Altagracia de Orituco – Venezuela,
30 de abril de 2018. // Foto: García Meza y la Junta militar en el balcón de Palacio de Gobierno. // Cuadro: Elecciones del 29 de junio de 1980.
El 29 de abril la población boliviana se enteraba mediante
los medios de prensa, que el último dictador que gobernó Bolivia, Luis García Meza
había fallecido esa madrugada, con la muerte de ese oscuro y sanguinario
personaje, responsable de muchos abusos y asesinatos se cerraba uno de los
peores periodos vividos en la historia de Bolivia. Cabe señalar que durante el periodo de gobierno de García Meza
el narcotráfico en Bolivia llego a niveles nunca antes vistos, su gobierno fue acusado
de ser una narco dictadura, por su relación con grandes capos de la droga en
ese momento. Además el gobierno García Meza fue acusado de una infinidad de
abusos y delitos cometidos durante 1980 y 1981.
Para recordar un poquito como fue el golpe protagonizado por
Luis Arce Gomez y Luis García Meza a continuación transcribo una pequeña parte
del libro Rebelión en las venas de James Dunkerley donde se puede leer un
resumen del golpe llevado a cabo en 1980.
Dunkerley empieza señalando que la situación era demasiado frágil
y que la presidenta interina Lydia Gueiler sospechaba de la llegada del golpe
en cualquier momento, uno de los momentos de mayor tención fue cuando su propio
escolta encargado de la seguridad física de la presidente llegó con intenciones
de agredirla, Dunkerley lo refleja de la siguiente manera:
A las seis de la mañana del 7 de junio el comandante de su
escolta , coronel Carlos Estrada, llego a la residencia en estado de total
ebriedad, ordeno a los guardias rodear el edificio y armado con un rifle automático
intento ingresar en el dormitorio de la presidenta para matarla. Los gritos y
los golpes de Estrada en la puerta le dieron tiempo a Lydia Gueiler para
telefonear pidiendo ayuda y ese aislado propósito tuvo un rápido final gracias
al asistente de la presidenta y a su personal
que vencieron y desarmaron al posible asesino sin mayor dificultad. Fue
un intento alocado y difícilmente correspondiente al repertorio de los fríos
coroneles argentinos que asesoraban a Arce Gómez, pero sirvió para subrayar la
extrema fragilidad de la situación. Dos días más tarde, el alto mando reunido
en Cochabamba pidió una postergación de las elecciones por lo menos por un año,
arguyendo que la campaña estaba originando desordenes, empeorando la situación
económica y que los comicios habían sido pesimamente organizados y darían lugar
a un gobierno débil. Esta nueva estrategia fue rechazada inmediatamente por
todos los partidos interesados, con la excepción de la propia presidente, quien
demoro dos días en anunciar que las elecciones se realizarían el 29 como estaba
previsto; la prensa de izquierda describió el conclave de Cochabamba como una
reunión dedicada fundamentalmente a programar el inminente golpe. Durante los
días siguientes, los líderes militares no hicieron más declaraciones, sino para
anunciar que estaban alertas “contra cualquier intento de imponer sistemas
ajenos a Bolivia”, pero Echeverria permitió a la FSB y a un grupo de campesinos
“nacionalistas” tomar la ciudad de Santa Cruz durante dos días, sin mayor
estorbo u obstáculo; en ese lapso el prefecto fue gravemente herido y prevaleció
un caos no muy diferente al de agosto de 1971, hasta que la COD y los
estudiantes desalojaron a los falangistas con la fuerza de las armas. En La
Paz, en el café Lido, lugar predilecto de la izquierda, exploto una bomba
ocasionando la perdida de dos vidas; también se lanzaron granadas contra una
manifestación de la UDP, con el resultado de cuatro muertos y 63 personas
heridas. La autoría de tales actos no se ponía en duda, como lo señala la
siniestra introducción en la jerga local del verbo “arcesinar”, en lugar de
“asesinar”.
Si tales actividades formaban parte de una estrategia
cuidadosamente graduada, la misma no incluyó la interrupción o cancelación de
los comicios mismos. Las elecciones tuvieron lugar el 29 de junio de manera
ordenada y sin mayores problemas. El procesamiento de los resultados fue
extremadamente lento, pero pronto se hizo evidente que la UDP había obtenido la
victoria, la cual a pesar de un descenso en la votación global, fue más decisiva que aquella de 1979. El
claramente derrotado Víctor Paz no tardo en admitirlo, aunque lo hizo en un
estilo un tanto ambiguo: “La UDP debe estar destinada ser gobierno”. Banzer,
que había recibido un buen número de votos, reconoció igualmente el
resultado y la ADN se comprometió
públicamente a desempeñar el rol de una oposición responsable. Ningún partido
aludió fraude o intento frustrar la formula Siles-Paz Zamora, el reclamo para
si la presidencia. La UDP carecía de una mayoría congresal plena, pero había
sobrevivido a los considerables rigores del año anterior para revindicar su
mando popular. Una vez realizados los comicios, la amenaza del golpe parecía haber disminuido; Siles seria posesionado
como presidente el 6 de agosto, Día de la Independencia de Bolivia.
No hubieron pronunciamientos militares ni signos de
actividad inusual luego del anuncio de los resultados el 10 de julio. Cuando el
14 Siles se encontró frente a los comandantes de las tres fuerzas , a raíz de
una reunión organizada por Bedregal y Fellman Velarde, quienes no habían
advertido ni a uno ni a los otros a quienes iban a ver y donde –y en
consecuencia fueron rápidamente expulsados de la misma-, Siles se limitó a
declarar que la UDP se reserva el derecho de efectuar nuevos nombramientos
institucionales, pero que respetaría la ley orgánica de las FF AA. García Meza,
Bedregal y Terrazas respondieron comprometiéndose a apoyar la Constitución,
pero los tres sabían que, tal y como
estaban las cosas, sus carreras tenían menos de tres semanas de vida.
Al final García Meza quien inicio el golpe y Arce Gómez
quien garantizo su éxito. A las cinco de la mañana del 17 de julio el coronel
Francisco Monroy tomo Trinidad, escenario del intento de golpe de octubre de
1979 y cuartel general de la Sexta División, cuyo comando una vez estuvo a
cargo de García Meza, quien casualmente estaba allí ese día. A las siete y
cuarto de la mañana, Monroy proclamo el derrocamiento de Lydia Gueiler, la
anulación de los resultados electorales y la conformación de una junta militar.
Las noticias sobre el levantamiento llegaron a La Paz cuarenta minutos después,
pero al principio no fueron tomadas muy en serio. A las ocho y media, CONADE
convoco a una reunión para las once de la mañana y a esa misma hora los
dirigentes de la UDP se trasladaron a palacio para conferenciar con Lydia
Gueiler.
No hubo actividad militar adversa en La Paz, aunque la
guarnición de Santa Cruz se había declarado “en emergencia”. A las once y diez,
los dirigentes de CONADE acordaron llamar a una huelga general y al bloqueo de
todas las carreteras, emitieron un
comunicado para tal efecto y empezaron a discutir un plan detallado de acción.
Media hora después, Arce Gómez asesto el golpe, no con la utilización de tropas
sino de personal paramilitar que convenientemente circulaba en ambulancias para
iniciar sus acciones desprevenidamente. Unos veinte hombres se agolparon en el
edificio de la COB y fueron cubiertos por fuertes descargas de fuego que se
prolongaron por veinte minutos. Tanto el líder de la FSMB, Gualberto Vega, como
Carlos Flores, un líder del POR (Vargas), fueron inmediatamente asesinados,
mientras el resto de los ocupantes se rindió cuando hubo cesado el fuego. En el
momento en que salían, un miembro del grupo agresor intento separar a Marcelo
Quiroga del resto. El líder socialista se negó y le dispararon in situ. Treinta
y cinco personas, entre las que se incluían Lechín, Reyes, Liber Forti, Víctor
Sossa, Noel Vázquez y el padre Julio Tumiri, fueron tomadas prisioneras.
Al conocer la noticia, Siles, Antonio Aranibar y Jorge
Kolle, que habían estado en palacio, entraron en la clandestinidad, librándose
por muy poco del asalto al palacio, que fue ejecutado con igual rapidez y
eficiencia. Lydia Gueiler fue inmediatamente apartada de sus ministros y de los
periodistas que asistían a su conferencia de prensa, fue conducida a Miraflores
para firmar su renuncia, mientras que los demás fueron apaleados y obligados a
recostarse boca abajo por varias horas en el suelo cubierto de estiércol de los
establos de los cuarteles que se encontraban cerca. Otro grupo paramilitar, al
mando de Fernando “Mosca “ Monroy, a quien Arce Gómez había liberado
recientemente del Panoptico, tomo radio Fides. En pocas horas, solamente la
radio Batallón Colorados salía al aire y los rebeldes tenían bajo su control
todos los puntos estratégicos de la ciudad incluyendo la universidad. Las
tropas no salieron a las calles para impedir manifestaciones masivas sino a las
tres de la tarde, en tanto que los grupos paramilitares allanaban los
domicilios de aquellas personas que estaban en la lista de archivos del SIE que
Arce Gómez había secuestrado. La huelga de CONARE había entrado en vigor, pero
la rebelión ya se había consolidado. Las lecciones que había brindado la caída
de Natusch, los ocho meses de planificación y el asesoramiento del personal
argentino estaban en total evidencia.
La dirección de los acontecimientos por Arce Gómez fue absoluta.
A mediodía del 18, el alto mando se reunió para discutir la dirigencia del
movimiento y no llego a ninguna conclusión después de cinco horas de deliberación.
Únicamente la participación de Arce Gómez y su insistencia para que García Meza
asumiera la presidencia de la junta resolvió el problema y permitió que los
tres oficiales tomaran juramento, luciendo trajes de combate. Posteriormente García
Meza se dirigió a la televisión para
acusar a la UDP de “castrista”, culpar al “monetarismo” de Lidia Gueiler del
caos económico y anunciar un toque de queda de 21 p.m. a 6 a.m. Durante el fin
de semana, la junta emitió un decreto ley (17531) que proscribía toda actividad
sindical y ordenaba el inmediato despido de todas aquellas personas que no
retornaran a su trabajo el lunes siguiente. Las noticias sobre el asalto a la
COB y la veloz actividad de los paramilitares impacto enormemente a la
población urbana y se rumoreaba ampliamente que Lechín, Reyes y muchos otros
dirigentes de la COB habían sido asesinados, La sobrevivencia de Lechín fue
confirmada únicamente cuando este apareció en televisión el 22, en muy mala
condición física y mental para declarar: “…Volveremos
a hablar de nuestros problemas y ambiciones en otro momento, pero ahora
evitemos derramar inútilmente sangre obrera. Vuelvo a repetir, exhorto a los
campesinos, obreros, al pueblo en general a abandonar los bloqueos y la
resistencia civil…”. En los dos días siguientes, la huelga se desmorono. El
efecto del mensaje de Lechín, unas treinta muertes, el apresamiento de por lo
menos quinientas personas y la enorme brutalidad de los pelotones paramilitares
que recorrían las calles a su gusto bastaron para impedir cualquier resistencia
como la que se opuso a Natusch. Arce Gómez fue nombrado ministro del interior y
el coronel Quiroga, jefe del Servicio Especial de Seguridad (SES) –el DOP de la
década de 1980-. En una semana, la única resistencia organizada que
confrontaron fue la de las minas.
Fuente: Rebelión en las venas - Escrito por James Dunkerley.
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- ROBERTO SUAREZ GÓMEZ Y SU IMPERIO CONSTRUIDO CON EL NARCOTRÁFICO
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