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PLÁCIDO YAÑEZ, EL ASESINO AJUSTICIADO POR EL PUEBLO

 


Ensayo investigado y escrito por el periodista Ramiro Duchén Condarco para Urgente.bo / disponible en: https://urgente.bo/noticia/pl%C3%A1cido-ya%C3%B1ez-el-asesino-ajusticiado-por-el-pueblo

El 23 de octubre de 1861 se produjo uno de los más sangrientos sucesos de nuestra agitada historia: la masacre de renombrados belcistas en el Loreto y sus inmediaciones, a instancias de Plácido Yañez, quien, ante la pasividad de las autoridades de entonces, un mes después fue linchado por el pueblo que clamaba justicia. El número de las indefensas víctimas, según algunos historiadores llegó a 50 y sobrepasó los 60, de acuerdo con otros. Es el mayor crimen político de todos los tiempos ocurrido en nuestro país.

INTRODUCCIÓN

Apenas iniciado  el año de 1861, se produjo una sublevación, encabezada por el general Manuel Antonio Sánchez y los ministros Ruperto Fernández y José María Achá, que puso fin a la dictadura civil de José María Linares (1857-1861). Era el 14 de enero de ese año de 1861.

Linares, a su vez, cuatro años antes, truncó torpemente la primera sucesión constitucional en la historia nacional, al consumar, luego de una década de tenaces conspiraciones, su largo y enfermizo anhelo de hacerse del gobierno; fue a costa del de Jorge Córdova (1855-1857). En ese extenso periodo, Linares corrompió a gran parte de la soldadesca, instituciones y militares de grado para dar rienda suelta a su insania antibelcista, y curiosamente, una vez en el gobierno trató de “moralizar” al país…

Sobre el cuartelazo que terminó con el gobierno legal de Córdova, Moreno dice: “El origen legítimo de su investidura no era tachable según los dictados de una sana política. En cualquier país medianamente constituido hubiera sido inviolable en su puesto de primer mandatario”.[1]

Sabido es que a lo largo del siglo XIX Bolivia sufrió —y aún a lo largo del siglo XX— uno de los mayores males que afectó el desarrollo del país: la interminable serie de cuartelazos que cambiaban presidentes con alarmante facilidad, por lo que se vivía en un ambiente de permanente agitación y zozobra. Unos más que otros, los gobiernos prestaban especial a atención a sofocar los motines.

El de José María Achá (1861-1864), no fue, pues, excepción a la regla, sino que —como todos— tuvo que enfrentar varias revueltas durante su administración.

En ese contexto, tuvo lugar un hecho que fue el origen de la espantosa matanza que sucedió en el Loreto y sus proximidades. Veamos:

Al finalizar septiembre de 1861 Plácido Yañez, extrañamente nombrado por Achá comandante de La Paz, alertó sobre la existencia de un supuesto conato subversivo organizado por partidarios de Belzu en la ciudad del Illimani, y sindicó al Batallón Segundo de estar involucrado en el mismo. Esto ocurrió mientras Achá estaba en el Sur del país, donde se ausentó para sofocar otro intento de alterar el nuevo orden que trataba de imponerse.

¿QUIÉN ERA PLÁCIDO YÁÑEZ?

Plácido Yañez (1813-1861), fue un militar  que hizo carrera en el ejército desde 1828 en los gobiernos de Andrés Santa Cruz (1829-1839) y de José Ballivián (1841-1848), hasta adquirir el grado de coronel. Fue exilado en las administraciones de Manuel Isidoro Belzu (1848-1855) y Jorge Córdova (1855-1857), lo que hizo que en su alma creciera un odio enfermizo contra todo lo que se relacionaba con el belcismo.

Así, se dedicó a conspirar, junto a Linares, para echar a ese partido del poder. Durante esta administración gubernativa, “mandó el batallón Angelitos, á los que disciplinaba á palos, con crueldad y fiereza”.[2] En esta ápoca lo encontramos al frente de las tropas de Cochabamba, al lado de Mariano Melgarejo, durante la insurrección del 27 de septiembre de 1857, que culminó con la caída del gobierno de Córdova. Yañez, gracias al apoyo de Linares, fue reincorporado al ejército donde ocupó diversas funciones, aunque sin relevancia alguna; luego volcó su lealtad a Achá, que terminó con el gobierno de Linares,[3] como vimos en párrafo anterior.

Y es, precisamente, bajo esta administración que adquiere cierta relevancia al granjearse la confianza del nuevo gobernante, y adquirir posiciones de relativa importancia, como la comandancia de La Paz.

Alcides Arguedas, a través de Ruperto Fernández, da a conocer la siguiente descripción de Yañez:

"Su carácter —dice el ministro Fernández, inspirador de sus actos,— participaba de los errores de una viciada educación por los hábitos adquiridos en el cuartel desde la clase de tropa; de modo que el prolongado imperio de la tiranía de nueve años, cuyos rigores sufrió, vino a formar en él un odio profundo y una especie de horror a sus autores. Era además, un hombre original: llegaba a convertir el valor en temeridad, la justicia en crueldad, la fortaleza en capricho y el patriotismo en intransigencia perseguidora”.[4]

Según establece Moreno, Ruperto Fernández mediante dos cartas escritas a Yañez inmediatamente antes y después del 23 de octubre, estaba al tanto de los acontecimientos.

PREPARATIVOS PARA LA MASACRE

La excusa esgrimida por el alucinado militar, conveniente o accidentalmente a cargo de la comandancia de La Paz, fue el preparativo de una conspiración que pretendía reponer en el gobierno a Belzu y Córdova, como se vio precedentemente —ambos enemigos irreconciliables de Yañez—, por quienes además, sentía un odio enfermizo.

Con el propósito de evitar que se consume la supuesta revuelta, Yañez se apresuró a ordenar la prisión de lo más granado del belcismo; de esa manera fue apresado un número elevado de personajes ligados a Belzu.

“En la noche del 29 del mismo mes [septiembre] —relata Gabriel René Moreno— y en la mañana del día siguiente se practicaron en la ciudad numerosas prisiones. Pasaba de una treintena el número de los arrestados. Eran todos de lo más granado del partido belcista allí existente; coroneles, generales, un ex-ministro de Estado, etc./ El 18 de octubre inmediato fue aprehendido en su chacra y reducido a prisión el ex-presidente de la república, Jorge Córdoba./ Estos arrestos y otros de personas de inferior condición se verificaron de orden del comandante general, con o sin consentimiento del jefe político, y dándose fundamento que la autoridad militar había descubierto una conspiración de cuartel contra el orden público”.[5]

Desde Potosí, el gobierno, “declaró en estado de sitio el distrito de La Paz y las provincias de Ingavi y Pacajes”.[6]

“Apenas alejado el gobierno de La Paz —dice por su parte, Alcides Arguedas—, comenzaron a correr rumores alarmantes en la ciudad. Se decía que los partidarios de Córdova y Linares preparaban un movimiento contra los poderes constituidos, y Yáñez se apresuró a comunicar esos rumores al gobierno el 29 de septiembre de 1861 y en hacer apresar en la noche de ese mismo día a varios de los principales sindicados entre los que se encontraban el hermano de Belzu, el mismo Córdova [que fue capturado dos semanas después], un ex ministro de Estado, y varios de los más sobresalientes belcistas, en número de treinta”. [7]

Moreno establece de la siguiente manera la inexistencia de ese complot, utilizado como pretexto para apresar y asesinar a los belcistas en La Paz:

“Es fuera de duda que, durante los días subsiguientes, los vecinos mismos de La Paz no estaban concordes en si hubo o no, en realidad, provocación o conato sedicioso. Después de dos o tres semanas, disipadas ya las naturales sombras del estupor, comenzó a asomarse y se abrió ancho paso en los ánimos la certidumbre clarísima de la verdad: habíase positivamente simulado por la autoridad un ataque”.[8]

“No he podido encontrar constancia —añade el propio Moreno—, en ningún documento entregado a la prensa, sobre el hecho notable de la sublevación, siquiera sea transitoria, de las Compañías del Segundo. Yañez mismo en su parte al gobierno no consigna hecho tan grave. Se refiere a un asalto de cholos a la casa de unos de los jefes del Segundo; afirma que, en esos momentos, los detenidos en el cuartel atropellaron a sus centinelas y avanzaron hacia el cuerpo de guardia; hace valer el hecho de que dicho jefe ha sido desaparecido, lo cual  resultó después sin significado ni exactitud para el caso”.[9]

Enrique Finot señala de manera contundente que “averiguaciones posteriores han demostrado que se trató de un simulacro de ataque, fraguado por Yáñez”,[10]

Esto muestra de manera clara que Yañez urdió un plan para dar rienda suelta a su insania antibelcista y asesinar a lo más representativo de esa tendencia política, bajo el pretexto de salvaguardar el orden público. ¿Para qué inventar un complot, si no tenía claridad sobre su inmediato actuar?, es decir, ¿si no tenía en mente vengarse sangrientamente de Belzu y sus seguidores por lo que —supuestamente — sufrió en los años de su exilio?

LOS HECHOS INOBJETABLES

Moreno relata los sucesos como sigue:

“El 23 de octubre de 1861, el comandante general de armas de La Paz, coronel Plácido Yáñez, en alta noche mandó asesinar con la fuerza pública a un medio centenar de ciudadanos, que arbitrariamente había hecho encarcelar días antes a título de belcistas conspiradores. Un mes cabal después de este suceso, el populacho de La Paz, cansado de ver impune y siempre revestido de autoridad al perpetrador de esta carnicería, tomó por asalto el palacio donde estaba encastillado con su gente, y ajustició al criminal con dos de sus cómplices. Se retiraron las turbas enseguida a sus casas./ Se retiró el populacho justiciero sin querer plegarse a la rebelión militar de tres cuerpos veteranos, rebelión que esa mañana sirviera al pueblo de preludio y base para la ejecución. Triunfante y aterrada a la vez, no se atrevió entonces esa rebelión a vitorear a su caudillo. El caudillo era el ministro de interior, Ruperto Fernández, a quien el pueblo sindicaba de hacer sido el instigador de Yañez. Ausente con el gobierno, estaba a la sazón Fernández en Sucre. La soldadesca rebelde se sometió al orden días después sin resistencia”.[11]

Arguedas, por su parte, narra del siguiente modo esos luctuosos acontecimientos: “Pronto se le presentó la oportunidad de desembarazarse de sus enemigos pues en la noche del 23 de octubre prodújose una especie de motín, fomentado, se dijo entonces, por el mismo Yáñez, para poner en libertad a los detenidos. Púsose en pie el gobernador y se dirigió a la plaza sumida en medrosa penumbra, pues no era costumbre entonces mantener encendidas las velas de cebo. Al llegar al Loreto fue avisado por el capitán de guardia que Córdova había intentado por dos veces atropellar a sus centinelas./ — "¡Que le den cuatro balazos!" — ordenó con voz iracunda./ Un oficial y varios soldados se lanzaron a cumplir la orden en el preciso instante en que Córdova, al sentir el ruido de la plaza, se había incorporado en su lecho y comenzaba a vestirse, halagado, sin duda, con la idea de verse libre merced a los esfuerzos de sus partidarios. No le dieron tiempo ni aun para defenderse y lo acribillaron a balazos, bárbaramente”.[12]

LOS INMOLADOS

Arguedas menciona que el número de víctimas pasaba de los setenta,[13] Martha Irurozqui indica que fueron 55;[14] Arazáes señala que alcanzaron a 60;[15] en ninguno de los casos se proporciona una nómina de la totalidad de los ciudadanos brutalmente ejecutados.

Moreno rescata los nombres de una veintena de los belcistas salvajemente asesinados por órdenes de Yañez, pero afirma que medio centenar fue inmolado. Los nombres de algunas víctimas aparecen en un informe dirigido al gobierno por el comandante ayudante de aquél, el “tuerto” B. Sánchez, quien tomó parte activa en los sangrientos sucesos:

“RELACIÓN DE LOS QUE HAN MUERTO. — José María Torres. — Hermenegildo Clavijo. — Pedro Espejo. — José Agustín Tapia. — Luis Valderrama. — Francisco de Paula Belzu. — José María Ubierna. — Juan Crisóstomo Hermosa. — Mariano Calvimonte. — Victoriano Murillo. — José Ugarte. — José Zuleta./ TROPA. Manuel Aguilar. — Basilio Suárez. — Manuel Alvarez. — Juan C.Cáceres. — Bernardino Camacho. — Carlos Pérez. — La Paz, octubre 24 de 1861. El comandante ayudante. B. Sánchez”.[16]

Aranzáes puntualiza que los inmolados fueron salvajemente ejecutados “en medio de la más espantosa confusión, unos de pié, otros de rodillas y otros tendidos en el pavimento. Mientras el comisario Dávila sacrificaba á los presos de la policía, el alcaide Aparicio a los de la cárcel y el comandante Santos Cárdenas hacía victimar a los presos del cuartel del 2º”.[17]

LA VERSIÓN DE YAÑEZ

Pero veamos seguidamente qué argumentó Yañez por entonces:

“En la versión defendida por Yáñez, éste dijo que se había despertado al oír ‘un tiro en el cuartel del batallón Segundo situado a pocas calles del palacio de gobierno’. Su alarma quedó confirmada por el bullicio procedente de la plaza y por el hecho de que cuando él y su hijo Darío se asomaron a los balcones recibieron descargas de arma. Tras llamar al coronel Luis Sánchez para que sostuviese el fuego con seis rifleros y dos fusileros, Yáñez salió con la columna municipal —unos cien hombres— a la plaza. Ésta fue dividida en dos secciones. De una se hizo cargo el oficial Benavente con el cometido de atacar al grupo que les disparaba, mientras la otra con Yáñez al mando, tras defender los otros lados de la plaza, se dirigió al Loreto. Una vez allí preguntó al custodio del lugar, el capitán Rivas, por las novedades acaecidas y éste le contestó que ninguna, salvo que Córdova había intentado dos veces atropellar al oficial de guardia Núñez. En respuesta Yáñez dio la orden de ‘pegarle cuatro tiros’, acción que cumplió el oficial Leandro Fernández. Después de indicar a Fernández y al oficial Cárdenas que ejecutaran a los detenidos en el cuartel del batallón Segundo, Yáñez hizo salir a todos los presos del Loreto de cuatro en cuatro. A excepción del general Calixto Ascarrunz, por el que intercedió Darío, todos fueron muertos. A ellos les siguieron los presos encarcelados en el cuartel de policía y en la cárcel, ocurriendo la matanza a mayor escala en el cuartel del batallón Segundo. Allí el único superviviente fue Demetrio Urdininea, del que se supo más tarde que era un espía de Yáñez”.[18]

Como se aprecia, con meridiana claridad todo fue parte de un plan preconcebido y tramado durante años por el extraviado criminal.

Aranzáes menciona que “el victimador para su defensa, hizo publicar una hoja inmunda El Boliviano, de quien [sic] un hombre serio, dice: ‘escrito impávidamente por puños más diestros en manejar la daga que la pluma’. No tuvo circulación y fué secuestrado por el odio público".[19]

ALGUNAS REACCIONES

El gobierno —como veremos adelante—, apenas conocidos los hechos, reunió al gabinete que sacó un pronunciamiento tibio sin condenar el desenlace, quizá con el pensamiento puesto en que evidentemente fue controlado un golpe de estado, abortado gracias a la oportuna intervención de Yañez y su caterva. Al respecto, Martha Irurozqui sostiene:

“Achá recibió la noticia en la ciudad de Sucre a través del ministro Fernández, quien interpretó muy favorable para los septembristas la casi desaparición de los principales miembros del partido de Belzu. La actitud victoriosa de muchos de ellos no sólo obligó al ministro Bustillos a renunciar a su cargo, sino que también debilitaba políticamente a Achá ya que mostraba fracasada la política de fusión a causa de la irredente actitud conspiradora de los belcistas. Bajo el entendimiento de que con lo ocurrido se había abortado una revolución y salvado el orden público, las cartas que el presidente envió en un inicio a Yáñez no lo reprobaron, sino que parecían aceptar que las autoridades escarmentasen a los belcistas por el miedo a una conspiración. Si bien ello fue más tarde utilizado para imputar a Achá la responsabilidad de los hechos, es necesario precisar que las primeras informaciones oficiales remitidas justificaban lo sucedido, sin que personajes críticos con Yáñez como el jefe político Rudesindo Carvajal expresase aún el horror que le producían sus actos. También hay que tener en cuenta que en esos momentos Achá se encontraba en una situación delicada debido al comportamiento hostil de Fernández y al favor que recibía de los linaristas”.[20]

“Por un lado —continúa Irurozqui—, estaban quienes aplaudían y alentaban el celo demostrado por el militar para evitar una nueva revolución; por otro, quienes no sólo consideraban extremas las medidas contra los belcistas, sino contrarias a la ley, siendo al principio mayoría los primeros. Frente a ello, en su papel de ‘sostenedor del orden público’, Yáñez persistió en su conducta de encarcelar a todos los belcistas de La Paz, incluido el ex presidente Jorge Córdova. Tras un intento fallido de demostrar que en su quinta de San Jorge éste hacía reuniones conspiradoras y acopio de armas, fue apresado el 21 de octubre debido a una nueva denuncia hecha por un sargento segundo y un soldado de la columna municipal que le acusaban de haberles abordado en la pulpería del barrio de Huturunco y pagado para que le ayudasen a liberar a los prisioneros. Se le recluyó en el Loreto junto a los principales prisioneros políticos”.[21]

EL SILENCIO DE LA PRENSA

Lo que llama la atención de este hecho atroz, es que la prensa de la época mantuvo un silencio sepulcral sobre el mismo… apenas escuetos comentarios sobre el particular, lo que induce a pensar, inclusive, que se trató de hacer que el hecho pase desapercibido, salvo por la frontal y  valiente actuación de un solo periódico que intervino como una especie de juez ciudadano. Al respecto, Moreno dice:

“La prensa setembrista y la prensa gobiernista, que juntas formaban la mayor parte de la prensa, sepultaron en una ola inmensa de olvido la carnicería del 23 de octubre. Por eso mismo y persiguiendo en ello una especie de reparación, he querido conceder, en estos anales, páginas extensas al asunto, y por ende a El Juicio Público que fue, contra ese crimen, el campeón denodado de la vindicta pública”.[22]

Publicaciones como El Boliviano, El Telégrafo y El Constitucional, se ocuparon de indisponer a la opinión pública contra el belcismo.

EL PUEBLO TOMA LA JUSTICIA EN SUS MANOS

Habida cuenta que las autoridades de gobierno no sancionaron a los culpables de semejante masacre, el pueblo, que tardó en salir de su asombro ante la crueldad demostrada por los asesinos, a treinta días de los luctuosos sucesos, tomó la justicia en sus manos, y en medio de una asonada, ajustició a Yañez y a algunos de sus subsecuentes seguidores, o mejor dicho en este caso concreto, cómplices.

Llama la atención la actitud tibia y hasta complaciente de Achá con los acontecimientos. Si bien es cierto que en los hechos significó quitar del camino a un significativo grupo de belcistas, con lo que resultó seriamente herido el partido, bajo ningún punto de vista es admisible la bestialidad con la que obraron Yañez y sus esbirros. Y más aún, que todo haya quedado como si nada hubiera pasado.

“El gobierno a la noticia oficial de los terribles acontecimientos de La Paz —refiere Nicanor Aranzáes—, comunicada por su promotor, la consideró inmediatamente en consejo de gabinete. Asistieron a este acto y tomaron parte en las deliberaciones los ministros, Ruperto Fernández, Rafael Bustillos, Manuel Macedonio Salinas y Celedonio Avila. De común acuerdo con el Presidente Achá, acordaron contestar en términos vagos e indefinidos, esto es sin pronunciarse sobre los hechos producidos”.[23]

Añade Aranzáes: “El General Achá descendiendo de su alto puesto de primer magistrado de la Nación, escribió al asesino el día 10 de noviembre de 1861, titulándole su querido amigo, demostrando una señalada afectuosidad en el hecho de expresarle que le deja esa carta en el correo, porque al día siguiente tenia resuelto emprender viaje al Norte, tomando esa precaución para que no le falten sus comunicaciones ni entre en cuidados”.[24]

“Pasado un mes de estos espantosos asesinatos políticos —relata José Macedonio Urquidi—, el 23 de noviembre, el Coronel Narciso Balza se sublevó en la misma ciudad, pronunciándose á favor de Ruperto Fernández; atacó, con el batallón de su mando y la columna municipal, al batallón del Coronel José María Cortés, militar pundonoroso que cayó herido de muerte; el pueblo, aprovechándose de este desorden, se amotinó en grandes masas, pidiendo la ‘cabeza de Yáñez’, el que sitiado y atacado en el palacio, en su desesperación había logrado escalar uno de sus muros y, herido por una bala certera en el tejado, rodó (desde 15 m. de altura) hasta el suelo, siendo después arrastrado por las calles su sangriento cadáver, que fue desgarrado por la ira popular…”.[25]

Enrique Finot dice: “Cuando Achá llegó a Oruro, Balsa se encontraba en La Paz, al mando de un batallón, con el que se sublevó el 23 de noviembre, atacando el cuartel de las fuerzas adictas a Achá. Dominadas éstas, con el auxilio de la plebe que se congregó con propósitos de venganza contra Yáñez, la tropa amotinada fue arrastrada por el pueblo hasta la casa de gobierno, en la que se había refugiado el asesino de octubre, al mando de un piquete que no pudo resistir el ataque. Tomado el palacio, Yáñez pretendió escapar por los techos, pero derribado de un balazo hasta el patio de una casa contigua, donde se descubrió su cadáver, el populacho lo escarneció y arrastró por las calles. Así fueron castigados, por la justicia popular, los crímenes perpetrados por aquel malvado”.[26]

El tendencioso historiador chileno Ramón Sotomayor Valdés, en su incomprensible afán de atenuar la responsabilidad de Yañez en los dramáticos sucesos dice a la letra: “Nada prueba concluyentemente que Yañez tuviese meditado i resuelto un plan para aquella trajedia, ni que no hubiese creido de buena fé en las provocaciones i síntomas de desórden de aquella noche. Pero aceptado todo esto en favor de Yañez, ¿con qué puede medirse todavía su ferocidad i su torpeza en aquellas órdenes de matar á tantos desdichados prisioneros, sin más que oir algunos tiros i ver algunos grupos de gente alzada en la calle?/ El pueblo, que á menudo adivina la verdad i suele pesar los grandes sucesos en justiciera balanza, vió en Yañez la única cabeza responsable de aquel atentado. Maldíjole en su corazon i esperó la oportunidad del castigo”.[27] No obstante, como dijimos antes, el hecho de que haya fraguado una asonada para justificar los asesinatos, de suyo es suficiente para tener la certeza de que todo fue parte de un plan previamente elaborado para acabar con el belcismo y el “peligro” que representaba.

Más adelante, sin embargo, el propio historiador chileno apunta: “…mui bien pudo atravesar por la mente febril de Yañez la idea de sacrificar de una vez á sus prisioneros, lo que para el importaba romper los lazos convencionales de la justicia humana para dar, sin embargo, un golpe merecido a un partido funesto i evitar muchos nuevos trastornos a la nación”.[28]

Este hecho no tiene parangón en la historia de Bolivia ni pretérita, ni actual, tanto por la sangre fría con que ocurrieron las ejecuciones, cuanto por la cantidad de inmolados. En efecto, los ajusticiados no tuvieron oportunidad de defenderse, ya que desarmados todos ellos, fueron fusilados sin contemplación de ninguna naturaleza ya sea en grupos de a cuatro o individualmente, como ocurrió en el ex presidente Jorge Córdova.

Sin embargo de ello, Arguedas sostiene que el sangriento suceso fue “la repetición, con ligera variante, de la victimación de Blanco, el 1° de enero de 1829, sólo que esta vez las víctimas eran cincuenta, comprendiendo hasta soldados cuya lealtad se había hecho sospechosa. Una verdadera carnicería, imputable principalmente a la ferocidad de Yáñez. Tanto en el edificio del Loreto, como en la plaza principal, en el cuartel del batallón segundo y en la cárcel, lugares de concentración de los presos, la matanza fue espantosa. El gobierno, al conocer los sucesos, no tomó medida alguna, aunque se conocían anticipadamente las intenciones de Yáñez”.[29]

Esta matanza queda registrada como una mancha imperecedera que cubre de sangre la administración de José María Achá, aunque la responsabilidad no ha sido imputada directamente al ex presidente, ya que el peso de la misma recayó exclusivamente sobre el extraviado militar Plácido Yañez.

Por ello, Aranzáes señala de manera contundente: “Tan horrendo crimen llenó de terror y espanto á la nación, solo Achá permaneció impasible, no le negó sus favores al asesino, no le destituyó ni le sometió a juicio cual lo requería la justicia y la vindicta pública. Responsable ante la posteridad, así como sus ministros que no supieron llenar su deber”.[30]

Consideramos, pues, que dada la frialdad de la reacción del mandatario, que ni siquiera pretendió llamar la atención de Yañez por la brutalidad de los ajusticiamientos, que al menos secretamente en su interior, avaló el accionar del enajenado militar, si no es que dio luz verde para tal conducta, ya que, como vimos en párrafo anterior, no eran desconocidas las intenciones de Yañez, y convenientemente, en los días previos, Achá se alejó al sud del país a restaurar el orden…

Fuentes consultadas

 

Aranzáes, Nicanor. Las revoluciones en Bolivia. Segunda edición, Librería editorial Juventud, La Paz, 1980.

Aranzáes, Nicanor. Diccionario histórico del departamento de La Paz. Segunda edición facsimilar, Fondo editorial municipal Pensamiento Paceño, La Paz, 2018.

Arguedas, Alcides. Historia General de Bolivia. Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, Sucre.

Finot, Enrique. Nueva historia de Bolivia. Ensayo de interpretación sociológica. 7ª Edición. Editores: Gisbert & Cia. S. A., La Paz, 1980.

Moreno, Gabriel René. Matanzas de Yañez. Librería Editorial Juventud, La Paz, 1976.

Irurozqui, Martha. “Muerte en el Loreto. Ciudadanía armada y violencia política en Bolivia (1861-1862)”.  Revista de Indias, 2009, vol. LXIX, núm. 246.  Págs. 129-158.

Urquidi, José Macedonio. Compendio de Historia de Bolivia. Segunda Edición, notablemente corregida y aumentada, Imprenta de El Heraldo, Argentina, 1905.

Sotomayor Valdés, Ramón. Estudio histórico de Bolivia bajo la administración del jeneral D. José María de Achá.  Con una introducción que contiene el compendio de la guerra de independencia i de los gobiernos de dicha República hasta 1861. Imprenta Andrés Bello,  Santiago, 1874.  550 P.

 

 

Webgrafía

https://es.wikipedia.org/wiki/Pl%C3%A1cido_Ya%C3%B1ez recuperado el 10 de mayo de 2020.


[1] Moreno, Gabriel René. Matanzas de Yañez. Librería editorial Juventud, La Paz, 1976. P. 14.

[2] Aranzáes, Nicanor. Diccionario histórico del departamento de La Paz. Segunda edición facsimilar, Fondo editorial municipal Pensamiento Paceño, La Paz, 2018. P. 799.

[3] V. https://es.wikipedia.org/wiki/Pl%C3%A1cido_Ya%C3%B1ez recuperado el 10 de mayo de 2020

[4] Arguedas. Historia General de Bolivia. Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia. Sucre. P. 167.

[5] Moreno, Gabriel René. Matanzas… P. 22.

[6] Moreno, Gabriel René. Matanzas… P. 23.

[7] Arguedas. Historia… P. 167.

[8] Moreno, Gabriel René. Matanzas… P. 39.

[9] Moreno, Gabriel René. Matanzas… P. 40.

[10] Finot, Enrique. Nueva historia de Bolivia. Ensayo de interpretación sociológica. 7ª Edición. Editores: Gisbert & Cia. S. A., La Paz, 1980. P. 262.

[11] Moreno, Gabriel René. Matanzas…. P. 8.

[12] Arguedas. Historia… P. 169.

[13] Arguedas. Historia… P. 169.

[14] Martha Irurozqui. “Muerte en el Loreto. Ciudadanía armada y violencia política en Bolivia (1861-1862)”. P.  129, 130.

[15] Aranzáes, Nicanor. Las revoluciones en Bolivia. Librería editorial Juventud, La Paz, 1980. P. 173. Reproduce el informe de B, Sánchez, transcrito inicialmente por Moreno. Matanzas… P. 27.

[16] Moreno, Gabriel René. Matanzas… P. 27.

[17] Aranzáes, Nicanor. Diccionario… P. 799.

[18] Irurozqui. “Muerte…”. P. 138, 139.

[19] Aranzáes, Nicanor. Las revoluciones… P. 174.

[20] Irurozqui. “Muerte…”. P. 139.

[21] Irurozqui. “Muerte…”. P. 138.

[22] Moreno, Gabriel René. Matanzas… P. 20.

[23] Aranzáes, Nicanor. Las revoluciones… P. 173. 

[24] Aranzáes, Nicanor. Las revoluciones… P. 174.

[25] Urquidi, José Macedonio. Compendio de Historia de Bolivia. Segunda Edición, notablemente corregida y aumentada, Imprenta de El Heraldo, Argentina, 1905. P. 109.

[26] Finot, Enrique. Nueva historia de Bolivia... 261, 262.

[27] Sotomayor Valdés, Ramón. Estudio histórico de Bolivia bajo la administración del jeneral D. José María de Achá.  Con una introducción que contiene el compendio de la guerra de independencia i de los gobiernos de dicha República hasta 1861. Imprenta Andrés Bello,  Santiago, 1874.  P. 216.

[28] Sotomayor Valdés, Ramón. Estudio histórico… P. 215.

[29] Arguedas, Alcides. Historia… P. 180.

[30] Aranzáes, Nicanor. Diccionario… P. 799, 800.

 

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