Este artículo fue originalmente publicado en el matutino tarijeño: El País, el 5 d3e agosto de 2020. / Disponible en: https://elpais.bo/reportajes/20200805_la-gente-y-los-oficios-de-la-antigua-tarija.html // Foto: Pareja de "chapacos" de antaño.
“Su gente” es lo más preciado que tiene Tarija y sobre ella entretenidas remembranzas se tejen al calor de unos vinos, de un té o de las simples conversaciones que se sostienen en nuestra ciudad. No hay tarijeño que no recuerde con amor el pasado en su chura tierra.
Se dice que antes se valoraban más las tradiciones, que los niños podían correr en las calles sin temor a nada y que la gente se detenía un poco más a hablar del día a día en cualquier sitio.
En esto hay mucho de cierto, la Tarija de antaño tenía personalidad bien definida, poseía reglas claras, normas, tradiciones y fe, era una ciudad en la que todo habitante tenía designado su espacio.
De acuerdo a Agustín Morales en su libro “Estampas de Tarija” las diferencias sociales eran mínimas, pero pese a ello no se podía negar que existía cierta división de clases, no muy marcadas como en otras ciudades, pero sí notorias. La gente de la “capa pudiente”, como se les decía, eran personas de apellidos españoles y que por lo tanto se creía que eran descendientes de los mismos españoles.
Se dice que la gente pudiente habitaba la zona central, sus casas eran grandes, algunas de dos pisos pero todas poseían un patio central. Lo primordial eran las plantas ornamentales y sus flores, sus lindos naranjos y toda la vegetación que rodeaba el patio.
Morales explica que después de esa “sociedad” existía una clase intermedia que estaba constituida por la gente de menos recursos; que si bien tenían sus casas más modestas, chicas o pequeñas propiedades, no gozaban de rentas como para poder vivir de ellas sin mayores preocupaciones. Esta “clase media” estaba constituida por empleados públicos y particulares, pequeños negociantes y artesanos destacados.
El “grueso” del pueblo
Y por último, se encontraba aquella capa social más extensa, aquella que era constituida por vendedores, artesanos y trabajadores modestos que formaban el “grueso” del pueblo y habitaban en los barrios de San Roque, parte del Molino, “Las Panosas”, “La Pampa” y los “extramuros” de la ciudad. En este grupo social las mujeres se caracterizaban por vestir de polleras y los hombres llevaban el traje más sencillo.
En su mayoría, los trabajadores considerados artesanos tenían sus talleres en tiendas sobre las calles principales, caracterizándose ciertos lugares por ocupaciones o gremios, así en la primera cuadra de la calle Camacho, abundaban los talabarteros, oficio muy cotizado porque se usaban mucho los arreos de cuero como monturas, estribos, frenos, alforjas, etc. En la siguiente cuadra de la misma calle abrían sus talleres los plateros o joyeros.
En las cuadras adyacentes a la plaza principal tenían sus talleres los peluqueros, fue una profesión mixta, porque mientras esperaban a los “barbudos”, cosían polleras, siendo por consiguiente “peluqueros-polleros”.
Otra secta artesanal frondosa estaba constituida por los sastres, parece que desde remotos tiempos se había trasmitido por generaciones el oficio dentro de una sola familia, porque casi la mayoría de las sastrerías fueron de “Maestros Sánchez”, pero el patriarca de todos era don Martín.
Los zapateros tenían sus talleres en zonas un poco más alejadas del centro y había que visitarlos porque se acostumbraba mandar hacer zapatos “a medida”. Luego venían los carpinteros, que según recuerda Morales, no eran muchos. También estaban los lateros u hojalateros, con sus talleres esparcidos por los barrios y finalmente estaban los hombres que eran considerados, los más fuertes y musculosos, los herreros, que tenían sus talleres en zonas un poco alejadas del centro.
Antiguamente a la gente que provenía del campo se la llamaba chapacos. Morales los describe como gente buena, sencilla, pero no tonta. Eran aquellos que frecuentaban la ciudad, procedentes de las campiñas y comarcas próximas, como Tomatas, El Rancho, El Monte, Yesera, San Jacinto, San Gerónimo, San Luis, Tablada y Tabladita, Tolomosa y Tolomosita, Churquis y Guerrahyaco, La Victoria y no así de las provincias.
Las visitas y convites
Una costumbre popular y sana era la de hacerse visitas recíprocas entre vecinos, por motivos de salud o por la llegada de algún familiar. Para esto según Agustín Morales se acomodaban asientos en los amplios corredores de las casas.
Más aún, la regla era avisar el día y la hora de la visita para que el dueño de casa los espere con algún manjar de media tarde. A esta tradición se sumaban los convites, estos sucedían cuando se trataba de algún cumpleaños, bautizo o graduación.
Según el escritor, las fechas especiales motivaban las reuniones familiares y de amigos, para las cuales se preparaban comida y bebidas sin alcohol. “En los convites no faltaba la leche, que le llamaban orchata, ésta se preparaba con almendras. A las personas mayores se les ofrecía mistelas”, relata Agustín Morales.
Se cuenta que en estos encuentros se daban interesantes conversaciones, más aún no se llegaba a consumir bebidas alcohólicas porque comenzaban y terminaban temprano. Un lindo recuerdo de esta costumbre es la solidaridad que tenían las personas, pues cada quien aportaba de manera voluntaria con un manjar que quisiera compartir.
“Qué buena gente fue la de aquellos tiempo, vivía unida, tranquila y en armónica relación. No se conocían envidias, peleas o incidentes entre vecinos, todo se desenvolvía en un ambiente de amistad y afecto”, concluye Agustín Morales.
Pero también había otras prácticas, los hombres se reunían al calor de unos vinos y se acompañaban de interpretaciones musicales de instrumentos que hoy ya no se usan en las reuniones sociales actuales, tales como el acordeón y unas guitarras pequeñas y redondas similares a las guitarras turcas.
Apuntes sobre la temática
Reuniones
Existían reuniones que se hacían al calor de unos vinos y se acompañaban de interpretaciones musicales de instrumentos que hoy ya no se usan en las reuniones sociales actuales
Canoas
Un oficio popular era el de fabricar una especie de canoas en las que los pobladores podían navegar en hermoso río Guadalquivir en sus mejores épocas.
Guadalquivir
En los años mozos del río Guadalquivir no había persona que no haya visitado sus orillas y haya pasado tardes inolvidables. Ya sea como paseo con la familia o como actividad educativa.
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