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LOS AVANCES INCAS HACIA LAS TIERRAS BAJAS ORIENTALES


Por: Isabelle Combès

Al relatar los avances incas hacia las tierras bajas orientales, el mismo Garcilaso, lejos de hablar de batallas contra «los salvajes», indica que los incas ganaron «la amistad» de los musus (mojos):
«Dicen los Incas que cuando llegaron allí los suyos, por las muchas guerras que atrás habían tenido, llegaron ya pocos. Mas con todo eso se atrevieron a persuadir a los Musus se redujesen al servicio de su Inca, que era hijo del Sol, al cual había enviado su padre desde el cielo para que enseñase a los hombres a vivir como hombres y no como bestias […] Viendo que los Musus les oían de buena gana, les dieron los Incas más larga noticia de sus leyes, fueros y costumbres […] Con estas cosas se admiraron tanto los Musus, que holgaron de recibir la amistad de los Incas y de abrazar su idolatría, sus leyes y costumbres, porque les parecían buenas, y que prometían gobernarse por ellas y adorar al Sol por su principal Dios […] Debajo de esta amistad dejaron los Musus a los Incas poblar en la tierra […] y los Musus les dieron sus hijas por mujeres y holgaron con su parentesco» (Garcilaso de la Vega, 1990 [1609], libro 7, cap. XIV).
La nota de Garcilaso no es aislada. Otro texto de finales del siglo XVI relata de esta manera las estrategias incas para conquistar a los chunchos y mojos del este de los Andes:
«Lo que no podía por armas y guerra los traía así con sus mañas y embustes, dádivas y halagos. Porque pretendiendo conquistar las provincias de los chunchos y mojos por guerra, hicieron todo cuanto se pudo hacer y siempre salían perdidosos, porque las tierras de arcabucos y montañas son cálidas y enfermas para gente serrana y de tierra fría, y los mantenimientos muy diferentes de los de la serranía […] Visto por los Incas el poco remedio que tenían para gente de montañas, trabajaron de traerlos a su amistad mañosamente, como se ha referido atrás, con dádivas y halagos; así conquistaban toda tierra de montañas y dificultosa. De la suerte que se ha dicho, conquistaron los Incas y señorearon todas las provincias de los chunchos, mojos y andes» (Discurso…, 1906 [s/f]: 155-156).
De la misma manera, esta vez en la región del río Guapay, la Relación Cierta del padre Diego Felipe de Alcaya cuenta cómo Guacane, inca de Samaipata, atrajo al jefe Grigotá a su obediencia:
«Llevó gran suma de preseas de vestidos de cumbi, cocos y medias lunas de plata, y escoplos y hachuelas de cobre, para presentar al gran cacique Grigota y a sus vasallos con fin de traerlos a su devoción […] Y luego despachó a un su [sic] capitán con un presente de muy lúcidos vestidos de cumbi triplicados para que se mudase y en que hubiese cocos de plata de diferentes hechuras, el cual fue muy bien recibido de Grigota. Y fue a dar el bien venido al nuevo rey Guacane con muchos indios desnudos, y él salio con sola una camiseta variada de colores hecha en su tierra de algodón, y luego que se vieron quedaron confirmadas las amistades, de manera que se despojó de todo punto de su señorío y mandó y le dio el reconocimiento de vasallo, él el primero y luego todos sus pueblos. Allí se juntaron los caciques Goligoli, Tendi, y Vitupue, todos principales que estaban sujetos al gran Grigota, y con sus parcialidades que pusieron de 50.000 indios dieron la obediencia al nuevo rey Guacane» (AGI Charcas 21 r. 1 N. 11, bloque 7 (1636): 1v-2).
Confrontadas con los relatos de las cruentas guerras contra los indígenas de las tierras bajas, estas notas muestran la existencia de otros medios, más pacíficos y basados en el trueque o la alianza, para asegurar el avance inca hacia el este entre chunchos, musus o antis. ¿Habrán sido los fuertes, pucaras y demás dispositivos bélicos destinados exclusivamente para los «chiriguanaes»? Pues nada parece menos seguro, y el mismo Garcilaso, de nuevo, aporta una nota discordante. Si bien, según él, el Inca se desinteresó de su conquista y se retiró, algunos contactos sí habrían tenido lugar; lo importante es que no fueron del todo hostiles:
«De la poca conversación y doctrina que de la jornada pasada de los Incas pudieron haber los Chirihuanas, perdieron parte de su inhumanidad, porque se sabe que desde entonces no comen a sus difuntos como solían […] También aprendieron los Chirihuanas de los Incas a hacer casas para su morada» (Garcilaso de la Vega, 1990 [1609], libro 7, cap. XVII).
Más aún, Rui Díaz de Guzmán relata que, cuando llegaron los guaraníes desde el Paraguay «a esta frontera donde el señor Inca del Perú tenía más de 50 fuertes»:
«… llegados los dichos guaranís a esta provincia muy destrozados y perdidos del trabajo del camino y de los encuentros y peleas que con diversas naciones tuvieron, se mostraron humildes, sometiéndose a la servidumbre de dicho inca» (Díaz de Guzmán, 1979 [1617-1618]: 72; el subrayado es mío).
Y si bien los chiriguanaes luego «tomaron fuerzas y ánimo» para atacar a los incas, ambas observaciones de Garcilaso y de Díaz de Guzmán muestran que las relaciones no se redujeron a enfrentamientos armados y que tuvieron otros matices. En palabras de Saignes, el relato de Díaz de Guzmán muestra «que las incursiones paraguayas no cobraron tantos triunfos como reporta la crónica» (Saignes, 2007: 50).
Lo mismo puede decirse de los contactos entre los guaraníes establecidos en el piedemonte con los españoles. Pues no siempre los chiriguanaes fueron tan «abominables» como los pintó Díaz de Guzmán. A la llegada de los primeros conquistadores a la zona (Andrés Manso en 1559, desde Charcas, y Ñuflo de Chávez en las mismas fechas, desde Asunción), los chiriguanaes actúan, si no como reales «amigos», al menos como aliados e «indios de paz». Es solo pocos años después, en 1564, cuando los asaltos chiriguanaes a las nuevas fundaciones de la Nueva Rioja y La Barranca abren las hostilidades que desembocarán sobre la guerra declarada por Felipe II y no cesarán durante toda la Colonia.
La confrontación de diversos testimonios y de estas fechas plantea, por decirlo así, el problema del «origen» del poder chiriguana. Lo hace también otra «contradicción» poco o nada estudiada hasta ahora, que es la que motivó este artículo: pues en los años 1580, varios testimonios muestran a los indígenas tamacoci del río Guapay como tributarios, o incluso esclavos, de los chiriguanaes de «la provincia de Vitupue», que era el nombre del máximo jefe chiriguana de la región. En 1584, el gobernador de Santa Cruz, Lorenzo Suárez de Figueroa, alcanza en camino a:
«… diez indios tomacozies, con guacamayas y sus arcos y flechas, algunas de yerbas [ponzoñosas], que iban a los chiriguanaes a darles su tributo y a servirles» (AGI Pat. 235 r. 8: 23r; Mujía, 1914, t. 2: 410).
Un año después, otro testimonio describe los tributos entregados por los tamacoci: «indios e indias, arcos y flechas y pescado y caza y guacamayas»5. Los tamacoci no son los únicos tributarios de los chiriguanaes (sus vecinos jores y yuracares entregan a su vez flechas y otros objetos) y, de hecho, estos testimonios corresponden con todos los de esta época, que muestran a los chiriguanaes esclavizando o al menos dominando fuertemente a los «naturales de los llanos». Y sin embargo, para la época inmediatamente prehispánica, la Relación Cierta de Alcaya, ya citada, muestra a Grigotá, jefe tamacoci, rodeado de vasallos; uno de ellos se llama Vitupue.

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