El gobierno de Manuel Isidoro Belzu (1848 - 1855) representa una ruptura en la
mezquina continuidad de la política antipopular de las administraciones
republicanas del siglo XIX en Bolivia, que no prestaban ninguna atención a los
derechos e intereses de los cholos y los indios. Para muchos, Belzu fue un
tirano oscuro e ignorante, para otros, el presidente popular, precursor del
nacionalismo y socialismo en Bolivia. El objetivo de este artículo es analizar
la multidireccionalidad política del gobierno belcista relacionada con las
masas populares urbanas de Bolivia, dejando de lado otro aspecto importante de
la política del gobierno de Belzu, su actitud hacia el problema indígena
campesino.
La estructura social de Bolivia en el siglo XIX tenía varios defectos: la
presencia de un fuerte regionalismo, y la desunión de la élite y de las clases
que pretendían dominar la sociedad. La debilidad económica de la élite
boliviana, su reducido número en comparación con las capas medias y bajas de
las ciudades, destacaban el rol de la plebe urbana en la vida política y social
de Bolivia en los primeros decenios de la vida republicana. Estas capas
sociales eran la base de articulación de los gobernadores militares y civiles,
y de los caudillos de diferente índole. Con Belzu estos grupos activos de la
población urbana encontraron una fórmula para su actitud independiente frente a
las élites criollas. Belzu y sus partidarios al llegar al poder tentaron aflojar
las influencias de las oligarquías locales y construir una "república
plebeya".
El retrato social de la plebe urbana a mediados del siglo XIX es multifacético.
Incluía más amplias capas bajas y medias urbanas, pequeños y medianos
comerciantes, militares, inclusive los oficiales sueltos sin plaza, grupos de
clase media urbana (empleados, bajo clero, escribanos, pequeños cascarilleros),
propiamente artesanos ricos y pobres, labradores, toda la gama de la población
popular de la urbe boliviana.
En la primera mitad del siglo XIX La Paz se destacaba entre las demás ciudades
bolivianas por su tamaño y una intensa actividad económica. En 1831, en La Paz
vivían 30.463 personas, en 1845 contaba ya con 42.849 habitantes, y en 1854
alcanzaban la cifra de 68.1882. En 1854 el 42% de los habitantes de esta ciudad
eran blancos y mestizos y el 58% era de origen aborigen (Barragán, 1990:
73-75). José María Dalence en su estudio estadístico ofrece datos sobre la
población y, en específico, sobre los núcleos de familia, indicando la
necesidad de aumentar a 4,5 los miembros por familia media. Aproximadamente el
30% de los habitantes de las ciudades en Bolivia eran artesanos y constituían
el mayor grupo poblacional. Los terratenientes con sus familias conformaban el
segundo gran grupo con el 15,6%. Los criados eran casi todos indígenas y
representaban el 8,9% (suponemos, contados por separado y no por jefes de
familia). Alrededor del 8% era empleados, el 2% profesionales (abogados,
médicos, boticarios etcétera), y otro 2% constituía el clero. Los militares
(soldados y oficiales) y la policía no estaban sujetos al censo, pero según
otros datos, la cantidad de ellos se equiparaba a la de los funcionarios.
Un grupo privilegiado de la clase dominante, siempre criolla-blanca, gozaba del
derecho al voto. Así que en la plebe se ubicaban no solamente las capas
intrínsecamente populares (artesanos, labradores, etcétera), sino también parte
considerable de la clase media criolla-mestiza. Entonces, sumamos todas las
categorías de la población que podían corresponder a los criterios de la ley
electoral: funcionarios (2.554), profesionales (591), mineros (248), hacendados
(5.135), dejando fuera a los comerciantes, ya que solo una pequeña parte de
ellos tenía ingresos suficientes. Esta suma casi coincide con el número de
votantes: 8.073 en 1840 y 7.411 en 1844 (Dalence, 1975: 206-207; Irurozqui,
2000: 234). En las ciudades grandes como La Paz, Cochabamba, Sucre, Oruro,
Potosí la cantidad de ciudadanos con derecho al voto no superaba el 2 - 4% de la
población. En La Paz residían 42.849 personas y existían 2.342 propiedades
(casas), pero votaban apenas unos 772, y son éstos los datos pertenecientes a
las elecciones de 1855 cuando la cantidad de votantes, en comparación con 1850,
casi se duplicó debido a los cambios efectuados en la ley electoral.
En Cochabamba vivían 30.396 habitantes y había 1.919 propietarios de casas, y
votaban 1.240 personas, casi el doble que en La Paz (Redactor del Congreso
[RC], 1855: 6-8; Dalence, 1975: 179). En La Paz existían muchos propietarios de
casas, o sea, gente acomodada, que no votaba. Cochabamba era una ciudad
señorial, lugar de residencia de los terratenientes del valle, una ciudad
criolla, donde había más ciudadanos activos que en la comercial La Paz.
Son muy interesantes los datos sobre las villas y pequeñas ciudades
provinciales. En el altiplano y en el valle de Cochabamba la situación era
diferente. En el departamento de Cochabamba, en Ayopaya, vivían 1.526
habitantes. En el año 1850 en esta localidad ejercieron su voto 436 personas,
es decir, un tercio (Archivo Nacional de Bolivia [ANB], Ministerio del Interior
[MI], 1850, T. 135, No. 31). En el altiplano prevalecían los ayllus y, en
cambio, vivían pocos hacendados; ahí el comercio era omnipresente, las villas estaban
numerosamente pobladas, pero carentes de ciudadanos votantes. En Yungas, en la
Villa de Sagárnaga (provincia Coroico) vivían 3.245 personas, pero apenas
votaban 51 (RC, 1855: 6-8). En la capital de la rica provincia de Larecaja, en
Esquivel, residían 2.347 personas, pero en las elecciones al Congreso de 1848
solo votaron 159 (ANB, MI, 1848, T.124, No.14, f.3). Podríamos afirmar que el
número de votantes poseedores de los requisitos impuestos por la ley electoral
nos da una idea aproximada de la clase alta boliviana. Como podían votar
solamente los jefes de familia, podemos calcular que con toda la parentela
suman el 8% (en La Paz) y hasta el 20% (Cochabamba, Sucre, Oruro) de la
población urbana. En las ciudades provincianas, en los centros y villas cantonales
del valle de Cochabamba, a esta clase pertenecía la mayor parte de la población
(Arque, Tapacarí, Ayopaya, Cliza), pero en el altiplano, como en el
departamento de La Paz, no llegaba ni al 10%. Las leyes excluyentes de derecho
a voto ponían al margen de la participación política no solamente a las masas
plebeyas, sino a las capas medias urbanas. Con Belzu estas clases excluidas
esperaban el cambio de la situación política.
BELZU Y LA PLEBE EN ACCIÓN
Los lazos estrechos entre Belzu y las masas populares se manifestaron en los
primeros meses de su gobierno, durante la guerra con el Congreso y con Velasco,
en ardua lucha por el poder. Una novedad política de la revolución belcista
contra Velasco y el Congreso en 1848 fue la participación activa de las masas
populares. No solo la guardia nacional, sino la gente del pueblo, los cholos de
la ciudad, se levantaron en apoyo a Belzu. Fue sorprendente ver, inclusive para
el propio Belzu, cuando el 12 de octubre de 1848, después que el comandante de
las tropas de La Paz, el general Ágreda, tras varios días de indecisión se
opusiera a los belcistas, cómo el pueblo paceño se sublevó y derrotó al
general. Sobre estos acontecimientos Belzu asombrado escribe a su amigo, el
general Pedro Cisneros: solamente gracias al pueblo su causa triunfa en La Paz
(BNP, Correspondencia de Pedro Cisneros).
En el sur, al contrario, reinaba un ambiente de temor frente a la inevitable
invasión del norte. Belzu allí era visto como una reencarnación de la anarquía,
del militarismo y de la barbarie (Anatema Nacional [AN] No.1, 28.10.1848). Sin
embargo, en el sur Belzu también tuvo muchos partidarios. El 13 de octubre se
sublevan los carabineros de Sucre. El presidente Velasco tiene que huir, y toda
la gente decente de la ciudad y el mismo gobierno salen a las barricadas para
resistirles. Bajo el mando enérgico de Casimiro Olañeta, miembro de la Junta de
gobierno de 1847 (triunvirato formado por Belzu, Velasco y Olañeta) se organiza
una lucha en las calles de la ciudad, pero las fuerzas son desiguales. Llegan
los destacamentos belcistas y ocupan la ciudad. Los belcistas convocan a un
cabildo abierto para elegir nuevas autoridades. Como escribía el periódico
sucrense antibelcista Anatema Nacional, al cabildo acudió mucha gente plebeya,
lo que según el periódico, constituía una prueba de la naturaleza vil del
belcismo (AN No. 6, 03.11.1848). Fue la primera característica dada al belcismo
como fuerza apoyada por la plebe.
Las mutuas simpatías y adhesión de las masas al gobierno de Belzu se manifestaron
durante las revoluciones de los grupos "pro oligárquicos" en marzo de
1848. Los acontecimientos de gran importancia para el futuro de la política
nacional sucedieron en La Paz. Apenas Belzu había salido de allí con sus
tropas, cuando el 12 de marzo se sublevaron los militares. Los belcistas,
organizados por el coronel Pastor La Riva y el cura Blas Tejada, movilizaron a
las masas populares para resistir el golpe. La población abandonó la ciudad:
niños, mujeres, ancianos, padres de familia, todos salieron de La Paz hacia El
Alto, cerrando el paso hacia el altiplano. La gente del pueblo prácticamente
desarmada resistió a las tropas golpistas. En ardua lucha que costó la vida a
más de 300 personas, el pueblo paceño derrotó al ejército. Como más tarde escribía
la prensa belcista, los ballivianistas esperaban que la chusma, la garulla -así
llamaban al pueblo- se rindiese a la aristocracia, a la nobleza, pero se
equivocaron (La Época No.837, 11.01.1851). Al día siguiente en la ciudad
comenzaron los robos y el pillaje no solo de las casas de los ballivianistas
más connotados, sino también de todas las casas nobles. Cuando llegó Belzu, la
situación en La Paz estaba fuera de control. Solamente con la ayuda de la
iglesia, las autoridades lograron restablecer el orden y detener al gentío que
hacía justicia por su propia mano.
Por primera vez en la historia del país, los motines y golpes fueron aplastados
prácticamente sin participación de las autoridades. El representante de los
Estados Unidos en Bolivia, John Appleton, escribió el 28 de junio de 1849 al
secretario de estado Clayton: "La gente noble, los oficiales y soldados
quieren el regreso del general Ballivián. El movimiento a su favor fracasó por
causa de un valiente apoyo al gobierno por parte de los cholos e indios. Esta
parte de la población en cierta medida estaba subyugada durante el gobierno de
Ballivián.Aunque Oruro, La Paz y Cochabamba fueron fácilmente tomadas por los
militares rebeldes apoyados por la gente rica y decente, los revolucionarios
fueron inmediatamente barridos por el pueblo" (Shipe, 1967: 84).
Las constantes sublevaciones de la oposición, en las que participaban
activamente los oficiales de las guarniciones locales provocaron una purga
interna en el mando del ejército. Belzu la realizó apoyándose en las guardias
nacionales y las masas populares de las ciudades (San Román, 1855: 5). Las
guardias obrero-artesanales eran utilizadas por Belzu como un contrapeso al
ejército, le servían como una amenaza perpetua a todos sus opositores y, por lo
tanto, garantizaban la estabilidad del régimen. Esta guardia, sin estatuto
legal, sin el armamento fuerte, no obstante, era un contrapeso eficiente a los
militares, siempre dispuestos a motines y conjuras.
Las guardias actuaron con cierta autonomía, representando una forma de presión
política de la plebe en las decisiones del gobierno que tuvo que tomar en
cuenta sus intereses. Belzu intentó montar una estructura de control sobre las
milicias, pero no fue del todo exitoso. El 1 de octubre de 1851 mediante un
decreto especial el gobierno anunció la elaboración del reglamento de la
Guardia Nacional dado que por todas partes los partidarios de Belzu creaban los
grupos armados, y este proceso ya amenazaba con salirse del control de las
autoridades (Colección Oficial T.14, 1865: 299). Los grupos armados de los
belcistas creaban una situación de anarquía e inestabilidad. El 2 de agosto de
1849 fue publicada la orden que obligaba a todos los civiles a entregar sus
armas en un plazo de 15 días, a cambio de una corta indemnización. Los
infractores del decreto eran multados con 25 pesos e inclusive podían ser
arrestados (ANB, Libro copiador de circulares a las prefecturas, 1849-1856: 2).
La relativa autonomía de los grupos armados de los obreros y artesanos era la
causa principal de la rotunda negativa de Belzu de entregar las armas a la
plebe ni de legalizar las acciones violentas de las masas. Después de las
sublevaciones antibelcistas de marzo de 1849, aplastadas por la plebe y las
milicias, se formó un equilibrio y un convenio de mutuo apoyo y de alianza
entre el caudillo y las masas del pueblo bajo que aceptó el indiscutible
liderazgo de Belzu.
Belzu justificó la ola del terror "clasista" desatada por sus
partidarios y la plebe porque la había provocado la propia aristocracia:
"No soy yo, repito,"son los revolucionarios los que han excitado la
aterrante indignación del pueblo y han encendido con mano impía la tea de la
discordia entre las clases y las castas" (Mensaje que el Presidente
Constitucional de la República presenta al Congreso extraordinario1855: 7).
Belzu tuvo el mérito de involucrar en la política boliviana a las masas
populares, creyendo que él mismo era su más sincero y fiel representante.
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Foto-postal: niños indígenas de La Paz / Aprox. 1910.
//Mas: Historias
de Bolivia.
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