Foto: Oficiales y soldados de Boquerón
Por la transcripción Dr. Antonio Revollo Fernández - Pdte.
Sociedad de Historia y Geografía de Oruro / Este artículo fue publicado en el
periódico La Patria de Oruro el 1 de enero de 2013.
INTRODUCCIÓN
En la memoria de los bolivianos ha quedado grabada con
cincel de hierro la gran epopeya y gloria de la defensa del fortín Boquerón en
la guerra internacional frente al hermano país del Paraguay, donde el soldado
boliviano demostró su garra y valentía heroica jamás vista en la historia
republicana, donde exactamente seiscientos veintiún (621) combatientes
compuestos por soldados de diferentes lugares del país, es decir, vallunos
,altiplánicos, orientales, del campo y la ciudad al mando del legendario Tte.Cnel.
Manuel Marzana hicieron frente al cerco de más de seis mil soldados paraguayos
retroalimentados con tropas frescas del 8 al 29 de septiembre de año 1932,
veintiún días sin alimentos, sin agua, sin medicamentos con muchos muertos y
heridos, al final sin municiones, cerco humano enemigo temerariamente roto dos
veces por otro héroe, Germán Busch, que al final extenuados, sin haber dormido
muchas jornadas casi al filo de la locura marcaron esta leyenda denominada la
epopeya del Boquerón, página gloriosa que sigue motivando la admiración de
propios y extraños, pese a haber transcurrido cerca a ochenta (80) años.
Sobre este particular cursa en mis manos una obra intitulada
"Sin rencor. Cuentos breves de la Guerra del Chaco", editada en la
ciudad de Asunción (Paraguay) el año 2001, bajo la dirección de Hugo Rodríguez
Alcalá en la que llama la atención el trabajo intitulado "Boquerón"
de autoría de Luisa Moreno, escritora paraguaya que sobresale hechos
desconocidos por nosotros como el marco tenso y sobrecogedor días antes de la
toma del fortín Boquerón por las tropas paraguayas, que precisamente por su
gran valor histórico y literario se reproduce íntegramente el texto mencionado,
el mismo que permitirá tener mayor criterio sobre esta épica guerrera.
Boquerón (Sin rencor)
"No sé por qué nadie se acuerda de nosotros, sin
embargo fuimos indispensables. En esa llanura fogosa y áspera, el soldado tenía
solo dos grandes fantasías. El agua y la mujer. El comandante Estigarribia
sabía que la palabra vital en aquella guerra sería el agua, sí señor, el agua,
y nosotros éramos los poceros. Nuestro "Regimiento" era muy especial.
Cada grupo constaba de cuatro hombres y tenía su apodo. El nuestro se llamaba
"Teru-teru".
"Con la llegada del Comandante Estigarribia a nuestro
campamento en Isla-Poí, se intensificaron los aprestos para recuperar el fortín
caído meses atrás en poder de Bolivia. Se organizaron en dos columnas. Nuestro
Comandante se puso al frente de una de ellas y, con un "Viva el
Paraguay" que permaneció retumbando en el desierto, el 7 de septiembre de
1932 partimos hacia el camino de Yucra, rumbo a Boquerón".
"Mi "Regimiento" tenía la misión de
apoderarse de los pozos de agua que abastecían a las tropas
enemigas".
"Generalmente nos movíamos de noche mediante sendas de
fosos cavados en las tinieblas que nos permitían aproximarnos a las líneas
interiores de la defensa. De día rastreábamos el agua con una horqueta verde,
una especie de misión imposible por la cantidad de venas saladas que casi
siempre nos engañan".
"Nos comunicábamos con los otros grupos según los
silbos o gritos de pájaro u otros animales que habíamos elegido como apodo para
identificarnos. Una madrugada en que habíamos salido a cazar un venado, el
cielo estaba nublado y nos desatinamos".
"No recuerdo cuántos días anduvimos buscando a nuestros
compañeros hasta que una madrugada oímos el lejano rumor de estampidos, y hacia
allá nos dirigimos. Costeando el monte entramos a una picada recién hecha, pero
por precaución tomamos un camino paralelo, un tacuruzal caliente infestado de
tunas".
"Al medio día, el sol era una incesante llamarada de
polvo blanco, brotaba de la tierra una especie de vapor hirviente y el viento
norte traía olor a azufre y a carroña. El cansancio y la sed comenzaban a
jugarnos una mala pasada. Algunos sentían nauseas, otros, fuerte dolor de
cabeza y, de cuando en cuando aparecían las visiones. A menudo creíamos
encontrarnos con el enemigo, se nos aparecían en grupos miserables, o como
solitarios en piel y hueso, les alteábamos y desaparecían en la densa
polvareda. Sabíamos de esas cosas. Sucedían a menudo en aquel desolado
infierno. Era el delirio, la sed que comenzaba a atormentarnos con las primeras
irisaciones del llano y crecía oprimiéndonos en una especie de camisa de goma
caliente que nublaba el juicio. Después de la media tarde, a lo lejos vi algo
verdaderamente absurdo, una figura que se desprendía de un algarrobo seco y
venía directamente hacia nosotros en un remolino de arena larga y negra. Usaba
botas y guerrera caqui de oficial. Era una mujer de grandes ojos castaños. Me
impresionó su palidez, su extrema flacura, su abundante cabellera negra".
"Tenía los labios amoratados cubiertos de llagas.
Visiblemente aturdida, gesticulaba diciendo cosas extrañas. Creí que se trataba
de otro espejismo, pero la mujer se acercó a uno de mis compañeros y suplicando
en un idioma que supusimos sería el quechua, le entregó un cuaderno sucio de
sangre reciente. Era el diario de un tal "Sub. Tte. Tabora" que,
hojeado rápidamente, decía: "Nunca esperamos que los paraguayos planearan
una ofensiva tan importante. Se oye un griterío atroz, los dientes castañetean
y es imposible dominar el temblor de las piernas".
"Presentimos la derrota antes de iniciarse la batalla,
suenan bandas de música a lo lejos. Son las polcas épicas paraguayas.
Campamento" y otras, que más los enardecen. Dos escuadrones progresan sin
precaución alguna, marchando al trote. Con gritos de ¡Hurra! Nos desafían. A
los cuatrocientos metros inician el asalto: "Viva el Paraguay".
"Es la primera vez que oímos su grito de guerra. Cuando llegan a los
trescientos metros que tenemos marcados en el espartilla, soy la señal. Vomitan
las pesadas, vibran las livianas, no cesa la fusilería. Hierve el caldero de la
guerra".
"Vivamente impresionados por la presencia de la mujer y
del diario, al mismo tiempo nos enterábamos de la reciente batalla librada en
ese mismo terreno en el cual, tal vez, el oficial, autor del diario había
muerto. Lo que nunca pudimos averiguar fue cómo había llegado a manos de la
mujer ni que era ella del Sub. Tte. Tabora".
"La chica repetía insistentemente "agua,
agua". Nosotros teníamos una caramañola de reserva, pero estábamos
desorientados, éramos cuatro y no teníamos ningún deseo de compartirla con el
enemigo; de pronto, la mujer vio nuestra caramañola y se abalanzó sobre el
recipiente atacándonos con mordiscos, patadas, arañazos, y cuando al fin
pudimos reducirla, le mojé los labios, dándole un pequeño sorbo de agua y, al
tragarla, se desmayó".
"No sabíamos qué hacer con ella. Era nuestra
prisionera, se nos acababa el agua, y no teníamos ni idea del rumbo que
llevábamos. No podíamos dejar ir a la mujer, podría delatarnos, podría ser una
trampa del enemigo".
"Sus compañeros. Tal vez estarían muy cerca buscándola.
Con solo gritar nos pondría en serios problemas. Pero tampoco la queríamos
abandonar en ese llano desolado donde no sobreviviría ni dos horas más.
Resolvimos llevarla con nosotros. Volvimos al foso que habíamos cavado
esperando que oscureciera para continuar hacia donde se originaban los rumores
de voces".
"Era la primera vez, en mucho tiempo que venía una
mujer y, a pesar de su aspecto lastimoso, no podía menos de sentir el fuerte
impacto de su presencia. Había en ella cierto aire desvalido, cierto pudor que
desconcertaba sometiendo suavemente mi voluntad a su servicio. Poco a poco nuestro
estado de ánimo iba cambiando. A mí se me entumecían las piernas, y el más
charlatán de mis camaradas de golpe se había quedado mudo. La poderosa energía
que nos impulsaba hacia nuestro objetivo se estaba debilitando. Había una
especie de flojera, un malhumor creciente, injustificado. Cualquier disparate
insignificante recibía un insulto desmesurado. Y sin darnos cuenta se había
establecido entre nosotros un afán de competencia, el motivo no
importaba".
"La inesperada "visita" había traído condigo
una tensión extra sobre nuestros nervios, además ella no sacaba la vista de la
cantimplora y al menor descuido intentaba apoderarse del líquido. Horas más
tarde, unos morterazos nos obligaron a reaccionar; asustada por los estampidos,
la mujer comenzó a hablar en un perfecto castellano".
"Eran cosas incoherentes, hablaba de un tal Guzmán, de
algunos momentos de la batalla reciente, de paraguayos muertos a los que
arrancaron galletas, cigarros, agua. Con espanto nos dimos cuenta de que
estábamos en pleno territorio enemigo".
"Jamás pude entender cómo fue posible que nos
acercáramos tanto sin que nadie nos viera. Por suerte la noche nos cubrió, pero
antes de que entrara el sol ya habíamos avistado un buen refugio, un enorme
"samuhú" no estaba lejos y junto a él nos asilamos. Cerca de las
raíces cavamos una cueva bastante amplia cuya abertura tapamos con ramas y
espinas".
"Pero estábamos demasiado cerca del campamento
boliviano. Estábamos en el ojo del polvorín. Por el azar habíamos conseguido
penetrar hasta las mismas barbas de Marzana, pero la misión había fracasado;
por un lado, un grupo de cuatro hombres era insuficiente para cualquier
maniobra y por otro lado, los pozos de agua ya no servirían para nadie. Estaban
infestados de cadáveres".
"En el aire flotaba una pestilencia maligna y nosotros
no teníamos más que un resto de agua y algunos pedazos de cogollo de palma.
Pero según la mujer que en su delirio no paraba de hablar, los bolivianos
también estaban llegando al límite del sufrimiento. Desde hacía tiempo Vivian
de carne de mula y del escaso alimento que se les arrojaba desde el aire, y
cuando acabaron las mulas se resignaron a raspar huesos o a masticar cuernos
remojados".
"Esa noche hubo un gran movimiento de tropa después del
avión que pasó rasando el campamento. Al parecer había estado esperando
víveres, pero solo cayeron mensajes con la orden de que siguieran
resistiendo".
"Pensé que tal vez, cuando se sosegaran la cosas,
podríamos intentar escaparnos. El cielo estaba despejado, pero hasta las
estrellas parecían nerviosas aquella noche fragante y terrible en compañía de
nuestra inquieta enemiga que se valía de todas las artimañas femeninas para
obtener el agua o escapar".
"Contrariamente a mis esperanzas, sentía que la tensión
aumentaba en el bando enemigo. Sentados en torno a las hogueras murmuraban algo
que pronto fue subiendo de tono; estaban excitados, hablaban de nosotros, de
los feroces combatientes de la llanura, de grandes masas de tropas paraguayas
cuya presencia anticipaban las charlas de los de los soldados y el ruido de los
camiones. El silencio extraño del monte multiplicaba los ojos del miedo y
crecía la impaciencia, solo interrumpido por los siniestros aullidos de los
zorros del Chaco".
"La noche era luminosa, sin embargo todo anunciaba un
aire de tragedia. La tragedia no se había producido todavía, pero estaba en el
ambiente. Estaba en el brillo de los ojos de aquella joven enajenada, dulce,
indefensa, demasiado amistosa. Ella era el más temible enemigo que yo
enfrentaba en esa madriguera donde la tenía apretujada a mi cuerpo. Donde el
aire viciado y caliente nos sumía en una especie de ansiedad insoportable.
Cerca de la madrugada el rocío fue serenando los ánimos. Una hora después la
mayoría de los soldados dormitaban sobre sus armas".
"Yo sentía que había vuelto entre nosotros aquella
alianza compacta que nos movía como si estuviéramos conectados a una sola
voluntad. Creímos que era el momento y, siempre con la mujer entre nosotros y,
siguiendo el rumbo del foso que habíamos cavado, salimos reptando con los codos
, alejándonos de nuestra guarida, pero cuando estábamos por salir del monte,
sentimos la fuerte sacudida de la tierra por el cañoneo incesante, por los
gritos y maldiciones. La mujer temblaba a mi lado; de pronto intentó escapar,
pero uno de mis hombres la detuvo a tiempo, protegiéndola con su cuerpo, a
pesar de que ella se defendía como una leona para recuperar su libertad, la que
hubiera sido muy fugaz a campo raso".
"El infierno duró unas horas. Los morteros y la
artillería martillaban sin cesar, mezclados a los gritos del Tte. Coronel
Marzana que animaba a los combatientes bolivianos a cumplir con su deber, pero
los hombres al límite del sufrimiento, locos de sed abandonaban las líneas
sumidas en un delirio sin retorno. El agua era el elemento que controlaba la
batalla. Pronto se apoderó de los sitiados una loca desesperación agravada por
las voces de algunos soldados que gritaban en quechua a sus compañeros para que
se rindieran para tomar un poco de agua".
"Fue entonces cuando de todas las trincheras enemigas
brotaron banderitas blancas y al rato vimos a nuestros compañeros que pasaban
intrépidamente delante de los cañones, y nos unimos a ellos. Los bolivianos
temían ser pasados a bayonetazos, pero al darse cuenta de que los nuestros les
ofrecían agua y lo poco que les quedaban de comida, salían alborozados a
estrecharnos las manos".
"El Tte. Coronel Gaudioso Nuñez exclamaba a su paso:
"Oficiales y soldados del Paraguay, saludemos las lágrimas de estos
valientes. Los guerreros también lloran". Todos nos cuadramos y saludamos
con los ojos empañados. Los bolivianos que salían de sus trincheras nos dejaban
mudos de asombro. Eran meros esqueletos harapientos y enfermos".
"La última vez que vimos a nuestra prisionera estaba de
espaldas abrazada a sus compañeros de la Cruz Roja, con mi cantimplora en la
mano".
"El Tte. Coronel Marzana y sus hombres fueron es primer
contingente de prisioneros desembarcados del ‘Humaitá’, en Asunción, donde una
hostil muchedumbre los observaban en silencio, pero al ver los cientos de
espectros barbudos. Rengueando, con las camisas hechas jirones… la actitud del
público se transformó de inmediato. El rictus amargo del rencor desapareció de
todos los rostros, para dar paso al asombro y luego a la piedad. Un conmovido
silencio fue el mejor tributo; de pronto un grupo de vendedores ambulantes
rompió filas ofreciendo espontáneamente a los cautivos, chipas, naranjas,
cigarros".
"Una vez más resplandecía la nobleza del pueblo
paraguayo". (FIN)
NOTA.- El presente trabajo de María Luisa Moreno es parte de
una veintena de cuentos de escritoras paraguayas de eventos denominados Taller
Cuento Breve que dirige el Dr. Hugo Rodríguez Alcalá, que al final de la parte
introductoria indica: Una vez más la literatura como expresión de arte, intenta
preservar del olvido algunos episodios, recuerdos, relatos, ciertos e
imaginarios, que forman parte del acervo anecdótico de la Guerra del Chaco".
En adelante seguiremos extrayendo otros cuentos de la Obra
"Sin rencor", Cuentos breves de la Guerra del Chaco, versión
paraguaya, para enriquecer nuestro acervo literario e histórico sobre esta
fatídica guerra para tener un juicio crítico del mismo y que este legado debe
ser conocido por las nuevas generaciones para que la misma jamás se repita.
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