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ASESINATO DEL PRESIDENTE AGUSTÍN MORALES

Por: José Hurtado Gonzales / Publicado en el periódico La Patria, el 5 de enero de 2014.

EL PROCESO ARTECHE

Cumpliendo el plan que se había trazado el presidente Morales, para la recuperación económica del país, procedió a cobrar impuestos que varias empresas mineras y latifundios habían dejado de pagar.
Como expresamos, las empresas mineras habían optado por conceder donaciones y efectuar empréstitos directamente a Melgarejo, ayudándole cuando éste se sentía acosado por los requerimientos de su Ejército.
Estas contribuciones servían a los empresarios para congraciarse con el tirano, en sus momentos de mayor apuro, les permitían también mantener una posición de privilegio, al amparo del cual dejaban de cumplir sus obligaciones con el Estado.
El señor Arteche, para estar más cerca del dictador, fingió ser su pariente, y fue el que más contribuyó al sostenimiento de aquel régimen brutal, hasta recibir personalmente, como premio a sus servicios, el grado de coronel.
Protegido por el parentesco y la simpatía del Presidente, agrandó con enormes extensiones su primitiva concesión minera, dejó de pagar patentes y exportó grandes cantidades de mineral argentífero sin cancelar ningún impuesto a la exportación.
A la caída de Melgarejo, la empresa, que explotaba minerales de plata en Aullagas, región fronteriza del departamento de Potosí, debía al Estado 250.000.- pesos, cantidad exorbitante, dada la pobreza del erario y los exiguos ingresos fiscales de la época.
A la negativa reiterada de Arteche, de poner al día sus obligaciones, el Estado inició juicio coactivo y procedió el embargo de los bienes de la empresa deudora.
Si el Estado hubiese procedido injustamente, en cuanto al monto de la cobranza, la firma perjudicada debía recurrir ante los tribunales de justicia ordinaria o directamente ante la Corte Suprema, demandando la inconstitucionalidad de las leyes aplicadas en su caso, el abuso de autoridad o la incompetencia de los resortes administrativos.
Pero Arteche, prefirió acudir al Parlamento, porque en esa institución contaba con "amigos" políticos y el apoyo de la organización secreta, la Mafia, que se había fundado para defender y resguardar los privilegios y prebendas obtenidas durante la gestión de Melgarejo.
El Parlamento, rebasando sus atribuciones increíblemente, asumió la defensa del caso Arteche, y encargó su estudio a una de sus comisiones.
Morales, Presidente de la República, agotó todos los recursos persuasivos, para conseguir que fuera rechazada la petición de Arteche, pero, aquel organismo, sin oír las insinuaciones del Ejecutivo, procedió a darle trámite.
Mañosamente, el Parlamento cuyas sesiones estaban limitadas, despachó todos los asuntos que tenía en mesa, y un funcionario, cuando ya no quedaba ningún asunto pendiente, puso la cuestión Arteche en el orden del día. Inició el debate el Dr. Mariano Baptista, abogado de las causas contrarias a los intereses nacionales, e invocando principios liberales que pretendían establecer la intangibilidad de las entidades económicas particulares, negó el derecho y la potestad del Estado para ejecutar a sus deudores y embargar sus bienes.
El Parlamento de 1872, estaba constituido por mayoría de opositores al Gobierno y defensores del régimen malgarejista, hubo discusión acalorada antes de aprobar el voto de desautorización al Ejecutivo que proponía Baptista.

ACTIVIDADES DE LA EMBAJADA CHILENA

La Ley que autorizaba la suscripción del tratado de alianza con el Perú y una posible declaración de guerra, que por su carácter debía mantenerse en estricta reserva, llegó a conocimiento del embajador de Chile, Santiago Lindsay, al día siguiente de su promulgación.
Había una coincidencia de finalidades extraordinaria entre las preocupaciones del embajador chileno, la congoja de los empresarios obligados a perder sus privilegios y las expectativas de los políticos opositores, similitud que unía a todos en el propósito común de derrocar al Presidente. Fue, pues, muy natural que faccionaran un solo plan de acción y obraran de consuno.
Mientras los políticos, encastillados en el Parlamento y el Gabinete, urdían y ejecutaban maniobras, para desprestigiar al general Morales, creando el clima propicio para cualquier definición, el Embajador cumplía su papel, preparando, por medio del halago y el soborno, el personal que debía convertir en realidad las finalidades conspirativas.
Como encontrara más asequible al coronel Federico Lafaye, pariente y adepto de Morales, abundó en invitaciones a éste sujeto, hasta comprometerlo en un plan de eliminación directa del Presidente.

EL ASESINATO COBARDE

La tarde del 27 de noviembre de 1872, los confabuladores consideraron llegado el momento de proceder. Lafaye asistió por última vez a la Embajada de Chile, de la que salió para dirigirse al Palacio, portando una diminuta pistola. Iba predispuesto para tronchar la vida del general Morales.
Esa misma noche aprovechando de que el Presidente le daba la espalda, al cruzar la puerta de su escritorio hacia sus habitaciones interiores, donde se retiraba después del trabajo diurno, Lafaye le disparó, a quemarropa, un primer balazo.
La terrible sorpresa de verse agredido por su mismo sobrino, le hizo proferir al Presidente con angustioso acento:
-¿Tú a mí, Federico?
Y el asesino con odio reprimido contestó:
-Sí yo a Ud.- y siguió disparando hasta vaciar su cacerina, para estar seguro de haber cumplido su compromiso aleve.
A poco de haberse desplomado el cuerpo exánime del general Morales, empezaron a llegar los autores intelectuales del atentado, como buitres reunidos al olor de la carroña. Todos venían ávidos de poder, a reclamar el puesto que apetecían, presurosos, en el festín macabro.
Dos días estuvo el cadáver tendido en el lugar del crimen, sin que los asesinos pudieran encontrar un argumento valedero, para explicar los motivos del suceso inaudito, hasta que la pueril argucia llegó al Palacio, sugerida por la misma embajada:
¡Lafaye había disparado su revólver, reaccionando ante una ofensa inferida por Morales, que lastimaba su dignidad militar!
Recién al tercer día, el 30 de noviembre, fueron sepultados los restos del insigne patriota, del héroe de las barricadas de La Paz, del mandatario magnánimo y austero. La ciudad íntegra se cubrió de luto.

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