Luego de la Guerra de Independencia el país había quedado
destruido económica y socialmente: el resultado fue un pueblo fragmentado
socialmente, con clases sociales claramente diferenciadas que no se mezclaban
entre sí ya que cada una de ellas tenía una asignación de roles y funciones
claramente definida; empero, había una fuerte interdependencia entre ellas.
Hacia 1870, en Bolivia se distinguían varias clases
sociales, cada una con sus respectivas características: los “jóvenes
decentes”(Campero, 1871), los indios, los “artesanos” (Sanjinés, 1880) y la
“cholada” (Baptista, 1932). El propósito del autor no es hacer un análisis
sociológico acerca de la sociedad de los 70’s del siglo XIX: sólo se limita a
reproducir los términos que usan los protagonistas de los hechos de esa época.
Pese a este hecho, se hará una breve explicación acerca de la connotación que
tenían las denominaciones de las diferentes clases sociales, ya que estos
términos aparecerán muchas veces en el texto.
Al leer las novelas y relatos costumbristas y picarescos de
principios del siglo XX se pueden encontrar descripciones exactas de lo que
eran los “jóvenes decentes”: una clase parasitaria que vivía de las rentas de
sus padres –provenientes del cultivo del campo–, que estaban “encholados”(la
expresión es de Tristán Marof e indica que cada uno de ellos tenía una amante
chola), dedicados al alcohol, las fiestas y las cholas. Muchos de estos
“jóvenes decentes” estudiaban Derecho –para convertirse en “Doctorcitos”– que
luego eran los adláteres y sustentadores de los caudillos militares.
Los “indios” -también denominados “la indiada”(Lanza, 1855)-
a la que se consideraba, sin lugar a dudas, la clase inferior, estaba compuesta
por todos los originarios. Era la clase que, desde la época de la Colonia,
estaban encargados de los trabajos más rudos. Eran, además, la “carne de cañón”
que era utilizada de forma inconsulta e inmisericorde. En el derrocamiento de
Melgarejo, por ejemplo, eran los zapadores que ejecutaban las misiones más
peligrosas. En su forma más “civilizada” eran los “colonos” de haciendas que
prestaban servicios como pongos en las casas de los “jóvenes decentes” y sus
familias.
Los “artesanos” y los “cholos” solían ser aquellos hijos de
indígenas y “jóvenes decentes” - no se debe olvidar que lo normal era que el
patrón o sus hijos, pudieran poseer a cualquier mujer de su hacienda- que había
aprendido algún oficio y que –luego– fueron relevantes en las filas del Partido
Liberal. Si bien no eran tan “carne de cañón” como los “indios”, eran los
grupos de choque de los partidos políticos y de los caudillos militares. La
clase chola, -o “cholada”- que se confunde algunas veces con la de los
artesanos, designa a los pequeños comerciantes que se dedicaban al negocio al
menudeo, ya que el comercio importador estaba en manos de los “jóvenes
decentes”. Mientras la clase blanca y educada trataba de oprimir a los cholos,
éstos que no eran aceptados ni por los unos ni por los otros– se dedicaban a
exaccionar a los indígenas y atacar a los “jóvenes decentes”.
La institución en que se juntaban todos, pero sin mezclarse,
era el Ejército: estaba compuesto por gente de todas las categorías y clases
sociales. En los cuarteles se podía encontrar gente de todo tipo y de toda
calaña. Los grados se los ganaba a fuerza de temeridad y audacia: no existía
una carrera militar como tal, sino que la participación en revueltas y
revoluciones era la forma de ascender. Paz, (1908) cita una palabras del
Coronel José R. Avila, hijo del General Celedonio Avila, Ministro de la Guerra
de Achá y que combatió a Melgarejo, que reflejan exactamente lo que era el
Ejército: “Qué sabíamos entonces los militares de constitucionalidad ni de
instituciones sólo sabíamos que para los audaces había ascensos y carrera”.
Fuente: Ni tan caudillos, ni tan bárbaros: política y
economía en la presidencia del General Pedro Agustín Morales Hernández,
1871–1872”. De Pastor Rafael Deuer Deuer.
Imagen: Foto-postal de indígenas Tembetas, principios de
siglo XX.
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