Opinión de Cochabamba, 12 de marzo 2019 / Betty Condori Rojas.
Hasta hace dos semanas, Jacobo Tórrez vivía sus días con la fortaleza de un
excombatiente de la Guerra de Chaco. Una madrugada despertó sobresaltado y le
dijo a su hija: ¡Tu mamá está aquí, tu mamá ha venido. Mírala está sentada!
señalando con la mano hacia el sillón del dormitorio.
Natividad, la hija de Jacobo no vio nada por más esfuerzo que hizo. Solo hubo
estremecimiento en su humanidad, porque Carmen Yugar, a la que el benemérito
afirmaba ver, falleció hace dos años.
Desde aquel día, Jacobo dejó de ser el mismo. No quería comer, desayunar ni
tomar sus medicamentos y hasta el agua le incomodaba. “Mi mamá murió hace
tiempo. Pero pensamos que regresó para recoger a mi padre. Ella se lo ha
llevado y mi papá se ha ido feliz”.
Jacobo tenía 104 años y casi ocho meses. Estuvo en el conflicto bélico que se
libró con Paraguay entre septiembre de 1932 y junio de 1935, por el control del
Chaco Boreal. Fue parte del cuerpo de caballería.
El día de su cumpleaños tocó y bailó con su propio canto. Se vistió de gala y
lució sus medallas de reconocimiento, mientras una banda tricolor rodeaba su
cuerpo.
Hace poco, Jacobo se rindió ante su Carmen amada y falleció a las 10 de la
mañana del sábado 9 de marzo, en Cochabamba. Ayer fue sepultado en el mausoleo
de los beneméritos en el Cementerio General, sin una banda que interprete
Boquerón Abandonado -su canción favorita- sin una corte que haga los honores a
quien defendió los recursos del país, sin que ninguna institución pague
siquiera el frío féretro en el que hoy duerme.
Asistieron a despedirle sus ocho hijos, sus 30 nietos y sus casi 60 bisnietos.
Natividad y su nieto Dennis recordaron cómo pasó Jacobo sus últimos días. “Sus
sueños con mi mamá fueron más seguidos. Quería que yo la busque”, dijo su hija.
Cantaba y tocaba con su charango Boquerón Abandonado, pero luego perdió el
gusto por la música. “En una ocasión le di el instrumento, quiso rasgar, pero
lo devolvió”, relató Dennis, su nieto más cercano y apasionado por escuchar sus
historias.
Jacobo empezó a adelgazar porque no queria comer. La familia lo internó cinco
días y los médicos no encontraban un mal grave. Volvió a casa. Empezó a recibir
el alimento por sonda. Solía llamar a sus hijos Juan y David, pero nunca
olvidaba a Boby, su fiel mascota.
Aún con dificultad para hablar hizo sus bromas hasta el último momento.
“Mi abuelo nos ha dejado. Mi abuela se lo ha llevado. Se fue feliz”.
Articulo disponible en: http://www.opinion.com.bo/opinion/articulos/noticias.php?a=2019&md=0312&id=284707&fbclid=IwAR2mcGY5J4z23zJTDE2xsd-ix9a8LR-YTBOzn8JP_a-IVGb-gUtGDk_yOUo
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