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MANUEL ISIDORO BELZU Y SU RELACIÓN CON LAS MASAS INDÍGENAS Y PLEBEYAS DE BOLIVIA


Por: René Zavaleta Mercado (1986).  

El gobierno de Manuel Isidoro Belzu (1848 - 1855) representa una ruptura en la mezquina continuidad de la política antipopular de las administraciones republicanas del siglo XIX en Bolivia, que no prestaban ninguna atención a los derechos e intereses de los cholos y los indios. Para muchos, Belzu fue un tirano oscuro e ignorante, para otros, el presidente popular, precursor del nacionalismo y socialismo en Bolivia. El objetivo de este artículo es analizar la multidireccionalidad política del gobierno belcista relacionada con las masas populares urbanas de Bolivia, dejando de lado otro aspecto importante de la política del gobierno de Belzu, su actitud hacia el problema indígena campesino.
La estructura social de Bolivia en el siglo XIX tenía varios defectos: la presencia de un fuerte regionalismo, y la desunión de la élite y de las clases que pretendían dominar la sociedad. La debilidad económica de la élite boliviana, su reducido número en comparación con las capas medias y bajas de las ciudades, destacaban el rol de la plebe urbana en la vida política y social de Bolivia en los primeros decenios de la vida republicana. Estas capas sociales eran la base de articulación de los gobernadores militares y civiles, y de los caudillos de diferente índole. Con Belzu estos grupos activos de la población urbana encontraron una fórmula para su actitud independiente frente a las élites criollas. Belzu y sus partidarios al llegar al poder tentaron aflojar las influencias de las oligarquías locales y construir una "república plebeya".
El retrato social de la plebe urbana a mediados del siglo XIX es multifacético. Incluía más amplias capas bajas y medias urbanas, pequeños y medianos comerciantes, militares, inclusive los oficiales sueltos sin plaza, grupos de clase media urbana (empleados, bajo clero, escribanos, pequeños cascarilleros), propiamente artesanos ricos y pobres, labradores, toda la gama de la población popular de la urbe boliviana.
En la primera mitad del siglo XIX La Paz se destacaba entre las demás ciudades bolivianas por su tamaño y una intensa actividad económica. En 1831, en La Paz vivían 30.463 personas, en 1845 contaba ya con 42.849 habitantes, y en 1854 alcanzaban la cifra de 68.1882. En 1854 el 42% de los habitantes de esta ciudad eran blancos y mestizos y el 58% era de origen aborigen (Barragán, 1990: 73-75). José María Dalence en su estudio estadístico ofrece datos sobre la población y, en específico, sobre los núcleos de familia, indicando la necesidad de aumentar a 4,5 los miembros por familia media. Aproximadamente el 30% de los habitantes de las ciudades en Bolivia eran artesanos y constituían el mayor grupo poblacional. Los terratenientes con sus familias conformaban el segundo gran grupo con el 15,6%. Los criados eran casi todos indígenas y representaban el 8,9% (suponemos, contados por separado y no por jefes de familia). Alrededor del 8% era empleados, el 2% profesionales (abogados, médicos, boticarios etcétera), y otro 2% constituía el clero. Los militares (soldados y oficiales) y la policía no estaban sujetos al censo, pero según otros datos, la cantidad de ellos se equiparaba a la de los funcionarios.
Un grupo privilegiado de la clase dominante, siempre criolla-blanca, gozaba del derecho al voto. Así que en la plebe se ubicaban no solamente las capas intrínsecamente populares (artesanos, labradores, etcétera), sino también parte considerable de la clase media criolla-mestiza. Entonces, sumamos todas las categorías de la población que podían corresponder a los criterios de la ley electoral: funcionarios (2.554), profesionales (591), mineros (248), hacendados (5.135), dejando fuera a los comerciantes, ya que solo una pequeña parte de ellos tenía ingresos suficientes. Esta suma casi coincide con el número de votantes: 8.073 en 1840 y 7.411 en 1844 (Dalence, 1975: 206-207; Irurozqui, 2000: 234). En las ciudades grandes como La Paz, Cochabamba, Sucre, Oruro, Potosí la cantidad de ciudadanos con derecho al voto no superaba el 2 - 4% de la población. En La Paz residían 42.849 personas y existían 2.342 propiedades (casas), pero votaban apenas unos 772, y son éstos los datos pertenecientes a las elecciones de 1855 cuando la cantidad de votantes, en comparación con 1850, casi se duplicó debido a los cambios efectuados en la ley electoral.
En Cochabamba vivían 30.396 habitantes y había 1.919 propietarios de casas, y votaban 1.240 personas, casi el doble que en La Paz (Redactor del Congreso [RC], 1855: 6-8; Dalence, 1975: 179). En La Paz existían muchos propietarios de casas, o sea, gente acomodada, que no votaba. Cochabamba era una ciudad señorial, lugar de residencia de los terratenientes del valle, una ciudad criolla, donde había más ciudadanos activos que en la comercial La Paz.

Son muy interesantes los datos sobre las villas y pequeñas ciudades provinciales. En el altiplano y en el valle de Cochabamba la situación era diferente. En el departamento de Cochabamba, en Ayopaya, vivían 1.526 habitantes. En el año 1850 en esta localidad ejercieron su voto 436 personas, es decir, un tercio (Archivo Nacional de Bolivia [ANB], Ministerio del Interior [MI], 1850, T. 135, No. 31). En el altiplano prevalecían los ayllus y, en cambio, vivían pocos hacendados; ahí el comercio era omnipresente, las villas estaban numerosamente pobladas, pero carentes de ciudadanos votantes. En Yungas, en la Villa de Sagárnaga (provincia Coroico) vivían 3.245 personas, pero apenas votaban 51 (RC, 1855: 6-8). En la capital de la rica provincia de Larecaja, en Esquivel, residían 2.347 personas, pero en las elecciones al Congreso de 1848 solo votaron 159 (ANB, MI, 1848, T.124, No.14, f.3). Podríamos afirmar que el número de votantes poseedores de los requisitos impuestos por la ley electoral nos da una idea aproximada de la clase alta boliviana. Como podían votar solamente los jefes de familia, podemos calcular que con toda la parentela suman el 8% (en La Paz) y hasta el 20% (Cochabamba, Sucre, Oruro) de la población urbana. En las ciudades provincianas, en los centros y villas cantonales del valle de Cochabamba, a esta clase pertenecía la mayor parte de la población (Arque, Tapacarí, Ayopaya, Cliza), pero en el altiplano, como en el departamento de La Paz, no llegaba ni al 10%. Las leyes excluyentes de derecho a voto ponían al margen de la participación política no solamente a las masas plebeyas, sino a las capas medias urbanas. Con Belzu estas clases excluidas esperaban el cambio de la situación política.

BELZU Y LA PLEBE EN ACCIÓN

Los lazos estrechos entre Belzu y las masas populares se manifestaron en los primeros meses de su gobierno, durante la guerra con el Congreso y con Velasco, en ardua lucha por el poder. Una novedad política de la revolución belcista contra Velasco y el Congreso en 1848 fue la participación activa de las masas populares. No solo la guardia nacional, sino la gente del pueblo, los cholos de la ciudad, se levantaron en apoyo a Belzu. Fue sorprendente ver, inclusive para el propio Belzu, cuando el 12 de octubre de 1848, después que el comandante de las tropas de La Paz, el general Ágreda, tras varios días de indecisión se opusiera a los belcistas, cómo el pueblo paceño se sublevó y derrotó al general. Sobre estos acontecimientos Belzu asombrado escribe a su amigo, el general Pedro Cisneros: solamente gracias al pueblo su causa triunfa en La Paz (BNP, Correspondencia de Pedro Cisneros).
En el sur, al contrario, reinaba un ambiente de temor frente a la inevitable invasión del norte. Belzu allí era visto como una reencarnación de la anarquía, del militarismo y de la barbarie (Anatema Nacional [AN] No.1, 28.10.1848). Sin embargo, en el sur Belzu también tuvo muchos partidarios. El 13 de octubre se sublevan los carabineros de Sucre. El presidente Velasco tiene que huir, y toda la gente decente de la ciudad y el mismo gobierno salen a las barricadas para resistirles. Bajo el mando enérgico de Casimiro Olañeta, miembro de la Junta de gobierno de 1847 (triunvirato formado por Belzu, Velasco y Olañeta) se organiza una lucha en las calles de la ciudad, pero las fuerzas son desiguales. Llegan los destacamentos belcistas y ocupan la ciudad. Los belcistas convocan a un cabildo abierto para elegir nuevas autoridades. Como escribía el periódico sucrense antibelcista Anatema Nacional, al cabildo acudió mucha gente plebeya, lo que según el periódico, constituía una prueba de la naturaleza vil del belcismo (AN No. 6, 03.11.1848). Fue la primera característica dada al belcismo como fuerza apoyada por la plebe.
Las mutuas simpatías y adhesión de las masas al gobierno de Belzu se manifestaron durante las revoluciones de los grupos "pro oligárquicos" en marzo de 1848. Los acontecimientos de gran importancia para el futuro de la política nacional sucedieron en La Paz. Apenas Belzu había salido de allí con sus tropas, cuando el 12 de marzo se sublevaron los militares. Los belcistas, organizados por el coronel Pastor La Riva y el cura Blas Tejada, movilizaron a las masas populares para resistir el golpe. La población abandonó la ciudad: niños, mujeres, ancianos, padres de familia, todos salieron de La Paz hacia El Alto, cerrando el paso hacia el altiplano. La gente del pueblo prácticamente desarmada resistió a las tropas golpistas. En ardua lucha que costó la vida a más de 300 personas, el pueblo paceño derrotó al ejército. Como más tarde escribía la prensa belcista, los ballivianistas esperaban que la chusma, la garulla -así llamaban al pueblo- se rindiese a la aristocracia, a la nobleza, pero se equivocaron (La Época No.837, 11.01.1851). Al día siguiente en la ciudad comenzaron los robos y el pillaje no solo de las casas de los ballivianistas más connotados, sino también de todas las casas nobles. Cuando llegó Belzu, la situación en La Paz estaba fuera de control. Solamente con la ayuda de la iglesia, las autoridades lograron restablecer el orden y detener al gentío que hacía justicia por su propia mano.
Por primera vez en la historia del país, los motines y golpes fueron aplastados prácticamente sin participación de las autoridades. El representante de los Estados Unidos en Bolivia, John Appleton, escribió el 28 de junio de 1849 al secretario de estado Clayton: "La gente noble, los oficiales y soldados quieren el regreso del general Ballivián. El movimiento a su favor fracasó por causa de un valiente apoyo al gobierno por parte de los cholos e indios. Esta parte de la población en cierta medida estaba subyugada durante el gobierno de Ballivián.Aunque Oruro, La Paz y Cochabamba fueron fácilmente tomadas por los militares rebeldes apoyados por la gente rica y decente, los revolucionarios fueron inmediatamente barridos por el pueblo" (Shipe, 1967: 84).
Las constantes sublevaciones de la oposición, en las que participaban activamente los oficiales de las guarniciones locales provocaron una purga interna en el mando del ejército. Belzu la realizó apoyándose en las guardias nacionales y las masas populares de las ciudades (San Román, 1855: 5). Las guardias obrero-artesanales eran utilizadas por Belzu como un contrapeso al ejército, le servían como una amenaza perpetua a todos sus opositores y, por lo tanto, garantizaban la estabilidad del régimen. Esta guardia, sin estatuto legal, sin el armamento fuerte, no obstante, era un contrapeso eficiente a los militares, siempre dispuestos a motines y conjuras.
Las guardias actuaron con cierta autonomía, representando una forma de presión política de la plebe en las decisiones del gobierno que tuvo que tomar en cuenta sus intereses. Belzu intentó montar una estructura de control sobre las milicias, pero no fue del todo exitoso. El 1 de octubre de 1851 mediante un decreto especial el gobierno anunció la elaboración del reglamento de la Guardia Nacional dado que por todas partes los partidarios de Belzu creaban los grupos armados, y este proceso ya amenazaba con salirse del control de las autoridades (Colección Oficial T.14, 1865: 299). Los grupos armados de los belcistas creaban una situación de anarquía e inestabilidad. El 2 de agosto de 1849 fue publicada la orden que obligaba a todos los civiles a entregar sus armas en un plazo de 15 días, a cambio de una corta indemnización. Los infractores del decreto eran multados con 25 pesos e inclusive podían ser arrestados (ANB, Libro copiador de circulares a las prefecturas, 1849-1856: 2). La relativa autonomía de los grupos armados de los obreros y artesanos era la causa principal de la rotunda negativa de Belzu de entregar las armas a la plebe ni de legalizar las acciones violentas de las masas. Después de las sublevaciones antibelcistas de marzo de 1849, aplastadas por la plebe y las milicias, se formó un equilibrio y un convenio de mutuo apoyo y de alianza entre el caudillo y las masas del pueblo bajo que aceptó el indiscutible liderazgo de Belzu.
Belzu justificó la ola del terror "clasista" desatada por sus partidarios y la plebe porque la había provocado la propia aristocracia: "No soy yo, repito,"son los revolucionarios los que han excitado la aterrante indignación del pueblo y han encendido con mano impía la tea de la discordia entre las clases y las castas" (Mensaje que el Presidente Constitucional de la República presenta al Congreso extraordinario1855: 7). Belzu tuvo el mérito de involucrar en la política boliviana a las masas populares, creyendo que él mismo era su más sincero y fiel representante.

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Foto-postal: niños indígenas de La Paz / Aprox. 1910.

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