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CUANDO LA PAZ BAILABA EN CARNAVAL AL ESTILO EUROPEO

 


Ivone Juárez / Esta nota fue publicada en Página Siete, el 14 de febrero de 2021.

“El Carnaval del diablo ha sido muy pecaminoso, los hombres con pretexto de untarles con harina la cara y los pechos a las hembras, cometían tocamientos que conducen al pecado, ¡Jesús!, he visto a seis mocetones apoderarse de una mujer, embadurnarla hasta el extremo de dejarla pura harina y la otra quedarse muy contenta y satisfecha”. Así, en 1747, el  padre comendador de La Merced, de la ciudad Nuestra Señora de La Paz, reclamaba por cómo los primeros paceños celebraban las carnestolendas.  La urbe se había fundado hace 199 años, en 1548.

El texto que muestra la angustia del clérico por tanto desborde  fue recuperado por  el escritor  Gustavo Adolfo Otero (1896 - 1958) en el libro La vida social de coloniaje (1942) y es reproducido por los historiadores Carlos Gerl y Randy Chávez en su investigación El Carnaval paceño (2015). El trabajo cuenta cómo la fiesta, que había  desembarcado  junto con los españoles, casi 200 años antes, se encontró  y fundió con la Anata,  una fiesta ritual andina en agradecimiento a la Pachamama por la producción agrícola, y se convirtió en una celebración que movía a la ciudad entera con diferentes actividades que concentraban a la población y la hacían explotar su júbilo, al extremo de preocupar tanto a los religiosos, como al padre comendador de La Merced.

Es que los paceños fueron incorporando a la fiesta diferentes elementos y actividades para disfrutarla más que sólo tirarse harina. En El Carnaval paceño se hace referencia a dos que los hacían vibrar:  las carreras de caballos y los bailes, que de pequeñas reuniones, se fueron transformando hasta convertirse en suntuosos acontecimientos al puro estilo europeo. Las cabalgatas se quedaron atrás, en el tiempo, pero los bailes se prolongaron y con el tiempo se convirtieron en acontecimientos sociales que cada vez acogían a más paceños.

A puro galope

Las carreras de caballos tenían como escenario la Alameda, ese  paseo paradisiaco que a inicios del 1800 comenzó a trazar el entonces gobernador de la ciudad, Juan Sánchez Lima. En El Carnaval paceño está registrada aquella que se realizó en 1848, donde el mismo Presidente de la República esperó en el Palacio de Gobierno a los vencedores de la competencia. 

 La cabalgata tuvo como punto de partida la Alameda (hoy El Prado) y su meta fue  ubicada en la puerta del Palacio de Gobierno, en la plaza de Armas (hoy Plaza Murillo).  Participaron  más de media docena de parejas de jinetes, “caballeros en corceles disfrazados variadamente, junto a sus damas disfrazadas de odaliscas”, que a galope cruzaron la ciudad, casi de extremo a extremo, pasando por la calle Recreo (desaparecida por la construcción de la avenida Mariscal Santa Cruz), la San Francisco, la Apumalla (mercado Lanza)  y Churubamba, hasta empalmar con la calle Ancha (Evaristo Valle), desde donde retornó para tomar la calle Comercio, hasta llegar a la meta, donde el Presidente de entonces los esperaba para recibir a los ganadores.

Mientras galopaban a toda prisa, eran blanco de cartuchazos de harina y cascaronazos que les lanzaban los eufóricos paceños que se acomodaban en los balcones y ventanas de las edificaciones que estaban a los lados de la Alameda y el resto de las calles que cruzaban los bravos jinetes a puro tropel, sin distraerse ni un segundo, pues de eso dependía su logro en la más grande competencia del Carnaval.

La hermosa tradición se mantuvo hasta inicios del 1900, cuando en la Alameda se continuaron haciendo reformas y en  el paseo se instalaron unos arcos. Con la llegada del tranvía y de los otros medios de transporte la cabalgata quedó en el recuerdo de quienes la vivieron y dejaron registros de su experiencia.

Para entonces, la carnestolendas ya se extendían por cuatro días y la población en su conjunto participaba en ellas a través de las comparsas o “pandillas”, grupos formados principalmente por jóvenes que protagonizaban grandes batallas con escaramuzas de harina, una tradición que se había mantenido desde la época de la Colonia, pero que tuvo fin durante la Guerra del Chaco (1930-1935) debido a la crisis económica que descandenó el conflicto bélico con Paraguay.

Bailes al estilo europeo

Mientras en el día se realizaban este tipo de actividades, en la noche se daban lugar los bailes, que con el paso de los años se fueron modificando hasta convertirse en suntuosos acontecimientos sociales que concentraban gran atención de la población, sobre todo la más pudiente, que incorporaba cada vez más elementos y personajes  europeos a los eventos, como corsarios, calabreses, arlequines, dominós, fígaros, toreros, pajes y diablos, se lee en El Carnaval paceño.

Eran bailes de fantasía en salones y clubes sociales de alto prestigio. Príncipes árabes, romanos, reyes, pierrots y otros personajes se deslizaban envueltos en trajes de fantasía por los lujosos salones, emulando las fiestas y mascaradas de España, Venecia o Francia.

Entre los salones que albergaban estos acontecimientos aparece en primera instancia el Teatro Municipal, inaugurado en 1845; luego se suman el Hotel París, el Club de La Paz, entre otros, que fueron apareciendo a lo largo de los años, sobre todo con la llegada de 1900, cuando La Paz se convierte en sede de Gobierno de Bolivia.

Y estos acontecimientos sociales se salían de los márgenes de la ciudad y se realizaban hasta en haciendas ubicadas en Poto Poto (Miraflores), Obrajes o Mecapaca, donde  lujosos caserones eran el marco de bailes de etiqueta, en los que los asistentes bailaban desde el minué hasta la redoba (estilo polca), como se relata en La crónica de Elías Zalles Ballivián, publicada en 1900.

En su trabajo Tradiciones paceñas, El Carnaval de antaño, Javier Escalier Orihuela menciona la Mascarada, “que con mucho lujo y pompa” se realizaba en el Teatro Municipal. La Paz había entrado al siglo XX y los bailes de etiqueta comenzaron a diseminarse por diferentes salones, algunos ya desaparecidos.

Menciona al White House Hotel, a los hoteles  Quint Italia, Torino, Crillón, Sucre; al Club de La Paz, el Club Ferroviario, al Fantasio, a Valero Nigth Club, Bar Bristol, el Teatro Mignón y los Manzanos, cuatro y sus orquestas típicas, orquestas como la Baigorri, en el año 1930.

“O las décadas de los años 50 y 60, en el Club Ferroviario, en la calle Bolívar, esquina Ballivián, administrado por el famoso hincha bolivarista don Chicho Navarro, el Club 16 de Julio, que estaba instalado donde fuera la Central Obrera Boliviana, en El Prado, y no podemos olvidarnos del Fantasio, Cine Murillo en 1956 y 57; lugares que congregaron a la flor y nata de la sociedad paceña y que tuvieron como anfitrión al mismísimo alcalde de la ciudad”, añade.

Entonces ya comenzaban a organizarse  los bailes populares auspiciados por la Alcaldía  de La Paz, donde los paceños se deshacían bailando al compás de la canciones de Carlos Romero, junto a las orquestas del momento, como la Típica y Jazz de Fermín Barrionuevo, de Víctor Hugo Serrano y después de Delfín y su Combo, Carlitos Peredo y la Swingbaly; entre otras, “que tenían la obligación -según ordenanzas municipales de entonces- de tocar los mejores temas de su repertorio de manera gratuita, en un convenio de la municipalidad con los salones de fiesta de la época”. 

“Recordados son los bailes que se hacían en pleno Obelisco o El Prado, lugares habilitados especialmente para esta celebración”, dice Escalier.

¿Qué habría pensado el  padre comendador de La Merced de 1747 al ver estos bailes masivos? Tal vez que más allá de los actos pecaminosos, los paceños sabían divertirse a lo grande, tomando lo que veían afuera para adecuarlo a su Carnaval. Este año la pandemia por el coronavirus no nos permite repetir estas fiestas, como lo hacíamos cada año, pero al menos recordemos cómo las vivieron los que estuvieron en La Paz antes que nosotros.

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