EL “JAMES BOND” BOLIVIANO Y SU HAZAÑA DEL RESCATE DE UN AVIÓN BOLIVIANO DE SUELO CHILENO

 


Por: Juan Mejía Cisneros/ Publicado en Fondo Negro, el 19 de julio de 2023.

El hombre que protagonizó está heroica tarea –como sacado de una película de James Bond– de arrancar un avión boliviano de manos de los chilenos y ponerlo en operaciones de combate en la Guerra del Chaco (1932-1935), fue el piloto orureño Emilio Beltrán López, un joven bien parecido, audaz, osado, deportista, decidido, más conocido por el alias “Tocuyo” Beltrán.

La historia de Bolivia está salpicada no sólo de hechos protagonizado por políticos, militares, civiles, de cruentos golpes de estado, masacres a mineros, guerras; sino también de hombres y mujeres que han dejado ejemplos dignos de imitar por las generaciones venideras, ahí está el piloto, Juan Mendoza, músicos como Raúl Show Moreno, “Jacha” Flores, historiadores, escritores, periodistas, literatos, eslabones que encadenan lo bueno de Bolivia ante el mundo, sin embargo, aún hay sucesos históricos poco o nada conocidos.

DE JUGADOR A PILOTO

Según el historiador Miguel Salas, Emilio Beltrán López, es un orureño descendiente de la antigua familia orureña Beltrán, que pertenece a la tercera generación de esta familia, a quien le apodaron “Tocuyo”, asegura que no se sabe por qué, sin embargo, el sobrenombre se quedó para la posteridad.

Cuenta que, Tocuyo Beltrán, en principio se dedicó al fútbol llegando a ser jugador del Oruro Royal, pero la fiebre de la aviación que propagó el piloto orureño Juan Mendoza, hace que deje de lado el deseo de ser futbolista para dedicarse a la aeronáutica, así nace una segunda generación de orureños que prefieren ser pilotos, “fue él, Emilio Beltrán, que abrazó esta carrera, saliendo piloto de la Escuela de Aviación de El Alto, inaugurado el año 1922 en el gobierno de Bautista Saavedra, en esa escuela se preparó como aviador”, recuerda.

Declarada la Guerra del Chaco, Beltrán era uno de los pilotos ya preparado para esa beligerancia que se pensaba que iba a ser corta, pero duró tres años. En ese ínterin Bolivia, con el Tratado de 1904 de paz con Chile, tras la Guerra del Pacífico (1879 – 1884), tenía habilitado los puertos para el transito libre, pero como la guerra duró y en ese tema diplomático, Chile al ver que ingresaba mucho armamento a Bolivia, y también, talvez viendo la estrategia suya, Chile corta ese acceso libre, incumpliendo el tratado de 1904 de libre tránsito.

“Es así que había varios pertrechos que no han pasado a Bolivia, entre ellos un avión que estaba en (el aeropuerto de) Arica decomisado por Chile, que debía entrar al campo de operaciones”, narra Salas.

Y añade que, ahí empieza la delicada tarea del piloto Beltrán. El Estado Mayor, le encomienda al piloto orureño un trabajo muy importante y de mucha responsabilidad patriótica. “Esta historia es recuperada por la aviadora Tte. Cnel. Amalia Villa de la Tapia, que es la directora del archivo de las FF.AA., quien escribe en tres libros suyos que se llaman ‘Alas de Bolivia’, en cuyas páginas habla de la misión encomendada al piloto orureño”, confirma.

Se le encomienda una tarea patriótica a Emilio Beltrán, piloto joven y audaz, de recuperar ese avión a “como dé lugar”. Entonces, él (Tocuyo Beltrán), sale de operaciones a cumplir una tarea de alto espionaje por encargo del gobierno boliviano y, viaja a Arica, pero como comerciante, un rico comerciante alejado de la guerra, despreocupado de lo que pueda pasar, simplemente va a Arica a hacer negocios, allí él traba amistades porque era un joven simpático de gran carisma, futbolista, era un tipo James Bond, aficionado a las mujeres, de fácil amistad que le permite romper el hielo en Arica Chile.

Salas dice, la historia señala que, Beltrán manejó con cierta destreza el trabajo de espía, habilidad que le valió para llegar al depósito del combustible especial para aviones (benzina), investigó todo el movimiento que realizaba todo el personal del aeropuerto de Arica, “supo observar, escuchar, tomar apuntes de los horarios, a poner ojos y sentidos a todo el movimiento de la guardia chilena en el aeropuerto. Se había convertido en un verdadero espía”, narra.

Beltrán había trabajado silenciosamente y sin levantar sospechas en la tarea de espiar hasta que llegó el momento, de levantar vuelo; estaba con ropa de civil ligera como se usa en una playa, cargó benzina al avión, corrió por la pista y remontó vuelo frente a un personal del aeropuerto chileno que nada pudo hacer para detener. El piloto orureño dirigió la aeronave con rumbo hacia la cordillera.

“Nadie lo pudo alcanzar ni lo hicieron, tampoco Chile denunció de aquel suceso, toda esa aventura se supo después de la guerra, porque hubiera sido una humillación para ese país que en su propio suelo y espacio aéreo haya ocurrido este hecho, de cómo fue el rescate de un avión boliviano que estaba secuestrado en el aeropuerto de Arica”, afirma Salas.

Emilio Beltrán conocedor del grandioso espacio boliviano, ha llegado hasta el aeropuerto de El Alto, orientándose por puntos referenciales de la cordillera; durante su vuelo, en el horizonte ha divisado el imponente Illimani y, según cuenta la historia, ha llegado desfalleciente al aeropuerto de El Alto donde, por entonces, no había casas alrededor, porque simplemente era la hoyada de La Paz, arribó en un horario donde no había vuelos programados y todos se alarmaron en la pista de El Alto y se preguntaron ¿qué avión podría estar llegando?, pero ignoraban de que el avión que aterrizaba, fue una aeronave rescatada de Arica Chile.

Eso es lo que lo que escribe la archivista de las FF.AA. “ha llegado el avión, ha aterrizado, era un hombre congelado el que ha bajado y lo único que ha dicho (Beltrán), según Amalia de la Tapia, es ¡¡¡Misión cumplida!!! ¡¡¡Viva Bolivia!!! y se desmayó. El avión ha entrado a operaciones inmediatamente, el piloto “Tocuyo” Beltrán fue internado en un hospital durante tres meses hasta su total recuperación”, apunta Salas.

Antes de la incursión del piloto orureño a Arica, Bolivia busca recuperar el avión a través de la cancillería, pero Chile niega, luego se ha atribuido al cumplimiento del tratado (1904), tampoco se ha logrado y, “fue un piloto orureño, que ha vivido una semana en Arica, para romper todos los esquemas de seguridad en varios niveles del gobierno de Chile, ha roto la frontera, hasta ingresó al depósito de la benzina resguardado por niveles bajos y, sin haber hecho uso de la fuerza, sin el uso de armas de fuego, Beltrán hizo un trabajo efectivo para rescatar el avión boliviano. Fue una tarea increíble”, enfatiza Salas.

El avión rescatado, entró en operaciones logrando importantes bajas entre los paraguayos con bombardeos al fortín isla Po’i, y en la última etapa de la guerra, también bombardeó posiciones y derribó enemigos.

EMILIO BELTRÁN, EL “MILLONARIO DEL AIRE” OLVIDADO POR ORURO

Salas lamenta que el centralismo simplemente ignoró a los héroes orureños, “en la historia nacional todo es hablar de pilotos paceños, todo es hablar de La Paz como punto de referencia, ahí tenemos a Pabón, piloto paceño, hasta le han hecho monumentos, en todo lado, una escuela lleva este nombre, ese es el crimen del centralismo, ignorar a otros héroes como al orureño “Tocuyo” Beltrán”, advierte.

Además, agrega que, después de la Guerra del Chaco, Emilio “Tocuyo” Beltrán fue capitán y alto directorio de la Lloyd Aéreo Boliviano LAB, manejaba un hidroavión tipo Cirkovski, que llegó para la Lloyd.

Pero, comenta que, no sólo el centralismo paceño ha olvidado a este héroe, sino Oruro no le ha reconocido a este piloto orureño, “no hay una calle que lleve el nombre de este héroe de la Guerra del Chaco, ni una unidad educativa, ni se sabe el retrato de este héroe, esa es la ingratitud”, asevera el historiador.

Salas, señala que Emilio Beltrán López, fallece en octubre de 1941 junto a otros dos personeros de la LAB, en un accidente aéreo ocurrido en el río Mamoré, el hidroavión en que viajaba Beltrán y otros personeros se estrella, truncando de esta manera una grandiosa vida, “murió joven y era reconocido también como ‘el millonario del aire’, porque la casa Junker de Alemania, le condecoró con los ‘alfileres de oro y plata’, por ser uno de los pilotos bolivianos que rompió el récord del millón de horas de vuelo”, rememora.

Añade que los restos mortales del valiente piloto orureño están sepultados en Cochabamba, allí se ha identificado su tumba. Parientes, sobrinos, nietos de la familia Beltrán, que viven en esta ciudad, resguardan sus restos. El hijo, Jorge Eduardo Beltrán Johannessen, radica en los Estados Unidos.

Aviadora Tte. Cnel. Amalia Villa de la Tapia, directora del Archivo de las FF.AA.

1941: Cap. Emilio “Tocuyo” Beltrán López, un orureño “Millonario del Aire”. Amor a la Patria a toda prueba, fue comisionado para cumplir una difícil y peligrosa MISION SECRETA. Esta heroica acción del piloto Beltrán, fue recogida años después por la aviadora y archivista de las FF.AA. de Bolivia.

La archivista escribe:

“Las autoridades chilenas en el PUERTO DE ARICA, retenían sin razón explicable un avión boliviano y había que recuperarlo de cualquier manera, para ponerlo al servicio del país. BELTRAN llega un día ARICA de INCOGNITO inicia de inmediato sus investigaciones… el avión se encontraba en la pista del puerto, Beltrán escudriña la distancia, estudia la situación, observa las actividades rutinarias del personal de custodia y, se aproxima un día al aparato…

Piensa que SU MISIÓN ES SERVIR A LA PATRIA y ese avión que pertenece a su país es también suyo, SE APODERA DE ÉL y tras una veloz carrera remonta el vuelo sin contar siquiera con un buen abrigo para trasmontar la CORDILLERA, nada pudieron las autoridades chilenas para obligar al piloto boliviano a retornar con el avión burlado…

El frío era tan intenso por el PASO DE LOS ANDES que fue un milagro, su llegada a los cielos de la CIUDAD DE LA PAZ fue heroica, apenas el avión tocó tierra y se detuvo, Beltrán quedó inconsciente dentro de su carlinga; sus compañeros tuvieron que trasladarlo de urgencia a un hospital donde permaneció más de un mes hasta su total restablecimiento…

El orureño Beltrán, fue un valiente a toda prueba y sus acciones que realizó en vida producen un inexplicable orgullo por el acendrado patriotismo que éste personaje supo crear con su valor a toda prueba…

El 14 de junio de 1935, los cañones rugieron su último fuego mortal, al haberse firmado en Buenos Aires el Tratado de Paz, al medio día de aquel día, un silencio de paz, habitó aquellas tierras luego de un conflicto de tres años… más de 40.000 combatientes bolivianos no volvieron jamás con vida, murieron defendiendo su patria…

¡Se retornó al regazo del hogar, los hombres volvieron a los campos y las fábricas, para reconstruir a la Patria! herida gravemente en su económica; el viejo guerrero… peleó ya con ropas de obrero, artesano y oficinista, para alzar el arado y el yunque del progreso…

Hoy se recupera a la historia nacional, la biografía de un orureño, cuya estampa de valiente jamás desaparecerá de la memoria nacional. ¡¡GLORIA A BELTRAN!! ¡¡VIVA BOLIVIA!!”. (M. Salas A.)

Disponible en: http://fondonegrobolivia.com/james-bond-andino.../... 


DIARIO DE GUERRA DE GERMÁN BUSCH

  

Busch.

 Germán Busch Becerra —teniente de Caballería — tiene 28 años y relata en cartas familiares, en septiembre de 1932, su ingreso a la zona de combate y su intervención en la batalla de Boquerón.

En una acción suicida, él y sus soldados han roto el cerco del ejército paraguayo de entre 15.000 y 18.000 hombres sobre el fortín, defendido por poco más de 600 jóvenes bolivianos.

"Me encuentro completamente aniquilado, el hambre y la sed son horribles y todos aquellos cuerpos ya despiden un olor insoportable, hay momentos en el que uno desea la muerte, me hallo incapaz de descubrir todos los sufrimientos en estos días, sólo Dios sabe cuánto he sufrido".

Le duele, le conmueve la guerra, pero cumple con enorme disciplina su papel en la batalla.

 “Muchos de los nuestros han caído para no levantarse más, pero vuelvo a emplazar mi pieza sobre varios cadáveres”, escribe.

German "el camba" Busch, hijo del médico alemán Pablo Busch Wiesener y de Raquel Becerra Villavicencio, boliviana de ascendencia italiana, a pocos día de su ingreso en combate expresa nostalgia por el hogar, por la familia: “Y, mientras, las balas no cesan un segundo de silbar sobre mi cabeza, acuden recuerdos de antaño, felicidad perdida, mi hogar, mi madre, mi hermana, una enamorada ¿qué harán, sabrán cómo sufro?”.

 

Transcripción del diario de campaña del teniente coronel Germán Bush

Fuente: Museo de Historia Militar 

Día 9

Con el mismo entusiasmo de todo el viaje salimos de Camacho con dirección a Muñoz, hacemos un alto a las 3 leguas del Fortín y nos dan la noticia de que fuerzas paraguayas han atacado Boquerón siendo rechazadas. Esta es la primera noticia que tengo desde mi partida de Oruro.

A medio día por fin llegamos a Muñoz, ansioso de descansar y dormir después de un viaje de 15 días lleno de sufrimientos.

Pero no llegan a cumplirse mis deseos porque tenemos que continuar con la marcha, la situación se agrava y necesitan refuerzos.

Empiezan los preparativos de lo que vi cruzar, bandas de munición, repartición de cartuchos y paquetes sanitarios a la tropa, todavía todos estamos entusiasmados, como se ve que no esperamos la guerra.

Al anochecer partimos en camiones, no sabemos cuál es nuestro destino, solo sé que vamos a defender nuestro derecho. Después de unas horas de viaje arribamos al Fortín Saavedra y con alegría recibo la noticia de que vamos a dormir en esa.

Día 10

He dormido bien, corren voces de que vamos a Boquerón y pienso que por fin voy a conocer lo que pedíamos tanto ¡guerra!

Se escuchan algunas detonaciones sonar y me dicen que son los disparos de artillería que hacen los pilas. Los nuestros, en Boquerón, les han puesto este sobrenombre a los paraguayos.

En mi camino no siento todavía nada, sigue tranquilo. Nos dan nuevamente la orden de embarcarnos, al atardecer llegamos al Fortín Yujra, un pequeño descanso para llegar al anochecer al Fortín Arce. Aquí, las noticias siguen más alarmantes, nos dicen que han pasado 500 soldados de Sud, ya hay algunos heridos.

Seguimos con dirección al puesto Yujra, nos encargan cuidado en el trayecto.

Se espera una sorpresa del enemigo. Durante el camino encontramos varios camiones y traen heridos, esta es la primera impresión que tengo, pues recién comprendo que la guerra no es chanza, ya ha cambiado la fisonomía de algunos soldados.

Tal vez piensan igual que yo, en todos los seres queridos que dejamos allá, cuál de ellos no tiene una madre, hermana, tal vez una noviecita que todavía lleva impresos en sus labios el beso de despedida y solo el destino sabe que volverá a verlos.

Llegamos a Yuga. Se nos encarga silencio, dicen que el enemigo está cerca. Me encuentro con algunos amigos del 14 y me cuentan que ya han combatido, me cuentan horrores, me parece increíble, empiezan a noticiarme entre muertos y heridos, algunos conocidos míos y pienso en días antes que todavía charlaba con ellos y ahora ya habían entregado su vida a la Patria.

En la noche nos sacan a un kilómetro del puesto para ir a vigilar.

Día 11

Amanece este día aciago con los preparativos de marcha hacia Boquerón.

Todos vamos silenciosos, pensando sabe Dios en qué. A los 2 km ya vemos varias manchas de sangre, seguimos algo más y se nos presentan a nuestra vista varios cadáveres.

En uno de ellos reconozco al de un amigo, tiene el cráneo destrozado, da horror contemplar todas esas fisonomías, en algunas se reflejan el horror y en algunas encuentro una sonrisa, pasa una plegaria por mis labios y veo que tal vez dentro de poco también mi cuerpo se encuentre botado en este terreno que defendemos.

Sigo caminando cabizbajo pensando en Dios y mi madre, de pronto mis pensamientos son sorprendidos por el estruendo de los disparos, e inmediatamente ponemos todo listo para el combate.

Se escucha el zumbido de los proyectiles, empezamos a avanzar por el monte, se nos hace dificultosa la marcha, vamos tropezando y ensartándonos en la infinidad de ramas y espinas.

Se oye el zumbido de un avión, empieza a caer una lluvia de proyectiles no sabemos de dónde, los nuestros también disparan, es una confusión tremenda, se oye un alarido de dolor, es el primer herido, continúan los disparos, ya hay varios muertos, continuamos el avance, salimos a un claro, al frente a la orilla del monte el enemigo está posicionado. Hay que desalojarlo.

Mi pieza es la designada de ir a la cabeza, caen algunos heridos más, sus lamentos y suplicas parten el alma, tampoco se les puede prestar ninguna ayuda, en estos momentos no siento nada, ni temor ni valentía, obro inconscientemente y lo único que recuerdo es que de momento en momento levantaba el nombre de Dios y mi madre.

Ya estamos muy cerca, debemos entrar al asalto, se da la orden de armar la bayoneta y la de asalto y todos al grito de ¡Viva Bolivia! se lanzan hacia el enemigo posicionado, triunfamos.

Hemos tomado posición de las posiciones paraguayas, mi pieza se emplaza sobre varios muertos pilas, el ruido de la ametralladora me ha ensordecido, empiezo a trabajar mi posición y luego a escuchar y descansar y recién pienso en lo horrible que es la guerra, por acá y por allá se ven cadáveres.

De varios lugares parten quejidos, piden auxilio y agua, llego a charlar con algunos compañeros, todos ya detestan la guerra y protestamos contra todos aquellos que en las ciudades piden guerra, desearíamos verlos acá.

Empieza anochecer, no hay un momento que cesen los disparos, y sin embargo hay soldados que duermen, he pasado una noche espantosa.

Día 12

Hoy debemos continuar con el ataque, empieza a escucharse el tableteo de las ametralladoras y las voces de adelante y ¨Viva Bolivia¨.

Todos con la bayoneta calada se lanzan contra el enemigo que es mucho más numeroso que nosotros y este es el momento en que verdaderamente veo heroísmo y valentía en los soldados, ha sido otro triunfo más, pero cuan caro nos ha costado.

Muchos de los nuestros han caído para no levantarse más, vuelvo a emplazar mi pieza sobre varios cadáveres, empieza a roernos otro de los males de la guerra, la sed y el hambre, ya nuestras energías van agotándose, y sentir más y más odio y repugnancia a la guerra.

Ha llegado la noche y también tengo que pasarla en vela pues me veo por segunda vez en primera línea.

Días 13, 14 y 15

Estos tres días han sido de continuo fuego, no sé todavía cómo me encuentro vivo, será que el destino no quiere que muera.

Me encuentro completamente aniquilado, el hambre y la sed son horribles y todos aquellos cuerpos ya despiden un olor insoportable, ya no se puede soportar más, hay momentos en el uno desea la muerte, me hallo incapaz de descubrir todos los sufrimientos en estos días, sólo Dios sabe cuánto he sufrido.

Día 16

 A la 1 de la mañana llega la orden de abandonar las posiciones para retirarnos de Yuga, con qué felicidad recibimos esta orden.

A eso de las 3 llegamos a Yuga, cansados y hambrientos, y todavía nos dan la noticia de que el resto del Sexto de Caballería había tratado de entrar a Boquerón, no pudiendo hacerlo y me cuentan que también hay muchas bajas y heridos, ya no me extraña.

Veo con indiferencia la muerte, nos felicitan, dicen que la actuación de nuestro destacamento ha sido heroica, se rumorea que nos van a condecorar, pero que nos importan los honores, cuando nuestro único anhelo es la paz.

Día 17

He tenido sueños agradables, se empieza a formar para el parte, voy pasando vista de mi pieza, ya varios nombres no me responden, solo los compañeros dicen muerto o herido.

De 14 que eran los de mi pieza, solo hemos quedado 5. En todos se ve reflejada la pena y el horror, ya nadie quiere más guerra, basta de sufrimiento y horrores, bastante sangre ya ha costado.

Ya se ha formado grupos acá y allá, en todos el tema de la charla es el mismo, la guerra. Parece increíble lo que se cuenta, si estamos con vida es por milagro, vuelven a reconocer en mi la esperanza de que tal vez vuelva a mi hogar.

Después de muchos días de vigía y sufrimientos puedo dormir con tranquilidad y pensar con calma, todo me parece que ha sido un sueño con una horrible pesadilla.

Sin embargo, es una realidad, pensamos descansar algunos días, pero tampoco se cumple este deseo, recibimos otra orden de marchar hacia Castillo, donde debíamos posicionarnos, pero tampoco es así. Hay que seguir adelante.

Día 18

Otra vez nos sorprende el día con los preparativos de ataque, debemos de abrir el camino a Boquerón.

Empezamos el avance, el calor es desesperante nuestros organismos ya no resisten más, durante el trayecto van cayendo varios compañeros nuestros rendidos por la fatiga. 

Nuestra primera línea choca con el enemigo, otra vez el tableteo de las ametralladoras y voces de los heridos, se toma algunos prisioneros.

Volvemos a asaltar las posiciones enemigas, pero la sed nos ahoga, ya no se puede resistir más, y en eso encontramos un pequeño hueco de agua, es nuestra salvación.

Con que desesperación nos lanzamos a acabar la sed, alguien dice que podría estar envenenada, pero a quién le importa, ya nadie teme a la muerte.

Seguimos adelante, encontramos en las posiciones paraguayas gran cantidad de galletas, conservas, puros e infinidad de prendas, ha vuelto el entusiasmo a nosotros y de pronto escuchamos una voz que dice ¡allá está Boquerón!

Y nuestras miradas divisan el frente ansiado, pero no es necesario entrar en él, sino protegerlo y a las inmediaciones, tomamos posiciones, el enemigo está atufado y desmoralizado y aprovechando esta situación, empezamos hacer bajas en sus filas, están muy cerca de nosotros y observo claramente cómo van cayendo, escuchando sus alaridos y sus quejas.

También siento por ellos, pues acaso no son tan humanos como nosotros, ellos también cumplen un deber para con su Patria, pero hay que matarlos, cuantos más mueran, nuestra historia y vida será más segura.

Días 19, 20 y 21

Hay orden de entrar a Boquerón y por fin entramos a aquel fortín, en el cual tanta sangre se derrama.

Nos designan una posición, aquí no cesa ni un momento el fuego, la artillería hace estragos, pues estamos completamente rodeados.

Otra vez empieza a picarnos el hambre, se nos da una miseria de comida, se van terminando las pocas mulas con las que nos alimentamos, hay que volver a salir, paciencia tal vez en esta a mí también me toque hacer el ultimo sacrifico.

No temo a la muerte porque sé que esta me libraría de tanto sufrimiento, y el único lazo que me une hoy a la vida es mi madre, por ella y con la ayuda de Dios tengo la esperanza de salir de este infierno.

 

Día 22

 Empezamos nuestro retiro, sabiendo que tenemos que hacerlo pasando por entre las filas enemigas.

Durante el trayecto de 2 km paso por medio de una lluvia de balas, sigue la masacre, aumenta peligrosamente el número de muertos, estalla una bomba a tres pasos de donde me encontraba tendido, los que se encontraban cerca de mi creyendo que había volado, me incorporé creyéndome herido, pero solamente estaba cubierto de tierra.

¿Qué es lo que me libró?, seguramente fueron las plegarias de mi madre.

Por fin logramos pasar toda la zona donde se encontraba el enemigo, llegamos al comando, todos pedíamos pan y agua, ya no éramos los muchachos entusiastas y fuertes que salimos de Oruro.

No, éramos más que sus espectros, todos queríamos irnos, los fejes y oficiales trataban de tranquilizarnos con promesas de que se nos iba a relevar y cuando la tropa dispersa y desmoralizada se retiraba a Castillo llegaron provisiones y agua, eso fue lo que nos contuvo e hizo que regresáramos a ocupar las posiciones del comando.

Días 23, 24, 25 y 26

Durante estos días nuestra misión fue resguardar el comando, aunque no estaba el ruido de los disparos y en especial el de los de artillería.

Estábamos algo tranquilos y nuestra ocupación era espulgarnos, pues todos estamos llenos de piojos, hacia 22 días que nuestra cara y manos no conocían agua.

El 24 estuve enfermo, pero felizmente con algunos medicamentos que me dieron logré reponerme. El 26 en la tarde llegó el 15 de Infantería con 500 hombres para atacar al día siguiente.

Día 27

Al salir el sol, el 15 empezó su avance, luego nosotros.

A la hora de haber partido se produjo el ataque con el enemigo, otra vez lo de antes, pero ya no me causa la misma impresión, ya estoy acostumbrado a la sangre y a los gritos de dolor, veo con indiferencia, veo caer a muchos a mi lado y hoy estoy más convencido que no es la bala la que mata, sino el destino.

Y, mientras, las balas no cesan un segundo de silbar sobre mi cabeza, acuden recuerdos de antaño, felicidad perdida, mi hogar, mi madre, mi hermana, una enamorada ¿qué harán, sabrán cómo sufro?

Acuden alegres pensamientos al hacerme la idea de mi regreso, todavía no he perdido las esperanzas y si no fuera por ello para qué viviría, y la fe en el corazón, mis labios empiezan a repetir plegarias, enseñadas cuando niño por mi madre, todas van dirigidas tanto a Dios como a la Virgen, luego vienen otras.

También imploro a las almas de mi Padre y de mi hermana y ojalá las plegarias que repito, la santa boca de mi madre haga que regrese, tengo fe y confianza en Dios y me resigno a lo que él disponga de mí y en estos pensamientos me sorprende el atardecer.

Me comisionan para regresar a traer algo de víveres y parto con 2 soldados, me extravío, viene la noche; no puedo orientarme y varias veces me acerco a las posiciones enemigas que llego a escuchar sus voces y creo que de esta ya no salgo, cansados y hambrientos nos ponemos a descansar.

Día 28

 Lo primero que hice fue tratar de incorporarme a mi unidad y felizmente lo conseguí pues esta se retiraba y de ahí supe de que el enemigo había atacado y rodeado el comando.

Por fin en medio del fuego llegué al comando donde todo era confusión y desorden, no era para menos, la situación era muy grave.

Por la tarde empieza nuestra retirada extenuados por la sed a las 6 horas llegamos al puesto de Lara y luego pasamos a Castillo donde pude tomar un poco de agua, que rica la encontré.

Día 29

 Toda la tropa se encuentra desmoralizada, ya nadie quiere combatir más y empiezan a correr voces de que se irán, también deben considerarnos pues nuestros organismos están agotados, 20 días de combate, no somos de acero.

Día 30

En la tarde de hoy se nota movimiento entre los soldados y se ven alejarse varios grupos con dirección al camino, nosotros hacemos lo mismo y en tropel abandonamos nuestras posiciones. Es un acto vergonzoso, se deserta en conjunto frente al enemigo, pero en esos momentos nadie piensa.

Llegamos a Arce que distaba 5 aguas, allá nos hace comprender la gravedad de nuestra alta del Comandante de la División y felizmente todos comprendemos y pedimos regresar al frente.

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Día 1

 Por la tarde partimos de Arce después de habernos hablado un Padre, todos regresamos cabizbajos y arrepentidos, hemos comprendido lo grave que hacíamos, a eso de las 11 llegamos a Castillo.

Día 2

Se nos da la misma misión de ir a ocupar posiciones cerca del puesto de Lara, a eso del atardecer atacan nuestras primeras filas, recibimos la orden de ir a reforzarlas y bajo una línea de balas llegamos a las primeras posiciones, después de una media hora de combate se retira el enemigo, durante toda la noche nos ocupamos de construir nuestras posiciones.

Al día siguiente constatamos bien nuestra situación, estamos a la orilla del monte y en el otro frente se encuentran las pilas, lo cual me hace ver que va a empezar una pequeña guerra de posiciones y en efecto se cumple, ya he perdido el control de la fecha, hace varios días que ya nos encontramos en estas posiciones.

Es algo admirable como uno se acostumbra a todo, pues todo el día y toda la noche se hace fuego en ambas partes, ya nos es familiar el silbido de balas, ya todos vemos con desprecio a la muerte y parece que todo lo hacemos sin pensar, somos autómatas.

Casi toda la tropa está enferma del estómago, debe ser efecto de las raíces que chupamos, pero sin embargo así enfermos, agotados por la fatiga y el hambre, laxados por la fuerza del calor con el constante cosquilleo producido por los mosquitos, seguimos defendiendo nuestras posiciones, sin una queja, creo que somos verdaderamente mártires.

Durante los días que permanezco en estas posiciones no hago más que pensar y por momentos me parece que voy a perder la cabeza, tal vez salga loco de acá, ya algunos de los nuestros lo están.

Todas las noches sueño con mi hogar y con mi madre, también todos mis pensamientos van hacia ella y creo que estoy recompensando porque sé que mi madre siempre me recuerda y ruega por mí.

Si me viera en el estado desaseado que me encuentro estoy seguro que lloraría, pero felizmente ella no sabe lo que es la guerra, solo debe creer que todo el sacrificio está en morir y si la guerra solo fuese la muerte y diez vidas tendrías, otras tantas regresarían.

Hoy envidio a mis compañeros que han caído, ellos ya han dejado de sufrir, aunque es cierto que sus cuerpos se encuentran botados, sirviendo de pasto a los buitres y hormigas, sin que haya una mano caritativa que les dé sepultura y los seres queridos que han dejado ni siquiera tendrán el consuelo de llevarles un ramo de flores a sus tumbas y todo esto por qué, por un terreno pantanoso que nos da nada, o tal vez es un castigo de Dios, pero Dios es bueno y creo que ya es bastante para que el corazón más cruel se compadezca.

Cuántas familias enlistadas, hijos sin padres, madres sin hijos, esposas sin esposos y cuantas novias esperan todavía al ser amado que partió con la esperanza de volver triunfante y con gloria, y hoy no es más que un montón de huesos destrozados por la metralla con un pequeño residuo de carne y ropas que van saturando el ambiente con un olor a podredumbre.

Todo esto y mucho más lo soportaré mientras tenga la esperanza de salir con vida de este maldito infierno verde.

A qué mano caerán estas notas el momento que una bala paraguaya de fin a esta mi haraposa existencia, y espero que él llegue a tener este cuaderno en sus manos, sea amigo o enemigo, lo remita a lo de mi madre, será un acto de caridad para con un muerto, además también tendrá una religión y una madre y espero que por ellos lo haga.

Era feliz en sueños, soñaba que me encontraba en mi hogar, cuando fui interrumpido por algunos gritos y disparos, era que los pilas trataban de sorprendernos, y al mismo tiempo que atacaban empezó a caer una fuerte granizada, los granizos se confundieron con los proyectiles, luego siguiendo una tormenta y el tronar de los truenos se confundía con el sordo ruido de las ametralladoras y fusiles.

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A las 2 leguas se nos hace hacer alto y volvimos a entrar en posición, al anochecer vuelven atacar, me encuentro muy enfermo, no tengo aliento para nada, se ordena otra retirada y el temor de caer prisionero hace que haga un último esfuerzo para continuar con la retirada.

Después de caminar otra legua por segunda vez hacemos alto, se nos designa nuestro sector para trabajar nuestras posiciones. Llegan los Regimientos 20 y 35 de Infantería y el 7º de Artillería.

Al amanecer llega la orden de que el Sexto de Caballería se retire a descansar a Arce, cuando preparaba mi equipo se me da la orden de salir en patrullaje con 20 soldados a constatar las posiciones enemigas, este sería el último sacrificio que debíamos hacer.

 

PERCIVAL HARRISON FAWCETT EN COBIJA (Parte X)

 


Cobija está en la frontera entre Bolivia y Brasil; el límite es el río Acre. En el camino desde Porvenir, cuando pasamos frente a la tumba del coronel Aramallo, muerto en la lucha de 1903, uno de los soldados que escoltaban nuestras mulas de carga se separó del grupo y se arrojó sobre la tumba con una pena casi histérica. Esto me interesó, porque a los bolivianos les gusta declarar que el indio es incapaz de sentir afecto. Me contaron que este soldado indio demostraba esta misma aflicción cada vez que pasaba frente a la tumba. Cuando llegamos a nuestro

destino, nos sentimos inclinados a demostrar también nuestra pena, ¡porque de todos los lugares abandonados, Cobija debe ser el peor!

Era un puerto fluvial de cierta importancia, pues su elevación de menos de ochocientos pies sobre el nivel del mar permitía navegar ininterrumpidamente hasta el Atlántico. Había sido una barraca que fuera abandonada. En 1903 la capturaron los brasileños; después fueron expulsados por los bolivianos, que atacaron con indios. Incendiaron las cabañas con flechas ardientes envueltas en algodón empapado en petróleo y después mataron a los defensores cuando éstos se vieron obligados a huir a campo abierto. No escapó ni un solo brasileño. Cuando nosotros llegamos —tres años después—, los esqueletos todavía cubrían el terreno. Nuevamente los brasileños ocupaban el lugar, pero esta vez como trabajadores, y aquí y en la región del Purus sumaban alrededor de sesenta mil.

Por fin se mitigó mi ansiedad por los instrumentos. No había cronómetros, pues se habían robado uno, y el otro estaba siendo reparado en Máhaos, y el único teodolito estaba tan terriblemente dañado que resultaba imposible usarlo. El trazado de la frontera —trabajo, importante, si no vital para Bolivia— debió ser efectuado con mi propio sextante y mi reloj cronómetro. Decidí que debía efectuar la labor, pese a la falta de interés y a la ineficacia de las autoridades responsables. Pero admito que por un momento me sentí tan desilusionado, que tuve la tentación de abandonarlo todo.

Las grandes lanchas que trabajaban río arriba, más allá de Cobija, cobraban tarifas de flete fabulosas —ganando a menudo más del ciento por ciento en cada viaje—, pero en la estación seca, en abril a noviembre, toda comunicación quedaba cortada, excepto para canoas y pequeños botes conocidos con el nombre de igarités. Sirios y armenios pululaban en el río durante la época del tráfico; sus batelones estaban atestados de mercadería barata, que cambiaban por caucho. Hacían fortuna mucho más rápidamente que sus hermanos, los infatigables mercachuleros de las tierras altas. Cuando el tránsito del río estaba en su apogeo, Cobija no parecía tan aburrida.

Como estación colectora de caucho de dos firmas importantes, Cobija poseía una guarnición de veinte soldados y treinta civiles, gobernados por un intendente borracho, que era mayor de ejército. Había uno o dos extranjeros, buenos camaradas, pero amigos de la botella. Por lo menos veinte de los cincuenta habitantes estaban atacados de beriberi y algunos de beriberi galopante, un tipo particularmente rápido que se llevaba a sus víctimas en un lapso de veinte minutos a veinte horas. Cada soldado de la guarnición recibía semanalmente raciones de dos libras de arroz, dos pequeñas latas de sardinas y media lata de camarones cocidos. Con esto debía vivir. Me dejó atónito la idea de que hombres que llevaban una vida tan extenuante, pudiesen mantenerse en condiciones con tal ración. Por eso no es de extrañar que arrasaran con «- las vituallas que habíamos traído; dejamos que los hombres comieran a su antojo.

El médico residente de la estación de Suárez, que decía haber estudiado todas las enfermedades locales, me contó que el beriberi se producía por la alimentación deficiente, la bebida y la debilidad, y que su bacilo se transmitía por contagio, aunque nadie sabe cómo. Él dijo que sucedía lo mismo con la espundia.

—Esperen hasta llegar al Abuna —fue su alegre advertencia—. Hay una especie de tétanos muy difundido allá, que es fatal casi inmediatamente.

El beriberi y otras enfermedades ocasionaban un término medio de fallecimientos por año de casi la mitad de la población de Cobija. ¡Una cifra aterradora! No es de admirarse, porque fuera de unos pocos patos y pollos, todo lo que tenían era arroz y charqui incomible. Las selvas poseían abundancia de caza, pero la gente de Cobija estaba demasiado débil y enferma para salir a cazar.

El intendente, un rufián sin educación, que apenas sabía firmar si nombre, era aficionado a las cartas. Estábamos alojados sólo a un paso de la cabaña que servía de cuartel, y una noche le oímos ordenar a su subalterno que jugase con él una partida de naipes. El subalterno rehusó; hubo rugidos de borracho rabioso y el joven oficial abandonó la cabaña disgustado. El intendente desenvainó su espada enmohecida y salió detrás del subalterno, que estaba parado al lado de la puerta de la barraca, le dió un puntapié en la ingle y después castigó al joven con su espada hiriéndolo gravemente. Al escuchar el bullicio, el secretario del intendente corrió a ver lo que ocurría, y fue lo bastante cándido como para reprochar a su superior. Entonces el intendente cargó contra él, persiguiéndolo alrededor de la choza, propinándole al pobre tipo sablazos con ambas manos. Si alguno lo hubiese alcanzado, habría podido cortarle en dos. El único refugio que pudo encontrar el secretario fue nuestro cuarto y, ahí se precipitó con el rostro blanco a solicitar nuestra ayuda.

Casi pisándole los talones al secretario, entró el intendente.

— ¿Dónde está ese cochino tal por cuál? —rugió—. ¿Dónde lo han escondido, ustedes, gringos?

—Quieto —respondí—. Debería sentirse avergonzado de atacar con su espada a hombres indefensos.

Vio a su tembloroso secretario en un rincón obscuro y me dio un empujón, pero yo lo resistí.

El intendente me lanzó un juramento obsceno y puso la mano sobre su pistolera.

—Ya te voy a enseñar, condenado gringo entrometido —chilló.

Cuando sacó su revólver, le retorcí la muñeca y él arrojó el arma.

En ese mismo instante el subalterno herido entró con algunos soldados, que cogieron al intendente, que luchaba y maldecía. Lo arrastraron hasta el cuartel y allí lo ataron en un lecho hasta que se le pasara la borrachera.

A esto, siguió una investigación oficial y salió a luz que el intendente, teniendo su crédito copado, le había pedido a la casa de Suárez varios cajones con licores, ostensiblemente para los “ingenieros ingleses”. Vendió todas las mercaderías a que pudo echar mano e hizo un desfalco con dinero fiscal; así tuvo la oportunidad de beber a nuestras expensas. Escribí inmediatamente al general' Pando, protestando enérgicamente, porque había cuentas de bebida con cargo a la expedición. Poco después llegó desde Rurrenabaque un nuevo intendente, hombre decente, de quien me hice muy amigo.

Según el cambio oficial, la libra esterlina estaba a 12,50 bolivianos, pero aquí en el Acre descubrí que nuestros soberanos de oro valían sólo cuatro bolivianos, lo que disminuía en forma alarmante nuestro poder adquisitivo. Por primera vez en mi vida pude ver que el oro estaba en desventaja. Jamás he descubierto a qué se debió esto.

No deseaba perder tiempo en Cobija; muy pronto terminé las investigaciones y el trabajo topográfico que debía efectuar en los alrededores. Las lluvias eran ya intensas, el río crecía y disminuía espasmódicamente y por ese motivo teníamos esperanzas de procurarnos lanchas. En ese tiempo despaché un plano al general Pando para establecer un ferrocarril de trocha angosta entre Porvenir y Cobija. Además, trazamos planes para nuestra partida río arriba, con el objeto de dibujar el mapa hasta su misma fuente.

La muerte prematura de un gran pato, a consecuencias de una enfermedad desconocida, dió la oportunidad de ofrecer un banquete a los principales miembros de la comunidad. El ave muerta me costó una libra y agregué un pollo, por el que tuve que pagar treinta chelines. Compramos huevos a dos chelines cada uno; de nuestros propios víveres sacamos langosta y fruta en conserva. Bebimos quince botellas de champaña, seis de gin, una de brandy y tres de ron para acompañar el café. Willis fué el encargado de procurarse todas estas cosas, porque él era capaz de olfatear la pista del alimento y bebida tan bien como un sabueso huele la pista de un conejo. Los huéspedes no tuvieron ninguna dificultad en atacar él menú, y yo, que no gusto del licor, no tuve necesidad de ayudarlos. Aun ordenaron más víveres para que siguiera la fiesta. ¡Naturalmente a crédito!

Dos días después llegó una lancha al puerto, remolcando una balsa cargada con mercancías, y la tripulación nos contó que el sacerdote viajero del Acre venía río arriba. Había estado colectando fondos para la catedral de Manaos, desde hacía tanto tiempo que nadie era capaz de recordar. Se decía que reunía alrededor de mil libras por viaje; bendecía matrimonios a razón de 30 libras cada uno, decía misa por 6 libras; los bautizos y los entierros costaban 10 libras. Además, ofrecía conciertos de harmonio o de fonógrafo a razón de siete chelines y seis peniques por cabeza; los oyentes debían traer sus propios asientos.

El caucho era un extraordinario negocio en el Acre. Los siringueros brasileños que lo explotaban eran libres y no estaban constreñidos en ninguna forma fuera de un contrato; cada uno de ellos ganaba entre quinientas y mil quinientas libras al año. Estaban bien alimentados, vestidos y armados; vivían en centros, cabañas levantadas en la ribera del río muy próximas a sus estradas o circuitos de ciento cincuenta árboles cada uno. Algunos eran hombres educados y la mayoría poseía un fonógrafo. El látigo era desconocido aquí y no había tráfico regular de esclavos, pero algunas veces cazaban a los salvajes vendiéndolos en 60 libras cada uno. No se practicaba mucho este comercio, debido principalmente a que las tribus, con toda cordura, habían emigrado de la región.

La pascua de 1906 fue celebrada con otro banquete, esta vez en casa de un comerciante. Me obligaron a pronunciar un discurso. Mi creciente conocimiento del español me permitió hablar sin temer un fracaso. Todos los huéspedes se las arreglaron durante la velada para "hacer uso de la palabra", como se dice en español, y cada discurso fue prácticamente idéntico; hubo muchos golpes en el pecho, gran empleo de las palabras “corazón” y “nobles sentimientos”. Todos los discursos se aplaudían con estruendosas descargas de los rifles de los huéspedes. ¡Nadie se preocupaba adonde iban a parar las balas! Hubo música, danza y bebida sin tasa. A las cuatro de la madrugada los huéspedes que aún estaban conscientes fueron a otra casa a beber cerveza, y de allí salieron sólo tres: yo, Dan y un peruano llamado Donayre.

Al día siguiente abandonamos Cobija en medio de una descarga de despedida. Acompañamos al señor Donayre rio arriba en su embarcación.

Tomado de: EXPLORACIÓN FAWCETT, de Percyval Harrison Fawcett.

Imagen: Foto Foto-postal de Cobija (aprox. 1910)

 

PERCY FAWCETT DE RIBERALTA A COBIJA (Parte IX)



El 25 de septiembre abandonamos Riberalta en un pequeño batelón con diez indios ixíamas y ocho indios tumupasas, un piloto y un joven oficial del ejército, que actuaba como intérprete, ya que su padre era un escocés que vivió toda su vida en La Paz y su madre era boliviana. Este joven oficial resultó ser un buen compañero, cuanto estaba sobrio.

El día después que partimos entramos al Orton, un río famoso por sus obstáculos ocultos, pirañas, candirus, cocodrilos, anacondas, rayas y moscas, como también por la total ausencia de caza. Resultó ser un torrente muy lento que se deslizaba entre altas riberas a orillas de extensos pantanos, y, además de reunir todas las peores características de los ríos amazónicos, era navegable en lancha solo durante la estación lluviosa. Los mosquitos se cernían sobre nosotros formando verdaderas nubes. Nos forzaban a cerrar ambos extremos de la cubierta de hojas de palma del batelón con redes para mosquitos, y a usar velos para el rostro, pero a pesar de todas nuestras precauciones, muy pronto nuestras manos y cara se transformaron en una masa de diminutas ampollas de sangre, que nos producían gran escozor.

Aquí oímos por primera vez al pájaro seringero, que emite tres notas bajas en crescendo seguidas por un “Juit, uio” y un grito penetrante. Es un ave activa y alegre, del tamaño de un zorzal, y su presencia indica la proximidad de árboles de caucho, pues se presume que se alimenta de los parásitos que encuentra en ellos. Los colectores de caucho, llamados seringeros, escuchan el grito del pájaro para orientarse cuando andan en busca de árboles.

En una barraca llamada Palestina encontramos vestigios de la lucha con Brasil en 1903, la que condujo a la revisión de los límites fronterizos. El lugar estaba fortificado y atrincherado, y desde allí salía una huella que conducía a través de la selva hasta el río Abuna, y hasta el Acre en Capatara, más abajo de la ciudad brasileña de Xapury. Debo confesar que las trincheras no me impresionaron y puse en duda la experiencia y el conocimiento de los oficiales responsables de ellas. Estaban trazadas de acuerdo a esos antiguos planos que se encuentran en los textos de estudio y podían ser fácilmente enfiladas.

No había muchos signos de atrocidades en el río Orton; al parecer, sólo se usaba el látigo cuando habían fracasado los otros medios. Tampoco se veía en ninguna parte el sistema de esclavitud, aunque sabíamos que allí existía. Bastante cerca, en el Madre de Dios, había una barraca que no explotaba el caucho, sino que criaba niños para el mercado de esclavos. ¡Se decía que existían allí alrededor de seiscientas mujeres! La mayoría de los empresarios y mayorales eran deshonestos, cobardes y brutales, totalmente inadecuados para el control del trabajo, aunque todavía una chispa de decencia les impedía practicar abiertamente sus brutalidades. Nunca se cansaban de repetirme que los mestizos y los indios entendían solo con el látigo. La mitad de ellos también eran mestizos; en cuanto a los indios, mi propia experiencia me ratificó una y otra vez la rapidez con que respondían a un tratamiento decente.

Fué en Palestina, según dicen, donde el hombre que inició el negocio del caucho en el Orton y, en realidad en toda Bolivia, acostumbraba a flagelar a los hombres hasta matarlos, o a veces, para variar, los ataba de pies y manos y los arrojaba al río. ¡Los más afortunados eran aquellos sometidos a este último castigo! Me encontré con un inglés que se empleó una vez donde este hombre y me contó estos crímenes de alienado. El también parecía cortado con la misma tijera.

Las moscas casi nos hicieron enloquecer; no se podía descansar de ellas, porque atacaban tanto de día como de noche. Mis tormentos se hacían casi insoportables cuando tenía que hacer observaciones, pues no podía proteger mi rostro y mis manos desnudas.

El batelón hacía agua y chocaba continuamente con obstáculos sumergidos. El calafateo con estopa era un trabajo del cual no se podía descansar ni siquiera una hora. Las aberturas de los tablones eran tan anchas, que la estopa se salía muy pronto. Dan, el anglo boliviano, se mantuvo tranquilo los dos primeros días, convaleciendo de su último ataque de ebriedad en Riberalta. Después, cuando su cabeza se despejó, se transformó en un estorbo y yo tuve que reprenderlo severamente. Por lo demás, era un muchacho alegre.

Dejamos atrás una barraca tras otra, y generalmente nos deteníamos a comer o, si estaban abandonadas, cogíamos papayas y otras frutas de las fértiles plantaciones. Algunas veces acampábamos en una faja de playa arenosa; otras, dormíamos en el interior de una choza poblada de insectos. Una o dos veces nuestro campamento fue invadido por un vasto ejército de hormigas que se abalanzaban por doquiera destruyendo a su paso a toda criatura viviente. El calor era sofocante, y rara vez podíamos bañamos en el río a causa de las mortíferas pirañas y rayas. La terrible monotonía de las selvas que se extendían hasta el límite del agua en ambas riberas se sucedía sin interrupción, excepto cuando se había cortado un claro para establecer una barraca que parecía, con su barda y sus cañas, formar parte de la selva misma. A veces creíamos perder el juicio con las plagas de insectos.

Encontramos a la mujer del sobrino del general Pando viviendo con su familia en la barraca de Trinidad, en medio de un lujo que sería imposible procurarse en Riberalta. Tenían sus propias plantaciones, gallinero y ganado, que habían sido transportados durante la estación seca, cuando los caminos eran transitables. Aquí nos atendieron a cuerpo de rey y durante un día o dos pudimos olvidar las vicisitudes del viaje.

Una dama de la barraca era víctima de un caso avanzado de espundia al oído, enfermedad muy común en estas regiones. En esa época, y aun mucho después, no se sabía que era producida por el microbio Leishmann Donovan y que era la misma enfermedad llamada Bouton de Biskra, en Trípoli, y Delhi Boil, en India. Por medio de un tratamiento drástico y doloroso puede ser curada en diez días; en casos avanzados se prolonga hasta seis meses, porque reacciona ante el metileno y antisépticos poderosos. En las selvas donde se le deja seguir su curso se desarrolla hasta formar crecimientos faciales horribles o una masa de corrupción leprosa en piernas y brazos.

Se contaba un caso extraño de un mozo (como se acostumbra llamar al peón en Bolivia) que fue mordido por una serpiente venenosa. El veneno no fue lo suficientemente poderoso para matarlo, pero fué causa de que dos de sus dedos se secaran y cayeran Las muertes por mordeduras de reptiles son muy frecuentes, porque todos andan descalzos. Sin protección, aun el andarín más cuidadoso corre grandes riesgos, porque estas serpientes son diminutas pero mortales. Hay tantos y tan variados reptiles, -que es probable que aún no se conozcan todos ni estén clasificados.

En Trinidad nos facilitaron revistas inglesas y un ejemplar de ―Martin Chuzzlewit‖. Estábamos hambrientos de lectura. Leimos y volvimos a leer cada página, cada aviso, aun el pie de imprenta.

¡Estaban llenas de orificios de termitas y manchadas de humedad, pero para nosotros eran más valiosas que el oro!

El río Tahuamanu había crecido con las lluvias recientes cuando comenzamos su ascenso; sin embargo, la travesía fue difícil. Árboles caídos bloqueaban el paso, y los obstáculos se erizaban frente a nosotros. Continuamente necesitábamos trabajar con el hacha para abrirnos camino y estábamos exhaustos cuando alcanzamos aguas relativamente claras. Nuestros ocho indios resultaron ser buenos trabajadores, pero casi los perdimos porque una noche llenaron la pipa de Willis con barro para hacerle una broma, y al día siguiente Willis se desquitó a garrotazo limpio. Si hubiesen sido capaces de abandonarnos y de regresar, estoy seguro de que lo habrían hecho sin vacilaciones; las cosas se calmaron, sin embargo, y cuando sus espaldas magulladas estuvieron mejor, volvieron al trabajo. Para decir la verdad, estos indios tumupasas se habían puesto bastantes insolentes, y los garrotazos de Willis les hicieron mucho bien.

En las selvas se cree que todos los gringos saben algo de medicina, y por lo tanto en la barraca de Bellavista me pidieron que tratara a un enfermo de fiebre de agua negra, enfermedad poco común aquí. Creo que este caso se produjo bebiendo agua de un pozo sucio y estancado. Llevaba conmigo un pequeño libro de medicina en que estudié los métodos de tratamiento, ¡y tuve éxito! Posiblemente fue un caso de curación por la fe, pero lo importante es que el hombre mejoró.

Cuarenta y tres días de penoso avance, sufriendo la tortura continua de moscas y abejas diminutas y de mortal monotonía, nos condujeron a Porvenir. La aldea —si merece llamarse así— se componía solamente de dos chozas; pero una de ellas tenía dos pisos, de manera que no era una choza ordinaria. El batelón regresó río abajo, a Riberalta, pero los ocho indios tumupasas se quedaron con nosotros para transportar una cantidad de mercadería por tierra hasta Cobija, a veinte millas de distancia. Envié a Dan a Cobija para procurarse mulas para el transporte de nuestro equipo.

El Tahuamanu estaba extensamente trabajado por las firmas gomeras, y en todas las chacras había plátanos y papayas. Como Willis era no solamente un buen cocinero, sino también un hábil pescador, estábamos bien equipados de alimento. Vivíamos tan bien, en realidad, que la noticia pronto llegó a Cobija y recibimos un verdadero tropel de soldados medio muertos de hambre, acompañados de los habitantes de ese lugar, que nos suplicaron que les diésemos comida y bebida. Gracias a nuestros indios pudimos festejarlos cuando llegaron, porque justamente habían capturado una anaconda de doce pies, magnífica serpiente roja, verde y amarilla, y de buen sabor.

Continuara...

Tomado de: EXPLORACIÓN FAWCETT, de Percyval Harrison Fawcett.

Imagen: Foto-postal coloreda de la región del Beni.

 

MIMESIS: ¿Y SI FUERAMOS NOSOTROS Y NO LOS OTROS? POR IMITAR LA DUALIDAD, PERDIMOS LA REALIDAD Y LA OPORTUNIDAD

 


Por: José Antonio Loayza Portocarrero / Este artículo fue publicado originalmente el 18 de marzo de 2022.


“Casi todo lo absurdo de nuestra conducta es resultado de imitar a aquellos a los que no podemos parecernos.” ― Samuel Johnson

Imitamos hasta los errores, hasta lo pérfido y las ambiciones. Imitamos todo, como si convendría hacer lo que hacen otros, y no teniendo autenticidad ni originalidad expresamos una falsa personalidad con complejos porque no podemos mostrarnos como verdaderamente somos, y por fingir ser alguien, idealizamos lo inútil, nos cubrimos con máscaras y somos corderos porque donde va uno van todos ¿Qué logramos con la imitación? Lo feo y paradójico está en la política, donde quienes hablan de descolonización, ¡son precisamente los descubiertos, conquistados, convertidos y colonizados, que actúan como leales funcionarios de los países imperiales!

Cuando se dio la Nacionalización de las minas el 52, lo importante era entrar en lo oportuno. Un siglo vivimos encerrados en sentido figurado en la caverna de Platón, ingenuos y convencidos de que todo lo que allá había era real, sin descubrir que eran trucos chinescos mostrados en los muros por la Rosca, y cuando salimos de allá para construir nuestro país soñado, alumbrándonos con el mechero de la ocasión hacia un nuevo camino, ¡la luz desapareció en lo inoperantemente oscuro! ¿Qué pasó? Porqué si se depuso el liberalismo se impuso un comunismo chuto, y quien dijo que el futuro del país sería controlado por el poder dual, tal como teorizó el alma bendita de Lenin hace 35 años atrás, un 9 de abril de 1917, en el diario Pravda…

“El doble poder se manifiesta en la existencia de dos gobiernos: uno es el gobierno principal, el verdadero, el real gobierno de la burguesía […] el otro es un gobierno suplementario y paralelo, de ´control´, encarnado por el Soviet de diputados obreros y soldados de Petrogrado, que no tiene en sus manos ningún resorte del poder, pero que descansa directamente en el apoyo de la mayoría indiscutible y absoluta del pueblo, en los obreros y soldados armados.”

¿Obreros armados para defendernos?, ¡de quién, si la Rosca cayó! Los sindicatos obreros podían catalizar ideas, fuerzas y sentimientos para cortar la soga que los ataba a un pasado inculto y de ajenas ideologías, con cuya misma soga eran arreados como rebaños solo para hacer masa y apoyar a la casta movimientista y cobista, en eso se erró, en ese ¡corramos y haber que agarramos!, se falló. ¿No era el fin sacar a la Rosca y dejar de ser “metetes” con la excusa de controlar al Gobierno titular con uno suplementario, sólo porque Lenin dijo y Lechín quiso?

Podíamos cambiar nuestro destino gobernando la realidad de entonces. Si Patiño lo hizo porque no nosotros. Como anécdota, una emisora local entrevistó a un dirigente del Histadrut, una institución de Israel similar a la COB. Le preguntó qué criterio tenía sobre la huelga, el público oyente esperaba una respuesta trotskista o castrista, pero el invitado dijo no haber entendido. Con más pausa le explicaron que la huelga era un recurso social que paraba la producción y coaccionaba al Gobierno. Para sorpresa de los oyentes, el invitado dijo que ellos no hacían huelgas, porque el transporte, servicios, industrias, banca, y todas las empresas ¡pertenecían al Histadrut!, ¡ellos eran accionistas y dueños de sus propias empresas! El locutor incómodo con la respuesta, y viendo que era una política diferente a la de la COB, apresuró la despedida, pero el visitante en sus palabras finales habló de su membresía, dijo que el Histadrut contaba con 280.000 trabajadores, por tanto era una fuerza poderosa en la sociedad y en la economía. Luego vino lo espectacular: Dijo que ellos si practicaban el poder dual, ellos eran sus propios capitalistas y sus propios obreros, donde todos eran dirigentes de la herramienta que usaban, y todos eran obreros y dueños de las empresas que abrían con sus ganancias. Su ideología no era importada, gobernaban la realidad no la contingencia, y no iban tras el dogma sino tras la verdad.

En ese entonces debíamos dejar a un lado la oleada trotskista, estalinista, maoísta o castrista y gobernarnos en sintonía con las evidencias, reorientar los recursos asignados al Plan Bohan y crear empresas productivas. No había necesidad de desarrollar una política en favor del imperialismo ruso, ni incorporar los Consejos Obreros (o soviets) al aparato oficial del Estado, pero un año más tarde, el 16 de diciembre de 1953, la COB creó el Control Obrero con derecho a veto en el seno mismo de la COMIBOL. El padre Gregorio Iriarte, decía: “La minería nacionalizada no quiso asentarse sobre la injusticia pero lo hizo sobre la irracionalidad. De la explotación del hombre por el hombre se pasó al favoritismo y al compadrerío. Del desconocimiento total del Sindicato como fuerza viva y necesaria, se pasó al “caciquismo” sindical.” En síntesis, no se dejó al Gobierno gobernar y al trabajador trabajar. De haber sido diferente, no hubiese tenido efecto el D. S. 21060, porque la minería como industria madre de otras, hubiese absorbido el trabajo cesante que deambuló por el país buscando su sustento, en tanto las ideologías visitantes se llenaban de dinero los bolsillos.

La segunda quincena de mayo del 52, me refiero a lo sucedido después de la Nacionalización, el análisis social fue más rojo que obrero, los dirigentes miméticos actuaban como Lenin, Trotsky o Stalin, remedando otro mundo, el sindicato pasó a llamarse Petrogrado, el Presídium era el poder dual, los Soviet los poderes locales, todo como en la Rusia leninista, y no faltó el grito parecido a la de los voceros del partido pro-ruso, Zinoviev, Bujarín y Chicherín: “¡Todo el poder a los soviets, basta de apoyar a los capitalistas, exigimos la plenitud para los Consejos obreros!”, y los miméticos se mostraron aptos para la extravagancia, eso le dio razón a la clase popular y burguesa para restarle al poder dual su poca fe. Por supuesto el pueblo ya era consciente de las apariencias, ya nadie creía en el encanto de Rusia, o en la zarabanda de verdades mentidas a la que se agregó Cuba, que con sus cantos de rumba con algo de conga anunciaba a diario la liberación de los pueblos por medio de la línea de los soviets autónomos en los sindicatos, o el éxito de las guerrillas en cualquier serranía, y en la del Churo cayeron.

En la metamorfosis ideológica, nada es extraño en el tiempo. J.J. Torres que fue Presidente de facto en 1970, quiso pasar de antiguerrillero a militar progresista con el cuento de la Segunda República, y convocó a una Asamblea Popular con sus buenos aliados, el PRIN, MLC, PCB, POR, PDCR, y Espartaco, que se inició en el Palacio Legislativo el 19 de junio de 1971, como un soviet a lo ruso entre tensiones y gritos, “Jota jota no se agota, Jota jota con la revolución, los gorilas al paredón”. Pero los hechos se desbordaron. En la inauguración de la Asamblea, 221 delegados pasearon con banderas rojas, carteles y retratos mal pintados con las caras ariscas de Mao, Guevara y Lenin. Se dispuso todo un arsenal publicitario y revolucionario con el fin de lograr popularidad política. Al final de la tarde eligieron al estilo bolchevique el Presídium, cuya magna autoridad fue encabezada por Lechín, que algunos pronunciaban Lenin, y no faltaron los birlochos o bolcheviques nativos, y por toda esa insensatez de no ser nosotros sino los otros, perdimos la oportunidad de constituirnos en un país fuerte sólo por defender la dualidad. El 14 de agosto, la llamada Vanguardia del Pueblo, planteó instaurar la justicia social en favor de las mayorías humilladas, y ese documento fue el detonante vital para preparar en una semana, el golpe final.

20 de agosto, la COB acusó a Torres de ser el causante de la situación por sus titubeos. 21 de agosto, el Ejército lanzó a Torres un ultimátum para que se rinda. Hora 20.45, Torres abandonó el Palacio con sus edecanes y se asiló en la Embajada del Perú. A medianoche, Banzer ya era el nuevo Presidente de Bolivia... Por ser otros, la fregamos, como dijo un dirigente minero. Hegel hubiera dicho: “La verdad del oprimido reside en la conciencia del opresor”... Eso es evidente. 

PERCY FAWCETT DESCRIBE LA VIDA EN RIBERALTA (NACIDOS PARA SUFRIR) Parte VIII

 


No hay exageración alguna al afirmar que nueve de cada diez habitantes de Riberalta sufren de una u otra clase de enfermedad. Estaban las víctimas del beriberi, parcialmente paralizadas, que se arrastraban sobre muletas y que se agrupaban cada vez que había una posibilidad de un aperitivo o trago gratis. Algunos tenían fiebres tercianas; otros, consunción y muchos padecían de achaques que los médicos no podían diagnosticar. Todos los negocios de la ciudad hacían grandes ganancias con remedios de curanderos, vendidos a precios fabulosos. La persona de buena salud se miraba como una rareza, una excepción, algo extraordinario. El beriberi —una especie de hidropesía— era la dolencia normal en el río, causada probablemente por la mala calidad de los alimentos y su falta de vitaminas. Se podía obtener carne fresca, pero el artículo principal lo constituían el charque (lonjas de carne salada secada al sol) y el arroz. Este era traído de Santa Ana, Santa Cruz o Manaos en el Brasil y generalmente estaba mohoso cuando se vendía, después de por lo menos dos años de bodegaje. El charque comúnmente estaba infestado de gusanos.

Tenía un olor tan malo que sólo se podía comer después de hervirlo tres veces; sin embargo, en Riberalta se vendía a un chelín y ocho peniques la libra. La gente se tragaba esta dieta con grandes tragos de kachasa, el endemoniado alcohol de caña de azúcar. ¡No era de admirarse que murieran como moscas!

En la ciudad había muchos indios de la selva, esclavos. Habían sido traídos cuando niños y bautizados. Algunos lograron adaptarse a la nueva vida, pero en su mayoría resultaban indomables. Si habían sido cogidos de muchachos, tarde o temprano sentían el llamado de la selva y escapaban de vuelta a ella. Sin embargo, estos jóvenes salvajes jamás olvidaban lo que les habían enseñado; absorbían rápidamente la educación, y de regreso en la tribu iniciaban a su gente en los métodos del hombre civilizado. Los indios excepcionales eran enviados hasta a Europa a estudiar.

El propietario de un floreciente negocio de Riberalta, un alemán llamado Winkelmann, adquirió una joven salvaje, la educó en Alemania y se casó con ella. Varias veces tomé el té con ellos, y no sólo la encontré encantadora, sino también de muy buenos modales. Hablaba cuatro idiomas, se había adaptado perfectamente a su posición y era madre de una familia agradabilísima. Como regla general, sin embargo, esta gente de la selva era muerta a tiros a primera vista, como animales peligrosos, o cazados sin piedad para ser enviados como esclavos a lejanos estados gomeros, donde era imposible escapar y en que todo signo de independencia era repelido con el látigo.

Los casos más trágicos del Beni ocurrieron en la ciudad y provincia de Santa Cruz de la Sierra. Aquí los peones fueron traídos encadenados como presidiarios, en grupos de cincuenta cada vez y vendidos. Desde luego, iba contra las leyes, pero los sindicatos encontraban en el sistema de peonaje un medio para embaucarlos. Mientras todo el transporte en los ríos estuviese en manos da las firmas grandes, no había esperanza para aquella gente. Cualquier intento de escapar era casi seguro que terminaba en un desastre.

Cierta vez cuatro hombres lograron huir de una firma francesa y continuaron río abajo en una canoa. El jefe de los peones, más conocido como el mayordomo, les dió caza, los cogió y, en lugar de llevarlos de regreso, les vació los sesos con la culata de su Winchester, mientras estaban arrodillados ante él pidiendo misericordia. Una reparación legal en estos casos era cosa remota.

Los jueces locales sólo percibían salarios de 16 libras mensuales y dependían del soborno para poder vivir. Con todo el dinero y el poder en manos de las firmas de caucho, poca esperanza quedaba que se hiciese justicia.

Visité en la cárcel de Riberalta a un francés que había asesinado a su empleado en un arranque de celos. Mientras estaba en prisión, fue alimentado por su mujer, a quien un día cogió y estranguló, por lo cual fue condenado a muerte. ¡Escapó y huyó a Brasil, gracias al juez que le vendió una lima!

Por lo general, un soborno ofrecido directamente era considerado un insulto. El método corriente consistía en comprar a un precio enorme algún maderaje u otros artículos que pertenecieran al juez. En casos legales, ambas partes harían postura por los bienes y, desde luego, ganaría el que hacía la mejor oferta. Antes de condenar esta corrupción descarada, recordad que estos lugares estaban increíblemente lejos y eran extremadamente primitivos, y, no está de más decirlo, lo mismo sucedía ordinariamente en Inglaterra antes de la época industrial.

Una vez en manos de una firma grande, era difícil para cualquier hombre, blanco o negro, el partir contra la voluntad de sus empleadores. Para ilustrar esto, un inglés de Riberalta me narró la siguiente historia:

—Viajé en el Orton con un hombre que había dejado su trabajo en una conocida firma, retirándose con una economía de más o menos 350 libras. Era un hombre muy útil y ellos no querían perderlo. Lo conquistaron para que bajara a tierra a una de las barracas de la firma, donde lo emborracharon. Así lo mantuvieron por tres días, tan borracho que no sabía lo que estaba haciendo. Transcurrido este lapso, permitieron que volviera a su juicio y pusieren bajo su nariz una factura por 75 libras más que el total de sus economías. ¿Qué podía hacer? Ninguna corte habría defendido su caso si él hubiese presentado una queja contra los estafadores. Probablemente, ninguna corte lo habría siquiera escuchado. Se vió obligado a vender su esposa y su hija para cancelar la deuda, y después regresar río arriba a su labor. Fue entonces cuando le conocí, y lo que más lo enojaba al contar su historia no era tanto el engaño de que había sido víctima, sino que su gente se hubiese ido por un precio tan ínfimo.

Yo le hice notar que esto era en gran parte sólo culpa de él. Mal que mal, él no era esclavo.

—Sin embargo, es lo mismo —replicó el inglés—. No vaya a creer que los hombres blancos jamás son vendidos como esclavos. Hay el conocido caso de dos hermanos que descendieron por el Beni para negociar. Se detuvieron en una barraca en que se estaba jugando fuerte, se vieron mezclados en un juego de póquer y el mayor de ellos perdió grandes sumas. Al día siguiente, cuando el menor trató de entrar al barco, el mayordomo lo cogió, lo lanzó a tierra y comenzó a darle de latigazos. ¡Su hermano mayor lo había vendido para cancelar su deuda! Al oír esto, el menor se enfureció y tuvieron que propinarle 600 latigazos para aplacarlo. Creo que finalmente se escapó, pero lo que sucedió después no lo sé. En todo caso, creo que no sentiría mucho cariño fraternal.

Dos de las grandes firmas de Riberalta mantenían fuerzas de villanos armados para dar caza a los indios, y realizaban una cacería al por mayor. Los infelices cautivos eran llevados a trabajar tan lejos de sus tribus, que perdían el sentido de orientación y se les hacía muy difícil huir. Se les proporcionaban una camisa, las herramientas necesarias, una porción de arroz y se les ordenaba producir un total anual de más o menos setecientas libras de caucho, bajo amenaza de azotes. Esto puede no parecer mucho, pero los árboles de caucho estaban muy dispersos en un área enorme, y era necesaria una labor incesante para localizarlos y trabajarlos. Con el auge de precio del caucho en aquellos días, el sistema trajo inmensos beneficios a las firmas.

Mientras más capaz era un hombre, más difícil le era escapar de las garras de las empresas gomeras. Blanco, negro o indio, una vez endeudado, tenía pocas esperanzas de recuperar alguna vez su libertad. Se otorgaban generosamente los créditos para tender un lazo a los hombres. Para una firma era fácil, ya que además de pagar los salarios, lo proveía de todas las necesidades y deducía el costo de aquéllas, para “arreglar” la cuenta en forma tal, que el hombre siempre quedaba debiendo y por lo tanto siempre sirviente. Pero esto no era verdadera esclavitud; después de todo, al tipo se le pagaba. Virtualmente era un prisionero, pero no un esclavo. La esclavitud abierta era otra cosa, pero no había ningún hombre que estuviera libre de ese peligro.

George Morgan, un negro, fue comprado por uno de los ingleses de Riberalta — el bestial— en 30 libras. Tratado miserablemente, no tenía otra perspectiva que la esclavitud y, posiblemente, habría sido vendido río arriba a una barraca, donde sería tratado peor que lo que era a manos del demonio humano a quien pertenecía. El otro inglés y el alemán residentes firmaron una petición al gobierno para que ordenara su libertad y enviaron copias a Lima y a Inglaterra, pero nada se hizo. Quizás las cartas jamás salieron.

Además de pasar veinticuatro horas en los cepos del puesto de policía, los deudores tenían que pagar con trabajo lo que debían a sus acreedores. Un empleado peruano de una barraca murió, y su mujer y seis niños que vivían en Riberalta fueron cogidos y enviados a la esclavitud en otra barraca de la misma firma. Esta es la realidad.

Un alemán, en deuda con una firma grande, fue llevado a una de las barracas más aisladas, en la que habían muerto todos los demás trabajadores. No había esperanza de poder escapar de este lugar. Un inglés llamado Pae puso un negocio en Riberalta, despertando la envidia de las casas más grandes. Vendieron más barato que él, lo arruinaron, lo endeudaron y, finalmente, tuvo que emplearse por un salario nominal; no estaba convertido en un esclavo propiamente hablando, pero se encontraba atado sin esperanza.

Podría citar caso tras caso, no de oídas, sino por conocimiento personal. Esta historia repugnante no tiene fin, porque Riberalta era solamente uno de los sitios en ese infierno donde tales cosas ocurrían. Si un hombre fugitivo sobrevivía lo suficiente para ser cazado y traído de vuelta, recibía como castigo por lo menos mil azotes, o tanto como se consideraba que podía soportar sin perecer. Las atrocidades descubiertas por Sir Roger Casement en Putumayo, Perú, eran solamente una parte de la terrible historia. La esclavitud, la efusión de sangre y el vicio reinaban como señores absolutos de los ríos, y no habrá nada que los detenga, hasta que el precio del caucho se normalice. Los peones del río Madeira tenían un término medio de vida de trabajo de cinco años. En los otros ríos este promedio subía un poco. Al este de Sorata era rarísimo encontrar una persona anciana de cualquier sexo. América del Sur no es un país de proporciones mediocres; todo se hace en gran escala, y las atrocidades de la época del auge del caucho no eran una excepción.

En Santa Cruz, una pequeña aldea distante solamente diez millas de Riberalta, se producían muchas muertes a causa de un tipo peculiar de fiebre que no ha sido jamás clasificada. Con un verdadero espíritu de empresa local, el cura de la aldea explotaba la epidemia para labrar su fortuna. Dividía el camposanto en tres secciones: Cielo, Purgatorio e Infierno, ¡y de acuerdo con esto cobraba por el funeral!

Continuara...

Tomado de: EXPLORACIÓN FAWCETT, de Percyval Harrison Fawcett.

Foto: Catedral de Riberalta a mediados del siglo XX (Beni Historia y Patrimonio)

 

PERCIVAL HARRISON FAWCETT Y JOSÉ MANUEL PANDO EN RIBERALTA (Parte VII)


Parte I: 1906 EL EXPLORADOR INGLÉS FAWCETT INICIA SU VIAJE DE LA PAZ HACIA EL BENI

…En la boca del río Madidi, a orillas de las llanuras de Mojos, estaba la misión de Cavinas, donde los restos de una tribu india —otrora parte de una grande y poderosa nación conocida como los toromonas— tenía un caserío de unas pocas cabañas muy bien conservadas. Los indios siempre se preocupaban de mantener sus plantaciones libres de malezas, mientras que las de los blancos estaban llenas de ellas. Cavinas constituía un agradable contraste con los campos mal tenidos e improductivos de las colonias blancas.

De aquí para adelante encontramos barracas de caucho a ambas orillas del río, pero sólo en una de ellas se nos dio la bienvenida. Los propietarios, borrachos y de aspecto degenerado, deben haber tenido mala conciencia. El único que nos recibió en forma hospitalaria estaba en Concepción. El propietario era bien educado y había viajado mucho; su mujer y niños eran encantadores y sus negocios, fructíferos. Era optimista respecto al futuro del caucho en el Beni, pero yo no podía estar de acuerdo con él. Me parecía que la decadencia y abandono consiguiente eran inevitables, a menos que toda la región pudiese ser desarrollada por una inmigración bien organizada.

Después de un trayecto de veinte días desde Rurrenabaque, llegamos, el 28 de agosto, a Riberalta. Aquí me encontré con el general Pando, ex presidente de la República y delegado de la provincia del Beni, un hombre de aspecto notable y marcada habilidad. Había realizado extensas exploraciones en Bolivia y probablemente sabía más del país que cualquiera de sus compatriotas. Lo que me alentó tanto fue el hecho de que era el primer funcionario que yo traté que sabía realmente el trabajo que se requería de la comisión.

No estaban esperándome aquí los instrumentos; los encontraría en Bahía o, como fue llamada más tarde, Cobija. Sabía ya lo bastante en aquella época, para creer en ellos solamente cuando los viera.

—Se le proporcionará un bote que lo llevará al río Orton —me dijo—. Después, desde Porvenir, seguirá por vía terrestre al río Acre.

—¿Cuánto tiempo cree que me detendrá el trabajo en el Acre? —pregunté.

—Me temo que no lo va a encontrar fácil, mayor. Yo diría que lo va a retener dos años completos.

Por cierto que yo no tenía intenciones de pasar dos años en el Acre, ni permitiría que me creciera el pasto bajo los pies, en lo que concernía a mi trabajo; pero no se lo manifesté.

En la parte en que el Beni se une al Madre de Dios hay un ancho de 500 yardas de una orilla a la otra. Riberalta, que estaba en la confluenciá, casi era una ciudad, pues las chozas de hojas de palmera estaban ordenadas en manzanas, unos pocos techos estaban cubiertos de una calamina(1) enmohecida y aun había un edificio de adobe(2), oficina de Suárez Hnos., la principal firma de caucho. Aunque el edificio Suárez era sencillo, de un piso, y no se componía más que de un cuerpo rodeando un patio central, su costo, se decía, sobrepasaba de 12.000 libras. Cualquier cosa valía aquí diez veces más que en el mundo exterior. A pesar de los precios exorbitantes, había abundancia de alimentos y en alguna forma inexplicable todos se las ingeniaban para vivir a crédito. El pan se vendía a cuatro peniques la onza. Pero la carne de vacuno, la dieta corriente, abundaba y el ganado semisalvaje de las llanuras de Mojos se podía comprar por menos de cuatro chelines cada uno, con el único inconveniente que el comprador tenía que capturar su adquisición después de la transacción. Si se atrevía.

Ubicada casi en el corazón del continente, Riberalta está sólo a 500 pies sobre el nivel del mar. Está construida en el sitio de una antigua aldea india y su suelo está a sólo seis pies sobre el mayor nivel de agua del verano. Aquí el calor puede ser casi intolerable; sin embargo, hay frecuentes surazos, cuando la temperatura desciende repentinamente desde 110 grados F., a la sombra, hasta 40° F., y a veces aún hasta el punto de congelación. En estas ocasiones la gente se retira a sus chozas abiertas y se entierra bajo todas las mantas que posea, hasta que pase el surazo.

Al llegar a la ciudad, había tenido lugar un motín en Madre de Dios, en la boca del Heath, donde los soldados de un pequeño destacamento habían asesinado a sus oficiales y huido al Perú. Un soldado —un indio— regresó a Riberalta y declaró que había rehusado participar en el asunto. Fué enjuiciado por la corte marcial, declarado culpable y sentenciado a 2.000 latigazos con el gato.

El gato que se empleaba en el Beni consistía en un garrote corto con cuatro látigos de cuero crudo con buenos nudos. Se suponía que la sentencia terminaría con el indio y se obtendría así un resultado que, por falta de autoridad, no podía lograrse directamente. Los residentes extranjeros protestaron, pero sin éxito. El hombre recibió sus azotes, y el médico que los presenció me dió detalles completos después.

La víctima fue extendida de plano sobre el suelo y un soldado a cada lado le propinaba un azote por segundo, durante un minuto; después se pasaba el gato a otro soldado, que formaba parte de una hilera de hombres que esperaban su turno y que se sucedían uno tras otro, sin ninguna interrupción.

Cualquiera de los azotadores, que no le diera fuerte, recibía a su vez cincuenta azotes. La víctima se desmayó siete veces sin que por eso se interrumpiera el castigo, y, cuando estuvo completo, lo dejaron botado como estaba. Más tarde fué curado con sal. Su carne había sido desgarrada literalmente de los huesos, dejando éstos en parte descubiertos; ¡sin embargo, sobrevivió!

Por aquella época había tres ingleses en Riberalta. Uno de ellos era el mejor de los hombres, intachado por los vicios de una comunidad en que había pasado un cuarto de siglo. El segundo murió poco después que llegamos allí y sólo se destacaba por su manía de litigar. El tercero era uno de los hombres más viciosos y degenerados con que me he encontrado. Tenía un puesto lucrativo en una de las firmas gomeras, pero lo perdió, me parece, y se pegó un tiro pocos años después, en Londres.

La bebida reinaba aquí, como en casi todos estos lugares. Había una serie de excusas para ello. Rodeados de brutalidad y pasiones bestiales, viviendo en una escualidez increíble; aislados por las grandes distancias, la falta de comunicaciones y una jungla impenetrable, no es de admirarse que la gente buscara una escapatoria por el único medio que conocía: por medio de la botella.

A menudo vi al general Pando, y no perdía una oportunidad de urgirle los arreglos para nuestra partida. Quería ponerme a trabajar cuanto antes.

—No creo que pueda usted partir para Bahía antes de unas tres o cuatro semanas —observaba él—, y cuando llegue allá, supongo que va a tener que esperar hasta que aumente de caudal el río. ¿Por qué no hace en este lapso un levanta miento preliminar de una vía férrea entre Porvenir y Bahía? Sería un gran servicio que haría al gobierno.

Discutiendo con él los detalles del trabajo de límites, decidí realizar primero la sección del Acre y después regresar a Riberalta para hacer el plano de la frontera. Después de eso haría la sección intermedia y regresaría otra vez para ejecutar el plano. En último término, se haría la parte de Abuna. Calculando un mes en planificar y en viajar de allá para acá, y seis meses ocupados en cada sección, se requerirían dos años y medio o casi la duración total del contrato.

Un funcionario de aduana atacado de beriberi llegó del Acre y le pregunté sobre lo que se nos esperaba al llegar al río.

—Lo he visto en un recorrido de más de cien millas desde un gran vapor —me dijo—. Todo ha sido explorado antes; en realidad, hay barracas de caucho a lo largo de todo el camino.

Referencias:

(1) Fierro acanalado. Es la calamidad de Sudamérica —considerado desde el punto de vista de lo pintoresco— y destruye el aspecto da lo que en otra forma podría ser atractivo. Las tejas, o teja española, son más durables y constituyen un embellecimiento, pero cuestan más y requieren mayor trabajo en su colocación, de modo que la calamina barata y horrible se ha ganado la preferencia.

(2) Adobe es una arcilla como barro, empleada para construir en toda la América Latina. Es el ladrillo del pobre y a menudo se fabrica al pie de la construcción.

Tomado de: EXPLORACIÓN FAWCETT, de Percyval Harrison Fawcett.

Foto: Plaza principal de Riberalta, 3 de Febrero. (Créditos: Revista Siringa Cultural)

 

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