Por: Diego Martínez Estévez.
ES UN LIBRO QUE DEBIERA SER COMENTADO EN AULAS, EN TODAS LAS
AULAS DE BOLIVIA
Escrito por un ex combatiente de la Guerra del Pacífico, un
oficial de 17 años, el subteniente Daniel Ballivian. En plena batalla del Ato
de la Alianza fue designado como Ayudante del Coronel Idelfonso Murguía Anze,
Comandante del Batallón Colorados.
El autor, en las 49 páginas de su obra publicada en
Valparaíso el año1909, nos brinda detalles del heroísmo, virtualmente rayanas
en la locura, con que el Batallón Colorados se enfrentó contra un enemigo
infinitamente superior y estuvo a punto de definir la suerte de la batalla a
favor de los ejércitos aliados, cuando abandonando su rígida formación, ingresó
en el campo de la muerte y con sus modernos fusiles Remington comenzó a cazar
como a patos a la caballería chilena, haciéndola retroceder por tres veces
consecutivas, hasta que una cuarta carga enemiga diezmó a los Colorados. Y como
refiere el diario de campaña de un soldado chileno, de haber la caballería
fracasado en su cuarto ataque, todo el ejército chileno se hubiera visto
obligado a replegarse.
Algunos pasajes que el autor nos brinda sobre lo sucedido
aquel célebre día del 25 de mayo de 1880, las transcribo a continuación.
“Fue en estas condiciones, es decir, completamente en ayunas
(después, de haber contramarchado del desierto de Camarones toda la noche
anterior N. del. A.), que casi la totalidad del ejército boliviano ocupó poco
después de su llegada, sus posiciones de combate, habiéndosenos asignado, como
se sabe, la del extremo costado derecha de la línea de batalla, mientras la
misión de “Reserva general del Ejército Aliado” que desempeñábamos en compañía
del simpático batallón cochabambino “Aroma”, No. 4, no nos obligara a estar
como estuvimos, en constante movimiento”.
“A eso de las 10 de mañana, se nos ordenó dirigirnos al
centro y nos colocarnos en el fondo de la quebrada e inmediatamente a
retaguardia de la colina en cuya cumbre se encontraba tendida la primera línea
y detrás de los dos cañones peruanos de grueso calibre, únicos que hasta ese
momento contestaban al fuego de la formidable artillería chilena (41 flamantes
cañones de industria inglesa y manipuladas por soldados de esta nacionalidad“.
( N. del A.).
“Como ya lo he dicho en otra ocasión, era yo el único
oficial que había conservado su caballo, encontrándome, por tal causa, montado
frente a mi compañía y rodeado de varios oficiales que comentaban con grande
animación las peripecias de la batalla que comenzaba a librarse.
“Entre éstos oficiales hallábase el subteniente Córdova, que
había venido de Tucumán… como vinieron Mármol y otros militares argentinos a
ofrecer sus servicios a la alianza Perú – boliviana, no tanto por amor a ésta
como por odio a Chile y a los chilenos….”.
“Mientras conversábamos, la mayor parte de las bombas,
disparadas por descargas de batería, pasaban zumbando por encima de nuestras
cabezas, para ir a sepultarse en la arena a muchos metros a retaguardia”…
“He referido también cómo esperaba la tropa la llegada de
estas mensajeras de la muerte; cómo se arrojaban al suelo de donde se
levantaban rápidamente lanzando vivas a la patria y burlándose socarronamente
de la puntería del enemigo y cómo, por último, la banda de músicos contribuía
eficazmente a aumentar su buen humor llenando el espacio con la melodía
entusiasta de sus dianas o los sentimientos acordes del último bailecito
escrito por Suárez o Villalobos”.
“Allí estaban, descansando sobre las armas, los dos
batallones de reserva. Los Colorados, con sus morriones negros cubiertos por
fundas de tela blanca, esos morriones nuestros, netamente bolivianos, no
importados de Alemania ni de ninguna otra parte……; las chaquetas coloradas con
cuellos y bocamangas negras; los pantalones blancos y anchos con franja también
negra y la tradicional abarca, completaban el uniforme genuinamente nacional. …
El “Aroma, formado a su izquierda y separado por la distancia reglamentaria,
vestía chaquetas igualmente coloradas y pantalones grises, lo que establecía
una semejanza de uniformes que venía a justificar hasta cierto punto, el
sobrenombre de “Coloraditos”, con la que se le designaba en el ejército”.
“El enemigo entretanto, seguía cañoneándonos con verdadero
ensañamiento. Las bombas llegaban cada vez en mayor número, hasta que,
súbitamente, el casco de una que estalló frente a nosotros, pasó tan cerca de
mi oreja izquierda haciendo un ruido tan extraño y destemplado, que sin darme
cuenta de lo que hacía y obedeciendo únicamente a un impulso nervioso e
irreflexivo, agaché rápida e instintivamente la cabeza ocultándosela tras el
cuello de mi caballo como para protegerla de un peligro desconocido”.
“Al notar mi maniobra, Córdova me dijo con una sonrisita
preñada de ironía y malévola intención: “No le haga, desde ya, quites a una
bala mi teniente, porque luego tendrá que hacerles a las muchas que han de
pasar por su cabeza””.
“Más, lo que me dijo el oficial argentino, no fue nada
comparado con lo que me dijeron con la mirada los oficiales que nos rodeaban,
al escuchar las palabras que aquél acababa de dirigirme. Monje, Cuellar,
Pacheco, Ortuño, Moscoso y varios otros, al ver que permanecía callado y
confuso, sin dar indicios de disponerme a protestar del apóstrofe que recibiera
impasible, me miraron como diciéndome: ¿ “Y no tienes vergüenza de que te
llamen cobarde?””.
“Pero la Mirada que no he olvidado nunca, la que no olvidaré
mientras viva, es la que a su vez, me dirigió el mayor Reyes, comandante de mi
compañía“.
“Era el mayor graduado don Juan Reyes, un indio de pura
sangre. Casi analfabeto….había conquistado uno a uno sus galones desde soldado
raso… De gran valor, sereno hasta la temeridad…Fue pues con esos ojos redondos
y apagados que me bañó en una mirada de intenso cariño y de profunda compasión.
Sin duda alguna, al mirarme de aquel modo, quiso decirme: “pobre niño, no te
asustes, ten valor, la cosa no es para tener tanto miedo, al fin y al cabo, las
balas no matan, sino el destino““.
“La llegada del teniente 2do.graduado José Zeballos, vino a
hacer más mortificante aun mi situación, porque me saludó con este discursos
que fue recibido por los del grupo con grandes risotadas:
““- Hereje, me dijo, encomienda tu alma al diablo porque los
chilenos te van a mandar al infierno de un balazo””.
“¿Cómo habría de ser tan desgraciado que no encontrara allí,
en cualquier parte, una que arrebatar al enemigo? ¿Y si conquistara un cañón?”.
…. “Sin considerarme un valiente – ni mucho menos – estaba
seguro de no ser un cobarde. Y si lo era no debería serlo tanto, cuando me
encontraba en aquel campo de batalla por mi propia voluntad y sin que nadie me
lo hubiese obligado. Pues, no era un cobarde, luego se me presentaría la
ocasión de probarlo“….
“Me distrajo de mis cavilaciones la presencia de una rabona.
Era la del sargento Olaguibel, que llegaba con su guagua a la espalda y
sosteniendo en una mano una ollita de barro por las puntas del paño en que iba
envuelta. Venía desde Tacna trayéndole el almuerzo a su compañero. Después de
saludarse, la mujer procedió sin dilación a vaciar en un plato el contenido de
la olla, mientras el sargento aprisionaba en sus robustos brazos al niño que
besaba y acariciaba con ternura. Cuando le hubo alcanzado el plato colmado de
un sustancioso chairo, la rabona tomó, a su vez, al niño en un brazo sujetando
al mismo tiempo el rifle con la mano que le quedaba libre. Terminado el
almuerzo, hombre y mujer se confundieron en un estrecho y prolongado abrazo de
despedida, después del cual ella volvió a presentarle al niño para que lo
besara por última vez y echándoselo en seguida a la espalda cogió el niño con
una mano y emprendió rápidamente el viaje de regreso a Tacna. “.
“Mientras la rabona se alejaba, todo el batallón la seguía
con la vista y no habría caminado ciento cincuenta metros, cuando una bomba fue
a caer a dos pasos de sus talones levantando una nube de polvo“.
“Una sensación de angustia oprimió todos los pechos, al
mismo tiempo que de quinientos labios se escapaban las exclamaciones de: “La ha
muerto, la ha muerto””.
“La nube levantada por la bomba envolvió a la mujer durante
algunos segundos, hasta que, disipada aquella, surgió ésta a nuestra vista,
como una visión fantástica. Al verla de pie y con la cara vuelta a nosotros, no
pudimos reprimir un grito de admiración y de alegría. Estaba allí, sana y
salva, sin un rasguño...”…”.
“Seguía la rabona trotando en demanda de la ciudad, cuando
la vimos detenerse ante un grupo de soldados vestidos con el uniforme del
batallón que aparecieron improviso… Eran los recién llegados, siete de los
quince enfermos que habíamos dejado en el hospital de Tacna, cuando salimos el
2 de mayo, a acampar en el Alto de la Alianza. Al oír el cañoneo, estos siete
valientes considerándose en estado de empuñar las armas, abandonaron
espontáneamente su asilo para lanzarse a correr la suerte de sus compañeros y
cumplir con sus deberes de patriotas...”…”.
“El único que no participaba de estas conmovedoras
explosiones de patriotismo y compañerismo, era yo que permanecía silencioso y
taciturno. Y es que mi espíritu estaba tan deprimido, las susceptibilidades de
mi amor propio tan sobre excitadas, que cualquier cosa, el hecho más
insignificante, las palabras mas inofensivas, las interpretaba como una burla
alusiva a la aventura del casco de granada. . Y será a estos pobres muchachos,
a estos anónimos y humildes cholos, a esos oscuros hijos de nuestro pueblo, que
habiendo podido quedarse tranquilamente en sus lechos de enfermos, han venido
voluntariamente en busca de la muerte al escuchar, en medio de su sueño
comatoso, la bronca voz del cañón enemigo, a quienes podré dar mis famosas
lecciones de heroísmo? “.
“Los oficiales continuaban con su charla y la tropa con sus
bromas“.
“De pronto, el teniente Córdova echo mano al bolsillo de
atrás del pantalón de donde sacó un frasco de coñac, de esos que por su forma
cóncava les permitía amoldarse perfectamente al muslo y a los que habíamos
bautizado con el nombre de “escapularios“. Después, de destaparlo, me dijo,
mientras se lo llevaba a los labios para beber un larguísimo sorbo: “.
“– “A su salud mi teniente y me lo alargo para que yo
también bebiera. Sin cambiar mi actitud, con la pierna derecha descansando
doblada sobre las pistoleras de la montura, conteste lentamente y recalcando
cada una de mis palabras:””.
“– Gracias mi teniente, los bolivianos no necesitamos beber
alcohol para morir por la patria y si ahora llega el turno, me verá usted morir
a sangre fría y con la cabeza despejada“.
“Me volví hacia el mayor Reyes para leer en su semblante que
le hubiesen producido mis palabras y ¡!oh!!! dicha, noté que estaban radiantes
de alegría…“…
“En esto, oí mi nombre pronunciado repetidas veces por
varias voces que me llamaban con apremio. Era el coronel Murguía, comandante de
la brigada de reserva, que me hacía comparecer a su presencia para investirme
del cargo de Ayudante”.
“Ya no aspiraba a convertirme en héroe porque ya nadie me
creía un cobarde”...
“Mientras pensaba en todas estas cosas, Ravelito (teniente
coronel Felipe Ravelo, herido en el campo de batalla. N. del A.), con esa su
manera de expresarse, cortante y nerviosa, me hablaba de la próxima victoria“.
“–“Luego los verá usted combatir “– me decía, con exaltación
de iluminado, mientras su mirada, encendida por el entusiasmo, revelaba las
vehementes emociones que agitaban su alma de patriota – “luego los verá usted
combatir y se quedará asombrado de lo que son capaces aquellos leones“”.
“Y al decir esto, señalaba con la espada a los dos
batallones que, descansando sobre las armas, se encontraban a sesenta metros de
nosotros“.
…“Tan bravos como los Colorados eran el Sucre, el Chorolque,
el Tarija, el Grau, o cualquier otro de los batallones que formaban nuestro
diminuto ejército, porque todos eran hombres de la misma raza e hijos del mismo
suelo“.
“Mientras avanzábamos en esta forma, pisándole los talones
al Aroma que iba a la cabeza, divisé hacia la izquierda y sobre una eminencia
que dominaba al campo de batalla, la silueta gigantesca de mi tío Néstor,
teniente coronel de ejército y 2do. Del Sucre. Montaba una mulita aparejada, de
tan escasa alzada que los pies del jinete casi tocaban el suelo. Me dirigí a él
preguntándole:
“– ¿Tío y su batallón? “.
“– “Ya no existe”.”.
“– ¿Cómo es posible que ya no exista? “.
“– “Ha sido segado por fuego enemigo. Ya verás sus cadáveres
cubriendo toda la extensión de aquella pampa – señalando con el brazo hacia la
izquierda”.”.
“– ¿Y su caballo? “.
“–“Me mataron los dos que tenía”.”.
“– ¿Y usted, por qué está pálido? “.
“–“ Porque esta heridita me ha hecho perder mucha sangre”.”.
“Di vuelta a mi caballo y noté que de la pierna izquierda le
manaba abundantísima sangre que se embebía en la arena”.
“– “Pero tío, usted no debe permanecer así, sin curarse,
retírese a la ambulancia”.
“– “Qué ocurrencia. Hay que ver todavía en qué paran estas
misas y si aún se puede hacer algo”.”.
“– Adiós tío”.
“– “Adiós hijo”.”.
“Hemos llegado ya al término de nuestra marcha de flanco
después de fusilar a los dispersos peruanos. Los dos batallones ejecutan el
último movimiento ordenado por Murguía con su maravillosa voz de barítono y no
obstante de haberlo contado en otra ocasión, vuelvo a contarlo ahora, porque es
necesario que ciertos episodios de la historia patria, se transmitan de
generación en generación para que sirvan de ejemplo y de enseñanza…“.
“– “¡Batallones!, frente a la derecha, marcha en batalla,
guía al centro!!!” Ordena Murguía y Ravelo, clavando las espuelas en los ijares
de su caballo, colocase de un salto frente al batallón que ahora manda en jefe
y repite: “.
“– “¡Colorados: Frente a la derecha, marcha en batalla guía
al centro!!!“.”.
“Y haciendo frente a la derecha, marchan en batalla, con las
armas a discreción y al paso ligero al trota al encuentro del enemigo, al que
saluda con la épica, legendaria imprecación que ha recogido la historia: “.
“– “¡ROTOS DEL ESPANTAJO, AMARRENSE LOS CALZONES QUE AHORA ENTRAN
LOS COLORADOS DE BOLILVIA!!!”.”.
“Las chaquetas coloradas abandonan su formación errada para
dispersarse en guerrilla y avanzan, así, sin hacer fuego, hasta tener al
enemigo – que también avanza – casi al alcance de su mano…”.
El enemigo se detiene. Luego retrocede y es perseguido de
cerca en medio de un japapeo delirante. Un poco más y llegamos al sitio hasta
donde alcanzaron a llegar las compañías 5ta. Y 6ta. Del Sucre, para desplegarse
en guerrillas y tenderse de bruces en la arena”.
“Ellas están allí, casi completas. Los claros dejados por
los sobrevivientes, por los que, heridos o ilesos alcanzaron a salvar del
diluvio de plomo, son muy pocos. En cambio, los caídos, marcan todavía la línea
con sus cuerpos. Los espacios prescriptos por la “guerrilla de San Juan”, han
sido rigurosamente conservados: cuatro pasos de hilera a hilera y dos de hombre
a hombre. Es una línea larga, de más de doscientos cincuenta metros. Una línea
de chaquetas amarillas, pantalones blancos y el morrión colorado cubierto con
funda blanca. Doscientos metros más allá, está la segunda guerrilla compuesta
por las compañías 3ra. Y 4ta., y otros doscientos metros más adelante todavía,
la tercera, correspondiente a la 5ta. Y 6ta. En esta última los estragos causados
por el fuego enemigo han sido espantosos. ¡Casi no hay claros!!! ¡Casi todos
han muerto!!! ¡Son tres guerrillas de cadáveres…!!!.
“La mayor parte ha recibido la herida fatal en la cabeza y
han quedado en la actitud en que se encontraban combatiendo”.
“Los Colorados pasan saltando para no pisar los cadáveres y
al ver a sus “primos segados por la guadaña de la muerte, fruncen el ceño y
aceleran su triunfal carrera. En sus corazones de titanes han mordido el anhelo
feroz de la venganza
“¡Van a vengarlos!!!”.
“Esta vez los “Huiachos” (sobrenombre de los Colorados) no
se burlan de los “mamaguacachis (sobrenombre de los Amarillos del Sucre).
Saludan a sus eternos rivales con el apodo con que les saludaban en las marchas
y campamentos. Por su parte, los “mamahuacachis”, no modulan, no modularán ya
más, el característico silbido del pájaro cuyo nombre sirvièrales de mote para
designar a sus compañeros”.
“Los nuestros apresuran el paso prosiguiendo la tenaz
persecución que nada ni nadie es capaz de detener, y que sólo pudo serlo cuando
la muerte dejó convertidos en cuadros sus efectivos”.
“Sigo adelante y no hay soldado que al pasar no me salude
afectuosamente manifestándome su patriótico entusiasmo. El cadete Benavides
alias el Ñato… pasa cerca de mí y me grita blandiendo en alto su rifle y
sosteniéndose en un pie:”.
“ – “¡No le dije, mi teniente, que no iba a tener miedo a
los chilenos!!!”.”.
“Galopaba, como Ravelo, de derecha a izquierda y de
izquierda a derecha, cuando divisé detrás de un montículo de arena, medio
doblado y en actitud de ocultarse, a un oficial a quien no pude identificar
sino cuando estuve a cuatro pasos de él. Al reconocerle, exclamé con acento de
sorpresa y de burla a la vez”.
“- ¡Beato! ¿Es posible? ¿Y de qué te sirven los escapularios
si no te dan valor para afrontar el peligro? Note escondas y apresúrate a alcanzar
a la tropa que está persiguiendo al enemigo”.
Al oír estas palabras, volvióse Zeballos hacia mí con la
rapidez con que se habría vuelto si le hubiese mordido una víbora y pálido como
la cerca pero con la mirada centellante de cólera, me dijo:”:
“- “Eso de apresurarse, lo podrá hacer quien, como tu
Hereje, está a caballo y no ha recibido un rasguño, pero no yo que tengo esta
pierna atravesada por un balazo”.”.
“Vengo del extremo costado derecho después de transmitir al
mayor Reyes la orden impartida por Ravelo, devenir a reforzar nuestra izquierda
atacada a la sazón por la caballería enemiga. Reyes, el indio Reyes, el bravo,
se niega a acatar la orden...”.
“”- No señor, no voy, porque tengo que atajar a aquellos que
quieren flanquearnos la derecha””.
“- “De aquí no me muevo sino para marchar adelante”.”.
“Tuerzo bridas y marcho al galope, mas, tengo que detenerme
para no atropellar a un oficial. Es el Beato, marcha sumamente fatigado y
respirando con dificultad. Los escapularios de la Virgen del Carmen y de la
Merced, siguen flotando al viento sobre el pecho de su levita azul. El pañuelo,
antes blanco, con que se vendara la herida, está ahora rojo como su pantalón
grancé. Lleva echando atrás el quepí y la sudorosa frente descubierta y mientras
avanza penosamente con la espada levantada en alto y arrastrando su pierna
rota, repite acompasadamente estas palabras cuyo acento mis oídos escuchan
todavía:”
“- “¡ADELANTE, MUCHACHOS, ADELANTE, ADELANTE,
ADELANTE!!!”.”.
……………
HASTA AQUÍ, LA TRANSCRIPCION DE LA OBRA.
Aprovecho esta nota para felicitar y muy efusivamente al
señor Ministro de Defensa Nacional de Bolivia – Reymi Ferreira – el haber
decidido reeditar tan valiosísima obra. En la jerga militar la denominaríamos
como “levanta moral”. Por supuesto, nuestro reconocimiento también a la persona
que se percató de la existencia de este libro tan antiguo y gestionara su
publicación. Tenemos conocimiento que, junto a otro libro titulado LA BATALLA
DE CANCHAS BLANCAS - batalla ganada por el ejército boliviano en la misma
guerra – será gratuitamente distribuido.
Abrigamos el deseo que millones de bolivianos y de todas las
edades, lo lean y lo comenten. Anhelo también que esta obra se convierta en el
libro de cabecera de los 800 soldados y por extensión los ex soldados del
Regimiento Colorados, unidad esta, en la que tuve el honor de prestar mis
servicios comandando sus batallones.
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buenos dias, disculpe quisiera realizar una consulta respecto al folleto Los colorados de Bolivia de Daniel Ballivian, nose si usted cuenta con un pdf del libro, ya que estoy realizando una investigación histórica y este folleto presenta contenido muy bueno para mi trabajo
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