Plaza principal de La Paz, finales del siglo XIX |
Al promediar el año 1878, el Gran Circo Chiarini llegaba al
país con su pintoresca comitiva. Tal vez no era el primero en su género, pero
sin duda era el más vistoso que había pasado por aquí hasta ese entonces. Tanto
así que, medio siglo después, Ismael Sotomayor lo rememoraba en una de sus
añejerías paceñas, titulada “Oh, gran Charinni [sic]”, en la que afirmaba que
este circo había sido “único, incomparable, grandioso, colosal, portentoso”.
Su dueño, el italiano Giuseppe Chiarini, fue uno de los
hombres más importantes del arte circense decimonónico, así como el más
cosmopolita de entre todos. Nació en Roma el año 1823, dentro de una familia de
entrenadores ecuestres y artistas que, en realidad, era una verdadera dinastía
de acróbatas, domadores, titiriteros y actores. Ya en 1710, los Chiarinis se
dedicaban al espectáculo como mimos coreográficos en Francia y, para 1790,
estaban abocados al teatro de sombras en Hamburgo. A sus dieciséis años,
Giuseppe –o José, como era conocido en el mundo hispánico– se embarcó hacia
Rusia con la compañía de su coterráneo Alessandro Guerra (considerado uno de
los fundadores del circo moderno) y permaneció un largo periodo en San
Petersburgo. Después de esa experiencia y un breve paso por Viena, estuvo un
tiempo en Nueva York, para luego fundar, en 1856, su propio circo. Durante casi
una década, el Real Circo Español –como lo bautizó Chiarini– realizaría giras
por Cuba y el Caribe (Haití, República Dominicana, las Antillas y Bahamas),
incorporando a su elenco artistas ingleses, estadounidenses y locales. Pero no
fue sino a partir de 1864 que comenzó a brillar en todo el continente.
Así, por varios años, se dedicó a recorrer la América
hispana de norte a sur. Por ejemplo, su presencia en México fue muy aclamada. A
partir de ese momento, su emprendimiento tomaría el nombre de Real e Italiana
Tropa de Caballos del Signor Chiarini o, simplemente, Circo Italiano de
Chiarini, y haría las delicias del gran público, sobre todo durante el breve
reinado de Maximiliano I de Habsburgo. Sin embargo, y a pesar de haber
construido un imponente anfiteatro con capacidad para 150 personas en la Ciudad
de México, Chiarini decidiría retomar sus correrías poco antes de la ejecución
del emperador en 1867.
Después de una intensa temporada en Estados Unidos y, en
particular, en la costa oeste, el circo emprendió rumbo hacia Australia y el
sudeste asiático. Para ese entonces, la comitiva viajaba con unos sesenta
caballos amaestrados y más de cien empleados de diversas latitudes. Entre los
más memorables, se encontraban, por ejemplo, los hermanos Carlo, acróbatas y
cantantes que iniciarían una compañía itinerante muy célebre en Argentina y
Uruguay, considerada además la primera en poner en escena un “circo criollo”,
con rasgos propios de la región rioplatense.
Finalmente, casi una década más tarde y tras una fugaz
estancia en San Francisco, Chiarini volvería a Sudamérica y es ahí donde lo
encontramos siguiendo su ruta hacia Bolivia. Los periódicos paceños lo
comenzaban a anunciar en primera plana en agosto de 1878, ante la impaciencia
de los lugareños, que esperaban con ansias su llegada. Por lo que comentaba la
sección social de El Comercio, “el Gran Circo Chiarini está a la orden del día.
En los salones de la alta sociedad, en todas las oficinas públicas, en el
taller del humilde menestral, en las plazas y calles no hay otro tema de
conversación”. Además de su inminente éxito, el autor también subrayaba que se
tenía noticias de otras tropas que, como “Mr. Chiarini y sus tigres, y su
bisonte, y sus chocos, sus caballos, y sus monos, etc. y etc.”, también
viajaban por países vecinos como Chile.
Con esta expectativa, el 6 de septiembre el Gran Circo
Italiano inició sus funciones diarias en el patio del convento de La Merced y
permaneció ahí hasta el 23 de ese mes. La recepción, evidentemente, fue
magnífica y muy rentable, a tal punto que varias representaciones se destinaron
al beneficio de los hospitales paceños por iniciativa del mismo propietario de
la compañía. Su programa consistía en la actuación de niños trapecistas, un
número ecuestre, prestidigitación con argollas, cuerda floja, malabares,
acrobacia aérea y la exhibición de un búfalo de nombre Dick, que causó gran
impresión, en particular entre las mujeres asistentes. En efecto, el de
Chiarini fue uno de los primeros circos –si no, el primero– en traer animales a
la escena y, para su apertura, también contó con tres tigres de bengala
“altamente adiestrados”, como rezaban sus avisos publicitarios. Asimismo,
ofrecía la apreciación de una “cebra del Cabo de Buena Esperanza” y de un
“cinocéfalo de África”, siendo este último directamente un monstruo imaginario.
A pesar de algunas inexactitudes en su texto –en particular,
la disgregación de la compañía al salir de Bolivia–, Ismael Sotomayor se
detiene sobre la espectacular presencia de Giuseppe Chiarini y su elenco en La
Paz que, según nos dice, caló hondo en el imaginario popular de la ciudad. Y,
como en muchas de sus añejerías, tampoco se olvida de incluir algunas anécdotas
curiosas. De esa forma, nos enteramos de las aventuras del presidente Hilarión
Daza con una de las actrices del circo llamada Olga Guerra. De hecho, su
“gracia y su belleza” eran de tal renombre que, en enero 1879, durante su
permanencia en San José de Costa Rica, los periódicos la retrataban como una
mujer “seductora”, “deslizándose tenuemente como una ondina de céfiro”.
De esta suerte, Chiarini y su circo partían del país dejando
tras de sí su leyenda y continuando un incansable viaje que solo terminaría con
la muerte de su dueño en abril de 1897. Giuseppe se encontraba en la ciudad de
Panamá y, aunque es probable que hayan vuelto a visitar nuestro país en 1890,
por años sus pasos lo habían llevado a recorrer China, Corea, Filipinas y
Japón. Sin dinero y sin posteridad, con Chiarini se extinguía también el que
fuera el circo más viajado, como también uno de los más influyentes y
memorables de la segunda mitad del siglo XIX en todo el mundo.
Por: Kurmi Soto, 23 de enero de 2022 / Opinión de
Cochabamba.
Foto: 1878, vista de la actual plaza Murillo de La Paz.
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