ROJO, AMARILLO Y VERDE

 


Por: Juan José Toro Montoya (*) / Publicado en Los tiempos de Cochabamba, 13 de agosto de 2021.

A la luz de la legislación, la bandera boliviana fue fijada en los colores rojo, amarillo y verde recién en el decreto que se promulgó el 19 de julio de 2004 pues, antes de esa fecha las variantes eran punzó en lugar de rojo; oro en vez de amarillo, y el verde que siempre fue así. ¿Qué secretos esconde la tricolor?

La bandera boliviana fue creada por la misma Asamblea Deliberante que fundó Bolivia, pero 11 días después; es decir, el 17 de agosto de 1825. En esa fecha, un decreto de apenas dos artículos, firmado por el presidente de la Asamblea, José Mariano Serrano, y los diputados secretarios, creó la bandera de la República Bolívar con dos colores: el punzó, que es una variante muy viva del rojo, y el verde.

Se cree que la bandera tenía franjas horizontales, pero la verdad es que el decreto del 17 de agosto de 1825 dice lo siguiente: “La bandera nacional será bicolor, verde y punzó; el campo principal será punzó, y á uno y otro costado irán colocadas dos fajas verdes del ancho de un pie…”

Si interpretamos correctamente “á uno y otro costado”, entenderemos que las franjas eran verticales, aunque es muy probable que se la haya utilizado con las franjas horizontales.

Esta primera bandera no debió convencer del todo a los políticos de la época porque fue rápidamente cambiada. El 25 de julio de 1826, la Asamblea Constituyente, presidida por Casimiro Olañeta, aprobó otra norma. Esta vez se trató de una ley que en su artículo único disponía “Que á la bandera nacional se ponga una faja amarilla superior, en lugar de las cinco estrellas de oro”. La ley fue promulgada el 25 de julio de 1826 por el presidente Antonio José de Sucre.

Este hecho determina la transformación de la bandera bicolor en una tricolor con franjas recién horizontales y con colores amarillo, punzó y verde. Todavía no se utilizaba el rojo como tal.

Tuvieron que transcurrir 25 años para el siguiente cambio trascendental. El 5 de noviembre de 1851, la convención nacional aprueba una Ley de tres artículos que señala que los colores de la bandera serían los siguientes: “el punzó en la parte superior, el amarillo al centro y el verde en la parte inferior”.

Como se ve, se mantiene el color punzó y no se menciona al rojo. Recién es el 14 de julio de 1888 que, mediante un decreto emitido por el presidente Gregorio Pacheco, se fijan los colores de la bandera boliviana más o menos como los conocemos hoy; es decir, “la bandera nacional consta de tres fajas horizontales de igual anchura y dimensiones, colocadas en este orden: una roja en la parte superior, una color oro en el centro y una verde en la parte inferior”.

Nótese que, sin bien se especifica que el primer color, el de la franja superior, debía ser rojo, no se pone color amarillo, sino oro.

Aunque parezca difícil de creer, la bandera se mantuvo legalmente así, con colores rojo, oro y verde hasta el siglo XXI, cuando el gobierno de Carlos Mesa promulgó el Decreto Supremo 27630 de 19 de julio de 2004, que norma el uso de todos los símbolos patrios y establece por primera vez en la historia que los colores de la bandera boliviana son el rojo, amarillo y verde.

Este decreto también es el que incluye por primera vez la vieja versión de que el rojo representa la sangre derramada por nuestros héroes, que el amarillo son las riquezas y recursos naturales mientras que el verde representa la riqueza de nuestra naturaleza y la esperanza. Esto mismo se repite en el Decreto Supremo 0241 promulgado el 5 de agosto de 2009 por el gobierno de Evo Morales. Hasta antes del decreto de 2004 no está documentada la explicación del simbolismo de los colores de la bandera.

El historiador y numismático Daniel Oropeza Alba advierte que “los nombres propios de los colores punzó (para el rojo vivo) y oro (para el amarillo) son correctos en vexilología”; es decir, en el estudio de las banderas. En la teoría del color, cada tonalidad tiene su nombre y es un color aparte. Así, el rojo tiene tonalidades como punzó, carmesí o escarlata que, pese a ser básicamente lo mismo, se convierten en otros colores por sus variantes específicas.

Por tanto, aunque todos sean en tonalidad rojo, el punzó es un color y el carmesí y escarlata son otros. Entre las variantes está, también, el color vino.

En cambio el rojo, y el amarillo, sin tonalidades, son eso, colores básicos, y son citados así solo a partir del decreto del 19 de julio de 2004. Antes de eso, hubo tonalidades en rojo y amarillo, mas no colores.

(*) Juan José Toro es presidente 2018-2020 de la Sociedad de Investigación Histórica de Potosí (SIHP).

 

ATAQUE INESPERADO A GABRIEL RENÉ MORENO

 


Publicado en El Deber de Santa Cruz de la Sierra - Bolivia, el viernes 06, agosto de 2004.

 

Gabriel René Moreno nació en Santa Cruz de la Sierra el año 1834. Abandonó el solar nativo en busca de mejores horizontes y se graduó de abogado en Chile. Retornó fugazmente a la patria, pero pronto se marchó a tierras extranjeras y lejanas

El mes de diciembre de 1933 fue presentado en la Cámara de Diputados un proyecto de ley declarando feriado el 6 de febrero de 1934, homenaje al centenario del nacimiento de quien fue ilustre polígrafo boliviano, don Gabriel René Moreno. Otro proyecto disponía la reedición de las páginas escogidas del eminente escritor.
Después de muchos años en los que la maledicencia se había ensañado con Moreno, la justicia llega para el solitario calumniado. Ese año, le tributaban sincero y espontáneo homenaje a las nuevas generaciones que, ausentes de apasionamientos y rencores, veían sólo la figura respetable del intelectual y del patriota.
Gabriel René Moreno nació en Santa Cruz de la Sierra el año 1834. Abandonó el solar nativo en busca de mejores horizontes y se graduó de abogado en Chile. Retornó fugazmente a la patria, pero pronto se marchó a tierras extranjeras y lejanas. En todas partes, “sus manos nerviosas deshojaron viejos infolios y sus ojos ávidos descifraron desteñidas caligrafías”. Solitario y huraño, plantó en Santiago de Chile su tienda de peregrino melancólico y orgulloso, para dedicarse apasionadamente a la tarea de desentrañar nuestro pasado, en la intrincada madeja del tiempo penumbroso y borrascoso, la completa dilucidación de los sucesos históricos.
René Moreno fue un escritor castizo, profundo y elegante, “sabio y torvo” que diría Max Grillo. Su pluma, al mismo tiempo pincel de artista y bisturí de cirujano, pintaba con igual maestría la belleza de un paisaje bello y sobrio, o incidía en la lacra corrosiva para extirparla con la severidad y la autoridad de su juicio inapelable.
Cruceño de estirpe andaluza, aristócrata de la inteligencia y del espíritu, René Moreno reunía pureza de raza y de líneas, excluyentes de toda bastardía. Si en el espíritu y en la sangre no confluían las taras del ancestro, no pudo ser el traidor, anatema que le persiguió, resentida de no poder mellar la extraordinaria personalidad de tan alto exponente de la cultura americana. Víctimas de contradictorias y furiosas explosiones de los mezquinos, fueron perseguidos con el mote vil, quien no pensó sino en su Patria “a la que consagró todas las energías de su espíritu”.
Confiado en la tranquilidad de su conciencia, armado con el escudo de su dignidad orgullosa y desafiante, René Moreno esperó obediente al consejo de su amigo Salinas Vega, “la hora de la calma, de la justicia y de la luz”.
Seguro de su talento y su linaje, de su espíritu sin mezcla atacó al “doctor altoperuano”, el leguleyo que encuentra todo campo estrecho para sus bribonadas. Y combatió también al cholo, prototipo de la doblez y la simulación.
Esta rudeza en la expurgación de las taras sociales del medio boliviano le concitó el odio de los fracasados. La Justicia, fuerza grandiosa y formidable, ha reivindicado al gran calumniado. A tantos años de su muerte, un sentimiento uniforme de respeto rodea al intelectual puro y patriota que “reposa –según Vásquez Machicado– al otro lado de la gran Serenidad, donde no llega ni el aplauso interesado de los mediocres ni el insulto procaz de los malvados”.

LA “SANGRÍA”
DE LA DISCORDIA
Imbuido de estos sentimientos el Congreso de 1933, desea colmar de máximos homenajes a esa gloria literatura de Bolivia, en el primer centenario de su nacimiento, acalladas las pasiones y la luz de la verdad y de la justicia brillaba esplendoroso. Un diputado oriental, Crisanto Valverde, pide que se considere el proyecto que asigna la suma de diez mil bolivianos para editar las obras escogidas de Moreno.
Preside la Cámara de Diputados otro literato eminente, Franz Tamayo, quien para sorpresa general, asegura que en momentos de crisis, esa erogación “constituye una verdadera sangría al Erario”.
Nadie esperaba reproche semejante, menos los diputados orientales que se encolerizan por esta irreverencia del Presidente hacia el consagrado hombre de letras, para el que suponen estar vedada toda crítica y la intención de una ofensa. La frase restalla como un latigazo en la Asamblea, sembrando alguna confusión entre los proyectistas, desconcertados breves momentos, pero vigoroso en la defensa después.
Uno de ellos muestra extrañeza porque un literato de los prestigios del Presidente de la Cámara, sea el primero en alzarse contra Moreno y su obra; que, en ningún caso, la impresión de esas obras escogidas puede constituir “una sangría”.
Tamayo sacude desdeñoso su melena, signo inequívoco de que no se dejará amedrentar por el movimiento morenista. Descende de la testera presidencial para terciar en el debate y ante la estupefacción de los de aquí y los de allá, dice impugnando el proyecto:
“Ya que es propicia la ocasión y se me obliga a ello, yo denuncio a Moreno como a un difamador de Bolivia. Todo nuestro desprestigio actual lo debemos a Moreno, que es el autor de la clásica frase del “doctor altoperuano” y del “cholo altoperuano”. Y esa fama infame que arrastra el boliviano en el extranjero, se la debemos exclusivamente a Moreno”.
Luego aprovecha la oportunidad para fustigar a otro historiador boliviano (Alcides Arguedas) acostumbrado a decir las cosas con rawza “imitador sin la formidable dialéctica de él (Moreno), pero sí más tonto y más vil, cuyo nombre no quiero decir”.

BRIOSA DEFENSA
DE LOS “MORENISTAS”
La temperatura sube de punto. Blasfemia parecen las palabras de Tamayo, literato, contra Moreno, escritor. Los diputados, unos más que otros, se empeñan en rebatirlo, trayendo ejemplos de Hugo, Zola, Sarmiento, Montalvo, de Isaac Tamayo, de los propios diputados, alguno de los cuales llamaron a los bolivianos “castrados”; del mismo Presidente Tamayo que refiriéndose “a los hombres públicos, de la élite del país”, dijo que “eran unos callahuayas de la política, callahuayas de las finanzas, callahuayas de la ciencia”. “Por ello no se le puede llamar difamador. Entonces, tampoco es un crimen la crítica de Moreno. Ojalá hubiera escrito con mayor severidad”, concluye el diputado por Vallegrande, Rubén Terrazas, uno de los más entusiastas defensores de Moreno.
Ríos Bridoux enjuicia en vehemente y enjundioso discurso, la obra valiente y depuradora de Moreno. Luego se refiere a la tortuosa trayectoria del cholo y su nefasta influencia en los destinos nacionales, arrancando de este fenómeno étnico y social, la conclusión de que al cholo se deben las mayores desventuras de la Patria.
Pero el que con más asume emoción la defensa del célebre autor de los Últimos Días coloniales del Alto Perú, es el novel diputado Crisanto Valverde, autor del proyecto duramente combatido por el Presidente titular de la Cámara.
“A mi juicio –dice entre otros conceptos– esta es una de las actuaciones más infelices del señor Tamayo en su larga y ponderada carrera de hombre público; y como hombre de letras, su actitud es más infeliz todavía. Es un error el suyo, así como de otros que tratan de ensombrecer una reputación como la de Moreno. Yo creo que la desgraciada actuación del señor Tamayo ha sido impremeditada, porque lo contrario querría decir que sólo debemos aplaudir a los caudillejos de la política criolla, servir de sus eternos inciensadores y rechazar a los que nos muestran nuestros propios defectos”.

INSISTENCIA
DEL IMPUGNADOR
Cualquier diputado se habría amedrentado ante esta tromba oratoria que se descarga por todos lados y, si no confesar su error, hubiera optado cuando menos por el silencio o la retirada. Pero las condiciones de dialéctico formidables que distinguen al autor de La Prometheida, unidas a su enorme autoridad, le llevan a ratificar sus conceptos, mostrando los ejemplos puestos de Hugo y Montalvo, como fustigadores de las tiranías funestas y no de los pueblos franceses y ecuatorianos. , “sin lanzarse como fieras desconocidas sobre su pueblo”.
“Y el pueblo, señores diputados – continúa – deben merecer todas nuestras consideraciones, todo el respeto a que le hace acreedor su espíritu de abnegación y sacrificio. Sin embargo el pueblo ha sido calumniado y Bolivia quedó también calumniada”, “Concretando el caso de Gabriel René Moreno, ¿sabía prever que el pueblo boliviano daría grandes ejemplos de virtud, grandeza y valor? Ese pueblo que ha vilipendiado con tanta furia, ha dado al mundo los sublimes espectáculos de Campo de la Alianza y Campo Jordán. Y actualmente ese pueblo casi vencido, abrumado por la miseria, sangrante y extenuado, se mantiene sereno y tranquilo escuchando los dictados de su conciencia y acudiendo al llamado de la Patria, y como ha dado hasta ahora, sigue dando más sangre y más dinero, más dinero y más sangre”.
La invocación patética sacude las fibras sentimentales de los concurrentes a las tribunas. Esos hombres que matan sus ocios en la barra del Congreso, están siempre prestos a desgañitarse aplaudiendo cuando se halagan su vanidad pueril. Y por eso aplauden ahora entusiasmados al Presidente de los Diputados, habilísimo, conocedor de la psicología de las masas.
La discusión concluye a las 18 horas del día 5 de enero de 1934 y el proyecto se aprueba por abrumadora mayoría: 32 votos a favor, 4 en contra.
El nuevo homenaje a Moreno es reconocimiento al hombre de pensamiento y de espíritu. A quien, en ejemplar renunciamiento a las frutas terrenas, vivió encerrado entre las paredes de su biblioteca, en permanente contacto con viejos papeles y voluminosos infolios, tallando su prosa maravillosa con el buril de su talento y su ingenio. Su obra es un monumento de verdades dolorosas, de cuyo fondo emergen para las nuevas generaciones provechosas enseñanzas. Los estudiosos buscan ansiosamente sus libros como fuentes de consulta para marcar episodios de nuestra dramática historia nacional.
El veredicto histórico le consagra definitivamente. “Las tachas que han acumulado contra Moreno por su intervención en la guerra del Pacífico – decía el periodista Walter Dalence – pese a los pigmeos negroides y mestizos que hozaban sus plantas, han quedado para siempre desvanecidas”. “Sólo queda inconmovible el monumento de su obra bolivianista y el ejemplo luminoso de su vida y de su espíritu.

 

Moises Alcazar.

DEL TIEMPO HEROICO. MAXIMILIANO PAREDES


 

Publicado en El Deber de Santa Cruz de la Sierra - Bolivia, el viernes 06, agosto de 2004.

Tomado Del libro Patrimonio Histórico y Cultural de Cobija Pág. 92-93 Editorial “Franz Tamayo” 2004.

Maximiliano Paredes era un combatiente del Batallón “Independencia” que a la sazón se encontraba en “Riosinho” desde el 6 de diciembre del 1900, esperando el inminente ataque de los acreanos.


El día 12 del mismo mes al amanecer, encontrándose a Maximiliano Paredes como centinela de avanzada del puesto No. 4 y justo cuando el Corneta Maestro del Batallón tocaba el primer toque de diana, sintió movimientos en la selva. Al no haber obtenido respuesta al alto dado y comprobado que el enemigo avanzaba cautelosamente, con la clara intención de sorprender a los defensores de Riosinho, comenzó a disparar su arma mientras daba estentóreos gritos vivando a Bolivia, acción heroica que le costó la vida pero que Logró alertar y poner en movimiento a la Segunda Compañía al mando del capitán Manuel Arteaga que reforzó inmediatamente el sector junto con las otras unidades.


Después de dos horas de combate, los insurgentes abandonan el campo, dejando una quincena de muertos. Habían los acreanos disparados más de 20.000 proyectiles sobre los defensores de Riosinho, lo que nos da una idea de lo feroz de la arremetida.


En el glorioso combate de Riosinho perdió la vida el Tte. Ernesto Crespo y los soldados Maximiliano Paredes, Rosendo Chávez, Francisco Mordelón y el Dr. Justiniano Cladera. Maximiliano Paredes había caído acribillado a balazos cuando dio la alerta, evitando el movimiento envolvente planeado por los acreanos, actitud valiente que mereció el reconocimiento a través de la Orden General que, textualmente, dice: “Cuartel General de Riosinho.-Diciembre 13 de 1.900 .- El Ministro de Guerra en Comisión y Comandante en Jefe de las Fuerzas Pacificadoras del Acre, Coronel Ismael Montes.- Teniendo en cuenta el heroico comportamiento del soldado Maximiliano Paredes que murió valientemente en el hecho de armas de ayer, defendiendo su puesto de Centinela de Avanzada, dispone: El nombre del soldado Maximiliano Paredes subsistirá en la lista de compañía y cuando sea llamado contestará el Sargento de Semana, “muerto heroicamente en Riosinho el 12 de diciembre de 1900”.- Comuníquese, Montes.- Comunicada, el Jefe del Estado Mayor M. Aguirre”.


El nombre del centinela Maximiliano Paredes simboliza hasta hoy el valor y la valentía del soldado boliviano. La plaza que lleva su nombre, así como el busto que la adorna y recuerda su memoria así lo confirman. El busto fue obra del Batallón Riosinho 6 de Ingenieros.

SAN MATÍAS, SANTA CRUZ SEGÚN PERCY FAWCETT (Parte II)

  

Iglesia de San Matías, Santa Cruz - Bolivia

Primera parte: PERCIVAL H. FAWCETT, RELATA SU VIAJE DE PARAGUAY A PUERTOSUAREZ. (parte I)


A comienzos de julio habíamos terminado con el trabajo que se podía efectuar en las proximidades de Corumbá, y sólo faltaba rectificar la frontera norte del río Guaporé. Una comisión, en 1873, había tomado erróneamente como fuente del río Verde a una corriente totalmente distinta. La frontera acordada seguía el curso del río Verde, pero —aquí estaba el pero nadie había ascendido este río, y su curso, según se mostraba en los mapas, era puro trabajo adivinatorio. Se había propuesto cambiar este límite por otro que resultaba per- judicial a Bolivia, y siendo como yo era esencialmente un explorador —atraído por cualquier clase de peligro—, decidí esclarecer las molestas dudas sobre el curso del río. ¡Decisión fatal! Si hubiese sabido lo que iba a ocurrirme, probablemente el Verde estaría inexplorado aún.

— ¿Qué le parece? —Dije a Fisher—. ¿Está listo para partir?

—Oh, iré. Resulta extraño en esta clase de trabajos sentar un precedente tan peligroso, (no es cierto? Seguramente los contratos no estipulan estas empresas.

—Si no se ejecuta, la frontera será siempre en este sitio un motivo de disputa. Estoy de acuerdo en que, según los términos del contrato, no hay obligación de explorar el río; pero tengo el natural deseo de completar mi trabajo lo mejor que se pueda, y también cuenta la satisfacción personal de ser el primero en penetrar en un sitio donde los otros no se han atrevido a hacerlo.

Se hicieron los preparativos necesarios. Se nos unió un residente escocés del lado boliviano, llamado Urquhart, y con Seis peones partimos río arriba, en la lancha de la comisión. Los brasileños estaban encantados. Si se trazaba definitiva- mente el curso del río, se abolirían las dificultades y aun quizás acaloradas discusiones sobre una nueva línea fronteriza.

A ciento ochenta millas río arriba estaba el rancho ganadero de Descalvados, donde arrendamos carretas para que llevaran nuestras provisiones por tierra, hasta la aldea boliviana de San Matías, en la que esperábamos obtener animales para continuar el viaje. La travesía no tuvo contingencias, a excepción de la alarma producida por una pantera negra, en un sitio llamado Bahía de Piedra. El temor a esta bestia había despoblado la región a varias millas a la redonda, pues su ferocidad y su enorme fuerza la hacían más temida aún que el jaguar. Incluso el valor de su piel — veinte veces superior al del jaguar— no lograba tentar a los cazadores locales.

La compra de animales se facilitó grandemente, porque el prefecto de Santa Cruz, siguiendo instrucciones de la presidencia, ordenó a las autoridades de San Matías que ayudaran a la comisión en todo sentido. El corregidor era un hombre capaz y enérgico, secundado por un teniente y doce soldados.

¡Pero qué sitio era San Matías! La población. en su mayor parte india, subsistía con alcohol y ganado robado en las tierras de Descalvados, y entre ellos y los gauchos de Descalvados existía, por esta razón, un perenne estado de guerra. Un belga loco, empleado en Descalvados, acostumbraba matar a tiros a los indios desde su galería, por darse el gusto de mirar sus contorsiones. El administrador belga según decían— maltrataba tanto a los indios, que éstos huyeron hacia Bolivia. Ciertamente, había mucho derramamiento de sangre, y todos aquí se vanagloriaban de haber dado muerte a alguien. Una celebridad local se distinguió por asesinar con un hacha a dos hombres dormidos.

Todos los habitantes masculinos llevaban un revólver al cinto y un cuchillo escondido en alguna parte de su persona; pero se portaron amables y hospitalarios con nosotros, aunque generalmente estaban borrachos. Aparte de su población de bandidos, la principal característica, de San Matías eran las cavernas de piedra caliza de Cerro Boturema. Se han contado toda clase de historias increíbles relacionadas con ellas, la mayoría contintes fantasmales, pues la supersti[1]ción es más marcada en las regiones donde no se respeta la vida humana. Había algunas lagunas de agua insípida dentro de las cavernas, que a veces estaban llenas de peces, y otras no se encontraba ninguno, aunque no existía una salida visible.

La plaza llena de malezas de la aldea estaba cubierta de botellas viejas, latas vacías y plátanos podridos. Indios displicentes, llenos de abatimiento, estaban en cuclillas a la sombra de una iglesia de adobe, cuya torre inclinada estaba separada cerca de diez yardas del resto del edificio. Blancos bolivianos, que aparentemente no tenían nada que hacer, descansaban en sillas decrépitas, colocadas mitad adentro y mitad afuera de sus casas, bajo la sombra de los umbrales. Del “cuartel” —una cabaña donde se alojaban los doce soldados— llegaban toques de corneta sin significado alguno, como para mantener un simulacro de eficiencia militar, que no engañaba a nadie. Por lo que pude observar, no se ejecutaba aquí ninguna clase de trabajo. El lugar era tan deprimente que me sentí dispuesto a perdonar el enorme consumo de alcohol. Nuestro deseo más vehemente era abandonar este sitio lo más pronto posible.

Los alrededores parecían abrasados, con excepción de las pampas de pasto, donde se podía obtener un excelente pastoreo. La inseguridad de la vida y la costumbre local de robarse el ganado impedían su desarrollo. Más lejos, hacia el norte y noroeste, estaba la Serra do Aguapé, donde, según la tradición, se había establecido una colonia de esclavos negros fugitivos, conocidos con el nombre de Quilombo. Posiblemente aún existe, pues nadie se aventura por las colinas para encontrarla. Había dos pequeñas estancias, Asunción y San José, cerca de la frontera boliviana, y en la primera existía una colina bastante elevada, desde la que podían verse los abruptos precipicios del “Mundo Perdido”, las colinas de Ricardo Franco, al frente de la vieja ciudad -Matto Grosso, a setenta millas de distancia. Eran comunes el venado y el avestruz, y los pantanos estaban llenos de patos. Un día o dos más hacia el norte podían verse los rastros de indios salvajes. En la época del imperio, toda esta región formaba un solo gran rancho ganadero, perteneciente al barón Bastos, pero estaba abandonada hacía ya mucho tiempo.

Llegamos a Casal Vasco, en un tiempo residencia del barón, después de cruzar el río Barbados, una extensión de agua de setenta yardas de ancho, que afortunadamente se encontraba ahora en su nivel más bajo y apenas tenía seis pies de profundidad. Por sus ruinas se podía juzgar fácilmente la magnificencia que tuvo antes este lugar; una fortaleza feudal, en la que se veían las armazones de varias casas grandes, de cuyos techos estropeados salían miles de murciélagos a la hora del crepúsculo. Era horripilante, amedrentador, ver a esos maléficos seres destacarse contra un cielo dorado, antes de dispersarse en la obscuridad. Algunos de los enormes murciélagos o zorros voladores eran tan grandes que semejaban pterodáctilos. Media docena de familias negras vivían en cabañas cercanas, en constante terror de los salvajes.

En Casal Vasco acampamos solamente una noche y después continuamos en una liviana marcha diaria, de veintidós millas por los campos, hasta Puerto Bastos. Era la primavera en el hemisferio sur, y, exceptuando el verde perenne de las palmeras, las zonas e islas de bosques diseminadas en los planos eran una masa de hermoso color. Nunca había visto tal magnificencia de flores, tal belleza en los vividos amarillos, rojos y púrpuras. Mariposas brillantes, más vistosas que cualquiera flor, aumentaban esta maravilla. Ningún pintor podría haberles hecho justicia. ¡Ninguna imaginación sería capaz de inventar una visión igual a la realidad!

Las carretas y los animales regresaron a San Matías desde Puerto Bastos, y en una pequeña montería bajamos por el río Barbados, hasta Villa Bella de Matto Grosso. Esta ciudad, abandonada hace ya tiempo, ahora sólo un conjunto de casas e iglesias antiguas pero firmes, queda en la ribera este del Guaporé, y apenas se recuerda hoy día que fué una vez capital del Matto Grosso. Algunos negros habitaban casas semi en ruinas, en las calles silenciosas, manteniéndose aparentemente con casi nada. Durante el día trabajaban en pequeñas y pobres plantaciones de caña y mandioca; por la noche se atrincheraban en sus moradas, por temor de los indios que merodeaban por las calles. En las vecindades se habían explotado ricos yacimientos de oro, que ahora estaban agotados. Una enfermedad horrible, conocida como corup'qao, había arrasado la ciudad, haciendo tantas víctimas, que los sobrevivientes huyeron poseídos del terror. En una de las iglesias ruinosas existía una maravillosa colección de plata antigua, guardada en dos enormes cofres de madera: candelabros, modelos de carabelas y galeones, cajas, figurillas y chucherías de toda clase.

Hay algo inefablemente triste en una ciudad fantasma. La imaginación se representa la vida cotidiana de esa gente desaparecida, sus penas y alegrías, sus aspiraciones y pasatiempos. Cuando los seres humanos abandonan su residencia, dejan inevitablemente en pos de sí algunos jirones de su propia personalidad, y una ciudad desierta tiene una melancolía tan poderosa, que impresiona incluso al menos sensitivo de los visitantes. Antiguas ciudades en ruinas han perdido mucho de esto, y no impresionan de la misma manera. Son los lugares abandonados en un pasado reciente los que oprimen más el corazón. La Ciudad de Matto Grosso es un ejemplo notable. Me recordó Cobija, en un tiempo próspero puerto marino boliviano, entre Tocopilla y Antofagasta, situado en la región que ahora forma el norte de Chile. La salida de Bolivia al mar fué perdida en la guerra de 1879, y la activa ciudad de Cobija está completamente muerta, devastada por terribles terremotos y despedazada por las mareas. La misma melancolía se cierne sobre las ciudades fantasmas californianas de los días de la Bonanza, emoción expresada a la perfección por Debussy en su estudio para piano “La Cathédrale Engloutie”.


Tomado de: EXPLORACIÓN FAWCETT, de Percyval Harrison Fawcett.


1901, DE RIBERALTA AL ACRE (DIARIO DE VIAJE) parte V

 


Agosto 31.

Incorporados los dispersos en la mañana de este día, permanece la tropa acampada a las orillas del Rhin, lavando y secando su ropa. De paso, se práctica una prolija inspección de armas.

El Rhin es otro curiche profundo, de agua clara, y tiene un hermoso puente de más de 100 metros, de astillas de palmera. Se considera también como afluente del Abuná.

Algunos oficiales y soldados piden permiso a su Jefe para adelantarse y llegan estos al “Arroyo del Tigre”, donde forman su campamento. Es aquí donde por primera vez contemplamos la esbelta y elevadísima palmera llamada Azahí, cuyo tallo puede abarcarse con la mano; y llama la atención, porque el tronco se forma de una red de raíces y filamentos colocados en orden simétrico y que le dan exactamente la forma de una torre de Eiffel.

Septiembre 1.

A horas 5 a.m. el Batallón que, el día anterior acampó en el Rhin, se pone en marcha y llega a horas 7 a. m. al Arroyo del Tigre. Los que se habían adelantado y pernoctaron en dicho Arroyo, no pierden el tiempo; y, después de una marcha, fatigosa por el sol abrasador, llegan los primeros à Santa Rosa, a orillas del suspirado Abuná, donde hay galpones espaciosos y chozas de siringueros, de la casa Suáres Hnos., que ha trasladado a este punto su personal y hasta el escritorio de Palestina.

La tropa, a cuya cabeza vienen sus Jefes, llega a horas 12 m. y acampa a la sombra de la arboleda.

La distancia recorrida, es como sigue: de Palestina al Pez, 6 leguas; al 2° Crucero (Mercier) 4 leguas; al Rhin 4 leguas; al Abuná 5; total 19 leguas.

El camino, bastante espacioso, mide tres y cuatro metros y ha sido abierto por la casa Suárez.

La vegetación es asombrosa por su elevación y corpulencia. Los árboles son tan gigantescos que para ver la copa de ellos, es menester echarse muy atrás. Sobresale entre todos el Zamahuma, cuya altura media puede calcularse de 35 á 38 metros. Cerca de la base, se bifurca el tronco en varios compartimientos, á especie de grandes estribaciones, en cuyos huecos pueden albergarse cómodamente veinte personas.

En general la flora de estas regiones es la misma que la del Oriente boliviano, pero mucho más desarrollada. En cambio, la fauna parece agotada, por los siringueros, que son implacables cazadores, como que en sus largas excursiones por los bosques, buscando siringales solo se mantienen de la caza.

No hemos visto en el trayecto un solo cuadrúpedo ni aún reptiles; y de aves, solo escuchamos el canto del siringuerito.

Septiembre 2.

Desde temprano empieza la tropa a cruzar el Abuná á la margen izquierda, en una pequeña canoa, donde solo caben seis personas; operación que termina después de medio día; y entonces desfila por un sendero estrecho y tortuoso que serpentea por la cima de un barranco, erizado por arriba de malezas y espinos que desgarran la ropa, y por abajo de troncos caídos y raíces, que retardan la marcha. Este trayecto, siguiendo siempre a corta distancia del río hasta llegar a una pequeña barraca llamada Bella Vista, es de dos leguas, abajo de Santa Rosa.

En la imposibilidad absoluta de atravesar a lomo de bestia este trayecto, se decide el Teniente Coronel Canseco a bajar por agua en la canoa y casi naufraga; porque la corriente se halla obstruida por enormes árboles caídos, cuyas ramas alcanzan a la otra margen que no dan paso ni por encima ni por debajo. Y, un naufragio en este río es inevitablemente fatal aún para los mejores nadadores.

El Abuná es de un cauce profundo y estrecho, sus barrancas son elevadas y cubiertas de altas malezas y árboles de ramas inclinadas sobre la corriente, à especie de cipreses de Cementerio. El aspecto es tétrico é infunde una invencible tristeza, una melancolía inexplicable.

Así debió ser aquel río de la mitología griega, el Aqueronte, que Carón cruzaba en una débil barca llevando los muertos a los Infiernos.

Y como si las aguas del Abuná estuviesen prohibidas para los mortales, nadie puede bañarse sino con mil precauciones, porque las orillas están repletas de un cardumen de rayas, peces de forma circular en cuyo centro o cabeza tienen una zaeta a guisa de puñal con la que producen terribles heridas en los pies. Además, hay millares de caimanes que viven en acecho de su presa; las voraces palometas y las anguilas eléctricas o ignotus que descargan en las aguas su potencia eléctrica y matan así al incauto nadador.

Poco antes que nosotros llegásemos al Abuná, habían pasado por allí un religioso y un joven argentino de los que formaron parte de la expedición del Dr. Muñoz y regresaban del Acre. No encontrando en el puerto a quien pedir la canoa para cruzar el río, se lanzaron a nado y cuando el religioso alcanzó a la orilla opuesta, ya no pareció su compañero: se había ahogado silenciosamente, sin producir el menor ruido, paralizado en medio río por la descarga eléctrica de las anguílas.

Como se sabe, el Abuná desemboca en la cachuela Ararás, una de las rompientes del Madera, que son el infierno de los navegantes de aquel río, sembrado de mil suplicios.

Todavía, las márgenes del Abuná, desde la desembocadura del río Negro, están habitadas por los feroces salvajes Caripunas.

Dicen que más abajo, cerca del Madera, hay playas extensas y pintorescas.

Los bosques del Abuná son ricos en siringales, en todo su curso y mayormente en las cabeceras, que se forman de los ríos Chipamanu y Boimanu los cuales reunidos forman el Caramanu, que más abajo toma el nombre de Abuná (1)

Estos bosques, están cortados en diversas direcciones por picadas o sendas de trabajadores, para ir de un centro a otro.

Los centros no son otra cosa que chozas o cabañas de trabajadores, situadas en los centros de los bosques donde se encuentran por grupos o aisladamente los árboles de sifhonía elástica para su inmediata explotación.

Los picadores se levantan a las cuatro de la mañana, durante las dos épocas de “fábrico” al año y con una pequeña hacha o (machadiño en portuguez) hacen una ligera incisión en la corteza del árbol, del cual sale una corriente de sabia o leche como la llaman por el color, que se va depositando en la “tichela”, o taza de lata que penetra fácilmente en la corteza, para recibir el codiciado líquido. Al mismo tiempo se hacen otras incisiones en distintos sitios del mismo árbol; y así sucesivamente avanza el picador por el bosque hasta las nueve de la mañana en que, emprende el regreso recogiendo la leche y vaciándola en los baldes para en seguida proceder a la coagulación en un “buyon” al calor de fuego lento, producido con las cáscaras de almendras o cualquier palo resinoso. La humaza que se produce de la boca del “buyón”, sirve para condensar la leche alrededor de un palo que el siringuero hace girar, hasta agotarse el líquido, vaciándolo poco a poco a modo de hacer velas y concluir su bolacha. Al día siguiente aumenta el tamaño de ésta y en los subsiguientes, hasta que resulta una bolacha de tres a cuatro arrobas. Cuando ya tiene muchas, manda el patrón à recogerlas.

Esta operación de los picadores, solo requiere trabajo hasta medio día. El resto del tiempo, lo emplea en dormir si es perezoso o en cultivar su pequeño chacarismo, de donde se provee de maíz, plátanos, yucas, etc.

Se ha observado que las mujeres son mejores picadoras que los hombres, pues por la suavidad con que pican el árbol, no lo hieren demasiado ni estragan por tanto los siringales y tampoco se huyen, como suelen hacerlo ellos con frecuencia, cuando están muy adeudados con el patrón.

Con esta ligera digresión sugerida por la naturaleza de la industria que se desarrolla en estas regiones de la Patria boliviana, volvamos a nuestro asunto principal.

A la hora de lista se advierte la falta de un Sargento que probablemente se ha extraviado siguiendo cualquiera de las numerosas picadas laterales. A eso de las diez de la noche se oye un tiro lejano de rifle y pensando que puede ser él, se le contesta del campamento con otros; y como también contestan del bosque, no cabe duda entonces que es el Sargento. Se le llama con la corneta, con interrogación de guerrilla y sigue dando tiros, pero no se aproxima. Llegase a descubrir que, a corta distancia hay algunos centros, de dunde indudablemente los fregueses se entretienen en hacer fuego.

(Continuara…)

----------------------------

Referencias:

1 -No es por demás indicar la etimología de estos ríos, en lengua Araona:

Chipamanu cuyo verdadero nombre indígena es tri-pamanu, significa: mánu, -rio, -tripa, -es una pequeña fruta, negra, de palmera, semejante a la uva, de la cual hacen chicha los indígenas y que es abundante en aquel rio. De consiguiente su origen es: río de las frutas de palmera.

Boimanu, corrupción de Murimanu: manu-río; -múri, mojado; o río mojado.

Taguamanu; tahua, —dos; manu, rio o dos ríos, aludiendo á este y al Manuripi.

Manuripi; mann, río; ripi chico o sea río chico.

Manutata; manu río; tata grande, respetable, -superior a los demás ríos o sea Madre de Dios.

N. del A.

Tomado del libro: “La revolución del Acre” de José Manuel Aponte R.

Foto-postal: trasporte de las bolachas de goma. Rio Beni, Bolivia.

 

LOS “BARONES DE LA GOMA”, CARLOS FITZCARRALD Y ANTONIO VACA DIEZ

 


Estos dos artículos de fueron publicados originalmente en el periódico Opinión de Cochabamba, el 10 de abril y el 25 de septiembre de 2016, bajo los títulos: “Iquitos, en busca de Fitzcarraldo” y “Fitzcarrald y Vaca Diez”.


La autora narra su paso por la ciudad amazónica peruana que fue inmortalizada por el cine en la película dirigida por Werner Herzog y protagonizada por Klaus Kinski.

Recorrer el Amazonas es el sueño de todo viajero, de todo caminante, de todo aventurero, aunque a veces hay que esperar cinco décadas para cumplirlo y ver desde los propios ojos los relatos fantásticos de las enormes víboras, de las mujeres sin pezones, de las aguas intranquilas.

Las primeras ilustraciones inolvidables de mi niñez son aquellos grabados de “Tesoros de la Juventud” en los cuales las lianas entreveraban hojas de inmensos mangos y almendros y la maleza desbordante tapaba la luz del sol. Detrás, vigilaba una hembra desnuda de pupilas embrujadas, como en la pintura naif de Henri Rousseau.

Y la siringa, tan nombrada en los libros de historia, en el verso de Pedro Shimose, polka que cantaba Luis Rico, o versión de Los Castañeros de Riberalta, tal como la recuerdo:

Siringuero, coge tu cuchilla y tu tichel, échate a la espalda tu morral.

Junto con la aurora corre y vuela que las aves ya cantaron, amanece en el gomal.

Siringuero, sangra tu existencia en la madera, llora el árbol tu desolación.

Corre, corre que allá en la tapera, el hambre te espera con la desesperación

En la goma ha muerto tu alegría, en bolachas negras tú te vas, florece mi cantar en tu agonía y has encadenado el día por orden del capataz…

En tu piel la rosa se marchita, vuelas con el humo y el temor.

Quítale al gomal lo que te quita, grita como a ti te gritan, quienes siembran el dolor.

Parecía historia de otro mundo. Fue en los gomales cerca del Madre de Dios donde por primera vez, hace ya muchísimos años, escuché retazos de la biografía de un “alemán”, Fitzcarraldo y la novia paralítica que había abandonado en plena floresta para que muera ahogada en sus propios alaridos. Aquel campesino de ojos claros, al que el patrón le había cortado el dedo meñique de la mano derecha, me aseguró que el aventurero murió en territorio boliviano, ya enloquecido.

A los tres años de esa primera excursión vi el film de Werner Herzog Fitzcarraldo (1982), y la figura sublime y despiadada de su personaje encarnado en Klaus Kinski quedó para siempre entrampada en mi memoria y en la promesa de recorrer su trayecto buscando a la bella Claudia y a Enrico Caruso. Datos que confirmé en otros textos, desde la novelística de Mario Vargas Llosa, la historia de la ópera, los recuerdos de Guillermo Aponte Burela y folletos en portugués.

Cada que pasaba por la capital y veía en el panel de vuelos la salida de algún avión a Iquitos renovaba la promesa de conocer el departamento de Loreto. Iquitos, Cachuela Esperanza, Manaus, escenarios de lujos y miserias, donde lo social se entrampa con la ficción, más atractiva que las estadísticas del horror y la muerte de miles de siringueros.

Con Fitzcarraldo por el Amazonas

Iquitos es una preciosa ciudad al norte de Lima, la selva poco transitada de un país que fue fundamentalmente costero y andino y aún ahora son pocos los peruanos que la visitan, un siglo después de su apogeo.

La población es tranquila y amable, más mestiza que originaria y con fuerte presencia serrana en el comercio y la gastronomía. Asombra ver en las veredas a los indígenas, obligados a abandonar su hábitat y convertidos en mendigos alcoholizados o prostituidos por un sistema que los engulle sin compasión. Aunque ahí radican la mayoría de las diversas etnias de tierras bajas, los originarios tienden a desaparecer y los indicadores socioeconómicos son muy inferiores al resto del país.

El centro mantiene casas solariegas, con balconcillos a la calle, patios y zaguanes de madera, altas paredes y complejas celosías para defender a los pobladores de la implacable canícula y del polvo esparcido.

En muchos locales se exhiben afiches con el rostro crispado de Fitzcarraldo/Klinski, pero solo uno asegura que ahí moró el verdadero aventurero, un irlandés, Brian Sweneey Fitzgerald, quien castellanizó y facilitó su nombre al simple y famoso apodo, “Fitzcarraldo”. Hay quienes señalan que en realidad era un peruano normal, de origen irlandés y más bien su nombre común, Carlos, se convirtió en portada de su fantástica aventura.

Atraído como tantos por la riqueza del caucho a fines del siglo XIX, al final fue ganado por la selva, como si fuese el personaje de La Vorágine, de José Eustaquio Rivera; de hecho, Leticia y los escenarios que usa el colombiano están cruzando el río, infestado de crónicas rojas y amores violentos.

Cuenta la leyenda su obsesión por la música, por Caruso que llegó hasta Manaus, para tratar de verlo y traerlo a sus propios dominios. Para construir un teatro con la acústica de Milán necesitaba mucho dinero. Inventó el famoso traslado del barco de 30 toneladas a través de los pantanos y manglares, en 1894, desde la cuenca del Ucayali hacia el encuentro con los ríos Beni y Madre de Dios, y al encontrar esa salida se convirtió de extravagante despreciado en un rico empresario.

La aventura contada en el film de forma auténtica y sin efectos especiales, a costa de enfermedades tropicales, peleas inacabables y muchísimos marcos alemanes, representa la mejor obra de Herzog y en una de las películas mundiales imperdibles. La música, como no podía ser de otra manera, completó la monumental cinta, premiada en todas partes, con extractos del Popol Vuh y la propia voz del más grande tenor del siglo.

Herzog estuvo hace poco en Bolivia y visitó el salar de Uyuni; a nadie se le ocurrió llevarlo al otro extremo, donde el calor aún derrite la siringa en las tijelas; o quizá él nunca más quiera escuchar sobre los gomales endemoniados.

Actualmente, el vapor está refaccionado y es posible visitar los aposentos con el catre solitario, el comedor, las fotos terribles de caucheros y de sus trabajadores esclavizados, abanicos para las mujeres llegadas de Nápoles, cartas para esperar la tarde, bares en la popa, y una foto en altamar del que sería Isaías Fermín Fitzcarrald. Se dice que murió ahogado en 1897.

El momento emocionante es cuando su sirena aguda anuncia que sube el ancla y comienza el recorrido por el Amazonas, primero tranquilo, casi delgado, más tarde amplio como el mar, azulado y gris. En el frontis se proyecta la película y Fitzcarraldo se convierte en el capitán, con sus gestos y con sus gritos. Al sonido de las olas se suma el alto parlante y Enrico Caruso, con Verdi y Puccini, enciende emocionado el rojo de la tarde tropical en un momento único, de aquellos que uno sabe que jamás podrá volver a vivir.

 

Periodista e historiadora- lcajiasmca@gmail.com

 

Parte II

Desde la Butaca

Mis lectores amazónicos hallaron un vacío en mi anterior artículo sobre la legendaria figura de (Carlos Fermín) Fitzcarrald porque no incluía datos sobre su relación fatal con Antonio Vaca Diez, cuya biografía es tan vibrante como la de aquel, con quien fundó la compañía más grande de la goma. Aunque existen diversos textos sobre el beniano, es la investigación de Arnaldo Lijerón la más completa y es base de este resumen, completado con otros documentos (1).

Mi reciente travesía por la ruta de la goma y el recorrido inevitable del río Santa Ana hasta la boca del Mamoré me volvieron a situar en el escenario fantástico de los pioneros que entre el fin del siglo XIX y los años 20 del siglo pasado intentaron consolidar la nación incorporando al norte de cerrada floresta y repleto de riqueza. Cien años después, aún el país se mira en un espejo fragmentado en el cual la montaña cubre la selva, aunque Bolivia es más amazónica que andina en términos territoriales.
           

Antonio Vaca Diez

Antonio Vaca Diez (Trinidad, 1849 – Uyacali, 1897) vivió apenas un puñado de años, aprovechados día a día hasta convertirse en un genio geopolítico, el primer médico beniano; el visionario que quiso desarrollar el antiguo Moxos con capitales europeos; el político que enfrentó a los tiranos de la época.

Los sucesos históricos en el departamento creado en 1842 no suelen estar en el anclaje de la memoria colectiva boliviana, ni la grandeza de la civilización mojeña precolombina; el Moxos colonial, más allá de las misiones jesuíticas; el rol de los indígenas en las epopeyas libertarias o el significado de la explotación de la quina (que significó la segunda colonización) y de la goma (que compitió con el estaño). La mayoría de las imágenes de ese territorio en el Siglo XIX pertenecen a exploradores europeos y es página desconocida los sucesos de La Guayochería o Guerra Santa.

Fueron pocos los andinos que exploraron la zona: unos con la intención de consolidar la presencia del Estado; otros con misiones científicas o militares; varios para participar en el apogeo de la nueva exploración de los recursos naturales. La familia Vaca Diez llegó desde Santa Cruz.

Antonio vivió en Trinidad y estudió en Sucre. Fue un destacado alumno y un médico brillante, en la práctica y con aportes teóricos publicados en textos científicos o transmitidos en conferencias. Como suele suceder con las personalidades notables, se dio tiempo para generar espacios de cultura, como las tertulias literarias. Fue narrador de breves estampas y poeta romántico. Asimismo, se interesó por la política. Sin militancia, fue un rebelde contra Mariano Melgarejo y uno de los héroes de la revuelta del 15 de enero de 1871, al igual que se opuso a otros tiranos. Lijerón asegura que Vaca Diez fue ante todo un constitucionalista y un demócrata.

En medio de todas esas actividades, el joven médico no olvidaba las necesidades de su tierra natal y comenzó a imaginar soluciones como la atracción de grandes migraciones. En el caso boliviano era un espacio que se consideraba “vacío”, habitado por “chunchos”, por “salvajes”; casi la tercera parte del territorio boliviano, desde la provincia Caupolicán, el Territorio de Colonias (Pando) y todo Beni, hasta el Chimoré. Había comprendido que “La Paz no es toda la nación” y la urgencia de incorporar lo amazónico al desarrollo boliviano.

En 1875 se casó con Lastenia Franco y así nació una de las dinastías más amplias e influyentes del país. Por esos mismos años fundó periódicos de corta duración, pero de impacto en la sociedad que buscaba salidas al atraso nacional. Son muchos los nombres de semanarios donde él escribió y que merecerán un estudio aparte.

En cada tarea, Antonio Vaca Diez unió su visión ciudadana, particularmente beniana; su afán científico como médico; su amor por la libertad como periodista y activista político; como empresario, su afán de progreso con propuestas ambiciosas para aprovechar los ríos amazónicos y sus riquezas. En sus viajes tomó apuntes de historiador, de etnógrafo y de antropólogo. Así encontramos datos sobre los nativos.

Vaca Diez tenía poco aprecio por los habitantes de las tierras altas; en cambio, aseguraba: “De un mojeño se puede formar un músico, un diplomático, un orador”. Destacaba la capacidad musical de ese pueblo, mantenido analfabeto para evitar su rebelión.

Se convirtió en explorador de la Amazonía y en próspero industrial para desarrollar el comercio internacional en la zona, en paralelo a otros emporios como el de Nicolás Suárez. Fue esta actividad la que lo consagró como hombre público notable y que, paradójicamente, precipitó su temprana muerte.

La alianza con Fermín Fitzcarrald 

Vaca Diez partió a Europa en 1896 en busca de capitales y constituyó la The Orthon Rubber Cia Limited en Londres, después de visitar París y Berlín, junto con nuevos socios, algunos de los cuales lo acompañarán en su retorno y en su máxima empresa de conquistar el territorio gomero para el desarrollo industrial y el “progreso”.

Según sus biógrafos, no lo guiaba tanto la búsqueda de gloria y riqueza personal como el afán de consolidar una patria aún desarticulada. Trajo 500 inmigrantes de más de 10 nacionalidades, que luego se dispersaron; 900 toneladas de mercaderías y tres vaporcitos para cruzar los ríos amazónicos. Desde un principio enfrentó muchas dificultades, entre ellas las fiebres palúdicas y la presión de otros empresarios. El Gobierno boliviano no se interesó en apoyarlo.

Tomó la ruta de Iquitos y los detalles de la aventura son relatados por otros oficiales, entre ellos el alemán Albert Perl y en documentos originales que permiten una aproximación a la insólita travesía. Perl y otra correspondencia detallan cómo era Iquitos en la época, cosmopolita y a la vez pueblerina y caótica, y las ambiciones contradictorias entre los empresarios gomeros.

Vaca Diez estaba decidido a viajar de Iquitos por el Ucayali y Urubamba arriba y por el Madre de Dios y el Beni abajo por el río Orthon, donde tenía sus gomales, aunque la ruta era peligrosa. También Nicolás Suárez estableció una firma comercial bajo la razón social de Suárez y Fitzcarrald. Carlos Fermín, con solo 35 años, ya era una leyenda entre aventureros e indígenas y un rico empresario. Él era propietario de una próspera barraca a orillas del Mishagua, que desemboca en el Urubamba.

No eran buenos los auspicios cuando la expedición inició su travesía, primero en el “Laura” y luego en el “Adolfito”, en el invierno de 1897, cuando los ríos son poco caudalosos. El 8 de julio, en dos canoas, apareció su flamante socio, Fitzcarrald, con su gente para proveer de pilotos a la misión.

Perl asegura que al atardecer anclaron al “Adolfito” y durante horas escucharon en el gramófono las piezas favoritas de Vaca Diez, quien aparece como el gran amante de la música clásica, además de lector voraz, aun en medio de la tupida selva. Era la víspera de la gran tragedia.

Ese 9 de julio navegaron tranquilos por la mañana. A las tres de la tarde divisaron una peligrosa cachuela, pero todo parecía bajo control hasta que el timón no giraba y pocos segundos después el vapor fue cogido por la corriente desbordada. El río feroz los empujó de un lado a otro y las aguas inundaron el cuarto de máquinas. Aunque Vaca Diez tenía un salvavidas a mano, aterrado se olvidó de usarlo y junto con Fitzcarrald saltó por la ventana mientras el “Adolfito” se hundía, aún envuelto en la melodía de la ópera “Marta, Marta”.

La cachuela se tragó a los dos empresarios y las diversas versiones sobre los restos son parte del mito. Los sobrevivientes contaron los detalles de la tragedia. La tumba de Fitzcarrald está “lejos del lugar del siniestro, en medio del misterio de la jungla y en un lugar olvidado por la civilización”. Vaca Diez quedó como un héroe.

 

(1) Con base en Lijerón, Arnaldo, Antonio Vaca-Diez, genio industrial y geopolítico boliviano; Perl, Albert. Durch de Urwälder Südamerikas; Feichtner Josef Maria Entre siringueiros y baroes da borracha (1897-1915).
           

Historiadora y periodista - lcajiasmca@gmail.com

LAS TROPAS BOLIVIANAS SIGUEN SU CAMINO RUMBO AL ACRE (Parte IV)

 


Agosto 22.

Ha sido imposible seguir temprano la marcha, porque había necesidad de proveer de leña las Lanchas, cortándola del bosque cercano. Pero, a horas nueve de la mañana continuamos la navegación, para llegar a eso de las cuatro de la tarde al Lago, donde hay una barraca nueva a distancia. El lago es bastante extenso y abundante en pesca.

Se observa que las palizadas del río, impiden casi totalmente la navegación y constituyen un peligro continuo; lamentamos todos la incuria de nuestros Gobiernos y el abandono en que deja estas regiones; cuando nada sería más sencillo que enviar un técnico que haga la limpieza de estos ríos, en la bajante de las aguas.


Agosto 23.

A horas seis y media estamos en marcha. La Esperanza toma siempre la delantera, porque es una Lancha ingobernable y hay que vigilarla, por si algo le sucede.

Serían las nueve de la mañana, cuando nos vemos detenidos por las palizadas del río. Bajan a tierra los Comandantes para estudiar el modo de pasar y mandan mozos a medio río, en los batelones, para cortar algunos palos. Terminada esta operación, se hace pasar primero a La Esperanza, que cruza rozando por entre un centenar de troncos, que parecen plantados a mano y casi va a estrellarse a la barranca opuesta. En seguida pasa gallardamente La Illimani, describiendo un semicírculo. Muchos pasajeros hemos preferido bajar a la playa para contemplar mejor las maniobras, pero ha sido un instante de ansiedad. Los cornetas tocan diana en señal de regocijo, por haber salvado del peligro; y continuamos viaje. Un poco antes de las doce del día, avistamos la barraca Maguncia; más tarde la de Monte-Cristo y a horas dos y media de la tarde pasamos por la de Estacones, para llegar a horas cinco al arroyo y acampar en un sitio, cuyo nombre nadie supo.


Agosto 24.

Esto de cortar leña y de buena calidad y acarrearla a las Lanchas es una operación que retarda demasiado el viaje; pues solo a horas una de la tarde podemos movernos A horas cuatro, se nos presentan peores obstáculos que los de ayer. Ya no son palos sino islas enteras las que se oponen formalmente a la navegación. Los Comandantes bajan de nuevo a tierra para reconocer el paso. Calculadas las distancias, se hace pasar cuidadosamente a La Esperanza y luego a la Illimanı. Algo más arriba hacemos nuestro campamento para pasar la noche en una bonita playa.


Agosto 25.

A las seis y media de la mañana sale la Illimani siguiéndole a corta distancia la otra lancha; más a eso de las ocho se demoran para que la tripulación baje a tierra a cortar leña. En momentos de seguir la marcha, se oye de la parte de arriba otra lancha que baja apitando. Luego se reconoce ser la “Sernamby”, que conduce dos oficiales y diez soldados del Batallón Independencia que habían quedado enfermos y ahora van todavía convalecientes. Al enterarse de esto, nuestros soldados, prorrumpen en atronadores vivas a los vencedores de Riosinho. Y aquellos valientes, que extenuados por las enfermedades vuelven a sus hogares, contestan con vivas a Bolivia y al Batallón 3°. Luego pasamos a bordo de la “Sernamby” para saludar a los compatriotas y tomar datos del camino al Acre.

Al separarnos y regresar en un bote a la Illimani vuelven los soldados a vitorearse; y seguimos la marcha. A horas 2 p. m. pasamos por Victoria y á horas 3 p.m. por la barraca San Roque.

No obstante, de la proverbial tortuosidad del Orton, en esta parte se presenta muy recto en larga extensión, a manera de una calle ó avenida.

A horas 5 p.m. llegamos a Palestina, barraca perteneciente a la casa “Suarez Hnos." y desde donde divisamos el camino al Acre, en la margen opuesta.

Hay en Palestina una gran casa, con bastantes compartimientos, comodidades y dependencias, formando éstas una bonita plazuela, en uno de cuyos costados hay una capilla.

Existe un camino en extensión de doce leguas, para ir al río Madre de Dios que sale a Genechiquía; y otro más arriba del mismo Madre de Dios, a la barraca Conquista.

Como en Palestina, ha concluido el viaje por agua, hay que prepararse ahora para hacer el camino por tierra al Acre.

Desde luego y contra todas nuestras previsiones, no encontramos movilidad y apenas se cuenta con una mula para el rer. Jefe y tres más, para llevar la munición. Quedamos estupefactos; pero hay que resignarse a viajar a pie, quien sabe cuántos días, como ya lo hicieron en idénticas circunstancias el Vice Presidente de la República Sr. Lucio P. Velasco, el ministro de la Guerra, Sr. Ismael Montes y el delegado del Gobierno Sr. Andres S. Muñoz, según nos informan todos.

Palestina tiene que ser en adelante el centro obligado para las operaciones militares sobre el Acre; porque, contando con los recursos y víveres que proporciona Riberalta ya sea por el Orton ó por el Madre de Dios, se puede expedicionar por esta parte a Capatará; y subiendo por el mismo Orton, cruzar de Gironda á Amelia o bien remontando hasta el Tahuamanu, operar de Porvenir sobre Bahía en el Alto Acre.

Subiendo siempre el Orton, hasta encontrar la confluencia del Tahuamanu con el Manuripi que es desde donde el río ya se denomina Orton, para abajo, existe otra posición importante, la de Puerto Rico, asentada en un ribazo, soldados que acuden a calentarse y secar sus ropas.

El itinerario marcado señalaba para hoy la “pascana del Pez”; pero apenas hemos podido llegar a la mitad de la jornada, es decir al Crucero del camino de Mercedes.


Agosto 29.

Los expedicionarios, que vienen en dispersión, se reúnen paulatinamente en el Crucero pasa continuar á horas 9 a.m. la marcha, y van llegando al “Pez”, desde medio día. Todos ellos revelan profundo cansancio y malestar; y todavía hay muchos dispersos que vienen atrás.

“La pascana” consta de tres pequeños galpones, que están deshabitados.


Agosto 30.

Al salir el sol la tropa está en marcha. A horas 11 a.m. nos detenemos en el “Curichón”, para almorzar y esperar a los rezagados.

El “Curichón” es un vasto y profundo ciénago, cuyas aguas corren al río Abuná.

Cuenta con un sólido puente de 80 metros, construido de astillas de palmera.

Levantamos el campo á horas 12 m; y á horas 3 p. m. llegamos al segundo Crucero 6 Campamento Mercier, donde hay un galponcito para los viajeros. Estas pequeñas comodidades del trayecto son obra del Delegado Señor Muñoz.

Después de un corto descanso, sigue la tropa su viaje. Muchos rezagados van llegando extenuados y con los primeros síntomas de fiebre.

Al anochecer pasan de 50 los dispersos, que se han reunido en este punto, y no obstante de que algunos ya no pueden caminar, los pone en marcha el 3er jefe a la luz vacilante de un farol, pues la obscuridad es completa por la espesura del bosque, y la senda esta cruzada de troncos y raíces. Cerca de media noche, los que van a la vanguardia de este grupo empiezan a detenerse en el camino, donde fabrican sus camas con hojas. El 3er jefe quiere obligarlos a pasar adelante hasta dar alcance al grueso de la tropa, pero al fin él mismo también se queda.

El teniente coronel Canseco, había llegado a horas una de la mañana con medio batallón a la pascana del “Rhin”.


(Continuara…)


Tomado del libro: “La revolución del Acre” de José Manuel Aponte Rivero.

Foto: Bahía, Bolivia, 1907. (Foto de la Royal Geographical Society a través de Getty Images / P. H. Fawcett)

DE RIBERALTA AL ACRE (parte III)

 


Agosto 16.

A horas 6 y 30 a. m. todos estamos a bordo y seguimos viaje. A las 7 y 35 a.m. llegamos a la desembocadura del Orton, erizada de palos en todas direcciones que la hacen peligrosa y retardan la navegación. Un poco más arriba, navegando ya en el rio Orton, se detiene la Illimani para remachar los clavos de los purones. A horas 11 a. m. hacemos un corto descanso en “La Granja”; y luego seguimos navegando hasta horas 5 p. m. en que hacemos alto cerca de un barranco, a donde suben muchos soldados a dormir y gozar del aire fresco. A media noche, se produce en el campamento de arriba un barullo inusitado y se oyen tiros de rifles.

Averiguada la causa, en vista de que los soldados bajaban despavoridos a las Lanchas, resulta ser que uno de ellos asegura que el tigre anda paseándose por entre las toldetas. Sería una anta o una zorra.

Agosto 17.

A horas 6 y 25 m. a. m. estamos en marcha. A eso de las 8. a. m. nos detenemos, por que La Esperanza, encalla repentinamente sobre un palo atravesado en la corriente y otro palo ha perforado uno de los purones, que se está anegando. -Con gran trabajo se consigue sacarla de allí, á remolque hasta dejarla fuera de peligro. Se tapan las aberturas y á horas 1.p m. continúa el viaje, lentamente, pues las palizadas, á guisa de enormes dientes de un peine obstaculizan la marcha. No transcurren dos horas, cuando La Esperanza, que se había quedado atrás, da señales de alarma. Le está entrando agua por dos boquetes y hay peligro de un naufragio. Nos detenemos para auxiliarla y remediar el mal. Hacemos noche encostando ambas Lanchas à un extensa playa.

Agosto 18.

Nos demoramos el día entero. “La Esperanza” necesita una formal reparación, y sólo sacándola a la orilla. Para ello, se precisa el mayor número de brazos posible. Todos los soldados se desnudan y entran al agua, para arrastrar la Lancha con cuerdas, lo que al fin se consigue a viva fuerza.

Esa tarde casi perecen ahogados en el Orton, el comandante de La Esperanza, y un oficial del Batallón, que quisieron atravesar el río a nado. Hubo que mandar a socorrerlos y el oficial fue arrestado.

Por la noche, el campamento, tendido a lo largo de las playas, ofrece un aspecto pintoresco. Centenares de hogueras esparcidas en todas direcciones; las toldetas de los soldados flotando lánguidamente; la luz de la luna rielando sobre las tranquilas aguas del Orton, forman un cuadro encantador. Los soldados se visitan mutuamente y con el buen humor que jamás les abandona, dan a sus diversos grupos los nombres de los barrios de La Paz, más frecuentados por ellos.

A la hora de costumbre los cornetas tocan silencio; y luego parece que hasta la naturaleza quédase profundamente dormida.

Agosto 19

Antes de que salga el sol estamos en marcha. A horas 8. a.m. pasamos por la barraca Angostura perteneciente al Sr. Ramón Roca, donde las Lanchas se detienen para proveerse de leña. Seguimos navegando sin inconveniente alguno; pero a eso de las cinco de la tarde se produce en La Illimani, un incidente cómico-trágico que hace reír a unos y desesperarse a otros.

Uno de los batelones que lleva a remolque la Illimanı, se desprende repentinamente y lo arrastra la corriente. Cuando los descuidados juanes, advierten, ya están lejos y empiezan a llamar gritos a sus Jefes. Algunos pretenden arrojarse al agua, pero no se resuelven, otros hacen por remar con unos palitos y nada consiguen.

La confusión de ellos es indescriptible; y son más de 50 los que van en el batelón. Para darles alcance y proporcionarles remos, baja otro batelón en pos de ellos y al fin consiguen ganar a la orilla opuesta, donde acampamos todos, en otra playa más extensa y hermosa que la anterior, llamada Playón.

En tiempo seco las playas del Orton son poéticas y de una incomparable belleza, sobre todo en las noches de luna y además, proporcionan el sustento a los navegantes, porque es la época en que las tortugas salen del bosque y depositan sus huevos a centenares en un hueco que abren en la arena y tapan en seguida cuidadosamente.

Los conocedores dan fácilmente con esos nidos y se proveen en abundancia.

Agosto, 20.

Muy temprano, antes de las cinco de la mañana, la banda militar toca diana.

En aquellas majestuosas soledades, marchando a regiones todavía más remotas, el toque de cornetas al rayar el alba, produce en nosotros gratas sensaciones de amor a la Patria y un agolpamiento de recuerdos.

Vuelven todos a ocupar sus puestos, y la Illimani se pone en marcha, sola, porque La Esperanza se ha adelantado mucho desde ayer. A medio día pasamos por la barraquita Villa-Nueva y a las dos de la tarde por la de Humaythá. A eso de las cinco, llevando La Illimani una marcha rápida sufre inopinadamente un choque que nos hace trepidar à todos. Acaba de sufrir un golpe y se ha encaramado en un enorme palo, cuyo tronco se divisa en la orilla. Se hace maniobrar a la Lancha, se procura arrancarla con cuerdas amarradas a los árboles de la barranca; pero imposible, parece clavada. Al fin moviéndola de costado se consigue sacarla; y como entretanto, ha cerrado la noche, cruzamos a la otra banda del río, donde hay otra playa para acampar en ella.

Agosto 21.

Como de costumbre, al rayar el día continuamos la navegación, sin el menor contratiempo. A las nueve de la mañana conseguimos dar alcance á La Esperanza y siguen juntas ambas Lanchas.

(Continuara…)

Tomado de: “La revolución del Acre” de José Manuel Aponte Rivero.

Foto-postal: Rio Madera exportación de goma boliviana.

PERCIVAL H. FAWCETT, RELATA SU VIAJE DE PARAGUAY A PUERTO SUAREZ. (parte I)

 


En el capítulo X “Infierno Emponzoñado” de libro exploración Fawcett, su autor nos relata su regreso a América vía Buenos Aires, Argentina, su llegada a Paraguay y su ingreso a la frontera con el Brasil hasta llegar a Bolivia. En este post solamente transcribimos la narración que tenga que ver con Bolivia.

En la frontera brasileño-paraguaya crece una planta conocida con el nombre guaraní de Caah-he-he. Tiene cerca de 18 pulgadas de alto, con pequeñas hojas aromáticas, que son mucho más dulces que el azúcar común, y que valdría la pena investigar. Hay también otra pequeña planta llamada lbyea- hjuk ych, de hojas saladas. Se puede imaginar el servicio que prestan éstas a los moradores de esa región.

Un rasgo curioso del río Paraguay son las columnas de mosquitos perfectamente contorneadas. Una masa densa y remolineante de insectos, entre treinta y sesenta pies de altura, se levanta sobre cada ribera. A la caída del sol se desbandan estas columnas y durante una hora hacen desgraciada la vida de todos los que están en su vecindad. A esta hora los mosquitos se tornan insoportables; en el interior del país es lo mismo, pero durante la noche, aun cuando uno no se encuentra libre de sus atenciones, sus ataques son más moderados.

Islas de colinas emergiendo de los pantanos nos indica- ron la proximidad de Corumbá, el puerto brasileño del río, que era nuestro punto de destino. Durante seis meses en el año la región entera es un inmenso lago, exceptuando los escasos lugares donde las riberas estén a una yarda o dos más altas que el nivel del agua. Mil quinientas millas más arriba del estuario del Plata, la superficie del río en la estación húmeda está a menos de cuatrocientos pies sobre el nivel del mar. ¡Esto dará una idea de lo plano que es este país!

La comisión brasileña de límites nos recibió a bordo con gran ceremonia. Estaba con ellos el comandante de la guarnición, y se sirvió champaña en el salón del barco. La ciudad tenía cerca de mil doscientos soldados y un pequeño arsenal naval. Algunos oficiales de marina asistieron a la fiesta, todos gentes sumamente agradable; en realidad, la flor y nata del Brasil. La ciudad misma era atractiva; había buenos hoteles, tiendas y calles pavimentadas. Una característica del lugar era su intensa vida social. Lamentamos muy pronto nuestra carencia de ropas presentables, porque con nuestro equipo de trabajo, que era todo lo que teníamos, nos sentimos totalmente fuera de lugar. La culpa la tuvo nuestro secretario boliviano, pues con celo patriótico nos había descrito la ciudad como un retrógrado poblado fronterizo. Yo esperaba algo así como Rurrenabaque o Riberalta, pero, en cambio, me encontraba con una ciudad tan bien desarrollada y con gente correctamente vestida. El terreno bajo y pantanoso en que está situado Corumbá es un paraíso para los reptiles. Son comunes las anacondas. Las grandes por fortuna, escasas llegaban hasta cazar ganado y aún, durante la noche, posesionarse de hombres en las canoas. La longitud habitual de estas serpientes era de quince a treinta pies, pero las realmente grandes doblan esta longitud y aún la superan. Sus horripilantes aullidos podían oírse por la noche, que es la hora en que acostumbran alimentarse. Los brasileños sostienen que aquí, incluso las serpientes venenosas, imitan el canto de los pájaros y el grito de pequeños animales para atraer a su presa. La gente del distrito, por lo general, lleva consigo un pequeño saquito de bicloruro de mercurio, en la creencia que mantiene a distancia a los reptiles, y cada aldea tiene una provisión de suero de serpiente e inyecciones listas para ser usadas instantáneamente.

De nuevo oí hablar de los indios blancos.

—Conozco un hombre acá, que se encontró con uno — me dijo el cónsul británica. Son muy salvajes y tienen la reputación de que salen sólo de noche. Por esta razón les dan el nombre de “murciélagos”.

¿Dónde viven? pregunté.

Oh, en alguna parte más arriba de la región de los Martirios, minas de oro perdidas al norte o al noroeste de Diamantino. Nadie sabe exactamente dónde habitan. Matto Grosso es casi totalmente desconocido aún. Las extensiones montañosas del norte todavía están inexploradas, aunque sólo Dios sabe cuántas expediciones se han perdi‹1o allí. Es un país malo de veras. Preste atención a mis palabras: nunca podrá ser explorado a pie, por grande y bien equipada que sea la expedición. Posiblemente, en cien años más, los aeroplanos podrán hacerlo, ¿quién puede predecirlo?

Sus palabras tuvieron tal significado para mí, que jamás las olvidé.

No es necesario describir una agrimensura de frontera. Una es semejante a la otra, y lo que las hace interesantes son los sucesos ocasionales, no la rutina tediosa del trabajo mismo. Mi predecesor no era experto, y cuando la comisión lo contrató el año anterior, fue incapaz de llevar a calvo la labor, pese a su gran charla sobre lo que había efectuado en África. Los brasileños eran compañeros agradables, pero no estaban ansiosos de facilitar la tarea; en realidad, miraban con marcado disgusto toda clase de actividad. Yo debía completar mi trabajo y me propuse hacerlo evitando toda demora.

Bolivia tenía una línea de costa y un faro de navegación en el límite fronterizo del lago Cáceres. Ni los soldados ni los peones querían acampar cerca de este monumento, por temor a un fantasma que los molestaba todas las noches, vagabundeando cerca del campamento y sembrando la alarma. Fuimos incapaces de encontrar una explicación para estas apariciones, pero la evidencia resultaba en verdad abrumadora.

Puerto Suárez, la aldea boliviana más cercana, con su población siempre ebria, era un conjunto miserable de cabañas de techo de palmera, a siete millas de Corumbá, en el extremo occidental del lago Cáceres. Durante seis meses del año estaba aislada a consecuencia de las inundaciones y debía su existencia al tráfico de contrabando nocturno con la ciudad. Los bolivianos se resentían por las comparaciones entre su pobreza y la riqueza de Corumbá, rehusando reconocer las diferencias que había entre ambos lugares. Puerto Suárez estaba infestado de serpientes; las más malignas eran la cascabela y la surucucu. No puedo afirmar con certeza que estas variedades venenosas emitan cualquier clase de sonido, pues nunca los oí; pero todos aseguraban que así lo hacían, imitando con más o menos éxito los llamados de los pájaros para atraerlos, como ya he dicho anteriormente.

La cascabela se encuentra en grupos, generalmente, de media docena de serpientes. Su mordedura es mortal y la muerte se produce con hemorragias por nariz, oídos y ojos. La surucucu también es muy peligrosa, y se ha dicho que atrapa hombres. Una sola mordedura ocasiona una muerte rápida, pero el bicho no se contenta con esto, y continúa mordiendo hasta que expulsa todo su veneno.


Primera parte: SAN MATÍAS, SANTACRUZ SEGÚN PERCY FAWCETT (Parte II)


Tomado de: EXPLORACIÓN FAWCETT, de Percyval Harrison Fawcett.

Foto: Puerto Suarez, Bahía de Caceres. (imagen referencial)

 

Con la tecnología de Blogger.