Fuente: Juana Azurduy La teniente coronela de Mario Ernesto O’Donnell / 1994.
Juan Hualparrimachi era un joven cholo que cierto día se presentó ante los
esposos Padilla y se propuso para integrar sus fuerzas. Desde el primer momento
quedaron éstos muy impresionados por la apostura y la inteligencia de este
joven que acababa de salir de la adolescencia, pero que ya expresaba ideas
claras en cuanto a su decisión de luchar por un mundo mejor.
Pero mucho más sorprendente fue cuando fueron desentrañando la genealogía de
Hualparrimachi: éste afirmaba, y nada lo desmentía, ser hijo natural de
Francisco de Paula y Sanz, quien había gobernado Potosí, al servicio del rey de
España, durante varios años, haciéndolo con probidad y acierto, lo que le
ganara un considerable prestigio en la ciudadanía. De Paula Sanz era, y esto
era sabido de uno y otro lado del océano, también hijo ilegítimo, nada menos
que de un rey de España, Carlos IV.
Su odio al español provenía no sólo de su reacción ante la injusticia a que
eran sometidos él mismo y sus pares, sino también, a nivel más personal, a la
absoluta desconsideración con que su padre, quien fuera luego fusilado por
Castelli al entrar en Potosí, había tratado a su madre, una bellísima indígena,
quien, para completar una genealogía deslumbrante, era descendiente directa del
inca Huáscar. Ello no impidió que el arrogante español, luego de mantenerla
amancebada durante un cierto tiempo, la abandonara más tarde en la miseria y la
depresión que la llevaron a una muerte prematura.
Hualparrimachi se ganó prontamente la confianza y el afecto de doña Juana, que
lo trató como a uno más de sus hijos, quizás como las señoras distinguidas de
entonces trataban a sus criados preferidos. Mientras que Manuel Ascencio,
confiadoen el ascendiente que el joven cholo tenía sobre sus iguales y
apreciando la habilidad letal que demostraba en el manejo de la huaraca,
rápidamente le asignó el puesto de su lugarteniente.
El cholo Hualparrimachi era extremadamente valiente y eficaz en los
encarnizados entreveros, y atacaba a sus enemigos con una ferocidad que
impresionaba a propios y ajenos, lo que hizo que su fama, aumentada por los
relatos idealizados, se expandiera por la región.
Pero tan sorprendente que parecía descabellado, Hualparrimachi era, entre tanto
odio y devastación, poeta. Y los tiempos han demostrado que sus poesías,
redactadas en quechua, tenían talento:
¿Chekachu, urpílay,
Ripusaj ninqui,
Caru llajtata?
¿Manan cutinqui?...
«Rinayqui ñanta
Ckabuarichibuay,
Nauparisuspa, buackaynillaybuan
Chajcbumusckayqui.
»Rupbaymantari, nibuajtiyquiri,
Huackayniyllari,
Ppuyu tucuspa
Llantuycusuncka.
»¡Aucharumij buabuan!
¡Auca Kakaj churin!
¿Imanasckataj
Sackeribuanqui?
Traducción de Joaquín Gantier:
¿Es verdad, amada mía que dijiste,
me voy muy lejos para no volver?
Enséñame ese camino, que adelantándome,
Lo regaré con mi llanto.
Cuando me digas del calor del sol,
mi llanto, en nube convertido te hará sombra.
¡Hijo de la piedra! ¡Hijo de la roca!
¿Cómo me has dejado?
Una de las funciones que Manuel Ascencio le asignaría a Hualparrimachi fue la
de colaborar con doña Juana en la custodia de sus hijos.
Más: Historias
de Bolivia.
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