Publicado en El Deber de Santa Cruz de la Sierra - Bolivia, el
viernes 06, agosto de 2004.
Gabriel René Moreno nació en Santa Cruz de la Sierra el año
1834. Abandonó el solar nativo en busca de mejores horizontes y se graduó de
abogado en Chile. Retornó fugazmente a la patria, pero pronto se marchó a
tierras extranjeras y lejanas
El mes de diciembre de 1933 fue presentado en la Cámara de
Diputados un proyecto de ley declarando feriado el 6 de febrero de 1934,
homenaje al centenario del nacimiento de quien fue ilustre polígrafo boliviano,
don Gabriel René Moreno. Otro proyecto disponía la reedición de las
páginas escogidas del eminente escritor.
Después de muchos años en los que la maledicencia se había ensañado con Moreno,
la justicia llega para el solitario calumniado. Ese año, le tributaban
sincero y espontáneo homenaje a las nuevas generaciones que, ausentes de
apasionamientos y rencores, veían sólo la figura respetable del intelectual y
del patriota.
Gabriel René Moreno nació en Santa Cruz de la Sierra el año 1834. Abandonó el
solar nativo en busca de mejores horizontes y se graduó de abogado en
Chile. Retornó fugazmente a la patria, pero pronto se marchó a tierras
extranjeras y lejanas. En todas partes, “sus manos nerviosas deshojaron
viejos infolios y sus ojos ávidos descifraron desteñidas
caligrafías”. Solitario y huraño, plantó en Santiago de Chile su tienda de
peregrino melancólico y orgulloso, para dedicarse apasionadamente a la tarea de
desentrañar nuestro pasado, en la intrincada madeja del tiempo penumbroso y
borrascoso, la completa dilucidación de los sucesos históricos.
René Moreno fue un escritor castizo, profundo y elegante, “sabio y torvo” que
diría Max Grillo. Su pluma, al mismo tiempo pincel de artista y bisturí de
cirujano, pintaba con igual maestría la belleza de un paisaje bello y sobrio, o
incidía en la lacra corrosiva para extirparla con la severidad y la autoridad
de su juicio inapelable.
Cruceño de estirpe andaluza, aristócrata de la inteligencia y del espíritu,
René Moreno reunía pureza de raza y de líneas, excluyentes de toda
bastardía. Si en el espíritu y en la sangre no confluían las taras del
ancestro, no pudo ser el traidor, anatema que le persiguió, resentida de no
poder mellar la extraordinaria personalidad de tan alto exponente de la cultura
americana. Víctimas de contradictorias y furiosas explosiones de los
mezquinos, fueron perseguidos con el mote vil, quien no pensó sino en su Patria
“a la que consagró todas las energías de su espíritu”.
Confiado en la tranquilidad de su conciencia, armado con el escudo de su
dignidad orgullosa y desafiante, René Moreno esperó obediente al consejo de su
amigo Salinas Vega, “la hora de la calma, de la justicia y de la luz”.
Seguro de su talento y su linaje, de su espíritu sin mezcla atacó al “doctor
altoperuano”, el leguleyo que encuentra todo campo estrecho para sus bribonadas. Y
combatió también al cholo, prototipo de la doblez y la simulación.
Esta rudeza en la expurgación de las taras sociales del medio boliviano le
concitó el odio de los fracasados. La Justicia, fuerza grandiosa y
formidable, ha reivindicado al gran calumniado. A tantos años de su
muerte, un sentimiento uniforme de respeto rodea al intelectual puro y patriota
que “reposa –según Vásquez Machicado– al otro lado de la gran Serenidad, donde
no llega ni el aplauso interesado de los mediocres ni el insulto procaz de los
malvados”.
LA “SANGRÍA”
DE LA DISCORDIA
Imbuido de estos sentimientos el Congreso de 1933, desea colmar de máximos
homenajes a esa gloria literatura de Bolivia, en el primer centenario de su
nacimiento, acalladas las pasiones y la luz de la verdad y de la justicia
brillaba esplendoroso. Un diputado oriental, Crisanto Valverde, pide que
se considere el proyecto que asigna la suma de diez mil bolivianos para editar
las obras escogidas de Moreno.
Preside la Cámara de Diputados otro literato eminente, Franz Tamayo, quien para
sorpresa general, asegura que en momentos de crisis, esa erogación “constituye
una verdadera sangría al Erario”.
Nadie esperaba reproche semejante, menos los diputados orientales que se
encolerizan por esta irreverencia del Presidente hacia el consagrado hombre de
letras, para el que suponen estar vedada toda crítica y la intención de una
ofensa. La frase restalla como un latigazo en la Asamblea, sembrando
alguna confusión entre los proyectistas, desconcertados breves momentos, pero
vigoroso en la defensa después.
Uno de ellos muestra extrañeza porque un literato de los prestigios del
Presidente de la Cámara, sea el primero en alzarse contra Moreno y su
obra; que, en ningún caso, la impresión de esas obras escogidas puede
constituir “una sangría”.
Tamayo sacude desdeñoso su melena, signo inequívoco de que no se dejará
amedrentar por el movimiento morenista. Descende de la testera
presidencial para terciar en el debate y ante la estupefacción de los de aquí y
los de allá, dice impugnando el proyecto:
“Ya que es propicia la ocasión y se me obliga a ello, yo denuncio a Moreno como
a un difamador de Bolivia. Todo nuestro desprestigio actual lo debemos a
Moreno, que es el autor de la clásica frase del “doctor altoperuano” y del
“cholo altoperuano”. Y esa fama infame que arrastra el boliviano en el
extranjero, se la debemos exclusivamente a Moreno”.
Luego aprovecha la oportunidad para fustigar a otro historiador boliviano
(Alcides Arguedas) acostumbrado a decir las cosas con rawza “imitador sin la
formidable dialéctica de él (Moreno), pero sí más tonto y más vil, cuyo nombre
no quiero decir”.
BRIOSA DEFENSA
DE LOS “MORENISTAS”
La temperatura sube de punto. Blasfemia parecen las palabras de Tamayo,
literato, contra Moreno, escritor. Los diputados, unos más que otros, se
empeñan en rebatirlo, trayendo ejemplos de Hugo, Zola, Sarmiento, Montalvo, de
Isaac Tamayo, de los propios diputados, alguno de los cuales llamaron a los
bolivianos “castrados”; del mismo Presidente Tamayo que refiriéndose “a
los hombres públicos, de la élite del país”, dijo que “eran unos callahuayas de
la política, callahuayas de las finanzas, callahuayas de la ciencia”. “Por
ello no se le puede llamar difamador. Entonces, tampoco es un crimen la
crítica de Moreno. Ojalá hubiera escrito con mayor severidad”, concluye el
diputado por Vallegrande, Rubén Terrazas, uno de los más entusiastas defensores
de Moreno.
Ríos Bridoux enjuicia en vehemente y enjundioso discurso, la obra valiente y
depuradora de Moreno. Luego se refiere a la tortuosa trayectoria del cholo
y su nefasta influencia en los destinos nacionales, arrancando de este fenómeno
étnico y social, la conclusión de que al cholo se deben las mayores desventuras
de la Patria.
Pero el que con más asume emoción la defensa del célebre autor de los Últimos
Días coloniales del Alto Perú, es el novel diputado Crisanto Valverde, autor
del proyecto duramente combatido por el Presidente titular de la Cámara.
“A mi juicio –dice entre otros conceptos– esta es una de las actuaciones más
infelices del señor Tamayo en su larga y ponderada carrera de hombre
público; y como hombre de letras, su actitud es más infeliz
todavía. Es un error el suyo, así como de otros que tratan de ensombrecer
una reputación como la de Moreno. Yo creo que la desgraciada actuación del
señor Tamayo ha sido impremeditada, porque lo contrario querría decir que sólo
debemos aplaudir a los caudillejos de la política criolla, servir de sus
eternos inciensadores y rechazar a los que nos muestran nuestros propios defectos”.
INSISTENCIA
DEL IMPUGNADOR
Cualquier diputado se habría amedrentado ante esta tromba oratoria que se
descarga por todos lados y, si no confesar su error, hubiera optado cuando
menos por el silencio o la retirada. Pero las condiciones de dialéctico
formidables que distinguen al autor de La Prometheida, unidas a su enorme
autoridad, le llevan a ratificar sus conceptos, mostrando los ejemplos puestos
de Hugo y Montalvo, como fustigadores de las tiranías funestas y no de los
pueblos franceses y ecuatorianos. , “sin lanzarse como fieras desconocidas
sobre su pueblo”.
“Y el pueblo, señores diputados – continúa – deben merecer todas nuestras
consideraciones, todo el respeto a que le hace acreedor su espíritu de
abnegación y sacrificio. Sin embargo el pueblo ha sido calumniado y
Bolivia quedó también calumniada”, “Concretando el caso de Gabriel René Moreno,
¿sabía prever que el pueblo boliviano daría grandes ejemplos de virtud,
grandeza y valor? Ese pueblo que ha vilipendiado con tanta furia, ha dado
al mundo los sublimes espectáculos de Campo de la Alianza y Campo
Jordán. Y actualmente ese pueblo casi vencido, abrumado por la miseria,
sangrante y extenuado, se mantiene sereno y tranquilo escuchando los dictados
de su conciencia y acudiendo al llamado de la Patria, y como ha dado hasta
ahora, sigue dando más sangre y más dinero, más dinero y más sangre”.
La invocación patética sacude las fibras sentimentales de los concurrentes a
las tribunas. Esos hombres que matan sus ocios en la barra del Congreso,
están siempre prestos a desgañitarse aplaudiendo cuando se halagan su vanidad
pueril. Y por eso aplauden ahora entusiasmados al Presidente de los
Diputados, habilísimo, conocedor de la psicología de las masas.
La discusión concluye a las 18 horas del día 5 de enero de 1934 y el proyecto
se aprueba por abrumadora mayoría: 32 votos a favor, 4 en contra.
El nuevo homenaje a Moreno es reconocimiento al hombre de pensamiento y de
espíritu. A quien, en ejemplar renunciamiento a las frutas terrenas, vivió
encerrado entre las paredes de su biblioteca, en permanente contacto con viejos
papeles y voluminosos infolios, tallando su prosa maravillosa con el buril de
su talento y su ingenio. Su obra es un monumento de verdades dolorosas, de
cuyo fondo emergen para las nuevas generaciones provechosas
enseñanzas. Los estudiosos buscan ansiosamente sus libros como fuentes de
consulta para marcar episodios de nuestra dramática historia nacional.
El veredicto histórico le consagra definitivamente. “Las tachas que han
acumulado contra Moreno por su intervención en la guerra del Pacífico – decía
el periodista Walter Dalence – pese a los pigmeos negroides y mestizos que
hozaban sus plantas, han quedado para siempre desvanecidas”. “Sólo queda
inconmovible el monumento de su obra bolivianista y el ejemplo luminoso de su
vida y de su espíritu.
Moises Alcazar.
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