QUECHISLA



En las inolvidables noches de tertulia, los abuelos solían contarnos historias que combinaban un halo de verdad con su encanto de fantasía. Nos fascinaba especialmente el relato sobre el origen y la trayectoria de nuestro pueblo, Quechisla, centro minero ubicado en la provincia Nor Chichas de Potosí. Una cabecera de valle en cuyas cumbres culmina el altiplano sur bordeando el salar de Uyuni y en cuyos ríos nacen los afluentes que nutren los valles de Cotagaita, Tupiza y Camargo; un paraíso enclavado en la tierra. De ahí soy yo.

Por: Adalid Contreras Baspineiro / LA RAZÓN, 19 DE ABRIL DE 2018. disponible en https://www.la-razon.com/.../04/19/mi-cielo-mi-infierno/

A alguien, no sabemos a quién, se le ocurrió establecer su partida de nacimiento el 13 de abril de 1869, en reconocimiento al inicio del funcionamiento de un ingenio y una planta de lixiviación para la fundición de bismuto y cobre que la Aramayo Mines instaló para procesar los minerales extraídos del macizo Chorolque y de Tasna, colindantes con el Gran Chocaya y Tatasi, sectores que décadas después harían parte de la Empresa Minera Quechisla, dependiente de Comibol.

Los abuelos nos contaban que ese ingenio se edificó sobre los cimientos abandonados de otro construido en tiempos de la colonia. Según las crónicas, la Corona española saqueó los minerales de Portugalete asentándose en Atocha Vieja, vecinos del vergel quechisleño que los proveía de frutas, verduras y carne. Y nos consta, pues desafiando al duende que protege sus túneles, de niños solíamos escarbar sus paredes, de donde emanaba el aroma del azoque quinto-centenario. Asimismo, los chullpares encontrados en Chut’u Orq’o y San Antonio, fincas pegaditas a Quechisla, revelan su pertenencia al pueblo preinca de Los Chichas. Su creación, sin duda, tiene larga data. Conocido es que en el quiebre del régimen colonial nutrió de combatientes al Ejército chicheño que jugó un papel decisivo en las batallas de Suipacha y Tumusla, que sellaron la suerte del Ejército español y decidieron la independencia de la patria.

Sobre el origen y significado de su nombre, los abuelos contaban varias historias. Recuerdo tres. Una dice que en su recorrido de Lima hacia la capitanía de Chile, las huestes de Almagro, después de atravesar la aridez del salar y del altiplano, desde la altura de las montañas contemplaron con asombro aquel paraíso verde, semejante a un oasis en medio del desierto. Al verlo, por su pequeñez y belleza, exclamaron en quechuañol: “¡Qué ch’isla!”, (¡qué pequeño y bello!). También se les antojaba decir que se deriva de qhichixra, que quiere decir ceja, por su forma arqueada bañada por dos ríos. Acaso la versión más compartida sea aquella que dice que se deriva del quechua k’echislla (lugar de plantas con espinas), por la abundancia de las t’arakas y cortaderas en sus laderas y bordes de los ríos.

Las minas del Consejo Central Sud, de las que Quechisla era su centro administrativo y su proveedor de verduras y flores, aportaron inconmesurablemente al desarrollo de Bolivia. Luego, con la relocalización minera sus calles se convirtieron en peatonales para sus fantasmas, hasta que la energía de las cooperativas mineras la recobraron por su clima como albergue para los enfermos de tuberculosis. Ahora, con la explotación de la mina Thutu, considerada la veta más grande después de La Salvadora en Llallagua, vuelve a situarse en el escenario de las venas abiertas que irrigan el desarrollo de la patria.

Si pudiéramos tejer un país inclusivo desde sus pedacitos, seríamos una nación sólida, articulada e indestructible. Quechisla, mi tierra, quiere ser recuperada de los relatos de los abuelos para incluirse en el mapa de las historias oficiales y de las políticas estatales.

Foto-postal coloreada de Quechisla en los primeros años del siglo XX. (Manning & Cruz)

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EL REY AL SABER EL COSTO DE LA EDIFICACIÓN DE LA CASA DE LA MONEDA, EXCLAMARÁ: “¡ESA CASA DEBE SER DE PLATA!” (Parte II)


 

Fuente: El Potosí de Antaño, de Rubén Ochoa. Empresa Editora “Khana Cruz” SRL / La Paz, 1976.

El fervor religioso y la devoción de los notables acaudalados, tenían hacia ciertos santos y vírgenes, hizo que se continuara con la construcción de otros templos, que hoy, no son más que un montón de escombros, pudiendo observarse con cierta melancolía algunos vetustos y derruidos paredones y campanarios, que en otras épocas, fueron testigos mudos de la magnificencia y grandeza de Potosí; pero su verdadera grandiosidad, sus glorias y su fama, están plasmadas en la actual Casa Real de la Moneda.

Debemos decir que la construcción de la primera casa de amonedación, se inició en 1572 en un sitio conocido con el nombre de EL PEDREGAL, contiguo a la plaza del regocijo y concluida entró en funcionamiento; más como año tras año, la cantidad de moneda acuñada iba en aumento, al mismo tiempo que ascendía también la internación de pastas, se decide ante la insuficiencia de dicha casa, hacer otra de más capacidad; y al efecto, en 1753 se comienza la edificación de la actual, en la plaza del CKATU, que era un mercado indígena, de acuerdo con los planos elaborados por el arquitecto Salvador de Villa, concluyendo 1773, es decir, en 20 años con el fabuloso costo de 1.148.442,6 reales, que dio lugar a que el rey exclamara: “esa casa debe ser de plata¡”

La Casa Real de Moneda tiene la forma de un paralelogramo de 136 m de largo por 55 de ancho, con una superficie de 7480 metros cuadrados.

Es una construcción sólida, vasta, con muros de piedra labrada piedra, piedra sin picar y cuatro millones de ladrillos fabricados en SAMASA, CHIRACORO, SALINAS DE YOCALLA Y CHULLCHUCANI, midiendo cada uno de ellos, una vara de largo y un cuarto de ancho, pesando cada siete ladrillos 109 libras.

En su fachada principal, ostenta el bello pórtico adornado con columnas y capiteles artísticamente labrados en piedra. Contiene 5 extensos patios, elegantes y sólidos arcos por tranquil y develados, hermosas bóvedas perfectamente delineadas, pórticos austeros, airosos arbotantes, magníficas escalinatas de piedra, puertas con rosetones de bronce, ventanas de fierro de Vizcaya, extensos corredores apoyados en vigas y tablones de cedro, con balaustradas embellecidas por columnas y tableros de madera cedrina, tallados primorosamente.

Sus amplios salones, tienen cielos rasos construidos con gigantescas vigas de 20 varas de largo por media barra de espesor y tablón ases de cedro, trasladados a lomo de indio, desde los ubérrimos valles del PILCOMAYO VILAYA Y ORAN, para lo que se construyeron caminos especiales.

La maquinaria primitiva fue traída de México y construida toda ella de madera, que había ser movida por centenares de mitayos, vigilados por mayorales que el látigo en mano, castigaban inmisericordemente a los pobres, sufridos y verdaderos propietarios de la Tierra, explotada por los conquistadores.

La Casa Real de Moneda, arquetipo de la grandeza y el poderío, enseñorea la Villa Imperial con su ciclópea arquitectura, como desafiando al tiempo y al espacio, incólume, a través de los siglos y seguirá así, contemplando al milenario y coloso Sumaj Orcko, nadie sabe hasta cuándo…

(Imagen: foto-postal, Casa de Moneda de Potosí. aprox. principios de siglo XX.)

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SUCEDIÓ LA TARDE DEL 4 DE JUNIO DE 1923, MASACRE DE UNCÍA

 


Por: Ivanna Margarucci y Liliana Rocha Ustarez / Página Siete. Ideas, 18 de junio de 2023. / Disponible en: https://www.paginasiete.bo/.../la-masacre-de-uncia-en-su...

El dramaturgo y anarquista argentino Rodolfo González Pacheco tenía razón cuando, en 1929, se refirió a la historia de Bolivia como “una larga travesía de dolor y de angustia”. El pasado 4 de junio se cumplió un siglo de la masacre minera de Uncía de 1923. Como registró Rodolfo Solíz en su folleto Masacres Obreras en Bolivia de 1943, esta matanza no fue la primera ni será la última. Aunque fue, por entonces, de gran relevancia, pues cimentó a partir de su memoria las primeras formas de organización y de lucha del movimiento obrero y las izquierdas bolivianas. Sin embargo, con el paso de los años, esa travesía de dolor y de angustia convirtió a la masacre de Uncía en un recuerdo vago, acaso solapada por otras sí rememoradas por el poder, como la matanza de Catavi de 1942.

Colaboró con este silencio el gobierno que perpetró la masacre, que se esforzó para que no fuera recordada, inclusive en Uncía y Llallagua. Periodistas amordazados, diarios opositores clausurados, fojas arrancadas de los documentos oficiales. Esta fue la política del presidente republicano Bautista Saavedra en ese junio de estado de sitio, deportaciones de políticos y balas para el pueblo, muy a pesar de su discurso de ser un gobierno “amigo” de los obreros.

¿Qué sucedió la tarde del 4 de junio de 1923 en la capital de la provincia Bustillo, departamento de Potosí?

Para responder esta pregunta es necesario remontarse al 1 de mayo, cuando los artesanos y trabajadores de Uncía y Llallagua, casas de las empresas mineras La Salvadora de Simón I. Patiño y la Compañía Estañífera de Llallagua de capitales chilenos, conmemoraron con un mitin el día del trabajador y fundaron la Federación Obrera Central de Uncía, la FOCU. Su primera directiva estaría integrada por mutualistas, anarquistas, socialistas y miembros del Partido Republicano Obrero: Guillermo Gamarra, carpintero de La Salvadora (presidente); Gumercindo Rivera, peluquero de Uncía (1er vicepresidente); Manuel Herrera, minero de la Compañía Estañífera de Llallagua (2do vicepresidente); Ernesto Fernández, peruano, empleado de la Casa Comercial Singer (secretario general).

Estos y otros personajes se organizaron para protegerse y proteger a sus camaradas de los abusos del odiado administrador de la Compañía Estañífera de Llallagua, el chileno Emilio Díaz, pero también para “conseguir mejores condiciones de vida para la gente”, de acuerdo a lo que relataba el vocal Melquíades Maldonado, años después, en una entrevista. En su pliego de condiciones asimismo pedían que las dos empresas reconocieran a la FOCU.

Dichas empresas, representadas por Francisco Blieck (gerente de La Salvadora) y Emilio Díaz, objetaban a la federación de artesanos y mineros y la unión de Uncía y Llallagua. Veían en ellas la potencia de la solidaridad obrera y el fantasma de la “agitación anarquista”.

Mayo de 1923 fue un mes de negociaciones tramitadas a través del envío de funcionarios y la llegada de una comitiva obrera a La Paz. Negociaciones que no resultaron útiles, ni para una patronal coaligada, que solicitaba al presidente el arribo de la fuerza de caballería, ni para los federados, quienes descubrieron que el gobierno estaba lejos de ser un actor imparcial que los ayudaría en la conquista de sus demandas.

Después del 22 de mayo, la tropa de infantería, artillería, caballería, ametralladoras y técnicos de los Regimientos Ballivián y Camacho se apostó en Uncía y Llallagua. El 1 de junio, Saavedra declaraba el estado de sitio en casi todo el país. En el decreto, acusaba a la FOCU de haber iniciado “actos de comprobada y violenta rebelión con amenaza inequívoca de extenderse a otros puntos de la República, debido a la manifiesta intervención de agitadores anarquistas y políticos revolucionarios”.

Ese fatídico 4 de junio, luego de haber sido detenidos Guillermo Gamarra y Gumercindo Rivera en la subprefectura, los trabajadores y sus familias comenzaron a agolparse en la Plaza Alonso de Ibáñez reclamando su libertad, rodeados por cientos de militares armados. El gesto desafiante de Emilio Díaz de presentarse en un auto y la obligación impuesta por el Mayor José Ayoroa para que Gamarra y Rivera hablasen, enardeció a la multitud. Una piedra lanzada a Ayoroa por un obrero anónimo habría sido la chispa que encendió la mecha. Su respuesta fue una ráfaga de ametralladora que inició la balacera –según algunas fuentes, resistida por los soldados que se negaron a obedecer la orden de hacer fuego.

Finalmente, “una lluvia de balas barrió a todas las filas delanteras del pueblo”. Cayeron hombres y mujeres, se confundieron los muertos con los heridos. “El griterío se hizo atronador. Los obreros corrieron a parapetarse; todos, desorientados, sorprendidos por un fusilamiento tan brutal y tan cruel, no sabían en estos momentos adoptar ninguna decisión salvadora”, escribía el periódico obrero Reacción de Oruro en 1927.

A la masacre le siguieron el duelo colectivo y la huelga, que se extendieron los días siguientes desde Uncía a Llallagua en señal de luto por las víctimas, cuyo número jamás conoceremos. Las cifras oficiales reportaron cuatro muertos y 11 heridos, dos de los cuales murieron después. La prensa obrera y de izquierdas hablará de medio centenar de fallecidos –Gumercindo Rivera, en base a declaraciones posteriores, de una centena–, cuyos cuerpos habrían desaparecido en los hornos de calcinación de los Ingenios Miraflores y Catavi.

Mientras los dirigentes de la FOCU fueron torturados, desterrados u obligados a huir, el emisario de Saavedra, Hernando Siles, acordó con una nueva dirigencia la asociación por separado de artesanos y trabajadores. La FOCU fue así liquidada y, más tarde, disuelta.

Según un informe de la Compañía Estañífera de Llallagua, “la cuota de gastos correspondiente a la Compañía por la movilización, alimentación de las tropas y varios otros desembolsos durante la huelga de junio fue de Bs 71.969.66”.

Dos días después de la matanza, Ayoroa afirmaba a Saavedra: “Uncía se sacrificó sola por sus demás compañeros, como simiente de reciprocidad, para el futuro”. No se equivocaba. En el Tercer Congreso Obrero de Oruro de 1927, los trabajadores declaraban el 4 de junio Día del Proletariado Boliviano. Una fecha ayer recordada, hoy olvidada.

* Las autoras se encuentran trabajando en un libro sobre la masacre de Uncía de 1923 que pronto será publicado en Bolivia.

 

LA OPULENCIA DEL POTOSÍ COLONIAL (Parte I)


 

Transcribimos un fragmento de la vida en el Potosí colonial durante la celebración del corpus christi, donde se mostraba la riqueza con la que contaban los habitantes de esta ciudad.

Fuente: El Potosí de Antaño, de Rubén Ochoa. Empresa Editora “Khana Cruz” SRL / La Paz, 1976.

En 1572 fue levantada la catedral, o iglesia matriz en la plaza del regocijo, pero debido a que la edificación fue de adobe se derrumbó, siendo reconstruida de acuerdo a los planos fraccionados por el arquitecto fray Manuel Sanahuja en 1809, debiendo anotarse que de esta iglesia es de donde sale el santísimo Sacramento para Corpus, y son Roma Sevilla México y potosí en todo el mundo, las únicas ciudades privilegiadas para sacar en andas a Jesucristo sacramentado y pasearlo en procesión, habiendo costado a Potosí esa concesión especial la suma de 1 millón de pesos, enviados a uno de los papas del siglo XVII.

Permítasenos dos palabras, sobre el boato con qué se festejaba el Corpus, cuyas ceremonias y procesión al presente, nos parecerían nada más que una fábula.

Así, el corpus de 1683, las calles por donde debía pasar el Santísimo Sacramento, fueron pavimentadas con barras de plata, los altares que se levantaron en las bocacalles estaban adornados con tapices de Persia, salpicados de piedras preciosas que resplandecían, como queriendo competir con el sol, mientras que en lugar de candeleros se utilizaron barras de piña de plata de 100 Marcos, encima de los que ardían los cirios. El Santísimo Sacramento salió a la procesión en andas de plata bruñida y cincelada, precedida por decenas de imágenes de más de quince parroquias y seguida por las cofradías, el cabildo, los tribunales, la aristocracia y el pueblo.

El corpus de 1733, tuvo lugar el estreno del altar de Nuestra Señora, construido de plata con grabados de alto relieve e incrustaciones de oro, exornados con pedrerías, empleándose 900 marcos de plata, costando la obra 13.000 pesos fuertes, siendo los hermanos don Juan y don Pedro de Urriolagoytia, el veinticuatro don Juan de Álvarez y algunos devotos, los que costearon su valor.

Pero el corpus de 1737 fue el inolvidable en la Villa, porque a costa del Maestre de Campo don Juan de Santelices y su esposa doña María Álvarez, tuvo lugar el estreno de un carro de plata maciza que salió de la iglesia matriz, arrastrado por 24 niños, que imitando ángeles lucían albos vestidos de seda, recamados con sartas de perlas y alfajores, en tanto que alas, siendo de filigrana de plata, estaban cuajadas de esmeraldas, rubies, granates, topacios, brillantes y diamantes.

Foto: Catedral de Potosí, aprox. principios de siglo XX (ED BIGGEMANN & CO)

 

NO PERDIMOS LA GUERRA DEL CHACO


 

Por: Juan Alberto Quiroz

A vísperas de recordar 88 años del cese de hostilidades de la Guerra del Chaco, con seguridad, las autoridades e instituciones repetirán la misma información errónea de todos los años. El Decreto Supremo 2063, de 13 de junio de 1950, instituyó el 14 de junio como el Día del excombatiente para HONRAR a los soldados que defendieron el territorio patrio en esa guerra. ¿Cómo podemos honrar a nuestros héroes contando mentiras a las nuevas generaciones? NO REPITAMOS QUE PERDIMOS. Esta guerra no terminó en el año 1935, el cese de hostilidades fue el comienzo de tres años de discusiones diplomáticas que terminaron con la firma del tratado de "Paz, Amistad y Límites" el 21 de julio de 1938, mediante el cual Paraguay cedía 110.000 km2 a Bolivia. Además, CONSOLIDARÍAMOS NUESTRO ACCESO AL OCÉANO ATLÁNTICO POR EL RÍO PARAGUAY, MANTENDRÍAMOS INTACTA NUESTRA ZONA PETROLÍFERA Y CONSERVARÍAMOS NUESTRA RESERVA DE HIERRO DEL MUTÚN INTACTA. NO REPITAMOS QUE FUERON 50 MIL BOLIVIANOS MUERTOS. Cada año que pasa vamos matando a más bolivianos. En esa guerra murieron 32 mil patriotas. Seamos respetuosos con su memoria. NO REPITAMOS QUE BOLIVIA ERA SUPERIOR EN TROPAS. Se menciona que nuestro país se enfrentaba al pobre e indefenso Paraguay, que solo estaba armado con palos y machetes. FALSO. Paraguay realizó una movilización general de tropas desde el inicio de la guerra, mientras que Bolivia lo hizo al final. RECORDAMOS LA PARTICIPACIÓN ARGENTINA. Argentina y Paraguay, con todos sus medios, se enfrentaron a Bolivia. NORMALMENTE, cuando se aborda la lectura de esta guerra, se olvidan o prefieren no mencionar el papel de ARGENTINA y todo su aparato estatal, incluidas sus Fuerzas Armadas. Rindamos un verdadero homenaje a nuestros héroes transmitiendo la gloriosa historia que nos han legado.

¡HONOR Y GLORIA!


LA CUESTIÓN INDÍGENA EN BOLIVIA DESPUÉS DE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA (Parte II)

 


Por: Percy Boris Brun Torrico / Extracto de la tesis de doctorado en historia, titulado: Contribución del discurso político de la prensa de la ciudad de la paz a la construcción del imaginario nacional de Bolivia (1829-1899). 2011.


La cuestión indígena fue un aspecto polémico, debatido y sumamente contradictorio tanto en la colonia como en la República. Su importancia es vital para la constitución del Estado-nación boliviano.

La sociedad estamental colonial había utilizado la etnia como elemento diferenciador, de exclusión y explotación. Por un lado, estaban los criollos que hablaban Castellano en las ciudades, por otro las repúblicas de indios con su idioma y su cultura ancestral en el área rural. En la colonia, ya las Leyes de Indias (iniciadas con las Leyes de Burgos del 27 de diciembre de 1512) buscaban regular y evitar el maltrato a los indios. Pese a ellas, la explotación a estas personas fue muy intensa. La expoliación se daba a través de instrumentos como la mita, la encomienda, y el tributo. No era precisamente un sistema de esclavitud, pero la mano de obra indígena fue fundamental para la codicia de aquellos ibéricos (aunque no todos), quienes una vez instalados en América no tomaban en cuenta para nada las mentadas Leyes de Indias. Los defensores de los aborígenes hicieron escuchar su voz desde los primeros años de la conquista, entre los cuales están los sacerdotes Bartolomé de Las Casas y Fray Antonio de Montesinos. Los denominados “Cronistas de Indias” dejaron escritas en sus páginas estas cuestiones en varios momentos de la colonia, muchos de ellos apologistas de los indios, habiendo incluso cronistas indígenas(1) .

Al finalizar el periodo colonial, el debate se encendió aún más. Por ejemplo, mientras Pedro Vicente Cañete y Domínguez afirmaba que “el trabajo minero de Potosí es de orden público privilegiado por lo que importa al reino; los vicios nativos del indio encuentran allí su mejor remedio, luego, es lícito forzarlo a ese trabajo”; por el contrario, el fiscal Vitorian de Villava se empeñaba en la abolición total de la mita, pues, no sólo era inhumana e inaceptable sino, además perjudicial para los mismos intereses de la corona española: “Sostenía, además, que ‘el trabajo minero de Potosí no es de orden público y aun siéndolo, no funda derecho para forzar al indio; el indio no es tan indolente como se dice y aun siéndolo en grado sumo, no es lícito forzarlo’” (J. Roca, 2007: p. 148).

Pese a los defensores de los indios (que nunca faltaron, y generalmente eran criollos, paradójicamente), los ibéricos, criollos y después los mestizos, se daban modos para establecer vínculos y alianzas que les permitiese el enriquecimiento mediante la explotación del comercio, la mina y la tierra. El gran esquilmado resultaba ser el indígena: enviado a la mita que posibilitaba la producción minera, trabajador en las chacras de terratenientes hacendados, u obligado a comprar artículos europeos inservibles. No obstante, para dar curso a este abuso, se establecían acuerdos con las mismas comunidades indígenas a través de sus caciques. La sociedad expoliadora funcionaba con una especie de cadena de poder, en la cual el poder metropolitano (España) asignaba los cargos administrativos (p. ej. corregidores), el poder municipal adjudicaba tierras y autorizaba el comercio, y las autoridades indígenas facilitaban o frenaban el reclutamiento de los trabajadores. (2)

Demélas (y también Roca) cuentan cómo la condición indígena fue objeto de debate en el primer Congreso General Constituyente de 1826 de Bolivia. ¿Debía ser el indio considerado ciudadano? Hubo polémica intensa. Ganó la corriente que pensaba en el indígena como un ser carente de civilización, y por consiguiente la ciudadanía no le correspondía todavía; primero había que alfabetizarlo. De todos modos, tampoco fue fácil al indígena ajustarse al régimen republicano, pues en su mentalidad (lo mismo que en la mentalidad de muchos mestizos y criollos) había quedado bien afincada la imagen del Rey como soberano y juez al mismo tiempo. Pero para complicar el panorama, el pensamiento político indígena tampoco respondía a una única corriente, así lo muestra la siguiente cita de Demélas:

La división entre las comunidades indígenas favorables a Tupac Amaru y las fieles a la corona obedece a conflictos inter-étnicos tradicionales. En Charcas, los Machas, los Chichas y los Pocoata siguen a Catari, mientras que se le oponen los Yotala, Yamparáez y Mizque. Los mejores auxiliares de Ignacio Flores, que libra a La Paz de su primer asedio, son los indios de Paria, bajo la conducción de su cura. La causa realista también consigue la colaboración de los caciques de Pacajes, de Sicasica y de Pucarani. En el curso de la rebelión, se observan mudanzas, con rebeldes que se pasan al lado de los realistas a fin de combatir a antiguos adversarios ahora “cataristas”. Es el caso de los indios Lupacas, que cambian de bando para irse a combatir con los Collanas y los Yungas. El cacique de Chincheros, Mateo Pumacahua, pone sus fuerzas al servicio del rey, y desempeña un papel determinante en la captura de Tupac Amaru. Treinta años más tarde, cuando Pumacahua encabeza la rebelión contra España, la contrarrevolución partirá del pueblo de Tinta, y los habitantes de Sicuani entregarán a Pumacahua (2003: p. 79).

Los cambios liberales tanto de las reformas borbónicas como de la República independiente tuvieron especial resistencia por parte de la jerarquía de la Iglesia (sin embargo, los párrocos de base solían apoyar la igualdad e iban contra la explotación indígena), de los notables criollos y de los indígenas (Cfr. M-D. Demelas, 2003: p. 86). Según Demélas, los pueblos indígenas tenían sus propios objetivos. Si bien coincide con F. Mallon al otorgarles a los indios posibilidad de propia acción, sin embargo su óptica es diferente. Mallon concluye que los indios (por lo menos los de Perú y México), a su manera, querían incorporarse al Estado-nación moderno;36 en cambio, Demélas (en Bolivia, Ecuador y Perú) da a entender que sus objetivos eran mantener su ancestral forma de vida. Después de todo, el sistema democrático representativo, con su énfasis en el individuo, destruía la sociedad colectiva indígena.

En lo concerniente a la presente investigación, queda la pregunta central: ¿la cuestión indígena fue abordada en los periódicos objeto de estudio? Se la responderá en los Capítulos siguientes al presentar los resultados de la investigación.

De todos modos, la idea de ciudadanía se convirtió en el aspecto problemático en la constitución del Estado-nación. En los países latinoamericanos, con características culturales tan diversas y heterogéneas, ¿pudo establecerse la ciudadanía igualitaria para todos? Ligada a esta disyuntiva está la democracia representativa. Si la ciudadanía igualitaria no es fácil de alcanzar en sociedades de gran diversidad cultural, entonces la democracia también tambalea.

Además, en sus primeros años como independientes, los gobiernos, pese a sus Constituciones representativas, no eran auténticamente democráticos. El derecho a voto estaba reservado para los hombres que dispusiesen de una renta o patrimonio mínimo; las mujeres y esclavos no votaban. Sólo entre el 5 y el 10% de la población masculina sufragaba (paradójicamente, en Europa el porcentaje era aún menor)(3) (D. Bushnell, 1989: p. 35). También había restricciones sobre quiénes podían ser elegidos.

Se sumaba la manipulación del voto. Todo esto dio lugar a una profunda contradicción, pues, si no todos escogían a sus representantes, entonces los individuos no eran iguales. En el transcurrir del siglo XIX y principios del XX, esta situación hizo que los ciudadanos con derecho a voto se sintiesen mejores a quienes no lo tenían, provocándose así secuelas de discriminación hacia ciudadanos considerados directa o indirectamente de segunda categoría. Una sociedad así corría el riesgo de trastornarse en ingobernable.

Sea que el concepto de ciudadanía fuese engañoso en sí mismo o sea que se lo hubiese utilizado de manera inescrupulosa y política, lo objetivamente visible en la sociedad latinoamericana es la existencia de sociedades desiguales. Las asimetrías se perciben más notoriamente entre los individuos que viven en las ciudades y los campesinos rurales. La ciudad, por tanto, constituyó un lugar clave en la constitución del Estado-nación durante el siglo XIX, quedando el campo como lugar “incivilizado”.

Deler tiene una explicación sobre la lógica de la existencia de la ciudad en la colonia y en los primeros años de la Independencia. Propone el “modelo de las tres aureolas” (J. Deler, 1992: p. 351- 360), mediante el cual se organizaba el territorio colonial con objetivos de dominación sobre los sectores indígenas.(4) La ciudad ocupaba el centro de poder regional o transregional donde residían las elites residentes hispano-criollas: militares, administrativas, eclesiásticas, terratenientes, mercantiles. La periferia inmediata estaba conformada por la primera aureola, donde se encontraban los territorios comunales. Ahí los municipios obtenían sus rentas y la población urbana se recreaba. Ahí había comunidades religiosas, fábricas de manufacturas u “obrajes”, y algunas hectáreas dedicadas al cultivo de alimentos. En la segunda aureola se encontraban las comunidades indígenas y/o las haciendas. En la periferia de la periferia estaba la tercera aureola, lugares de difícil acceso y con mediocres posibilidades agrícolas, pero constituyendo una reserva de recursos tanto humanos como materiales. El núcleo citadino gozaba de un prestigio mayor, cuyos habitantes eran distinguidos. Era el centro de la cultura, la ilustración, la modernidad. El modelo propuesto por Deler se mantuvo todo el siglo XIX. En el proceso de constitución del Estado-nación, los citadinos gozaron de la imagen de una ciudadanía de primera clase; en cambio, otra de segunda fue implícitamente asignada a los habitantes de la periferia. En el caso de los países andinos, los habitantes de la periferia eran en su gran mayoría indígenas. La ciudadanía degradada recayó en ellos.

 

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Referencias:

1 Sobre los “Cronistas de Indias” véase: Juan Marchena F., El poder y la palabra en los Andes. Lazarillo de caminantes entre la literatura y la historia andinas, Sevilla, Universidad Pablo de Olavide, pp. 6-14. Vale mencionar que Marchena asigna una valoración a estos cronistas con la frase: “(…) los historiadores ‘primitivos’ de los Andes en el sentido occidental del término ‘historia’”.

2 Marie-Danielle Demélas (2003), La invención política. Bolivia, Ecuador, Perú en el siglo XIX, trad. por Edgardo Rivera Martínez, 1ra. ed., Lima, IFEA/IEP, p. 42

3 Véase: David Bushnell y NeillMacaulay (1989), El nacimiento de los países latinoamericanos, Madrid, NEREA, p. 35.

4 Véase: Jean-Paul Deler (1992), “Ciudades andinas: viejos y nuevos modelos”, en: Garcés E., Kingman (Comp.), Ciudades de los Andes. Visión histórica y contemporánea, Quito, IFEA, pp. 351-360.


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