De La Revista Difusión N: 1. de la División de Extensión
Universitaria / Por: Ricardo Ávila Castellanos, 22 abril, 2018 Cántaro – El País
de Tarija (http://elpais.bo) // Foto: Juan Misael Saracho / El País.
Han transcurrido muchos días desde aquel en que se
cumplieron cien años del nacimiento de uno de los más esclarecidos personajes
tarijeños y de los más eminentes ciudadanos de Bolivia: el doctor Juan Misael
Saracho. Ese centenario debió haberse celebrado en toda la República con todo
el realce con que los pueblos suelen patentizar su justo reconocimiento a los
hombres que laboraron arduamente por su engrandecimiento y su cultura. Entre
los pueblos bolivianos ninguno estaba más llamado a magnificar esa fecha,
desplegando el caudal de su emotividad, de su entusiasmo y ardor cívico, que
esta tierra que es la del nacimiento del prócer y la que nutrió los sueños de
su infancia y tempranamente acicaló su espíritu con las virtudes que habían de
caracterizarlo en toda la trayectoria de su vida. Y en Tarija, correspondía,
ante todo a la Universidad “Juan Misael Saracho” consagrar un homenaje
fervoroso y un recuerdo emocionado a aquel cuyo nombre tomo ella como egida y
como lábaro para desenvolver su acción educativa inspirándose en el ejemplo del
gran educador tarijeño.
Desafortunadamente, acontecimiento de tanta significación y trascendencia pasó
casi inadvertido para el público, embargado por las preocupaciones políticas y
económicas en que se debatía el país. La Universidad, entretanto, en pleno
período de vacaciones y cuando la dispersión de profesores y alumnos hacía casi
imposible la realización de actos académicos que revistieran la jerarquía
deseable, vióse obligada a dejar transcurrir en silencio esa fecha, postergando
su homenaje para la primera oportunidad que se le presentara, que es
precisamente esta solemne de la inauguración de su año lectivo. Ha querido,
pues, que en él se exteriorizara el sentimiento de veneración y gratitud que
catedráticos y alumnos, unánimemente, profesan a la egregia figura de Saracho,
iniciándose , con esta breve disertación que me ha sido encomendada, la serie
de actuaciones académicas destinadas a honrar su memoria. Procuraré esbozar,
siquiera, los rasgos más salientes de su personalidad y de su obra.
Nacido en esta ciudad, el 27 de enero de 1857, cursó en ella sus estudios de
primaria y de secundaria, destacándose entre sus condiscípulos por su claro
talento y constante aplicación, cualidades que le hicieron, más tarde, brillar
también en la Universidad. Es todo cuanto sabemos de esa primera etapa de su
vida, que transcurrió, seguramente, con el ritmo sosegado y monótono que
imprimía a Tarija su ambiente conventual, en la segunda mitad del siglo XIX
Vencidos los seis años de humanidades en el Colegio Nacional “San Luis”, su
anhelo de cultura y de adquirir una profesión, lo lleva a Sucre, donde ingresa
a la Universidad Mayor de “San Francisco Xavier”, que atrae, con su secular
prestigio, a todos los bachilleres tarijeños. En 1876 se recibe de abogado,
coronando así toda una serie de sacrificios que se impuso en aras de su
vocación, pues no poseyendo bienes de fortuna gran parte de su tiempo tuvo que
dedicarlo a la lucha por la vida, robando horas al sueño, a copiar en las
noches, los textos de estudio que le prestan sus compañeros, según solía él,
más tarde contar a sus amigos
De Sucre se traslada a Camargo donde se entrega al ejercicio de la profesión,
pero, sus inclinaciones a la docencia se imponen cada día con más fuerza a su
espíritu y no tarda en fundar un establecimiento de secundaria al que bautiza
con el nombre de “Liceo Porvenir”, exteriorizando así su invariable
convencimiento de que el porvenir de la patria debía cifrarse, por encima de
todo, en la educación. Se siente feliz pensando en el aporte que hará a la
cultura y al progreso del país con ese hogar espiritual donde las jóvenes
generaciones podrán adquirir los conocimientos humanísticos y prepararse para
la Universidad y para la vida; pero, muy pronto tiene que abandonarlo todo,
pues ha estallado la guerra del Pacífico y él se apresura a cumplir el deber
patrio con la plenitud de decisión y de fervor que suele poner en todo lo que
hace. Forma el escuadrón Camargo con los profesores y alumnos del curso, y como
segundo comandante de aquél concurre a la campaña. El desenlace de ésta,
desastroso para Bolivia, amargó su corazón, pero afirmó, sin duda, su
resolución de consagrarse a la enseñanza pensando en que ella trasformaría,
andando el tiempo, las condiciones adversas en que nuestro país tuvo que
afrontar al enemigo.
De regreso a Camargo, reanuda, en su Liceo, con renovado entusiasmo, sus
actividades docentes. Sin embargo, poco después, busca para ellas y para su
propio desenvolvimiento intelectual, más amplios horizontes, y se traslada a
Potosí. Allí, al lado de un selecto grupo de hombres de estudio, se ocupa
activamente de la educación primaria, en cuyo terreno recoge observaciones y
experiencias que le servirán más tarde para emprender, desde el Ministerio de
Instrucción, las grandes reformas que han de consagrarlo como a un verdadero
pionero de la educación boliviana. Funda el periódico “El Tiempo” que le brinda
la oportunidad de difundir sus ideales y que pronto descuella, entre los
órganos de la prensa nacional, como una tribuna de civismo, de honradez y de
cultura.
La conducta siempre rectilínea dé Saracho, la ponderación de su criterio, la
serenidad y firmeza de su carácter, en una palabra, los altos quilates de su
personalidad, acrecientan rápidamente su prestigio en un pueblo, que sin ser el
suyo, lo rodea de sus simpatías y le tributa el reconocimiento de sus méritos.
Elegido munícipe, Su labor edilicia fue tan eficiente que en varios períodos
fue, nuevamente, llevado a la comuna. Designado Director del Colegio “Pichincha”
acepta gustoso el cargo encontrando en él otra oportunidad preciosa para
ahondar su experiencia sobre educación secundaria. Designado Rector de la
Universidad, la organiza y logra hacer de ella una entidad señera del progreso
cultural y un verdadero foco de inquietudes espirituales. Posteriormente, el
pueblo potosino lo elige su representante a la Convención Nacional que se
reunió en Oruro en 1899, en la que Saracho se inicia con brillo en las lides
parlamentarias, revelándose, sobre todo, como un expositor talentoso y
convincente.
Elegido senador por Tarija, en 1904, a poco de incorporarse
a la Alta Cámara, deja su asiento del Senado para asumir las funciones de
Ministro de Instrucción Pública y Justicia, bajo la presidencia de Montes.
Luego, durante la administración de éste y de Villazón, desempeñará las
carteras de Gobierno y Fomento y de Relaciones Exteriores y Culto. Elegido
segundo vicepresidente en 1909, tócole asumir transitoriamente la Presidencia
provisoria de la Nación. En 1913, es elegido primer vicepresidente de la
República, en cuya virtud le correspondió ocupar la presidencia del Senado,
donde puso en evidencia su talento, su sagacidad y su tino extraordinario en la
conducción de los debates.
Proclamado candidato a la Presidencia de la República por el período de
1917-1921 cuando el reconocimiento unánime de sus virtudes, su prestigio de
estadista y la popularidad que rodeaba su nombre en todos los distritos, hacían
augurarle un triunfo rotundo en las urnas, la muerte vino a tronchar las esperanzas
nacionales, sorprendiéndolo en la ciudad de Tupiza el 14 de octubre de 1915,
mientras viajaba a Buenos Aires. Esta cruel jugada del destino privó a Tarija
de uno de sus hijos más conspicuos y a Bolivia de un mandatario que habría
sido, seguramente, uno de los más eminentes de su historia.
Es principalmente en la cartera de Instrucción Pública donde la figura de
Saracho cobró mayor relieve, pues pocas veces la ocupó, en nuestro país, una
mentalidad tan robusta, animada de un fervor patriótico tan sincero y de un
anhelo tan hondo de resolver el problema educativo. Nadie, tal vez, antes de él
había meditado tanto sobre ese problema hasta hacerlo su preocupación
constante, una especie de obsesión fecunda a la que nada podía sustraerlo y que
parecería constituir la razón misma de su existencia.
Ágil en el pensar, pero cauteloso y metódico en la acción, jamás se precipita
en la realización de sus proyectos, sino que, paso a paso, va ejecutando lo que
en largas vigilias ha planeado minuciosamente. Dotado de una disciplina mental
poco común y entregado al estudio y a la lectura con avidez incesante, bebió en
todas las fuentes los conocimientos que habría de utilizar para cumplir la gran
misión que se había impuesto; pero también hizo acopio de la experiencia
necesaria, que lo preservaría de las divagaciones teóricas, de los utopistas
estériles, de los impulsos inocuos, que se malogran y se desvanecen en la
realidad.
Contrasta el ritmo pausado que caracteriza a la reforma emprendida por él con
la impaciente ligereza con que, en diversas épocas, se realizaron otras
reformas educativas, de tan escasa vitalidad y consistencia, que pasaron
fugazmente sin dejar huella alguna duradera. Empieza Saracho por reunir todos
los datos a su alcance: analiza, compara, discrimina, para tener una visión
clara de las fallas y deficiencias que, por entonces, aquejan al
desenvolvimiento de la educación boliviana. Luego, convencido de que,
principalmente faltan en Bolivia verdaderos pedagogos, piensa que sólo podría
conseguirlos enviando a Europa grupos selectos de jóvenes que se empapen de la
ciencia pedagógica y regresen luego a servir en el magisterio nacional; destaca
al viejo Continente una comisión, encabezada por Daniel Bustamante, encargada
de estudiar los sistemas de enseñanza allí usados y cuyo informe serviría para
la reforma que se propone; contrata pedagogos extranjeros para las escuelas y
colegios del país; todo lo cual no le impide fundar, al mismo tiempo, nuevas
escuelas importar material didáctico, fomentar la enseñanza rural y proyectar
la primera Ley de Educación Indigenal.
Finalmente, se dicta el Plan General de Educación que es aprobado por la
legislatura de 1908. Culmina así una larga serie de esfuerzos tesoneros para
cimentar sobre nuevas bases la educación boliviana; pero la fecundidad de su
propósito aún da margen para ir más allá de la obra realizada, y uno de sus
mejores discípulos y colaboradores, precisamente Sánchez Bustamante que le
sucede en el Ministerio, se encarga de completar esa obra fundando la Escuela
Normal de Sucre, de la que se hace cargo la misión belga encabezada por Georges
Rouma.
En torno a la obra de Saracho se han suscitado ardientes debates y apasionadas
polémicas. Sus impugnadores le han reprochado lo que ellos llamaron su
“extranjerismo” o sea el afán de buscar en otros países que no guardan
similitud alguna con el nuestro, sistemas ajenos a la idiosincrasia del pueblo,
a las necesidades del ambiente, en una palabra, a la realidad boliviana.
Naturalmente, la obra de Saracho no podía ser perfecta, siendo humana, pero es
necesario situarse en la época en que a él le toca actuar y comparar esa
actuación con la de muchos otros de sus contemporáneos y predecesores para
aquilatar en su justo valor el avance enorme que significaron sus realizaciones
en materia de educación. Claro está que luego vendrá el filósofo de la
educación boliviana, el gran Tamayo, que señalará rumbos quizá definitivos a la
teoría educativa, pero nada podrá menoscabar la importancia de lo que nos legó
el gran realizador que fue Saracho; prueba de ello es que, pese a la
versatilidad de nuestro país en el aspecto educativo, muchas de las reformas
introducidas por él se mantienen vigentes en la actualidad. Su obra ha
resistido al tiempo y a las pasiones políticas. El hecho de que el mismo Tamayo
se haya educado en Europa y haya bebido gran parte de su saber en la Sorbona,
antes de darnos, a su regreso a Bolivia, su magnífica “Creación de la Pedagogía
Nacional”, parecería, hasta cierto punto, justificar la tesis de Saracho relativa
al envío de jóvenes intelectuales a Europa. Por otra parte, la tendencia que
irrumpe con Tamayo de crear una pedagogía nacional, de acuerdo con nuestras
características raciales, con nuestros gustos y costumbres, puede considerarse
como una consecuencia dialéctica de aquella tesis sustentada por Saracho. Sin
ésta, no habríamos, tal vez, tenido aquélla.
De todo lo dicho podemos desprender que la figura del gran tarijeño está
destinada a perpetuarse en nuestra historia como una de las preclaras de la
República; y los fundadores de esta Universidad tuvimos una feliz inspiración
al bautizarla con su nombre para cobijarla, como dije en otra oportunidad,
“bajo la sombra tutelar del que fue un maestro en la plenitud de “la palabra,
un patriota en la acepción más pura del vocablo, un estadista dotado de una
clara visión de la realidad, un político honrado, austero, de corte estoniano ,
cuya integridad moral jamás se mancilló en las deformaciones de la democracia
criolla, un espíritu sereno, ponderoso, vigoroso, ajeno al verbalismo y a los
afanes retóricos, pero empeñoso en la acción y constante en la persecución de
sus ideales sobre todo un gran Ministro de Instrucción que, al afrontar los
sistemas de enseñanza abrió nuevos derroteros a la educación boliviana convencido
de que sólo preparando a las nuevas generaciones para las responsabilidades del
ciudadano, es posible afianzar las conquistas democráticas de los pueblos, y
acelerar su desenvolvimiento espiritual y material, cimentando sobre bases
firmes el orden, la libertad y la justicia. Por todo eso y porque fue tarijeño
de nacimiento y de corazón, en quien se conjugaron las mejores virtudes de la
raza
Tarija se enorgullece de haber mecido su cuna y nosotros los de la Universidad
“Juan Misael Saracho” buscamos en su recuerdo el ejemplo y la guía que iluminen
nuestros pasos en la noble labor en que estamos empeñados”.
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