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¿QUIÉN PROPUSO LA EJECUCIÓN DE CHE GUEVARA?


Por: Juan Carlos Salazar / Página Siete, 8 de octubre de 2017.

Parecía un domingo cualquiera. Cada quien estaba en lo suyo. Unos, con la vista puesta en el estadio Hernando Siles, donde Bolívar recibía a Wilsterman; otros, pendientes de la actuación del actor español Jorge Mistral que se presentaba "en persona” en el Monje Campero. Unos y otros, completamente ajenos al drama que se tejía en el sudeste boliviano. El presidente René Barrientos Ortuño se enteró de la victoria celeste sobre su equipo por 2-0 en su Mercedes Benz, camino hacia la plaza Murillo, pero no le dio importancia a la noticia. Su mente estaba en otra parte, en el mensaje que había recibido después del mediodía desde el teatro de las operaciones contrainsurgentes: "¡Tenemos a papá!”.

El reloj del Congreso marcaba las 18:00 del 8 de octubre de 1967 cuando la guardia del Batallón Colorados de Bolivia se cuadró en firme al verlo descender del auto presidencial para ingresar al Palacio Quemado.
El mandatario había convocado de urgencia al comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, general Alfredo Ovando Candia, y al Jefe de Estado Mayor General, general Juan José Torres González, para decidir la suerte de Ernesto Che Guevara, capturado vivo, aunque herido en la pantorrilla derecha, durante un "feroz combate” registrado esa mañana en la quebrada de El Churo. A esa hora, el rumor que circulaba en Vallegrande sobre el suceso no había llegado todavía a La Paz, donde estalló la noticia muy entrada la noche a través de un "flash” informativo del periodista José Luis Alcázar, enviado especial de Radio Fides y el diario católico Presencia.

La conversación de Barrientos con sus inmediatos colaboradores militares se prolongó por más de dos horas. Poco se sabe de ella, debido a que no hubo testigos, pero sí se conoce su resultado: el prisionero fue acribillado a balazos al día siguiente en la escuelita de La Higuera, donde pasó la noche en vela esperando la sentencia.
¿Quién propuso la ejecución? ¿Quién estuvo a favor y quién en contra? ¿Hubo alguna votación? Si hubo empate, ¿quién lo dirimió? ¿Hubo consenso? ¿Intervino la embajada de Estados Unidos y cuál fue el papel de la CIA? Las preguntas nunca tuvieron respuesta de parte de los protagonistas de la reunión, quienes guardaron el secreto toda su vida, aparentemente unidos por un pacto de silencio.

La muerte prematura impidió a Barrientos Ortuño y Torres González escribir sus memorias y contar su versión, como hicieron otros altos jefes militares que combatieron a la guerrilla. El Presidente perdió la vida al precipitarse su helicóptero en la localidad de Arque el 27 de abril de 1969, en tanto que Jota Jotita Torres fue secuestrado y asesinado el 2 de junio de 1976 en Buenos Aires en el marco de la Operación Cóndor. Tampoco lo hizo Ovando Candia, fallecido el 24 de enero de 1982, quien solía decir a sus íntimos que no había llegado el momento de hablar sobre el tema.
Según uno de los edecanes de Barrientos Ortuño, el capitán Carlos Rodrigo Lea Plaza que ayudó a reconstruir el encuentro al historiador militar Luis Fernando Sánchez Guzmán (Hay una tumba en Vallegrande), la reserva en torno a la reunión era absoluta. El mandatario no dejó entrar a su despacho ni siquiera al mozo que se encargaba habitualmente de servir café y refrescos a los visitantes, servicio que quedó a cargo del propio Lea Plaza, lo que le permitió -según Sánchez Guzmán- "oír y observar todo lo que iba aconteciendo”.

En un ambiente de "indisimulada euforia” por la victoria militar que suponía el fin de la guerrilla, Ovando Candia inició la reunión con un informe "casi protocolar” sobre lo acontecido en la quebrada de El Churo, aunque el Presidente estaba al tanto del choque armado y sus resultados gracias a la información detallada que le había proporcionado minuto a minuto el comandante de la Octava División, coronel Joaquín Zenteno Anaya, desde el comando de operaciones, situado desde el 26 de septiembre en Vallegrande.
Tras el informe, según el mismo testimonio, la conversación se hizo "desordenada”, debido a las "opiniones diversas”, incluso "discrepancias” sobre el tema, pero poco a poco se fueron "esbozando soluciones y basamentos lógicos” hasta alcanzar un "consenso”, traducido en dos decisiones: la primera, ejecutar al prisionero para evitar "juicios complicados”, como el que se desarrollaba esos días contra el francés Regis Debray en Camiri; la segunda, hacer desaparecer el cadáver, como hizo la dictadura militar argentina con los restos de Eva Perón en noviembre de 1955, porque el Ejército no quería "romerías a futuro”.

Según la reconstrucción de Sánchez Guzmán, miembro de la Academia Boliviana de Historia Militar, las "iniciativas” que surgieron durante la "charla-debate” partieron de Ovando Candia y Torres, "como si hubieran coordinado sus ponencias antes de la reunión”, aunque era Ovando Candia quien llevaba la "batuta”, en medio de las "entusiastas muestras de aprobación del extrovertido presidente”. En todo caso, según el autor, "no hubo reparos” a ninguna de las decisiones. Por el contrario, "existió unanimidad”, puesto que los tres eran "anticomunistas declarados y practicantes, con tan solo algunas variaciones en cuanto a la furibundez o grado de tolerancia para con los subversivos (que derivaría después en afinidad) en algunos de ellos”.
En otro testimonio recogido por el mismo historiador, el entonces comandante del Grupo Aéreo Táctico, mayor Jaime Niño de Guzmán, reveló que Barrientos Ortuño le dijo en una conversación privada que la idea de ejecutar al Che no fue suya, sino que "se vio obligado a aceptar las ideas de Ovando y Torres”. Amigo personal del primer mandatario y camarada de arma, Niño de Guzmán fue el piloto que recogió el cadáver del Che de La Higuera para trasladarlo a Vallegrande minutos después de la ejecución.

Pero, en todo caso, como sostiene el general Luis Reque Terán, comandante de la Cuarta División durante la guerrilla, en su libro La Campaña de Ñancahuazuú, "nadie, excepto los allí presentes, conocen los detalles de la forma en que fue adoptada la extrema decisión sobre el prisionero Che Guevara”.
Al día siguiente hubo una nueva reunión, esta vez en el Cuartel General de Miraflores, para ejecutar las decisiones adoptadas noche antes. Tampoco se conocen los detalles de esa nueva cita, a la que asistieron, además de Ovando y Torres, otros altos jefes militares, entre ellos el comandante del Ejército, general David Lafuente Soto, y su jefe de su Estado Mayor, general Marcos Vásquez Sempértegui. Obviamente, los asistentes fueron informados de las decisiones, pero aparentemente sin mayores precisiones.

"Quizás lo más trascendental de la reunión fue comisionar al general Ovando para planificar y organizar -en el lugar- la preservación, exposición y proceso de desaparecimiento posterior del cadáver de Guevara”, escribió Sánchez Guzmán.
Detalles más, detalles menos, los biógrafos del Che, como Pierre Kalfón, Paco Ignacio Taibo II, Jorge Castañeda y John Lee Anderson; el periodista Carlos Soria Galvarro, quien mejor ha documentado la historia de la guerrilla; los historiadores militares, como Diego Martínez Estévez, además de Sánchez Guzmán, y los propios protagonistas de la campaña, coinciden en que la decisión de ejecutar al Che fue tomada por el Presidente y su Alto Mando.

El entonces jefe del servicio de Inteligencia de la Octava División, general Arnaldo Saucedo Parada, afirma que la orden vino del "mando supremo”; en tanto que el entonces capitán Mario Vargas Salinas, que dirigió la exitosa emboscada de Vado del Yeso, sostiene en El Che, mito y realidad que se lo fusiló "por orden superior”.
Dadas las circunstancias y la fama mundial del personaje, la "orden superior” no podía ser otra que la del Presidente y del alto mando. Ningún comandante divisionario se hubiese atrevido a tomar una decisión de esa naturaleza por su cuenta y riesgo.

En todo caso, nadie pone en duda la trascendencia de la reunión del atardecer del domingo 8 de octubre en el Palacio de Gobierno. El coronel Diego Martínez Estévez, que como miembro de la Academia Boliviana de Historia Militar tuvo acceso al archivo del Ejército sobre la campaña guerrillera, al igual que el general Sánchez Guzmán -una documentación todavía vedada a los historiadores civiles-, relata que Barrientos se reunió con Ovando y Torres "a objeto de analizar y decidir juntos, el destino que se le daría a Che Guevara”, y que al término de la deliberación, "la suerte del Comandante Ernesto Guevara estaba sellada” (La campaña militar contra la guerrilla del Che Guevara).
La opinión pública se desayunó con la noticia el lunes 9, aunque la información estaba formulada en términos condicionales, sin ninguna confirmación oficial. "Sangriento choque se produjo entre Ejército y guerrilleros. El Che Guevara habría caído”, publicó el diario católico Presencia en recuadro de primera plana. Citando "informes confidenciales” de "altas fuentes”, el periódico afirmaba que el Che "ha muerto… o está herido”. El Diario, por su parte, tituló a toda página: "Feroz combate se libró ayer con varios muertos y heridos”. En el antetítulo, anunció: "Habría caído el Che Guevara”, pero, curiosamente, no hizo mención al hecho en el texto.

El silencio de las autoridades militares, primero, y sus contradicciones, después, dieron pábulo a las dudas sobre las circunstancias que rodearon a la caída y muerte del jefe guerrillero. Al día siguiente de la ejecución, Zenteno Anaya declaró en conferencia de prensa que el Che cayó "mortalmente herido” en El Churo y que falleció "mientras era trasladado a La Higuera”. Cinco días después, en un comunicado, las Fuerzas Armadas dijeron que el Che "cayó gravemente herido”, pero "en uso pleno de sus facultades”, y que "falleció a consecuencia de sus heridas”. El parte oficial pretendía tapar el extendido rumor sobre el asesinato a sangre fría del comandante rebelde, recogido entre tanto por algunos columnistas como Alberto Bailey Gutiérrez (Políticus) en Presencia.
La decisión dramática adoptada esa tarde dominical de la primavera paceña por los altos mandos militares es uno de los grandes secretos que guarda el despacho presidencial del Palacio Quemado en su siglo y medio de historia. Cincuenta años después, las circunstancias que rodearon a la ejecución del mítico guerrillero argentino-cubano continúan agitando pasiones y avivando polémicas.

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