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NOSOTROS (LOS BOLIVIANOS) PELEAMOS Y CONSEGUIMOS NUESTRA LIBERTAD, NO LE DEBEMOS NADA A NINGÚN EXTRANJERO


Fuente: Nacionalismo y Coloniaje – De Carlos Montenegro /Librería Editorial “G.U.M. – La Paz Bolivia.

La guerra de la independencia se epilogo para nosotros en Tumusla a fines de marzo de 1825. Allí fue disparado el último tiro de la epopeya libertadora. En Chuquisaca resonó el primero, el 25 de mayo de 1809. Esos dos balazos delimitan los largos años de combates reñidos por nuestros antepasados contra el dominio extranjero. La clase popular afronto aquella lucha de manera exclusiva. La acaudillaron los indomables guerrilleros alto peruanos, (Charquinos) mestizos casi todos. Nada adeudaban, por lo tanto, al extranjero, los pueblos que habían conquistado su libertad con las propias manos la guerra de las republiquetas –dice Mitre, de la terrible gesta- es la historia de las insurrecciones populares en el Alto Perú, (antigua Audiencia de Charcas) una de las guerras más extraordinarias por su genialidad, la más trágica por sus sangrientas represalias y la más heroica por sus sacrificios oscuros y deliberados. Héctor Pedro Blomberg fija en el detalle de esta historia sublimada en sangre: “Epopeya que duro quince años, en las breñas y los valles de Bolivia, sin que un solo día se dejase de matar o morir. Ciento dos caudillos tomaron parte en ella: nueve tan solo sobrevivieron, sucumbiendo los noventa y tres restantes en los patíbulos o en los campos de batalla”.
Había concluido la epopeya en Tumusla. Con el eco de las dianas de Junín y Ayacucho llegaron Bolívar y Sucre a este legendario Alto Perú (Charcas) en que se cuajaba fría la sangre de los guerrilleros caídos en los últimos combates y en los últimos cadalsos. Colombianos y peruanos venían a son de triunfo, no en son de guerra. Nuestras ciudades, a tiempo de llegar los héroes, hallábase casi vacías de grandes varones. En ellas pululaban  más bien, jubilosos  y parlanchines, doctores, hacendados, mercaderes, mineros y burócratas del viejo régimen, todos dueños de fortuna y privilegios durante la colonia. Ninguno de ellos había alzado un fusil, una pica o una tranca frente a los europeos usurpadores. Ahora recibían con discursos rendidos y locas aclamaciones a los “vencedores de los vencedores de Napoleón”. Para aquellos personajes ajenos a la gran tragedia se oreaba con brisas libertarias la entumecida atmosfera del coloniaje. Los otros habían dado la vida por la independencia de estos. Murillo, Arze, Padilla, Umaña, Camargo, el Curito, Gandarillas, aquel terrible arnes de los ojos azules y de la barba rubia, Zarate los hermanos Nogales, Chinchilla, Mercado, Cárdenas, dormían ya bajo tierra por cuya posesión pelearon. Ahora –para decirlo con palabras unamunescas- la tierra tampoco era de ellos, porque ellos eran de la tierra…
Contados caudillos alcanzaron a ver la luz de este mundo el año 1825. Juana Azurduy, José Miguel Lanza, el moto Méndez cuyo brazo trunco golpeo a los chapetones hasta el último día.

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