1702, JUICIO A JOSEPHA APAZA ¿EXISTIERON BRUJAS EN LA PAZ?

 

Mujeres indígenas de la región andina de Bolivia.

Por: Leny Chuquimia / Página Siete de La Paz, publicado hoy 31 de octubre de 2021.
La Paz, 27 de julio de 1702. Un grupo de hombres irrumpen en la casa de Josepha Apaza, en el cerro que se levanta detrás de la iglesia de San Francisco. Mientras es apresada y encerrada en un depósito, la mujer de unos 35 a 38 años trata de saber qué pasa, pero no logra entender ni explicar nada, porque sólo habla aymara.
Dicen que realizó una curación a un niño utilizando una serie de “instrumentos maléficos sin el mínimo temor a Dios ni a la santa Iglesia Católica”. Dicen que guarda dos cráneos a los que les prende velas para vengarse... dicen que es una bruja, la primera en Nuestra Señora de La Paz.
Hoy el único testigo de este hecho es un manuscrito del juicio que se siguió a Josepha Apaza y su cooperante Sebastián Arroyo, entre julio de 1702 y junio de 1703. El documento de 28 fojas, todas con una caligrafía típica de la época y difícil de leer, se encuentra bajo custodia de la Biblioteca Central de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), junto a otros 3.500 documentos similares e invaluables.
Esta joya histórica es la única referencia sobre la presencia de una bruja (personaje del acervo cultural europeo), en esta región del continente.
Pero, ¿realmente existieron brujas en La Paz? ¿qué hizo Josepha Apaza para ser acusada por hechicería?
Según algunos autores, en Europa, sobre todo en la parte norte, entre los siglos XV y XVIII, alrededor de dos millones de mujeres fueron asesinadas bajo la acusación de ser brujas, sin más indicio que ser mujer. Su holocausto empezó en 1486, con la publicación del libro Malleus Malleficarum o Martillo de las brujas, un compendio que prácticamente era un código penal y procesal.
En sus páginas explicaba qué era la brujería, por qué era un delito y cómo debía perseguirse. Su contenido era claro, estaba dirigido a la persecución de las mujeres, a quienes consideraba “seres inferiores” con los que al demonio le era más fácil lidiar.
El perfil era bastante amplio, mujeres de muy avanzada edad, muy atractivas, muy pobres, solteras o viudas que cumplían determinadas actividades.
“Las parteras son las que causan mayores daños (…), cuando no matan al niño, entonces, obedeciendo a otro designio lo sacan fuera de la habitación, lo levantan en el aire y lo ofrecen al demonio”, señala el libro.
Es por eso que entre las acusadas y condenadas por brujería se encontraban mujeres que se desempeñaban como matronas, perfumistas, curanderas, consejeras, cocineras y campesinas que realizaban actividades con base en sus saberes, además de mujeres que buscaban independencia y libertad sexual.
En esta región, el caso de Josepha es el único. Por su condición de mujer indígena y la práctica de sus costumbres, no escapó de estas acusaciones.
“De acuerdo al documento sobre su juicio, Josepha fue tipificada de bruja porque en su habitación tenía yerbas, hilos de colores y dos cráneos. Ella vivía en el centro de ciudad, pero del lado indígena donde había gente pudiente, pero también estas personas que no eran brujos, pero que practicaban curaciones con yerbas, etc.”, explica la directora de la Biblioteca Central de la UMSA, Marilín Sánchez.
Según las declaraciones, dentro de la casa de Josepha había un altar, en él se encontraba un cráneo humano rodeado de velas, yerbas y botellas con varios preparados. También había lanas blancas, negras y de colores, además, de recipientes con quinua y coca.
En el patio se encontró un hueco donde estaba enterrado un segundo cráneo. Éste estaba en un bulto con chuño, cabellos, coca, quinua y restos de un “cuy muerto” envuelto en lana. “Son instrumentos maléficos usados sin temor a Dios”, insistían sus acusadores.
“Sí se encontró una calavera en el interior de su casa, pero nunca entré y la puerta siempre estaba cerrada. Las indias e indios eran las que entraban ahí”, declaró uno de los primeros convocados a su juicio y cuyas palabras fueron plasmadas en el legajo.
Varios de los testigos eran indígenas que no hablaban más que su lengua materna. Fue por eso que se pidió la presencia de dos intérpretes: Melchor de Torres y Marcos Durán, lo que dilató el proceso.
Entre los tantos declarantes estaba el cacique Francisco Quispe Condori, quien en favor de Josepha indicó que las calaveras no eran de ella. Sostuvo que Apaza las recibió de su padre cuando éste murió y que ella sólo realizaba sus costumbres.
Han pasado casi 320 años y la escena del crimen descrita por los testigos es igual a la de las tiendas de las chifleras que hoy se acomodan en el Mercado de las Brujas. Josepha no era más que una mujer que -como toda indígena- conocía de yerbas y practicaba rituales de agradecimiento a la tierra, ceremonias que hasta ahora son tan comunes para ch’allar una casa, para levantar una construcción o para pedir salud o prosperidad.
“Por esto mismo se inició a Josepha un juicio criminal que la sentenció como a una bruja”, resalta Sánchez.
“La buscaron para curar a un niño de unos siete años, Eusebio; ella, por su amor de madre, sólo trató de calmar su dolencia” señala parte de una declaración hecha por Sebastián Arroyo, presunto cómplice de Josepha.
En noviembre de 1702, luego de cinco meses de encierro Apaza y Arroyo aceptaron ante sus intérpretes que sí poseían los cráneos y todos los insumos, que para sus acusadores eran usados para realizar hechizos. Sin embargo negaron que se trate de brujería.
Aunque su defensor, Andrés de Ayala, pidió reiteradamente la absolución de ambos, por considerar que no había pruebas de que hicieron mal alguno a su prójimo, las autoridades determinaron que sí se trabaja de hechos de brujería.
El 23 de junio de 1703, tras un año de investigaciones el juez Gregorio Pacheco decidió sentenciar a Josepha. Dictó que se le dieran 50 azotes en público. Adicionalmente, los dos cráneos que tenía en su poder debían ser enterrados en un lugar santo.
Para Sebastián la pena fue menor. Se le sentenció a 25 azotes dentro de la cárcel donde permanecía recluido, para evitarle la vergüenza pública. Para ambos se advirtió que si reincidían serían azotados 200 veces mientras eran sacados por todas las calles de Nuestra Señora de La Paz.
Entre las historias que se tejen en torno a Josepha hay quienes dicen que el pequeño era su hijo y que ella sólo realizó una mesa para llamar su ánimo. Otros conjeturan que era el benjamín de su compadre, quien luego la acusó.
Lo cierto es que después de ese episodio ella y Sebastián desaparecieron. No hay registros sobre si la condena fue cumplida o no. Ni tampoco hay datos sobre si hubo algún caso similar.
De ella sólo queda el registro de su juicio y el mercado de chifleras que se levantó donde supuestamente vivía.


ARGUEDAS Y MELGAREJO

 

Melgarejo.

Este artículo fue publicado en la revista Nuevos Horizontes de El Diario, el 30 de mayo de 2017.

Alcides Arguedas una de los valores representativos del pensamiento nacional en su libro “Historia General de Bolivia” editado en 1922, al referirse a Melgarejo, dice despectivamente que este funesto caudillo, había nacido en Tarata, miserable villorrio elevado a rango de ciudad por decreto de 5 de septiembre de 1866 –luctuoso aniversario del combate de la Cantería donde el tirano hizo fusilar al inspirado bardo don Néstor Galindo– en honor del “Gran Capitán del Siglo”, título con que le distinguían sus favoritos.

Algunos ciudadanos de Tarata en conocimiento del concepto emitido por el historiador Arguedas acerca de su tierra natal gracias al comedimiento de uno de esos doctores “tumba leyes” que les mostró la parte pertinente de la obra, se reunieron en la plaza principal de la población y deliberaron respecto a la sanción que debía aplicar al escritor paceño que había tenido la osadía de dar el calificativo de villorrio a la ínclita ciudad de Tarata de rancia estirpe española.

Después de que se pronunciaron varios discursos pletóricos de indignación lugareña, uno de los exaltados, opinó por que se queme el ejemplar adquirido de la discutida “Historia General de Bolivia” públicamente, y así se hizo como en los tiempos de la Inquisición, en medio del aplauso y la gritería del populacho enfurecido.

Como si este auto de fe aplicado inmisericordemente al libro de Arguedas no hubiese sido suficiente para satisfacer el instinto primitivo de los iniciadores y ejecutores de ese acto de barbarie contra la cultura, aquel ilustre historiógrafo, fue declarado persona ingrata a Tarata que debido a una de esas humoradas de Melgarejo, había sido erigido por ese mismo decreto (5 de septiembre e 1866), en departamento compuesto de las provincias de Cliza, Mizque y Tarata con su capital Melgarejo. A la caída de aquel tirano sanguinario (15 de enero de 1871) concluyó la vida efímera del flamante departamento.

El escritor Arguedas, sabedor de lo ocurrido con su Historia y en un grupo de intelectuales en La Paz, expresó: “Cuando don Arturo Oblitas en su novela “Marina” dijo que en “Tarata sonora villa meridional donde al doblar uno la calle, corre el riesgo de topar con un Eurípides o un Demóstenes”, nadie se molestó de la frase y al contrario, parece que les gustó a los inefables tarateños la comparación hecha con el poeta trágico y con el orador griego y por eso no cobraron represalia alguna contra el novelista cochabambino. En cuanto al castigo que ha sufrido mi libro, ello, es una prueba más de que no se ha extinguido aún en nuestro pueblo el nefasto melgarejismo.

En verdad hay exageración en considerar como un miserable villorrioa Tarata que es una ciudad intelectual de limpia prosapia castellana al decir del Dr. Casto Rojas, uno de los maestros del periodismo nacional. Tarata, es la tierra legendaria de patricios y héroes que vio nacer en su regazo tibio al general Esteban Arze, el valeroso guerrillero de la independencia, a Víctor M. Ustaris, el héroe de Boquerón en la guerra del Chaco, al ilustre obispo de Cochabamba, monseñor Jacinto Anaya, convencional del 80 y enviado extraordinario y ministro plenipotenciario ante la Santa Sede, a Melchor y Mariano Ricardo Terrazas, jurisconsulto y estadista el primero y el segundo literato de nota, autor del libro “El sitio de París”.

Nota tomada del libro “Hechos e imágenes de nuestra historia” de Benigno Carrasco.

 

¿Por qué se recuerda el 27 de mayo el día de la madre en Bolivia? RELATO DEL SOLDADO FRANCISCO TURPIN AL GRAL. MANUEL BELGRANO, SOBRE LOS SUCESOS DEL 27 DE MAYO DE 1812

 

Cochabamba 

Por: José Antonio Loayza / Publicado en mayo de 2019.

Lunes 25 de mayo. Las fuerzas de don Esteban Arze se apostaron en el Quehuiñal para frenar el ingreso de los realistas dirigidos por José Manuel de Goyeneche, pero sus disparos resultaron impotentes para oponer resistencia al ejército realista. Ese mismo día, Goyeneche se dirigió a Cochabamba.

Martes 26. Cochabamba se enteró de la noticia y la ciudad entre en pánico hasta llegar al caos. En la tarde hubo Cabildo abierto. Mariano Antezana gritó con ardiente celo tratando de levantar siquiera un tanto a los espíritus derrotados:

“¿Cumpliréis lo que habéis dicho de defender la patria y a la excelentísima Junta de Buenos Aires?”.

Algunos respondieron que sí, pero no había más de mil hombres. La desganada turba se retiró y abandonó perspicazmente el lugar. Solamente quedaron las mujeres que se veían cara a cara, y desde sus entristecidos corazones, dijeron que querían morir por lo que Dios quiso morir, y junto a la ciega Manuela Gandarillas, gritaron erguidas:

“Si no hay en la tierra un hombre capaz de declarar su valor, ¡aquí estamos las mujeres para defender el sitio!”

Los curas de San Francisco salieron en procesión por las calles pidiendo serenidad. Se oían plegarias y rezos desesperados, hacían posta en cada esquina y rogaban al altísimo que Goyeneche se apiade de ellos y entre sin espada y con un crucifijo hasta el altar dando muestra de su fe. Alguien sugirió que los santos sean sacados y llevados a las entradas de la ciudad, pero el claustro rechazó la idea.

Miércoles 27, a las siete de la mañana, Goyeneche partió de Tarata y llegó a Cochabamba a las dos de la tarde, y ordenó el
ataque…

No existe un testimonio de lo sucedido en la colina de San Sebastián el 27 de mayo de 1812, a excepción del relato del soldado Francisco Turpin al General Manuel Belgrano. La parte que corresponde a éste suceso, dice así:

RELATO DEL SOLDADO FRANCISCO TURPIN AL GENERAL MANUEL BELGRANO, SOBRE LOS SUCESOS DEL 27 DE MAYO DE 1812

Jujuy, 4 de agosto de 1812

Señor general:
Francisco Turpin, soldado de la primera Compañía de fusileros del Regimiento Nº 6 dice a vuestra señoría:

Esa misma noche caminamos de regreso, y al día siguiente encontramos todos con dicho Antezana, y entonces empezamos a reñir con el general Arze y el dicho Antezana, tanto que hubieron de pelearse entre los dos y se dijeron que cada uno vaya a defender el lugar donde vivía, esto es, el gobernador Antezana, Cochabamba y el general Arze el valle de Torata.

Habiendo quedado yo en Cochabamba, y en destacada de un lugar llamado Colque-Pirgua dijeron que el general Arze se había situado en un lugar Pocona con toda su gente, a los cuatro días vino la noticia de que el general Arze habían sido derrotado, entonces don Mariano Antezana nos mandó llamar de dicho punto de la destacada a la misma ciudad, y habiendo formado todas sus tropas ,les dijo: “Juran soldados defender la patria a que respondieron todos sí; pero como todos los soldados creyeron que era sarraceno el señor Antezana porque había mandado retirar las tropas del señor Arze de Soracachi y porque hizo entrar en Cochabamba a los que estaban de destacada en Colque–Pirgua, distancia a media legua de la misma ciudad, dijeron que los iba a entregar a así se fueron la mayor parte de ellos.

En este día por la tarde hubo Cabildo Abierto y nuevamente Antezana dijo “¿Cumpliréis lo que habéis dicho de defender la patria y la excelentísima Junta de Buenos Aires?”. Algunos respondieron que sí, pues ya no habían más de mil hombres escasos, y solamente las mujeres dijeron si no hay hombres nosotras defenderemos: a poco rato mando el señor Antezana que él ya rendía, y que todas las armas la pusieran en el cuartel, que él se iba, y que el que quisiera seguirlo que lo siguiese, mandó al mismo tiempo que se aseguren las armas bajo llave, y se aseguraron cincuenta fusiles y veintiún cañones de estaño y un obús con una culebrina de los de Buenos Aires de bronce: echa esta diligencia repentinamente se congregaron todas las mujeres armadas de cuchillos, palos, barretas y piedras en busca del señor Antezana para matarlo, y otra porción al cuartel y apenas quebraron las ventanas de la casa de dicho Antezana y no lo encontraron luego vino un caballero Mata Linares, a quien dejo las llaves Antezana, y este abrió , entraron las mujeres, sacaron los fusiles, cañones y municiones, y fueron al punto de San Sebastián, extramuros de la ciudad, donde colocaron las piezas de artillería.

Al día siguiente hubo un embajador de parte de Goyeneche, previniendo que venían ellos a unirse como con sus hermanos, que desistan de esa empresa bárbara: el pliego se entregó al único oficial capitán de caballería don Jacinto Terrazas, y habiendo este preguntado a todas ellas, que si querían rendirse, dijeron que no, que más bien tendrían la gloria de morir matando y el embajador que vino a Cochabamba y murió en manos de las mujeres.

A poco rato se vio ya formado el ejército enemigo e inmediatamente rompieron el fuego las mujeres con los rebozos atados a la cintura, haciendo fuego por espacio de tres horas: el enemigo acometió por cuatro puntos y mataron treinta mujeres, seis hombres de garrote, y tres fusiles, ya cuando nos vimos muy estrechados pensamos reunirnos en la misma plaza; pero ya no fue posible, porque la caballería enemiga estaba sobre nosotros, entonces se quemó toda la pólvora que había, así de cartuchos de fusil, como de cañón, escapando solo seis cajones para el monte y los cincuenta fusiles, y en estas confusión me hicieron prisionero, manteniéndome atado a la cureña de un cañón y lo mismo a dos mujeres; a los seis días de mi prisión prendieron también al señor Antezana del convento de San Francisco, le dieron tres días de termino y lo pasaron por las armas después; después de muerto le cortaron la cabeza, y colocaron en la plaza mayor de la ciudad, y el cuerpo llevaron al punto de San Sebastián adonde salía todas las noches una compañía de fusileros de reten.

Después que se había posesionado el enemigo de la ciudad empezaron a saquearla, cada división con sus respectivos jefes, quebrando todas las puertas y ventanas, los de caballería salieron a las estancias o haciendas a hacer otro tanto, quemando las sementeras, así de maíz como el trigo; salí de la prisión agregándome a las tropas del enemigo, llego el tiempo de que marchásemos a Chayanta donde pensaban hacer el Cuartel General, y en la primera jornada que hicimos en el lugar nombrado Capinota, encontré a los indios lanceros de Pumacahua y vi que mataron niños, viejos, viejas, a excepción de las mujeres de buen parecer, y decían que al fin habían de defender la causa nuestra, de la segunda jornada que llegamos a un lugar de Secaya hice mi deserción por el lado de Arque a sepulturas para venirme por el despoblado como lo he ejecutado.

Jujuy, 4 de agosto de 1812
Es copia
Manuel de la Baquera

LA INVASIÓN ARGENTINA DE 1838 A TARIJA

 

Santa Cruz.

Este artículo fue publicado originalmente en el periódico tarijeño, El País, el 30 de agosto de 2019.

Así, Timoteo Raña comandó la vanguardia de las fuerzas del general Braum, ya que con doscientos hombres avanzó hacia Jujuy e Iruya, el 11 de junio de 1838, derrotando a 800 soldados de Heredia; fecha que, según Bazán, sería la del 24. Sea como hubiese sido, la Guardia Nacional, al mando del general Bernardo Trigo, y los efectivos de Sebastián Estenssoro, Eustaquio Méndez y Fernando Campero vencen y obligan a replegarse a las tropas argentinas del general Gregorio Paz, que habían avanzado a Caraparí, San Diego y Narváez, y que estaban ya en las vecindades de Tarija. En seguida, el destacamento del general Agreda, con Méndez, Estenssoro, Raña y Ruíz, cumpliendo los planes de Braum, terminan por aniquilar al ejército de Alejandro Heredia, en Montenegro, esta vez sí el 24 de junio de 1838.
A Santa Cruz le deben de haber complacido mucho estas victorias. Por ello recompensó a Braum con el mariscalato; y con otras distinciones menores, pero de relevancia, a Timoteo Raña, Tomás Ruíz y Sebastián Estenssoro, así como al Moto Méndez, Bernardo Trigo y al ya definitivamente tarijeño general O’Connor: el cual a nuestro parecer, también se merecía el grado de Mariscal. Como también merecía más de lo que obtuvo el general Sebastián Agreda, por su actuación en Montenegro. De acuerdo al parte de esa batalla: “en una meseta frente al río Candado, formada en la subida de “Espinillos”, a media cuesta para llegar a las alturas de Montenegro, distinguieron (las tropas bolivianas) que los soldados argentinos estaban en el río; los que tomaron la altura y en la ceja se abrieron en cinco divisiones, con un fuego vivo y sostenido que duró dos horas, dejamos cubierta la falda de cadáveres y pertrechos”. El Jefe del Estado Mayor de Braum afirmó, en un boletín de guerra enviado a Santa Cruz, que las tropas argentinas sufrieron un verdadero descalabro, siendo poco menos que aniquiladas, con la pérdida “de diez muertos y 15 heridos” por las bolivianas. Destaca, además, el valor del enfermo general Burdett O’Connor, así como del Moto Méndez y el arrojo del sargento mayor Bernardino Rojas y el teniente
Pedro Tarifa. Para terminar con estas frases: “El departamento de Tarija que ha acreditado en todas ocasiones tanto patriotismo como lealtad, ha desplegado en ésta los nobles sentimientos de su ardiente amor a la nacionalidad, mostrándose capaz de cuanto es posible en defensa de su suelo y de la dignidad de Bolivia”.
(Nota: Como algo que corresponde a la anécdota histórica, la que prefigura otras connotaciones a sucesos posteriores, digamos que en Montenegro e Iruya participó Narciso Campero, antes de ingresar en forma al ejército. Y en esa campaña él conoció a otro personaje con el que se hizo amistad: el entonces sargento Mariano Melgarejo. Es posible que en esas acciones estuviera también Isidoro Belzu; aunque no conocemos datos que convaliden nuestra suposición).
Lamentamos, una vez más, la falta de documentos que atestigüen qué ocurrió después de Montenegro. En los libros de historia publicados en Chuquisaca o La Paz no se dice nada al respecto. Hasta encontrar algún informe, ya sea de Tarija o de la Argentina, no nos queda sino suponer que los contingentes al mando del general Braum retornaron a Tarija, seguramente quedándose algunos regimientos en las zonas de Toldos, Santa Victoria e Iruya, y a lo largo del río Bermejo. El resto del ejército debió dirigirse hacia el sur peruano a engrosar las filas del Mariscal Santa Cruz.
Antes que se cubrieran de negras nubes los cielos de Bolivia, y trajeran consigo un período de incertidumbre y oprobio, en Tarija recrudecieron los problemas que, desde principios del siglo XIX no habían sido ni debidamente considerados ni buscadas sus soluciones efectivas: la virtual guerra contra las etnias del Chaco, concretamente contra los chiriguanos. Este es un luctuoso episodio de nuestra historia que no ha sido examinado por nuestros investigadores o que simplemente se lo silenció. Ahora se sabe, porque así se lo hace constar en ciertos informes, que las etnias del Chaco Boreal, ya bastante reducidas, vivían en un casi total ignorante aislamiento con respecto a los cambios ocurridos, no digamos en el Departamento, sino en toda la República; y lo mismo se hacía notorio en las regiones colindantes del Chaco argentino. Esa situación sólo se paliaba en las misiones franciscanas; en las que continuaba siendo extendida la asistencia social humanitaria y los cuidados espirituales, como, por ejemplo, la preservación de algunos valores culturales de las etnias que se acogían al amparo de las misiones.
Más adelante veremos cuáles eran los caracteres de esta tarea misional, y cómo es que se fue desarrollando a lo largo del siglo. Pero conviene anotar algo no explicitado en páginas anteriores cuando opinábamos sobre el gobierno del Mariscal Sucre. Este y sus colaboradores que trataron de imponer una verdadera revolución ideológica con los postulados del llamado “Siglo de las luces”, con el liberalismo, en suma, ejecutaron una política de enfrentamiento contra la Iglesia, o contra la Curia boliviana, confiscando sus bienes y rentas y despojándola de sus funciones educativas, ciertamente cansinas e inoperantes en las nuevas realidades sobrevenidas. Sin embargo, Sucre hizo una excepción: no se inmiscuyó en las labores de la orden franciscana, seguramente porque tuvo el acierto de informarse de los detalles precisos sobre su enorme significación precisamente para redimir a dichas etnias -no tan sólo a las del Chaco, sino a las del resto de Bolivia-, de su estático apego a una existencia paleolítica, tal como lo hemos dicho varias veces.

Así que, en Tarija, el Convento de San Francisco, esto es, los pocos frailes que continuaban su misión religiosa en la ciudad, no desmayaron en asistir con sacrificios materiales a sus misiones del Chaco. La etapa de desconcierto y desconfianza y de indecisión por parte de la Curia, y de las autoridades franciscanas nacionales, ante lo que venía sucediendo en la nueva República, de 1825 a 1834, se fue serenando en una cauta espera de las decisiones que tomaría el general Santa Cruz. El Presidente, ferviente creyente, por más que no hizo mucho para devolver lo incautado a la Iglesia, sí le dio amplia libertad para ejercer sus funciones.
Sin embargo, las labores de los misioneros del Colegio Apostólico Misionero de Propaganda Fide de Tarija, continuaron con grandes penalidades en el Chaco; y se vieron ante la imposibilidad de contener los actos de rebeldía de algunas etnias que, como la bastante diezmada de los chiriguanos -por enfermedades de desgracias naturales y por la pérdida de sus territorios ancestrales-, se estaban alejando de las misiones. En marzo de 1839, cuando algunos de los regimientos de Tarija, que concurrieron a la última campaña de Santa Cruz en el Perú, se encontraban en La Paz, los chiriguanos se alzaron en las regiones de Ipaguazo, y también en Sanconqui, Itiroro, Pumbasi, Manduyuti, Chimeo y Palos Blancos. El general Bernardo Trigo se vio en dificultades para organizar una expedición que contuviera a la revuelta. En un amplio informe, enviado en abril al Ministerio de la Guerra (Nota: Ref. Página 203 del Corpus Documental V), le da cuenta de la campaña que el dirigió. En ese documento Trigo enumera los contratiempos vencidos, más producidos por los impedimentos de la naturaleza misma: monte espeso, escarpadas serranías y escasez de provisiones. En dicha expedición se destacaron los comandantes Faustino Flores, Diego Baca y Sánchez; los que, con sus tropas, retornaron en un estado calamitoso, sin ropas y aquejados de fiebre terciana. Bernardo Trigo tuvo que auxiliarlos con su propio dinero. Dos chiriguanos ya habían cometido varios asaltos y robos a las haciendas, aprovechando la invasión del ejército de Heredia el año anterior. En aquéllas poblaciones el general Trigo dejó un contingente de 400 soldados y decía que “las hordas salvajes” utilizaban con éxito las tácticas y recursos aprendidos de los regimientos que, desde comienzos del siglo, no cejaban en arrojarlos a zonas más aisladas de esas fincas; y aconsejaba proseguir con un plan de “ensanche de nuestros límites hasta el Paraguay”, para “reabrir los caminos y el comercio interior por los departamentos de Santa Cruz, Potosí, Chuquisaca y Cochabamba”. Esto último prueba que en aquellos años se buscaba volver al activo comercio con aquellas regiones de las épocas anteriores a la guerra de Emancipación; relaciones comerciales quizá tan florecientes como las que Tarija mantenía con Salta y Jujuy. Y termina afirmando que los chiriguanos derrotados en Ipaguazo se estaban uniendo a los que merodeaban por el Palmar, en la frontera de Cinti, y que habían robado abundante ganado, por lo cual envió unos 50 soldados al mando del comandante de San Lorenzo, Pedro José Cabero.
El 30 de enero de 1839, el Mariscal Andrés de Santa Cruz, ante las defecciones y movimientos en su contra habidos en el Perú y Bolivia; la deserción del antiguo aliado Orbegoso fue el más fuerte contraste; no tuvo más remedio que enfrentarse solo con su ejército de bolivianos y unos pocos peruanos a la invasión chilena comandada por el general Bulnes, y apoyada, no podía ser de otra manera, por su archienemigo Agustín Gamarra. En Yungay sufrió -y los bolivianos sufrimos con sus lamentables consecuencias-, una derrota que lo obligó a exiliarse, desde Arequipa al Ecuador. En Bolivia, el vicepresidente José María Velasco, el de pocas luces y a veces bonachón, hábil para las minúsculas componendas, fue el primero en traicionar descaradamente al Mariscal de Zepita.
La serie de desdichadas y desvergonzadas maniobras de baja política que sobrevinieron poco antes de Yungay e inmediatamente, también fueron diligentemente instrumentadas por Casimiro Olañeta. A la hoguera de ruindades encendida por él, arrimaron su fuegos José Ballivián, emparentado con Santa Cruz, dicho sea de paso, en La Paz, y el susodicho Velasco, en Tupiza Cabe recordar que, ya como presidente, Velasco en febrero de 1839 dio orden al Prefecto de Tarija de apresar a don Francisco Burdett O’Connor, y enviarlo engrillado a Tupiza, nada más que por seguir siendo fiel crucista. En tal circunstancia, don Felipe Echazú hizo volver su prestigio y se opuso tenazmente a tal medida, ofreciendo una fianza para evitarla.
Velasco logró una cierta adhesión de los estamentos que habían soportado los rigores de las guerras crucistas: algunos comerciantes y doctores. Convocó a una Asamblea Constituyente que comenzó a deliberar en junio de 1839. Los representantes que allí concurrieron ratificaron la decisión de quienes, mediante pronunciamientos, habían declarado presidente provisorio al general Velasco. Y esto no fue nada grato para José Ballivián, quien también logró parecidas adhesiones; con un rasgo muy característico en él, el 16 de julio se proclamó presidente. La Asamblea, mediante ley del 16, lo condenó como “rebelde, insigne traidor y fuera de la ley”. Pasó luego a reformar la Constitución, sancionado otra -la cuarta de la República- que tuvo el acierto de restringir las facultades de ejecutivo, como las señalaba la del año 1831, a más de abolir la pena de muerte, reconociendo el derecho de petición, además de restaurar las funciones de los municipios, un poco a semejanza de los viejos virreinales. Y, cómo no, declaró “traidor a la Patria” al Mariscal Santa Cruz, “indigno del nombre boliviano”, poniéndolo “fuera de la ley”. Así se enlodó al más grande republicano.
El presidente Velasco dirigió entonces una campaña para combatir al rebelde Ballivián; por lo que el presidente de la Asamblea, Mariano Serrano -el mismo de la Asamblea que dio origen a Bolivia-, asumió la presidencia provisoria por un brevísimo tiempo. Ballivián perdió el apoyo de sus amigos y corrió a exiliarse al Perú, donde gobernaba nada menos que Agustín Gamarra.
En tales instancias, Velasco se vio obligado a firmar dos tratados con el Perú, para satisfacción de Gamarra; los que, a más de onerosos, eran deshonrosos para el país. Los tratados se acordaron en 1839 y 1840. Y tales medidas les dieron a los crucistas la ocasión de reunificarse y hacer valer su acusación a Velasco y a la misma Asamblea de haber violado descaradamente la Constitución. El 1o de junio de 1841 Velasco viajó al interior del país, y en Cochabamba fue tomado preso por el general Sebastián Agreda; el héroe de Montenegro. Este se proclamó presidente interino, mientras se esperaba el retorno del Mariscal Santa Cruz y acto seguido desterró a Velasco a la Argentina.
Desde luego que estas disposiciones alarmaron a Gamarra. Valiéndose del ambicioso Ballivián, le procuró los medios para que regresara a su patria y tomara su ciudad natal La Paz. Allí algunos oficiales de sus tropas le proclamaron presidente y “Salvador”. Pero a ello se opuso Isidoro Belzu, y en un breve combate venció a Ballivián, dando al traste con sus pretensiones. Y así Bolivia vivió esos días una estrafalaria comedia protagonizada por antiguos centuriones. Entretanto Agreda había entregado la presidencia al ex vicepresidente de Santa Cruz, don Mariano Enrique Calvo. Gamarra volvió entonces a adoptar una decisión que, con igual impunidad, lo hiciera el dueño de Bolivia en 1828. Invadió al país. Y en esa dramática instancia renació desde lo más profundo de la dignidad cívica de Ballivián y Velasco, la conciencia patriótica. El segundo, reunió un ejército de 1.300 jinetes sureños, de Tarija, Sucre y Tupiza; Corrió al norte y los puso a la orden de Ballivián, a la vez que él mismo se subordinaba al general paceño. ¡Uno de sus más grandes gestos, sin duda alguna! José Ballivián apenas contaba con más o menos la mitad de soldados que los que tenía Gamarra. Pero esos 3.000 y tantos soldados y oficiales de Ballivián estaban decididos a todo.
Al dirigirse de la zona de Viacha, donde se avistaron ambos ejércitos, Ballivián dijo a los suyos: “El general Gamarra encontrará su tumba en el suelo boliviano”. Su patriotismo se despertó en tal forma que hasta se convirtió en profeta. Gamarra maniobró a su ejército desde Sica-Sica, y finalmente, el 18 de noviembre de 1841, se trabó en un desesperado combate con los bolivianos. A los 50 minutos, el ejército peruano se dio a la fuga una vez que Agustín Gamarra fue muerto en las estremecidas pampas de Ingavi.
Para los tarijeños esa batalla significó refrendar con inaudito valor sus antiguas victorias de Iruya y Montenegro, y reiterar con la sangre de los que en Ingavi cayeron su ya definitiva adhesión a Bolivia. Allí combatieron el comandante Celedonio Ávila, Camilo Moreno de Peralta, y el coronel Víctor Navajas, y otros más.

1952, EL GRAN CAMBIO (nietos y bisnietos del 52)

 

El Gral. Hugo Ballivián presidia la junta de gobierno derrocada el 52. / Página Siete.  

Por Cecilia Lanza Lobo / Publicado originalmente en Página Siete, el 8 de abril de 2018.

La oligarquía sobretodo terrateniente y vinculada a la minería no pudo superar la crisis política desatada por la contienda del Chaco (1932-1935). El gobierno de Gualberto Villarroel, estrechamente vinculado al Movimiento Nacionalista Revolucionario, había alentado reformas estatales que afectaban los intereses de los grandes mineros, y en 1945 se había llevado a cabo el Primer Congreso Indigenal que agudizó la inquietud social particularmente en el área rural. Distanciado del MNR, Villarroel fue asesinado por una turba que impuso  a los últimos gobernantes conservadores. En las elecciones de 1951  gana el MNR con  Víctor Paz Estessoro, pero el presidente Urriolagoitia desconoce el resultado y, por tanto, la Constitución Política del Estado, y entrega el gobierno a una junta militar presidida por el Gral. Hugo Ballivián. Este proceso dio lugar, finalmente, a la insurrección popular y política del 9 de abril de 1952 que inicia la época del nacionalismo revolucionario.

Somos los hijos y los nietos de ese país indio y mestizo que comenzó –espantado- a mirarse marrón allá por la Guerra del Chaco (1932-1935) y acabó por asumirlo a regañadientes y en batalla campal con la Revolución de 1952 cuando se decidió enfrentar a la oligarquía dominante, minera, feudal, militar, –desde afuera o incluso desde adentro- y acabar con sus privilegios a favor de los ninguneados de siempre, aquellos que trabajaban para el patrón, semiesclavos, que no elegían a sus gobernantes, que no sabían leer ni escribir, que miraban desde abajo, que eran nada, nadies. De ser indios pasamos a ser campesinos y obreros y, voto universal mediante, comenzamos a ser ciudadanos. 

Cómo no celebrar semejante epopeya. La Revolución de 1952 nacionalizó las minas, definió la reforma agraria, la reforma educativa y la diversificación económica. Fue, sin duda, una revolución política, claro, pero fue sobre todo una revolución profundamente social. La Revolución del 52 cambió el país para siempre.

Pero a  pesar de sus pretensiones  –o precisamente por eso- se dice que aquel fue un proceso inconcluso. Cierto. Uno de sus pilares fundamentales, la Reforma Agraria, evidentemente fue abandonado a medio camino y, por confesión del propio Paz Estenssoro, dejó de ser prioridad en la Agenda de la Revolución. Y lo que sucedió fue una paradoja: las tierras devueltas y dotadas a los campesinos, sin políticas públicas de sostenimiento, fueron (semi) abandonadas y comenzó la migración a las ciudades. No sólo fue una cuestión de supervivencia, sino de imán natural y parte del proceso mismo de ciudadanización propuesto por la propia Revolución: la ciudad se erigió en espacio de oportunidades, con sus luces y sus sombras. Fue un proceso lento pero seguro. 

65 años después, siete de cada 10 bolivianos vive en las ciudades. Dicen que somos “multiresidentes” con “multiactividades”: vivimos yendo y viniendo del campo a la ciudad para sembrar, cosechar o bailar; que por lo tanto ya no somos sólo campesinos sino también y, al mismo tiempo, comerciantes y minibuseros. Cholos. Todavía vivimos con un pie en el campo, así sea en nuestra memoria. ¿Cómo se construye la ciudadanía de aquellos nietos y bisnietos del 52?, pregunté al sociólogo Daniel Mollericona y él respondió con otra pregunta: “¿Cuál es tu pueblo?” 

Recordamos ese evento histórico fundamental que fue la Revolución de 1952 con tres textos. El primero: la revolución misma. Algunos testimonios de la balacera del 9 de abril en el barrio paceño de Miraflores, donde sucedió buena parte del meollo de la contienda por la proximidad del cuartel general del Ejército y la ubicación estratégica del cerro de Laikacota. El segundo: la despedida. Una crónica del entierro de Juan Lechín, el año 2001, cuyo simbolismo es fundamental: el cambio de guardia sucedido aquel día, cuando los mineros que custodiaban el féretro del líder de los obreros aceptaron que los miembros de la Policía Militar tomaran su lugar. Mineros y clase trabajadora se habían enfrentado a los militares, guardianes históricos y miembros ellos mismos de las élites dominantes, aquel abril de 1952. Con la muerte de Lechín, ese agosto de 2001, se enterraba un pedazo de historia, sólo un pedazo, pues las piruetas del destino siguen hoy acompañándonos, entre mineros y uniformados disputando o compartiendo el poder. El tercer texto abre la puerta a la reflexión sobre el proceso de ciudadanía de los nietos y bisnietos del 52: ¿Cuál es tu pueblo?

REDENTORES DE LA POLÍTICA CONTEMPORÁNEA

 

Paz Estenssoro y sus milicias.

Por: Freddy Zárate Abogado / Artículo publicado en Página Siete, el 7 de febrero de 2021.

Si algo caracterizó a los regímenes populistas de Argentina y Bolivia de la década de los años cincuenta, fueron sus implicaciones ideológicas y propagandísticas en la política y la cultura. El gobierno de Juan Domingo Perón supo tocar las fibras más íntimas de varios segmentos de la sociedad argentina. De ahí la importancia del líder y su forma especial de relacionarse con las masas, basada en un tipo de retórica y un estilo de movilización que apelaba sistemáticamente a “lo nacional popular”.

 Todo el accionar político del partido justicialista –y en especial la labor de Eva Perón–, fue registrado por la Subsecretaría de Informaciones y el Servicio Internacional de Publicaciones Argentinas, la cual se encargó de difundir profusamente los libros: Habla Perón; Eva Perón. Su palabra… Su pensamiento… Su acción; Doctrina peronista; La razón de mi vida; El Álbum Eva Perón, entre otros, así también, una variedad de documentales institucionalistas. 

El MNR del 52 

En ese contexto sociopolítico, varios dirigentes del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) fueron exilados a suelo argentino cuando el presidente Gualberto Villarroel fue derrocado y victimado en 1946. Por ende, se puede inferir que los refugiados políticos vieron el proceso peronista, y, por tanto, fue una gran escuela política para el uso instrumentalizado de los medios masivos de comunicación. 

El caso de Víctor Paz Estenssoro, a pesar de encontrarse confinado siguió de cerca la política partidaria del MNR. En 1951, aunque ausente de Bolivia, fue candidato y ganó las elecciones presidenciales que fueron anuladas por el autogolpe del presidente Mamerto Urriolagoitia. 

Tras la insurrección del 9 de abril de 1952, y toma del poder del MNR, sucedieron varios acontecimientos que merecen cierta atención: “Pocos días después de la revolución de 1952, el 15 de abril, cuando la comisión especial destacada por nuestro país, regresaba de la Argentina trayendo del exilio al nuevo presidente Dr. Víctor Paz Estenssoro, a bordo de una aeronave especialmente destacada para el efecto. Waldo Cerruto, uno de los más jóvenes miembros de la comitiva, traía también en aquella oportunidad una gran sonrisa: junto a él estaban los camarógrafos argentinos Juan Carlos Levaggi y Nicolás Emolij, contratados para la filmación –únicamente– de las diferentes actuaciones de recepción popular al nuevo mandatario y de su asunción al mando supremo del país”. 

El investigador Alfonso Gumucio Dagron indica que en los días siguientes, “los camarógrafos no pararon de filmar manifestaciones, desfiles, discursos”. De estos archivos audiovisuales salió el documental Bolivia se libera (1952), dirigida por Waldo Cerruto, hermano de la primera esposa de Paz Estenssoro.     

La estrategia peronista consistió en utilizar todos los medios de comunicación en favor del partido, y esto fue replicado exitosamente por el gobierno del MNR: a las pocas semanas fueron creados el Instituto Cinematográfico Boliviano (ICB); la Subsecretaria de Prensa, Información y Cultura (SPIC); la Dirección Nacional de Informaciones; y la Secretaria de Prensa del Comité Político Nacional del MNR, cuyo fin era amplificar y ensalzar la gestión administrativa del gobierno movimientista. 

Además de resaltar la imagen de los líderes de la revolución. 

Todo ello se hizo patente en El Álbum de la revolución; El libro blanco de la reforma agraria; El libro blanco de la independencia económica de Bolivia; Boletín de Cultura; El pensamiento revolucionario de Paz Estenssoro; Visita del presidente de la república doctor Víctor Paz Estenssoro a Sucre, entre otros. A esto se suma los noticieros del ICB, películas, documentales, afiches y folletería.         

Un interesante episodio registrado en la revista partidaria Resurgimiento (Año I - 15 de mayo de 1952 - Nº 1), revela que a las pocas semanas de la revolución de abril de 1952, se dispuso el 9 de mayo como “El Día de Fe Nacionalista”. Dicha conmemoración se llevó a cabo en el Teatro al Aire Libre, donde el presidente Víctor Paz Estenssoro y el vicepresidente Hernán Siles Zuazo expresaron lo siguiente: “El día de la Fe Nacionalista, obedece a un imperativo del momento; pues, luego de seis años de lucha permanente en todo orden, convirtiendo cada hogar en un baluarte de la rebelión contra la oligarquía, se convirtió en el hito de la renovación que espera Bolivia del sacrificio de sus hijos”. 

El emotivo acontecimiento fue sustituido al año siguiente por el “Primer Aniversario de la Revolución Boliviana”, celebrado el 9 de abril de 1953, con emotivos discursos, desfiles, homenajes, música y danzas autóctonas. 

El impacto político de la insurrección del 52 fue incorporado en el Estatuto Orgánico del MNR, que en su Artículo 103 reconoce el 9 de abril de cada año como el “Día de la Revolución Nacional”. 

Durante todo el período del MNR se celebró de manera ininterrumpida el día de la revolución hasta el golpe militar de 1964. De ahí en adelante entró en un lento declive la fecha festiva por considerarse una conmemoración partidaria. Y sin embargo, la propaganda estatal del 52 fue un catalizador de creencias, aversiones y obsesiones ideológicas del nacionalismo revolucionario que con el paso de los años llegó a dogmatizar la historia contemporánea de Bolivia.

El MAS del siglo XXI

El siglo XXI es un escenario político donde irradiaron nuevos actores y partidos políticos. Tal es el caso del Movimiento Al Socialismo (MAS), una vez establecido en el poder (22 de enero de 2006), fue acentuando un discurso neopopulista sumergido en el papel preponderante de los movimientos sociales, la ideologización de la base de identidad racial indígena, la descolonización, la nacionalización de los hidrocarburos, la reivindicación histórica del sector aymara y quechua con el denominado: “Pachakuti: retorno al espacio y tiempo del equilibrio”. 

Las reivindicaciones políticas fueron consagradas en la Constitución Política del Estado Plurinacional, promulgada el 2009, acto que fue celebrado con emotividad discursiva y aparatosos desfiles que dieron la bienvenida al nuevo Estado.  

Al año siguiente de la promulgación constitucional, el gobierno del MAS mediante Decreto Supremo Nº 0405, del 20 de enero de 2010, decretó que cada 22 de enero se rememoré el “Día de la Fundación del Estado Plurinacional”.

 Otra razón para celebrar el feriado nacional se atribuye a la posesión de Evo Morales como presidente de Bolivia (2006), siendo conductor del Estado en representación de las naciones y pueblos indígena originario campesinos. También esta fecha representa el triunfo democrático histórico dando inicio a la Revolución Democrática y Cultural en Bolivia. 

La propaganda gubernamental destacó –a través del canal estatal, la prensa y el Ministerio de Comunicación– los mensajes del Jefe; transmitieron en vivo los partidos de balompié del presidente del Estado; resaltaron la entrega de diversas obras públicas en municipios y departamentos; mostraron la “diversidad” cultural por medio de desfiles, bailes y ceremonias. 

En términos generales, el proceso de cambio se fue acentuando al culto a la personalidad hacia Evo Morales, que fue promovido en todos sus niveles por la cúpula masista. Se tiene por ejemplo los textos: Evo Morales de Tiwanaku al mundo; Mi vida, de Orinoca al Palacio Quemado; Proceso de Cambio en Bolivia: cómo un dirigente indígena campesino logró conquistar el poder y refundar el Estado; Jefazo. Retrato íntimo de Evo Morales, entre otros. 

Después de 13 años de gobierno, el MAS atravesó una profunda crisis política al forzar contra viento y marea la repostulación inconstitucional de Evo Morales a la presidencia: generando una convulsión social y política que llevó a la renuncia de varios integrantes del Poder Ejecutivo y Legislativo. Tras el vacío de poder, el orden constitucional fue violentado, dando pasó a nuevos actores políticos, tanto de la oposición como del oficialismo.

   
A manera de conclusión 

Haciendo un paralelismo entre el MNR y el MAS, se puede deducir que las sucesivas generaciones –de finales del siglo XX y principios del XXI–, se fueron distanciando del entusiasmo revolucionario del 52, es así, que en la actualidad se tiene escuetas notas de prensa que recuerdan los logros de revolución: la nacionalización de las minas, la reforma agraria, el voto universal y la reforma educativa. 

Episodios que perdieron relevancia, ya que no reflejan en su cabalidad los festejos gloriosos de las jornadas del 9 de abril, en donde, era obligatorio e incluso patriótico rendir homenaje a sus libertadores, es decir, a la dirigencia del MNR. 

En el caso del MAS, tras la renuncia de Morales y posterior exilio en México y Argentina, se reconfiguró internamente el partido para participar de la contienda electoral del 18 de octubre de 2020, donde salieron vencedores Luis Arce y David Choquehuanca. En los pocos meses de gobierno, se fue diluyendo la mística de la “década dorada” por la actual crisis económica y la frágil lucha contra la pandemia de la Covid-19. 

Esto también se manifestó en el reciente festejo del día del Estado Plurinacional. Suceso que fue apaciguado por un breve mensaje presidencial acompañado de un modesto ritual andino. De esta efeméride surgen las siguientes preguntas: ¿Será que en años sucesivos vaya perdiendo relevancia social y política la conmemoración del día de la fundación del Estado Plurinacional por estar entrañablemente ligado con el partido del MAS? ¿La trayectoria política y simbólica del MAS es una repetición matizada del MNR del 52?

EL INDIO AIMARA VISTO POR LA SOCIEDAD URBANA (ANTES DE LA GUERRA CIVIL DE 1899)

 


El indio era el sostén de la economía nacional, pero su condición de puntual contribuyente y eficaz servidor no le privó el infortunio del repudio publico

El juicio dominante que la sociedad del ochocientos adopta sobre él, restablece el criterio preconizado de algunas corrientes de opinión imperante en los mejores días del periodo colonial: el indio es sucio, ignorante, torpe de entendimiento, violento, cruel y sanguinario.

Un ciudadano, que, según Manuel José Cortes, presumía de haber vivido largamente entre los indios, formulaba su condenatorio veredicto, en términos que expresan el concepto de toda una casta.

“El indio -dice aquel- es vigilante de su negocio, i perezoso en el ajeno: no conoce el bien, i pondera mas de lo que es el mal: siempre procura engañar, i se juzga engañado: es hijo del interés i padre de la envidia: parece que regala, i vende: es tan opuesto a la verdad que con el semblante miente: se tiene por inocente, i es la misma malicia: trata a la querida como a señora, i a la mujer como esclava: parece casto, i se duerme en la lascivia: cuando se le ruega estira: si se le manda, en finge cansado: a nadie quiere, i se trata mal a si mismo: te todo recela, i aun de si propio desconfía: de nadie habla bien, menos de Dios i es porque no lo conoce: persevera en la idolatría, i afecta religión: lo que en el parece culto, es ceremonia: hace a la devoción tercera para la embriaguez, i se vale de esta para las atrocidades: parece que reza, y murmura: como de lo suyo lo que basta para vivir, i de lo ajeno hasta reventar: vive por vivir, i duerme sin cuidado: no conoce ningún sacramento , i de todo hace sacramento: cree todo lo falso, i repugna todo lo verdadero: enferma como bruto, i muere sin temor a Dios” (El indio, Kollasuyo, 38 pp. 199-204).

Las minorías blancas detestan al indio en general, pero es sumamente curioso observar que esa permanente prevención que aquellas sienten por éste, se proyecta con distintos grados de preferencia. La sociedad urbana, cualquiera sea su origen, no sienten tanto odio por el indio quichua como por el aimara. El aimara es la victima predilecta del desafecto colectivo de la población civil.

El aimara, desprestigiado por sus propios hermanos de sangre que medran en la ciudad y especulan su trabajo en las haciendas, se convierte en el bárbaro legendario de la puna altiplánica. El paisaje majestuoso de la altiplanicie andina ha dejado impresos en su espíritu los rasgos peculiares de los hombres endurecidos por las ásperas inclemencias de su medio. Al par que el quichua, ha sufrido las mismas adversidades y ha llorado los mismos infortunios durante el largo transcurso de su secular estado de opresión, pero el indio quichua dulcifica el rigor de su abatimiento en la mansedumbre de sus floridos valles. Tolera su desventura con mayor conformidad. Las poblaciones de los valles, acostumbradas a la sumisión y la obediencia del indio quichua, no comprenden al aimara. No pueden permanecer indulgentes ante la altiva y enérgica severidad de su carácter. Odian al aimara, sobre todo al indio de la puna.

El aimara pasa al lado del blanco sin mirarlo o mirándolo de reojo. El las altas cimas, en las inmensas estepas crúzanse con él, solo el transeúnte, CHOLO o VIRACOCHE. Parece que en tales ocasiones la simpatía espontanea, el instituto, aproximaran el hombre al hombre; pero el aimara no saluda jamás. De su garganta no sale una nota del dialecto bárbaro y apenas oímos su timbre, cuando agazapado, en cuclillas, a la puerta de su casa, que es un tugurio, nos responde hoscamente: JANIGUA, a lo que es negación de todo servicio.

Fuente: Zarate el “temible” Willka. De Ramiro Condarco Morales.

Imagen: Fotografía de una familia aimara (aprox. principios de siglo XX)

 

TARIJA Y LOS HEROICOS PATRIOTAS DEL SUR EN LA BATALLA DE SUIPACHA

Batalla de Suipacha

 

Del libro: “Origen de la independencia de Tarija” de Luis Pizarro. Tarija –Bolivia. 1955.

Las divisiones patriotas emprendieron la retirada perseguidas de cerca por el enemigo. Una vez llegadas a Suipacha, de improviso se cambió la suerte de las armas. Aquí cabe hacer reminiscencia de una referencia histórica, que me dejó fuerte impresión y no olvido nunca.

Hace varios años en la ciudad de Salta, en una ocasión, el notable historiador citado, Dr. Bernardo Frías, como conocedor de los datos y documentos pertinentes a las acciones militares en que intervino el coronel Güemes, nos refirió al Dr. Francisco Pizarro y a mí el trascendental suceso de la batalla de Suipacha en la siguiente forma:

Habiendo acampado una tarde en ese lugar el general Balcarce con su tropa, de pron­to se presentó y puso bajo sus órdenes un escuadrón de caballería, formado por doscientos jinetes montados en buenos caballos enviados por el Gobierno revolucionario de Tarija para auxiliar a las tropas derrotadas. Conviene anotar que de aquella ciudad a ese punto no dista más de veinticinco leguas. Es por eso que llegó allí el escuadrón oportunamente, diez días después de la derrota que sufrieron, en Cotagaita, las tropas del general Balcarce.

Con ese fuerte aporte militar, resolvió éste afrontarse al ejército español y planteó la forma estratégica para librar una acción de armas definitiva. Para su ejecución ordenó que el escuadrón permaneciera oculto, en un sitio del camino a Tarija, en la quebrada de Supira, que desemboca en el angosto del río ¡Suipacha, y una vez que llegaran allí las tropas realistas, siguiendo la persecución de las patriotas, que retrocederían hasta ese punto, se lance la caballería a la carga contra aquéllas.

Y así fue que esos centauros tarijeños arremetieron violentamente contra el triunfante y envalentonado ejército enemigo, y, a punta de lanza rompieron sus compactas filas, las dispersaron y “acuchillaron”, como dice Yancy, por las anchas playas del río, adecuadas para la evolución de la caballería, arrojada al asalto sobre los soldados españoles, que caían bajo los cascos de los caballos. Y ese ataque súbito y singular, con arma blanca, fue un cambio genial de táctica, que desconcertó y desbarató al enemigo. En esos momentos de lucha sangrienta y feral, las quebrantadas y maltrechas tropas del general Balcarce, reaccionaron y, a su vez, acometieron a las adversarias, en acción audaz y conjunta con el escuadrón, alcanzando una rotunda victoria: el 7 de noviembre de 1810.

Fue este glorioso triunfo el primero de las armas libertadoras del Alto Perú.

La verdad de esa relación histórica, se halla corroborada y confirmada por documentos oficiales, de los que transcribiré lo esencial a continuación.

Al final del Parte de la batalla de Suipacha, enviado al Gobierno Revolucionario de Buenos Aires, se hace honor y mención especial al valeroso comportamiento de las fuerzas tarijeñas. He aquí lo que el documento oficial concluye diciendo: “No se sabe de nuestra tropa, contando con las de Tarija, cuál la que mejor se ha portado”. Esta gloriosa victoria “aseguró todo el Alto Perú a la revolución”. Tuvo los efectos y resultados de la batalla de Ayacucho.

En esos renglones se cita únicamente a las tropas tarijeñas, distinguiéndolas de las argentinas, para significar así que éstas y aquéllas se hallaban unidas y aliadas para alcanzar el ideal de libertad para los pueblos del Virreinato de Buenos Aires.

Y ello demuestra también, el hecho de que Tarija se encontraba constituida como Nación, gozando de absoluta independencia; es por eso que pudo aportar sus tercios y escuadrones de caballería al ejército de la Libertad.

El coronel argentino Yancy, quien intervino en la batalla de Suipacha, en sus memorias, señala el notable suceso siguiente: “Güemes que comandaba los escuadrones de Salta y Tarija, había acuchillado por una y otra banda del río Suipacha al enemigo”.

Fue una gloriosa y épica hazaña.

Es de notar que dicho coronel no hace mención alguna de otras tropas, y sólo asigna la victoria a los dos escuadrones formados por tarijeños y salteños.

El historiador y eminente escritor salteño D. Juan Martín Leguizamón, en su libro titulado “Límites con Bolivia”, dice en la pág. 77, lo siguiente: “Las milicias de Tarija triunfaron en la batalla de Suipacha”. De modo que sólo y únicamente a ellas atribuye tan brillante victoria.

Y la jornada fue tan grande y trascendental, que el enemigo ya no pudo ni intentó reaccionar, quedó desconcertado y aplanado en todo el altiplano.

La victoria alcanzada en las verdes riberas del río Suipacha, liberó al Alto Perú del dominio español. Desde ese día culminante, se abrió el camino a la cruzada de la libertad. El héroe supremo, nimbado por la gloria de tan brillante proeza, fue el general Balcarce, quien retornó su marcha victoriosa hacia adelante, hacia el Alto Perú, sin encontrar gran resistencia. Liberó Potosí, Sucre, Oruro, La Paz y pasó hasta el Desaguadero, límite del Virreinato de Buenos Aires; pero en Huaqui fue derrotado por el general Goyeneche, jefe del ejército real.

Citaré otro auténtico documento, fechado el 13 de julio de 1811, que coincide con los anteriores. Se trata de la proclama, encendida de patriotismo, del Gobierno Revolucionario de Tarija, en la que llama a los jóvenes a las armas después de la derrota de Huaqui, y dirigiéndose al pueblo, entre otras cosas, le dice: “En Suipacha os cubristeis de GLORIA GANANDO UNA VICTORIA”.

Y esta es la verdad neta y pura.

No podemos resistir a la tentación de transcribir tan importante documento que revela cultura y suprema vehemencia para defender la libertad ganada con cruentos sacrificios, dice así: “Valerosos tarijeños, desde los primeros momentos en que supisteis que la inmortal Buenos Aires trataba de defender a la Patria de la esclavitud y tiranía en que ha gemido por tres siglos, manifestasteis vuestra adhesión a ese gran sistema, y cuando alguno de los pueblos circunvecinos se disponía a sofocarlo en su nacimiento, vosotros le disteis lecciones de patriotismo… La Patria os llamó a Santiago (de Cotagaita) en su defensa y volvisteis a socorrerla. Allí peleásteis con unas tropas veteranas, aguerridas y superiores en número; y a pesar de estas ventajas que debían asegurarles la victoria, las obligasteis a encerrarse en sus trincheras. En Suipacha os cubristeis de gloria ganando Una victoria... En estas críticas circunstancias os vuelve a llamar la Patria, informada de vuestro valor, que ha resonado en los ángulos remotos de este continente… Vosotros tenéis una gran parte en la sagrada obra de nuestra libertad, no la dejéis imperfecta, consumadla; vosotros habéis ceñido vuestras sienes con los laureles inmarcesibles en los campos del honor: no permitáis que una infame cobardía los marchite. No temáis a esas huestes mercenarias... Aprontaos, pues, para correr a Viacha, a uniros con vuestros hermanos, que han dado pruebas de valor en la acción del 20 de junio (la batalla de Huaqui). Regad, si es posible, con vuestra sangre, esas áridas campiñas, para que produzcan la frondosa palma de la victoria, que va a decidir de nuestra felicidad y de nuestra suerte. Haced este último y generoso sacrificio en obsequio de la madre Patria. Ella lo recompensará a su tiempo y trasmitirá su memoria a la posteridad más remota, escribiendo en los fastos de esta sagrada revolución el siguiente epíteto: Tarija me libertó: Tarija me salvó”.

Este heroico llamamiento, lleno de fuego patriótico, encendió el corazón de la juventud, que corrió a alistarse y tomar las armas para defender la Libertad en sangrientas y sucesivas batallas.

LA VIDA DEL “COLONO” EN LAS ZONAS ALTAS ANTES DE LA REVOLUCIÓN DE 1952

 

Hombre indígena de la zona altiplánica de La Paz (Aprox. Principios de siglo XX)

Con el nombre de colono, forma el indígena parte de la colectividad agraria que trabaja la hacienda; allí vive en condiciones solo comparables con las de un bien material adscrito a la tierra, puesto que la propiedad territorial se adquiere y transfiere con el número de3 brazos tradicionalmente empleados en los servicios de la misma.
El indígena se encuentra obligado:
En primer lugar, se encuentra obligado a desempeñar todos los trabajos necesarios para el cultivo de las tierras de hacienda. Debe barbechar, abonar, sembrar, regar y cuidar las cementeras. Al termino del año agrícola. Ha de levantar, la cosecha transportarla hasta la ciudad empleando sus propios animales vender lo cosechado y entregar el producto de la venta al propietario (Patrón)
El colono también se encuentra obligado a proveer a la hacienda, a titulo gratuito, los combustibles a utilizarse en el curso de todo el año.
Sus familiares, sean estos mujeres o niños, tampoco se encuentran eximidos de servicios personales que prestar. La comunidad agraria sometida a colonato remite por turno, a las casas de hacienda o en su defecto, al domicilio particular del dueño en la ciudad, una o mas mujeres (mit´anis) destinadas a prestar a la familia del propietario, también a título gratuito, todos los servicios domésticos que allí les sean exigidos. Con análogo fin, se envían a las mismas uno o mas menores de edad (pongos) la forma de trabajo impuesta a las mujeres es conocida con nombre de mitanaje y la de los menores con el de pongueaje.
Muchas otras desventajosas inconveniencias ensombrecen la vida del indio en la propiedad particular. Asiste, por ejemplo, al propietario del fundo un infortunado privilegio patronal: se halla plenamente facultado por la costumbre para expulsar al colono (indio) y apropiarse de sus tierras sin indemnizaciones ni retribución de ninguna naturaleza. El propietario de la hacienda ejerce sobre el indio una autoridad omnímoda. Su autoridad no está lejos de la de un feudatario medieval. A semejanza de este, mantiene un ejército privado, se arroga y ejerce el jus prima noctis, y gobierna y dictamina con poderes coactivos a todos sus dependientes.
Arma al colono y le obliga, según hemos podido comprobar mas adelante, a extender o defender por la fuerza, los límites de su propiedad.
Además, castiga con severidad despótica las faltas de sus colonos.
Fuente: Zarate, el temible Willka, de Ramiro Condarco M.
Foto: Hombre indígena de la zona de La Paz, aprox. principios de siglo XX.

BOLÍVAR, EL ENAMORADO

 

Manuela y Bolivar

Por: Juan José Toro / Publicado en Página Siete el 28 de julio de 2016.

Tan grande es la figura del Libertador que es imposible pasar una larga temporada sin volver a él, a repasar su vida, su figura, sus obras…

Me pasó cuando investigaba la historia del periodismo en Bolivia y, gracias al maestro Luis Ramiro Beltrán, descubrí al Bolívar periodista, a aquel que le dio a la imprenta la misma utilidad que a los demás pertrechos de guerra, que fundó periódicos y escribió con seudónimo en varios de ellos.

Lo vi, encarnado por el actor Roque Valero, en la película Bolívar, el hombre de las dificultades, en la que, todavía con el bigote que solo se afeitó en Potosí, desvió el navío que lo llevaba a la reconquista de Cartagena para ir al encuentro de Josefina Machado, uno de sus más célebres amores. Pero la cinta no sólo muestra el desmedido gusto que el Libertador tenía por las mujeres, sino también su practicidad porque la famosa Pepita no lo esperaba con las manos vacías: le había llevado una imprenta y, por su reacción, se puede deducir que esta fue la principal razón de su desvío.

Los soldados a los que lideraba entonces lo tacharon de loco pero él sabía el poder que tenía la palabra y por eso utilizó a la imprenta como un arma. Beltrán explica que, además de difusora de ideas, el libertador le asignó a la prensa el papel de fiscalizadora del gobierno. Ignacio de la Cruz escribió que Bolívar no concebía que los gobernantes utilicen su poder para apropiarse de los fondos públicos y, por ello, había propuesto "despedazar en los papeles públicos a los ladrones del Estado”.   

Como la mayoría sabe, Simón Bolívar nació el 24 de julio de 1783 y se convirtió en el libertador de lo que hoy son seis naciones. En un estudio para elegir al hombre más importante del siglo XIX, la BBC estableció que peleó en 472 batallas y sólo perdió seis de ellas; cabalgó 123 kilómetros, más de lo navegado por Colón y Vasco de Gama juntos; llevó las banderas de la libertad por 6.500 kilómetros lineales, casi media vuelta a la Tierra, y recorrió diez veces más distancia que Aníbal, tres veces más que Napoleón y el doble de Alejandro Magno.

Fue, indiscutiblemente, la mayor figura de la historia de Bolivia, pero lo que pocos saben es que, para coronar tantos logros, tuvo que atravesar múltiples dificultades e imponerse en todas ellas. Dedicó su vida a la lucha por la libertad porque ya no tenía por quién más vivirla. Cuando apenas tenía 17 años se enamoró de tal forma que se casó con su amada, María Teresa Rodríguez del Toro, un par de años después, el 22 de enero de 1803, su esposa moría consumida por la fiebre amarilla. Tanto la amó y de tal manera que, destrozado por el dolor, juró que no volvería a enamorarse y menos se casaría de nuevo. En el maremagno de su dolor se refugió en los libros y en su maestro, Simón Rodríguez, quien lo forjó para convertirse en el libertador.

Demostró que tenía honor porque cumplió, uno por uno, los juramentos que hizo, desde no volver a enamorar ni casarse hasta liberar a América del yugo español. Las múltiples amantes que tuvo, porque fueron incontables, llenaban sus necesidades humanas, comenzando por la de cariño, pero no hizo promesa de matrimonio a ninguna.   

Los historiadores del pasado nos mostraron a un Bolívar occidentalizado, romanizado, más como un dios griego que como el mestizo americano que era. Hoy sabemos que fue tan humano como nosotros pero, pese a ello, supo imponerse por encima de todo. Amó como pocos y eso lo hizo extraordinario. Los que sólo saben de odio son tan vulgares que nunca serán pastores, sólo rebaño.

TARIJA EN LA REPÚBLICA DE BOLIVIA. 1826 – 1829

Parque Bolívar (Tarija principios de siglo XX)

 

Por: Edgar Ávila Echazú. / Este artículo fue publicado originalmente en Cántaro, del matutino tarijeño El País, el 27 de enero de 2019.

Creada la República de Bolivia, se procedió a su organización política, dividiendo su territorio de acuerdo a la estructuración francesa, en departamentos que, a su vez, tenían provincias, cantones y vicecantones; estos últimos suprimidos poco después. La República era Unitaria, con tres poderes cuyas funciones estaban bien delimitados: El Ejecutivo o gubernamental, el Legislativo, con dos Cámaras, y el Judicial. En la primera bandera boliviana había cinco estrellas que simbolizaban los departamentos de la República: Chuquisaca, La Paz, Cochabamba, Potosí y Santa Cruz. En el departamento de La Paz se incluía a Oruro; y en el de Potosí, al Litoral; y en el de Santa Cruz a las regiones de Moxos y Chiquitos, sin denominarlas provincias o cantones. En cuanto a Tarija, como no podía ser de otra manera, ni se la mencionaba.

Una vez que los diputados por Tarija fueron admitidos en el Congreso Constituyente de 1826, el 26 de septiembre para ser precisos; y concluidos sus trámites de su anexión; o “reincorporación” como decían los bolivianistas, ¿qué lugar en la división política, o qué designación administrativa le tocó? En esos días de euforia y de complacencia política, ninguno en absoluto. Ningún poder administrativo, y menos aún los juristas que definirían la legalidad y el cabal ejercicio de los derechos de cada departamento y provincia de Bolivia, se preocuparon por determinar la situación de Tarija.

Sin embargo, en los papeles administrativos que a ese territorio se referían, así como en aquellos que se ocupaban de las relaciones internacionales de Bolivia con las naciones y Estados vecinos, se designaba a Tarija como “provincia”. Y en otros más se la llamaba “Territorio”, como al del Litoral. Pero teniendo en cuenta las definiciones de la administración o del orden político-administrativo adoptadas en aquel año (1826), ¿a qué departamento

pertenecía Tarija?. Porque entonces no se reconocía ninguna Provincia autónoma. En Enero de 1827, para que fuera capital de la “Provincia”, se eleva a la Villa al rango de ciudad, mediante decreto del Mariscal Sucre.

Para colmo en la organización constitucional boliviana se le señaló “al distrito de Tarija” una mínima representación en las cámaras legislativas. Lo cual se mantuvo hasta ¡1878!, cuando se acuerda que todos los departamentos debían tener dos representantes en el Senado.

Esa indeterminación jurídico-administrativa contrastaba con la que el Congreso argentino había acordado en 1826: Tarija era denominada Provincia con igualdad de derechos a las demás de la República Argentina; y, por ello, como se ha dicho, se le asignó dos diputados y dos senadores en el Poder Legislativo. Dentro de la estructura jurídica y política del Estado argentino Tarija tenía una más concreta y elevada situación que en el impreciso orden administrativo boliviano.

Hubo otro anacronismo administrativo: todos los departamentos bolivianos eran dirigidos en lo político por un Prefecto y Comandante Militar, siempre de acuerdo o copia del orden político-territorial francés. En cambio, en Tarija se mantuvo la “gobernación” hasta 1831. Aunque esos tanteos organizativos fueran comunes, preocupados como estaban los doctores charquinos en el arreglo de la nueva casa, esto es, en determinar el orden financiero de la República; tratando, en verdad, de superar el trastrocamiento de las relaciones sociales y económicas sufridas desde 1810. Por ejemplo, en lo que concierne a Tarija, y a los demás departamentos, se anularon los privilegios y el funcionamiento más o menos democrático de su Cabildo, o de su llamado gobierno municipal.

Los cometidos de las Asambleas y Congresos, (Nota: En ningún texto de historia nacional he podido encontrar una nominación correcta de “Congreso”, “Asamblea” o “Convención”, ya que tales reuniones parlamentarias tienen determinadas funciones. Desde la Historia de Alcides Arguedas, hasta la novísima de la familia Mesa-Gisbert, se incurre en esa falta de exactitud en el uso de los términos; aparte de la más fastidiosa e irresponsable de las omisiones y erróneas dataciones. En otros estudios históricos, sus autores continúan demostrando esa desidia: Congreso Constitucional, Asamblea o Asamblea Constituyente o Constitucional son la misma cosa para ellos), en todas las nuevas Repúblicas americanas, al mismo tiempo que permitían las expresiones crípticas de las personalidades con una clara visión de cómo debían manejarse esos estados, dieron lugar también al predominio de la irracionalidad y cortedad de miras, así como a los bastardos manipuleos de los demagogos y servidores obsecuentes del poder discrecional. El régimen gubernativo de acumulación de poderes en el Presidente y el Ejecutivo, fue uno de los principales incentivos para llegar a ese sitial, ya sea por la fuerza o por denigrantes componendas en tales asambleas y congresos.

Todo eso ya lo había advertido la premonitoria sabiduría del Libertador Bolívar, expresada en su discurso de la Angostura, cuando se refería a ese “triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y del vicio”; una clara descripción de lo que ostentaron e impusieron ciertos caudillos latinoamericanos; comenzando, en nuestra patria, por aquellos que, en convivencia con los doctores de Charcas, o alentados por éstos, más bien, defenestraron a José de Sucre.

Aquellos enredos administrativos, reflejaban precisamente esos trasfondos políticos y algo mucho más grave: la carencia y falta de coherencia de un programa gubernamental y de una ideología rectora. Sobre esta última, al contrario de lo dicho por varios historiadores-sociólogos, la “ideología” de los doctores de Charcas no era sólo la pertenencia a la oligarquía burguesa defensora de un liberalismo discriminador que quiere achacarse a la “herencia colonialista explotadora española”. A esos politólogos hay que recomendarles la desapasionada lectura de las leyes y procedimientos reglamentarios de la organización social, económica y política virreinal. Y no dudamos que quedarán pasmados una vez enterados de los contenidos de esas disposiciones y, más aún, si llegan a saber que varios virreyes defendieron a las comunidades indígenas y planificaron el desarrollo de sus jurisdicciones con arreglo a sus particularidades geográficas y a las equitativas relaciones económicas de su tiempo. Por ejemplo, el virrey Nicolás Caraccioli, Príncipe de Santo Bueno, se opuso enérgicamente a la mita; para no mencionar a los que hicieron todo lo posible por solucionar las crisis mineras e instaurar en las minas las nuevas tecnologías productivas. Esas autoridades también se preocuparon por preservar la mano de obra, aun dentro del marco de la discriminación social-cultural; porque consideraron que era necesaria esa enmienda protectora contra las brutalidades y los desenfrenos de los depredadores curacas. Por algo será que los campesinos y los diligentes mestizos no siempre apoyaron, o lo hicieron a regañadientes, a los “patriotas libertadores”; y, muchas veces, al contrario, se llevaron muy bien con los jefes realistas. ¿O sería porque procedían así obedeciendo atávicas servidumbres? Cosa esta inaceptable para los idealizantes análisis de aquellos sociólogos-politólogos.

Pero, nuestros lectores se preguntarán ¿a qué viene la anterior andanada dialéctica? Viene muy a cuenta en el caso de la incoherencia ideológica y del falso liberalismo “democrático” de los nuevos detentadores del poder republicano en Bolivia. Todos ellos reimplantaron el ignorante y mezquino orden de los conquistadores y encomenderos; salvando esto sí a algunos que sentaron las bases de la producción precapitalista, tan alabada por el mismo Marx, como superación del feudalismo estático. De ahí que, ante su incapacidad de alentar la producción manufacturera industrial, se contentaron con el sustento económico de los tributos agrícolas; sometiendo a las comunidades indias al más ominoso pongueaje, al mismo tiempo que agudizaban las diferencias sociales y culturales. En suma, que los estratos gubernamentales republicanos no hicieron otra cosa que aplicar, con la fuerza militar y las leyes desde todo punto de vista irracional, un real sistema de “apartheid” con los indios, mientras tanto se embrollaban con bizantinismos jurídico-políticos.

Este cuadro, grotesco y calamitoso, al menos en los primeros años republicanos, en Tarija parece ser que no presentó aquellos tristes caracteres del norte. El antagonismo de las leyes y disposiciones de la Primera Asamblea boliviana con las realidades s ociales y con las mismas condiciones históricas regionales, y, lo repetimos, contra lo que evidenciaba la geografía, en lo que toca a Tarija no se mostró con tan negativas peculiaridades. Su más vasto territorio presentaba una unidad geográfica con las zonas norteñas argentinas, a excepción de la puna de la región alta y de las inmediaciones de las últimas estribaciones cordilleranas. En lo político y social, continuaron vigentes ciertas normatividades del orden virreinal, manifestadas en las resoluciones de su Cabildo, hasta que a éste se le privó de su poder en 1827. No obstante ello, el modo de vida ancestral de “los españoles de Tarija” siguió sus rumbos armónicos, quizá porque las viejas leyes se respetaban y se cumplían. Y ya que mencionamos a éstas, digamos que aquello tan mentado de “Las leyes reales se acatan, pero no se ejecutan”, a más de pura anécdota nos suena a majadería. Un análisis historiográfico riguroso probaría que sí se cumplían y ejecutaban, al menos desde que se instauran los virreinatos; salvo algunas contravenciones en los territorios muy alejados de los centros administrativos, tal como sucediera, de una u otra forma, en las Misiones de los jesuitas. Si no se hubieran cumplido, los gobernantes españoles, y sus testaferros y participantes del poder virreinal, no habrían sobrevivido al caos que ello implicaba. Valga esto como otra precisión rectificadora.

En la Tarija republicana anterior al gobierno del Mariscal Andrés de Santa Cruz, sus ciudadanos cumplían con sus obligaciones legales; Aunque desde la situación de penuria financiera, se dio muchas veces una virtual abstención de ciertos deberes por gran parte de la población. Esto, y lo dicho más arriba, se lo comprueba en los escasos papeles oficiales conservados todavía; en los que no hemos hallado claras noticias sobre el nuevo desenvolvimiento de las tareas institucionales; los documentos de orden jurídico continúan exponiendo casi los mismos asuntos y su forma de resolverlos como los de la época virreinal; inclusive los que se relacionan con la judicatura salteña. Y claro está que se conservan en tan mal estado que se hace difícil utilizarlos; y otros, a lo mejor más relevantes, han sido destruidos por la ignara diligencia de ciertos funcionarios

de la corte Superior de Distrito. Tampoco conocemos documentos de las primeras leyes o de los decretos de la República que se refieran exclusivamente a Tarija. Lo cual es sintomático y muestra a las claras la indiferencia que prevaleció en los gobiernos republicanos hacia los asuntos de nuestra, todavía, provincia o distrito, exceptuándose las disposiciones del Mariscal Santa Cruz. Lo raro es la desatención de Sucre por el territorio que tanto empeño le costó para anexionarlo a Bolivia. Sabido es que jamás visitó a Tarija aunque sí mantuvo una relación amorosa con una tarijeña: doña Manuela Rojas, y apreció mucho a jóvenes militares de nuestra tierra.

Pero aquí de lo que se trata no es de una desatención atribuible sólo al Mariscal Sucre o, mejor dicho, a sus ministros ni sus legisladores de la Asamblea, o del Congreso como también se lo nombró, que comenzaron a deliberar en Mayo de 1826 y terminaron sus debates en noviembre, cuando aprobaron la Constitución que les hiciera llegar el Libertador Bolívar y confirmaran el carácter de constitucional a la presidencia de Sucre; ni esos, ni los diputados ni senadores de la Asamblea de 1828, y menos, desde luego, los funcionarios judiciales se preocuparon por la existencia de la nueva Provincia o territorio “integrado” a Bolivia. Pero, en realidad, no debemos ser tan estrictos con ellos, teniendo en cuenta los días dramáticos que vivieron entre 1827-28, luego de la pacífica etapa de 1825 a 1827, bajo la paciente y honesta dirección del Mariscal de Ayacucho.

Ni siquiera el Dr. Felipe de Echazú pudo hacer nada en el Congreso de 1828 ante su propia desilusión, porque sabía que sus paisanos lo eligieron confiados en que iría a obtener otros éxitos como los que obtuviera en el Congreso Constituyente argentino. Él, como otros representantes de los demás departamentos de Bolivia, tuvo que contemplar inerme los vergonzosos sucesos del atentado contra Sucre (18 de Abril de 1828), instrumentado desde el Perú por el general Gamarra, y el nombramiento del general Pedro Blanco en su reemplazo. En póstumo descargo de Blanco, uno de los supuestos conjurados contra el Mariscal de Ayacucho, se debe recordar que, ante el avance de las tropas de Gamarra hasta las cercanías de Chuquisaca, reaccionó como Jefe del Consejo de Ministros y Comandante del Ejército; trató de reunir refuerzos para resistir esa invasión. Intención esa que detuvo el Mariscal Sucre para evitar drásticos enfrentamientos; de ahí que, más bien, le encomendara a Urdininea entrevistarse con Gamarra. A consecuencia de eso, los peruanistas y demás intrigantes, con Olañeta a la cabeza, tuvieron que firmar el ominoso tratado de Piquiza, que impuso el retiro de Bolivia del Ejército de la Gran Colombia, la renuncia de Sucre y la instalación de una inmediata Asamblea Constituyente que, además, debía abolir la Constitución bolivariana.

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