Neil Armstrong, el primer hombre que pisó la Luna, murió ayer a los 82 años. Él
fue quien inspiró a su presidente John F. Kennedy su famosa frase que se
refería a un paso de un hombre, un salto de la Humanidad.
En esos días de la temprana década de los años 60 del siglo pasado, Bolivia
siguió por radio la transmisión de la proeza estadounidense con la que se
reivindicaba del revés soviético que le había propinado al poner a Yuri Gagarin
en órbita terrestre.
Años después, aparecieron teorías que decían que el famoso paseo de Armstrong
había sido un montaje y que el astronauta nunca había estado en la Luna. Pero,
muy pocos las tomaron en serio.
Menos el propio Armstrong, pues a su vuelta a la Tierra traía una prueba más
elocuente que las rocas lunares. Contó el astronauta que desde el satélite
natural y contemplando nuestro Planeta, reparó en un lugar en Sudamérica que
parecía un espejo gigantesco. Esta visión lo maravilló al extremo de que una de
las primeras “misiones” que se impuso fue visitar aquel sitio.
De esa manera, el celebérrimo personaje y su familia llegó al salar de Uyuni,
en Potosí, Bolivia. No quedó defraudado ni mucho menos. Más todavía, esta
maravilla natural tan singular y extraordinaria le produjo una sensación más
intensa que cuando la descubrió desde el espacio.
El primer hombre que pisó la Luna fue también uno de los primeros turistas que
pisó el salar que luego se convirtió en destino ineludible de los que llegan a
Bolivia.
Podría decirse, sin mucho margen de error, que son más los extranjeros que
conocen el salar comparado con el número de bolivianos. Curiosa situación que
se explica por preferencias consumistas de quienes pueden hacer viajes de
placer, y muchos otros motivos.
Los bolivianos y extranjeros que han estado en ese paraje irreal y único en el
mundo no se cansan de relatar su inenarrable experiencia.
Ahora que se ha lanzado una campaña para atraer el turismo al salar y otros
atractivos de Bolivia, bueno sería que se facilite a estudiantes y no
estudiantes, los viajes con destino a este lugar que nadie puede describir ni
con palabras ni fotografías o películas.
Neil Armstrong lo sabía y era alguien a quien se podía creer.
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