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MAYO DE 1812 - A SANGRE Y FUEGO, GOYENECHE TOMA COCHABAMBA


DIAS DE MAYO (primera parte)


Por:  Gustavo Rodríguez Ostria.

 

El 27 de mayo de 1812, Juan Manuel de Goyeneche y Barreda, nacido en Arequipa en 1776 y perteneciente a una de las familias más ricas del sur peruano, tomó Cochabamba. Era la segunda vez que ocupaba la región de los valles. La primera fue el 16 de agosto del año precedente, tras derrotar tres días antes en los campos de Hamiraya (Sipe Sipe), a las fuerzas de Buenos Aires y de Cochabamba. Entre ambas incursiones media una significativa diferencia. En 1811 el Cabildo de la ciudad se rindió y Goyeneche ingresó sin dificultades a la atemorizada y pequeña población, de unos veinte mil habitantes. En cambio en 1812 lo hizo a sangre y fuego y un pillaje generalizado. En las costumbres prevalecientes de la guerra, si una plaza se rendía, la tropa vencedora la tomaba sin grandes represalias. No ocurría lo propio si había oposición armada, pues como recompensa al riesgo de la soldadesca, el “saco” o saqueo, le estaba autorizado.

 

La tradición cochabambina, marcada por Nataniel Aguirre en “Juan de la Rosa”, señala que el 27 de mayo las mujeres ocuparon la serranía de San Sebastián y desde allí atacaron a Goyeneche ¿Fue una lucha por la independencia o una insurrección popular con otros propósitos? Desafortunadamente no hay documentos que permitan esclarecer con precisión que ocurrió esos días. El único relato ocular es de Francisco Turpín, soldado analfabeto del Ejercito Auxiliar de Río de La Plata. Existe también la narrativa poética de Agustín Méndez, abogado conservador que se hallaba en Punata.

El 21 de mayo, el temeroso Cabildo de Cochabamba intentó repetir la jugada del año pasado y pactar con Goyeneche, que rechazó airado la propuesta. Tres días más tarde sus tropas derrotaron a las de Esteban Arze en el Quewiñal al noroeste del pueblo de Pocona, y avanzaron triunfantes. El 25 en la hacienda de las monjas de Santa Clara(Cliza) recibió una nueva delegación del atribulado Cabildo y esta vez aceptó la rendición. Entraría, pensó, sin resistencia a la ciudad. Pero no fue así. Las autoridades de Cochabamba convocaron ese mismo día a un Cabildo Abierto en la Plaza de Armas. El gobernador, el rico y criollo Mariano Antezana, habló desde el balcón del Cabildo. Recibió fuerte resistencia a la defección. ¿Quiénes estaban en la explanada? Cuando la autoridad intervenía se le dijo “Nadie le ha entendido, pase en su idioma a explicarles”; es decir siga en quechua. En la ciudad, la gran parte de la población era mestiza e indígena, de artesanos, artesanas, comerciantes y labradores, que se comunicaban con mucha mayor facilidad en quechua que en español. La figura colonial del Cabildo Abierto se había resquebrajado, fruto de la situación de revuelta y de las nuevas sensibilidades políticas en curso. Debían integrarlo únicamente varones, españoles y criollos”puros de sangre” e ingresos probados; en 1812 en cambio la “cholada”, según Méndez, desbordaba la plaza. La “gente de baja esfera”, como solía, con desprecio, llamársela era en gran parte de mujeres.

Antezana y su gente desaparecieron de escena. Junto a sus familias y otras de alcurnia huyeron o se refugiaron con sus riquezas en los conventos de San Francisco y San Agustín(actual Gobernación). La ciudad quedó en manos de la plebe en revuelta, la que nombró su propio gobernador. El 26 las mujeres populares, al grito de “No hay hombres”, asaltaron el arsenal del cuartel (actual templo de la Compañía) y al anochecer la multitud saqueó las casas de españoles y criollos, sin distinciones de bandos e intentaron hacer lo propio con los claustros, aunque sin éxito. Al día siguiente se atrincheraron en el cerro de la Coronilla.


DIAS DE MAYO (segunda parte).


Juan Manuel de Goyeneche, partió de Cliza la madrugada del 27 de mayo de 1812. Había iniciado su periplo guerrero en Potosí el 5 de mayo. En el ataque contra la rebelde Cochabamba empeñaba todas sus fuerzas. Atravesó Sucre, luego Mizque, y el Valle Alto, dejando a su paso muertos y devastación. Además de su ventajosa posición geográfica, Cochabamba era un reservorio de combatientes, poseía una excelente gama de caballos y sus artesanos y artesanas confeccionaban ropa, calzado, armas y pólvora. Ninguna otra región podía cumplir ese papel.


Goyeneche estaba decidido a tomar la región insurrecta desde que noviembre de 1811 cuando Esteban Arze la (re)tomó. Avanzaba por el camino de que en su tramo final bordeaba la colina de San Sebastián. Asumía que las autoridades de la ciudad y la provincia habían suscrito su “sumisión” el 25 de mayo y por tanto resignado sus armas. En su informe al virrey Abascal señalaría “En esta inteligencia me dirigía a ocuparla (…), habiéndome vivamente sorprendido a oír desde una legua(unos dos kmts.) un vivo fuego que indicaban resistencia. Luego me informaron que falsos a sus promesas (…) un inmenso gentío con artillería ocupaba el monte de S. Sebastián, y su caballería las entradas de la ciudad, con un aire guerrero y ofensivo”. Eran como las tres de la tarde y se hallaba muy próximo a la hacienda de La Tamborada, hoy propiedad de COBOCE.


Detengámonos un momento en el reporte. Por una parte gente en la colina y por otra caballería ubicada al borde de la laguna Alalay y en la actual avenida Siles. La caballería cochabambina era su principal y temida fuerza de ataque. Una parte había abandonado la villa, pero otra se quedó. ¿Qué pasaba en La Coronilla?, una elevación estratégica ¿Quiénes estaban en ella? Según Manuel Sánchez de Velasco, que escribió años más tarde, “el populacho entregado a su capricho”. Para el soldado porteño Turpín”las mujeres, sacaron los fusiles, cañones y municiones, y fueron al punto de San Sebastián, al pie de La Coronilla, extramuros de la ciudad, donde colocaron las piezas de artillería”. El abogado cochabambino Agustín Méndez, que vivió en esos años, escribió que “De ahí fueron con afán y estrépito guerrero a presentarse en el cerro de san Sebastián, creyendo que allí estarían, con miserable armamento, seguros de todo evento de sr allí combatidos, que a cien mil aguerridos rendirían en el momento”.


Al ver que se aproximaban las tropas adversarias “inmediatamente rompieron el fuego las mujeres con los rebozos atados a la cintura, haciendo fuego por espacio de tres horas”. Goyeneche mandó hacer alto y dispuso el ataque. Junto al brigadier francisco Picoaga y el batallón Cotabamba, “con 180 hombres y ocho piezas de artillería a caballo. Me dirigí a tomar el cerro de San Sebastián y la fementida ciudad”.  Ordenó que “la artillería rompiese en línea su fuego avanzado”. Tenía aquí una indudable ventaja, los hechizos cañones populares de San Sebastián tenían un alcance de unos 600 metros y los de guerra de Goyeneche unos 2.000. Con ellos devastó la gente de colina, apostada en su cara sur, la que da hacia el cementerio y donde se halla el antiguo monumento erigido en 1910. La multitud no podía hallarse en el emplazamiento del actual monumento de cara a la ciudad, pues simplemente las tropas enemigas no venían por allí.


El combate, la mayor parte de cañoneo mutuo, duró entre dos y tres horas. Cuando Goyeneche creyó que sus proyectiles habían causado un suficiente daño, instruyó que su infantería dividida “en tres trozos” trepe la colina y termine la faena. Según él tardó una decena de minutos. La acosada muchedumbre, bajó precipitadamente hacia la plaza de San Sebastián intentando reagruparse, pero no fue posible. Huyeron en desbandada, perseguidas por la infantería y la caballería enemiga. Estas, según Goyeneche, “Como torrentes entraron las divisiones enfurecidas en la despoblada ciudad que la noche antes había sido saqueada por la plebe. Comenzó otro saqueo, que hice cesar al ponerse el sol”. Según Agapito de Achá, cochabambino partidario de Goyeneche, no hubo distinciones: “El trastorno ha sido universal, pues los justos han pagado como los pecadores”.


En la serranía quedaron yertas una treintena de mujeres y unos nueve varones, claro indicador de la mayor presencia femenina. ¿Por qué estaban allí? Ya veremos.


UN DIA DE MAYO (tercera parte)


Vencida la última resistencia, las tropas de Juan Manuel de Goyeneche se lanzaron el 27 de mayo de 1812 sobre la angustiada población. “Se dirigían los tiros contra las puertas de casas, tiendas y ventanas, que todas estaban cerradas”. Algunos pocos sacerdotes predicaba moderación, pero en verdad reinaba la confusión y el desorden, cometiéndose asesinatos en gentes indefensas, encontradas en sus casas. Las mujeres fueron vejadas y ultrajada y muchas murieron. Cuántas, nunca lo sabremos con exactitud. Tampoco quiénes fueron ellas, sus rostros, filiaciones étnicas o sus nombres.


    La guerra en curso era un escenario varonil. Correspondía a los hombres de alcurnia y no a las mujeres defender su familia, su dios y su patria, o lugar de nacimiento. Las mujeres, en la intimidad del hogar y las tertulias, podían quizá opinar y ser llamadas a colaborar para pertrechar a las tropas o para el cuidado de los heridos o la confección de uniformes; pero en todo caso eran consideradas ajenas a la guerra misma, aunque podían plegarse en conciliábulos y observaciones secretas. No obstante algunas pertenecientes a las filas mestizas e indígenas fungían como acompañantes a manera de soldaderas y vivanderas (“rabonas”), sin quienes la tropa no podía sobrevivir.


En la señorial Cochabamba, las mujeres estaban doblemente excluidas, tanto del servicio de las armas (la milicia) como de la deliberación pública. Pero como suele ocurrir en todo período convulso y revolucionario, las relaciones entre los sexos se trastrocaron pues el poder de los varones se debilitó. Desaparecida el 25 de mayo la autoridad del Cabildo y la Junta Gobernativa de los criollos de alcurnia por su intento de transar con Goyeneche, el poder quedó en la calle. Lo tomó, para defenderse, la abigarrada e irreverente masa de artesanos cholos y mujeres mestizas y de no pocas indígenas.


La mujer reclamó y ganó entonces presencia y participación en las decisiones. Ocuparon el espacio público y el de las deliberaciones, anteriormente negados en una sociedad patriarcal de rígidos controles familiares. En un momento altamente crítico ellas se (re)presentaron la ciudad como su propia casa y la “patria” como un espacio íntimo, representado en sus cuerpos, el que no debía ser vulnerado. Las mujeres verificaron con preocupación que quedaban pocos soldados varones para defender ese espacio de su cotidianidad e intimidad. Al fugar la mayoría de ellos, el poder masculino en la guerra quedó mermado, abriéndose una brecha de género. Fue entonces cuando el 25 de mayo afirmaron: “si no hay hombres nosotras defenderemos” y que había que “morir matando” y dos días más tarde se atrincheraron en la Coronilla.


Las mujeres se constituyeron así en actor político-militar para defender su vida. Colocadas en una situación límite, superaron sus tradicionales roles y rompieron las fronteras de género y tomaron las armas para desafiar a la muerte. Es en este punto que habla de una demanda por participación y reconocimiento donde estriba el carácter revolucionario de su presencia en el mes de mayo de 1812 y no, como pretende la historia oficial del 27 de mayo, en la presunta convocatoria independentista a una radical ruptura con el rey español Fernando VIII, que nadie o casi nadie enarbolaba en ese tiempo.

 

.Los acontecimientos de mayo de 1812, no recibieron atención regional hasta la novela “Juan de la Rosa” de Nataniel Aguirre publicada en 1885 y solo entonces se los incorporó lentamente en la narrativa histórica. Es sugerente que tres años atrás, cuando el reconocido Eufronio Vizcarra publicó sus “Apuntes para la historia de Cochabamba” no les otorgó ningún lugar destacado, como tampoco ocurrió en 1876 cuando el Consejo Municipal buscó héroes (y no heroínas) que figuraran en la Columna patriótica que perpetuara la épica regional. Habrá que esperar hasta 1926 para que las mujeres figuren en un lugar relevante y el 27 de mayo y la colina de San Sebastián adquieran un lugar de privilegio en el calendario cívico regional.


UN DÍA DE MAYO (cuarta y última parte)


El historiador francés Pierre Nora escribió que “La memoria depende en gran parte de lo mágico y sólo acepta las informaciones que le convienen. La historia, por el contrario, es una operación puramente intelectual, laica, que exige un análisis y un discurso críticos”. Esta es una distinción fundamental para establecer que ocurrió el 27 de mayo de 1812 y como posteriormente se (re)construyó la narrativa oficial de aquel día, principalmente a partir de la obra de Nataniel Aguirre “Juan de la Rosa”(1885), la erección del monumento recordatorio en 1926, la declaración al año siguiente del 27 de mayo como día de las mujeres y su transformación en 1944 como día de la madre.


¿Por qué Aguirre decidió poner en primer plano un acontecimiento que no había recibido interés positivo por parte la literatura patriótica que construía el pasado aceptado de la nación boliviana? Liberal y federalista había participado en la organización de tropas de artesanos mestizos para combatir la invasión chilena y pensaba que una nación derrotada requería de actos gloriosos y de heroísmo para elevar su moral. Elevó así a las alturas de la “patria” a las mujeres mestizas o cholas pero en cambio condenó la algazara plebeya del 25 y 26 de mayo y repudió a los caudillos conductores de un desborde más propio de una insurrección social que de una batalla por la “patria”. A fines del siglo XIX, por otra parte, las regiones entraron en disputa por el liderazgo de la nación. La participación en la “Guerra de la Independencia”, considerada en el acto heroico que dio origen a Bolivia, se constituyó en una suerte de dirimidor del poder. La Paz y Sucre podían, aunque en disputa, enarbolar sus propios lauros. Cochabamba tenía a Esteban Arze, pero no era socialmente muy diferente de P.D Murillo o M. Zudáñez de modo que solo las mujeres plebeyas podían introducir una diferencia, aunque retratadas de forma muy diferente al de su práctica real de 1812.


Nombrarlas, dar su filiación étnica o de clase, no son datos irrelevantes, implica una narrativa y un rito interesado de apropiación del pasado y de su legado para el presente ¿Quiénes eran ellas? ¿Plebeyas o señoras de alcurnia? Aguirre dejó claro el carácter mestizo de las protagonistas.  Propuso como actoras a Rosita, la linda encajera y una ciega de apodo Chepa. Ella preside, en gesto aguerrido, el monumento inaugurado en 1926. Sin apoyo de fuentes confiables, se decidió llamarla Manuela Gandarillas; ese nombre ya era conocido en 1910, cuando se construyó la columna para honrar el martirologio regional. Manuela de las Eras y Gandarillas realmente existió, aunque no tenía 100 años, no era ciega y no hay certeza que estuviera en la Coronilla. Aguirre la usa ficcionalmente, para presentar la fuerza y sabiduría del pasado convocando al porvenir.


Por otra parte, nuevamente sin documentación de respaldo, en 1910 se presentó una lista de damas de sociedad y cónyuges de comandantes de la “patria” como caídas el 27 de mayo, como si sus p muertes debieran estar indisolublemente unidas a sus vidas de casadas. Entre ellas figura, por ejemplo, la esposa de Esteban Arze, Manuela Rodríguez Terceros. Ella sufrió persecuciones y sus bienes familiares fueron confiscados; pero siguió viva y los reclamó una vez decretada la Independencia en 1825. Murió el 9 de marzo de 1832 en Tarata. Al nombrarlas arbitrariamente, se intentó dar propiedad de clase y étnica a la batalla y restituir la presencia de la élite criolla en su  (re)construcción en la narrativa histórica regional, dominada por la presencia mestiza del monumento de la Coronilla. La memoria, en lo que con Eric Hobsbawm podríamos designar como una “invención de la tradición”, enterró a la historia y olvidó que los testimonios disponibles evidencian que entre el 25 y el 27 de mayo se produjo una algazara popular ante la defección de los sectores criollos que gobernaban la región. Transformó en este recorrido a las mujeres plebeyas que agresivas defendían sus vidas(“Morir matando”) en productoras de un proyecto independentista presentado con un nítido corte de género, que ninguna otra región podía exhibir ni igualar. Blasón que serviría a Cochabamba para marcar su identidad.

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