Por: Manuel Frontaura Argandoña / Sociedad de Geografía
e Historia. Cochabamba. // Tomado de: http://www.cochabamba-historica.com/Interes2.htm
I
La gloria, bien es cierto, lo cubre todo con su manto y
enciende en los pechos braza que nadie podrá decir si es de aceite votivo, o de
ira vengativa. Bolivia, pobre madre, así lo ha querido, recibe en su seno
nostálgico y resignado, las cenizas del más modesto y del más grande de sus
hijos, entre tanto, en Calama, ciudad chola que se extiende como
una vistosa pollera en medio del desierto, queda abierta, como el punto de una
interrogación, o como boca abierta en forma de pregunta, la tumba vacía
del que hasta hace pocos días fuera el centinela tenazmente alerta del derecho
inmanente de Bolivia sobre el mar, porque, Abaroa, firme en el puesto de su
inmolación, era el convidante de hueso, la marmórea estatua espectral que
con los dos brazos extendidos a la manera de Cristo, señala con el uno nuestras
montañas y señala con el otro el mar, y nos decía: “Os espero". Os
defiendo. Soy vuestra presencia. No me llevéis. ¡Recobradme gloriosamente, no
hoy ni mañana, sino algún día, porque Bolivia es eterna como mi gloria!”
II
Para la gran biografía se presentan las vidas
predestinadas como las de Jesucristo, las vidas tormentosas como las de Simón
Bolívar o las vidas en que el carácter establece un supremo equilibrio sobre la
materia, como las de Leonardo de Vinci y de Antonio José de Sucre.
Esos seres desde la infancia, se sintieron asistidos
por una inspiración o llamados por un deber superior, por la magia y la chispa
de su propia superioridad mental o espiritual sobre sus semejantes. Y sin
embargo, todas esas biografías, con la sola excepción del Hijo de Dios,
quedarían opacadas por la biografía del Hombre. El Hombre, es en verdad, lo que
el Dios quiso que fuera, lo que la religión, y con ella la cultura, han
deseado, han imaginado, un ser valeroso y bondadoso, en que el cumplir con el sencillo
mandato de la virtud cuotidiana y de la práctica del bien sea evangelio
elemental creado por su conciencia. El hombre superlativo, el arrollador
de sus semejantes, el conquistador de posiciones con mengua de los suyos, no es
el hombre. Es el esquizofrénico diabólico, la cara opuesta de todos los hombres
más perfectos de la creación, esos que tienen la bondad de Sucre y la infinita
sabiduría no aprendida de Leonardo.
La vida del Hombre discurre en medio de la obra humilde y
laboriosa de estar de acuerdo con su propia conciencia. Y he aquí que cuando el
destino le invita a dar prueba de su talla, lo da con una vida ejemplar o con
un relámpago en la muerte, como Abaroa.