(Por Diego Martínez Estévez)
El autor de este libro – publicado a su muerte por sus hijos
en abril de 2919 - era el ex combatiente Jorge Salazar Mostajo.
En su “Nota preliminar”, nos aclara:
“Las anécdotas ahora relatadas fueron parte de la vida de
humildes y anónimos combatientes de un solo Regimiento Ingavi 4 de Caballería.
Pequeñeces, falsedades, dirán los escépticos; pero, piénsese que el conjunto
sumado en los frentes de operaciones y en todo lo largo de la campaña es el
retrato de toda esa carne cañón – estoica y discreta – que forma la verdadera
generación del Chaco…” …
La descripción de los hechos que se leerá más abajo
ocurrieron en la orilla derecha del Río Parapeti a partir de la tercera semana
de diciembre de 1934, cuando el Destacamento Garay, conformado por tres
Divisiones, después de la Batalla de Picuiba (7 de diciembre de 1934),
prosiguió su avance por la ruta: El Cruce – 27 de Noviembre – Huirapitindi –
Ibarenda – Santa Fe, con el propósito de consolidar esta conquista con la
captura de Charagua que la ocupó recién y por pocas horas, el 17 de abril de
1935.
Fue a partir del fortín “27 de Noviembre” en que las fuerzas
invasoras de Garay comenzaron a ser retardadas en la dirección general mencionada
más arriba. La primera fuerza retardante en este fortín fue efectuada por el
solitario Regimiento 19 de Infantería. Dependía de la Segunda División y esta,
del Segundo Cuerpo de Ejército que se reorganizaba en Saipurú, situado al norte
de Charagua.
En la parte que nos interesa, transcribimos los hechos
relatados por el autor, sucedidos en la región de San Pablo (ver carta
militar), entre el 15 y 20 de diciembre de 1934.
A fin de encuadrar al lector en el terreno, mencionar que
frente a San Pablo y cruzando el río, esto es, en la orilla izquierda, se
encuentra Mariqui, convertido en un Puesto de Abastecimiento. Mariqui es un
puesto ganadero cuyo propietario - fallecido unos 15 años atrás - era “don
Chico Gómez”, a la sazón, su hijo es coronel del ejército boliviano. El
establecimiento conserva un ambiente dividido en alacenas donde depositaban los
víveres. De Mariqui hasta Charagua y siguiendo las sinuosidades del terreno
media una distancia de unos 40 kilómetros. Para enlazar a ambos se instaló una línea
telefónica que pendía de postes gruesos de unos 12 metros de altura; esos
postes – de propiedad del Ejército - plantados cada 50 metros, en los primeros
años de los 80’ comenzaron a desaparecer en provecho de algún aserradero, de
los varios que existen también en esta región.
El 12 de diciembre de 1934, esto fue, cinco días después de
haber finalizado la Batalla de Picuiba, lo soldados del Regimiento Ingavi que
junto a otras unidades se replegaron hacia 27 de Noviembre, prosiguiendo por el
estratégico empalme caminero de Huirapitindi, alcanzaron Amboró Nuevo (ver
carta militar); cruzaron el río Parapeti al lado izquierdo e hicieron alto en
Amboró Viejo donde sus organismos debilitados por el martirio del hambre
arrastrados desde el pasado 7 de diciembre, fueron en parte compensados con uva
que encontraron en abundancia en un extenso viñedo. Los abastecimientos
estrictamente racionados los recibían de Santa Fe (ver carta militar), que por
entonces era un pequeño villorrio. Después de dar fin con el viñedo, el Ingavi
se replegó a la orilla propia y recibió la orden de retardar al enemigo “a
caballo de camino”, en el tramo Amboró Nuevo – Santa Fe.
El Regimiento Ingavi 4 de Caballería se encontraba
físicamente maltrecho y carecía de hachas y machetes para cortar ramas,
instalar en los flancos del camino puntos de apoyo y sendas de repliegue. No
había tiempo para encarar estos trabajos de organización del terreno. A los dos
días, el enemigo se hizo presente por esa ruta, por lo que la defensa instalada
sobre el camino no sirvió de mucho, pues, el enemigo la flanqueó y a media
noche llegó hasta la retaguardia, capturando al mayor Roberto Mercado. Al otro
día, la maniobra, esta vez por el flanco derecho se repitió y fue capturado
otro oficial y algunos soldados.
Defenderse cortando un camino no es precisamente la manera
de retardar y menos ocasionar bajas al enemigo. Ante este tipo de situaciones,
en otros frentes, los bolivianos organizaban en ambos flancos y en profundidad,
puntos de apoyo (reductos) mimetizados con ramas. Permitían penetrar y retornar
a las patrullas enemigas de exploración, aguardando la aparición del grueso
guiados por ellos, para abrirles fuego. En su acción retardatriz, más a
retaguardia les aguardaban sus relevos en posiciones preparadas.
Ante la imposibilidad de defenderse en un terreno sin
organizar y haber perdido a dos valiosos oficiales, tomó el mando del Ingavi el
Subteniente de Reserva Estanislao Díaz Belgrano y decidió replegar a la unidad
por un campo quemado que les facilitó su rápido desplazamiento. Guiados por la
brújula del Cabo Arturo Villanueva llegaron a un grupo de montículos de arena
donde esperaban formar la nueva línea de resistencia. A las siete de la mañana,
el regimiento y a pasos forzados inició su marcha hasta encontrar la picada
(camino) que conducía a esas alturas.
Dicho esto, dejemos que el autor del libro nos relate lo
sucedido a partir de este momento:
“En eso se inicia el intenso fuego adversario; solamente
armas automáticas y fusilería, mientras nosotros, desorganizados, retrocedemos
por el ancho camino. Pese al inicial caos, sin embargo, la moral es elevada,
pero, nos hallamos inermes, indefensos ante el potencial de fuego. ¿Qué hacer?
Emprendemos precipitada fuga por sobre la picada, porque ahí sí que, ante el
riesgo de perecer, la moral acompaña nuestros talones. No pretendemos
internarnos en el monte porque tal cosa sería el desbande”.
“La metralla enemiga disminuye en intensidad; el enemigo
está a trecientos metros, a doscientos cincuenta, a doscientos, con otra
ocupación más importante para él, causa de la disminución de fuego: cuando
menos un escuadrón de feroces hordas de Gengis Kan nos persigue a caballo”.
“Están más cerca de nosotros. El trote casi hecho carrera no
puede competir con el galopar de los centauros; pero, Mercurio nos ayuda
colocando sus alas en nuestros talones”.
- ¡A la colina! ¡A la colina!!! Es el grito que acicatea los
esfuerzos para llegar a ella donde podremos emplazar ametralladoras; pero, la
meta se aleja más, más”.
- ¡Por Dios, que disparen los morteros…! ¡Santo Dios,
ayúdanos…! Mamita, ¡a dónde nos han traído!!!
El “Pisco Villanueva” es el jefe del Grupo de Morteros, Subteniente
de Reserva, se hizo fama por su puntería; pero, ahora está cogido por la hidra
de la desmoralización y del pánico colectivos. Villanueva huía, pues, con sus
morteros, sin atender ruegos para que emplazara las dos piezas”.
“Nos cuentan después: justamente detrás de la colina, a
menos de doscientos metros de nosotros, a no más de trescientos de los
paraguayos, el Teniente Estanislao Díaz:”.
- ¡Deténgase, carajo, emplace sus morteros!!!
- ¡Voy a perder mis morteros, voy a perder mis morteros…!!!
Dice entre histérico y suplicante - ¡Nos van a degollar a
todos!!!
- ¡Antes me limpio un cobarde – Díaz encañona su revólver a
la cabeza del otros - ¡Ya, maricón!!!
“Villanueva, en la alternativa de morir a machete o tal vez
salvarse si obedece la orden, se serena y coloca a ambas armas en posición.
Ayudado a señas por uno de los sirvientes de pieza, ubicado éste en lo alto de
la colina, mide puntería y ordena a los cabos Villanueva y Gutierrez: ¡Fuego!”.
“Primeramente, dos granadas, de inmediato seguidas por otras
dos, son escupidas por los mortíferos cañones. ¡Blam, blam !”.
“Vemos, tras de nosotros, a pocos metros, elevarse cuerpos
humanos y de bestias, cabezas que hacen zigzag en el aire, vísceras
desparramándose en toda dirección”.
Aclarar al lector que cuando la espoleta toca un árbol, hace
explotar la granada produciendo dos efectos: su fragmentación en infinidad de
esquirlas que al esparcirse llevan consigo astillas arrancadas de los árboles;
al mismo tiempo, la onda expansiva despedaza las ramas y también las riega al
entorno en un radio de treinta o más metros. Cada esquirla o pedazo de árbol
puede cobrar una vida.
Sigamos leyendo el relato del ex combatiente Jorge Salazar
Mostajo:
“…Los superiores comprenden que es suicida mantener una
línea defensiva que no se presta para ello y ordenan repliegue hasta Santa Fe y
cruce del Río Parapetí”.
“Llegamos en efecto a la bella población (de Santa Fe). Las
aguas están torrentosas y nos amenazan diciéndonos que si no nos apresuramos,
se encargarán de engullirnos. Formamos cadenas humanas, el morral pegado al
cuello, el arma sobre ambos hombros cruzada en la nuca. Nos cogemos de las
manos y llegamos al frente, a Mariqui. La Plana Mayor nos espera con almibarado
y candente tojorí, en latas nuevecitas, sin mango, que los porteadores abrazan
al pecho”.
“Comentarios, caras jubilosas… y el estallido espeluznante,
el típico estampido de una granada de mortero y nada más. Silencio. Sin
embargo, se hace el caos, cunde la confusión; el rancho es desperdiciado. ¡Los
pilas… los pilas están cruzando el río…!!!
“La serenidad de los más devuelve calma a los pocos, porque
se les hace comprender que el río es nuestra mejor defensa y que no existe
posibilidad de que el enemigo se atreva a realizar la hazaña”.
“Una hora más tarde, los paraguayos… inician el cruce del
torrente.
¡Viva la Patria, bolis…! ¡Viva la Patria!!!
“Esperábamos su aproximación para diezmarlos o tal vez para
nosotros ser exterminados; pero, no fue necesario, porque se produjo el
milagro, vimos bajar la riada, el turbión, la avenida en proceloso y oscuro
oleaje. Los vivas del adversario se silenciaron como segados por gigantesca
guadaña. Entonces espectamos – quizás horrorizados, tal vez más bien
satisfechos y alegres, con el alivio del retorno de la vida a nuestros cuerpos
– cómo el río rompía las cadenas y engullía centenares de cuerpos que
reaparecían más abajo, de trecho en trecho, dando tumbos, mostrando panzas y
cabezas a ratos y en otros, los brazos levantados en angustiosa plegaria de
misericordia”.
“La calma se hizo indefinida y los bolivianos comenzamos a
gozar del paraíso que nos brindaba la naturaleza”.
………….
El autor nos dice que centenares de jinetes – se infiere que
tambien sus caballos - fueron arrastrados por el embravecido río. Un río
turbulento se desplaza rapidamente arrastrando consigo troncos y ramas que
golpean a sus víctimas ocasionales.
¿Cuántos centenares podían haberse ahogado? Como referencia,
lo más que podemos decir, es: un regimiento de unos mil hombres que se defiende
en la orilla de un río, abarca un frente que sobrepasa dos kilómetros. El
enemigo hipomóvil, dislocado en línea, para cruzarlo bajo fuego, podría abarcar
un frente mucho mayor y esto requiere el empleo entre trecientos a
cuatrocientos jinetes.
A propósito de caballos y también mulas.
A mediados de septiembre de 1932, unas 300 mulas con sus
jinetes galoparon desde la ciudad de Concepción, hasta situarse en el flanco
derecho de Fortín Boquerón; los que no murieron de sed y de hambre por falta de
forraje, murieron cuando sus jinetes se lanzaron al asalto por ese sector, que
el Ayudante del coronel Marzana lo relata en su libro.
Aproximadamente el 15 de diciembre de 1934 y como se lee
párrafos arriba, “centenares” fueron “engullidos” por el Río Parapeti.
El 17 de abril de 1935, cuando se inicia la Batalla del
Parapeti, en la quebrada de Cuevo, las tropas bolivianas de ese sector
capturaron alrededor de 300 mulas ensilladas, más una veintena de camiones
cargados de logística.
Tomando únicamente estos datos de las tres acciones
descritas en párrafos anteriores, sumamos más de un millar de acémilas perdidas
en combate. La campaña militar y con muchísimos eventos duró tres años, donde
obviamente, la caballería hipomóvil enemiga participó.
¿De cómo es que el ejército paraguayo pudo haber reunido
tanto ganado caballar?
La respuesta no puede ser otra que de su aliada la Argentina
que como se lee en el libro titulado CARTAS DIPLOMÁTICAS, el gobierno de este
país le dotó a su aliada de casi todo para sostenerse logísticamente. En otra
obra y en documentos inéditos, mencionan la participación de una parte de sus
cuadros profesionales como conductores de tropas y también, de su Estado Mayor
del más alto nivel de planificación operativa, que en varios artículos
anteriores ya desarrollamos estas referencias.
En la Argentina comenzaron a abundar los caballos y las
mulas a medida que eran reemplazados por el sistema ferrocarrilero que a partir
del año 1855 se fue extendiendo por el gran territorio de este país. En el
Chaco, su punta de rieles alcanzó hasta Formosa – situado en las proximidades
de la desembocadura del Río Pilcomayo con el Río Paraguay - inaugurado como
estación ferroviaria el año 1932 y este mismo año se extendió hasta la frontera
con Bolivia, en Yacuiba.
El ejército boliviano, también disponía de unidades de
caballería, como el Regimiento Lanza y otras fracciones menores, el resto, al
no disponer de acémilas, combatían a pie. Fue el caso del Regimiento Ingavi 4
de Caballería, aunque sí, pasado el combate de Mariqui llegó a contar, pero,
con cierta composición de su caballería que el autor del libro citado lo
menciona de este modo:
“El Regimiento Ingavi se había convertido (en el mes de mayo
de 1935), por fin, en una perfecta unidad montada – a lomo de asno se entiende.
Los doscientos asnos eran rollizos, de piel cubierta con lucio corto pelaje.
Nos sirvieron durante largo tiempo, para los patrullajes, para proveernos de
verduras y hortalizas de los chacos; todo ello en el Parapetí abarcando la zona
al norte; es decir, Charagua y más allá. Realmente nos sentíamos orgullosos de
pertenecer al Regimiento Ingavi 4 de Caballería, digamos de burrería. Omití
señalar nuestros 25 a 30 caballos”.
Entremedio de muchos pasajes como el anterior, el autor, a
propósito del paso de su regimiento por Matico (ver carta militar), nos relata
que “sienten un olor nauseabundo” y dice:
“El ambiente me recuerda a la Batalla de Segundo Condado, donde – por la fetidez que despedían miles de cadáveres paraguayos en el campo de nadie y en las trincheras recapturadas - (se refiere a un bolsón abierto en el sector defensivo de Ballivián, en la primera semana de julio de 1934), ambos ejércitos se vieron obligados a retroceder posiciones mientras se efectuara el entierro piadoso o los buitres consumaran su festín”.