PERCIVAL HARRISON FAWCETT Y JOSÉ MANUEL PANDO EN RIBERALTA (Parte VII)


Parte I: 1906 EL EXPLORADOR INGLÉS FAWCETT INICIA SU VIAJE DE LA PAZ HACIA EL BENI

…En la boca del río Madidi, a orillas de las llanuras de Mojos, estaba la misión de Cavinas, donde los restos de una tribu india —otrora parte de una grande y poderosa nación conocida como los toromonas— tenía un caserío de unas pocas cabañas muy bien conservadas. Los indios siempre se preocupaban de mantener sus plantaciones libres de malezas, mientras que las de los blancos estaban llenas de ellas. Cavinas constituía un agradable contraste con los campos mal tenidos e improductivos de las colonias blancas.

De aquí para adelante encontramos barracas de caucho a ambas orillas del río, pero sólo en una de ellas se nos dio la bienvenida. Los propietarios, borrachos y de aspecto degenerado, deben haber tenido mala conciencia. El único que nos recibió en forma hospitalaria estaba en Concepción. El propietario era bien educado y había viajado mucho; su mujer y niños eran encantadores y sus negocios, fructíferos. Era optimista respecto al futuro del caucho en el Beni, pero yo no podía estar de acuerdo con él. Me parecía que la decadencia y abandono consiguiente eran inevitables, a menos que toda la región pudiese ser desarrollada por una inmigración bien organizada.

Después de un trayecto de veinte días desde Rurrenabaque, llegamos, el 28 de agosto, a Riberalta. Aquí me encontré con el general Pando, ex presidente de la República y delegado de la provincia del Beni, un hombre de aspecto notable y marcada habilidad. Había realizado extensas exploraciones en Bolivia y probablemente sabía más del país que cualquiera de sus compatriotas. Lo que me alentó tanto fue el hecho de que era el primer funcionario que yo traté que sabía realmente el trabajo que se requería de la comisión.

No estaban esperándome aquí los instrumentos; los encontraría en Bahía o, como fue llamada más tarde, Cobija. Sabía ya lo bastante en aquella época, para creer en ellos solamente cuando los viera.

—Se le proporcionará un bote que lo llevará al río Orton —me dijo—. Después, desde Porvenir, seguirá por vía terrestre al río Acre.

—¿Cuánto tiempo cree que me detendrá el trabajo en el Acre? —pregunté.

—Me temo que no lo va a encontrar fácil, mayor. Yo diría que lo va a retener dos años completos.

Por cierto que yo no tenía intenciones de pasar dos años en el Acre, ni permitiría que me creciera el pasto bajo los pies, en lo que concernía a mi trabajo; pero no se lo manifesté.

En la parte en que el Beni se une al Madre de Dios hay un ancho de 500 yardas de una orilla a la otra. Riberalta, que estaba en la confluenciá, casi era una ciudad, pues las chozas de hojas de palmera estaban ordenadas en manzanas, unos pocos techos estaban cubiertos de una calamina(1) enmohecida y aun había un edificio de adobe(2), oficina de Suárez Hnos., la principal firma de caucho. Aunque el edificio Suárez era sencillo, de un piso, y no se componía más que de un cuerpo rodeando un patio central, su costo, se decía, sobrepasaba de 12.000 libras. Cualquier cosa valía aquí diez veces más que en el mundo exterior. A pesar de los precios exorbitantes, había abundancia de alimentos y en alguna forma inexplicable todos se las ingeniaban para vivir a crédito. El pan se vendía a cuatro peniques la onza. Pero la carne de vacuno, la dieta corriente, abundaba y el ganado semisalvaje de las llanuras de Mojos se podía comprar por menos de cuatro chelines cada uno, con el único inconveniente que el comprador tenía que capturar su adquisición después de la transacción. Si se atrevía.

Ubicada casi en el corazón del continente, Riberalta está sólo a 500 pies sobre el nivel del mar. Está construida en el sitio de una antigua aldea india y su suelo está a sólo seis pies sobre el mayor nivel de agua del verano. Aquí el calor puede ser casi intolerable; sin embargo, hay frecuentes surazos, cuando la temperatura desciende repentinamente desde 110 grados F., a la sombra, hasta 40° F., y a veces aún hasta el punto de congelación. En estas ocasiones la gente se retira a sus chozas abiertas y se entierra bajo todas las mantas que posea, hasta que pase el surazo.

Al llegar a la ciudad, había tenido lugar un motín en Madre de Dios, en la boca del Heath, donde los soldados de un pequeño destacamento habían asesinado a sus oficiales y huido al Perú. Un soldado —un indio— regresó a Riberalta y declaró que había rehusado participar en el asunto. Fué enjuiciado por la corte marcial, declarado culpable y sentenciado a 2.000 latigazos con el gato.

El gato que se empleaba en el Beni consistía en un garrote corto con cuatro látigos de cuero crudo con buenos nudos. Se suponía que la sentencia terminaría con el indio y se obtendría así un resultado que, por falta de autoridad, no podía lograrse directamente. Los residentes extranjeros protestaron, pero sin éxito. El hombre recibió sus azotes, y el médico que los presenció me dió detalles completos después.

La víctima fue extendida de plano sobre el suelo y un soldado a cada lado le propinaba un azote por segundo, durante un minuto; después se pasaba el gato a otro soldado, que formaba parte de una hilera de hombres que esperaban su turno y que se sucedían uno tras otro, sin ninguna interrupción.

Cualquiera de los azotadores, que no le diera fuerte, recibía a su vez cincuenta azotes. La víctima se desmayó siete veces sin que por eso se interrumpiera el castigo, y, cuando estuvo completo, lo dejaron botado como estaba. Más tarde fué curado con sal. Su carne había sido desgarrada literalmente de los huesos, dejando éstos en parte descubiertos; ¡sin embargo, sobrevivió!

Por aquella época había tres ingleses en Riberalta. Uno de ellos era el mejor de los hombres, intachado por los vicios de una comunidad en que había pasado un cuarto de siglo. El segundo murió poco después que llegamos allí y sólo se destacaba por su manía de litigar. El tercero era uno de los hombres más viciosos y degenerados con que me he encontrado. Tenía un puesto lucrativo en una de las firmas gomeras, pero lo perdió, me parece, y se pegó un tiro pocos años después, en Londres.

La bebida reinaba aquí, como en casi todos estos lugares. Había una serie de excusas para ello. Rodeados de brutalidad y pasiones bestiales, viviendo en una escualidez increíble; aislados por las grandes distancias, la falta de comunicaciones y una jungla impenetrable, no es de admirarse que la gente buscara una escapatoria por el único medio que conocía: por medio de la botella.

A menudo vi al general Pando, y no perdía una oportunidad de urgirle los arreglos para nuestra partida. Quería ponerme a trabajar cuanto antes.

—No creo que pueda usted partir para Bahía antes de unas tres o cuatro semanas —observaba él—, y cuando llegue allá, supongo que va a tener que esperar hasta que aumente de caudal el río. ¿Por qué no hace en este lapso un levanta miento preliminar de una vía férrea entre Porvenir y Bahía? Sería un gran servicio que haría al gobierno.

Discutiendo con él los detalles del trabajo de límites, decidí realizar primero la sección del Acre y después regresar a Riberalta para hacer el plano de la frontera. Después de eso haría la sección intermedia y regresaría otra vez para ejecutar el plano. En último término, se haría la parte de Abuna. Calculando un mes en planificar y en viajar de allá para acá, y seis meses ocupados en cada sección, se requerirían dos años y medio o casi la duración total del contrato.

Un funcionario de aduana atacado de beriberi llegó del Acre y le pregunté sobre lo que se nos esperaba al llegar al río.

—Lo he visto en un recorrido de más de cien millas desde un gran vapor —me dijo—. Todo ha sido explorado antes; en realidad, hay barracas de caucho a lo largo de todo el camino.

Referencias:

(1) Fierro acanalado. Es la calamidad de Sudamérica —considerado desde el punto de vista de lo pintoresco— y destruye el aspecto da lo que en otra forma podría ser atractivo. Las tejas, o teja española, son más durables y constituyen un embellecimiento, pero cuestan más y requieren mayor trabajo en su colocación, de modo que la calamina barata y horrible se ha ganado la preferencia.

(2) Adobe es una arcilla como barro, empleada para construir en toda la América Latina. Es el ladrillo del pobre y a menudo se fabrica al pie de la construcción.

Tomado de: EXPLORACIÓN FAWCETT, de Percyval Harrison Fawcett.

Foto: Plaza principal de Riberalta, 3 de Febrero. (Créditos: Revista Siringa Cultural)

 

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