Mujeres indígenas de la región andina de Bolivia. |
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Mujeres indígenas de la región andina de Bolivia. |
Melgarejo. |
Este artículo fue publicado en la revista Nuevos Horizontes
de El Diario, el 30 de mayo de 2017.
Alcides Arguedas una de los valores representativos del
pensamiento nacional en su libro “Historia General de Bolivia” editado en 1922,
al referirse a Melgarejo, dice despectivamente que este funesto caudillo, había
nacido en Tarata, miserable villorrio elevado a rango de ciudad por decreto de
5 de septiembre de 1866 –luctuoso aniversario del combate de la Cantería donde
el tirano hizo fusilar al inspirado bardo don Néstor Galindo– en honor del
“Gran Capitán del Siglo”, título con que le distinguían sus favoritos.
Algunos ciudadanos de Tarata en conocimiento del concepto
emitido por el historiador Arguedas acerca de su tierra natal gracias al
comedimiento de uno de esos doctores “tumba leyes” que les mostró la parte
pertinente de la obra, se reunieron en la plaza principal de la población y
deliberaron respecto a la sanción que debía aplicar al escritor paceño que
había tenido la osadía de dar el calificativo de villorrio a la ínclita ciudad
de Tarata de rancia estirpe española.
Después de que se pronunciaron varios discursos pletóricos
de indignación lugareña, uno de los exaltados, opinó por que se queme el
ejemplar adquirido de la discutida “Historia General de Bolivia” públicamente,
y así se hizo como en los tiempos de la Inquisición, en medio del aplauso y la
gritería del populacho enfurecido.
Como si este auto de fe aplicado inmisericordemente al libro
de Arguedas no hubiese sido suficiente para satisfacer el instinto primitivo de
los iniciadores y ejecutores de ese acto de barbarie contra la cultura, aquel
ilustre historiógrafo, fue declarado persona ingrata a Tarata que debido a una
de esas humoradas de Melgarejo, había sido erigido por ese mismo decreto (5 de
septiembre e 1866), en departamento compuesto de las provincias de Cliza,
Mizque y Tarata con su capital Melgarejo. A la caída de aquel tirano
sanguinario (15 de enero de 1871) concluyó la vida efímera del flamante
departamento.
El escritor Arguedas, sabedor de lo ocurrido con su Historia
y en un grupo de intelectuales en La Paz, expresó: “Cuando don Arturo Oblitas
en su novela “Marina” dijo que en “Tarata sonora villa meridional donde al
doblar uno la calle, corre el riesgo de topar con un Eurípides o un
Demóstenes”, nadie se molestó de la frase y al contrario, parece que les gustó
a los inefables tarateños la comparación hecha con el poeta trágico y con el
orador griego y por eso no cobraron represalia alguna contra el novelista
cochabambino. En cuanto al castigo que ha sufrido mi libro, ello, es una prueba
más de que no se ha extinguido aún en nuestro pueblo el nefasto melgarejismo.
En verdad hay exageración en considerar como un miserable
villorrioa Tarata que es una ciudad intelectual de limpia prosapia castellana
al decir del Dr. Casto Rojas, uno de los maestros del periodismo nacional.
Tarata, es la tierra legendaria de patricios y héroes que vio nacer en su
regazo tibio al general Esteban Arze, el valeroso guerrillero de la
independencia, a Víctor M. Ustaris, el héroe de Boquerón en la guerra del
Chaco, al ilustre obispo de Cochabamba, monseñor Jacinto Anaya, convencional
del 80 y enviado extraordinario y ministro plenipotenciario ante la Santa Sede,
a Melchor y Mariano Ricardo Terrazas, jurisconsulto y estadista el primero y el
segundo literato de nota, autor del libro “El sitio de París”.
Nota tomada del libro “Hechos e imágenes de nuestra
historia” de Benigno Carrasco.
Cochabamba |
Por: José Antonio Loayza / Publicado en mayo de 2019.
Santa Cruz. |
Este artículo fue publicado originalmente en el periódico tarijeño,
El País, el 30 de agosto de 2019.
El Gral. Hugo Ballivián presidia la junta de gobierno derrocada el 52. / Página Siete. |
Por Cecilia Lanza Lobo / Publicado originalmente en Página
Siete, el 8 de abril de 2018.
La oligarquía sobretodo terrateniente y vinculada a la
minería no pudo superar la crisis política desatada por la contienda del Chaco
(1932-1935). El gobierno de Gualberto Villarroel, estrechamente vinculado al
Movimiento Nacionalista Revolucionario, había alentado reformas estatales que
afectaban los intereses de los grandes mineros, y en 1945 se había llevado a
cabo el Primer Congreso Indigenal que agudizó la inquietud social
particularmente en el área rural. Distanciado del MNR, Villarroel fue asesinado
por una turba que impuso a los últimos gobernantes conservadores. En las
elecciones de 1951 gana el MNR con Víctor Paz Estessoro, pero el
presidente Urriolagoitia desconoce el resultado y, por tanto, la Constitución
Política del Estado, y entrega el gobierno a una junta militar presidida por el
Gral. Hugo Ballivián. Este proceso dio lugar, finalmente, a la insurrección
popular y política del 9 de abril de 1952 que inicia la época del nacionalismo
revolucionario.
Somos los hijos y los nietos de ese país indio y mestizo que comenzó –espantado- a mirarse marrón allá por la Guerra del Chaco (1932-1935) y acabó por asumirlo a regañadientes y en batalla campal con la Revolución de 1952 cuando se decidió enfrentar a la oligarquía dominante, minera, feudal, militar, –desde afuera o incluso desde adentro- y acabar con sus privilegios a favor de los ninguneados de siempre, aquellos que trabajaban para el patrón, semiesclavos, que no elegían a sus gobernantes, que no sabían leer ni escribir, que miraban desde abajo, que eran nada, nadies. De ser indios pasamos a ser campesinos y obreros y, voto universal mediante, comenzamos a ser ciudadanos.
Paz Estenssoro y sus milicias. |
Por: Freddy Zárate Abogado / Artículo publicado en Página
Siete, el 7 de febrero de 2021.
Si algo caracterizó a los regímenes populistas de Argentina
y Bolivia de la década de los años cincuenta, fueron sus implicaciones
ideológicas y propagandísticas en la política y la cultura. El gobierno de Juan
Domingo Perón supo tocar las fibras más íntimas de varios segmentos de la
sociedad argentina. De ahí la importancia del líder y su forma especial de
relacionarse con las masas, basada en un tipo de retórica y un estilo de
movilización que apelaba sistemáticamente a “lo nacional popular”.
Todo el accionar político del partido justicialista –y
en especial la labor de Eva Perón–, fue registrado por la Subsecretaría de
Informaciones y el Servicio Internacional de Publicaciones Argentinas, la cual
se encargó de difundir profusamente los libros: Habla Perón; Eva Perón. Su palabra…
Su pensamiento… Su acción; Doctrina peronista; La razón de mi vida; El Álbum
Eva Perón, entre otros, así también, una variedad de documentales
institucionalistas.
El MNR del 52
En ese contexto sociopolítico, varios dirigentes del
Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) fueron exilados a suelo argentino
cuando el presidente Gualberto Villarroel fue derrocado y victimado en 1946.
Por ende, se puede inferir que los refugiados políticos vieron el proceso
peronista, y, por tanto, fue una gran escuela política para el uso
instrumentalizado de los medios masivos de comunicación.
El caso de Víctor Paz Estenssoro, a pesar de encontrarse
confinado siguió de cerca la política partidaria del MNR. En 1951, aunque
ausente de Bolivia, fue candidato y ganó las elecciones presidenciales que
fueron anuladas por el autogolpe del presidente Mamerto Urriolagoitia.
Tras la insurrección del 9 de abril de 1952, y toma del
poder del MNR, sucedieron varios acontecimientos que merecen cierta atención:
“Pocos días después de la revolución de 1952, el 15 de abril, cuando la
comisión especial destacada por nuestro país, regresaba de la Argentina
trayendo del exilio al nuevo presidente Dr. Víctor Paz Estenssoro, a bordo de
una aeronave especialmente destacada para el efecto. Waldo Cerruto, uno de los
más jóvenes miembros de la comitiva, traía también en aquella oportunidad una
gran sonrisa: junto a él estaban los camarógrafos argentinos Juan Carlos
Levaggi y Nicolás Emolij, contratados para la filmación –únicamente– de las diferentes
actuaciones de recepción popular al nuevo mandatario y de su asunción al mando
supremo del país”.
El investigador Alfonso Gumucio Dagron indica que en los
días siguientes, “los camarógrafos no pararon de filmar manifestaciones,
desfiles, discursos”. De estos archivos audiovisuales salió el documental
Bolivia se libera (1952), dirigida por Waldo Cerruto, hermano de la primera
esposa de Paz Estenssoro.
La estrategia peronista consistió en utilizar todos los
medios de comunicación en favor del partido, y esto fue replicado exitosamente
por el gobierno del MNR: a las pocas semanas fueron creados el Instituto
Cinematográfico Boliviano (ICB); la Subsecretaria de Prensa, Información y
Cultura (SPIC); la Dirección Nacional de Informaciones; y la Secretaria de
Prensa del Comité Político Nacional del MNR, cuyo fin era amplificar y ensalzar
la gestión administrativa del gobierno movimientista.
Además de resaltar la imagen de los líderes de la
revolución.
Todo ello se hizo patente en El Álbum de la revolución; El
libro blanco de la reforma agraria; El libro blanco de la independencia
económica de Bolivia; Boletín de Cultura; El pensamiento revolucionario de Paz
Estenssoro; Visita del presidente de la república doctor Víctor Paz Estenssoro
a Sucre, entre otros. A esto se suma los noticieros del ICB, películas,
documentales, afiches y folletería.
Un interesante episodio registrado en la revista partidaria
Resurgimiento (Año I - 15 de mayo de 1952 - Nº 1), revela que a las pocas
semanas de la revolución de abril de 1952, se dispuso el 9 de mayo como “El Día
de Fe Nacionalista”. Dicha conmemoración se llevó a cabo en el Teatro al Aire
Libre, donde el presidente Víctor Paz Estenssoro y el vicepresidente Hernán
Siles Zuazo expresaron lo siguiente: “El día de la Fe Nacionalista, obedece a
un imperativo del momento; pues, luego de seis años de lucha permanente en todo
orden, convirtiendo cada hogar en un baluarte de la rebelión contra la
oligarquía, se convirtió en el hito de la renovación que espera Bolivia del
sacrificio de sus hijos”.
El emotivo acontecimiento fue sustituido al año siguiente
por el “Primer Aniversario de la Revolución Boliviana”, celebrado el 9 de abril
de 1953, con emotivos discursos, desfiles, homenajes, música y danzas
autóctonas.
El impacto político de la insurrección del 52 fue
incorporado en el Estatuto Orgánico del MNR, que en su Artículo 103 reconoce el
9 de abril de cada año como el “Día de la Revolución Nacional”.
Durante todo el período del MNR se celebró de manera
ininterrumpida el día de la revolución hasta el golpe militar de 1964. De ahí
en adelante entró en un lento declive la fecha festiva por considerarse una conmemoración
partidaria. Y sin embargo, la propaganda estatal del 52 fue un catalizador de
creencias, aversiones y obsesiones ideológicas del nacionalismo revolucionario
que con el paso de los años llegó a dogmatizar la historia contemporánea de
Bolivia.
El MAS del siglo XXI
El siglo XXI es un escenario político donde irradiaron
nuevos actores y partidos políticos. Tal es el caso del Movimiento Al
Socialismo (MAS), una vez establecido en el poder (22 de enero de 2006), fue
acentuando un discurso neopopulista sumergido en el papel preponderante de los
movimientos sociales, la ideologización de la base de identidad racial
indígena, la descolonización, la nacionalización de los hidrocarburos, la
reivindicación histórica del sector aymara y quechua con el denominado:
“Pachakuti: retorno al espacio y tiempo del equilibrio”.
Las reivindicaciones políticas fueron consagradas en la
Constitución Política del Estado Plurinacional, promulgada el 2009, acto que
fue celebrado con emotividad discursiva y aparatosos desfiles que dieron la
bienvenida al nuevo Estado.
Al año siguiente de la promulgación constitucional, el
gobierno del MAS mediante Decreto Supremo Nº 0405, del 20 de enero de 2010,
decretó que cada 22 de enero se rememoré el “Día de la Fundación del Estado Plurinacional”.
Otra razón para celebrar el feriado nacional se
atribuye a la posesión de Evo Morales como presidente de Bolivia (2006), siendo
conductor del Estado en representación de las naciones y pueblos indígena
originario campesinos. También esta fecha representa el triunfo democrático
histórico dando inicio a la Revolución Democrática y Cultural en Bolivia.
La propaganda gubernamental destacó –a través del canal
estatal, la prensa y el Ministerio de Comunicación– los mensajes del Jefe;
transmitieron en vivo los partidos de balompié del presidente del Estado;
resaltaron la entrega de diversas obras públicas en municipios y departamentos;
mostraron la “diversidad” cultural por medio de desfiles, bailes y
ceremonias.
En términos generales, el proceso de cambio se fue
acentuando al culto a la personalidad hacia Evo Morales, que fue promovido en
todos sus niveles por la cúpula masista. Se tiene por ejemplo los textos: Evo
Morales de Tiwanaku al mundo; Mi vida, de Orinoca al Palacio Quemado; Proceso
de Cambio en Bolivia: cómo un dirigente indígena campesino logró conquistar el
poder y refundar el Estado; Jefazo. Retrato íntimo de Evo Morales, entre
otros.
Después de 13 años de gobierno, el MAS atravesó una profunda
crisis política al forzar contra viento y marea la repostulación
inconstitucional de Evo Morales a la presidencia: generando una convulsión
social y política que llevó a la renuncia de varios integrantes del Poder
Ejecutivo y Legislativo. Tras el vacío de poder, el orden constitucional fue violentado,
dando pasó a nuevos actores políticos, tanto de la oposición como del
oficialismo.
Haciendo un paralelismo entre el MNR y el MAS, se puede
deducir que las sucesivas generaciones –de finales del siglo XX y principios
del XXI–, se fueron distanciando del entusiasmo revolucionario del 52, es así,
que en la actualidad se tiene escuetas notas de prensa que recuerdan los logros
de revolución: la nacionalización de las minas, la reforma agraria, el voto
universal y la reforma educativa.
Episodios que perdieron relevancia, ya que no reflejan en su
cabalidad los festejos gloriosos de las jornadas del 9 de abril, en donde, era
obligatorio e incluso patriótico rendir homenaje a sus libertadores, es decir,
a la dirigencia del MNR.
En el caso del MAS, tras la renuncia de Morales y posterior
exilio en México y Argentina, se reconfiguró internamente el partido para
participar de la contienda electoral del 18 de octubre de 2020, donde salieron
vencedores Luis Arce y David Choquehuanca. En los pocos meses de gobierno, se
fue diluyendo la mística de la “década dorada” por la actual crisis económica y
la frágil lucha contra la pandemia de la Covid-19.
Esto también se manifestó en el reciente festejo del día del
Estado Plurinacional. Suceso que fue apaciguado por un breve mensaje
presidencial acompañado de un modesto ritual andino. De esta efeméride surgen
las siguientes preguntas: ¿Será que en años sucesivos vaya perdiendo relevancia
social y política la conmemoración del día de la fundación del Estado
Plurinacional por estar entrañablemente ligado con el partido del MAS? ¿La
trayectoria política y simbólica del MAS es una repetición matizada del MNR del
52?
El indio era el sostén de la economía nacional, pero su
condición de puntual contribuyente y eficaz servidor no le privó el infortunio
del repudio publico
El juicio dominante que la sociedad del ochocientos adopta
sobre él, restablece el criterio preconizado de algunas corrientes de opinión
imperante en los mejores días del periodo colonial: el indio es sucio,
ignorante, torpe de entendimiento, violento, cruel y sanguinario.
Un ciudadano, que, según Manuel José Cortes, presumía de
haber vivido largamente entre los indios, formulaba su condenatorio veredicto,
en términos que expresan el concepto de toda una casta.
“El indio -dice aquel- es vigilante de su negocio, i
perezoso en el ajeno: no conoce el bien, i pondera mas de lo que es el mal:
siempre procura engañar, i se juzga engañado: es hijo del interés i padre de la
envidia: parece que regala, i vende: es tan opuesto a la verdad que con el
semblante miente: se tiene por inocente, i es la misma malicia: trata a la
querida como a señora, i a la mujer como esclava: parece casto, i se duerme en
la lascivia: cuando se le ruega estira: si se le manda, en finge cansado: a
nadie quiere, i se trata mal a si mismo: te todo recela, i aun de si propio
desconfía: de nadie habla bien, menos de Dios i es porque no lo conoce:
persevera en la idolatría, i afecta religión: lo que en el parece culto, es
ceremonia: hace a la devoción tercera para la embriaguez, i se vale de esta
para las atrocidades: parece que reza, y murmura: como de lo suyo lo que basta
para vivir, i de lo ajeno hasta reventar: vive por vivir, i duerme sin cuidado:
no conoce ningún sacramento , i de todo hace sacramento: cree todo lo falso, i
repugna todo lo verdadero: enferma como bruto, i muere sin temor a Dios” (El
indio, Kollasuyo, 38 pp. 199-204).
Las minorías blancas detestan al indio en general, pero es
sumamente curioso observar que esa permanente prevención que aquellas sienten
por éste, se proyecta con distintos grados de preferencia. La sociedad urbana,
cualquiera sea su origen, no sienten tanto odio por el indio quichua como por
el aimara. El aimara es la victima predilecta del desafecto colectivo de la
población civil.
El aimara, desprestigiado por sus propios hermanos de sangre
que medran en la ciudad y especulan su trabajo en las haciendas, se convierte
en el bárbaro legendario de la puna altiplánica. El paisaje majestuoso de la
altiplanicie andina ha dejado impresos en su espíritu los rasgos peculiares de
los hombres endurecidos por las ásperas inclemencias de su medio. Al par que el
quichua, ha sufrido las mismas adversidades y ha llorado los mismos infortunios
durante el largo transcurso de su secular estado de opresión, pero el indio
quichua dulcifica el rigor de su abatimiento en la mansedumbre de sus floridos
valles. Tolera su desventura con mayor conformidad. Las poblaciones de los
valles, acostumbradas a la sumisión y la obediencia del indio quichua, no
comprenden al aimara. No pueden permanecer indulgentes ante la altiva y
enérgica severidad de su carácter. Odian al aimara, sobre todo al indio de la
puna.
El aimara pasa al lado del blanco sin mirarlo o mirándolo de
reojo. El las altas cimas, en las inmensas estepas crúzanse con él, solo el
transeúnte, CHOLO o VIRACOCHE. Parece que en tales ocasiones la simpatía
espontanea, el instituto, aproximaran el hombre al hombre; pero el aimara no
saluda jamás. De su garganta no sale una nota del dialecto bárbaro y apenas
oímos su timbre, cuando agazapado, en cuclillas, a la puerta de su casa, que es
un tugurio, nos responde hoscamente: JANIGUA, a lo que es negación de todo
servicio.
Fuente: Zarate el “temible” Willka. De Ramiro Condarco
Morales.
Imagen: Fotografía de una familia aimara (aprox. principios
de siglo XX)
Batalla de Suipacha |
Del libro: “Origen de la independencia de Tarija” de Luis
Pizarro. Tarija –Bolivia. 1955.
Las divisiones patriotas emprendieron la retirada
perseguidas de cerca por el enemigo. Una vez llegadas a Suipacha, de improviso
se cambió la suerte de las armas. Aquí cabe hacer reminiscencia de una
referencia histórica, que me dejó fuerte impresión y no olvido nunca.
Hace varios años en la ciudad de Salta, en una ocasión, el
notable historiador citado, Dr. Bernardo Frías, como conocedor de los datos y
documentos pertinentes a las acciones militares en que intervino el coronel
Güemes, nos refirió al Dr. Francisco Pizarro y a mí el trascendental suceso de
la batalla de Suipacha en la siguiente forma:
Habiendo acampado una tarde en ese lugar el general Balcarce
con su tropa, de pronto se presentó y puso bajo sus órdenes un escuadrón de
caballería, formado por doscientos jinetes montados en buenos caballos enviados
por el Gobierno revolucionario de Tarija para auxiliar a las tropas derrotadas.
Conviene anotar que de aquella ciudad a ese punto no dista más de veinticinco
leguas. Es por eso que llegó allí el escuadrón oportunamente, diez días después
de la derrota que sufrieron, en Cotagaita, las tropas del general Balcarce.
Con ese fuerte aporte militar, resolvió éste afrontarse al
ejército español y planteó la forma estratégica para librar una acción de armas
definitiva. Para su ejecución ordenó que el escuadrón permaneciera oculto, en
un sitio del camino a Tarija, en la quebrada de Supira, que desemboca en el
angosto del río ¡Suipacha, y una vez que llegaran allí las tropas realistas,
siguiendo la persecución de las patriotas, que retrocederían hasta ese punto,
se lance la caballería a la carga contra aquéllas.
Y así fue que esos centauros tarijeños arremetieron
violentamente contra el triunfante y envalentonado ejército enemigo, y, a punta
de lanza rompieron sus compactas filas, las dispersaron y “acuchillaron”, como
dice Yancy, por las anchas playas del río, adecuadas para la evolución de la
caballería, arrojada al asalto sobre los soldados españoles, que caían bajo los
cascos de los caballos. Y ese ataque súbito y singular, con arma blanca, fue un
cambio genial de táctica, que desconcertó y desbarató al enemigo. En esos
momentos de lucha sangrienta y feral, las quebrantadas y maltrechas tropas del
general Balcarce, reaccionaron y, a su vez, acometieron a las adversarias, en
acción audaz y conjunta con el escuadrón, alcanzando una rotunda victoria: el 7
de noviembre de 1810.
Fue este glorioso triunfo el primero de las armas
libertadoras del Alto Perú.
La verdad de esa relación histórica, se halla corroborada y
confirmada por documentos oficiales, de los que transcribiré lo esencial a
continuación.
Al final del Parte de la batalla de Suipacha, enviado al
Gobierno Revolucionario de Buenos Aires, se hace honor y mención especial al
valeroso comportamiento de las fuerzas tarijeñas. He aquí lo que el documento
oficial concluye diciendo: “No se sabe de nuestra tropa, contando con las
de Tarija, cuál la que mejor se ha portado”. Esta gloriosa victoria “aseguró
todo el Alto Perú a la revolución”. Tuvo los efectos y resultados de la batalla
de Ayacucho.
En esos renglones se cita únicamente a las tropas tarijeñas,
distinguiéndolas de las argentinas, para significar así que éstas y aquéllas se
hallaban unidas y aliadas para alcanzar el ideal de libertad para los pueblos
del Virreinato de Buenos Aires.
Y ello demuestra también, el hecho de que Tarija se
encontraba constituida como Nación, gozando de absoluta independencia; es por
eso que pudo aportar sus tercios y escuadrones de caballería al ejército de la
Libertad.
El coronel argentino Yancy, quien intervino en la batalla de
Suipacha, en sus memorias, señala el notable suceso siguiente: “Güemes que
comandaba los escuadrones de Salta y Tarija, había acuchillado por una y otra
banda del río Suipacha al enemigo”.
Fue una gloriosa y épica hazaña.
Es de notar que dicho coronel no hace mención alguna de
otras tropas, y sólo asigna la victoria a los dos escuadrones formados por
tarijeños y salteños.
El historiador y eminente escritor salteño D. Juan Martín
Leguizamón, en su libro titulado “Límites con Bolivia”, dice en la pág. 77, lo
siguiente: “Las milicias de Tarija triunfaron en la batalla de Suipacha”. De
modo que sólo y únicamente a ellas atribuye tan brillante victoria.
Y la jornada fue tan grande y trascendental, que el enemigo
ya no pudo ni intentó reaccionar, quedó desconcertado y aplanado en
todo el altiplano.
La victoria alcanzada en las verdes riberas del río
Suipacha, liberó al Alto Perú del dominio español. Desde ese día culminante, se
abrió el camino a la cruzada de la libertad. El héroe supremo, nimbado por la
gloria de tan brillante proeza, fue el general Balcarce, quien retornó su
marcha victoriosa hacia adelante, hacia el Alto Perú, sin encontrar gran
resistencia. Liberó Potosí, Sucre, Oruro, La Paz y pasó hasta el Desaguadero,
límite del Virreinato de Buenos Aires; pero en Huaqui fue derrotado por el
general Goyeneche, jefe del ejército real.
Citaré otro auténtico documento, fechado el 13 de julio de
1811, que coincide con los anteriores. Se trata de la proclama, encendida de
patriotismo, del Gobierno Revolucionario de Tarija, en la que llama a los
jóvenes a las armas después de la derrota de Huaqui, y dirigiéndose al pueblo,
entre otras cosas, le dice: “En Suipacha os cubristeis de GLORIA
GANANDO UNA VICTORIA”.
Y esta es la verdad neta y pura.
No podemos resistir a la tentación de transcribir tan
importante documento que revela cultura y suprema vehemencia para defender la
libertad ganada con cruentos sacrificios, dice así: “Valerosos tarijeños, desde
los primeros momentos en que supisteis que la inmortal Buenos Aires trataba de
defender a la Patria de la esclavitud y tiranía en que ha gemido por tres
siglos, manifestasteis vuestra adhesión a ese gran sistema, y cuando alguno de
los pueblos circunvecinos se disponía a sofocarlo en su nacimiento, vosotros le
disteis lecciones de patriotismo… La Patria os llamó a Santiago (de Cotagaita)
en su defensa y volvisteis a socorrerla. Allí peleásteis con unas
tropas veteranas, aguerridas y superiores en número; y a pesar de estas ventajas
que debían asegurarles la victoria, las obligasteis a encerrarse en sus
trincheras. En Suipacha os cubristeis de gloria ganando Una victoria... En
estas críticas circunstancias os vuelve a llamar la Patria, informada de
vuestro valor, que ha resonado en los ángulos remotos de este continente…
Vosotros tenéis una gran parte en la sagrada obra de nuestra libertad, no la
dejéis imperfecta, consumadla; vosotros habéis ceñido vuestras sienes con los
laureles inmarcesibles en los campos del honor: no permitáis que una infame
cobardía los marchite. No temáis a esas huestes mercenarias... Aprontaos, pues,
para correr a Viacha, a uniros con vuestros hermanos, que han dado
pruebas de valor en la acción del 20 de junio (la batalla de Huaqui). Regad, si
es posible, con vuestra sangre, esas áridas campiñas, para que produzcan la
frondosa palma de la victoria, que va a decidir de nuestra felicidad y de
nuestra suerte. Haced este último y generoso sacrificio en obsequio de la madre
Patria. Ella lo recompensará a su tiempo y trasmitirá su memoria a la
posteridad más remota, escribiendo en los fastos de esta sagrada revolución el
siguiente epíteto: Tarija me libertó: Tarija me salvó”.
Este heroico llamamiento, lleno de fuego patriótico, encendió el corazón de la juventud, que corrió a alistarse y tomar las armas para defender la Libertad en sangrientas y sucesivas batallas.
Hombre indígena de la zona altiplánica de La Paz (Aprox. Principios de siglo XX) |
Manuela y Bolivar |
Por: Juan José Toro / Publicado en Página Siete el 28 de
julio de 2016.
Tan grande es la figura del Libertador que es imposible pasar una larga temporada sin volver a él, a repasar su vida, su figura, sus obras…
Me pasó cuando investigaba la historia del periodismo en Bolivia y, gracias al maestro Luis Ramiro Beltrán, descubrí al Bolívar periodista, a aquel que le dio a la imprenta la misma utilidad que a los demás pertrechos de guerra, que fundó periódicos y escribió con seudónimo en varios de ellos.
Lo vi, encarnado por el actor Roque Valero, en la película Bolívar, el hombre de las dificultades, en la que, todavía con el bigote que solo se afeitó en Potosí, desvió el navío que lo llevaba a la reconquista de Cartagena para ir al encuentro de Josefina Machado, uno de sus más célebres amores. Pero la cinta no sólo muestra el desmedido gusto que el Libertador tenía por las mujeres, sino también su practicidad porque la famosa Pepita no lo esperaba con las manos vacías: le había llevado una imprenta y, por su reacción, se puede deducir que esta fue la principal razón de su desvío.
Los soldados a los que lideraba entonces lo tacharon de loco pero él sabía el poder que tenía la palabra y por eso utilizó a la imprenta como un arma. Beltrán explica que, además de difusora de ideas, el libertador le asignó a la prensa el papel de fiscalizadora del gobierno. Ignacio de la Cruz escribió que Bolívar no concebía que los gobernantes utilicen su poder para apropiarse de los fondos públicos y, por ello, había propuesto "despedazar en los papeles públicos a los ladrones del Estado”.
Como la mayoría sabe, Simón Bolívar nació el 24 de julio de 1783 y se convirtió en el libertador de lo que hoy son seis naciones. En un estudio para elegir al hombre más importante del siglo XIX, la BBC estableció que peleó en 472 batallas y sólo perdió seis de ellas; cabalgó 123 kilómetros, más de lo navegado por Colón y Vasco de Gama juntos; llevó las banderas de la libertad por 6.500 kilómetros lineales, casi media vuelta a la Tierra, y recorrió diez veces más distancia que Aníbal, tres veces más que Napoleón y el doble de Alejandro Magno.
Fue, indiscutiblemente, la mayor figura de la historia de Bolivia, pero lo que pocos saben es que, para coronar tantos logros, tuvo que atravesar múltiples dificultades e imponerse en todas ellas. Dedicó su vida a la lucha por la libertad porque ya no tenía por quién más vivirla. Cuando apenas tenía 17 años se enamoró de tal forma que se casó con su amada, María Teresa Rodríguez del Toro, un par de años después, el 22 de enero de 1803, su esposa moría consumida por la fiebre amarilla. Tanto la amó y de tal manera que, destrozado por el dolor, juró que no volvería a enamorarse y menos se casaría de nuevo. En el maremagno de su dolor se refugió en los libros y en su maestro, Simón Rodríguez, quien lo forjó para convertirse en el libertador.
Demostró que tenía honor porque cumplió, uno por uno, los juramentos que hizo, desde no volver a enamorar ni casarse hasta liberar a América del yugo español. Las múltiples amantes que tuvo, porque fueron incontables, llenaban sus necesidades humanas, comenzando por la de cariño, pero no hizo promesa de matrimonio a ninguna.
Los historiadores del pasado nos mostraron a un Bolívar occidentalizado, romanizado, más como un dios griego que como el mestizo americano que era. Hoy sabemos que fue tan humano como nosotros pero, pese a ello, supo imponerse por encima de todo. Amó como pocos y eso lo hizo extraordinario. Los que sólo saben de odio son tan vulgares que nunca serán pastores, sólo rebaño.
Parque Bolívar (Tarija principios de siglo XX) |
Por: Edgar Ávila Echazú. / Este artículo fue publicado originalmente
en Cántaro, del matutino tarijeño El País, el 27 de enero de 2019.
Creada la República de Bolivia, se procedió a su
organización política, dividiendo su territorio de acuerdo a la estructuración
francesa, en departamentos que, a su vez, tenían provincias, cantones y
vicecantones; estos últimos suprimidos poco después. La República era Unitaria,
con tres poderes cuyas funciones estaban bien delimitados: El Ejecutivo o
gubernamental, el Legislativo, con dos Cámaras, y el Judicial. En la primera
bandera boliviana había cinco estrellas que simbolizaban los departamentos de la
República: Chuquisaca, La Paz, Cochabamba, Potosí y Santa Cruz. En el
departamento de La Paz se incluía a Oruro; y en el de Potosí, al Litoral; y en
el de Santa Cruz a las regiones de Moxos y Chiquitos, sin denominarlas
provincias o cantones. En cuanto a Tarija, como no podía ser de otra manera, ni
se la mencionaba.
Una vez que los diputados por Tarija fueron admitidos en el
Congreso Constituyente de 1826, el 26 de septiembre para ser precisos; y
concluidos sus trámites de su anexión; o “reincorporación” como decían los
bolivianistas, ¿qué lugar en la división política, o qué designación
administrativa le tocó? En esos días de euforia y de complacencia política,
ninguno en absoluto. Ningún poder administrativo, y menos aún los juristas que
definirían la legalidad y el cabal ejercicio de los derechos de cada
departamento y provincia de Bolivia, se preocuparon por determinar la situación
de Tarija.
Sin embargo, en los papeles administrativos que a ese
territorio se referían, así como en aquellos que se ocupaban de las relaciones
internacionales de Bolivia con las naciones y Estados vecinos, se designaba a
Tarija como “provincia”. Y en otros más se la llamaba “Territorio”, como al del
Litoral. Pero teniendo en cuenta las definiciones de la administración o del
orden político-administrativo adoptadas en aquel año (1826), ¿a qué
departamento
pertenecía Tarija?. Porque entonces no se reconocía ninguna
Provincia autónoma. En Enero de 1827, para que fuera capital de la “Provincia”,
se eleva a la Villa al rango de ciudad, mediante decreto del Mariscal Sucre.
Para colmo en la organización constitucional boliviana se le
señaló “al distrito de Tarija” una mínima representación en las cámaras
legislativas. Lo cual se mantuvo hasta ¡1878!, cuando se acuerda que todos los
departamentos debían tener dos representantes en el Senado.
Esa indeterminación jurídico-administrativa contrastaba con
la que el Congreso argentino había acordado en 1826: Tarija era denominada
Provincia con igualdad de derechos a las demás de la República Argentina; y,
por ello, como se ha dicho, se le asignó dos diputados y dos senadores en el
Poder Legislativo. Dentro de la estructura jurídica y política del Estado
argentino Tarija tenía una más concreta y elevada situación que en el impreciso
orden administrativo boliviano.
Hubo otro anacronismo administrativo: todos los
departamentos bolivianos eran dirigidos en lo político por un Prefecto y
Comandante Militar, siempre de acuerdo o copia del orden político-territorial
francés. En cambio, en Tarija se mantuvo la “gobernación” hasta 1831. Aunque
esos tanteos organizativos fueran comunes, preocupados como estaban los
doctores charquinos en el arreglo de la nueva casa, esto es, en determinar el
orden financiero de la República; tratando, en verdad, de superar el
trastrocamiento de las relaciones sociales y económicas sufridas desde 1810.
Por ejemplo, en lo que concierne a Tarija, y a los demás departamentos, se
anularon los privilegios y el funcionamiento más o menos democrático de su
Cabildo, o de su llamado gobierno municipal.
Los cometidos de las Asambleas y Congresos, (Nota: En ningún
texto de historia nacional he podido encontrar una nominación correcta de
“Congreso”, “Asamblea” o “Convención”, ya que tales reuniones parlamentarias
tienen determinadas funciones. Desde la Historia de Alcides Arguedas, hasta la
novísima de la familia Mesa-Gisbert, se incurre en esa falta de exactitud en el
uso de los términos; aparte de la más fastidiosa e irresponsable de las
omisiones y erróneas dataciones. En otros estudios históricos, sus autores
continúan demostrando esa desidia: Congreso Constitucional, Asamblea o Asamblea
Constituyente o Constitucional son la misma cosa para ellos), en todas las
nuevas Repúblicas americanas, al mismo tiempo que permitían las expresiones
crípticas de las personalidades con una clara visión de cómo debían manejarse
esos estados, dieron lugar también al predominio de la irracionalidad y
cortedad de miras, así como a los bastardos manipuleos de los demagogos y
servidores obsecuentes del poder discrecional. El régimen gubernativo de
acumulación de poderes en el Presidente y el Ejecutivo, fue uno de los
principales incentivos para llegar a ese sitial, ya sea por la fuerza o por
denigrantes componendas en tales asambleas y congresos.
Todo eso ya lo había advertido la premonitoria sabiduría del
Libertador Bolívar, expresada en su discurso de la Angostura, cuando se refería
a ese “triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y del vicio”; una clara
descripción de lo que ostentaron e impusieron ciertos caudillos
latinoamericanos; comenzando, en nuestra patria, por aquellos que, en
convivencia con los doctores de Charcas, o alentados por éstos, más bien,
defenestraron a José de Sucre.
Aquellos enredos administrativos, reflejaban precisamente
esos trasfondos políticos y algo mucho más grave: la carencia y falta de
coherencia de un programa gubernamental y de una ideología rectora. Sobre esta
última, al contrario de lo dicho por varios historiadores-sociólogos, la
“ideología” de los doctores de Charcas no era sólo la pertenencia a la
oligarquía burguesa defensora de un liberalismo discriminador que quiere
achacarse a la “herencia colonialista explotadora española”. A esos politólogos
hay que recomendarles la desapasionada lectura de las leyes y procedimientos
reglamentarios de la organización social, económica y política virreinal. Y no
dudamos que quedarán pasmados una vez enterados de los contenidos de esas
disposiciones y, más aún, si llegan a saber que varios virreyes defendieron a
las comunidades indígenas y planificaron el desarrollo de sus jurisdicciones
con arreglo a sus particularidades geográficas y a las equitativas relaciones
económicas de su tiempo. Por ejemplo, el virrey Nicolás Caraccioli, Príncipe de
Santo Bueno, se opuso enérgicamente a la mita; para no mencionar a los que
hicieron todo lo posible por solucionar las crisis mineras e instaurar en las
minas las nuevas tecnologías productivas. Esas autoridades también se
preocuparon por preservar la mano de obra, aun dentro del marco de la
discriminación social-cultural; porque consideraron que era necesaria esa
enmienda protectora contra las brutalidades y los desenfrenos de los
depredadores curacas. Por algo será que los campesinos y los diligentes
mestizos no siempre apoyaron, o lo hicieron a regañadientes, a los “patriotas
libertadores”; y, muchas veces, al contrario, se llevaron muy bien con los
jefes realistas. ¿O sería porque procedían así obedeciendo atávicas
servidumbres? Cosa esta inaceptable para los idealizantes análisis de aquellos
sociólogos-politólogos.
Pero, nuestros lectores se preguntarán ¿a qué viene la
anterior andanada dialéctica? Viene muy a cuenta en el caso de la incoherencia
ideológica y del falso liberalismo “democrático” de los nuevos detentadores del
poder republicano en Bolivia. Todos ellos reimplantaron el ignorante y mezquino
orden de los conquistadores y encomenderos; salvando esto sí a algunos que
sentaron las bases de la producción precapitalista, tan alabada por el mismo
Marx, como superación del feudalismo estático. De ahí que, ante su incapacidad
de alentar la producción manufacturera industrial, se contentaron con el
sustento económico de los tributos agrícolas; sometiendo a las comunidades
indias al más ominoso pongueaje, al mismo tiempo que agudizaban las diferencias
sociales y culturales. En suma, que los estratos gubernamentales republicanos
no hicieron otra cosa que aplicar, con la fuerza militar y las leyes desde todo
punto de vista irracional, un real sistema de “apartheid” con los indios,
mientras tanto se embrollaban con bizantinismos jurídico-políticos.
Este cuadro, grotesco y calamitoso, al menos en los primeros
años republicanos, en Tarija parece ser que no presentó aquellos tristes
caracteres del norte. El antagonismo de las leyes y disposiciones de la Primera
Asamblea boliviana con las realidades s ociales y con las mismas condiciones
históricas regionales, y, lo repetimos, contra lo que evidenciaba la geografía,
en lo que toca a Tarija no se mostró con tan negativas peculiaridades. Su más
vasto territorio presentaba una unidad geográfica con las zonas norteñas
argentinas, a excepción de la puna de la región alta y de las inmediaciones de
las últimas estribaciones cordilleranas. En lo político y social, continuaron
vigentes ciertas normatividades del orden virreinal, manifestadas en las
resoluciones de su Cabildo, hasta que a éste se le privó de su poder en 1827.
No obstante ello, el modo de vida ancestral de “los españoles de Tarija” siguió
sus rumbos armónicos, quizá porque las viejas leyes se respetaban y se
cumplían. Y ya que mencionamos a éstas, digamos que aquello tan mentado de “Las
leyes reales se acatan, pero no se ejecutan”, a más de pura anécdota nos suena
a majadería. Un análisis historiográfico riguroso probaría que sí se cumplían y
ejecutaban, al menos desde que se instauran los virreinatos; salvo algunas
contravenciones en los territorios muy alejados de los centros administrativos,
tal como sucediera, de una u otra forma, en las Misiones de los jesuitas. Si no
se hubieran cumplido, los gobernantes españoles, y sus testaferros y
participantes del poder virreinal, no habrían sobrevivido al caos que ello
implicaba. Valga esto como otra precisión rectificadora.
En la Tarija republicana anterior al gobierno del Mariscal
Andrés de Santa Cruz, sus ciudadanos cumplían con sus obligaciones legales;
Aunque desde la situación de penuria financiera, se dio muchas veces una
virtual abstención de ciertos deberes por gran parte de la población. Esto, y
lo dicho más arriba, se lo comprueba en los escasos papeles oficiales conservados
todavía; en los que no hemos hallado claras noticias sobre el nuevo
desenvolvimiento de las tareas institucionales; los documentos de orden
jurídico continúan exponiendo casi los mismos asuntos y su forma de resolverlos
como los de la época virreinal; inclusive los que se relacionan con la
judicatura salteña. Y claro está que se conservan en tan mal estado que se hace
difícil utilizarlos; y otros, a lo mejor más relevantes, han sido destruidos
por la ignara diligencia de ciertos funcionarios
de la corte Superior de Distrito. Tampoco conocemos
documentos de las primeras leyes o de los decretos de la República que se
refieran exclusivamente a Tarija. Lo cual es sintomático y muestra a las claras
la indiferencia que prevaleció en los gobiernos republicanos hacia los asuntos
de nuestra, todavía, provincia o distrito, exceptuándose las disposiciones del
Mariscal Santa Cruz. Lo raro es la desatención de Sucre por el territorio que
tanto empeño le costó para anexionarlo a Bolivia. Sabido es que jamás visitó a
Tarija aunque sí mantuvo una relación amorosa con una tarijeña: doña Manuela
Rojas, y apreció mucho a jóvenes militares de nuestra tierra.
Pero aquí de lo que se trata no es de una desatención
atribuible sólo al Mariscal Sucre o, mejor dicho, a sus ministros ni sus
legisladores de la Asamblea, o del Congreso como también se lo nombró, que
comenzaron a deliberar en Mayo de 1826 y terminaron sus debates en noviembre,
cuando aprobaron la Constitución que les hiciera llegar el Libertador Bolívar y
confirmaran el carácter de constitucional a la presidencia de Sucre; ni esos,
ni los diputados ni senadores de la Asamblea de 1828, y menos, desde luego, los
funcionarios judiciales se preocuparon por la existencia de la nueva Provincia
o territorio “integrado” a Bolivia. Pero, en realidad, no debemos ser tan
estrictos con ellos, teniendo en cuenta los días dramáticos que vivieron entre
1827-28, luego de la pacífica etapa de 1825 a 1827, bajo la paciente y honesta
dirección del Mariscal de Ayacucho.
Ni siquiera el Dr. Felipe de Echazú pudo hacer nada en el
Congreso de 1828 ante su propia desilusión, porque sabía que sus paisanos lo
eligieron confiados en que iría a obtener otros éxitos como los que obtuviera
en el Congreso Constituyente argentino. Él, como otros representantes de los
demás departamentos de Bolivia, tuvo que contemplar inerme los vergonzosos
sucesos del atentado contra Sucre (18 de Abril de 1828), instrumentado desde el
Perú por el general Gamarra, y el nombramiento del general Pedro Blanco en su reemplazo.
En póstumo descargo de Blanco, uno de los supuestos conjurados contra el
Mariscal de Ayacucho, se debe recordar que, ante el avance de las tropas de
Gamarra hasta las cercanías de Chuquisaca, reaccionó como Jefe del Consejo de
Ministros y Comandante del Ejército; trató de reunir refuerzos para resistir
esa invasión. Intención esa que detuvo el Mariscal Sucre para evitar drásticos
enfrentamientos; de ahí que, más bien, le encomendara a Urdininea entrevistarse
con Gamarra. A consecuencia de eso, los peruanistas y demás intrigantes, con
Olañeta a la cabeza, tuvieron que firmar el ominoso tratado de Piquiza, que
impuso el retiro de Bolivia del Ejército de la Gran Colombia, la renuncia de
Sucre y la instalación de una inmediata Asamblea Constituyente que, además,
debía abolir la Constitución bolivariana.
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