Danzarín en el carnaval de Oruro, el año de 1939. |
Por: Danitza Pamela Montaño / 8 de febrero de 2021. / El País de Tarija.
Disponible en: https://elpais.bo/reportajes/20210802_oruro-el-ferrocarril-y-los-recuerdos-del-hermoso-carnaval-de-antano.html
Cuenta la tradición oral de antaño que Oruro era la ciudad
con la mayor cantidad de bancos que por su cuenta imprimían los billetes y
monedas, para satisfacer las necesidades y las expectativas de los grandes
empresarios mineros que se hicieron millonarios, gracias a las vetas de plata y
estaño, especialmente de Llallagua y Huanuni.
Pero antes de esto, en los primeros recuerdos de Oruro de
antaño escritos por Rómulo Elío Calvo Orozco se da cuenta de una ciudad de
calles estrechas, la mayoría de ellas carecían de aceras aún en los puntos más
céntricos, muchas ni siquiera tenían empedrado y en tiempos de lluvia se
convertían en arroyos que se formaban con las aguas fluviales que corrían
convirtiendo el piso en lodazales.
Escribe que tampoco se conocían los servicios de alumbrado
eléctrico, alcantarillado ni agua potable. El agua era casi un artículo de
lujo, pues la traían desde muy lejos y había que comprarla por cántaros. La
mayoría de las casas eran solo de planta baja y pocas habían de dos pisos, los
techos eran comúnmente de paja y las paredes de adobe desmesuradamente gruesas,
servían para preservar el interior del frío intenso.
“Con una población escasa de 12 mil habitantes, (…) la gente
solo vivía en la labor jornalera acumulando poco a poco bienes que después
gozaban con mesura y parquedad ya que el medio no era propicio para un gran
derroche”.
El vivir del orureño, según el escritor, era lento,
monótono, regular. De día trabajaban en las oficinas de los ingenios o el
interior de la tierra extrayendo metales, en la tarde se reunían en las
cantinas o en algún círculo herméticamente cerrado para evitar el polvo que el
viento siempre violento y continuo levantaba de la arenosa llanura y lo
arrojaba al caserío de la modesta ciudad.
Ya en la noche se daba el andar y los paseos, quizás la
charla con amigos íntimos en un salón sin hogar y sin lumbre. Pero esta rutina
diaria cambiaría el 15 de mayo de 1892.
Aquel día hubo fiesta en Oruro. La ciudad despertó con las
dianas militares desde el amanecer, se preparaban los desfiles, los escolares
correteaban ansiosamente y se alistaban fiestas pomposas con la asistencia de
miles de personas que se reunieron en la plaza principal para recibir el
ferrocarril, una moderna tecnología que tenía capacidad para transportar
centenares de pasajeros y decenas de toneladas de carga, en un solo viaje. Era
el vehículo más moderno de la época, después del barco a vapor.
La ceremonia de inauguración estaba organizada con una
solemnidad igual de pomposa, típica de los gobernantes criollos que gustan de
mostrar sus obras de esta forma. El palacio de gobierno en la plaza principal
de Oruro estaba profusamente adornado y embanderado para la circunstancia.
Hasta la una de la tarde estaban ya instaladas
provisionalmente las rieles desde la estación para permitir la llegada de las
máquinas hasta la calle Gobierno (hoy Presidente Montes), los últimos tramos
habían sido incluso asegurados con clavos de oro. Una hora después, a las dos
de la tarde del 15 de mayo de 1892, entraron bajo la portada triunfal en
puertas de palacio las locomotoras bautizadas con los nombres de “Arce”,
“Oruro” y “Cochabamba” cargando tras de sí diversos carros y bodegas
lujosamente adornadas de banderas y flores. Antes de martillar simbólicamente
el último clavo de oro sobre el último riel, el presidente Aniceto Arce
profundamente emocionado y casi al borde de las lágrimas pronunció el siguiente
significativo discurso a su auditorio:
¡Señores: que el día de hoy sea el principio de nuestra
regeneración! Dejemos que Bolivia se levante por la industria que se vigoriza
por el trabajo que ennoblece y por el orden y la paz que hacen grande y fuerte
a los pueblos. Y ahora si quieren… pueden matarme”.
Dicho esto y entre algunas risas, aplausos, silbidos, vivas
y gritos eufóricos, el presidente Arce se arrodilló y golpeó remachando el
último clavo de oro al mismo tiempo que sonaba el choque de percusión seguido
de la diana de la banda junto con las cual resonaron como un sollozo estas
palabras suyas: “Si hice bien, fue solamente por cumplir con mi deber, y si
hice mal aquí me tenéis… mátenme pero llenada está mi tarea”
“Así de esta forma se inauguró en Oruro el servicio
ferroviario en el país, así de esta forma Aniceto Arce Ruíz pasó a la página
más gloriosa y verdaderamente revolucionaria de la historia boliviana
efectuando el proceso de cambio más importante para el país en uno de los
peores momentos por los que atravesaba Bolivia en los cuales imperaba una
mayúscula crisis económica y política a pocos años de librada la Guerra del
Pacífico en 1879. Desde entonces Arce y tren son prácticamente un sinónimo”.
Después de aquel 15 de mayo de 1892, el ferrocarril cumplió
un rol importante en la creación de actividades de apoyo y asistencia en las
comunidades por donde pasaban las rieles donde en algunos casos el tren hacía
paradas obligadas, permitiendo de a poco el crecimiento de las poblaciones en
la ruta y vinculando al país y a sus productos con el mundo.
“Sin duda fue la mayor contribución de la minería de la
plata al desarrollo de Bolivia, la construcción del ferrocarril Antofagasta –
Oruro que abarató los costos de transporte al Pacífico contribuyendo de esta forma
al desarrollo de la minería boliviana”.
El carnaval de Oruro
Pero si algo más debemos recordar de Oruro de antaño es la
consolidación de su hermoso Carnaval. Todos o quienes se encargan de hacer
estudios sobre el Carnaval de Oruro, Obra Maestra del Patrimonio Oral e
Intangible de la Humanidad, siempre hacen referencia a su origen, en relación a
leyendas y mitos, los principales y conocidos son: La Mitología del Carnaval de
Oruro, El Nina Nina y El Chiru Chiru.
El término de las tres historias desembocan en que los
mineros y el pueblo Uru, determinan vestirse de diablos, para escenificar el
sometimiento de mal al bien, o en retribución al milagro de vida dado por la
Ñusta al pueblo de los Urus, por haberlos salvado de las cuatro plagas enviadas
por Huari, el semidios andino.
Es que a partir de ese momento, los sentimientos de los
habitantes de esta región hacen que confluyan en un solo fin, la devoción a la
madre de los mineros, la Patrona de los orureños, la Virgen del Socavón.
El Carnaval de Oruro tiene un origen social humilde y por
ese factor es “grandioso” y “majestuoso”. Son los mineros y los gremios quienes
se encargan de recrear a través de la danza su tránsito por la historia y la
cultura.
“Los gremios de matarifes, veleros, cocanis y otros núcleos
populares, a partir de la devoción hacia la Virgen del Socavón, cumplen la
peregrinación en una entrada al Santuario desde las minas (San José e Itos) y
pueblos aledaños como Machacamarca; este acto festivo devocional, es lo que se
conoce como la “Entrada del Socavón”. Una fiesta popular colmada de fe”, dice
el escritor Edwin Guzmán Ortiz.
Sin embargo, a un principio las denominadas personas de la
alta alcurnia, rechazaban esta manifestación cultural, prueba más clara de
ello, son las publicaciones que aparecen en periódicos de la época, en la que
se niega el ingreso de la Entrada por la Plaza 10 de Febrero, por una ordenanza
municipal de los años 20 del pasado siglo. Por el contrario, en los medios
impresos se criticaba el desorden y el paganismo de los “indios”.
Lo que se puede recuperar de esa época son fotografías que
muestran cómo eran los trajes de los danzarines de antaño, que pese a la
pobreza reinante, sus hábiles talentos en la confección de los trajes, dignificaban
su devoción a la Patrona de los mineros.
“Sin bandas (de música), al son de aerófonos andinos hacían
su peregrinación hacia la Virgen del Socavón, mientras en otros escenarios, los
`havillés´ y las noches venecianas del carnaval de la oligarquía se desbordaba
en medio de champagne, coupletistas, vestidas de madame Adrianne y aedas
perfumados en los salones del Edén y el Palais Concert. Obreros, mutualistas,
artesanos, cholos libertarios y unas cuantas mujeres, jamás pudieron imaginar
que su fervor al cabo de unos años, sería conocido en todo el mundo”, afirmó
Guzmán.
Años más tarde de forma ya organizada, se forman varias
instituciones folklóricas desde 1904, no cabe duda que una de ellas, sea la
Gran Tradicional Auténtica Diablada Oruro (25 de noviembre de 1904).
Cuando esta manifestación ya era aceptada por la burguesía y
clases dominantes, la entrada de antaño era corta y recorría sólo algunas
calles antes de ingresar al Santuario de la Virgen del Socavón.
Paz relata: “Los danzarines no uniformaban los pasos,
después del domingo un diablo bailaba acompañado de una China, la cueca
“Chaupinpi Misq´iyoj” (cueca mezclada con diablada); primero la cueca al pasar
la primera de ésta, se introducía la diablada y luego se bailaba la “segundita”
de la cueca hasta terminar)”.
Al retorno de la casa del pasante se bailaba en la
Prefectura, allí se hacía una demostración de la coreografía de la diablada,
como el ovillo, el relato y la estrella. Luego el prefecto invitaba a los
danzantes, salteñas con cerveza. Luego los diablos bajaban bailando por la
calle Bolívar, se iban a la casa del pasante, donde eran bien atendidos.
Más tarde, la Entrada del Sábado de Peregrinación fue
creciendo y se desarrolló ya por la Avenida 6 de Octubre, como prueba de ello
existe la letra de una diablada que dice “Por la 6 de Octubre, por la calle
principal, todos a bailar, todos a cantar…”.
Para una mejor organización se derivó a la calle Pagador y con el paso del tiempo y después de varios experimentos, al fin se estableció el ingreso por la Avenida del Folklore, conocida también como la Avenida 6 de Agosto.
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