LLALLAGUA Y COCHABAMBA UNA HISTORIA COMÚN

 

Simón I. Patiño y su familia. 

Por: José Antonio Loayza Portocarrero / Publicado el 15 de septiembre de 2019 / Disponible en: https://www.facebook.com/photo/?fbid=10214212650886795&set=a.1482413296884


QUIÉN NACIÓ ANTES QUE QUIEN:

O UN COCHABAMBINO HIZO NACER A LLALLAGUA,
O LLALLAGUA HIZO NACER A UN COCHABAMBINO.

¿Cómo nació Llallagua? La meditación melancólica dice saber que la montaña que está ahí, reveló y dijo: Nací el día que me parió Simón Patiño, pues de no haberlo hecho no hubiera habido Llallagua. Pero más tarde se desdijo y declaró en tono discreto que Patiño nació en Llallagua, en mí, dijo, pues de no haberlo parido yo, él no hubiera sido él y yo no hubiera sido yo, en consecuencia, ambos, yo y él, nacimos juntos, y se puede decir que nos parimos los dos a la vez, porque de no ser así, esta historia no se hubiera contado a la plenitud de los hombres, ni se hubiera confiado a la inercia de los tiempos ni a los dioses que la protegen, y hubiera durado hasta que algún intruso raje la veta más grande y millonaria del mundo: La Salvadora. Por tanto, Llallagua y Patiño nacieron para ser formados en lo impensable y divino, y fueron la ecuación perfecta sobre la que se levantó el Imperio del estaño.

Después del D.S. 21060, como a todos los hombres de bien, a unos o a otros les fue mal. Lo cierto es que nos cruzó por la cara un gesto de tristeza al vernos lejos de nuestro orgullo local. Acabó el Imperio, ya no veríamos los polvorazos de dinamita en la montaña estañosa, ni oiríamos el ruido repetido de los Ingenios, ni la chirriante bulla de los talleres, ni las inteligentes retóricas en las asambleas, ni iríamos al avío en las pulperías, ni pasearíamos por los senderos que coincidían donde uno menos se buscaba, ni veríamos la cartelera de los cines con sus butacas y bancas renegridas, y así, intentamos a olvidar recordando.

Hoy me puse a revisar en un previo como si practicara un inventario, los 34 años que pasaron desde que se dictó el decreto, y me detuve en la evocación de aquel Génesis de la “nacionalización” que terminó en el Apocalipsis de la “relocalización”, cuando el Gobierno sin ganas de morir anunció que Bolivia se moría, y sentenció con el rigor y la rigidez mortal la caída del Imperio, y encaró según el informe ministerial una crisis que anunció como un coro de imprecaciones a la que la minería respondió un año después con una Marcha por la vida, con estandartes y panfletos desesperados creyendo que así podía evitar la eufemística "relocalización", que en buen romance fue decir ¡fuera!, a 20.000 familias mineras que salieron a la plenitud del vacío, de las cuales,14.000 migraron: 3.268 a Cochabamba, 4.337 a La Paz, 2.400 a Santa Cruz; 700 a Tarija, 448 a Sucre, y sólo 4.851 quedaron en el desahuciado Imperio.

Algunas mañanas, confieso, oí el sonido de la sirena llamando al turno del cambio de punta y sé que aquello ya no es pero lo oí. He visto pasar por mi memoria y hasta los saludé brevemente a los mineros mientras entraban en los carros metaleros a la mina. He olido en mi valle adoptivo el olor a mineral sobre la hierba de los prados y jardines, porque mi consecuencia y mi recuerdo, aún vive en la escarcha fría de las mañanas añorando el campamento donde jugaba con los que hoy tienen el pelo gris o cano y poseen en sus ojos acuosos la humedad de aquella deserción. Y hoy estoy sorprendido, porque pienso que esta impresión no sólo es mía, sino también tuya y de ambos o de todos los que no prescindimos del pasado, porque más allá de los sentidos es el alma que oye y mira tras las arrugas de los años, y aunque esto no parezca serio, le da a uno el repaso feliz por haber vivido en esa tierra imperial de jubilosa tristeza, o del eterno retorno a la esperanza, llamada Llallagua.

Todo esto, inesperadamente, fue la aventura brava del singular valluno Simón Patiño, que sabemos, fue el supremo hacedor del imperio industrial del estaño más grande del mundo, el más rico en esta tierra de pobres, el tejedor de los ardides políticos que encumbró a los serviles de la patria para su beneplácito y conveniencia, el hilador de los destinos nefandos de cientos y miles de mineros que murieron azorados, boquiabiertos y aquejados por su silicosis innata, y que sin duda eran iguales a él, desemejantes en la vida pero semejantes en la muerte, donde él y ellos escarbaron el estaño para que él magnate erija el mausoleo más pomposo de la patria, y los mineros construyan sus tumbas enfiladas como un simple albergue similar a un condominio de inquilinos. En síntesis, el dilema ya es irrelevante, que un cochabambino haya hecho nacer a Llallagua o que Llallagua haya hecho nacer a un cochabambino, qué más da, pues todos terminaremos en la muerte, siendo semejantes.

En el valle de la ternura que es nuestra Cochabamba adoptiva.

ORURO, EL FERROCARRIL Y LOS RECUERDOS DEL CARNAVAL DE ANTAÑO

 

Danzarín en el carnaval de Oruro, el año de 1939.

Por: Danitza Pamela Montaño / 8 de febrero de 2021. / El País de Tarija. Disponible en: https://elpais.bo/reportajes/20210802_oruro-el-ferrocarril-y-los-recuerdos-del-hermoso-carnaval-de-antano.html

Cuenta la tradición oral de antaño que Oruro era la ciudad con la mayor cantidad de bancos que por su cuenta imprimían los billetes y monedas, para satisfacer las necesidades y las expectativas de los grandes empresarios mineros que se hicieron millonarios, gracias a las vetas de plata y estaño, especialmente de Llallagua y Huanuni.

Pero antes de esto, en los primeros recuerdos de Oruro de antaño escritos por Rómulo Elío Calvo Orozco se da cuenta de una ciudad de calles estrechas, la mayoría de ellas carecían de aceras aún en los puntos más céntricos, muchas ni siquiera tenían empedrado y en tiempos de lluvia se convertían en arroyos que se formaban con las aguas fluviales que corrían convirtiendo el piso en lodazales.

Escribe que tampoco se conocían los servicios de alumbrado eléctrico, alcantarillado ni agua potable. El agua era casi un artículo de lujo, pues la traían desde muy lejos y había que comprarla por cántaros. La mayoría de las casas eran solo de planta baja y pocas habían de dos pisos, los techos eran comúnmente de paja y las paredes de adobe desmesuradamente gruesas, servían para preservar el interior del frío intenso.

“Con una población escasa de 12 mil habitantes, (…) la gente solo vivía en la labor jornalera acumulando poco a poco bienes que después gozaban con mesura y parquedad ya que el medio no era propicio para un gran derroche”.

El vivir del orureño, según el escritor, era lento, monótono, regular. De día trabajaban en las oficinas de los ingenios o el interior de la tierra extrayendo metales, en la tarde se reunían en las cantinas o en algún círculo herméticamente cerrado para evitar el polvo que el viento siempre violento y continuo levantaba de la arenosa llanura y lo arrojaba al caserío de la modesta ciudad.

Ya en la noche se daba el andar y los paseos, quizás la charla con amigos íntimos en un salón sin hogar y sin lumbre. Pero esta rutina diaria cambiaría el 15 de mayo de 1892.

Aquel día hubo fiesta en Oruro. La ciudad despertó con las dianas militares desde el amanecer, se preparaban los desfiles, los escolares correteaban ansiosamente y se alistaban fiestas pomposas con la asistencia de miles de personas que se reunieron en la plaza principal para recibir el ferrocarril, una moderna tecnología que tenía capacidad para transportar centenares de pasajeros y decenas de toneladas de carga, en un solo viaje. Era el vehículo más moderno de la época, después del barco a vapor.

La ceremonia de inauguración estaba organizada con una solemnidad igual de pomposa, típica de los gobernantes criollos que gustan de mostrar sus obras de esta forma. El palacio de gobierno en la plaza principal de Oruro estaba profusamente adornado y embanderado para la circunstancia.

Hasta la una de la tarde estaban ya instaladas provisionalmente las rieles desde la estación para permitir la llegada de las máquinas hasta la calle Gobierno (hoy Presidente Montes), los últimos tramos habían sido incluso asegurados con clavos de oro. Una hora después, a las dos de la tarde del 15 de mayo de 1892, entraron bajo la portada triunfal en puertas de palacio las locomotoras bautizadas con los nombres de “Arce”, “Oruro” y “Cochabamba” cargando tras de sí diversos carros y bodegas lujosamente adornadas de banderas y flores. Antes de martillar simbólicamente el último clavo de oro sobre el último riel, el presidente Aniceto Arce profundamente emocionado y casi al borde de las lágrimas pronunció el siguiente significativo discurso a su auditorio:

¡Señores: que el día de hoy sea el principio de nuestra regeneración! Dejemos que Bolivia se levante por la industria que se vigoriza por el trabajo que ennoblece y por el orden y la paz que hacen grande y fuerte a los pueblos. Y ahora si quieren… pueden matarme”.

Dicho esto y entre algunas risas, aplausos, silbidos, vivas y gritos eufóricos, el presidente Arce se arrodilló y golpeó remachando el último clavo de oro al mismo tiempo que sonaba el choque de percusión seguido de la diana de la banda junto con las cual resonaron como un sollozo estas palabras suyas: “Si hice bien, fue solamente por cumplir con mi deber, y si hice mal aquí me tenéis… mátenme pero llenada está mi tarea”

“Así de esta forma se inauguró en Oruro el servicio ferroviario en el país, así de esta forma Aniceto Arce Ruíz pasó a la página más gloriosa y verdaderamente revolucionaria de la historia boliviana efectuando el proceso de cambio más importante para el país en uno de los peores momentos por los que atravesaba Bolivia en los cuales imperaba una mayúscula crisis económica y política a pocos años de librada la Guerra del Pacífico en 1879. Desde entonces Arce y tren son prácticamente un sinónimo”.

Después de aquel 15 de mayo de 1892, el ferrocarril cumplió un rol importante en la creación de actividades de apoyo y asistencia en las comunidades por donde pasaban las rieles donde en algunos casos el tren hacía paradas obligadas, permitiendo de a poco el crecimiento de las poblaciones en la ruta y vinculando al país y a sus productos con el mundo.

“Sin duda fue la mayor contribución de la minería de la plata al desarrollo de Bolivia, la construcción del ferrocarril Antofagasta – Oruro que abarató los costos de transporte al Pacífico contribuyendo de esta forma al desarrollo de la minería boliviana”.

El carnaval de Oruro

Pero si algo más debemos recordar de Oruro de antaño es la consolidación de su hermoso Carnaval. Todos o quienes se encargan de hacer estudios sobre el Carnaval de Oruro, Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, siempre hacen referencia a su origen, en relación a leyendas y mitos, los principales y conocidos son: La Mitología del Carnaval de Oruro, El Nina Nina y El Chiru Chiru.

El término de las tres historias desembocan en que los mineros y el pueblo Uru, determinan vestirse de diablos, para escenificar el sometimiento de mal al bien, o en retribución al milagro de vida dado por la Ñusta al pueblo de los Urus, por haberlos salvado de las cuatro plagas enviadas por Huari, el semidios andino.

Es que a partir de ese momento, los sentimientos de los habitantes de esta región hacen que confluyan en un solo fin, la devoción a la madre de los mineros, la Patrona de los orureños, la Virgen del Socavón.

El Carnaval de Oruro tiene un origen social humilde y por ese factor es “grandioso” y “majestuoso”. Son los mineros y los gremios quienes se encargan de recrear a través de la danza su tránsito por la historia y la cultura.

“Los gremios de matarifes, veleros, cocanis y otros núcleos populares, a partir de la devoción hacia la Virgen del Socavón, cumplen la peregrinación en una entrada al Santuario desde las minas (San José e Itos) y pueblos aledaños como Machacamarca; este acto festivo devocional, es lo que se conoce como la “Entrada del Socavón”. Una fiesta popular colmada de fe”, dice el escritor Edwin Guzmán Ortiz.

Sin embargo, a un principio las denominadas personas de la alta alcurnia, rechazaban esta manifestación cultural, prueba más clara de ello, son las publicaciones que aparecen en periódicos de la época, en la que se niega el ingreso de la Entrada por la Plaza 10 de Febrero, por una ordenanza municipal de los años 20 del pasado siglo. Por el contrario, en los medios impresos se criticaba el desorden y el paganismo de los “indios”.

Lo que se puede recuperar de esa época son fotografías que muestran cómo eran los trajes de los danzarines de antaño, que pese a la pobreza reinante, sus hábiles talentos en la confección de los trajes, dignificaban su devoción a la Patrona de los mineros.

“Sin bandas (de música), al son de aerófonos andinos hacían su peregrinación hacia la Virgen del Socavón, mientras en otros escenarios, los `havillés´ y las noches venecianas del carnaval de la oligarquía se desbordaba en medio de champagne, coupletistas, vestidas de madame Adrianne y aedas perfumados en los salones del Edén y el Palais Concert. Obreros, mutualistas, artesanos, cholos libertarios y unas cuantas mujeres, jamás pudieron imaginar que su fervor al cabo de unos años, sería conocido en todo el mundo”, afirmó Guzmán.

Años más tarde de forma ya organizada, se forman varias instituciones folklóricas desde 1904, no cabe duda que una de ellas, sea la Gran Tradicional Auténtica Diablada Oruro (25 de noviembre de 1904).

Cuando esta manifestación ya era aceptada por la burguesía y clases dominantes, la entrada de antaño era corta y recorría sólo algunas calles antes de ingresar al Santuario de la Virgen del Socavón.

Paz relata: “Los danzarines no uniformaban los pasos, después del domingo un diablo bailaba acompañado de una China, la cueca “Chaupinpi Misq´iyoj” (cueca mezclada con diablada); primero la cueca al pasar la primera de ésta, se introducía la diablada y luego se bailaba la “segundita” de la cueca hasta terminar)”.

Al retorno de la casa del pasante se bailaba en la Prefectura, allí se hacía una demostración de la coreografía de la diablada, como el ovillo, el relato y la estrella. Luego el prefecto invitaba a los danzantes, salteñas con cerveza. Luego los diablos bajaban bailando por la calle Bolívar, se iban a la casa del pasante, donde eran bien atendidos.

Más tarde, la Entrada del Sábado de Peregrinación fue creciendo y se desarrolló ya por la Avenida 6 de Octubre, como prueba de ello existe la letra de una diablada que dice “Por la 6 de Octubre, por la calle principal, todos a bailar, todos a cantar…”.

Para una mejor organización se derivó a la calle Pagador y con el paso del tiempo y después de varios experimentos, al fin se estableció el ingreso por la Avenida del Folklore, conocida también como la Avenida 6 de Agosto.

TROPAS CHILENAS INVADEN TERRITORIO BOLIVIANO DE LA MANO DE LA “JEOGRAFÍA NÁUTICA DE BOLIVIA” DE RAMÓN VIDAL GORMAZ

 


En febrero de 1879 capitalismo anglo-chileno ya nada tenía que esperar; con notable habilidad había logrado soldar sus intereses en todo el litoral boliviano logrando penetrar pacíficamente en la explotación del salitre y el guano, al asociarse socaire de los gobiernos de turno.

El 14 de febrero de 1879 el ejército chileno con todo su poderío ocupó Antofagasta sin cumplir el requisito de la declaratoria de guerra. Todo fue perfectamente coordinado, pues el mismo día de la ocupación, en La Paz el delegado chileno seguía discutiendo los reclamos planteados a raíz de la situación creada con el impuesto de los 10 centavos.

El mismo día de la ocupación fue distribuido en todo el secreto necesario, entre los oficiales del ejército chileno, un pequeño libro elaborado en la Oficina Hidrográfica de Chile. Se trataba de un minucioso estudio tipográfico, climatérico e hidrográfico de toda la región. Se acompañaba al pequeño vademécum de la ocupación, un mapa que hoy mismo asombra por los detalles y la meticulosidad con la que fue elaborado. Naturalmente, era el último mapa dónde aparecía la soberanía boliviana en esos territorios. El libro llevaba por título “Jeografía Náutica de Bolivia” y estaba firmada por el capitán de fragata Ramón Vidal Gormaz.

 

Fuente: Historia Secreta de la Guerra del Pacifico de Edgar Oblitas.

 

EL JINETE DE LA VERDE LLANERÍA, JOSÉ MANUEL BACA (CAÑOTO)

 


Se organizaron las guerrillas y montoneras de los llanos orientales cuando Santa Cruz de la Sierra era aún un pintoresco conjunto de granjerías y alquerías, con una población no mayor a 12.000 habitantes.

 A Cañoto no le fue fácil destacarse en un escenario dominado por los líderes porteños Warnes, Arenales o Mercado. No obstante, haciendo gala de la misma facilidad de movimiento que adquirió como jinete de la verde llanería cruceña avanzó hasta convertirse en una leyenda de las guerrillas independentistas.

El 24 de septiembre de 1810, la tranquila población cruceña se vió envuelta en una insurrección, al constituirse una Junta Revolucionaría presidida por Antonio Vicente Seoane.

Corría el año 1813 y a la llegada de los porteños a Santa Cruz, a la cabeza de Ignacio Warnes se reavivaron las consignas iniciadas en el año diez. A sus tropas se incorporó el caudillo popular Cañoto.

La situación en los llanos se modificó a raíz de la muerte de Wames en la batalla de Parí (22 de noviembre de 1826). Cañoto se convirtió en el líder de una fracción de la guerrilla oriental para salir a combate abierto y hacer "sonar" a los "tablas".

En 1819 los patriotas en veloz incursión toman toda la ciudad. Entrado el año 20 Aguilera retorna a Santa Cruz v rompiendo monte los patriotas toman la retirada hacia el río grande. La fracción de Cañoto se dispersa y con el grado de oficial se incorpora a las filas de Güemes.

Cañoto es licenciado de las milicias salteñas y se incorpora con grado de Capitán a las tropas del Coronel Mercado que sigue firme en la Chiriguanía.

En los primeros meses de 1825 se conoce que los realistas han sido derrotados. El pueblo ganó las calles y por doquier explotaban las ansias patriotas reprimidas. Pocos días después, el 14 de febrero, la guarnición realista de Santa Cruz, dejada por Aguilera se pronuncia por la patria. A Cañoto, en diciembre de 1825, lo nombran administrador de San José de Chiquitos.

Pilar Gamarra T. / Cuadernos de historia, La Razón. 

LA VIDA EN LA CIUDAD DE LA PAZ DESPUÉS DE LA GUERRA CIVIL DE 1899

 


Por primera vez en las ciudades bolivianas, la gente tarareaba melodías que transportaban hasta la exótica selva amazónica, escenario de combates, enfermedades, salvajes y fieras. Se puso de moda el vals “Selvas del Beni” y el chotis “Ríosiño” del compositor Francisco Suárez. Pero el éxito musical de los primeros años del siglo fue la pieza “Suspiros” de don Teófilo Vargas, una marcusa grabada en discos gigantescos en Buenos Aires y que los pocos dueños de vitrolas podían reproducir en sus casas.

Olvidando que solo meses atrás pudieron haber sido víctimas de la Indiada a la que la gente de la ciudad despreciaba y mantenía sojuzgada en el nuevo ciclo las fincas en obrajes Calacoto y Achumani continuaba viéndose con pongos incluidos.

Pero el mal tiempo quedaba atrás y la ciudad mostraba una fisonomía burguesa agradable se respiraba romanticismo en el aire, los caballeros se paseaban vistiendo tongos y levitas y las damas acentuaban con rímel sus pestañas en sus paseos de mediodía por la calle Comercio.

Las jovencitas suspiraban repitiendo los versos de Jaimes Freire (Peregrina paloma imaginaria/ que enardece los últimos amores / alma de luz de música y de flores / peregrina paloma imaginaria).

Don Jorge Sáenz Cardón, un hombre de negocios comprende que la ciudad está en crecimiento ofrece magníficas oportunidades para los bienes raíces y la construcción. En un momento en que el cemento y el hormigón armado no existen, Sáenz diseña una empresa de dimensiones titánicas: la exportación de grandes partidas de listones de madera de pino y oregón , mediante barcos veleros desde las costas de California y su traslado a La Paz desde el puerto peruano de Mollendo.

Esa madera iniciará la primera revolución urbanística de La Paz, que a partir de entonces dejará de ser una inhóspita aldea altiplánica para convertirse en una ciudad cosmopolita.

Funcionaban en La Paz hasta entonces 3 hospitales fundados en la colonia, el Landaeta, el lazareto y en Loayza, que era el más concurrido. Las estadísticas mencionan un porcentaje de 350 enfermos por año. Empezó en 1906 el estudio de un nuevo hospital que se construyó en Miraflores y qué es el mismo, con idénticas características del que aun funciona con el nombre de Hospital de Clínicas.

Las enfermedades más temibles en esos años fueron la coqueluche, el dengue, la difteria, la disentería, el bocio y la leishmaniasis. El cáncer ya hacía estragos lo mismo que el chagas. Las enfermedades venéreas en especial la sífilis sobre la que se tenían mitos espantosos, tenía atemorizada a la población que ese persignaba cada vez que pasaba por las cercanías del Barrio Chijini, donde formaban “casas de hetairas”. La tuberculosis hacía también estragos, más en la imaginación que en la realidad, exacerbada la gente por lo popular novela “La Dama de las Camelias”.

En la recién estrenada sede de gobierno y del Congreso, los canillitas voceaban El Imparcial y El Comercio de Bolivia. Los caballeros se reúnen en elegantes locales de la Plaza 16 de Julio para compartir el cóctel de mediodía. Uno que otro domingo se abre el hacho, al final de la actual calle Comercio, plaza de toros frecuentada por banderilleros de renombre y donde alguna vez un empresario de circo enfrentó a un León africano con un toro de Viacha, ante el espanto de la gente.

Fuente: La Historia del Siglo XX en Bolivia – Enfoques.

Foto - postal paseo del Prado en La Paz, principios de siglo XX.


ORURO EN 1908

 


Cuando aún no se había cumplido el primer decenio del siglo, la ciudad del Pagador, era, sin duda alguna una de las más pujantes y progresistas de la República.

Para testificar el anterior aserto recurramos a una crónica aparecida en El Industrial, el 10 de febrero de 1908 que refiere a aspectos inherentes a la mencionada capital.

Como centro industrial y comercial es uno de los más importantes de Bolivia. Las construcciones ferrocarrileras que se han emprendido con tanto ahínco en la República anudarán en Oruro, lo que vendrá a darle capital importancia, puesto que para dirigirse a cualquier punto de la Nación tendrá que tocarse obligatoriamente esta ciudad. Rematan y remataran en Oruro, las siguientes ferrovías: de Antofagasta, de Iquique, de La Paz, de Tacna, de Cochabamba, y de Potosí, atravesando comarcas de gran importancia e inmenso porvenir /…/

Son muchas las empresas mineras ubicadas en la capital del Pagador, contándose entre las principales: la compañía Minera de Oruro, (Socavón), San José, Atocha, Itos, La Tetilla, Unión Yankee, Escuelas, La Colorada y Alacranes. Otras empresas de igual o mayor importancia tienen en Oruro su sede, como la Compañía Estañifera de Llallagua, La Salvadora de Uncia, la del Pulcro de Chayanta, La Huanuni Tin C, El Balcón, Chualla, Beneficiadora de Poopó, Trinería de id., Huanchaca de Inquisivi, Comunidad de Colcha y otros muchos que giran con gruesos capitales. /…/

Cuenta con nuevos bancos, dos agencias, luz eléctrica, tranvías, empresas cocheras, tres carreteras y otra de automóviles, cinco hoteles de primera clase, restaurantes y fondas, fábricas de cerveza y aguas gaseosas, de ladrillos, lavanderías a vapor, infinidad de casas mercantiles mayoristas y al por menor, colosales empresas mineras, una casa de correos en construcción que será la primera de Bolivia, aduana, escuela de minas, hospital, cárcel y mercado, también construyéndose. Posee además un teatro a la moderna, kioscos, pilas y jardines. Un hipódromo, 2 polígonos de tiro al blanco, una cancha de cricket, y otros establecimientos de diversiones culturas se sostienen con la toda holgura. El Club Oruro hasta aquí es el mejor de la República, el Club Alemán y otros centros sociales, datan de antigua fecha. /…/ Un colegio de ilustración media, numerosos de primaria y varios particulares facilitan la educación. Es cabeza de distrito universitario.

Fuente: Oruro en 1908”, El Industrial, Oruro 10 de febrero de 1908, año I, No,267. P.2

LOS TRANVÍAS

El ferrocarril a vapor desde Antofagasta trepó los Andes y llegó finalmente a Oruro, a una altitud de 3.709 m, en 1892.

Oruro durante esos años era una de las principales ciudades mineras del país.

Dos residentes de Oruro, Natalio Condarco y Fabio Espejo, obtuvieron una franquicia para construir un ferrocarril urbano en 1905 y posteriormente abrieron una línea el 9 de julio de 1907. Los carros recorrían hacia el sur por la actual calle 6 de Octubre hasta la Plaza 10 de Febrero, luego al oeste por la actual calle Murguía. (Allen Morrison)

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En la imagen se muestra dos carros Brill y un carro no identificado, numerado 4, en la calle Bolívar de Oruro [colección de Allen Morrison]


VIDA Y EJECUCIÓN DE MARTIN LANZA

 


La cuestión del Acre estaba candente. Ya habían marchado columnas bolivianas al Acre, al mando de dos grandes rivales políticos, el Vicepresidente Pérez Velasco y el ministro de guerra Ismael Montes. En el destacamento “puritano” del Vicepresidente iba el popular Martín Lanza, un trovador aventurero y romántico que fue dado de baja, acusado de haber cometido fechorías en Cochabamba.

Pucha, pucha Martín Lanza, cantaba el populacho.

Lanza, descendiente del héroe independentista José Miguel Lanza, era uno de sus ejemplares de macho latinoamericano: voz de tenor, guitarra al hombro, mirada encabronada, dientes blanquísimos y pelo en pecho. Se hizo notar durante los días de la guerra civil (1899) militando, obviamente, en el partido revolucionario del momento el liberal.

Sobre brioso corcel se hizo caporal de un grupo de aventureros a los que en el imaginario popular denominó “los ligeros de Lanza”. Asoló las villas donde campeaban los conservadores, se enfrentó a la milicia y sedujo doncellas, convirtiéndose en el mayor dolor de cabeza de las autoridades alonsistas cuando aparecía en las fiestas de los pueblos al grito de ¡viva Pando¡

Cuando al fin su partido tomó el poder y se produjo la emergencia del Acre, Lanza hombre de acción, se sumó a la columna que enrumbó por el Chapare para pelear contra los negros (brasileños). Pero ya en la zona del conflicto, cuando el coronel Ismael Montes imponía disciplina a las fuerzas por la defensa, chocó contra la rebeldía de las Lanza. Lanza no le temía a nadie y le faltó el respeto.

Degradado a cocinero, Lanza desertó volviendo a Cochabamba para reorganizar sus ligeros y enfrentarse ahora al gobierno liberal. Atacó haciendas y poblados y sin saberlo se convirtió en un anarquista que cruzó los límites de la legalidad, mientras Montes volvía del acre convertido en un héroe después de haber puesto a los brasileños en su sitio.

En uno de sus golpes más audaces lanza estuvo a punto de tomar el regimiento Abaroa de Cochabamba sobre la calle acucho cuando una descarga detrás del portón le perforó el pecho aunque sin matarlo. Ello incrementó su leyenda, pero el herido fue trasladado a La Paz para su juzgamiento.

Mira octubre de 1902 y Montes debió acudir al Parlamento para explicar que Lanza no era un héroe sino un delincuente, pero el diputado Mario Montaño, hermano político de lanza acusó a Montes de intentar asesinar al rebelde. La respuesta fue terrible: “miente ese canalla”, un apóstrofe inaudito para la augusta cámara en ese tiempo, lo que le costó la reprimenda al ministro.

Pero igual Lanza fue llevado a juicio y condenado a muerte.

En 1905, cuando Montes ya era Presidente, una madrugada fue ejecutada la sentencia y cuentan las crónicas que el populacho paceño que había seguido el viacrucis del condenado, como si fuera una telenovela de ese tiempo, asintió al fusilamiento y se llevó pedazos de tela con su sangre atribuyéndole poderes mágicos.

Fuente: La historia del siglo XX en Bolivia / Enfoques.

Foto: Martin Lanza (CIS)

 

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