Por: Edgar Ávila Echazú - Esta nota fue publicada en el
periódico El País el 24 de mayo de 2015.
Así se pone de manifiesto el porqué de la consideración que
tenían por Tarija no sólo los mineros potosinos, sino, sobre todo a partir de
1810, los ejércitos del Virreinato del Perú y las milicias de las Provincias
Unidas del Río de la Plata.
El comercio rioplatense con Potosí y Tarija
La influencia de la economía rioplatense en Tarija, y las
relaciones sociales y comerciales del Virreinato del Río de la Plata y Potosí,
vía Tarija, ya han sido sumariamente expuestas. Ahora conviene delimitar las
características que presentaron al filo de la insurgencia autonomista y en
pleno proceso emancipador. Y para ello continuaremos acudiendo a los escuetos
exámenes del Dr. Tibor Witmán.
Según el economista e historiador rumano, que en esto sigue
a Cañete y Domínguez, no hubo en realidad el tan mentado agotamiento de los
yacimientos potosinos; aunque sí se presentaron dificultades técnicas en la
extracción de minerales, debido a la falta de capitales de trabajo y a la
indolencia en el uso de las tecnologías más apropiadas. Witmán anota, por
ejemplo, que Humboldt ya había criticado el sistema de fundiciones, aconsejando
su inmediato reemplazo por las amalgamaciones, así como señaló los dispendios
de los azogueros que se oponían a un más radical incremento de la minería. A su
vez, Cañete y Domínguez indicó las soluciones para superar la monoproducción de
la plata, ya que existían, dice, ricos yacimientos de cobre y otros metales en
varias zonas potosinas y orureñas. A todo aquello se unía un certero apoyo
virreinal a la producción agrícola- ganadera de los valles potosinos; cosa esa
desdeñada por los mineros y azogueros, ya que les era más cómodo depender de
las provisiones de Cochabamba y, en menor medida, de Tarija.
Si se hubiese dado el agotamiento de las minas de Potosí en
la magnitud que indican algunos textos de historia, Buenos Aires no habría
podido desarrollar su comercio más o menos legal y de contrabando efectuado en
el Alto Perú: y menos, los dirigentes de la Revolución de Mayo de 1810, se
empeñarían en el envío de los ejércitos auxiliares con el principal objetivo
estratégico de controlar y apoderarse de las riquezas potosinas; las que
favorecieron el desarrollo de Tarija, tanto como lo hiciera el contrabando de
manufacturas inglesas que entraban a Buenos Aires, como las carnes y cueros que
desde ese puerto llegaban a Potosí por Salta y Tarija. Parece que hasta 1810,
ese comercio y el contrabando fueron muy activos; sin contar que, a raíz de las
tantas veces mencionadas medidas liberadoras dictadas por Carlos III, Potosí
importaba azogue desde Buenos Aires, de 1778 a 1791, según Witmán. No sería
aventurado decir que Buenos Aires alcanzó gran parte de su poderío económico
con el comercio y el contrabando a Potosí; lo cual explica las primeras
intervenciones militares en el Alto Perú. Y al hecho de haber impuesto la
Corona española en el Virreinato del Río de la Plata (y en todos los de
América) mayores gabelas, gravámenes y tributos, cada vez más onerosos para los
mineros a partir de 1791, y en los años sucesivos hasta 1805, da mayores
razones para tal aserto; y, desde luego, muestra la certeza de fluidas
relaciones económicas entre Buenos Aires y Potosí.
Tarija, al amparo de esa situación bonancible, logró también
considerables beneficios. ¿Fue la Villa y sus regiones vecinas las únicas
productoras y exportadoras de ganadería y agricultura a Potosí? Ciertamente no.
Una parte, y grande, de esas exportaciones provenía del Chaco Boreal.
Sorprende, pues, que ningún texto de historia, ya fuese escrito en Tarija o en
La Paz, mencione esto tan sustancial para definir las relaciones de la Villa,
primero, y de la capital del Partido y a poco de la Provincia republicana, con
sus antiguas jurisdicciones virreinales. Tarija y, a lo mucho, las actuales
provincias de Méndez, Avilés y O’Connor por sí solas no fueron las que lograron
un desarrollo material en los años finales del siglo XVIII, y menos el de las
épocas posteriores. Sin el trabajo de los chaqueños, esto es, sin la producción
exportable del Chaco, no se habría dado ese progreso. Razón tienen, pues, los
chaqueños para quejarse de un inobjetable menosprecio por parte de algunos
tarijeños; el cual dio origen a su también evidente aislamiento.
A partir de la década de 1780-90, el Partido de Tarija, le
provee a Potosí frutas y productos agrícolas, maíz y otros granos; lanas
(ponchos, bayetas) y vinos; y desde el Chaco: tabaco, pescados, grasas, cueros
y algunas maderas, a más de mulas y caballos. Aunque de Jujuy también llegaban
a las minas potosinas, mulas, caballos, granos y textiles que competían con los
nuestros. De ahí que muchos comerciantes criollos, doctores y militares
tarijeños, salteños y jujeños se hicieron prósperos muleros; incluso mantenían
esa actividad en los años de las luchas emancipatorias, claro está que de
contrabatido. A su vez, los ejércitos virreinales, en sus incursiones a estas
regiones, tenían como uno de sus objetivos primordiales apoderarse de esas
mulas y de los granos imprescindibles para mantener sus tropas.
Así se pone de manifiesto el porqué de la consideración que
tenían por Tarija no sólo los mineros potosinos, sino, sobre todo a partir de
1810, los ejércitos del Virreinato del Perú y las milicias de las Provincias
Unidas del Río de la Plata. De otra forma no sería dable afirmar que una Villa
tan pequeña jugara un rol tan importante en el proceso emancipatorio; ya que,
mientras duró éste, fue un baluarte al que cuidaron con esmero y sacrificio de
sus vidas los oficiales y soldados de ese ejército virreinal y asimismo los
jefes de las partidas y divisiones patriotas; casi, casi como a una niña bonita
donde, aparte de las vituallas y de sostenerla como a un lugar estratégico
imprescindible para sus avances y retrocesos, encontraban un grato sosiego y la
jamás desmentida y dulce hospitalidad de sus habitantes.
Aquí, una vez más, debemos referimos a la no existencia de
protesta alguna, ni siquiera de una representación, de los tarijeños cuando
conocieron las disposiciones de la Cédula Real de 17 de febrero de 1807: que el
Partido de la Intendencia Gobernación de Potosí pasase al entonces recién
creado Obispado y, al mismo tiempo, a la jurisdicción de la Gobernación
Intendencia de Salta. Lamento que nuestros memorialistas, entre ellos Don
Bernardo Trigo Pacheco y Don Jorge Araóz Campero, al parecer o bien no
conocieron el texto íntegro de la mencionada Cédula, o con no muy honestas
intenciones -la de revalorizar o exaltar los antecedentes del proceso
emancipatorio quizá-, ocultaron a sus lectores que el Rey Carlos IV, en la
Cédula en cuestión dispuso ambas cosas. Tarija estaría en la jurisdicción
eclesiástica del Obispado y también bajo la de la Gobernación Intendencia de
Salta. El texto correspondiente de tal mandato es el siguiente: “Se agregue
todo el Partido de Tarija de la Intendencia de Potosí, que pertenecía al
Arzobispado de Charcas, cuyo partido ha resuelto que se ponga bajo la
jurisdicción del nuevo Obispo de Salta y de la Intendencia, separándole de la
de Potosí y dicho Arzobispado, haciendo más útiles sus desvelos por su
inmediación al Chaco y sus reducciones”.
Con esta determinación Real se reconocían dos hechos
incontrastables: los trabajos de los misioneros de Tarija, Charcas y Salta en
el Chaco, y la unidad geográfica y semejanza de identidades sociales y
culturales de Tarija y Salta del Tucumán. O, como bien lo expresa Mariano de Echazú
Lézica: “Así, por voluntad Real debidamente asesorada y con un determinado fin
práctico, se incluyó en la jurisdicción político-eclesiástica de Salta, la
realidad geográfica, social, cultural y económica del importante distrito de
Tarija, unificándose administrativa y religiosamente una región que
representaba fuertes elementos de cohesión desde su más lejano origen
histórico, expresión perdurable de la ideología del Virrey del Perú don
Francisco de Toledo”. El mismo de Echazú Lezica indica la procedencia de esa
falta de veracidad histórica que repiten ciertos desprevenidos, dados a
investigadores de nuestra historia, es decir, las falsedades de la sola
incorporación de Tarija al Obispado de Salta y no así a la Intendencia
Gobernación; y que, por otra parte, la Cédula respectiva no se cumplió y,
menos, se “publicó” ( !), se deben a Dalence y a Salinas Vega, y fueron
repetidas por don Luis Paz. Pero don Luis Pizarro llegó más lejos: ¡Tarija no
sólo protestó y no cumplió la orden Real, sino que declaró “rotunda y
solemnemente” su libertad e independencia del dominio español y constituyó un
gobierno político en forma democrática! ¡Qué enfebrecida visión irreal! que ni
siquiera se tomó el trabajo de revisar los documentos del antiguo Cabildo. Así
pues, a quienes les interesa verificar todo lo relacionado documentalmente con
este asunto, les recomendamos leer el escrito de D. Mariano de Echazú Lezica:
“La Incorporación del Partido de Tarija a la Gobernación Intendencia de Salta
del Tucumán”.
Acotemos algo que explicaría también la importancia de la
Villa de Tarija precisamente en los albores del movimiento emancipador, y
durante ese largo proceso, que para Salta y Tarija duró de 1810 a 1823. El
investigador argentino nos informa: “Naturalmente la importancia de los asuntos
en materia de gobierno de guerra del Partido de Tarija, provenía de ser zona de
frontera y de poseer en su Villa cabecera la institución municipal de mayor
jerarquía que existió en América -el Cabildo-, circunstancia especial que
diferenció a Tarija de la mayoría de los demás partidos de las otras
gobernaciones o intendencia del Alto Perú, que no poseían Cabildo, y la acercó
también en este aspecto institucional a la realidad política que caracterizó al
grupo de los distritos que luego se transformaron en provincias argentinas”.
La bonanza comercial y el consecuente incremento de la
economía tarijeña se consolida en los primeros años del siglo XIX, y perdura
solamente hasta 1812. Desde ese año se desarrolla una guerra a muerte entre las
fuerzas del Alto Perú, dependientes ya del Virreinato del Perú, y los
contingentes “rebeldes” patriotas de Charcas en unión con los ejércitos de las
Provincias Unidas del Río de la Plata. Y esto se desprende de los documentos,
informes, caitas, relaciones militares y civiles de los dos bandos en pugna,
que dan cuenta de los fieros enfrentamientos sin más treguas que las necesarias
para recuperarse de las derrotas o para preparar nuevos encuentros y tácticas.
En los capítulos donde dimos cuenta de esa lucha, y algunos
de sus pormenores, dijimos que las facciones patriotas del Alto Perú fueron
prácticamente avasalladas y se retiraron a zonas en las que pudieran
sobrevivir, incluso con la vista gorda de los jefes realistas en 1816; mientras
que en todo el actual departamento de Tarija se continúa con la lucha, en igual
medida que en Salta y Jujuy: sin pedir cuartel alguno. Cabe preguntarse: ¿por
qué las mal llamadas guerrillas altoperuanas se autoexcluyen de las operaciones
defensivas y de los constantes acosos montoneros de Tarija y Salta a las tropas
virreinales?; salvo aquellas acciones de jefes patriotas norteños que actúan en
coordinación con las milicias de Güemes, así, por ejemplo Miguel Lanza y
Álvarez de Arenales, éste en más íntima y constante relación con los contingentes
rioplatenses. Simple y llanamente porque los jefes altoperuanos tenían muy en
cuenta que Tarija pertenecía a la ya virtual “Unión Independiente de las
Provincias del Río de la Plata” -las que, en 1816, declararon su carácter
jurídico de Nación Libre. Estado y situación que no hemos definido en
anteriores páginas, pero que sí fueron consideradas por el Libertador Bolívar
cuando no accedió a la anexión de Tarija a la República que llevaba su nombre,
y en contra de los inequívocos deseos de su lugarteniente el Mariscal Sucre.
Recordemos también que, a cambio, el Presidente Simón Bolívar devolvió con
todas las de la Ley Tarija a las Provincias Unidas, pidiendo a su gobierno el
reconocimiento de la jurisdicción boliviana en la Puna de Atacama y, sobre
todo, en su puerto de Cobija.
En 1814 se hace notorio un descalabro en el desarrollo
económico de Tarija. Hecho inevitable una vez que se perdió el mercado
potosino; y a pesar de los esfuerzos de los jefes realistas para conservar los
niveles de la autosuficiencia productiva de la región. Pero ni siquiera ellos
pudieron atajar algunos desmanes de sus tropas y, menos, desde luego, las
acciones irracionales de verdadera depredación de los campos por parte de las
montoneras. Y por eso es que concluimos con nuestra reiterada aseveración: si
de 1820 a 1825 en el Alto Perú la producción agrícola, ganadera, artesanal e
incluso minera, junto con las actividades comerciales interzonales y algunas
que se efectuaban con el sur del Perú, muestran una recuperación de estimables
niveles, aunque sin alcanzar los de fines del siglo XVIII. En cambio, el caso
nuestro es desolador por los destrozos de la guerra, la escasez de mano de obra
y la misma desidia de los viejos terratenientes que, en su mayoría, emigraron
al norte argentino, para regresar en los años de la imparable Anarquía, esto
es, a fines de 1821.
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- MUERTE DEL OFICIAL MÁS VALIENTE DE LA CAMPAÑA GUERRILLERA CONTRA EL CHE GUEVARA
- LA REVOLUCIÓN EN CHARCAS Y LA UNIVERSIDAD, MAYOR REAL Y PONTIFICIA DE SAN FRANCISCO XAVIER DE CHUQUISACA
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