Manuel Isidoro Belzu el “tata” cansado de luchar con sus
opositores dimitió a la presidencia del país en agosto de 1855 y salió al
exilio a Europa.
Tras una larga estancia de diez años en Europa, Belzu (se
dice que) se alzó contra el general Mariano Melgarejo. Apoyado por el
pueblo, obtuvo una victoria sobre las fuerzas gubernamentales “melgarejistas” ,
pero, en la confusión de la batalla, Melgarejo logró entrar al Palacio
Quemado, donde se encontraba Belzu y lo asesinó.
En esta oportunidad les traemos los pormenores de la llegada
de Belzu a La Paz y la Batalla contra las fuerzas de Melgarejo, según la pluma
de Augusto Cespedes en su obra: Las Dos Queridas del Tirano.
EL “TATA” BELZU LLEGA A LA PAZ
En La Paz no hacían consonantes sino barricadas. Organizar
su popularidad era el problema de Belzu rebasado por las multitudes que seguían
siendo tan belicistas como 10 años antes. Él no había hecho la Revolución. Encontró
que el pueblo se la hacía a manera de bienvenida. Desde su aparición en Corocoro
a 20 leguas de La Paz, allá donde llegaban los soldados le presentaban armas y
los paisanos le alzaban en hombros. A la noticia de su aproximación el pueblo
paceño había inundado las calles como una araña a la mosca atrapado a la
columna del orden. Los soldados dejaron solo al coronel Cortés que tuvo que
huir. “Ese día y el siguiente los caminos se llenaron de largas hileras de
peregrinos, les parecía un sueño. ¡ ya esta en Viacha¡ ¡ya está ya está en El Alto¡
Escenas de apoteosis, el hombre no pisaba el suelo, seguíanlo pueblos enteros
contemplándole maravillados y los que estaban lejos pedían a gritos que los
dejaran acercarse para tocarlo, y convencerse de que no era una ilusión. ¡Tata Belzu,
Tata Belzu¡ Desde El Alto hasta el Palacio como en sueños. “Los viejos le
llevaban sus hijos equipados para el combate, las señoras le enviaban armas
cargadas por su mano y adornadas con ramilletes de flores, las verduleras y
fruteras del mercado le llevaban dinero, los jóvenes mas apuestos de la ciudad
se le presentaron armados de rifles, niños de todas edades y condiciones solicitaron
constituirse en su guardia personal”.
Belzu se anonada bajo el peso de su popularidad. Ya no es él
fogoso coronel de bicornio emplumado, el de la barba árabe en curva homologa a
su sable demasquinado siempre listo al ataque. Refinado, europeizado, sumergido
súbitamente en la plebe después de 10 años, sin un período de readaptación
tiene que enfrentar el solo el choque con el tumulto popular. Le falta su
estado mayor exterminado por Yáñez que le pudiera ayudar a convertir en
gobierno el alborozo, el vocerío, las caras nuevas, para organizar las
donaciones y usar eficazmente los brazos más entusiastas que bien armados. La
velocidad de su encubrimiento no le da tiempo para ordenar la montonera de la
emoción popular ni de formar una milicia militar disciplinada. Melgarejo se
había llevado todo el equipo bélico, para no exponer la ciudad a la soldadesca
melgarejuna Belzu propuso el plan de enfrentarla en el altiplano. Le
disuadieron los viejos paceños, sabían que débiles en el campo abierto, dentro
de la ciudad son invencibles. En una exploración que hizo Belzu en las
proximidades de El Alto, cayó prisionero de la descubierta de Melgarejo, que la
muchedumbre quiso linchar. El caudillo la protegió y lo llevó consigo. A última
hora se decidió y ordenó la construcción de barricadas, confiándolas a la
ingeniería popular. “hombres, mujeres y niños acudían cargando adobes, piedras
y toda especie de materiales. Luego, transformados de cargadores en ingenieros
trabajaron toda la noche a la luz de las fogatas. A la mañana siguiente, como
por encanto, la plaza se hallaba circuida de fuertes barricadas y el pueblo,
ebrio de entusiasmo, armado solamente de 180 fusiles, espero. Belzu inspección
o las barricadas, recibido con gozosas aclamaciones”.
La ingeniería popular improvisó durante la noche barricadas
en las calles del Comercio, Santa Bárbara,
San Pedro, La Merced, Villamil, el Tambo, en el puente Socabaya y se apostaron
tiradores en las torres de los templos.
MELGAREJO ATACA
Entretanto Melgarejo con su ejercito e 1600 hombres bien
armados se aproxima a la hoya de La Paz.
A las 11:00 de la mañana la infantería, caballería y
artillería entraron a la ciudad con un perfecto plan de combate, atacando por 4
puntos. La tostadera resonó en la cuenca durante cuatro horas de combate. Los
batallones asaltantes eran rechazados allá donde se metían. Las barricadas
resultaron inexpugnables, en las cuestas las zanjas impedían el rodado de los
cañones, la caballería tropezaba y desde ventanas y desde las torres de Santo Domingo
los francotiradores cazaban a los melgarejistas. En la calle del Comercio -relata
campero- para hacer pasar un cañón sobre una fosa abierta a lo ancho de la
calle se usó como puente 2 “hojas o manos de la gran puerta que fueron
arrancadas de su quicio por algunos corazones y conducidas por los mismos a la
zanja, si bien con pérdida de los 2 ellos”. También los defensores hicieron
fracasar el principal ataque, dirigido contra la barricada de la Merced con
soldados “que penetraron por las puertas traseras del convento, forzadas a
cañonazos, como las del templo mismo que fue teatro de un sangriento combate”.
Relato anónimo informa que “Melgarejo se constituyó allí en
persona, con sus mejores materiales de guerra; cañones, jefes y soldados ofreciéndolos
al holocausto inútil a los tiros de la barricada, mientras él se mantenía
cubierto. Esto explica como en aquella matanza horrible que cubrió de cadáveres
el atrio y una parte del templo, él sólo quedó ileso. Entonces desesperado de
todo expediente, hizo alto de combate y fue a vagar solo por las inmediaciones
desiertas que estaban abrigo de los fuegos”. En cambio, sin mucho alarde, es
perceptible la acción serena y valerosa de Campero.
Va cesando el fuego. La cubicuidad del pueblo agota el ímpetu
de los atacantes, que sienten por todos lados la presencia del pueblo sin armas
que espera el momento de rematar a los melgarejistas. “Contemplaban con espanto
su desesperada posición. Su derrota estaba consumada y no les quedaba ni un
recurso de fuga, pues los que no podían huir eran perseguidos por el pueblo que
se hallaba fuera de las barricadas”.
Melgarejo con su escolta vaga en las calles desiertas. Sólo
queda el olor de la pólvora. Ya no se oyen sino tiros aislados. le informan que
sus soldados han dejado de atacar y algunos, pegados a las paredes, saltando de
quicio en quicio, agitan sus gorras pidiendo cuartel a gritos. Jefes y
oficiales se han pasado a confraternizar con
los belcistas que los reciben alborozados.
Fuente: Las Dos Queridas del Tirano. De: Augusto Cespedes.
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