Por: Raúl Rivero Adriázola / publicado en Ideas de Página
Siete, el 17 de abril de 2022.
Cuando se supo en el Palacio Quemado que en la toma de la
Laguna Chuquisaca hizo huir a los ocupantes de un fortín paraguayo, el
presidente Salamanca ordenó su inmediato desalojo. Ante la solicitud del
general Filiberto Osorio, respecto a averiguar la posición exacta de ese puesto
militar para que las tropas bolivianas se instalen en el otro extremo, el presidente
cedió a ese pedido. Empero, el coronel Enrique Peñaranda, que ocupaba
accidentalmente la comandancia de la cuarta división, objetó la orden de
desalojo e, incluso, fue más allá, ordenando a Moscoso levantar el “fortín
Mariscal Santa Cruz” sobre las ruinas del puesto paraguayo. Esa fue la primera
de un sinnúmero de fracturas de la cadena de mando entre el capitán general y
los mandos del ejército.
Y la inicial insubordinación va más allá, con complicidad
del jefe del Estado Mayor General. Luego de enviar Osorio la instructiva
presidencial, en otro cablegrama ordena a Peñaranda: “Ante la necesidad de
retener Gran Lago y orden de abandono dada por presrepública, urge que usted
represente nombre oficialidad y su comando” (Alvéstegui, Salamanca. T.3:410).
Requerimiento que es cumplido de inmediato.
Años después, Peñaranda justifica ese acto, señalando que
“teníamos que suponer que el Estado Mayor General debía tener sus razones
patrióticas superiores para imponernos secretamente observar sus propias órdenes,
en las circunstancias especiales surgidas en el Chaco” (El Diario, mayo 14 de
1960:3). Como anota Alvéstegui, sorprende ese extraño concepto de obediencia y
disciplina, en la que una orden del Estado Mayor estaría por encima de otra
enviada por el capitán general.
Lo anterior permite apreciar cuán dispares eran los
objetivos y esperanzas entre el gobierno y el ejército respecto a la
penetración y retención del mayor espacio posible de territorio en el Chaco.
Para los mandos militares, resultaba un sinsentido alentar
la ocupación de un área con condiciones físicas y climáticas hostiles si no se
aseguraba la provisión de un elemento tan vital como es el agua, aunque sin
aquilatar en toda su gravedad el riesgo que podía correrse en la ocupación de
espacios donde la probabilidad de conflicto con el enemigo era muy elevada.
Clara muestra de esa postura es la afirmación del general
Lanza en Roboré: “Aquí los jefes y oficiales de la tercera división me han
manifestado que si se ha de abandonar un puesto tan importante(,) no vale la
pena seguir sacrificándose en el Chaco” (Alvéstegui, Salamanca. T3:390).
Es somera, pero muy clara la afirmación de David Alvéstegui:
“Salamanca quedó solo en su posición pacifista”.
El 29 de junio, el destacamento de Moscoso rechaza un
intento paraguayo para recuperar la laguna. Con la convicción de que el
ejército boliviano podía defenderla exitosamente, el 7 de julio, los militares
envían una misiva al presidente, afirmando que mantenerse allí “significa la
posibilidad de nuestra salida al río Paraguay”.
Más realista, Salamanca contesta que, tal decisión “presenta
una perspectiva desastrosamente adversa a nuestra causa. Da lugar o pretexto
para interrumpir el pacto de no agresión, a esparcir en el continente la
inquietud de una guerra y a determinar una presión internacional que nos
obligaría a un tratado desventajoso” (Salamanca, Documentos para una Historia
de la Guerra del Chaco. T.I:323).
En el campo de la diplomacia, maliciosamente mal informado
por Osorio, el gobierno cree estar en buena posición para contestar con firmeza
el anuncio de Paraguay, hecho el 7 de julio, de abandonar la Conferencia de
Washington en repudio al ataque a su fortín, afirmando Bolivia que tal puesto
militar no existía en mapa alguno, encontrándose Moscoso con “casuchas
abandonadas”, que las preservaron y, más bien, se instalaron en la orilla opuesta.
La prensa y la ciudadanía coinciden en reprochar la
“injustificada” actitud paraguaya, insistiendo en que el ejército boliviano se
mantenía en actitud defensiva en el Chaco y que, Moscoso y sus hombres “no
iniciaron agresión alguna”, limitándose a explorar zonas desérticas.
Con más firmeza, un matutino paceño, con el titular de “El
sentido del honor nacional”, lamentándose de que el gobierno actúe con “guante
demasiado blanco para el adversario sin escrúpulos, alevoso y falso”, advierte
que: “si el gobierno no toma una actitud enérgica que ponga freno a las
constantes acometidas de Paraguay, se habrá permitido a breve plazo que el
enemigo vaya insensiblemente invadiendo nuestro suelo, matando nuestros
hombres, vejando nuestro pacifismo, y lo que es cien veces más grave para el
porvenir, deprimiendo el espíritu nacional (…) no hay sino una disyuntiva: o
nos resolvemos a ser en América el país ideal de la resignación, con la gloria
necia de pasar a la historia como pacifistas ultracristianos, o recuperamos el
sentimiento nacional y devolvemos al alma boliviana el vigor de su grandeza
masculina”, (El Diario, julio 12 de 1932:8).
Es con ese ánimo que el país encara la defensa de la toma de
Laguna Chuquisaca, días antes de que Paraguay intente por segunda vez recuperar
el espejo de agua.
Raúl Rivero Adriázola Escritor
Fotos: Enrique Peñaranda del Castillo y Daniel Salamanca.
(Internet)
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