaña a medio vestir, con el pelo ensortijado de carnero, la nariz aguileña punteada de viruela, las cejas encorvadas de santo pintado, la barba negra a falta de afeite, las rodilleras en punta y las botas aplaudiendo. Después de un abrazo franco, se sentaron frente a un mesón improvisado y sinceraron sus proezas y penas, Sucre le reveló que no sabía cómo manejar el asunto de la convocatoria a la Asamblea Constituyente para que las provincias manifiesten su opinión respecto a su destino. Más tarde enviaría una carta feliz a Bolívar: «Este doctor Olañeta que es tan patriota y que parece tiene talento, lo nombraré Auditor General del Ejército que es el más grande rango que hay que darle aquí.» Entretanto Olañeta garabateaba en la convocatoria lo que creía provechoso cambiar, luego fijaron ambos la fecha de la anunciada Asamblea.

De Puno pasaron a La Paz a Oruro y a Charcas por el pedregoso camino de Challapata y Condo, Sucre le preguntó a Olañeta si elegiría a Lima o Buenos Aires para lograr armónicamente la concordia, la unión y la estabilidad de la región; Olañeta lo miró y bajó de su caballo, levantó un poco de barro y dijo: Preguntémosle a este pedazo de agua y tierra adonde quiere ir. Sucre enmudeció. Olañeta tomó el barro y lo lanzó al aire y este cayó a sus pies, y dijo: ¿Vio?, la tierra no quiere ir ni a Lima ni a Buenos Aires, si el Alto Perú logra su independencia sin ninguna intromisión, no habrá en la tierra nación alguna que disfrute del derecho a la libertad. Sucre entendió el aviso y se acalambró, pero ya no podía retroceder, la convocatoria ya estaba lanzada.

¡El domingo 10 de julio fue asombroso! Uno tras otro llegaron los delegados de las provincias para participar en la Asamblea y deliberar después de tres siglos de desangres e insurgencias sobre el Alto Perú. Sucre dejó la ciudad una semana antes para no obstruir el evento y partió a La Paz para recibir a Bolívar. Se inició la Asamblea Deliberante, 39 delegados de los 48 convocados, iniciaron las 31 sesiones históricas y las 5 secretas que se daría del 10 de julio al 26 de octubre de 1825.

En la sesión del 6 de agosto, se presentaron 47 diputados: ¡Ese día el pueblo esperaba que naciera el país! Explicadas la forma del voto, el Secretario Moscoso desde la Tribuna hizo tres preguntas: ¿Nos unimos al Bajo Perú?, y el grito fue: ¡No, independencia!... ¿Nos unimos a la Argentina?, y nuevamente el grito fue: ¡No, independencia!... A la tercera pregunta: ¿Elegimos un Estado soberano e independiente de todas las naciones?... Y todos callaron, cimbraron los techos, las gradas y el suelo con tramos de piedra ante el anuncio justo y el grito unánime: ¡Independencia…Independencia!... Y así nació la República de Bolivia.

En 1817, con o sin amor, Olañeta se casó con su prima María Santisteban, y parece no haberles ido bien, porque siete años después, nada en el mundo le importaba más que el amor de su tarijeña Manuela de la Concepción Rojas, hija de José Rafael Rojas y María de los Dolores Iñiguez, ella tenía 15 años y él 29, quienes después de los arrebatos nocturnos y de las mañanas felices, empezaban a empezar lo que acababan de acabar. Después de tanto amor, Olañeta le juró a Manuela hacerla su esposa, eso y más le dijo durante su romance que empezó en 1824.

Incomprensiblemente, en abril 1827, la fiel Manuela (mientras Olañeta estaba en Potosí haciendo más patria), fue asediada por Sucre, y de ese desliz nació Pedro César, a quien lo bautizaron en el templo Santo Domingo: “En el año del Señor de mil ochocientos veinte y ocho, el 10 de junio: Yo el Teniente del Señor Cura Rector propio de este Sagrario de Guadalupe bauticé, puse óleo y crisma a Pedro César, del día, hijo natural del Sr. General Gran Mariscal de Ayacucho, Excelentísimo Sr. Antonio José de Sucre y de la Sra. Dña. Manuela Rojas, natural de Tarija; fue padrino el Coronel retirado Dn. Ramón Molina, su edecán, natural de Colombia”.

Desde entonces la fructífera amistad se enemistó. Los cofundadores confundidos confabularon tanto qué, un año después, a las 6 de la mañana del 18 de abril de 1828, se produjo un motín en el cuartel de San Francisco. Sucre se enteró del hecho por el médico Luna, y ordenó al coronel Andrade que vaya al cuartel para informarse, avisado de lo que sucedía, Sucre salió y flanqueó el cañón puesto en la puerta del cuartel, entró espada en mano y reprendió a los alzados, pero en ese momento una orden de voz hizo que se dispare un rapapolvo de balas que le destrozó el brazo derecho, y así herido se asió a la crin de su caballo y galopó hasta el Palacio, ya sin fuerzas se quejó: «Me sucedió, lo que no sucedió en toda la guerra de la independencia.» El doctor vio que tenía una llaga en la frente, no era nada, pero su astillado brazo derecho ya no tenía remedio.

Este incidente hizo que Sucre tomara la decisión de renunciar al cargo de Presidente de Bolivia. El 2 de agosto envió al congreso, tres documentos para que sean leídas en la apertura. Antes de partir, rezó en la iglesia, vestía de uniforme con las medallas de sus tiempos de gloria y ganadas en los años de las trifulcas. Dejó la ciudad en medio de burlas: ¡Que se vaya el mulato! Manuela lo llevó a su hijo para despedirlo y Sucre le dio un basó en la frente. El Congreso con toda prontitud, acordó que el mando de la nación sea ocupada por el Gral. José Miguel de Velasco.

Un año después, Manuela volvió con Olañeta y de ese retorno tuvieron un retoño, Telésforo Jano Olañeta y Rojas. Nació el 4 de enero de 1831. Fue bautizado en la parroquia de San Miguel: «En el año del señor de mil ochocientos treinta y uno, el día cinco de enero, el Teniente de Cura Don Bartolomé Alarcón, puso Óleo y Crisma a Telésforo Jano, de un día, hijo natural de Casimiro Tañelao y Manuela Rojas». Telésforo se convirtió en el tiempo en minero y comerciante, se casó con doña Mercedes del Tránsito Zavalia y se fue a vivir a Tupiza. Su hermano Paulo Cesar, se casó con Carmen Matienzo y Carvajal.

Dos amigos se hicieron enemigos después de fundar una patria con pensamiento político, con distribución de funciones del Estado y la separación de poderes. Ambos pudieron contra todo, menos contra una mujer, un sola, que en los años le dio al país una larga genealogía de patriotas, presidentes y sujetos históricos, como Gregorio Pacheco, Mariano Melgarejo, Paz Estenssoro, Paz Zamora, y otros, cuyo destinos de amor, odio y traición parece que heredamos; por tanto, el veredicto es tácito, o seguimos haciendo política apestada sin raíces ni esencias ni pensamiento humano, o salimos de esta herencia anacrónica trazando el comienzo destinal del país, como seres producentes de razón y realidad, para relevar y superar este destino sin justicia ni libertad.

Les deseo un venturoso 2023.

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