Por: Nicolas G. Recoaro / Radar, 10 DE MARZO DE 2013 / Pagina
12. // https://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-8676-2013-03-10.html // Fotos: 1) Roberto Suarez Gomez. 2) El "rey de la cocaína" con sus nietas. 3) Suarez Gomez en una fotografía con sus hijos.
El Padrino boliviano fue el heredero de una de las familias
empresarias más ricas del país andino, pero su verdadera fortuna la amasó
exportando casi dos toneladas de pasta base por día. Socio de Pablo Escobar,
Robin Hood de sus tierras, cerebro de la narcodictadura de García Meza, íntimo
del nazi Klaus Barbie y del Banquero de Dios Roberto Calvi, protegido del
panameño Noriega, financiador, junto a la CIA, de la Contra nicaragüense, y
sospechado de acordar con Fidel una ruta para llevar cocaína a Miami. Hasta que
a finales de los ochenta, por un mensaje divino, decidió entregarse y
finalmente murió en una “jaula de oro” en el año 2000. Ahora Ayda Levy, su
viuda, escribió el libro El Rey de la Cocaína para contar la vida y obra del
hombre que creó La Corporación, también conocida como “la General Motors del
narcotráfico”.
Función privada. Es 1983 y el capo colombiano Pablo Escobar
Gaviria mira la pantalla concentrado. A su lado, Roberto Suárez Gómez, el Rey
de la Cocaína, y su hijo Roby Suárez se ríen sin parar. Los tres disfrutan del
video de la película Scarface algunos meses antes de su estreno en Sudamérica.
De repente, Suárez Gómez interrumpe la película y dice: “Cómo les gusta
tergiversar las cosas a estos gringos. ¿Quién les dijo que Montana era cubano y
vivía en Miami? Si acá todos sabemos que mi Tony Montana es paisa y está
sentado a mi lado”. Pablo Escobar explota en una carcajada, al igual que Suárez
Gómez, quien rápidamente se da cuenta de que también aparecía retratado en la
película: no cabía duda de que Alejandro Sosa, el empresario boliviano con
contactos políticos y militares que proveía de cocaína al personaje
interpretado por Al Pacino, estaba inspirado en él. Al final de la velada, el
dúo de capos bromeó sobre la posibilidad de contactar a sus abogados en
California para demandar a la Universal Pictures. Cuentan que hasta quisieron
cobrar dividendos y regalías por los derechos intelectuales del film de Brian
De Palma.
Durante aquellos años dulces de la cocaína, Roberto Suárez
Gómez llegó a exportar casi dos toneladas de pasta base por día desde sus
laboratorios en la Amazonia boliviana. Este monarca del hampa, heredero de una
de las familias ganaderas más ricas del país andino, engordó una fortuna
pantagruélica alimentada por el narcotráfico durante la década del ochenta.
Socio del Cartel de Medellín en sus tiempos dorados, Robin Hood y filántropo
del Oriente boliviano, cerebro de la sangrienta narcodictadura de García Meza,
íntimo del nazi Klaus Barbie y del Banquero de Dios Roberto Calvi, protegido
del panameño Noriega, financiador, junto a la CIA, de la Contra nicaragüense, y
hasta sospechado de acordar tête à tête con Fidel Castro una ruta para llevar
cocaína hasta las narices estadounidenses. A poco más de una década de su
muerte, Ayda Levy, viuda del monarca, de quien se separó en los primeros años
de la década del ‘80 al enterarse de que el acaudalado empresario estaba
involucrado en negocios non sanctos, dedica El Rey de la Cocaína a desentrañar
al hombre de carne y hueso que creó La Corporación, “la General Motors del
narcotráfico”.
CASA REAL
La historia cuenta que Roberto Suárez Gómez era beniano,
morocho y bastante corpulento. Típico ganadero de familia bien del Oriente
boliviano. ¿Su árbol genealógico? Hijo de Nicomedes Suárez, patrón de Santa
Ana, y Rey del Ganado; sobrino nieto de Pedro Suárez Callaú, el fundador de la
Casa Suárez y Rey de la Quinina; y bisnieto de Nicolás Suárez Callaú, el Rey
del Caucho. Nacido el 8 de enero de 1932, en la localidad de San Ana, el
pequeño príncipe Roberto creció bajo el designio de ser el heredero de la familia
que supo erigir un verdadero emporio exportando la savia del “árbol que llora”
(caaochu en lengua del pueblo maina) y la carne de miles de cabezas de ganado
que criaban en sus dominios. Levy, quien contrajo matrimonio con Suárez Gómez
en la década del ‘50, explica que las construcciones en las estancias y
colonias que la familia tenía en plena selva amazónica “eran señoriales, y sus
salones fueron testigos privilegiados de fiestas y banquetes que ofrecían los
Suárez en honor a la llegada de presidentes, embajadores extranjeros e ilustres
personalidades”. Entre lujos asiáticos, glamour europeo y explotación
sudamericana, Roberto supo seguir al pie de la letra los consejos de la casa
real beniana y se convirtió en un poderoso empresario y terrateniente capaz de
definir los destinos de Bolivia. Sin embargo, su verdadero reinado económico
comenzó a finales de los años setenta, cuando la crisis que provocó la caída
del precio del estaño en los mercados internacionales ahogó al país andino, y
junto a otros empresarios del Oriente boliviano vio en la coca un recurso
estratégico renovable para sacar a Bolivia del subdesarrollo y saciar el hambre
del pueblo. Y, de paso, engordar su fortuna.
Suárez Gómez estaba completamente seguro de que con el
floreciente negocio podrían pagar en 36 meses la deuda externa del país, que
ascendía a 3000 millones de dólares. Levy cuenta que en aquellos años su marido
le explicaba que algunos países tenían inmensas reservas petroleras y
auríferas, y a los bolivianos les había tocado la coca en la repartición. Dicen
que ante sus socios el futuro monarca se preguntaba: “¿Por qué debe parecernos
raro que se niegue a priori la posibilidad de incursionar en el narcotráfico en
aras de nobles ideales, con la motivación del amor a la patria y a la
humanidad?”.
EL NARCOESTADO ALTIPLANICO
Para principios de 1980, Suárez Gómez acordó con el general
Luis García Meza financiar el golpe de Estado que éste ejecutaría en julio, a
cambio del monopolio de la coca en el territorio boliviano. El ganadero aportó
cinco millones de dólares para la empresa militar, que también tuvo pleno apoyo
de la dictadura argentina. El golpe se ejecutó el 17 de julio y derrocó al
gobierno de la primera presidenta boliviana, Lydia Gueiler.
“En todas las negociaciones que hizo Roberto con García Meza
y sus secuaces, fue vehemente en su oposición a la violencia. Exigió antes,
durante y después del golpe que no se derramase sangre de ser humano alguno”,
recuerda Levy sobre el rol “humanitario” de su marido. La junta militar fue la
más sanguinaria de la historia boliviana. Asesorada por el ex oficial de la SS
y la Gestapo Klaus Barbie, el Carnicero de Lyon, que se encontraba prófugo de
la Justicia francesa, y el terrorista neofascista italiano Stefano delle Chiae,
la narcodictadura desató el terror. Ya en la toma de posesión, el ministro de
gobierno Arce Gómez, primo del Rey de la Cocaína, advirtió que los opositores
al gobierno y los comunistas debían “andar con el testamento bajo el brazo”.
Seis meses después del golpe, la muerte y desaparición de
quinientos bolivianos (entre ellos el líder político y escritor Marcelo Quiroga
Santa Cruz) y la tortura de miles de presos llevaron a Suárez a romper su
alianza estratégica con los militares. “No pasó una semana cuando Klaus Altmann
(nombre falso que usaba Barbie en aquellos años) apareció en mi casa sin previo
aviso. El rostro desencajado y sudoroso del alemán me hizo presentir que era
portador de malas noticias. ‘Señora, he venido a ponerlos sobre aviso para que
tomen todas las precauciones necesarias, porque el omnipotente Departamento de
Estado norteamericano está ejerciendo una presión tremenda para que Bolivia
haga pública una lista elaborada por la DEA, en la cual Roberto aparece de
número uno, seguido por su hijo Roby’.” Fue la gota que rebasó el vaso para
Ayda Levy, quien por esos días decidió separarse de su marido, aunque nunca
logró el divorcio definitivo.
Pero no hay mal que por bien no venga, y Suárez Gómez
redobló la apuesta y decidió crear La Corporación, “la General Motors del
narcotráfico”, un aparato paragubernamental que asociado al Cartel de Medellín
y la DEA, desde entonces se encargaría de, supuestamente, repartir las jugosas
ganancias de la cocaína entre los bolivianos. “El Robin Hood del Beni”, llegó a
bautizarlo la revista Time por su fama filantrópica. Los presidentes, los
ministros, los intendentes, los militares, los jueces, los funcionarios
aduaneros y hasta las monjas de convento y los curas de pueblo esperaban los
billetes que, sagradamente, les enviaba La Corporación.
En Bolivia no se movía un solo gramo de cocaína sin la
autorización del Rey. Los Novios de la Muerte era el nombre con el que se
hacían llamar los batallones privados de seguridad comandados por el nazi
Barbie y otros mercenarios, que protegían a sol y sombra al empresario y a los
millonarios cargamentos que salían en la flota de aviones Cessna 206 Stol y
Douglas DC-3, desde sus laboratorios en la Amazonía boliviana hacia Colombia, y
de allí a Europa y los Estados Unidos. Levy cuenta que “los empleados de La
Corporación tenían que contar durante horas sumas astronómicas de hasta 60
millones de dólares en billetes de diferentes cortes que llegaban en bolsas de
cotense. Era más fácil desaguar el río Mamoré a tutumazos (baldazos) que acabar
con el dinero de Roberto.”
MI AMIGO PABLO
Suárez Gómez conoció a Pablo Escobar Gaviria a principios de
los años ochenta. En esa época, el futuro líder del Cartel de Medellín viajaba
a Bolivia acompañado por su compadre Gonzalo Rodríguez Gacha y compraba “a
precio de gallina muerta” sulfato base de coca para procesarlo y exportarlo.
Escobar necesitaba materia prima y Suárez monopolizaba el mercado del país
andino. Cuentan que en aquel tiempo el boliviano aumentó el precio de la pasta
base de 1800 a 9000 dólares el kilo y que Pablo pagó sin chistar. El creciente
mercado estadounidense costearía la diferencia. En poco tiempo se hicieron
socios, y poco después grandes amigos.
Los negocios iban sobre rieles (dicen que en 1983 Suárez
Gómez obtuvo en el primer cuatrimestre una ganancia neta de cerca de 200
millones de dólares) y a partir de entonces, el Rey y el Pelícano (como apodó
el boliviano a su socio) se codearon con lo más grande del hampa internacional.
De día cerraban, brindando con champagne, negocios en la Toscana con Roberto
Calvi, el llamado Banquero de Dios, que presidía el Banco Ambrosiano, y por la
noche acordaban en el Caribe rutas liberadas con el dictador panameño Noriega y
el primer ministro de Bahamas Lynden Pinddling. Incluso, Levy narra el supuesto
encuentro que tuvieron los capos narcos con Fidel y Raúl Castro en enero de
1983, para acordar el uso del espacio aéreo y las aguas cubanas. Levy cuenta
del marcado interés que tenía Fidel en usar al narcotráfico como un arma contra
el imperialismo yanqui. Según el relato del propio Suárez a su esposa, en aquel
encuentro Fidel les dijo: “Gracias por haber aceptado la invitación. Ustedes
serán el misil con el que agujerearé el bloqueo y el injusto embargo que sufre
mi país”. En paralelo, los narcos, que siempre jugaban a dos puntas, cerraban
un acuerdo con la CIA, a través del teniente coronel Oliver North, por el cual
entregaron quinientas toneladas de cocaína que la agencia comercializó en
territorio estadounidense para financiar la Contra nicaragüense. Cuentan que
durante el vuelo de regreso a Medellín, después de cerrar el trato con la CIA,
Suárez le advirtió a su socio: “Pelícano, desde hoy estamos jugando en las
ligas mayores, pero hay que andar con mucho cuidado. Estos gringos son más
peligrosos que un mono con navaja”.
QUERIDO RONALD
Pero no todo fue color de rosa en la historia de Roberto
Suárez Gómez. En 1982, la detención en Suiza y posterior extradición a Miami de
Roby Suárez, su primogénito y heredero natural, pusieron en jaque su
floreciente negocio. Desesperado, el Rey le escribió una carta al presidente
estadounidense Ronald Reagan ofreciendo su entrega inmediata a cambio de la
libertad de su hijo y la condonación de la deuda externa boliviana. En la
misiva, Suárez aclara: “Estas son, señor Presidente, las dos condiciones a
cambio de mi entrega voluntaria a las autoridades que usted indique. Ambas son
lógicas y justas. La primera obedece a los sentimientos más profundos de un
padre; la segunda se funda en que soy un boliviano que ama entrañablemente a su
patria, se conduele con su crítica situación y, si mi libertad puede servir
para ayudar a que mi pueblo salga de este estado, bienvenida la cárcel o la
muerte”.
Finalmente, con la ayuda de un batallón de abogados, en 1983
Roby fue declarado inocente de los cargos de conspiración en el tráfico de
cocaína. Fue un duro golpe para la DEA. El heredero fue recibido en Bolivia por
todo el pueblo de Santa Ana. En la biografía, su madre recuerda que la multitud
lo alzó en hombros cantando consignas en contra del imperialismo y la fiesta en
los dominios del Rey duró varios días. Siete años después, la DEA se tomó
revancha. Roby Suárez fue asesinado por la policía boliviana en Santa Cruz de
la Sierra el 22 de marzo de 1990. Su padre, ya preso, no pudo ir al entierro.
A finales de los años ochenta llegó el declive. Tras romper
relaciones con el Cartel de Medellín, la DEA y la CIA, Suárez Gómez se retiró
del negocio del narcotráfico. Para 1988, su alta exposición y los secretos que
conocía lo volvieron un problema y las autoridades políticas bolivianas le
soltaron la mano. Levy recuerda que en esos días, el Rey reunió a sus hijos y
les habló de una extraña visión que había tenido mientras rezaba en una de sus
haciendas en la selva: “La luz de la luna reflejó en las gotas de la suave
llovizna que caía antenoche el rostro de nuestro Señor. El me ha dado el
mandato de entregarme”.
En su autobiografía inédita Tesis Coca-Cocaína, que escribió
en aquellos años, el monarca boliviano advierte, en el prólogo recuperado ahora
por su viuda: “Yo fui el Rey. Más, si se está en la cumbre, se está también al
borde del precipicio. Cuando vuelvo mi pensamiento hacia atrás, no dejo de
maravillarme por encontrarme todavía aquí, siempre remando contra la corriente,
siempre adelante, a pesar de los escollos y los tumbos”. Suárez Gómez fue
condenado a quince años de prisión por tráfico de droga y estuvo en la cárcel
hasta 1996, en una auténtica jaula de oro acondicionada a su gusto en la
capital boliviana. Pocos años después, un infarto lo atacó encerrado en su
pieza, en una de sus mansiones. Cuentan que cuando los empleados y su médico
echaron la puerta abajo para ayudarlo, lo encontraron tirado en la cama y,
apuntándolos con una pistola calibre 45, el Rey les dijo: “Salgan
inmediatamente de aquí. Si dan un paso más les disparo”.
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- EL “NARCOVIDEO” EN LA AGENDA INFORMATIVA DE 1987
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