Por: Norman Chinchilla / Publicado el 22/05/2018 en el
matutino cochabambino Los Tiempos.
El 5 de junio de 1998, dos semanas después del terremoto que
la destruyó, en la madrugada del 22 de mayo de ese año, el panorama de Aiquile
era sobrecogedor. En el ambiente se respiraba una especie de temor paralizante,
roto apenas por los trabajos de demolición, y alargado por el deambular de la
gente que caminaba sin prisa entre los escombros, en medio de las nubes de
polvo.
Toda actividad comercial o productiva estaba interrumpida.
En ese penoso suspenso que sufrían los aiquileños que no se fueron, y se
quedaron sin techo, la vida comenzaba a reorganizarse lentamente en los varios
campamentos instalados para acogerlos.
Mientras las máquinas terminaban la destrucción, las tareas
de auxilio y asistencia se ejecutaban sin bullicio y la esperanza en la
reconstrucción parecía fortalecerse en los espíritus de las víctimas del
seísmo.
Antes de que termine la primera hora del viernes 22 de mayo
de 1998, la rutina de esta ciudad se cortó brutalmente igual que el sueño
profundo de sus habitantes.
En ese momento, alrededor de las 00:40, el tremendo sacudón
telúrico derrumbó la tranquilidad de esta aglomeración urbana y envió al pasado
la vida cotidiana inmediatamente anterior de más de 5.000 personas. Unos 40
minutos antes se había producido un sismo de mediana intensidad, una especie de
anuncio de la hecatombe que despertó a muchos aiquileños.
Al temblor de mayor magnitud, precedido de un ruido
estremecedor, le siguió la oscuridad, el polvo que inundó la atmósfera, los
gritos…
Luego del espanto, los aiquileños escaparon de esos techos y
paredes que caían sobre ellos. Pero más de 40 personas no pudieron evitarlos y
murieron.
A los sobrevivientes les quedó el temor renovado por nuevos
temblores menos intensos, la desolación de sus casas destruidas y, a pesar de
la incertidumbre del repentino vacío, la voluntad de quedarse en Aiquile.
Partidas verticalmente, algunas casas recordaban a las de
muñecas. Una vivienda semiderruida por el sismo mostraba, en su segundo piso,
una cama destendida que parecía aún tibia.
El espectáculo evocaba un escenario de teatro. Pero eso no
era ficción y la realidad sobrecogía a tal punto que las emociones se agolpaban
indefinidas y confusas en el espíritu sorprendido por la brutal destrucción.
El terremoto no sólo destrozó las casas —lo que ya fue
atroz— sino que la gente que vivía en ellas vio, repentinamente, sus vidas
privadas expuestas, sin reservas.
Los hogares se desparramaron en la calle. Peor aun, en
algunos lugares las calles también habían casi desaparecido: el reino del vacío
surgió de entre los escombros y el polvo.
En la plaza principal, el kiosco central y las veredas que
la atraviesan estaban ocupados por muebles, bultos con ropa y enseres, algunas
tiendas de campaña y otros abrigos de fortuna.
En otra acera, los obreros terminan de recuperar puertas y
ventanas de una maltrecha casa condenada a la demolición. Al lado en el atrio
de la iglesia, unas moles reposan pesadamente. Arriba, las dos torres
cercenadas del templo elevan al cielo las aristas de sus ruinas.
MUCHAS RÉPLICAS DURANTE DOS MESES
El viernes 22 de mayo de 1998, a las 0:15 horas ocurrió un
sismo de intensidad 5,5 según la escala de Richter, posteriormente, a la 1:45,
se produjo un terremoto de intensidad de 6,8 en la misma escala.
El movimiento sísmico se sintió en todo el eje central del
país. Durante los primeros dos meses se registraron más de 2.600 réplicas.
El terremoto afectó a las provincias: Carrasco, Campero y
Mizque, seis municipios y unas 300 comunidades. Aiquile, Totora y Mizque, las
más pobladas, fueron las más afectadas. La ayuda se dirigió principalmente a
esas localidades debido a la magnitud de los daños.
La mayoría de las personas que resultaron heridas o muertas
dormía cuando ocurrió el sismo.
“ERA UN PUEBLO BONITO QUE ESTABA YENDO ARRIBA”
Cerca de una esquina de la plaza principal, junto a un
montón de muebles, cajones y otros objetos, una pareja de edad madura terminaba
de responder a las preguntas de una funcionaria del Viceministerio de Vivienda.
Él es punateño de origen y maestro de profesión, ella es aiquileña y trabajaba
en una ONG.
“Mi casa es esa de las esquina. Dormíamos en el segundo
piso. La vida aquí era muy placentera, tranquila, era un pueblo muy pujante que
se estaba levantando. Bonito atractivo, estaba yendo para arriba. Había de
todo, incluso teníamos cierto movimiento económico”, contaba, el 5 de junio de
1998, el profesor Saúl Loma, en tono acongojado.
El mismo profesor confiesa hoy que aún vive en alerta.
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Por: Norman Chinchilla / Publicado el 22/05/2018 en el
matutino cochabambino Los Tiempos.
Veinte años después del terremoto, Aiquile, la localidad más
afectada por el terremoto del 22 de mayo de 1998, es una ciudad pujante que
conserva muy pocas cicatrices de esa tragedia. Totora, cuyas magníficas casas
señoriales, coloniales y republicanas, que estaban a punto de derrumbarse, se
benefició de una ley que la declaró Patrimonio Nacional y salvó su rico
patrimonio arquitectónico. La misma ley protege esa bella ciudad de la
depredación del “modernismo”, a tal punto que sus calles, todas, conservan el
empedrado en calzadas y aceras. En Mizque, los daños fueron menores: no hubo
viviendas derruidas, pero sí la torre de su iglesia que sufrió una rajadura
fatal que terminó con su derrumbe. Hoy, ese templo luce una torre nueva.
Y Aiquile, cuya iglesia quedó en ruinas y tuvo que ser
totalmente arrasada, tiene ahora una nueva y bella. Y también casas nuevas y
modernas. La reconstrucción trajo sus beneficios, pero el esfuerzo para
llevarla adelante fue esencialmente de los aiquileños. Para ellos, los
recuerdos del tiempo que siguió al terremoto tienen un sabor amargo.
Un impulso
Saúl Loma, punateño de nacimiento y aiquileño de adopción,
luego de su matrimonio, recuerda el tiempo de la reconstrucción y observa los
cambios que trajo ésta: “Ahora hay servicios básicos, antes había, pero era muy
deficiente, y no era en todo el pueblo, ahora ya hay en todo el pueblo.
Entonces para eso ha servido el terremoto, eso ha sido lo bueno”.
“Yo he sido concejal y antes había movimiento económico,
pero muy limitado, solamente la producción agrícola, generalmente nos
abastecíamos de Cochabamba, pero ahora estamos exportando productos agrícolas a
Cochabamba”, añadió.
“Ha sido un golpe de impulso para el aiquileño. Es que el
espíritu que se les ha infundado en los aiquileños, porque la mayoría de los
aiquileños se fueron a Sucre, Cochabamba, Santa Cruz, y esto estaba casi vacío,
porque después hemos tenido que llamarlos a su tierra y hemos dicho: ‘¡Regresen
a su tierra, su tierra les está esperando!’ Hemos empezado a colocar
alcantarillado, luz las 24 horas. 80 por ciento ha sido producto del esfuerzo
del propio aiquileño, porque nosotros, los que vivimos aquí en Aiquile, hemos
sufrido con Kieffer (el ministro de Defensa de la época), teníamos como
donación 300 millones de dólares, y Banzer cuando sobrevoló a las 7 de la
mañana en helicóptero, llorando dijo: ‘Mi Gobierno se compromete a reconstruir
Aiquile. Casa que se ha caído, casa que se reconstruye’. De todo lado nos llegó
ayuda, del Japón, de todas partes del mundo, no sólo no han llegado las carpas
chinas, nos han mandado los peruanos y los argentinos buenas frazadas, las
tigre, ¿y qué frazadas nos han dado? Las frazadas del Ejército, esas verdes,
carpas nos han enviado, yo he visto, carpas tipo iglú nos han llegado en
tráiler, pero ¿quién tenía eso? Nadie, todo se lo han dado al Ejército y a
defensa civil y ellos han hecho su negociado”, continuó.
“En síntesis, lo que ha llegado aquí a Aiquile ha sido 300
mil dólares para la reconstrucción. Las viviendas que usted ve, esas viviendas
bajitas, varias costaban casi a 5 mil dólares y los ingenieros han evaluado que
costaban menos de 2 mil dólares, hasta eso nos han robado”.
Es cerca de mediodía. Un grupo de niños corretea por la
plaza, sus gritos y risas ponen color en al plácido ambiente. Aiquile se yergue
altivo, vivaz, bullicioso, y es que la vida ha sabido abrirse espacio para
impregnarse en cada rincón del pueblo, dotándolo de nuevos aires, luces, voces
y risas.
Difícil imaginar el panorama de sombras, llanto y
desesperación que se posó hace 20 años, sacudiendo la puerta de cada aiquileño
y aiquileña sumiéndolos en la completa destrucción de sus viviendas, de sus
familias, de sus almas y corazones; porque grandes fueron las pérdidas
materiales y humanas, y grande fue también el dolor que desgarró y consumió a
sus habitantes. Cada historia de vida es testimonio y enseñanza de superación,
de la fuerza interna que hizo posible la dura lucha, trabajo y reconstrucción
del pueblo.
EL 5% DE LA POBLACIÓN FALLECIÓ
Una encuesta realizada por iniciativa de la Organización
Panamericana de la Salud reveló que hubo un 5 por ciento de fallecimientos
entre la población, aunque sólo se extendieron ocho certificados de defunción,
lo cual dificultó el análisis de la mortalidad y sus causas inmediatas y
subsecuentes.
Durante la investigación, se pudo observar que no existió un
registro adecuado de los heridos y fallecidos. En Aiquile, 42 fallecidos fueron
identificados por edad y sexo.
En Totora y poblaciones aledañas se identificaron 23 muertos
por edad y sexo, de un total de 32 fallecidos.
TESTIMONIOS
Ramber Molina:“La ayuda no ha llegado aquí al 100%, eso
duele ”
1998. A la una menos veinte empezó el golpe duro, no atiné
ni a ponerme mis chancletas; salí así, con la ropa interior, “pata pelada”. Lo
mismo mi señora, desesperados a la habitación de mis hijos.
Logramos salir a la calle, todo era humo, polvo, tierra. Los postes y los cables estaban en el suelo… Había desesperación, descontrol, griterío, uno no atinaba a decir nada…
Estamos muy esperanzados, y yo quiero seguir acá esperando la reconstrucción.
2018. Lo que más me ha dolido a mí es que recién he llegado a conocer a todos mis paisanos. No todos, pero una gran parte: interesados, muy afectos a esperar todo de regalo.
Pero hay otra gente también súper honesta con muchos valores, eso es lo que fortifica el alma y el comportamiento.
Nos hemos levantado. Todo gracias al esfuerzo de los habientes, porque todo lo que nos han colaborado no nos ha beneficiado al 100 por ciento porque mucho se ha quedado con los capos a nivel departamental y nacional. Eso es lo que duele más.
Logramos salir a la calle, todo era humo, polvo, tierra. Los postes y los cables estaban en el suelo… Había desesperación, descontrol, griterío, uno no atinaba a decir nada…
Estamos muy esperanzados, y yo quiero seguir acá esperando la reconstrucción.
2018. Lo que más me ha dolido a mí es que recién he llegado a conocer a todos mis paisanos. No todos, pero una gran parte: interesados, muy afectos a esperar todo de regalo.
Pero hay otra gente también súper honesta con muchos valores, eso es lo que fortifica el alma y el comportamiento.
Nos hemos levantado. Todo gracias al esfuerzo de los habientes, porque todo lo que nos han colaborado no nos ha beneficiado al 100 por ciento porque mucho se ha quedado con los capos a nivel departamental y nacional. Eso es lo que duele más.
Gonzalo Camacho: “Hubo gente, vinieron y saquearon, nos
robaron”
1998. El terremoto ha destruido también los corazones, lo
siento así, al menos para mí, porque he perdido a mi madre.
2018. Yo me acuerdo de que mi madre se veló aquí, porque esta (su) casa quedó intacta, vino un comandante o no sé qué, con una tropa de soldados, y la topadora, vino haciendo alboroto, marcó dos cruces, creo, en las puertas, y dijo: “Demuelan esto”, y yo decía: ¡Pero qué nos están haciendo, si la casa no se ha caído totalmente y tenemos cosas que rescatar ahí!”. Corrió mi hermano, hubo discusiones, hasta carajazos, se portó así de torpe ese militar.
Me he quedado, porque yo he nacido acá, estoy acostumbrado acá, acá es mi pueblo, como sea. Estuvimos en Cochabamba un mes, luego regresamos. Todo ha cambiado, realmente todo ha cambiado, todo, todo ha cambiado… Podría ser para mejor, en la forma de vida, para todos, porque ahora tenemos todos los servicios que eso es lo importante. Ese es el gran cambio que ha resultado del terremoto de hace 20 años.
2018. Yo me acuerdo de que mi madre se veló aquí, porque esta (su) casa quedó intacta, vino un comandante o no sé qué, con una tropa de soldados, y la topadora, vino haciendo alboroto, marcó dos cruces, creo, en las puertas, y dijo: “Demuelan esto”, y yo decía: ¡Pero qué nos están haciendo, si la casa no se ha caído totalmente y tenemos cosas que rescatar ahí!”. Corrió mi hermano, hubo discusiones, hasta carajazos, se portó así de torpe ese militar.
Me he quedado, porque yo he nacido acá, estoy acostumbrado acá, acá es mi pueblo, como sea. Estuvimos en Cochabamba un mes, luego regresamos. Todo ha cambiado, realmente todo ha cambiado, todo, todo ha cambiado… Podría ser para mejor, en la forma de vida, para todos, porque ahora tenemos todos los servicios que eso es lo importante. Ese es el gran cambio que ha resultado del terremoto de hace 20 años.
Saúl Loma: “Ha dejado de ser un pueblo bello, colonial”
1998. Mi casa es esa de las esquina (de la plaza). Dormíamos
en el segundo piso. La vida aquí era muy placentera, tranquila, era un pueblo
muy pujante que se estaba levantando. Bonito atractivo, estaba yendo para
arriba. Había de todo, incluso teníamos cierto movimiento económico.
2018. Recuerdo que yo estaba en el pretil de la puerta, 12:30, 12:45, curioseando, de repente sentimos, como un estruendo ensordecedor, como si hubiera reventado una dinamita al ladito de nosotros, y la luz se apagó, lo único que atinamos a decir fue: “¡Corran!”, porque estaba mi esposa y mis hijos descalzos afuera, y corrimos a la plaza, pero yo cuando estaba corriendo, el piso se levantó como una onda y yo pateé el piso y con la onda me caí y un poste de luz casi me aplasta.
Ha dejado de ser un pueblo tan bello, un pueblo colonial, una provincia pueblerina, con ese estilo de pueblo, sus calles angostas, muy bonitas eran, tradicional, colonial; vino el terremoto y había nomás que modernizar Aiquile.
2018. Recuerdo que yo estaba en el pretil de la puerta, 12:30, 12:45, curioseando, de repente sentimos, como un estruendo ensordecedor, como si hubiera reventado una dinamita al ladito de nosotros, y la luz se apagó, lo único que atinamos a decir fue: “¡Corran!”, porque estaba mi esposa y mis hijos descalzos afuera, y corrimos a la plaza, pero yo cuando estaba corriendo, el piso se levantó como una onda y yo pateé el piso y con la onda me caí y un poste de luz casi me aplasta.
Ha dejado de ser un pueblo tan bello, un pueblo colonial, una provincia pueblerina, con ese estilo de pueblo, sus calles angostas, muy bonitas eran, tradicional, colonial; vino el terremoto y había nomás que modernizar Aiquile.
MUCHOS AIQUILEÑOS VENDIERON SUS CASAS Y LUEGO SE
ARREPINTIERON
Luego del terremoto, hubo aiquileños cuyas casas estaban
casi derruidas y decidieron abandonar el pueblo para siempre. En ese propósito
decidieron vender sus inmuebles “a cualquier precio”, refiere Ramber Molina,
que en el tiempo del terremoto era concejal del municipio.
“Muchos se arrepintieron después y cuando quisieron
recuperara sus casas el comprador les pidió mucho más de lo que él había
pagado.
La ayuda del Estado reemplazó las viviendas perdidas por
otras de menos de 40 metros cuadrados, construidas con materiales de mala
calidad.
Muchos no recibieron ayuda. “Tardamos años en hacer
construir casas nuevas, pero lo hicimos. Mi casa era de adobe y todo se vino
abajo, estuve sin casa casi dos años. No queda nada de la antigua vivienda,
esto es totalmente nuevo”, dice el exconcejal.
INFORME
Organización Panamericana de la Salud
Terremoto de Aiquile
Los sobrevivientes se organizaron en forma ejemplar
Las medidas inmediatas de atención a la emergencia fueron
brindadas por los sobrevivientes, que se organizaron en forma ejemplar.
La mayoría de las personas que resultaron heridas o muertas
dormían cuando ocurrió el sismo. El traumatismo y las lesiones físicas fueron
las principales causas de morbilidad y mortalidad.
A pesar de haber sido afectada por dos sismos en años
anteriores y de tener conocimiento que una falla geológica cruza esta
comunidad, no se había tomado ninguna medida de precaución.
No se contaba con plan de emergencia, como es el caso de la
mayoría de las poblaciones del país y, una vez ocurrido el desastre, las
autoridades locales no supieron cómo responder.
En las poblaciones rurales aledañas a Aiquile y Totora la
situación era aún más grave, debido a las características montañosas de la
región y a la dispersión de la población. Según las versiones de los
damnificados, la noche era oscura y fría y sólo se oían algunos quejidos. Entre
los escombros se encontraban familias enteras que habían quedado enterradas
bajo las viejas estructuras de adobe y teja, construidas sin ninguna
resistencia a los movimientos sísmicos.
Algunos deslizamientos habían bloqueado la carretera, lo que
obligó a un comando de las fuerzas especiales, entrenado para formar parte de
las Fuerzas de las Naciones Unidas, a acceder a la zona en paracaídas para
proporcionar la ayuda necesaria a la población. Un coronel estaba al mando de
este contingente.
La fase de emergencia duró tan sólo un día. Luego se inició
una segunda fase en la que la población comenzó a organizarse en campamentos
cuyo número llegó a 30.
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